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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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domingo, 29 de marzo de 2009

DOBLE ANIVERSARIO EN OIGA - OYE PACO ¡Y LOS AÑOS PASARON! por Jorge Luis Recavarren - 09/11/1992


Dos son los aniversarios que alborotan la casa de OIGA en estos días: el año 44 de fundación de la revista y el 50 de Francisco Igartua como periodista. Caben algunas parrafadas sobre ambas fechas. Allá van.

Esos 44 años...
¿Se trata de comentar en estas lí­neas lo que significa OIGA en el perio­dismo político y ensayístico del Perú a lo largo de periodo tan dilatado? Impo­sible. ¿Por qué? Porque esas cuatro décadas son ya un trozo de la historia de este país y mi paso, allá por los años 50 de este silo el doctorado en Historia de San Marcos, me enseña que la Investigación de un periodo, institución o lo que fuere reclama no precisamente prisas de redacción, sino el sosiego indispensable para recordar con otras técnicas el sentido de lo que implica y complica, para el caso pre­sente, la colección de OIGA a través de lapso tan inquieto y proceloso como es el del último medio siglo de vida perua­na.

De manera que no me voy a referir mediante la lupa del análisis a la larga y dramática cadena de episodios que componen la vida de esta publicación, materia que por cierto habrá que abor­dar un día porque si de acudir a hemerotecas se trata, no se puede prescin­dir, entre otras, de aquella en que obre la colección de OIGA.

Algunas constantes
Pero cabe, al lado de unas mencio­nes indispensables, referirse a ciertas características o constantes que con­forman lo que podríamos denominar el estilo dominante en la revista.

Y en primer término no son casua­les ciertas citas que hace lgartua en sus notas editoriales, de don Miguel de Unamuno. Tengo para mí que OIGA es unamuniana, esto es una revista agónica, vale decir de lucha, transitan­do siempre al borde del abismo, desfa­cedora de entuertos a guisa de perderlo todo. ¿No es tal, además, la personalidad de su eficacísimo subdirector, mi viejo amo Jesús Reyes?

En OIGA, en suma, se la juegan. De ahí que en ocasiones los aciertos sean más que redondos, y en oportunidades resalten yerros, pero no por obra de mala voluntad, sino por la pasión pues­ta en el empeño. Y recordemos, sino me falla la memoria, a Ulrico de Hut­ten: "No soy un libro hecho con re­flexión sino un hombre con mi contra­dicción". Unamuno puro. Agonía. Igartua, Reyes, y la mayoría de los que están como Mario Belaunde, o que pasaron por aquí. Incluidos algunos de los más recientes como mi joven amigo Pedro Planas, quien tras su impecable aspecto de catedrático es fuego puro.

Los 50 de Francisco...
Pienso que cuando se cumplen 50 años de actividad en una profesión, actividad, oficio, carrera o como se quiera llamar, es pertinente reconocer que se coronó con éxito una vocación. Es el caso de Francisco Igartua.

Pero, como en todo humano queha­cer, el éxito no sólo se define ponlo que se podría llamar el lado más favorable -aciertos, triunfos, satisfacciones-, sino que se va amasando también en virtud de pruebas dolorosas, de sinsa­bores, yerros y frustraciones que al ser superados no yugulan los afanes de la vida sino los enriquecen.

“Toda vida es, más o menos, una ruina entre cuyos escombros tenernos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido", dijo alguna vez Orte­ga. La frase calza en lo que respecta a número nutrido de seres humanos, pero en el caso de Paco no es necesa­rio escudriñar mucho para concluir que, en lo que atañe a su vocación periodística, salió adelanté sorteando los escombros.

Lo conocí comenzando la déca­da de los 40. Delgado, inquieto, incisivo, pertinaz. Un día de aquellos años se me acercó en los claustros sanmarquinos y del encuentro salió la primera entrevista periodística que me hicieron en mi vida. Fue, recuer­do, para 'Jornada' que ha sido sema­nario, lnterdiario y diario, legendaria publicación, en fin, que fundaron los hermanos Benavides Corbacho: Miguel Jorge y Guillermo, y de la que llegué a ser director en sus postrime­rías.

Era la Lima de entonces, “ciudad jardín” y “Perla del Pacifico” como se la llamaba. Pero bajo su hermosa calma aparente, comenzaban crepitaciones de la política una de cuyas resultan­tes, entre otras, fue la insurgencia de una nueva generación "con ansias de participar, porque la verdad es que el aprismo trataba de imperar sola y exclusivamente. De ahí surgió toda una larga historia que es imposible narrar en el espacio que resta.

Uno de los protagonistas de his­toria tal fue Paco, quien más de una vez se la jugó como el día de su me­morable entrada al local de ‘La Tri­buna’ para entrevistar a Haya de la Torre, hecho que pudo haber con­cluido trágicamente. Pues, la vida de este hombre corrió riesgos más de una ocasión.

El gran Dilthey solía decir que "la vida es una misteriosa trama de azar, destino y carácter". En efecto, con nuestro carácter tratamos de dise­ñamos un destino, sólo que en veces el azar lo abate y derriba. Tampoco eso ha rezado en el caso de mi viejo amigo, quien pese a todo está ahí, en pie, firme. Si. Pese a todos los dolores, a todos los azares, a todos los embates.

(Oye), OIGA. Paco, ¡y los años pasaron!.).

LO MISMO QUE HACE CUARENTA Y CUATRO AÑOS por Francisco Igartua - Oiga 09/11/1992


Hace cuarenta y cuatro años, en el primer número de OIGA, una hoja volandera que salió a luz el lunes 8 de noviembre de 1948, apareció este editorial que hoy vuelvo a sus­cribir sin cambiar una palabra. Es claro que el joven que fui no podía -menos en aquella época- dejar de estampar la palabra revolución. Pero, como ahí se lee, hablo de "una doctrina social revolucionaria", pero añadiendo "que sea realizable". O sea que me refería al cambio radical que, hasta hoy, no se concreta en el Perú, pero sin extremismos, sin cegueras, sin sectarismos. En ese entonces era yo evolucionista, sin decirlo por temor al medio intelectual en el que me desempeñaba, y creía posible el socialismo con libertad, con respeto al individuo y a las realizacio­nes individuales. Por eso hablaba de revolución que "fuera realizable".

Esto dije hace cuarenta y cuatro años y hoy lo repito:

"Aparece este semanario en un momen­to crítico y lleno de incertidumbre e inquietud para la Patria (se acababa de instalar la dictadura de Odría). No creemos venir a salvarla. No somos ilusos. Nos limitaremos a cumplir, en nuestro campo, en el periodismo, con lo que nos parezca justo. Hemos debido haber salido al público algo antes, pero un cambio de gobierno, sorpresivo aunque no ines­perado, ha instalado a una Junta Militar en el poder sino es ha obligado a meditar en la justicia de nuestra posición. Y no la variamos. Seguimos creyendo que sólo la honestidad y el desinterés asentados en una doctrina social revolucionaria, que sea realizable, podrán hacer la felici­dad de nuestro pueblo"...

Como era de esperarse, al cuarto número de OIGA la policía ingresó a los talleres, destrozó las 'formas' de la siguiente edición y yo terminé en la cárcel Varios meses, en los que no enloquecí, al presenciar las horrendas atrocidades que ocurrían -y siguen ocurriendo en las prisiones peruanas-, porque fui trasladado de la gran celda de castigo de los presos comunes al 'Buque', lugar menos tene­broso, junto a los apristas detenidos después del alzamiento de la marinería alentado -por Haya de la Torre el 3 de octubre de ese año.

Desde entonces, pues, conozco y huelo a las dictaduras. En ese ambiente estamos ahora, aunque todavía no haya comenzado el cierre de periódicos.

Pareciera que, por el momento, al gobierno le basta con tener controlada la televisión, la gran distorsionadora de la opinión pública en nuestro tiempo.

lunes, 9 de marzo de 2009

Paco Igartua - por Fernando de Szyszlo

Paco Igartua por Fernando de Szyszlo



Vida de Don Quijote y Sancho (1904) - por Miguel de Unamuno


"...Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado…"


"Defenderán, es natural, su usurpación, y tratarán de probar con muchas y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el caballero no resucite".

domingo, 1 de marzo de 2009

José Luis Bustamante y Rivero – Patriarca de la democracia – por Francisco Igartua

Jose Luis Bustamante y Rivero

UN día de enero del año 1894 nacía en Arequipa, en el seno de una familia numerosa, un niño que con el tiempo llegaría a ser patriarca de la democracia en el Perú. Hallábase agitada la vida política en aquella época y ya se apreciaban los prolegómenos de la crisis que culminarían poco después con el sangriento '95 con balas', inicio del primer caso firme hacia la institucionalidad democrática en el país; paso que dos décadas después, arbitrariamente, fue detenido por la voluntad de aquel prestidigitador de los apetitos populares que fue Leguía. Al nacer, José Luis Bustamante ni siquiera sospechó que él sería el intelecto en el derrocamiento del tirano y, más tarde, el iniciador, en 1945, en el '95 sin balas', de un segundo paso –desgraciadamente fallido- hacia esa institucionalidad democrática. Paso o empresa que todavía no cesa de entusiasmar a muchos peruanos. Se trata de una lucha, por la libertad y la democracia, en la que resuena con frecuencia el mensaje de don José Luis Bustamante y Rivero. Un mensaje que lo sobrevive, que ha quedado profundamente grabado en la memoria del Perú. El mensaje de un hombre que, al cabo de noventa y cinco años fecundos de existencia, nos dejó como legado su larga, persistente e inconclusa lucha por la democracia y el derecho, por el imperio de la ley y de la tolerancia, por la preeminencia de la razón en un Perú descentralizado, con justicia social y desarrollo basado en el respeto al orden jurídico, en el imperio de la ley y no en la voluntad de un ciudadano.

Hoy, en medio de las pobres ceremonias en su homenaje -¡cómo no han de ser pobres los homenajes al patriarca de la democracia en el Perú dictatorial y chicha que vivimos!-, me vuelve a venir con insistencia al recuerdo y a la vista la figura del doctor Bustamante cuando, con sombrero en mano, elegantemente vestido -con esa verdadera elegancia, la que no se nota-, caminaba por las calles del centro de Lima, luciendo la misma dignidad y sencillez con que cruzaba, años atrás, los portales de Arequipa, sea para acudir a la universidad del gran padre San Agustín, a su estudio de abogado o algún cenáculo literario. Tampoco, en ese entonces, era extraña su presencia en conciliábulos donde, medio a oscuras y cuchicheando, se conspiraba para derrocar al tirano. Iban a comenzar los años treinta y un comandante impaciente y audaz había llegado a Arequipa dispuesto a encabezar la rebelión ciudadana contra la dictadura. Letrado y militar aunaron propósitos.

Bustamante fue la mente y la pluma de esos afanes conspirativos que estallaron en revolución victoriosa, en gesta cívica más que militar; en hecho histórico que lleva impresa su huella de poeta metido a político, de hombre sensible no sólo a las musas sino a las angustias ciudadanas y a los afanes libertarios del pueblo. En el Manifiesto de Arequipa de 1930 está grabado su estilo, galano y severo, y se siente su evangélica preocupación por los humildes y desposeídos. En ese Manifiesto, que no lleva su firma, se descubre al hombre apasionado que se escondía en la atildada presencia física del doctor don José Luis Bustamante y Rivero, el inicial ministro de Justicia del comandante Luis M. Sánchez Cerro, de quien discretamente se apartó cuando la irracionalidad comenzó a hacerse dueña y señora de la política peruana.

Bustamante -don José Luis- fue un hombre digno. Digno en el hablar, digno en el vestir, digno en el actuar, digno en el trato con las gentes, digno al gobernar y, si fuera posible adentrarse en las almas, tendría que añadir: digno en el pensar. Fue un varón ejemplar, un hombre íntegro, y no la persona blanda, débil, sin carácter, que creen algunos y muchos evocan. Dentro de sus modales afables, su exquisita cortesía, su correctísimo hablar, había sí una incomparable sencillez, que no es lo mismo que blandura o humildad. Bustamante era orgulloso y apasionado, pero nada había en él del mezquino orgullo de las gentes sin respeto a su propia dignidad y sus pasiones no escondían bajos apetitos ni ruindades. Era orgulloso como los caballeros medievales; su orgullo le servía de centinela de su honra. Y su pasión era evangélica, término que él acuñó ante la multitud en el estadio Nacional, en 1945, para referirse a las inquietudes sociales de las izquierdas, cuando parecía que el destino ¡por fin! iba a ser bueno con el Perú y olvidaría que nos tiene condenados a los infortunios de la tragedia antigua.

Desde sus alturas de filósofo de la historia, de literato, de jurista, Bustamante tuvo honda preocupación por el pueblo, por los peruanos analfabetos y mal alimentados, condenados a la miseria, aunque jamás cayó en tentación demagógica alguna. Quién sabe fuera Bustamante demasiado tímido. De allí su actitud distante frente a la multitud. Fue político a pesar de que no lo pareciera, y político apasionado. O sea que ponía calor en sus ideas, emoción en sus actos, persistencia en sus actitudes; que otra cosa, ajena a don José Luis, es la alharaca, el escándalo, la estridencia.

Me viene a la mente, por ejemplo, los años setenta y ocho y setenta y nueve, cuando unos cuantos ciudadanos luchábamos por lograr que los medios de expresión confiscados por la dictadura volvieran a ser libres. No eran días fáciles, pero tampoco demasiado riesgosos. Sin embargo, muchas personalidades se negaban a poner su firma en los documentos que, reclamando libertad de prensa, poníamos en circulación con cierta regularidad; por lo que, para disipar temores y alentar vanidades, se estableció la costumbre de comenzar por recabar las firmas de los doctores José Luis Bustamante y Jorge Basadre, personajes que desde años atrás gozaban de altísimo prestigio y se habían convertido en intocables, en los patriarcas de la República. Fue así que, en una de esas ocasiones, me tocó presentarme en casa del doctor Bustamante con un documento que yo había redactado. Como siempre me recibió con suma amabilidad y, luego de las explicaciones de rigor, leyó el escrito y, con esa suprema cortesía que hacía que se le notaran más los bigotes, me respondió:

-Mire usted, amigo Igartua, yo firmaría de inmediato este documento y si usted me insiste lo haré, pero creo que la dureza de algunas palabras no le dan mayor vigor al alegato; sin ellas, me parece, el escrito resultará más eficaz sin perder fuerza.

El doctor Bustamante tenía toda la razón. La estridencia -que sólo puede ser pasable en momentos desesperados, como los de ahora, de extrema abulia en la ciudadanía- no le añadía potencialidad a la protesta, se la restaba. Cumplí, pues, su consejo y el documento resultó ser uno de los mejores y más sonados -también de los más inútiles- alegatos en contra de la persistencia de la dictadura en mantener confiscadas a la prensa diaria, a las radios y a las televisoras. Sólo en 1980, cuando se reeditan las jornadas libertarias del 45, es que el presidente recién electo, Fernando Belaunde, firma la resolución que devuelve los medios de expresión a sus legítimos propietarios (salvo el caso de los talleres de OIGA, hasta ahora en manos de sus usurpadores).

Bustamante no fue un literato metido a jurista y a político, como podría parecer si se admitiera -lo que no es cierto- que tuvo una visión poética de la ley y de la política. Fue las tres cosas al mismo tiempo, en las tres brilló con luz propia, sin demasiadas entremezclas.

La opinión pública en general y también la de muchos comentaristas ha sido y es injusta con Bustamante el político. En buena parte por falta de sensibilidad para captar una personalidad infrecuente en nuestro medio y en nuestro tiempo; y también por ignorancia de lo que el Perú requiere y de lo que el doctor Bustamante y Rivero planteó en sus distintas incursiones en la vida política nacional, no sólo como conspirador en el Manifiesto de Arequipa y como presidente de la República en 1945, sino, como ciudadano, en sus varios y orientadores mensajes al Perú. Bustamante entendió siempre -y entendió muy bien- que el Perú necesitaba y necesita, como cualquier pueblo, estabilidad; pero no la estabilidad forzada, producto de la dictadura -que siempre es pasajera- sino la estabilidad que surge de un sistema legal respetado y respetable, continuado, sin constantes variaciones, además de moderno y acorde con las exigencias de justicia social de la hora.

Bustamante deslumbra políticamente con el Memorándum de La Paz, documento que le sirve de contrato para aceptar la candidatura a la presidencia por el Frente Democrático Nacional de 1945 y para puntualizar lo que su gobierno haría y lo que no estaría dispuesto a hacer. En ese memorándum Bustamante señala con meridiana claridad lo que el Perú reclama y lo que él como presidente puede y debe hacer: sentar las bases, los cimientos de una democracia que nos diera la estabilidad jurídica, social y política que andábamos y andamos buscando desde la fundación de la República. Explícitamente ofrecía un gobierno que fuera etapa de transición hacia esa meta concreta, que era lo realista, lo posible. Y no soñaba con ilusas revoluciones sociales ni planeaba obras públicas faraónicas. Su gobierno debería ser la transición de la anarquía y el autoritarismo infecundo -situación normal en el país- a un orden jurídico estable, democrático, tolerante, punto de partida para un sólido desarrollo económico y social. Nada más y, también, nada menos.

El Perú no entendió a Bustamante presidente de la República. Y menos que nadie, por torpe impaciencia, lo entendió el Apra; que no se dio cuenta que el planteamiento realista del doctor Bustamante y Rivera -propio de un Político con mayúscula- sólo podía tener como inmediato beneficiario al único partido organizado en ese entonces y que, por lo tanto, el seguro continuador del régimen democrático iba a resultar siendo Víctor Raúl Haya de la Torre. Aunque, si los planes de Bustamante tenían éxito, Haya quedaría obligado a ser continuador no de las trágicas y sangrientas disidencias de los años treinta ni del autoritarismo siguiente, sino continuador de un régimen legal bien establecido, democrático, de verdad abierto a todas las modernas tendencias económicas y políticas, muy alejado de "sólo el aprismo salvará al Perú".
El Perú no entendió que le había llegado la hora de civilizarse, de alcanzar seguridad jurídica, de poner las piedras de los cimientos para el desarrollo futuro. Unos quisieron que Bustamante hiciera el papel de mandón -que no era el ofrecido por él ni el que su temperamento podía desempeñar- y otros le exigían ponerse a sus órdenes, como si la presidencia de la República pudiera ser una especie de lacayaje al servicio de los partidos con poder o de los poderosos con grandes intereses. Nadie comprendió que no era hora de enjuagues, de quimbas ni de quiebres de cintura o de látigo. Que por demasiados latigazos dictatoriales y por excesivas criolladas, por tanta politiquería, el país estaba -y está- fatigado, exhausto, caminando al filo del abismo.

Bustamante tenía un alto concepto de la actividad política -para él la política era un apostolado laico- y le era, por lo tanto, repulsivo el teje y maneje de las repartijas electorales, del menudo toma y daca, de la política rebajada al juego de intereses personales. En esta cuestión clave para entender a Bustamante político tuve ocasión de ser testigo de excepción en una de sus ejemplares actitudes.

Corría el año 1944 o comenzaba 1945 -más seguro lo primero que lo segundo- y yo era un joven universitario hacía poco iniciado en el periodismo. Por razones de amistad acudía con frecuencia a la hora del almuerzo a la casa de la familia Pastor Bebin, íntimos de los Bustamante y sus anfitriones cuando el entonces embajador del Perú en Bolivia visitaba Lima.

Una tarde llegó don José Luis con gesto adusto. Horas antes había salido acompañado por el doctor Roberto Mac Lean, amigo y representante del presidente Manuel Prado en gestiones de muy alto nivel.

Sentados a la mesa, al momento de servirse, el doctor Bustamante lanzó, como desahogándose, este brevísimo comentario:


-Es lastimoso que en un país -se refería al Perú, su patria bien amada-, se pueda ofrecer la presidencia de la República en bandeja de plata, como si fuera un manjar que se reparte desde lo alto y no un deber que cumplir requerido por los votos del pueblo.

Bustamante acababa de llegar de Palacio de Gobierno, después de haber declinado -seguramente con irreprochable cortesía, pero también con altiva dignidad y firmeza- la candidatura a la presidencia que le ofrecía Manuel Prado.

Este es el Bustamante político. Hombre íntegro, de firmes convicciones -sin hacer gala de ellas-, que sabía estar con el reloj a la hora, perfectamente enterado de las corrientes emocionales e ideológicas que se producían dentro y fuera del país. Un político dispuesto a hacer patria enseñándonos a emplear la ley, el respeto a la legalidad, como fundamento de la estabilidad económica, moral y política. ¡Y pensar que se le acusó de ser un espíritu demasiado elevado para comprender la realidad! Unas pobres gentes apenas hábiles en las marrullerías de la política de campanario, responsables por lo demás de buena parte de los males nacionales e ignorantes de nuestras necesidades, se atrevieron a referirse a la calidad de jurista y de poeta de Bustamante para apostrofarlo, injuriarlo y negarle título para ser presidente del Perú.

Para OIGA, estos días de centenario, de homenaje al doctor José Luis Bustamante y Rivero, al patriarca de la democracia peruana, son de profunda meditación en su mensaje, continuador del legado de ese otro patriarca de la democracia, el héroe del 95 con balas, don Nicolás de Piérola. De meditación y de recuerdo. ¡Cómo olvidar en esta casa a Bustamante! al político ejemplar y al ser humano de espíritu refinadísimo, increíblemente tierno en confidencias enternecedoras sobre el cariño a los suyos y a su Arequipa ancestral, a la vez que frío y sosegado en sus consejos, atinado en sus advertencias y hasta duro -aunque jamás altisonante- en el momento del enfrentamiento por sus ideas.

Lo veo, siento casi el calor de sus manos en mis manos, cuando hace cuatro o cinco años atrás subió las estrechas escaleras de mis oficinas de San Isidro para saludarme, no recuerdo con qué motivo, y alentarme a seguir en la pelea. A no cejar en el combate. A tener siempre presente que, en cualquier situación de litigio -sea político o laboral-, mientras no se restablezca primero el imperio de la ley, no habrá trato que pueda ser estable ni fecundo. A no olvidar que, al poner de lado a la legalidad, se abren las puertas de la dictadura o de la anarquía, de la disolución nacional.

Huella demasiado honda dejó en esta casa el doctor don José Luis Bustamante y Rivero. Jamás podré olvidar que OIGA nació hace cuarenta y seis años -noviembre de 1948-, en una de las tantas horas luctuosas de esta infortunada patria, con un propósito muy preciso: dejar escuchar un grito de protesta -por eso se llama OIGA esta revista- por un hecho inicuo que acababa de producirse en el Perú. El presidente constitucional, el intachable político, el literato de madrigales y pulquérrimas prosas, el sabio jurista que respondía al nombre ya ilustre de José Luis Bustamante y Rivero, había sido derrocado por la soldadesca -pagada por la misma derecha que hoy, en 'Expreso' reivindica a Odría y a Prado como adelantados de Fujimori-; derrocado bajo la acusación de "no haber reparado el techo de un cuartel en Huancané". Así, como se lee: ¡porque, en Huancané, había un cuartel con el techo dañado! tuvo que salir de Palacio, por la imposición de las armas, el doctor Bustamante, el hombre que le dio al Perú las 200 millas marinas, el renombrado jurista que años después llegaría a la presidencia de la Corte Internacional de La Haya.

Contra esta vergüenza, contra semejante aberración que ofende a la inteligencia y al decoro moral, para reparar en algo el descrédito peruano, es que el juvenil grito de OIGA salió a las calles en 1948.

Más tarde no fueron pocos los momentos de emoción cívica y de comunión de ideales que viví cerca del doctor Bustamante: Notas del destierro, el mensaje al Perú, su retorno triunfal a la patria. En todas esas circunstancias estuve en primera fila, fui testigo directo y protagonista de los acontecimientos. Me tocó ser responsable ante la dictadura por esas publicaciones. No me corrí del puesto de combatiente por la libertad que el destino me fijó al lado de Bustamante, del jurista y poeta que alzó la bandera del 45 y le dio conciencia y nombre a mi generación.