UNA VIDA MÁS, COMO LOS GATOS, ¿POR
QUÉ NO?
La última agonía de Oiga duró varias semanas. Después de la
edición del 11 de agosto de 1995 la revista, sin previo aviso, desapareció de
los quioscos. Paco Igartua, enfundado en su inconfundible poncho serrano,
deambulaba por el Paseo Parodi, el último refugio al que se trasladó su revista
para morir sola, triste y abandonada, como reza la letra de un viejo vals
criollo. Ya no había nada que hacer. El emperador había bajado el dedo y hasta
gentes a las que tendió la mano cuando no eran nadie –como el presidente del
Seguro Social, el mudo que ahora funge de alcalde de Lima– se escondían para no
colocar avisos o no pagar los ya publicados, que hubieran podido inyectar un
soplo de vida al moribundo.
Paco ordenó la venta de la residencia de San Borja –el único
local propio que tuvo Oiga a lo largo de su accidentada existencia– y de todo
lo que pudiera convertirse en dinero para cancelar los beneficios sociales del
personal de la revista. Pero Oiga, el mejor semanario político del Perú, cuyos
análisis eran comentados por otras publicaciones famosas en el mundo, como Le
Point, Le Novel Observateur de Francia; Time y Newsweek de los Estados Unidos,
Sette Giorne de Italia o Der Spiegel de Alemania Federal; no podía morir así
nomás, como un “N.N” cualquiera.
Fue así que con el apoyo de entrañables amigos y la
colaboración desinteresada de su personal, Oiga reapareció el 5 de septiembre,
en un número de colección que se tituló: “ADIOS con la satisfacción de no haber
claudicado”.
En su editorial de despedida, Paco Igartua explica que:
Cierra OIGA para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son
de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la
tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio
de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado
mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad –con lo que cada uno cree
es lo cierto— y en el curso del camino fuimos perdiendo amigos, contactos,
benefactores, sobre todo amigos que alguna vez encontraron acogida en estas
páginas y cuyas causas defendió OIGA con calor.
Periodista al fin, luchador golpeado por la inclemencia
cuartelaria de las dictaduras, desarraigado de su hogar y de su patria,
cargando a su familia a cuestas por otras tierras felizmente amigas, Igartua no
quiere rendirse, sin embargo, y en un último gesto de rebeldía y esperanza
pregunta a sus lectores: ¿Por qué el cierre de esta quinta etapa de la azarosa
existencia de OIGA no puede significar solamente un alto en la batalla? ¿Por
qué tiene que ser imposible una sexta y hasta una séptima vida, como los gatos,
insistiendo en que los grandes programas económicos, los brillantes
empréstitos, la magia de las finanzas, las apabullantes obras físicas, el
crecimiento espectacular del turismo, no serán reales, sino sólo apariencias,
si los peruanos siguen apartados de la cultura cívica, sin entender que el
meticuloso respeto a la ley –tanto de los de arriba como los de abajo— es el
único cimiento sólido para un desarrollo verdadero y sostenido?
aco ordenó la venta de la residencia de San Borja –el único local propio que tuvo Oiga a lo largo de su accidentada existencia– y de todo lo que pudiera convertirse en dinero para cancelar los beneficios sociales del personal de la revista. Pero Oiga, el mejor semanario político del Perú, cuyos análisis eran comentados por otras publicaciones famosas en el mundo, como Le Point, Le Novel Observateur de Francia; Time y Newsweek de los Estados Unidos, Sette Giorne de Italia o Der Spiegel de Alemania Federal; no podía morir así nomás, como un “N.N” cualquiera.
ResponderEliminarFue así que con el apoyo de entrañables amigos y la colaboración desinteresada de su personal, Oiga reapareció el 5 de septiembre, en un número de colección que se tituló: “ADIOS con la satisfacción de no haber claudicado”.
ResponderEliminarEn su editorial de despedida, Paco Igartua explica que: Cierra OIGA para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad –con lo que cada uno cree es lo cierto— y en el curso del camino fuimos perdiendo amigos, contactos, benefactores, sobre todo amigos que alguna vez encontraron acogida en estas páginas y cuyas causas defendió OIGA con calor.
ResponderEliminarPeriodista al fin, luchador golpeado por la inclemencia cuartelaria de las dictaduras, desarraigado de su hogar y de su patria, cargando a su familia a cuestas por otras tierras felizmente amigas, Igartua no quiere rendirse, sin embargo, y en un último gesto de rebeldía y esperanza pregunta a sus lectores: ¿Por qué el cierre de esta quinta etapa de la azarosa existencia de OIGA no puede significar solamente un alto en la batalla? ¿Por qué tiene que ser imposible una sexta y hasta una séptima vida, como los gatos, insistiendo en que los grandes programas económicos, los brillantes empréstitos, la magia de las finanzas, las apabullantes obras físicas, el crecimiento espectacular del turismo, no serán reales, sino sólo apariencias, si los peruanos siguen apartados de la cultura cívica, sin entender que el meticuloso respeto a la ley –tanto de los de arriba como los de abajo— es el único cimiento sólido para un desarrollo verdadero y sostenido?
ResponderEliminar