El alma vasca de Paco Igartua
Por Jhon Bazán
Francisco Igartua Rovira, periodista peruano de raíces vacas,
es más conocido por su aporte fundacional al periodismo de opinión peruano
–como que fundó las dos revistas medulares de la vida política del siglo 20 aún
proyectándose al siglo 21: Oiga y Caretas, esta última siguiendo aún sus
lineamientos editoriales-; pero su aporte a la unidad vasca no es tan conocido
y merece ser también resaltado.
Igartua se reconoció vasco tempranamente, y se imbuyó en las
preocupaciones de la nacionalidad lejana que le legó su padre, al punto que –ya muerto este- viajó hasta su pueblo
natal, encontró a los familiares que aún vivían, y luego hizo casi un ritual
del peregrinaje a Oñate, el pueblo de donde salió su progenitor en busca de su
destino, y más precisamente al caserío Berotegui del barrio Goribar donde
estuvo su casa paterna.
En Lima fue uno de los más activos reactivantes de la unidad
vasca y de su vínculo con el gobierno vasco que luchaba por reconquistar una
presencia autónoma; y fue él, precisamente, quien exhumó la verdad de la unidad
vasca en América estableciendo que fue en Lima que se fundó una de los más
antiguas Euskal Etxea –Centro Vasco– de que se tenga noticia, alrededor de la
Virgen de Arantzazu, propiciada por la Hermandad Vascongada.
Estuvo en dos congresos mundiales de las colectividades
vascas y todas las personas con las que he conversado señalan sus aportes y su
espíritu conciliador cuando surgían las discrepancias.
Josu Legarreta, quien por años tuvo a su cargo los contactos
del gobierno vasco con los centros vascos de ultramar, recuerda a Igartua como
un gran conversador. En un artículo inédito que ha escrito en forma de carta a
Paco Igartua dice: “Pero no sólo
hablábamos de Euskadi. Perú era también uno de nuestros temas preferidos. Y
correspondiste más que sobradamente a mis curiosidades sobre la situación
socio-política de este gran país: de sus
Partidos Políticos, de los diversos Gobierno, de la situación económica, del
Sendero Luminoso, de las poblaciones marginales, de los sectores indígenas, de
tu vida de destierro en Chile, México y Panamá, de tus relaciones con Fidel
Castro, con Vargas Llosa, etc, etc. Tu actitud de respuesta me resultó
sumamente agradable e interesante. Si me permites proseguir con mi confesión de
recuerdos, hablaré de todo ello, aunque en primer lugar quiero resaltar en qué
medida me afectaron tus comentarios sobre las formas de vida de las poblaciones
marginales”.
Y al recordar la intervención de Igartua en el Congreso
Mundial de las Colectividades Vascas de 1995 dice: “He vuelto a releer el texto de tu
intervención. He visto en él a mi amigo Paco con su eterna actitud de renuncia
al autohalago: dices que habías “sido
invitado al Congreso como acompañante de la delegación del Perú”. Pero ésta no
es la verdad: tú fuiste invitado por el propio Lehendakari (Presidente vasco)”.
Es que así era Igartua: desprendido y abierto, preocupado por
los demás, por el país, por la democracia, por la cultura y en el fondo de todo
ello, preocupado también por el mundo vasco que supo apreciar porque lo llevaba
en la sangre.