Canta Claro
Por FRANCISCO IGARTUA
HAY UNA PERVERSA LÍNEA DIVISORIA
ENTRE MILITARES Y CIVILES
En estos días electorales vemos,
entre sonrientes y asombrados, a un candidato (Castañeda) asegurando que él no
hace ni hará guerra sucia, creyendo que nosotros (no sé si la multitud) nos chupamos
el dedo y no hemos reparado que él, Barba y Rey son la misma candidatura,
mientras su oponente (Andrade) cae en la trampa de la agresión por interpósitas
personas. Por lo tanto, con la vaga esperanza de que el debate de mañana sea
una seria confrontación de ideas y no una riña con barras en mitad de la calle,
prefiero (dejando la solemne primera persona del plural) no tocar el tema
electoral y dedicar estas líneas a hacer memoria de lo que ocurrió en esta
desdichada nación hace diez años. En abril del 92 un grupo de militares dio un
golpe de estado para atornillar en la presidencia a Fujimori y, en noviembre,
otros militares salieron en defensa de la Constitución haciendo uso del derecho
de insurgencia, que en este caso era mandato constitucional, ya que los insurgentes
sabían lo que le esperaba a la República con el plan de 20 a 30 años que se habían
trazado los golpistas.
Comportamientos que daban
vergüenza
En abril de ese año las protestas
ciudadanas y las de la prensa (salvo excepciones) fueron minúsculas y muchas
sólo para salvar la cara. En noviembre el comportamiento de periódicos y
ciudadanos fue vergonzoso. A quienes se habían sublevado, arriesgando la vida,
en defensa del orden constitucional y democrático, se les tildó de ambiciosos,
alteradores del orden y jgolpistas! En este pobre país donde nunca se ha
entendido que el orden público no es sometimiento de gobernados a mandatarios
sino convenio de relación entre ciudadanos y gobernantes, un pacto social que,
si se cumple, nos haría nación civilizada; en este territorio de desconcertadas
gentes (como decían con razón nuestros mayores), donde hasta ahora no se
entiende que rebeliones militares como aquella del 13 de noviembre del 92 son
voces de alerta para que comprendamos que, el orden constitucional e
institucional es respeto a la ley establecida y no a la ley que los golpistas
imponen con el señuelo de "poner orden", el falso orden en el que se
ha mecido desde siempre nuestra República.
Obligaciones incumplidas
La traición y la deserción (que
son una constante en la historia peruana) hicieron fracasar el 92 aquella noble
rebelión de militares con sensibilidad democrática. Un gesto que, sin embargo,
no fue del todo inútil, pues sirvió para desnudar el temple del cabecilla
golpista. Fujimori, igual que años después, corrió a refugiarse en la embajada
del Japón; y, luego de fracasada la rebelión, impuso el orden de siempre. Inventó
un magnicidio, fraguó documentos y llevó a los oficiales constitucionalistas
(ante el silencio mayoritario de la prensa y la ciudadanía) a una pantomima de
juicio militar, no sin antes haberlos vejado encerrándolos en el penal Castro
Castro, luego aislándolos en un viejo cuartel con ventanas tapiadas y, por
último, confinándolos durante 31 meses en el Real Felipe.
Amnistiados el 16 de junio de
1995, salieron en libertad, pero sus derechos son conculcados hasta hoy, como
si el viejo "orden" no perdiera imperio. De nada ha servido la Ley
27436 del 15 de marzo de 2001, pues los líderes insurrectos no son repuestos y se
les niega el ascenso, la recuperación de sus tiempos de servicio y otros
merecimientos que, sin solicitud de por medio, se les debería reconocer.
He querido recordar el acto de
rebeldía del 13 de noviembre de 1992 para que sirva de ejemplo a los militares
jóvenes y a la civilidad toda, hoy lista para hacer uso de las urnas en
libertad, aunque, en el caso de las elecciones regionales, sin normas ni
concierto establecidos.
Es extraño que el Congreso no
pueda reivindicar plenamente a los rebeldes del 92, a pesar de que esa negativa
pueda llevar a muchos peruanos de mente despejada a sospechar que nuestros
políticos, con la ceguera de siempre, hayan trazado una línea divisoria entre
civiles y militares, como si todos los milita-res hubieran sido cómplices de
Fujimori, Montesinos y Hermoza. A sabiendas de que son más los civiles (entre
ellos Fujimori y Montesinos) los que salieron beneficiados de la dictadura
legalizada por la OEA ese mismo año de 1992. Es extraño que el Congreso no les
haya otorgado un reconocimiento mínimo a quie-nes expusieron su vida (el
general Salinas fue perseguido a balazos) para reabrir el Parlamento clausurado
por Fujimori y entregar el mando al legítimo presidente (San Román). Y también
es extraño que el actual presidente constitucional, doctor Toledo, no ordene
reconocer de una vez por todos los méritos de quienes cumplieron el mandato
constitucional de insurgencia contra el golpismo.
Fuente:
FONDO EDITORIAL PERIODISTICA OIGA
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