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646 zenbakia
2012 / 11 / 14-21
Ciga, pintor de
esencias y verdades. Intérprete del alma y de la sociedad de su tiempo
Pello FERNÁNDEZ OYAREGUI, Catedrático de Historia de
Enseñanza Secundaria, Profesor de Historia del Arte y Secretario de la
Fundación Ciga
El objetivo de esta monografía y catálogo, es constituirse en
la obra de referencia en el análisis y la interpretación de la obra artística
de Javier Ciga. Fruto de una exhaustiva labor de investigación, se ha ahondado
en sus circunstancias vitales, compromiso político, además se ha hecho un
profundo estudio de contextualización y análisis de su obra en base a los
elementos pictóricos, géneros, elementos técnicos, evolución artística,
comentario de las obras, magisterio pictórico. La segunda parte está dedicada a
la catalogación de la obra, que recoge toda la producción plástica del artista,
que en la actualidad superan las 660 obras, cada una de ellas con su ficha
catalográfica.
Javier Ciga Echandi (Pamplona - Iruñea 1877 - 1960), por
lazos familiares quedará ligado al Baztan, donde pintó paisaje y paisanaje,
recreando los tipos y costumbres de este valle.
La obra de Ciga, hunde sus raíces en el Posromanticismo y en
el Realismo, del primero tomará su amor a la tierra y a las gentes que
inspiraron su obra, del segundo su obsesión por plasmar la realidad, sin caer
en el academicismo o el perfeccionismo vacío, logró trascender a lo que
verdaderamente es importante y está detrás de la apariencia, que es el ser y la
esencia que dan sentido y fundamento a su obra.
Su formación clásica, parte del rigor técnico y del oficio
bien aprendido, todo ello afianzado en la Academia de San Fernando, en su etapa
madrileña entre 1909 y 1911.
En la estancia parisina completó su formación en las
academias (Julian, Grand Gaumière y Colarossi). Así mismo supo extraer lo mejor
de la pintura pleinarista, que ya nunca abandonaría, así como técnicas y
estilos que van del Impresionismo y Postimpresionismo al Constructivismo
cezaniano, de forma muy tamizada y personalizada, de tal manera que quedaron
totalmente integrados y sintetizados en su pintura. Participó en el Salón de
Primavera parisino de 1914, con su obra El mercado de Elizondo. El estallido de
la Primera Guerra Mundial, truncará su posible proyección internacional,
volviendo a Pamplona.
Se inicia su etapa de madurez entre 1915 y 1936. Participó en
los eventos artísticos más relevantes, Exposiciones Nacionales de Madrid de
1915 en la que presentó Despachando chacolí y 1917 con su gran obra Un viático
en el Baztan y realizó una importante y fecunda labor artística, donde destacan
La yunta, Sagardian; estas obras como la anteriormente citada El Mercado de
Elizondo, son auténticos testimonios de su tiempo, donde se recogen las
costumbres y esencias del pueblo vasco que tan vivas se encontraban en Baztan.
Desde el punto de vista artístico constituyen verdaderas obras maestras tanto
por su dominio del dibujo, complejidad compositiva, perspectiva, color y
tratamiento de luces y sombras. Al igual que Velázquez, conseguirá introducir
la atmósfera y el espacio real dentro del cuadro.
En esta etapa sobresale el retrato, elevando este género a su
máxima categoría, convirtiéndose en el retratista oficial de la burguesía
navarra. Continuando con la tradición romántica, le interesaron los fondos
neutros pero matizados, la dignificación de sus modelos, captación física y
psicológica del retratado. Por medio de la luz, resaltó rostro y manos. La
tipología de los retratos es muy amplia, de cabeza, busto, de medio cuerpo,
tres cuartos, cuerpo entero (Retrato de mi mujer), de frente, de perfil
(Eulalia), ladeados, infantiles (Natitxu, Migueltxo, Felitxu, Niña con uvas)
familiares, de distintas profesiones (médicos, abogados, notarios, políticos),
autorretratos etc.
En cuanto a las técnicas y géneros, fue rico y variado en su
ejecución. De las primeras sobresale el óleo y de los segundos el retrato, la
pintura etno-simbólica y el paisaje, en los que dejó claramente demostrada su
maestría.
Retrató las individualidades de la élite económica, política,
cultural, pero sobre todo dio testimonio de la vida del pueblo y de la cultura
que tanto amó en sus múltiples manifestaciones, legándonos un rico documento
etnográfico y creando un imaginario iconográfico muy personal. Es en este campo
donde Ciga hace su mayor aportación pictórica, superando el costumbrismo para
crear la pintura etno-simbólica, donde muestra la vida y cultura de un pueblo
en toda su complejidad y donde los elementos simbólicos nos llevan a un mundo
más trascendente y esencial.
Además de su faceta de pintor, sobresale la de docente, como
maestro de maestros, proyectándose su influencia en la siguiente generación.
Durante más de cuarenta años, cual atelier parisino, la Academia Ciga fue un
centro vivo de aprendizaje.
Mostró precisión y rigor tanto en el dibujo como en la
composición, acertó como pocos en el tratamiento de la perspectiva,
consiguiendo representar el espacio real, se sintió atraído por los juegos de
luces y sombras. Se empleó con gran cuidado en el color y sus ricas
matizaciones, dentro de una esmerada armonía tonal.
Podemos calificarlo como el maestro de la pintura serena, sin
ampulosidades ni estridencias. Huye de la artificiosidad y de la complicación
fácil. Su principio es la economía de medios, que no sólo define el buen gusto,
sino que es el eje que da carta de naturaleza a la pintura de Ciga, donde no
falta ni, sobre todo, sobra nada.
Verdad también será su vida y su compromiso ideológico y
político con el nacionalismo y con la cultura vasca en general, que formó parte
de su existencia vital, aunque por ello tuviera que sufrir las graves
consecuencias que le llevaron a sufrir los malos tratos y la cárcel durante año
y medio (1938-39), teniendo consecuencias muy negativas para su evolución
pictórica, que da paso a la última etapa (1940-1960), en la que su capacidad
creativa y maestría pictórica sufren una considerable merma acorde con su
decadencia vital.
Ciga es el mejor exponente y la mayor aportación a la pintura
vasca desde Navarra, constituyendo un genuino nexo de unión de estas dos
maneras de pensar y de ser. Muchos apelativos ha recibido nuestro pintor en
torno a esta idea, pero el que mejor le define es el de “paradigma de la
pintura vasca en Navarra”, ya que son estas dos realidades las que conforman el
universo de Ciga.
Siguiendo postulados heideggerianos, podríamos decir, que la
obra de Ciga posee una dimensión ONTOLÓGICA, ya que ante todo, en su obra late
el SER, superando la mera representación de figuras y objetos para llegar a la
esencia, entendida como verdad misma. En su obra detrás de la apariencia
sencilla, siempre hay un más allá, muy rico conceptualmente hablando. El ser
conforma e impregna su obra, dándole un carácter existencialista que nos lleva
a calificar su pintura como REALISMO TRASCENDENTE o METAFÍSICO, en su acepción
literal del término. Por encima de todo,
Javier Ciga fue PINTOR DE ESENCIAS Y VERDADES E INTÉRPRETE
DEL ALMA Y DE LA SOCIEDAD DE SU TIEMPO.
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