ADIOS CON LA SATISFACCIÓN
DE NO HABER CLAUDICADO
AMIGOS Y
ENEMIGOS
Otra vez el
Cuzco (*)
Querido
amigo:
Quizás esta
carta debería referirse solamente a la aflicción que nos causa estoy seguro a
un enorme grupo de habitantes de este país, la anunciada desaparición de OIGA.
Sentiremos profundamente su falta, sobre todo en un momento como el presente en
que la oposición parece diluirse aplastada por una mayoría arrogante y una
dudosa búsqueda de unanimidad. Mantenemos viva la esperanza, sin embargo,
porque recordamos la tenacidad y la energía con que OIGA ha sabido renacer
muchas veces de circunstancias igualmente adversas.
Ahora quería
compartir con sus lectores las impresiones que traigo de un reciente viaje al
Cuzco adonde he regresado después de nueve años. No es el propósito de estas
líneas relatar el deslumbramiento repetido ante la misteriosa cueva de Kenko,
el reencuentro con la geometría palpitante de Machu Picchu o la admiración
renovada ante la fortaleza de Sacsayhuamán –De la que alguna vez José María
Arguedas me dijo que una de las traducciones de su nombre en quechua podría
ser: “el Halcón satisfecho”–, sino de tratar de contribuir a su defensa y mejor
preservación. Porque si hablamos de la conservación y el ornato del Cuzco no
nos estamos refiriendo a un asunto que concierne únicamente a las autoridades
locales de esa ciudad sino a algo que afecta el más importante patrimonio
cultural de este país en todo el profundo significado de la palabra.
Es preciso
decir antes que nada que la ciudad luce más limpia y cuidada que nunca. Pero es
preciso también decir que las autoridades municipales se han excedido,
seguramente con muy buena voluntad, al ornamentar, o mejor dicho al tratar de
ornamentar la ciudad con unos monumentos que calificarlos solamente de feos y
de pésimo gusto, dejaría de lado el aspecto más criticable de su presencia en
las calles de la ciudad: Tanto el Cuzco inca como el Cuzco colonial son
muestras de una concepción de ciudad deliberada, mente severa y concebida para
ser un centro político y ceremonial. No ciertamente para exhibir esculturas de
pésimo gusto y factura aún si con ellas se trata de exaltar a personas o
conceptos que lo merecen. Adjunto unas fotografías tomadas de algunos de los
“monumentos” en cuestión y que hablan por sí solas. Me permito hacer notar que
a la derecha del monumento al cóndor hay unos carteles del Municipio de Wanchaq
que realmente no contribuyen a mejorar el paisaje urbano. De todos estos
ejemplos seguramente el más criticable es el monumento a Pachacutec.
(Desgraciadamente no hay foto de éste último).
Nuevamente al
contemplar el paisaje me encontré con la visión, al momento de aterrizar, y más
tarde desde casi todos los rincones del Cuzco, de la deliberada deformación y
destrucción del Valle que rodea la ciudad con unos enormes letreros grabados en
los cerros –cerros que para todo amante del Cuzco deberían ser sagrados, como
lo eran para los primeros cuzqueños–, letreros con Vivas al Perú, inscritos
originalmente por soldados, que equivocadamente nos participan su amor a la
patria, desfigurando su territorio, y –la mala moda prende– ahora también por
escolares mal dirigidos por patrióticos maestros.
Una última
decepción: este viaje tenía por uno de sus primeros motivos ver la serie de
cuadros cuzqueños de la Procesión del Corpus del Museo del Arzobispado de la
Ciudad. En el Museo me dijeron como toda explicación que los cuadros no estaban
allí hacía mucho tiempo. Sería importante que estos cuadros, indudablemente,
las obras maestras del arte colonial cuzqueño, fueran colocados en este o
cualquier otro Museo para su apreciación por el público sea simplemente turistas
o estudiosos de la historia del arte.
Es casi un
lugar común decir que el Cuzco es la ciudad más interesante de este país, que
es la más peruana, la que mejor muestra las vertientes que constituyen nuestra
identidad y también, la más bella. Si Cuzco no existiera la idea que nos
hacemos del Perú sería distinta, más pequeña, la noción de la existencia de un
Perú anterior a la llegada de los españoles tendría menos sustento físico,
menos cuerpo: sería menos real. El Cuzco es una parte importante de lo que
hemos recibido del pasado, indígena y colonial, y constituye por ello una grave
responsabilidad para las autoridades encargadas de su custodia, responsabilidad
que a todas luces deberían compartir con la asesoría de una comisión de
expertos y personas versadas no solamente en historia, sino en arte y
urbanismo.
Con un abrazo
Fernando de
Szyszlo
(*) Me alegró
ver un artículo de Carlos Rodríguez Saavedra en el que reclama la ortografía
tradicional para el nombre de la ciudad del Cuzco. Los nombres de las Ciudades,
evidentemente, no pueden estar a merced de sus Concejos Municipales.
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