FRANCISCO IGARTUA
EDITORIAL "Adios, amigos y enemigos"
Revista Oiga 5/09/95
En cualquier despedida algo se va de nuestra existencia y en
cada adiós morimos un poco. Y siendo éste un adiós con resonancias mayores,
grande es la sensación de acortamiento de la vida que acompaña a mi lápiz en
estas líneas, aunque en el cerebro se me vaya afirmando la esperanza de que
este adiós sólo será un alto en la larga batalla de Oiga por lograr que los
ciudadanos del Perú comprendan que el verdadero desarrollo se logrará
únicamente cuando construyamos una democracia, cuando hagamos de esta patria
nuestra un estado de derecho, basado en el imperio de la ley. ¿Por qué el
cierre de esta quinta etapa de la azarosa existencia de Oiga no puede
significar solamente un alto en la batalla? ¿Por qué tiene que ser imposible
una sexta y hasta una séptima vida, como los gatos, insistiendo en que los
grandes programas económicos, los brillantes empréstitos, la magia de las
finanzas, las apabullantes obras físicas, el crecimiento espectacular del
turismo, no serán reales, sino sólo apariencias, si los peruanos siguen
apartados de la cultura cívica, sin entender que el meticuloso respeto a la ley
–tanto de los de arriba como los de abajo— es el único cimiento sólido para un
desarrollo verdadero y sostenido?
Aunque, desgraciadamente, no es del porvenir –aún muy incierto—
que me toca tratar en esta nota editorial. Me corresponde referirme a los
hechos puntuales del presente, o sea repetir lo que escribí hace dos semanas a
mis amigos: Oiga ya no volverá a aparecer. Después de 33 años de llegar
semanalmente a manos de nuestros lectores –salvo algunas interrupciones, unas
breves y otras prolongadas, motivadas por clausuras y una deportación en
México— queda interrumpido este largo diálogo que veníamos sosteniendo con
nuestros lectores.
¿Diálogo?, se preguntarán con sorna más de uno de los
lectores de Oiga que no nos quieren y responderé diciendo con el maestro
Unamuno que, bueno, que no serán diálogos –tan inservibles como esos catecismos
con preguntas y respuestas— sino autodiálogos, diálogos consigo mismo, con las
inquietudes que en mí despertaba la actualidad y los problemas que esa
actualidad creaba en mi conciencia.
Oiga ya no volverá a aparecer. La cierra, no obliga a
autosilenciarnos, el acoso que la revista viene sufriendo desde hace diez años.
He tomado esta decisión en consulta con mis asesores más cercanos,
principalmente con Jesús Reyes, quien me viene acompañando casi desde el día
–hace 33 años— que retomé la aventura de Oiga, iniciada en noviembre de 1948,
como respuesta de mi generación al cuartelazo del general Odría contra el
presidente Bustamante y Rivero, el hombre que inútilmente intentó que este país
de desconcertadas gentes entendiera el valor de la democracia, de la cultura
cívica, del acatamiento al imperio de la ley y no al mandón de turno.
Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus
ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de
la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la
corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El
pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su
verdad –con lo que cada uno cree es lo cierto— y en el curso del camino fuimos
perdiendo amigos, contactos, benefactores, sobre todo amigos que alguna vez encontraron
acogida en estas páginas y cuyas causas defendió Oiga con calor.
Pero ¿qué importa lo ganado o lo perdido en la ruta? Sí me
importa morir con dignidad, con la altivez con que vivimos estos últimos 33
años de Historia del Perú.
He dicho que hubo acoso y podría relatar las presiones
sufridas por la imprenta donde se imprimía Oiga –imprenta permanente perdedora
en las licitaciones a las que acudía— pero no quiero crear problemas a terceros
que actuaron con entereza hasta que se les quebró el ánimo de ayudarnos.
Hablaré, pues, de acoso sin añadir detalles, dejaré la palabra colgada en el
aire. Y en cuanto al acoso tributario sí seré algo más preciso, por la ayuda
que desde estas últimas páginas puedo prestar a mis colegas de la prensa
escrita, colocados en situaciones parecidas a las que han llevado a Oiga a
decir adiós a sus lectores.
Sí hay acoso tributario y es penosa la voz de los
fundamentalistas del liberalismo, de los ayatolas del fujimorismo, cuando
gritonean que no debe haber excepciones en las normas tributarias al referirse
a los impuestos al papel y al IGV sobre la venta de periódicos y revistas –IGV
que no puede ser trasladado a los canillitas— y callan, poniéndose siete
candados en la boca, cuando se exceptúa del IGV a los negocios de la educación,
cuando se libra de IGV a los negocios en la Bolsa y cuando el Estado excluye de
ese impuesto –para que no quiebren— a las AFPs.
Sí hay un acoso tributario contra la prensa, que se hace
extensiva a los libros, a la lectura en general. Y haciendo prohibitiva la
lectura, justo en el quinquenio de la Educación, se escarnece al más elemental
derecho de un educando: poder leer con libertad. (Entendiéndose por educandos
no sólo a los párvulos de los colegios sino también a los mayores, quienes sólo
leyendo se irán graduando en una materia en la que no se cesa de aprender, en
cultura cívica). También es burla cruel mantener ese 18% de IGV a las medicinas
y a los alimentos básicos en un país de tuberculosos, muertos de hambre y con
salarios miserables. ¿Por qué? –repetimos como tantas otras veces— se ensaña la
tributación con la cultura, la salud y la alimentación básica y sí encuentra
razones para ser benévola con las especulaciones financieras, las AFPs y las
empresas que hacen negocio con la educación?¿Por qué en el Perú del quinquenio
de la educación se hace prohibitivo leer un libro?
Y, para terminar esta nota de adiós, debo decir gracias,
muchas gracias, a todos los colegas que han expresado públicamente su pesar por
la desaparición de Oiga. En especial, el decano de la prensa nacional, a El
Comercio; a César Hidebrandt, que me emocionó ante las cámaras de Canal 9; a
María del Pilar Tello, de Gestión; a Mirko Lauer, de La República; a Juan
Ramírez Lazo… Y no sigo enumerando a las voces de solidaridad recibidas, tanto
de encumbrados personajes –el presidente Belaunde y el embajador Pérez de
Cuéllar, entre otros— como de viejos colaboradores y de amigos de la revista
que apenas conocí, porque estoy seguro que los olvidos serían muchos más que
los recuerdos y yo quisiera que las gracias sean para todos por igual.
Fuente: Editorial Periodistica Oiga S.A
(…) A mis colegas, muchos de ellos socios de la SIP, les recomiendo que lean los boletines de esa sociedad para estar informados de cómo el gobierno militar del señor Fujimori controla la prensa en el Perú. O, en algunos casos, la empuja a la autocensura. Lo que suena diferente pero no es nada más que lo mismo. (Francisco Igartua. Editorial: “Nadie quiere ver ni oír y todos callan”. (Oiga, 2/1/95)
ResponderEliminar“Frente a tantas preguntas ciertas sin respuestas firmes, lo único que puedo decir es que Oiga nunca le corrió al debate y, desde siempre, con variados errores en el camino, luchó porque alguna vez esta patria que me duele tanto entrara en razón y comprendiera que el sendero al desarrollo, a la estabilidad, a la justicia social está en la democracia pluralista, con instituciones fuertes –no con hombres fuertes—, en la que la ley impere sobre gobernantes y gobernados. Y esta revista no va a cambiar. No encuentra razón para dar marcha atrás en su posición crítica al régimen, salvo que este se enmiende”. Francisco Igartua. Editorial: “En el País de las maravillas, donde el presidente resulta emperador”, publicado en la revista Oiga el 11 de abril de 1995, V Etapa, N° 738, pág. 3, reeditado en su cuarto libro “Reflexiones entre molinos de viento”.
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