Canta claro
Por FRANCISCO IGARTUA
Ahora se lavan banderas y calzones,
Antes se lavaban honras
El título de esta nota refleja el tono festivo con el que
se comenta en estos días el desafío a
pistoletazos de un diputado de nombre extravagante (Eittel) a otro, que le ha
contestado tildándolo de Pancho Pistolas, mientras que la prensa agudiza el
tono burlón para que parezcamos gente moderna y civilizada. Lo que sólo es
verdad a medias, pues si la ceremoniosa manera de dilucidar ofensas con el
código del Marqués de Cabriñana es una anticualla risible, no lo es el hecho en
sí.
Desde que el hombre es hombre, a igual que los animales, ha
dilucidado sus disputas batiéndose a duelo. Pero cuando aparece el código del
Marqués (del que en Lima era perito don Miguel Mujica Gallo) se les da a estos
lances tono de comedia bufa, olvidándonos que, cuando el honor valía más que
una cuenta bancaria, se podía llegar al duelo a muerte. Duelos que no pudo
contener la Iglesia condenando a los duelistas con la mayor pena religiosa: la
excomunión, ya que en ese juego se cae en los pecados de matar y suicidarse. En
ese entonces valía más que la Iglesia el dicho del Quijote: "por la
libertad y la honra se puede dar la vida".
Como vemos, nada hay nuevo bajo el sol. Sólo cambian las
formas. Ayer, con Cabriñana, se trataba de igualar a los contrincantes, ya que
un hombre menudo puede, con pistola, enfrentarse sin desventaja a un Joe Louis.
Hoy, si eres pequeño y un grandote ofende gravemente a tu mujer sólo te cabe
callar y esconderte o pegarle un tiro al grandote e ir a la cárcel, pues si
acudes a los tribunales serás la chacota de amigos y conocidos; salvo que
pactes con el hampa para que el ofensor reciba una pateadura. Método empleado
desde muy antiguo, en todas las civilizaciones y en todos los niveles sociales.
No es, pues, el duelo lo ridículo sino las aristocráticas
normas del casi olvidado Marqués, El duelo (poniendo al margen los infantiles
lances a primera sangre) es más bien trágica muestra de las limitaciones de la
ley ante la naturaleza humana.
Algunas historias de duelos limeños
Se me ha ido de la mano lo que yo queda fuera un corto
preámbulo al relato de algunos duelos pocos conocidos, ocurridos en esta ciudad
que, hace tiempo, dejó de ser la de los virreyes y es hoy representativa del
Perú, la patria que acoge a todas sus sangres, sangres que "acaso algún
día logren integrarse en un punto y ese punto sea el porvenir, según deseosa
esperanza de Federico More.
Justamente More y Javier Ortiz de Zevallos fueron mis
padrinos en un duelo que la sapiencia de ellos y la poca voluntad del
contrincante hicieron que terminara con las satisfacciones reglamentarias. No
recuerdo si el desafío estuvo pactado a pistola o sable, pero debió ser a arma
de fuego, pues yo jamás he tenido una espada en mis manos.
Antes de ese fallido enfrentamiento hubo otro al que estuve
cercano y que un historiador mencionó con bastante despiste en la televisión el
miércoles pasado. No fue un duelo de Paco Moncloa con alguien sino un match de
box sin guantes entre cuatro de los hermanos Mondos contra cuatro de los
directivos de Punto y coma, periódico publicado por un grupo de alumnos de la
Universidad Católica, en el que yo colaboraba. Esto ocurrió a comienzos de los
cuarenta.
La desgracia de llamarse Cornejo
Otro desafío que tampoco culminó en duelo formal, fue uno en
el que participé como padrino, anonadado ante las extravagancias de mi ahijado,
el doctor Héctor Cornejo Chávez. El retado era el temible humorista
Sofocleto... Pero vayamos por partes.
En los años sesenta, antes del golpe de Velasco, se acercó a
mi casa el líder de la Democracia Cristiana, a quien Sofocleto lo tenía
trastornado llamándolo Cometo. Todo pensé menos que el doctor Cornejo, que
amablemente me asistía como abogado, se había vuelto loco y me visitaba para
exigirme que fuera su padrino en el duelo al que habla retado a Sofocleto. Me
quedé perplejo frente a las sinrazones que Cornejo me daba hasta que, abrumado
por su insistencia, acepté el encargo, no sin antes advertirle que era absurdo
enfrentarse a un buen humorista, aunque en este caso el pagano de las venganzas
de Sofocleto sería yo.
Sin embargo, el asunto resultó siendo más estrambótico
todavía. No había Cabriñana de por medio sino una carta notarial citando al
ofensor al terreno del honor, sin que en ella se hablara de armas. Y yo y mi
compañero en el padrinazgo no salíamos de nuestro asombro... Hasta que el día y
hora señalados acompañamos a Cornejo hasta La Perla para "dar fe de la
cobardía del humorista". Por supuesto que Sofocleto no apareció y Cornejo
sintió su honor a salvo y casi en silencio nos fuimos a cenar. Al sentarse,
Cornejo nos hizo ver que llevaba una pistola... Nos quedamos pasmados... ¿Qué
locura había pensado cometer el fogoso y cartesiano polemista? Nunca lo supe.
Y, tal como tenía previsto, resulté yo el más agredido por Sofocleto. Por
suerte sus insultos llegaron al delirio, liberándome de darle respuesta.
Fuente:
FONDO EDITORIAL PERIODISTICA OIGA
Diario Correo, 28 de setiembre 2002
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