lunes, 8 de julio de 2013

FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

FRANCISCO IGARTUA ROVIRA - Siempre un extraño

VOLVIO EL CIRCO. El triunfo de este personaje –Prado – perturbo la carga emocional de Francisco y lo hizo refugiarse aún más de su hobby: la fotografía (…)
En los días de este relato Francisco no había tenido tropiezos con Ella – Siempre las buenas relaciones eran largas y cortos los violentos encontrones–.
Esa tarde estaba solo, distraído, mirando la tina o bañera llenándose de agua, un agua revuelta que iba creciendo con fuerza y moviéndose, llevando arriba y abajo, una serie de grandes fotografías que se lavaban así los ácidos del revelado. Distintas figuras iban apareciendo y desapareciendo en el agua.
Lo atenazaba una gran preocupación: ¿Cómo eliminar de la caratula a don Manuel Prado si él era, sin la menor duda, el personaje público de la quincena? Era el nuevo presidente y acababa de jurar el cargo ante el flamante Congreso. Solemnemente le había sido colocada, por segunda vez, cruzándole el pecho, la banda presidencial roja y blanca, el símbolo de autoridad de los mandatarios peruanos. En oportunidad anterior ejerció el mando gracias al favor del general - presidente don Oscar R. Benavides y al fraude electoral.
Ahora reemplazaba al dictador Odria luego de unas elecciones en las que el cubileteo político había sido el triunfador, pero un triunfo reflejado también en una de las urnas. ¿Cómo eliminarlo de la caratula de Caretas?                      
Era, sin duda alguna, la noticia de la quincena, el personaje del momento.
Francisco no estaba satisfecho con el resultado electoral. Tampoco Doris Gibson, que había apoyado  con fervor a Fernando Belaunde Terry, la novedad en la política peruana de entonces y luego persistente figura de la Republica.
Para Francisco, el caso Prado tenia, sobre todo, connotaciones ético- pedagógicas. No era cuestión solamente de rechazar a la persona vanidosa y frívola, representativa de la dominante elite limeña y del díscolo modo virreinal que persistía en las actividades ciudadanas. También, según él, no era justo callar la terrible anti-lección que su triunfo electoral significaba. Prado era hijo de un personaje- reflexionaba Francisco- que la mayoría de los peruanos consideraba, con razón o sin ella, traidor a la patria, y, por lo tanto, al haberle dado su voto más de un tercio de los electores, se hacía evidente lo mal educada que en asuntos cívicos se hallaba la población peruana y convertiase el acto electoral en una elección desmoralizante. Era una reflexión muy meditada que el montaba así: la conducta general Mariano Ignacio Prado, presidente de la Republica y jefe de los ejércitos durante la guerra con Chile (1879), era únicamente condenada en el país. Todo el mundo daba por cierto que, en plena guerra, el general Prado viajo a Europa con las joyas y dinero de las colectas que se hicieron para la compra de armas y que, de pronto, se esfumo. Con los años, los hijos y sobrinos fueron apareciendo en la escena pública sin que nunca hubieran podido borrar las huellas de ese bochornoso manchón histórico… y de aquí partían las inquietudes periodísticas de Francisco. ¿No se daban cuenta los votantes de Manuel Prado de que así, con su voto, declaraban abiertamente que no le daban importancia al desgraciado comportamiento del padre. Porqué no es el caso de reaccionar bíblicamente que hacer que los hijos carguen las culpas de los padres, pero si de un mínimo de discreta censura por un hecho lamentable, quien sabe la peor de las lecciones cívicas recibidas por el pueblo peruano en su historia. Ya que no trataba de si los hechos fueron o no fueron como se decía, sino de que el pueblo entero del Perú creyó y creía que fueron como las coplas de la calle lo cantaban… Mientras la Historia callaba o hablaba solo sotto voce.
La indignación de Francisco se acrecentaba al recordar sus lecturas de don Miguel de Unamuno y la referencia al general Prado. El gran pensador vasco tiene colocado al ex presidente peruano –por la información corriente de la época– en la lista de los personajes más ruines de la historia americana.
En la tina o bañera la figura de Manuel Prado daba vueltas en el agua- agitada por los chorros de los grifos– entremezclada con guapas y elegantes novias, con rostros de payasos e imágenes de elefantes y leones, con sensuales bataclanas. De pronto, un Manuel Prado saludando con el sombrero de copa en alto, repleto de pecho de condecoraciones y la espada del edecán enredada entre ellas, pasa y pasa ante sus ojos. Se hunde en el agua y vuelve aparecer. Prado de pie en el automóvil abierto y el edecán a su lado, sentado, con el puño de su espada sobresaliendo de la gorra del militar. Y también vuelven a aparecer las figuras del circo.
Listo. Ya está la caratula exclamo solo Francisco y corrió al teléfono para comunicarse con la oficina.
Saldría Manuel Prado en la portada de cartas de aquellas primeras quincenas de agosto de mil novecientos cincuenta y seis. Era imposible escamotearle el lugar preferente de la revista al mandatario civil que asumía el Gobierno poniendo fin a la dictadura de Odria. Era el, indiscutiblemente, el personaje de la quincena. Ningún otro acontecimiento de importancia había ocurrido en esos días para, con algo pretexto, escamotearle la caratula a Prado. Pero saldría retratado en vivo: como un payaso de circo. Así era, descrito con plena objetividad, en documento grafico, el figurín elegido por más de un tercio de electorado nacional. (Por desgracia, aquella época no había segunda vuelta, el ballotage francés, que si le hubiera impedido a Prado volver a la casa de Pizarro).
Junto a la ridícula imagen del flamante presidente, de pie, sonriente, con el sombrero de copa en alto, cruzado el pecho con la banda bicolor y cubierto el impecable frac  de infinitas cintas y medallas, bastada poner el título ‘volvió el circo’. La portada sería absolutamente objetiva: Prado volvía a ser presidente y, a la vez, volvían los circos a Lima, como todos los años para las patrióticas fiestas del 28 de Julio, día de la independencia proclamada por José de San Martin. No podía presentarse queja de de irreverencia al nuevo presidente, porque bajo el título ‘Volvió el circo’, en letras pequeñas, se añadía ‘ver paginas tales y cuales ‘, en las que, por supuesto, aparecía una amplia crónica de la actividad circense que se iniciaba en esos días.
La portada fue un éxito resonante. Pero desato el odio de la poderosa familia Prado y de los pradistas contra caretas. De poco valió la amistad de Doris Gibson con Mariano Prado, presidente del Banco Popular y zar de las finanzas peruanas, sobrino del veterano jefe del Estado. Poco a poco se fue notando el sabotaje publicitario a la revista, que Doris fue capeando con su enorme simpatía y su imparable capacidad vendedora. Con la dictadura de Odria, la amenaza policial fue un freno al desarrollo de la revista. Con Prado, Caretas comenzó a conocer la presión sobre su economía, el acogote a la caja de la administración del quincenario.
El sabotaje publicitario fue organizado con enorme disimulo y muy secretamente. Sin embargo, no tardaron en llegar a los odios de Doris Gibson y de Francisco, datos precisos del complot montado en Palacio (…)

FRANCISCO IGARTUA, Siempre un extraño, Fondo Editorial Periodística Oiga, Archivo Francisco Igartua.





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