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FRANCISCO IGARTUA ROVIRA - Siempre un extraño |
VOLVIO EL CIRCO. El triunfo de este personaje –Prado – perturbo la carga
emocional de Francisco y lo hizo refugiarse aún más de su hobby: la fotografía
(…)
En los días de este relato Francisco no había tenido
tropiezos con Ella – Siempre las buenas relaciones eran largas y cortos los
violentos encontrones–.
Esa tarde estaba solo, distraído, mirando la tina o bañera
llenándose de agua, un agua revuelta que iba creciendo con fuerza y moviéndose,
llevando arriba y abajo, una serie de grandes fotografías que se lavaban así
los ácidos del revelado. Distintas figuras iban apareciendo y desapareciendo en
el agua.
Lo atenazaba una gran preocupación: ¿Cómo eliminar de la
caratula a don Manuel Prado si él era, sin la menor duda, el personaje público
de la quincena? Era el nuevo presidente y acababa de jurar el cargo ante el
flamante Congreso. Solemnemente le había sido colocada, por segunda vez,
cruzándole el pecho, la banda presidencial roja y blanca, el símbolo de
autoridad de los mandatarios peruanos. En oportunidad anterior ejerció el mando
gracias al favor del general - presidente don Oscar R. Benavides y al fraude
electoral.
Ahora reemplazaba al dictador Odria luego de unas elecciones
en las que el cubileteo político había sido el triunfador, pero un triunfo
reflejado también en una de las urnas. ¿Cómo eliminarlo de la caratula de
Caretas?
Era, sin duda alguna, la noticia de la quincena, el personaje del momento.
Era, sin duda alguna, la noticia de la quincena, el personaje del momento.
Francisco no estaba satisfecho con el resultado electoral. Tampoco Doris Gibson, que había apoyado con fervor a Fernando Belaunde Terry, la
novedad en la política peruana de entonces y luego persistente figura de la
Republica.
Para Francisco, el caso Prado tenia, sobre todo,
connotaciones ético- pedagógicas. No era cuestión solamente de rechazar a la
persona vanidosa y frívola, representativa de la dominante elite limeña y del díscolo
modo virreinal que persistía en las actividades ciudadanas. También, según él,
no era justo callar la terrible anti-lección que su triunfo electoral significaba.
Prado era hijo de un personaje- reflexionaba Francisco- que la mayoría de los
peruanos consideraba, con razón o sin ella, traidor a la patria, y, por lo
tanto, al haberle dado su voto más de un tercio de los electores, se hacía
evidente lo mal educada que en asuntos cívicos se hallaba la población peruana
y convertiase el acto electoral en una elección desmoralizante. Era una
reflexión muy meditada que el montaba así: la conducta
general Mariano Ignacio Prado, presidente de la Republica y jefe de los
ejércitos durante la guerra con Chile (1879), era únicamente condenada en el
país. Todo el mundo daba por cierto que, en plena guerra, el general Prado
viajo a Europa con las joyas y dinero de las colectas que se hicieron para la
compra de armas y que, de pronto, se esfumo. Con los años, los hijos y sobrinos
fueron apareciendo en la escena pública sin que nunca hubieran podido borrar
las huellas de ese bochornoso manchón histórico… y de aquí partían las
inquietudes periodísticas de Francisco. ¿No se daban cuenta los votantes de
Manuel Prado de que así, con su voto, declaraban abiertamente que no le daban
importancia al desgraciado comportamiento del padre. Porqué no es el caso de
reaccionar bíblicamente que hacer que los hijos carguen las culpas de los padres,
pero si de un mínimo de discreta censura por un hecho lamentable, quien sabe la
peor de las lecciones cívicas recibidas por el pueblo peruano en su historia.
Ya que no trataba de si los hechos fueron o no fueron como se decía, sino de
que el pueblo entero del Perú creyó y creía que fueron como las coplas de la
calle lo cantaban… Mientras la Historia callaba o hablaba solo sotto voce.
La indignación de Francisco se acrecentaba al recordar sus
lecturas de don Miguel de Unamuno y la referencia al general Prado. El gran
pensador vasco tiene colocado al ex presidente peruano –por la información
corriente de la época– en la lista de los personajes más ruines de la historia
americana.
En la tina o bañera la figura de Manuel Prado daba vueltas en
el agua- agitada por los chorros de los grifos– entremezclada con guapas y
elegantes novias, con rostros de payasos e imágenes de elefantes y leones, con
sensuales bataclanas. De pronto, un Manuel Prado saludando con el sombrero de
copa en alto, repleto de pecho de condecoraciones y la espada del edecán
enredada entre ellas, pasa y pasa ante sus ojos. Se hunde en el agua y vuelve
aparecer. Prado de pie en el automóvil abierto y el edecán a su lado, sentado,
con el puño de su espada sobresaliendo de la gorra del militar. Y también
vuelven a aparecer las figuras del circo.
Listo. Ya está la caratula exclamo solo Francisco y corrió al
teléfono para comunicarse con la oficina.
Saldría Manuel Prado en la portada de cartas de aquellas
primeras quincenas de agosto de mil novecientos cincuenta y seis. Era imposible
escamotearle el lugar preferente de la revista al mandatario civil que asumía
el Gobierno poniendo fin a la dictadura de Odria. Era el, indiscutiblemente, el
personaje de la quincena. Ningún otro acontecimiento de importancia había
ocurrido en esos días para, con algo pretexto, escamotearle la caratula a Prado.
Pero saldría retratado en vivo: como un payaso de circo. Así era, descrito con
plena objetividad, en documento grafico, el figurín elegido por más de un tercio
de electorado nacional. (Por desgracia, aquella época no había segunda vuelta,
el ballotage francés, que si le hubiera impedido a Prado volver a la casa de Pizarro).
Junto a la ridícula imagen del flamante presidente, de pie,
sonriente, con el sombrero de copa en alto, cruzado el pecho con la banda
bicolor y cubierto el impecable frac de
infinitas cintas y medallas, bastada poner el título ‘volvió el circo’. La
portada sería absolutamente objetiva: Prado volvía a ser presidente y, a la
vez, volvían los circos a Lima, como todos los años para las patrióticas
fiestas del 28 de Julio, día de la independencia proclamada por José de San
Martin. No podía presentarse queja de de irreverencia al nuevo presidente,
porque bajo el título ‘Volvió el circo’, en letras pequeñas, se añadía ‘ver
paginas tales y cuales ‘, en las que, por supuesto, aparecía una amplia crónica
de la actividad circense que se iniciaba en esos días.
La portada fue un éxito resonante. Pero desato el odio de la
poderosa familia Prado y de los pradistas contra caretas. De poco valió la
amistad de Doris Gibson con Mariano Prado, presidente del Banco Popular y zar
de las finanzas peruanas, sobrino del veterano jefe del Estado. Poco a poco se
fue notando el sabotaje publicitario a la revista, que Doris fue capeando con
su enorme simpatía y su imparable capacidad vendedora. Con la dictadura de
Odria, la amenaza policial fue un freno al desarrollo de la revista. Con Prado,
Caretas comenzó a conocer la presión sobre su economía, el acogote a la caja de
la administración del quincenario.
El sabotaje publicitario fue organizado con enorme disimulo y
muy secretamente. Sin embargo, no tardaron en llegar a los odios de Doris
Gibson y de Francisco, datos precisos del complot montado en Palacio (…)
FRANCISCO IGARTUA,
Siempre un extraño, Fondo Editorial Periodística Oiga, Archivo Francisco
Igartua.
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