lunes, 22 de julio de 2013

LA TERCERA

Doctor Guillermo Lohmann Villena

La Ilustre hermandad Vascongada

de Nuestra Señora de Arantzazu

y los vascos de Lima

GUILLERMO LOHMANN VILLENA EN PERSPECTIVA HISTÓRICA

Pedro Guibovich Pérez

Pontificia Universidad Católica del Perú

El 14 de julio del 2005, falleció en Lima, su ciudad natal, Guillermo Lohmann Villena, sin duda el más prolífico de los historiadores peruanos y el más importante especialista en la época virreinal -y no colonial, como solía decir- . Su partida nos sorprendió a todos, porque, para los que lo conocimos, Lohmann era un ejemplo de vitalidad y tesón en el trabajo de investigación, y su figura se había hecho muy habitual en los repositorios documentales y bibliográficos de esta ciudad. No está más entre nosotros, pero queda su obra, y sobre ella trataré en las líneas que siguen. Después de culminar sus estudios secundarios en el Colegio Alemán, Lohmann ingresó a la Universidad Católica en 1933. Por ese entonces, la Universidad de San Marcos estaba cerrada por orden del gobierno, de modo que la Universidad Católica se volvió un centro de gran actividad intelectual. Durante aquellos años, gravitaban en el medio académico de la capital dos importantes figuras de la historiografía nacional: José de la Riva-Agüero y Rubén Vargas Ugarte, vinculados ambos también a la casa de estudios de la Plaza Francia. Lohmann siempre profesó una especial admiración por la figura y obra de Riva-Agüero, de quien se consideraba discípulo. Alguna vez, escribió que en las conversaciones con Riva-Agüero había aprendido
«Mucho de aquel pasado peruano que no consta en los documentos y que solo su memoria prodigiosa había rescatado de recuerdos familiares y de la tradición oral suscitada por su inagotable curiosidad».1
Lohmann admiró de la obra de Riva-Agüero su poder evocador, su contribución a la formación de la conciencia nacional y su revaloración del periodo colonial. Pero, sobre todo, admiró su carácter erudito, en particular la manera de tratar las fuentes históricas. En su obra, Riva-Agüero se reveló como un auténtico innovador dentro de los estudios históricos en el Perú de inicios del siglo XX, ya que fue el primero en llamar la atención sobre la necesidad de evaluar las fuentes documentales manuscritas e impresas a partir del establecimiento de su crédito informativo, para luego discriminar su uso, tareas que «a ninguno de nuestros historiadores se le había ocurrido», escribió Lohmann.2
Riva-Agüero nunca llegó a sistematizar lo que pensaba acerca de la metodología para escribir Historia, como sí Rubén Vargas Ugarte, catedrático de Historia del Perú en la Universidad Católica y, por tanto, profesor de Lohmann. Tanto Riva-Agüero como Vargas Ugarte coincidían en la importancia del estudio de las fuentes como punto de partida para la composición de la Historia. Vargas Ugarte sostuvo en su Historia del Perú (curso universitario), obra publicada por primera vez en 1939, que, «para adentrarse en las reconditeces del ayer y dar de él una imagen en lo posible idéntica a la realidad», era preciso hacer una investigación prolija de las fuentes, de los documentos, operación preliminar e indispensable sin la cual no podía levantarse nada sólido.3
Al reseñar la obra de su maestro, Lohmann escribió que las recomendaciones metodológicas de Vargas Ugarte eran de especial importancia en el medio historiográfico peruano, «porque desgraciadamente todavía en nuestro país, existe muy difundido el criterio anticuado y nefasto de los antiguos sistemas para escribir la reconstrucción del pasado».
En tal sentido, censuró que no se practicase «la fiel transcripción de los textos», como tampoco la valoración de los mismos, o que se dejasen de «cumplir con negligencia los postulados que prescribe la metodología moderna para la cabal realización de las obras sobre Historia».4
Se trataba, pues, de una reacción contra la manera de escribir Historia que por entonces imperaba en el medio académico peruano. Esta ruptura con el pasado se hace aún más visible en los escritos tempranos de Lohmann. Así, en las reseñas que escribió acerca del Diccionario Histórico-Biográfico de Mendiburu reeditado por Evaristo San Cristóbal, Lohmann -aún un estudiante de la Facultad de Letras de la Universidad Católica- corrigió numerosas referencias, complementó la bibliografía e identificó diversas fuentes documentales. Criticó a San Cristóbal la vaguedad e imprecisión de sus anotaciones.5
Lejos de limitarse a los personajes de la colonia, Lohmann llamó la atención acerca de la importancia de consultarlas fuentes hemerográficas para reconstruir la historia del siglo XIX. «En especial -recomendó a San Cristóbal- debería orientar sus búsquedas en los periódicos y revistas del pasado siglo, en cuyas columnas colaboró lo más selecto de la falange de eruditos historiógrafos, que tuvo el Perú de esos años».6
La compulsa de las fuentes y la crítica de las mismas es una constante en la obra de Lohmann. Una y otra vez vuelve sobre la necesidad de hacer una valoración de las fuentes manuscritas e impresas. Auténtico abanderado de la causa de la heurística, no tuvo reparos en poner en tela de juicio la obra de algunos historiadores consagrados, como fue el caso de Raúl Porras Barrenechea, a quien calificó de «historiador romántico».
Lohmann no cuestionaba los aportes de Porras, pero sí su manera de escribir Historia. De modo similar que los historiadores del siglo XIX, Porras hacía demasiadas concesiones a la literatura, su prosa es y seguirá siendo cautivadora, pero en detrimento del rigor histórico. Además, con frecuencia, como lo advirtió Lohmann, no era muy cuidadoso en registrar las fuentes bibliográficas y documentales consultadas para la elaboración de sus textos.7
La necesidad de escribir Historia sustentada en los firmes cimientos de la erudición, es decir, de la crítica heurística, llevó a Lohmann a publicar valiosos estudios sobre algunas de las más importantes fuentes sobre el periodo colonial. Sería largo comentar sus aportes en este tema. Pero ahora quiero tan solo mencionar uno: su estudio monográfico sobre las relaciones (o memorias) de virreyes.8
Esas eran los informes acerca de su actuación como gobernantes escritos al final de su mandato. Desde que Manuel Atanasio Fuentes iniciara su publicación a mediados del siglo XIX, las relaciones se convirtieron en la principal fuente para reconstruir la labor de los máximos representantes de la corona. Habían sido muchos los historiadores que las habían empleado en sus trabajos históricos: Sebastián Lorente, Carlos Huyese, Mariano Felipe Paz Soldán, Manuel de Mendiburu, José de la Riva-Agüero y Rubén Vargas Ugarte, entre otros, pero ninguno había evaluado su información. El estudio de Lohmann es un modelo de crítica heurística. La obra de Lohmann es sólida, rigurosa y erudita, innovadora en temas y metodologías. Es también enorme: 29 libros y opúsculos, 15 ediciones de textos, 320 artículos y centenar y medio de reseñas de libros.9
¿Cómo pudo escribir tanto? La respuesta es doble: de un lado, disciplina de trabajo, y, de otro, «avidez de conocimiento». Por años, a Lohmann no solo lo vimos en la biblioteca del Instituto Riva-Agüero, sino también en la Biblioteca Nacional y en el Archivo General de la Nación.
En este último, era el primero de los investigadores en llegar –muy temprano- y no gustaba que lo interrumpiesen mientras leía. Junto con la disciplina por el trabajo archivístico, Lohmann confesó tener una avidez por el conocimiento, conducta que él mismo definió alguna vez como de «casi enfermiza». Y, en 1991, declaró para un diario sevillano que «la investigación histórica es un vicio que empeora con los años». Este saludable vicio por el conocimiento lo llevó a escribir sobre el teatro, las artes plásticas y la literatura; virreyes, oidores, regidores, juristas, obispos y escritores; instituciones administrativas y económicas; y la difusión de ideas políticas y religiosas durante el periodo colonial. La obra de Lohmann se sustenta en un laborioso trabajo de acopio e interpretación de datos procedentes de fuentes manuscritas e impresas. Sus fichas y anotaciones en papeles –muchas veces de pequeño formato, pocas veces grandes- fueron los ladrillos de la misma. Laboriosamente reunidos, esos ladrillos sirvieron para la construcción de su producción historiográfica y, al mismo tiempo, para la renovación de los estudios sobre el Perú de los siglos XVI, XVII y XVIII. Nuestra deuda y gratitud con el colega y amigo ausente es grande.

1 «Riva-Agüero desde el umbral», Estudios de Historia peruana. La conquista y el virreynato. Lima: Instituto Riva-Agüero, 1968, p. xvi.
2 Ibídem, p. XVIII.
3 Vargas Ugarte, Manual de estudios peruanistas. Lima: Studium, 1951, p. 10.
4 Reseña a Rubén Vargas Ugarte, Historia del Perú (curso universitario), Lima, 1939, Revista de la Universidad Católica, VII/8-9, noviembre-diciembre de 1939, p.536.
5 Reseñas a Manuel de Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú. T. V. 2a.ed., Lima: Librería e Imprenta Gil, 1932, Revista de la Universidad Católica, 1/5, julio de 1933, pp. 467-469; y Diccionario Histórico-Biográfico del Perú. T. VIII. 2da.ed., Lima: Librería e Imprenta Gil, 1934, Revista de la Universidad Católica, II/9, junio de 1934, pp. 123-125.
6 Reseña a Manuel de Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú. T. IX. 2a.ed., Lima: Librería e Imprenta Gil, 1934, Revista de la Universidad Católica, II/11, noviembre de 1934, p. 302.
7 «Raúl Porras Barrenechea, historiador romántico», en Homenaje a Raúl Porras Barrenechea. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1984, p. 148.
8 «Las relaciones de los virreyes del Perú», Anuario de Estudios Americanos , XVI,1959, pp. 315-537.
9 Al respecto, véase Guillermo Lohmann Villena. Miembro honorario del claustro. Discursos y bibliografía. Lima: Universidad del Pacífico, 2004. Contiene una detallada relación de los libros, artículos y reseñas publicados por Lohmann entre los años 1935 y 2004.


B. APL, 43. 2007 (119-123)

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