“Fue recibida la forastera divina en Lima con gran pompa y
alegría de sus vecinos, haciéndose pedazos las campañas de todas las iglesias
en señal de su gozo. Colocada la santa imagen en sus andas de un montón
distinto de inmensa riqueza de diamantes, que era lo brillante poco le debían
al sol, salió triunfante en hombros de sacerdotes de la Catedral a la plaza
mayor, dejado el palio, como Reina y Señora que es de cielo y tierra,
despidiendo rayos de gloria de su soberano rostro, que daban vida a cuantos con
devoción la miraban. Llevaba por lucido acompañamiento a todo noble y común de
la ciudad, Virrey, Audiencia Real, Cabildos y Religiones. Paso la procesión con
pompa y aparato, luces, músicas y danzas, las calles y sus balcones adornados
de sedas y ricas telas, a la casa del serafín llagado, Francisco, donde el
siguiente día, diez y ocho octubre, de mil seiscientos y cuarenta y seis años,
con el mismo aplauso, fiesta, música, Virrey y Tribunales, suspiros y lagrimas
de gozo, y alegría de innumerable pueblo convenido, fue colocada la santa
imagen en su espino (divina rosa entre espinas) dentro de un nicho de gallardo
fondo, a cuya majestad corren dos cortinas de labor costosa”.
DIEGO CORDOVA Y SALINAS, Crónica Franciscana de las
Provincias del Perú
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