martes, 23 de julio de 2013

LA TERCERA


Después de una larga enfermedad, ayer falleció en Lima el historiador y presidente de la Academia de la Historia de Perú, Guillermo Lohmann Villena, autoridad en el Archivo de Indias

16/07/2005

Guillermo Lohmann fue dos veces finalista del premio Príncipe de Asturias de Humanidades

Diplomático muchos años destinado en España, el historiador era especialista en el virreinato de Perú

TEXTO: ENRIQUETA - VILA VILAR FOTOS: ABC

ABC Saludando a Suárez ante la mirada de Otero Novas, durante los años setenta
Con la emoción y el dolor contenido por una noticia que nunca hubiera querido oír, escribo estas apresuradas líneas como homenaje a un hombre ilustre, maestro indiscutible, caballero intachable, amigo del alma. Guillermo Lohmann es, sin duda, unos de los mejores historiadores del Perú de todos los tiempos. Su amplísima producción bibliográfica, su trabajo constante y acuciante, su amor, casi una obsesión, por los archivos, su conocimiento profundo de los personajes y hechos más importantes de su Lima natal, lo convierten en una figura relevante entre los hispanistas mundiales. Dos veces ha quedado finalista del premio Príncipe de Asturias y creo que ha sido la gran ocasión perdida por ese galardón de reconocer los méritos de un hispano al que ninguna distinción le debe ser ajena.
De padre alemán y madre limeña, su actitud y su aspecto físico hacían honor a su apellido. Alto, delgado, pulcro y tranquilo, con un fino sentido del humor, el tiempo pasó por él sin rozarlo. Casi nonagenario, mantenía su figura erguida y su porte señorial que siempre le acompañaba. Era un gran enamorado de España a donde viajaba dos o tres veces al año y cumplía, como un rito, con su viaje anual a Sevilla para acompañar en su recorrido de Domingo de Ramos a la Virgen de la Amargura de la que era hermano desde 1945.

Carrera diplomática
Doctor en Historia, Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Católica del Perú, ingresó en el servicio diplomático en 1943, destinado a la embajada de Perú en Madrid donde permaneció desde ese año hasta 1950, y desde 1952 a 1962. Allí conoció a la que sería su esposa, Paloma Luca de Tena Brunet. En 1965 fue destinado a la embajada de Buenos Airesy en 1974 fue nombrado delegado permanente en la Unesco donde coincidió con Pérez de Cuéllar, futuro presidente de la ONU del que fue muy amigo. En 1979, ya con rango de embajador, vuelve a Madrid como secretario general de la Oficina de Educación Iberoamericana, y allí estableció su residencia hasta 1983. Pero su corazón estaba dividido entre Madrid y Sevilla.
Fue por algún año de la década de los cuarenta cuando hace su primera incursión a la capital hispalense atraído por el Archivo General de Indias. De forma continua acudía los fines de semana y se alojaba en la conocida Casa Seras, residencia entonces del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, desde donde penetró en el círculo de jóvenes americanistas del momento: José Antonio Calderón Quijano, Antonio Muro Orejón, Francisco Morales Padrón, Guillermo Céspedes del Castillo, Enrique Sánchez Pedrote, Fernando de Armas Medina... Todo ello le conecta muy pronto con la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, su casa durante sus estancias en Sevilla por la que aparecía todas las primaveras. Entonces era frecuente verle muy temprano a la puerta del Archivo, esperando que abriera para ocupar su lugar que no abandonaba hasta el término de la jornada. Absolutamente avaro de su tiempo, este le compensó con una producción casi inabarcable: «El teatro en Lima», «Las minas de Huancavelica», «Los regidores perpetuos de la Audiencia de Lima», «Les Espinosa: une famille d´hombres d´affaires en Espagne et aux Indes a l´époque de la colonisation», «El corregidor de Indios en el Perú bajo los Austrias», «Los americanos en las órdenes nobiliarias», «La poesía satírico-política durante el virreinato» y «Las defensas militares de Lima y Callao»son algunos de sus títulos, clásicos para todo el que quiera penetrar en la historia del virreinato peruano. Hombre de prosa cuidada y amena era amigo de utilizar palabras antiguas o poco conocidas. Su último libro, «Plata del Perú, riqueza de Europa. Los mercaderes peruanos y el comercio con la metrópoli en el siglo XVII», aparecido hace pocos meses, está lleno de vocablos poco frecuentes lo cual imprime a sus escritos un atractivo singular.

Sevilla siempre en el corazón
Afincado en Lima desde mediados de los años ochenta, ha ejercido allí su magisterio de forma continuada desde su cátedra de la Universidad Católica, desde el Instituto Riva Agüero del que fue director y miembro de honor, o desde la Academia de la Historia de la que ha sido presidente. A pesar de la distancia, nunca perdió su vinculación con España, sobre todo con Sevilla. Tuve ocasión de conocerlo bien en los últimos años por la coincidencia de intereses en temas similares y ello nos llevó a una aventura conjunta: estudiar una familia sevillana de la que varios de sus miembros estuvieron temporadas en Lima. El resultado ha sido la aparición de un libro titulado «Familia, linajes y negocios entre España y las Indias: Los Almonte», en el que tengo el honor de que mi nombre aparezca junto al suyo, una entrañable y amena correspondencia que guardo como un tesoro y una sincera amistad de la que me enorgullezco. Amistad acrecentada por nuestra común devoción a la Virgen de la Amargura que nos hizo pasar ratos imborrables.
Era Caballero de la Orden del Sol de Perú, poseía condecoraciones en Alemania, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia y Ecuador, y en el año 1999 recibió la Medalla José de la Riva Agüero a la creatividad humana.
Verdaderamente, noventa años no son nada si se les compara con la producción del profesor Lohmann que decía con frecuencia que la vida era muy corta para perder un instante. Y desde luego, soy testigo de que hacía honor a su idea. Para poder hablar con él, tenía que calcular la diferencia horaria para llamarlo antes de las siete de la mañana, hora que salía para el
Archivo General de la Nación. Sólo así se comprende la estela que ha dejado. Pero toda su producción queda a un lado si se le compara con su humanidad, con su hombría de bien. Gran padre y orgulloso abuelo, solía decir, bromeando, que estaba casado con una bisabuela. Su huella será imborrable para todo el que le haya conocido bien y, estoy segura, siempre será recordado como un gran maestro y un gran hombre.


ABC.

No hay comentarios:

Publicar un comentario