PROCLAMA DEL CONGRESO CONSTITUYENTE, A LOS PUEBLOS DE LA
Republica, AL PROMULGARSE LA PRIMERA
Constitución Política DEL Perú, EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1823
A todos los pueblos de
la República:
Llegó el día en que recogido el fruto más precioso de la
independencia, veis colmados solemnemente vuestros votos. Estáis constituidos y
cada página del volumen que se os presenta dará testimonio inexcusable de la
conducta de sus autores. Allí veréis si se ha procurado con el más ardiente
celo afianzar vuestras libertades o si proyectos ambiciosos les han hecho
conservar el puesto a que vuestra misma voluntad los elevo espontáneamente. ¡Pueblos
del Perú, ante cuya opinión venerada solo deben triunfar la verdad y la
justicia! En vuestro arbitrio esta decidir sobre vuestros Representantes, quienes
únicamente exigen de vosotros imparcialidad en el juicio, buena fe en el examen de los hechos que marcan su historia y un
puntual recuerdo de las circunstancias en que se reunieron.
Todo ha sido dificultades y peligros. Si tornáis la vista
hacia el templo de Jano, abierto en casi toda la extensión de la República, contemplaréis
desgracias que en poco tiempo dieron orgullo y poder a los enemigos, y a
vosotros constancia y ocasión para nuevos incesantes sacrificios; si volvéis
sobre el erario, lo hallaréis tan exhausto que es inexplicable como en menos de
un año se haya mandado cuatro expediciones numerosas al sur, preparándose
juntamente otras tres para las provincias interiores y como pueda mantenerse
hoy un Ejército cual nunca lo ha habido en el Perú; si, para consolaros de tan
aciagos males buscáis la paz dentro de casa y pretendéis regocijaros en la
virtud, unión y sufrimientos de varios ciudadanos, de quienes debieran de
reportar mucho vuestros verdaderos intereses, os horrorizaréis al ver encendida
la tea de la discordia y tendido el lazo de la seducción sobre el cuello de Éstos,
y armado su brazo con el sangriento puñal de la anarquía; si, en fin, creyendo
encontrar inmaculado el santuario de las leyes, queréis lisonjearos de la
tranquilidad de su pronunciamiento, os sorprenderéis mirando insultada nuestra
majestad en la disolución del Congreso, cerrados por la fuerza los labios de
sus Diputados y profanada su inmunidad alevemente, solo porque tuvieron
fortaleza en defenderos. Pues, en medio de contrastes tan terribles, la Representación
Nacional, semejante a una robusta encina que no pueden desarraigar los huracanes
más furiosos, se ha mantenido hasta llevar a cabo sus tareas, cumpliéndole hoy
la indispensable gloria de daros Constitución; lo es sin duda, del amor más
encendido por la custodia de vuestros derechos sacrosantos.
Ella declara terminantemente el gran pacto de vuestra asociación
y fijando la reciprocidad del vínculo civil reclama el ejercicio de vuestras
prerrogativas naturales, negando el carácter imperativo de la ley a todas las
resoluciones que pudieran oponérselas. La facultad de elegir al supremo
magistrado de la República, la de influir casi inmediatamente en el
nombramiento de todos los agentes de la administración y el consuelo de ver turnar
estas investiduras, aún entre los ciudadanos del pueblo más pequeño, con tal
alejamiento de pretensiones sucesorias y de clases privilegiadas para el mando están
detalladas en la Carta que nadie, nadie podrá confundirlas sin pagar bien caro a
vuestra justa indignación. Últimamente, los manantiales de la ilustración y de la
prosperidad están abiertos; todos deben participar de los rayos de luz que difundan
los establecimientos científicos; a nadie es negada la comunicabilidad del
comercio, de la agricultura y de la industria; y el ingénito poder de revelar sus
pensamientos, de trasmitirlos a la posteridad, de robustecer por medio de ellos
el espíritu público y de congratularse con la alabanza que merezcan, está asegurado
sobre bases tan sólidas, cuanto pura es la sustancia de donde dimanan.
De vosotros depende, pues, el que sean fructuosas estas
fuentes de felicidad; que desde luego conseguiréis si repasáis asiduamente la
tabla fundamental que las consagra; si pesáis vuestros derechos al fiel exacto
de las leyes; y si los sostenéis con toda la dignidad de hombres libres, uniéndoos
contra el sacrílego que osare subvertirlos. Porque, cómo es posible, si
vosotros no queréis, que un miserable tirano, apoyado en unas cuantas
bayonetas, os oprima. Importaría lo mismo que la parte fuese mayor que el todo
o que un soldado pudiese más que un ejército. Pero, también son necesarias las costumbres;
sin ellas es vago el nombre de República y en lugar de la moderación, del valor
de la observancia a las leyes, del amor a las instituciones liberales y del
puro y acendrado patriotismo, dividirán vuestros corazones el espíritu de pretensión,
la cobardía, la inmoralidad, el servilismo y la indolencia aún al ver organizar
la patria. Mucho cuesta a un pueblo gobernarse por sí mismo; ardua es la senda
por donde tenéis que conduciros para llegar al término de vuestros deseos. Más,
todo es fácil, si os empeñáis en dar al mundo el ejemplo de que habiendo sido
los últimos pueblos de América en pronunciar su independencia, no lo sois en
constituiros establemente por vuestras virtudes; la dirección del genio de la América
consumara la grande obra de vuestra emancipación.
Si vosotros recogéis los frutos que ofrece este acto
recompensadas están sobreabundantemente las tareas del Congreso; bien sufridas
las persecuciones de vuestros Representantes y satisfechas todas sus
aspiraciones.
El Dios de la verdad es testigo de estos votos.
Sala del Congreso, en Lima a 20 de noviembre de 1823.
Manuel Salazar y Baquijano, Presidente.- Manuel Muelle,
Diputado Secretario.- Miguel Otero, Diputado Secretario.
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