Las Cofradías
de Arantzazu y los vascos de Lima
Prólogo, por Josu LEGARRETA BILBAO
LA IDEA QUE DIO ORIGEN A UN LIBRO
En recuerdo de Paco Igartua y Víctor
Ortúzar
El haber conocido en los congresos mundiales de las
colectividades vascas a ilustres personajes peruano-vascas me permite brindar
un testimonio de reconocimiento a quienes con sus aportes han hecho posible
este libro, que no solo traduce la historia de una Hermandad solidaria, como es
la de Nuestra Señora de Arántzazu de Lima, sino además, como he tomado
conocimiento, de la activa presencia de los vascos en las actividades
productivas del Perú, de los siglos XVII en adelante.
En realidad no es para mi cosa nueva saber que la Hermandad
peruana es una de las primeras fundadas por vascos en el nuevo mundo, lo cual
corrigió mi error de considerar al promover la ley 8/1994 del gobierno vasco, y
en los considerandos de la misma, que “el primer centro vasco de América es el
de Montevideo, fundado en 1876”. De esto hace casi treinta años.
No soy historiador y era la información que tenía, hasta que Francisco Igartua nos demostró lo
contrario aportando el documento que reza así: “Por cuanto en la Congregación
que tienen fundada los caballeros hijosdalgo que residen en esta Ciudad de los
Reyes del Perú, naturales del Señorío de Bizkaia y Provincia de Gipuzkoa y
descendientes de ellos, y los naturales de la Provincia de Alava, Reino de
Navarra y de las cuatro villas de la costa de la Montaña... en el convento del
Santo San Francisco de esta ciudad, en la capilla que tiene advocación el Santo
Cristo y Nuestra Señora de Aránzazu, (Oñate), a quien se dio principio por los
años 1612...”. Y prosigue: “Se trata de las nuevas ordenanzas que la “Ilustre
Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Aránzazu aprueba el doce de abril de
1635, en la misma Ciudad de los Reyes, hoy conocida por Lima, con los
siguientes miembros: 35 de Gipuzkoa, 49 de Bizkaia, 9 de Navarra, 7 de Alava y 5
de las cuatro villas de la Montaña, con la siguiente declaración: “Se ordena
para mayor decoro de esta Congregación, que todos los que hubiesen de ser
recibidos en ella sean originarios de las partes y lugares referidos...a fin de
ejecutar entre sí y con los de su nación obras de socorro mutuo”.
Hoy debo agradecer una vez más esta aportación del gran
periodista peruano-vasco, amigo y gran ser humano porque nos ayudó –a mí e
incluso a los propios historiadores- a corregir y mejorar los conocimientos de
la historia de la presencia vasca en el ámbito internacional: Eskerrik asko!
Muchas gracias!
Llegué en mi rol oficial de contacto con el mundo vasco de
ultramar a visitar la mayoría de los Centros Vascos del Mundo. Comprobé que
algunos estaban atravesando momentos
económicamente difíciles y que no todos los vascos “habían hecho las Américas”.
En dos encuentros internacionales celebrados en Argentina: Bahía Blanca (1989)
y Necoechea (1990) se analizó y trató de
resolver esta realidad. En representación del Centro Vasco de Lima participaron
los Sres. José Ma. Elejalde y Jon Kepa Guarrotxena.
La celebración de congresos de las colectividades vascas,
dispuesta por la Ley 8/1994 ya anotada, permitió dar continuidad a esta tarea.
El primero de estos Congresos se celebró en 1995. Tuve el honor de contar con
la delegación de Perú compuesta por los señores Javier Celaya, Víctor Ortuzar,
y Francisco (Paco) Igartua. Una de las primeras referencias de la ponencia de
Paco, titulada “Euskadi y su imagen”, fue precisamente sobre esta ley. Sus
palabras textuales fueron: “Otras voces más doctas que la mía tocaron y tocarán
con amplitud este tema. Sólo me cabe decir que los vascos de ultramar debemos
agradecer esta ley que nos incorpora a la sociedad de este país (País Vasco). Docta
apreciación del amigo Paco: aun careciendo de competencias exteriores. Gracias
a esta ley han quedado institucionalizadas las relaciones de Euskadi con los
vascos que residen en otros países.
Ha sido, por tanto, lo dicho y hablado en esos eventos lo que
en esencia ha dado origen a este libro que nos lleva a la historia de la
Hermandad vasca de Lima fundada en honor a Nuestra Señora de Arantzazu que
siempre ha estado presente en el corazón de los vascos allí donde fueren.
Felizmente, digo, su palabra no quedó en el olvido y sembrada en la fértil
memoria de muchos de sus amigos nos ha llevado a sumar esfuerzos para que hoy
conozcamos un poco más de esa histórica epopeya.
En este recorrido por la vida, creo que una de las
satisfacciones es ver plasmadas en realidades muchas de las cosas que antes
fueron sueños, esperanzas o simples charlas de café. Creo que realizar este
libro importa mucho no solo en Lima, sino también en México, Buenos Aires,
Santiago de Chile, Uruguay y en todo lugar donde un vasco inmigrante hace
algunos siglos, y que necesita ser rescatado de algún modo para la posteridad.
Esta es la forma, creo, de hacer un aporte al mejor
conocimiento de nuestras colectividades vascas y de sus propósitos, de su
inserción con la modernidad y con los objetivos de nuestro tiempo. Y que
conste, los vascos no son exclusivistas ni discriminantes; al contrario, somos
partidarios de la solidaridad en todas sus formas. Ayer fue una hermandad, hoy
es la comprensión global.
En este marco optimista, fruto de tantas batallas, positivas
y negativas, creo que este libro es un gran aporte a la cultura vasca y de
nuestro mundo. Mi corazón late en positivo, porque de un tiempo a esta parte,
incluso ante recuerdos negativos, tengo la costumbre de exclamar, quizás con ironía,
aunque sin animosidad dañina, la expresión “¡qué divino!” o “¡realidades
humanas!”. Este trabajo se enmarca en lo primero.
Josu
Legarreta
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