Para un peruano que haya estado residiendo mucho tiempo fuera
y en países desarrollados, la primera impresión que recibirá a su retorno al
país en estos días será de desconcierto. No le llamará la atención ver a
nuestros políticos correr como cuyes de tómbola tras un lugar en cualquier
lista parlamentaria que ofrezca posibilidades de llegar al Congreso. Es la
costumbre. Pero sí le disgustará observar a los actuales parlamentarios
rebajando alegremente impuestos para hacerse simpáticos a sus electores, sin
importarles destrozar el programa económico que heredará el próximo Gobierno.
Pensará "no hemos progresado; sigue la crasa irresponsabilidad de
siempre".
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SANTIAGO FUJIMORI FUJIMORI Y JOSU ERKOREKA |
Sin embargo, estas desilusiones se volverán nada apenas
prenda la televisión y vea el recuento de los últimos días. Generales de alto
rango zarandeados como vulgares asesinos; una joven sola universitaria es
capturada violentamente por soldados armados de metralletas y fusiles; más
mujeres entrando a la cárcel, donde, al parecer, se les hace exámenes íntimos.
El recién llegado quedará confundido y sospechará que el avión equivocó su
destino y lo dejó en uno de esos países primitivos de África. Si, con miras a
la ejemplaridad, se quiere hacer un espectáculo público con las acciones
judiciales iniciadas contra los responsables del gigantesco escándalo de
corrupción y prepotencia que significó el régimen fujimorista, también tendría
que hacerse público todo lo actuado —con los videos de tirios y troyanos— y
hacer públicas las pruebas que justifiquen la prisión de los detenidos, quienes
por ningún motivo deberían ser ultrajados. No es justicia actuar por medio de
trascendidos, de ilegales filtraciones de los jueces a la prensa, de avisos de
la policía a las televisoras. Si se desea hacer publicidad del alucinante drama
que hemos vivido los peruanos, para que sirva de ejemplo y de un "nunca
más", que esa publicidad sea sobria y de verdad ejemplar... serena como
tiene que ser la justicia.
Lo mejor, sin duda, sería que el proceso contra la corrupción
se siga de acuerdo a ley, con reserva y seriedad, sin gratuitas
espectacularidades ni ultrajes que dañan más a la justicia que a los
ultrajados.
Lo que la calle reclama no es contemplación con los delitos
sino respeto por la persona humana y mayor seriedad en las acusaciones. No es
comprensible, por ejemplo, que el procurador haya denunciado al prófugo Alberto
Fujimori por el delito de chantajear a los medios de comunicación, negando
avisaje a los periódicos contrarios a su régimen y favoreciendo a los amigos.
No es que Alberto Fujimori no sea responsable de todo el descomunal desastre
que fue el pasado régimen, sino que no es lo correcto cubrir con él a los
ejecutores de sus órdenes. En el terreno de los medios de expresión, quien
hasta hace pocos años hacía y deshacía sobre el tema era Santiago Fujimori, no
sé por qué tratado con guantes de seda en estos días. Era él, Santiago, y no
los argentinos Dufour o Borobio, el que
daba y quitaba favores a los medios. Fue él quien sometió a las televisoras a
las exigencias de régimen y era de suyo un puño de hierro sobre la Sunat, el
más eficaz de los aparatos represivos de régimen, dirigido al bolsillo de sus
adversarios y críticos. Y lo que digo no es opinión basada en apreciaciones
subjetivas o en rumores. Es testimonio directo de quien esto escribe, con
ocasión de una cena en casa del señor Óscar Dufour, a la que fui invitado para
charlar sobre las relaciones del poder y la prensa con el doctor Santiago
Fujimori y cena a la que se unió en los postres el señor Estela, mandamás de la
Sunat. Sobra decir que no estuve de acuerdo con las tesis de Santiago Fujimori
y que las ofertas suyas y mías quedaron en nada. La revista "Oiga"
—la de entonces— no cambió de ruta. Creía y sigo creyendo que no hay libertad
de prensa si el Estado interfiere, sea con impuestos o con la policía, la libre
circulación de ideas... No es, pues, caprichosa mi seguridad de que él,
Santiago, era el responsable de la política del régimen sobre los medios de expresión
y quien daba las órdenes para el comportamiento político de la Sunat.
Debo concluir, sin embargo, afirmando que sería injusto que
sólo con mi testimonio caiga la policía, metralleta en mano, sobre el doctor
Santiago Fujimori. Sí es pie para una sosegada investigación para reafirmar la
tesis de que el impuesto a la circulación de las ideas e informaciones es la
más taimada de las censuras a la prensa. Lo que no significa exoneración de
impuestos a las utilidades del negocio periodístico.
Fuente: El Comercio, Viernes 26 de enero de 2001. Sección Editorial a21
Edición y Compilación: Jhon Bazán & Josu Iñaki Bazán
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