sábado, 10 de enero de 2015

A PROPÓSITO DE SANTIAGO FUJIMORI

 Para un peruano que haya estado residiendo mucho tiempo fuera y en países desarrollados, la primera impresión que recibirá a su retorno al país en estos días será de desconcierto. No le llamará la atención ver a nuestros políticos correr como cuyes de tómbola tras un lugar en cualquier lista parlamentaria que ofrezca posibilidades de llegar al Congreso. Es la costumbre. Pero sí le disgustará observar a los actuales parlamentarios rebajando alegremente impuestos para hacerse simpáticos a sus electores, sin importarles destrozar el programa económico que heredará el próximo Gobierno. Pensará "no hemos progresado; sigue la crasa irresponsabilidad de siempre".

SANTIAGO FUJIMORI FUJIMORI Y JOSU ERKOREKA 
Sin embargo, estas desilusiones se volverán nada apenas prenda la televisión y vea el recuento de los últimos días. Generales de alto rango zarandeados como vulgares asesinos; una joven sola universitaria es capturada violentamente por soldados armados de metralletas y fusiles; más mujeres entrando a la cárcel, donde, al parecer, se les hace exámenes íntimos. El recién llegado quedará confundido y sospechará que el avión equivocó su destino y lo dejó en uno de esos países primitivos de África. Si, con miras a la ejemplaridad, se quiere hacer un espectáculo público con las acciones judiciales iniciadas contra los responsables del gigantesco escándalo de corrupción y prepotencia que significó el régimen fujimorista, también tendría que hacerse público todo lo actuado —con los videos de tirios y troyanos— y hacer públicas las pruebas que justifiquen la prisión de los detenidos, quienes por ningún motivo deberían ser ultrajados. No es justicia actuar por medio de trascendidos, de ilegales filtraciones de los jueces a la prensa, de avisos de la policía a las televisoras. Si se desea hacer publicidad del alucinante drama que hemos vivido los peruanos, para que sirva de ejemplo y de un "nunca más", que esa publicidad sea sobria y de verdad ejemplar... serena como tiene que ser la justicia.

Lo mejor, sin duda, sería que el proceso contra la corrupción se siga de acuerdo a ley, con reserva y seriedad, sin gratuitas espectacularidades ni ultrajes que dañan más a la justicia que a los ultrajados.

Lo que la calle reclama no es contemplación con los delitos sino respeto por la persona humana y mayor seriedad en las acusaciones. No es comprensible, por ejemplo, que el procurador haya denunciado al prófugo Alberto Fujimori por el delito de chantajear a los medios de comunicación, negando avisaje a los periódicos contrarios a su régimen y favoreciendo a los amigos. No es que Alberto Fujimori no sea responsable de todo el descomunal desastre que fue el pasado régimen, sino que no es lo correcto cubrir con él a los ejecutores de sus órdenes. En el terreno de los medios de expresión, quien hasta hace pocos años hacía y deshacía sobre el tema era Santiago Fujimori, no sé por qué tratado con guantes de seda en estos días. Era él, Santiago, y no los argentinos Dufour o Borobio, el  que daba y quitaba favores a los medios. Fue él quien sometió a las televisoras a las exigencias de régimen y era de suyo un puño de hierro sobre la Sunat, el más eficaz de los aparatos represivos de régimen, dirigido al bolsillo de sus adversarios y críticos. Y lo que digo no es opinión basada en apreciaciones subjetivas o en rumores. Es testimonio directo de quien esto escribe, con ocasión de una cena en casa del señor Óscar Dufour, a la que fui invitado para charlar sobre las relaciones del poder y la prensa con el doctor Santiago Fujimori y cena a la que se unió en los postres el señor Estela, mandamás de la Sunat. Sobra decir que no estuve de acuerdo con las tesis de Santiago Fujimori y que las ofertas suyas y mías quedaron en nada. La revista "Oiga" —la de entonces— no cambió de ruta. Creía y sigo creyendo que no hay libertad de prensa si el Estado interfiere, sea con impuestos o con la policía, la libre circulación de ideas... No es, pues, caprichosa mi seguridad de que él, Santiago, era el responsable de la política del régimen sobre los medios de expresión y quien daba las órdenes para el comportamiento político de la Sunat.

Debo concluir, sin embargo, afirmando que sería injusto que sólo con mi testimonio caiga la policía, metralleta en mano, sobre el doctor Santiago Fujimori. Sí es pie para una sosegada investigación para reafirmar la tesis de que el impuesto a la circulación de las ideas e informaciones es la más taimada de las censuras a la prensa. Lo que no significa exoneración de impuestos a las utilidades del negocio periodístico.

Fuente: El Comercio, Viernes 26 de enero de 2001.  Sección Editorial a21

Edición y Compilación: Jhon Bazán & Josu Iñaki Bazán

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