ADIOS CON LA
SATISFACCIÓN
DE NO HABER
CLAUDICADO
CRÓNICA DE UN
COLABORADOR APENADO
HE sido y soy
un inveterado lector de hebdomadarios y publicaciones mensuales nacionales y
extranjeras. Desde mis veinte años de edad, que con algún optimismo
calificábamos entonces como mayoría de edad o edad de la razón, comencé a
coleccionar mis suscripciones. Conservo entre mis repletos estantes, difuntas y
vivientes ediciones. Daré como ejemplo el primer número de LIFE, del 23 de
noviembre de 1936, que costaba US$ 0.10; y el último del 29 de diciembre de
1972, cuyo precio era de US$ 0.50, cosas de la inflación. Habían transcurrido
muchos años y esa revista, además de los noticieros FOX y MOVIETONE, eran la
televisión inocente de aquellas décadas. Mi instructiva manía me ha dejado
recuerdos y testimonios permanentes, invalorables y, motivado por ello, intentaré
expresar puntualmente mi sentir cuando, el 5 de setiembre, la momentánea
postrer edición de OIGA aparezca. Si LIFE circuló durante 36 años, para nuestro
medio editarse durante 33 es valiosa hazaña, es respetable madurez, vigorosa
ancianidad.
Cuando
transcurrían los iniciales años del lejano sesenta, en casa del buen Jorge
Aubry, generoso en amistad, conversación y whiskies, nos reuníamos con abusiva
frecuencia Eduardo Orrego, Julio Meyer, Lucho Larco, los jóvenes hermanos
Fernando y Rafael Belaúnde Aubry y otros incontables. Desde luego, estaba
siempre el infaltable Igartua. Eramos libantes pensadores que creíamos merecer
mejores gobernantes y Paco quería decirlo por escrito y semanalmente. ¡Qué
pesadez y qué ingenuidad!
Colaboré con
mi aporte para fundar el inquieto semanario y si bien mis actividades de
entonces eran ajenas al periodismo y vergonzosamente horribles -tenían,
según se supo después, propósito de lucro-, peregriné por solidaridad de asa
ciado por todas las sedes que la revista tuvo. En lo que andaba quedando de la
Ciudad Jardín: la avenida Salaverry, la avenida Faucett, la calle Chinchón;
luego Pedro Venturo y ahora, en el terminal de la partida, en el Paseo Parodi,
ausencia que intuyo no será definitiva.
Debo a esa
espontánea, impensada decisión de participar en OIGA, presuntuosas
satisfacciones de ver aparecer mis notas entre otras de mejor calificados
colaboradores. Debo, pues, a OIGA el haberme introducido tímidamente en el
artículo periodístico. Debo además a OIGA, según carta que publiqué en el N2137
de setiembre ele 1965, una atinada profecía al decir acertadamente que “lo que
ocurría en los valles del Satipo dejaría a la montaña desierta de hombres de
bien”. Aquel fue mi debut en la revista. Luego vino el silencio y el desastre
del velascato; y después, por años OIGA fue la lectura predilecta de mi esposa
y la mía. Eclipses parciales me ocurrieron, pero nunca en desmedro de nuestra
amistad.
Por ello me
apenará no recogerla y leerla semanalmente. El “more solito” cala profundamente.
Para expresarlo a cabalidad y que bien se entienda, quiero definir mi pesar con
la contraparte de la alegría que me proporcionarían los obituarios de algunas
indeseadas publicaciones, algunas bien escritas, es verdad, pero cultoras
permanentes de las mentiras convencionales del populismo. Hago fácil parafraseo
de Max Nordau, autor de un viejo libro que presté y naturalmente perdí. Termino
mis “saudades” de colaborador de OIGA diciendo “arrivederci” a todo el personal
ido y presente, que siempre me atendió con deferencia y cortesía.
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