ADIOS CON LA
SATISFACCIÓN
DE NO HABER
CLAUDICADO
PRESERVAR LA
DIGNIDAD EN EL PERÚ
por Leopoldo
Chiappo
“Bien podrán
los encantadores quitarme la ventura; pero el esfuerzo y el ánimo, será
imposible”.
(Don Quijote,
Parte II; cap. XVII).
NADA más
oportuno y realmente saludable que recordar estas palabras de Alonso Quijano,
el Bueno, elevado a la dignidad noble de Don Quijote. Sí, los encantadores
existen, son los embaucadores y falsificadores de la palabra, los burladores de
las leyes, los encubridores y amnistiadores de criminales, los que hacen lícita
la impunidad con la prepotencia del poder armado y el cinismo de su civil
testaferro, monstruo poco frecuente, híbrido de demagogia y tiranía que ha
aparecido en el Perú.
Cualquier
lector podrá perfectamente identificar lo que digo. Me refiero a la elección
sin base jurídica limpia y con trampas verbales y en desleal ventaja; me
refiero a los transnochantes y obsecuentes legisladores que aprueban la ley que interrumpe el proceso
legal para entregar al encubridor fuero militar -el juicio a los militares
comprometidos en la masacre de La Cantuta; me refiero, mejor dicho, denuncio a
los amnistiadores de los criminales de la pollada de los Barrios Altos, a los
interventores de las universidades como San Marcos; la ilustre, y La. Cantuta,
Me refiero al atrevimiento de quien, desde la alta investidura que no le
corresponde, llega hasta el extremo de vejar a la Iglesia Católica, ignorando
la tradición milenaria de sabiduría y de arte, de civilización y grandeza, de
alta espiritualidad, utilizando manidos lugares comunes como “vacas sagradas”
para calificar al Vicario de Cristo y a los arzobispos, obispos y sacerdotes,
personas espiritual y sacramentalmente ungidas, y se apodera del término
técnico “mitos” para referirse a la religión establecida por Dios mismo. Estas
son verdaderas pisotadas de rinoceronte en la casa de cristal que debiera ser
por su transparencia justiciera y su dignidad el Congreso de la República. Dos
mil años tiene la Iglesia Católica y ha experimentado muchas turbulencias. Este
vejamen de un gobernante elegido mediante una ley que Luis Miró Quesada Garland
llamara “inmoral e impugnable”, evidentemente no afecta en absoluto a la
grandeza de la Iglesia Católica y a su misión espiritual en el Perú y en el
mundo. Pero avergüenza, sobre todo por venir de quien se le atribuye la
personificación de la Nación Peruana. Felizmente no es así. Debe ser por esto,
por la insignificancia del actor ante la majestad de la Iglesia ofendida, que
ésta no ha recogido el guante. Es la experiencia milenaria de una institución
sagrada frente a la prepotencia de los transitorios detentadores del poder,
desde Atila y Felipe IV de Francia y Enrique V de Alemania. Imagínense el
insulto “chicha” de éste. Sí, considerar “mito” a una religión como la Católica
es, como diría Cantinflas, “falta de ignorancia”.
Sí, digo,
nada más oportuno que recordar las palabras de Quijote. Los encantadores podrán
quitar la ventura, pero, dice Don Quijote, “el esfuerzo y el ánimo será
imposible”. Y esto es precisamente referido al gran caballero de la dignidad
periodística Francisco Igartua, en estos momentos en que los encantadores
acosan, los tibios se esconden, los vivos y no caídos del palto se alinean y
adulan, los “inteligentes” callan. Sí, como he leído a lo largo de los años los
editoriales firmados de puño y letra de Igartua, es oportuno citar el libro del
Ingenioso Hidalgo, que me parece es su libro de cabecera. Sí, es oportuno
mantener el “esfuerzo y el ánimo”, en época de debilitamiento moral de nuestra patria.
La dignidad
es la mayor y esencial riqueza de una persona y de un pueblo. Cuando se hace
escarnio de la dignidad todo se trivializa. Se convive con la vulgaridad. Y así
se alienta la corrupción y se tolera la impunidad de los delincuentes y criminales
más feroces. OIGA y su líder, Francisco Igartua, desempeñan en el Perú la lucha
por la preservación de la dignidad en nuestra patria. Digo nuestra utilizando
la significación quechua de “ñocanchis”, que sólo somos nosotros, los peruanos
que estamos angustiados por la pérdida de la dignidad y el derrumbamiento
estructural y ético de las instituciones, el “ñocanchis”, el nosotros que
excluye a los callados o entusiastas partidarios del envilecedor principal del
Perú, haciéndose de la vista gorda de todas actuaciones cínicas de su
voluntarismo político in escrupuloso.
Hay un caudal
muy grande de dignidad en el Perú. Y si momentáneamente han dado resultado
todos los sortilegios y mañas y trampatojos de los “embaucadores”,
aprovechándose de una nación debilitada y angustiada, no ha de tardar el día en
que la razón y la limpieza ética triunfen y con ello la restauración en el Perú
de la dignidad en la vida política y en la institución militar. Hay que superar
el pragmatismo sin valores superiores. Sí superar el voluntarismo político
inescrupuloso. Entonces florecerán la educación y la cultura en nuestra patria
vejada.
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