Martha GONZÁLEZ ZALDUA
De Loyola nos ha llegado una gracia. Un Papa y un Papa
argentino. Quien fuera Monseñor Bergoglio, Arzobispo de la ciudad de Buenos
Aires y Cardenal Primado de la Argentina, es hoy Francisco.
Asombro, orgullo, alegría. Emociones que se sucedieron y se
suceden ante este Papa que muestra una conducta poco convencional.
Quienes tuvimos oportunidad de conocer su ministerio en
Buenos Aires sabemos que Francisco es hoy lo que siempre fue: un hombre de fe,
de paz y de concordia. Y como tal ha sido recibido sin distinción de credos,
razas o nacionalidades.
Todos los gestos que hoy sorprenden son en él costumbre.
Caminar por las calles de la ciudad, viajar en transporte público, contactarse
con la gente, recorrer los asentamientos de gente de bajos recursos llevando su
palabra evangelizadora.
De muy firmes principios y con un agudo sentido de la
política, su sólida formación le permitió ejercer entre nosotros su labor, con
una calidad y calidez poco usual.
Hoy, en Roma, imaginamos que deberá enfrentar problemas mucho
más complicados y abarcativos de los que enfrentó aquí. Como Ignacio, fundador
de su Orden, se ha puesto en camino. Deja su casa y su país y comienza su etapa
de peregrino. Un andar que si bien lo lleva a lo más alto de la jerarquía de la
Iglesia, lo expondrá como a todo peregrino, a un sinnúmero de dificultades.
Francisco proviene de aquellos “amigos en el Señor” que se
reunieron en una capilla de París, en Montmatre un 15 de agosto de 1534, para
ponerse al servicio de la Iglesia. Hoy, es él quien la representa.
Y como Ignacio lo fue en su tiempo, Francisco es un soplo
renovador en una institución que necesita de la frescura de lo nuevo, de lo
sencillo, de lo común. Ambos tenían un objetivo común, servir.
En la misa del Jueves Santo del 21 de abril de 2011 en Buenos
Aires, decía: El que pueda, el que tenga autoridad, úsela para servir: todo lo
demás no vale. Y lo vuelve a repetir ya como Francisco el 19 de marzo pasado en
la Misa de Inicio de su Pontificado: Nunca olvidemos que el verdadero poder es
el servicio.
La sencillez de sus actos, la honestidad de su pensamiento,
nos permiten abrirnos a la esperanza.
Fuente:
Euskonews
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