PROCLAMA DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO
DE GOBIERNO,
DOCTOR HIPÓLITO UNANUE,
EL 3 DE ABRIL DE 1825
Señor:
El Libertador de Colombia destinado a la felicidad e
independencia del Perú no puede existir a un tiempo mismo en cuantas partes le
llaman las necesidades de él. Desde las orillas del Apurímac, adonde le condujo
la victoria, hubo de retroceder para salvar a Lima cuyos infelices moradores gemían bajo la desolación más espantosa.
Los tiranos que la oprimían parece que se habían desnudado
del carácter de hombres para vestir el de fieras, pero de una fiereza no
conocida ni aún en la naturaleza bruta. Del tigre se cuenta que llora sobre los
cadáveres humanos que ha destrozado y aquellos entonaban cánticos de alegría
sobre sus miembros ensangrentados.
Huyeron a las fortalezas del Callao al acercarse el héroe y
permanecen allí sosteniéndose con obstinación; no por valor, porque esta
excelente cualidad del ánimo está unida a la esperanza de que carecen; no por
desesperación, porque su elemento vencedor, a pesar de su infidelidad e
infracción de pactos, los trata con suma afabilidad. Es el encono, es la rabia
y deseo de destrucción, de venganza y que no quede piedra sobre piedra de esos
castillos, llave del Perú, ya que no puede verificarse en su capital. Que se
destruyan en hora buena, que de sus escombros levantaremos un muro más alto
para que no vuelvan a penetrar en la tierra de que han sido arrojados.
El Libertador marcha a las provincias del sur, donde la
gloria cubrirá de nuevo esplendor las páginas de su vida.
En su ausencia quiere quede al frente del Gobierno un Consejo
compuesto de sus ministros. Desde que entró en Lima, han trabajado éstos con el
empeño que pedía la reparación de una administración arruinada, pero tenían su
luz que los dirigía a través de las dificultades y dudas. Hoy se ausenta,
nosotros le seguiremos con nuestras consultas.
El Consejo espera que las altas clases que se hallan aquí
reunidas cooperarán con exacto cumplimiento de sus deberes y con su influencia
pública a un buen desempeño. El Perú está colocado en el centro de la península
austral. Es el fiel de la balanza entre las repúblicas que la pueblan, y así
como estará su mayor prosperidad y dicha en permanecer tranquilo a la sombra de
un buen régimen, pues será el lazo de oro que las una; así le sobrevendrá un
cúmulo de desastres si se envuelve en nuevas revoluciones y anarquías. Le
invadirán y le dividirán todos; porque nadie quiere vivir en rededor de un
centro emponzoñado.
Basta ya; basta señores; que el nombre de peruano no
obscurezca la historia de la libertad de los pueblos. No se vean más bajo de
este cielo esos infaustos y extravagantes sucesos de entregar la patria a los
enemigos los mismos que desenvainaron la espada para hacerla independiente.
Yo juro sobre las aras del Dios de la eternidad, que si no
suspende de mí la mano benefactora con que siempre me ha protegido, primero
seré reducido a cenizas que dejar caer una mancha sobre el lienzo de la
libertad de la patria.
En paz y sosiego nos deja, señores, el Libertador en Lima y
provincias adyacentes, en paz y sosiego es nuestro deber devolverlas.
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