El año de la gran debilidad
Viernes, 03 de enero de 2014 |
4:30 am
El 2014 tendrá la virtud de no
ser un año ocasional o exclusivamente de tránsito hacia un nuevo país político
que se concretará el 2016; será pleno en lo que Antonio Gramsci llamaba
movimientos orgánicos, es decir, sostenibles y no necesariamente coyunturales.
Varios hechos serán parte de estos movimientos y los influenciarán
notablemente, como el esperado fallo de La Haya sobre los límites marítimos
Perú/Chile; los dictámenes de las comisiones investigadoras de los ex
presidentes García y Toledo; la elección de la mesa directiva del Congreso; las
elecciones regionales y municipales; y la realización en Lima de la Conferencia
Mundial de Cambio Climático, COP20, entre otros.
Se ha extinguido el impulso de la
restauración democrática de los años 2000 y 2001; ha muerto porque no pudo
alumbrar un nuevo sistema político, renovando actores, ideas e instituciones y
universalizando derechos. Tuvo ciertos logros como haber superado la maldición
de los 12 años, es decir, más de 12 años de democracia ininterrumpida desde el
28 de julio del 2001, organizado las regiones y acompañado el auge económico
con algunas medidas distributivas y de incentivo a la demanda. En ese período
se ha progresado, aun con efectos dispares, en varios indicadores sociales de
acuerdo al reciente Tercer Informe Nacional de Cumplimiento de los Objetivos
del Milenio de las NN.UU.
Las causas de este agotamiento
quedarán para la disputa entre los historiadores: si se debe a las fallas del
producto, es decir, a las limitaciones de la transición iniciada el año 2000 o
a la fuerza de lo que Carlos Vergara ha llamado acertadamente la promesa
neoliberal, relativamente exitosa en la construcción de su propia ciudadanía y,
claro, de un régimen político adaptable a ella.
Esta fase del agotamiento es
concurrente con una guerra política intensa, que está dejando de ser la clásica
confrontación que se alterna con el consenso. Es la política democrática la que
ha empezado a escasear y cede su lugar a una sucesión de reyertas, celadas y
operaciones de baja intensidad. La antipolítica peruana se ha superado a sí
misma y está dando paso a la contrapolítica; ambas son, al fin y al cabo,
formas que asume la política, aunque la última de ellas expone una severa
crisis de varios espacios del régimen, ya advertida en el pasado.
A pesar de todo lo señalado, el
actual régimen político no adolece de una grave inestabilidad y parece
dispuesto a soportar estos remolinos y embistes. Luego de tantas críticas sobre
la displicencia de los partidos y de sus líderes para emprender una reforma
consistente habría que concluir que para las necesidades de la contrapolítica
el régimen no necesita reformarse. Puede funcionar con financiamiento
partidario privado elevando a niveles estratosféricos las campañas electorales;
con voto preferencial funcional a los intereses privados; con políticos
“independientes” fichados para la ocasión; y con caudillos más fuertes que sus
partidos, grupos que ganan elecciones pero que no gobiernan.
Una ruptura institucional es una
posibilidad muy lejana: más bien el régimen está a punto de ser tomado por
dentro y este año se consolidará la confluencia de poderes empresariales,
mediáticos y partidarios con ese propósito; lo harán en el contexto de una
visible debilidad del poder. La gran debilidad previa a la gran transformación.
Las elecciones regionales y
municipales jugarán un rol dinamizador de este proceso; la descentralización
terminará de ser copada por un conjunto abigarrado de grupos, fuerzas,
tendencias y líderes. En ese cuadro, un elemento básico del nuevo país
político, los partidos serán imperceptibles. Esas elecciones serán, sin
embargo, una oportunidad para la izquierda local y regional que desde allí
podrían reconstruir una presencia nacional que se augura esquiva por las
dificultades en la formación de un frente amplio.
La promesa conservadora es casi
inevitable en la medida en que sea imposible proyectar un nuevo centro
político. El Perú necesita una nueva fe reformista y construir una comunidad
nacional, pero parece que ese liderazgo está vacante.
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