Vivir Bien
21 años de periodismo independiente, plural y comprometido
por Tulio Arévalo van Oordt
Cuando uno empieza a hacer
carrera en la profesión elegida para ganarse la vida, lo hace sin pensar en el
tiempo que pasará. Los años llegarán uno tras otro sin que nos demos cuenta,
sin celebraciones particulares, recibiendo la felicitación de quienes se
acuerdan de uno.
Y así, sin darme cuenta,
han pasado ya 23 años desde que empecé mi andar en el periodismo. Las páginas
de la desaparecida revista OIGA, dirigida por Francisco ‘Paco’ Igartua, fueron
más que una escuela, más que una maestría. Esa primera experiencia me marcó.
Era la revista que siempre leía cuando era adolescente, ‘un pulpín’ como dicen
ahora, era la que más me gustaba, la que devoraba de principio a fin cada
semana. Y en su redacción me vi sentado un día.
La aventura duró un año.
Era el gobierno de Alberto Fujimori, el ex presidente que se convirtió en
dictador y ahora en inquilino de la DINOES. En sus planes, en su estrategia de
gobierno, no había lugar para una prensa independiente, y OIGA tuvo que cerrar,
asfixiada por la falta de publicidad y el ajusticiamiento tributario a la que
fue sometida, para no comprometer su línea editorial. Sin OIGA, no hubo quien
alzará la voz contra la corrupción, contra la falta de valores y principios.
Solo se escuchaban gritos a los que nadie hacía caso.
Pero un año después del
cierre de OIGA, llegaría Vivir Bien. Recuerdo que un domingo por la noche al
llegar a casa me dieron el encargo. Te ha llamado Alfonso Bermúdez, me dijeron.
Pide que le devuelvas la llamada. Así lo hice y ‘el Tigre’ me dijo, “flaco,
tienes trabajo otra vez. Volvemos al periodismo”. Alfonso, además de haber sido
mi Jefe de Informaciones en OIGA, es mi amigo (ahora dirige una revista en New
Jersey, con relativo éxito) y fue quien más me aconsejó sobre el quehacer
periodístico en aquellos años. Me citó a una oficina en la calle Schell, en
Miraflores, justo en el edificio donde quedaba la ex sucursal del Bank of Tokyo.
Ahí conocí a Willy Sacio Matute, dueño y director de la que a partir de
entonces sería Vivir Bien, la revista de la ciudad. El Editor General era ‘el
Tigre’, Alfonso Bermúdez. La redacción la completaban Orazio Potestá, compañero
de universidad y ex compañero en OIGA, pero sobre todo uno de los pocos amigos
que deja esta carrera, y Mercedes Almeyda. Nuestro fotógrafo era el veterano
Ricardo Queija, que llegaba siempre quejándose, pero con la foto encargada, y
la historia repetida de haber sido fotografiado a las vedettes más exuberantes
para las páginas del diario Ojo. Nunca verificamos esa historia, pero la
escuchábamos con el respeto que se merece una persona grande, mayor. La
diagramación era ‘culpa’ de Pancho Borja. Parecía un bombero apagando
incendios, sobre la extinta hoja de pauta.
Y así empezó Vivir Bien,
teniendo como tema el quehacer de la ciudad. Todo lo referido a nuestra ciudad
tenía espacio de difusión y análisis en sus páginas. Desde política y economía,
hasta seguridad, arquitectura y transporte. Era 1996 y la salida de la revista
coincidía con la Cumbre de las Ciudades en Estambul. En los primeros números de
la revista ya se tocaban temas premonitorios como la situación de la Costa
Verde y la ahora indetenible ola de inseguridad.
Esos primeros números nos
sorprendieron también con la recuperación de la residencia del Embajador de
Japón, tomada por un comando terrorista del MRTA. La Operación ‘Chavín de
Huantar’ dio la vuelta al mundo y Vivir Bien estaba ahí para contarla. Y
también para dar cuenta de los proyectos paisajísticos que se deberían hacer en
su lugar como memoria de la amistad peruano japonesa y en recuerdo de una época
que deberíamos volver a vivir.
A los pocos meses de
aparecida la revista nos quedamos sin editor general. Alfonso Bermúdez se alejó
de la revista por motivos personales que además coincidieron con una mejor
oferta laboral. “Quédate Tulio, tú vas a ser ahora el editor. Vas a ver que es
mejor ser cabeza de ratón, que cola de león”, fue uno de sus últimos consejos.
Pero también aprendimos del
director, de Willy Sacio M. Así le gusta escribir su nombre. Su solidaridad,
fue lo primero que me llamó la atención y lo primero que aprendí. Recuerdo una
mañana que fuimos a tomar desayuno a La Aurelia, un local que quedaba en la
calle Diez Canseco, también en Miraflores, famoso por sus ravioles artesanales.
Ese día mientras comíamos un pan con chicharrón y tomábamos café (en aquellos
años aún tomaba café, dos jarras al día, y fumaba, dos cajetillas y media
diarias de Premier), una anciana indigente entró a la cafetería y Willy en vez
de darle una propina, la hizo sentar en una mesa y pidió para ella lo mismo que
habíamos estado comiendo nosotros.
Willy tiene esos detalles.
A muchos puede no gustarles su personalidad, su comportamiento abrumadoramente
avasallador, pero es solidario y respetuoso con los que menos tienen. Además de
tener una agudeza de análisis, sabe estar atento a todo lo que dicen los
demás.
Pero volvamos con Vivir
Bien. Hacer empresa en el Perú nunca ha sido fácil. Y menos si se trata de
empresas periodísticas. Vender publicidad para sostener una planilla mensual,
de una publicación gratuita, no es cosa de juego. A pesar de lo difícil que
resulta conseguir los avisos que mantengan el costo de la revista y dejen
alguna ganancia, Vivir Bien no se detuvo. No tuvo que renunciar a su la
independencia con ha ejercido el periodismo estos primeros 21 años.
De ser la revista de la
ciudad, pronto se convirtió en una revista de carácter intelectual y político,
en la cual se respiraba pluralidad. A pesar de ser su director y redactores
opositores al gobierno de Fujimori. Y es que en sus páginas había espacio para
personajes tan disimiles como los ya desaparecidos Carlos Torres y Torres Lara
o Javier Diez Canseco, fujimorista e izquierdista, rivales irreconciliables en
el Congreso de hace 20 años, pero que los lectores de Vivir Bien podían leer
con una página de diferencia.
Ahí ya la revista se
ocupaba de quehaceres más amplios, como la leva a la que eran sometidos
nuestros jóvenes en las ciudades de la sierra, la trata y tráfico de mujeres,
así como también el narcotráfico o los acuerdos de paz con el Ecuador o el
sempiterno problema de la informalidad de nuestra economía.
Han pasado 21 años desde
que saliera el primer número de Vivir Bien. Recuerdo el primer ese primer
número, porque se celebró con un almuerzo en un restaurante de Jesús María, que
ya no existe. No me di cuenta cuando pasaron 5 años, mucho menos cuando pasaron
10. Pero cuando Willy Sacio me hizo notar, al pedirme este artículo, que ya
habían pasado 21 años, me puse a pensar en el lugar que ocupa esta revista en
mi carrera periodística, en lo ingrata que puede ser a veces esta profesión, en
los amigos que gané, en los que quedaron en el camino, en fin, en tantas cosas
vividas.
Esperemos que estos sean
solo los primeros 21 años de Vivir Bien. Que la independencia y el compromiso
periodísticos, bien valen la pena cualquier sacrificio. Larga vida Vivir Bien.
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