Igartua y el 5 de abril
Un gran periodista visionario de un periodo nefasto de la
historia.
por César Campos
Lo dije en innumerables oportunidades y escrito no menos:
valoro como la mejor experiencia periodística de mi vida haber trabajado junto
al gran Francisco “Paco” Igartua, fundador de las dos revistas que por casi
cinco décadas disputaron la preferencia ciudadana marcando la agenda política
del país. Me refiero a OIGA y Caretas.
OIGA nació en noviembre de 1948, pocos días después del golpe
militar encabezado por Manuel Odría contra la administración democrática de
José Luis Bustamante y Rivero. Apenas sacó a circulación dos números, fue
clausurada por la flamante dictadura mientras que Igartua iba a parar con sus
huesos a la Penitenciaría de Lima. En 1950, a al lado de la tenaz Doris Gibson
lanzó al mercado Caretas, cuyo nombre fue tomado de un semanario argentino con
un nominativo más completo: Caras y Caretas. Paco explicó que como el Perú
vivía controlado por la bota castrense, no alcanzábamos a ver las “caras” de
los acontecimientos sino solo las “caretas”. Por supuesto, al poco tiempo
también fue clausurada. Gibson e Igartua fueron deportados.
Desde 1963, Igartua retomó la aventura de OIGA. Apoyó con
vehemencia los inicios del primer gobierno del arquitecto Fernando Belaunde y
con esa misma vehemencia lo combatió por no cumplir sus promesas. Rechazó el
golpe del general Juan Velasco pero luego adhirió al régimen militar porque
encarnaba los cambios sociales que su generación promovía. Una desavenencia con
ese régimen a raíz de la crisis económica que ocultaba hizo que OIGA sufra una
nueva clausura e Igartua otra deportación, esta vez a México. Retornó al país
con los vientos de la transición democrática de la Asamblea Constituyente de
1978 y las elecciones generales de 1980. OIGA volvió a publicarse.
Paco me convirtió en el redactor principal de la sección
Política de OIGA desde mi ingreso a la revista, en mayo de 1991. Reemplacé en
esa función a Pedro Planas, quien asumió los informes especiales. Nuestra consigna
era vigilar muy de cerca el desenvolvimiento del gobierno de Alberto Fujimori,
quien ya había tenido expresiones sutiles contrarias al orden democrático
establecido. El presidente no sumaba con su lenguaje sino, por el contrario,
atacaba la institucionalidad constitucional cada vez que podía. “Lee siempre
las entrelíneas de sus discursos —me recomendaba Igartua— y descubrirás sus
verdaderas intenciones autoritarias”.
La verdad es que algunos en la revista no compartíamos la
susceptibilidad de nuestro director y la juzgábamos exagerada. Peor todavía
cuando nos señalaba que Fujimori estaba preparando un golpe de Estado, algo que
nos parecía inimaginable para la última década del siglo XX, en plena caída
sistemática de las últimas dictaduras en América Latina. Las complicaciones
fueron mayores cuando un “pajarito verde” (llámese una fuente militar) le
proporcionó a Paco un plan de gobierno de veinte años elaborado en las
instalaciones castrenses durante la última etapa de la administración de Alan
García y que contenía todo un programa de acción para recuperarnos de la honda
crisis económica, social y política, especialmente de la amenaza terrorista.
Programa que solo podía llevarse a cabo bajo la tutela de los cuarteles.
OIGA publicó extractos de ese plan a fines de 1991 y demostró
la enorme identidad que Fujimori guardaba con su derrotero. Paco me enviaba a
entrevistar a parlamentarios y políticos para que avalaran su tesis de la
inminencia de un golpe. Yo lo hacía de mala gana y hasta encontré aliados de mi
escepticismo (recuerdo al diputado del Fredemo Enrique Ghersi) pero otros le
daban la razón a Igartua (recuerdo a Alfonso Grados Bertorini).
El sábado 4 de abril de 1992, cerramos la edición de la
revista anunciando en la portada que el golpe se venía. La carátula también
estuvo dedicada a la figura de la primera dama Susana Higuchi, autora la semana
precedente de una grave acusación a sus cuñadas Juana y Rosa Fujimori,
responsables —según ella— de un tráfico de ropa usada a través de la ONG
Apenkai.
La revista salió a circulación el lunes 6 de abril, al día
siguiente del mensaje golpista del hasta entonces presidente constitucional.
Sin duda, el incidente de la ropa usada adelantó la ejecución del asonada
militar. Nos constituimos en la puerta de OIGA que ya había sido tomada por
tropas del ejército. Me indigné con uno de los soldados advirtiéndole que
terminaría preso cuando la aventura antidemocrática culminase. El soldado
rastrilló su arma y Paco me jaló del brazo hacia un costado. “No juegues al héroe
—me reprendió con firmeza pero sonriente— Esto será cuestión de días. No es un
golpe como los de otros tiempos”, dijo.
Volvió a tener razón. La flamante autocracia retiró a las
tropas de todos los medios de comunicación y Fujimori, más maquiavélico que
nunca, pidió “disculpas” por las molestias ocasionadas a la prensa y hasta
visitó a los directores del diario El Comercio para simbolizar la supuesta
franqueza de su pena por el atropello.
OIGA se mantuvo firme pugnando por el rescate de la
democracia hasta su última edición a fines de 1995. Salió de circulación
ahogada por la falta de recursos económicos (las grandes empresas estaban
felices junto al régimen fujimorista y no ponían un solo aviso).
Igartua falleció el mes de marzo del 2004 y hoy quiero
reivindicarlo como el gran periodista visionario de un episodio nefasto de la
historia peruana, combatiente por los valores de la libertad y paradigma de la
entereza frente a quienes buscan derrotarlos.
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