La Crítica solitaria
Por Pedro Planas Silva
Parecen tan lejanos esos esforzados años de 1985 y 1986. El
seductor verbo de un joven candidato presidencial, recompensado con la
Presidencia de la República por remozar la vetusta arquitectura de su partido
de origen, portando un ego visiblemente alterado por ese penoso deporte peruano
de los aplausos, encuentra a Igartua – como Ulises – amarrado en su poste
principista, intentando triturar una a una las múltiples promesas musicales que
fluían de la inatacable labia. Y donde otros festejaban una mar plácida y quieta,
al grado de zambullirse en las nuevas aguas sin ninguna precaución, Igartua –
desde su puesto de alta vigía, allende la arena – advertía aguas movidas y
detectaba solitariamente objetos oscuros y engañosos moviéndose a sus anchas,
bajo el aparente remanso. Igartua… ¡aguafiestas! Claro que sí: aquel paisaje de
postal, que espontáneamente repartía la prensa nacional e internacional, tenía
como casi único detractor, a un tozudo y vasco metereólogo, cuyo mérito
(pecado, dicen los coyunturales) fue siempre proyectarse más allá del
petrificado horizonte captado por la postal. Y así, cuando bramaron los cielos
y apareció el intempestivo tsunami estatista de 1987, todos olvidaron la
esforzada labor del vigía. Todos se parapetaron en torno al puesto de salvavidas,
más, en esa nueva foto de postal, Igartua era visto como uno más…
Al caer la popularidad de Alan García (en tendencia
proporcionalmente inversa al ritmo inflacionario), la voz de OIGA tiene mayor eco. Sus denuncias, ahora sí
son escuchadas y hasta reproducidas. Sus editoriales, son leídos en voz alta y
citados con orgullo., Precisamente en esa época, cuando Igartua compartía –
gustoso – su rol de atento vigía y de insobornable catón. Por contraste, la
actitud hacia OIGA en 1985 y 1986, tuvo caracteres de lectura clandestina,
comentario a media voz y hasta hubo editoriales cuya lectura fue negada con
orgullo («leo OIGA, pero no leo a Igartua»). Aun quienes estuvimos en el equipo
de OIGA en aquellas jornadas, tenemos algo de desmemoriados y nos asombra
encontrar, a mediados de 1986, críticas a Ulloa y a D'Ornellas por su perpetua
«luna de miel» con García y hasta un valiente artículo de nuestra muy leída
«Pandora» (Evelyn Fassio) cuestionando al periodista de «La Ventana de Papel»
por reprocharnos a nosotros no tener esperanzas en ese joven presidente que
hace tantas cosas buenas por el Perú (¡!).
Imaginamos que nadie creerá hoy que la posición de OIGA
frente al gobierno aprista obedeció a prejuicios mentales o a escondidas
vendettas. «Desafortunadamente, Igartua tuvo razón», era el único
reconocimiento que tuvo a bien circular alrededor de 1987 y 1988. En todo caso,
que quede en nuestra memoria la campaña casi solitaria que emprendió OIGA en
esos años de pletórica «luna de miel». Ahí está el Editorial clave: «Por qué y
para qué seremos oposición» (22/4/85). Ahí están los llamados permanentes de
Igartua a construir una auténtica «oposición democrática y fiscalizadora»: vano
llamado, que fue incapaz de romper el estado hipnótico de nuestra prensa. Ahí están
las tempranas advertencias en torno a la «moralización» (predicada por
altoparlante desde el 28 de julio) y las primeras campañas de denuncia,
aquellas campañas tan demandadas – en su lectura – allá por 1988 y 1989. Ahí
está la protesta contra el manejo que realiza Palacio de la información y de
los titulares (Edit. «El cerebro político» del 16/9/85), gracias al permiso
otorgado por una prensa voluntariamente domesticada (caso peor a si hubiese
sido censurada por decreto).
Precisamente, ese editorial – que explica con triste realismo
la crueldad de los peñascos que habría de lidiar la cada vez más frágil
embarcación en la que navegaba el espíritu sanamente inquisidor de OIGA –
culmina con esta sensible y desgarradora post data : «En una columna del diario
HOY se nos amenaza con quitarle a OIGA el avisaje estatal. ¡No se nos ocurrió
que el gobierno comenzaría tan pronto a atentar contra la libertad de prensa!
Pero no cambiaremos de línea. Creemos que sin oposición no hay democracia y no
estamos dispuestos por lo tanto a plegarnos a la mayoría de la prensa nacional,
domesticada por el APRA ».
Y así sucedería también, luego, con los avisajes privados. La
amenaza – el chantaje – sobre el empresario timorato, sin más óptica que su
bolsillo, tuvo exitoso resultado, aun después del intento de confiscar la banca
y los seguros (y acaso por el temor surgido desde entonces). Tal política,
digna de pupilos de Al Capone, fue estrictamente recogida por la administración
actual, como el único medio de doblegar la crítica de OIGA. ¿Hubiese sido preferido acaso, para gozar de
los ingresos que trae la publicidad, ingresar entusiasta a la «luna de miel»
con García y, luego, sin ninguna vergüenza, encaramelarme con el Fujimorismo
anti-García? Si, sin duda hubiese sido más provechoso para las arcas de OIGA.
Pero, Igartua sabía que, de rodillas, nunca se hace buen periodismo. Y así,
cierra esta etapa, pero con el honor en alto.
Oiga 5 de septiembre de 1995
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