Canta Claro
Por FRANCISCO IGARTUA
LA CONCERTACIÓN ESTÁ CAYENDO EN
UN JUEGO DE ENGAÑOS
Al vigoroso grito de ¡abajo la
impunidad! Un importante sector del gobierno se ha lanzado dizque a liquidar a
la mafia de la corrupción. Y el hecho es de temer. No por el laudable propósito
declarado ni por el grito, de fuerte contenido moral en estas épocas peruvianas
en las que las intimidades de la trastienda política han quedado desnudas, más
que al estilo griego al de los calatos que se duchan, o duchaban, en los
chorrillos de los acantilados de la Costa Verde, sino porque ese grito es
engañoso, sea porque algunos se engañan, conmocionados por las inmundicias
reveladas en los vladivideos, y otros engañan con el grito y no explican por
qué hasta hoy no se le hace una acusación extraditable a Alberto Fujimori, el
capo mayor de la mafia. Y también hay quienes engañan porque a lo que aspiran
no es a moralizar el país sino a que la toma de los canales de televisión sea
en provecho propio, pues es fácil advertir que el riesgo del silenciamiento de
los canales 4 y 5 no ha desaparecido. Con el doble significado de lo expresado
por el presidente Toledo en Tumbes, ni siquiera es seguro que no se produzca la
captura prepotente de esos medios, mientras sigue firme la amenaza de una
leguleyada judicial para concretar la toma de una torta al parecer muy deseada
por amigos del Mandatario.
En este asunto no está en
discusión que los ampayados con las manos en la masa de dólares sean castigados
con severidad extrema (la severidad de la ley se supone) y hasta intervenidas
judicialmente sus empresas. Lo que los periodistas rechazamos en nombre de la
libertad de expresión y en defensa del estado de derecho, basamento de la
democracia, es que por medio de resoluciones ministeriales o argucias
judiciales el gobierno saque del camino a medios de expresión que le son
incómodos y a los que acusa de estar conspirando sin presentar una sola prueba
del delito, pues complotar es un delito gravísimo. Los periodistas, puestos de
lado y que muestran repugnancias por la trayectoria de muchos canales durante
el fujimorato, vemos con preocupación este episodio, porque sórdidas experiencias
pasadas nos han hecho entender que dar gusto al poder de turno es negar la
esencia de este arte y oficio de informar y opinar con libertad.
Angustiados presenciamos como la
concertación se va transformando en un baile de máscaras.
Se trata, dicen los asesores
presidenciales que ven el tema, de que la televisión no informe "con
falsedad". Y a la vez dan a entender que en el futuro las noticias serán
"verdaderas", porque los canales anatematizados serán dados en licitación
transparente a los que ganen con limpieza. ¡Otro cuento, otro engaño, pues
desde ahora se puede apostar quiénes serán los favorecidos en esa licitación!
Como siempre, como ocurrió en
1974, los vicios e infinitas imperfecciones de la libertad de expresión
volverán a servir de pretexto para justificar remedios que siempre han
resultado y seguirán resultando peores que la enfermedad que se pretende curar.
Pero este juego de engaños engañadores
y engañados (que no es el sutil y elevado juego de abalorios de los enclaustrados
de Hernann Hesse), este turbio juego de trampas y mentiras también se está
dando en otro terreno de vital importancia para el destino patrio; el de la
necesaria concertación nacional en torno a la presidencia de Alejandro Toledo,
el escogido por el pueblo para gobernarnos los cinco años de su mandato.
Hay que llevar mucha ponzoña en
el alma para no admitir que los líderes políticos del momento son conscientes
de la catástrofe social y económica que el fujimorismo nos ha dejado como
herencia. También es absurdo y enfermizo pensar que alguno de ellos desee el
fracaso del presidente Toledo. Ninguno de ellos, pues no los creo dementes,
sería tan idiota para no advertir que, en la situación que está el Perú, el
fracaso de Toledo haría inviable la presidencia del que lo siga (si es que
llegamos a nuevas elecciones). Por lo tanto, gustosos u obligados, los líderes
políticos peruanos saben que el sostenimiento del régimen no admite discusión y
que la mejor, y quién sabe única vía para lograr estabilidad, algo dificilísimo
en las circunstancias que vivimos, es la concertación nacional.
Sin embargo, a pesar de esa
comprensión generalizada de la realidad, estamos viendo que el juego de los
engaños está haciendo que se vayan evaporando las esperanzas de un real acuerdo
nacional. Presenciamos angustiados cómo la concertación se va transformando en
un baile de máscaras que se celebra día a día en Palacio de Gobierno, con un
final público: todos los enmascarados que, por tandas, asisten al baile, salen
con la cara lavada a paso de danza y se acercan a los micrófonos palaciegos
para expresar ritualmente dos o tres opiniones, las más de las veces ya
exprimidas por otros como limón de emolientero.
Esto no es concertación sino
circo político, al que no sería de extrañar sean invitados los ídolos del
fútbol y las estrellas de la televisión. Y no hay ánimo concertador alguno en
el ministro, parlamentario y alto dirigente del partido gobernante que, al
intervenir en el conversatorio en tomo a la transición española, afirmó que él
concertaba pero no concedía. ¡Como si pudiera haber concertación sin
concesiones mutuas! ¡Como si en España la concertación no se hubiera logrado
precisamente con base en grandes concesiones, entre otras la de los
republicanos, admitiendo que España fuera monarquía y rey el heredero escogido
y formado por Franco!
¿Así que concertación sin
concesiones y con la soterrada amenaza de un ministro que sueña con meter en la
cárcel a uno de los políticos más votados en las ultimas elecciones?
No, esto no es concertación. La
verdadera concertación es sin duda muy difícil, pero a la vez es muy simple y
precisa. Incide en tres puntos. Primero: respeto el resultado electoral y
acuerdo político en cuestiones especificas sobre las cuales gobierno y oposición
deben compartir responsabilidades. Segundo: definir lineamientos económicos,
sobre bases realistas, que serán asumidos por todos. Tercero: y, por último,
llegar a un acuerdo laboral sólido, de largo plazo, en diálogo con empresarios
y trabajadores. Todos los otros temas sobran, mejor dicho pueden servir para
enriquecer los programas del gobierno, pero no son parte de la concertación,
pues si lo fueran la concertación sería un revoltijo, una ilusión inaprensible.
Los líderes políticos peruanos
saben que el sostenimiento del régimen no admite discusión.
Claro está, además, que la
concertación debiera venir acompañada de cierta dosis de conciliación, que no
llegue sin embargo a ser tanta como abandono de posiciones ideológicas ni de
legítimas aspiraciones políticas. Concertar no significa congelar al país sino
civilizarlo. Así le daremos la mano al desarrollo, un bien fundamental que
durante años se nos ha venido escurriendo de las manos.
Fuente:
EDITORIAL PERIODISTICA OIGA
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