DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONGRESO
CONSTITUYENTE,
José
GREGORIO PAREDES, AL
CLAUSURAR SUS SESIONES,
EL 10 DE MARZO DE 1825
Señores Representantes de la nación peruana:
Cuando vamos a dejar de una vez estos asientos, tendría que
sofocar unos afectos muy vivos y faltar a la simpatía que reina generalmente en
los ánimos si me abstuviese de congratular a todos y a cada uno de los señores
Diputados por haber llegado al término de sus compromisos, por la prosperidad
con que comparativamente hablando ha llevado su curso esta Asamblea y por los solemnes
actos de dedicación al lleno de su deber, firmeza y patriotismo que ha
producido.
Tres Congresos en Europa y uno en América han sido disueltos
a la fuerza y sus miembros pasados a cuchillo o expatriados, y otro más de una
de nuestras secciones perseguido, esclavizado y reducido a la nulidad por un déspota,
en tanto que el Constituyente del Perú, si bien ha experimentado borrascas deshechas,
nacidas de los reveses de la guerra, o de la tiranía doméstica y de la traición,
sin embargo no ha zozobrado en medio de ellas. Semejantes a valerosos y
aguerridos que al recibir un choque del enemigo se dispersan momentáneamente
para tornar a firmarse y espiar la ocasión de superarle; así, los Diputados
firmes en su propósito de conservar a todo trance el depósito que les confió la
nación y muy ajenos de transigir jamás con los opresores de ella, desafiando
los peligros, han vuelto a congregarse y continuar sus funciones, apenas han
podido realizarlo. Verdad de hecho, aunque no materia de alabanza singular, en
una clase de funcionarios que, desde que se les confiere el cargo, deben
revestirse de tanta entereza y resolución, como reposo y prudencia.
No trato de hacer el elogio del Congreso, ni estaría bien en
la boca de uno de sus miembros, desasistido por otra parte de las calidades
necesarias para tal obra. Pero dejando a un lado el mérito que haya granjeado
este cuerpo, por el desempeño de las labores que le fueron esencialmente
encomendadas, puede en todo tiempo sin riesgo de incurrir en la nota de
presuntuoso, preciarse de haber resistido a la tiranía, atenido solo a su
pundonor y a la justicia de su causa, y de haber preservado la nave del Estado
de un naufragio de otro modo inevitable, entregandolo al famoso argonauta que
la ha salvado.
Ya pues, que nos ha concedido el benigno cielo retirarnos
bajo semejantes auspicios de las penosas tareas legislativas, dígnese otorgar
lo que aún falta para el cumplimiento de nuestros votos: presenciar desde las galerías
de este salón, los aciertos de nuestros sucesores.
En cumplimiento de lo acordado por el Soberano Congreso, declaro
que ha concluido sus funciones.
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