A la hora del aseo diario, en
algún momento, sea en la ducha, frente al espejo o sentado en el wáter, a
Francisco siempre le asaltan imágenes, ideas, recuerdos, saudales, proyectos en
el aire. En su hora de divagar sin ataduras, a pesar, en los últimos meses, de
la insistencia autoritaria de Gustavo:
“Tienes que escribir un libro que
sea historia de los últimos cincuenta años vividos por ti”.
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Con las fiestas patrias VOLVIÓ EL CIRCO Archivo FRANCISCO IGARTUA Archivo FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA |
Lo que pasa –replica en sus
divagaciones Francisco – es que detrás de lo escrito, de todo lo documentado,
de lo que se llama historia, hay una superficie más íntima, un otro lado
escondido, muchas veces más esclarecedor que el documento escrito, algo que se
quedo sin escribir.
No fue arbitraria la oposición
que mantuvo Francisco –desde el arranque– contra el presidente Alan García. No
fue producto de su pésima opinión sobre el APRA, que venía de años atrás. Fue
por un hecho muy objetivo, mejor dicho por una expresión sumamente reveladora,
que Francisco tomó partido, desde el inicio, contra Alan García. Lo hizo como
director de Oiga, el semanario que refundó al dejar Caretas. Ocurrió en un
desayuno, en casa del poderoso empresario pesquero Isaac Galsky, a pedido
–según cree Francisco- de Alan García, en esos momentos presidente electo, o
sea poco antes de asumir el mando, de cruzarse la banda presidencial en el
pecho y recibir el título de Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, cargo que
daba la impresión de subyugarlo tanto como la presidencia. Fue un desayuno
íntimo, al que asistió, además del espléndido y bondadoso anfitrión, el doctor
Jorge Pastor, eficaz consejero legal de Galsky. Fue un desayuno con manjares
tan especiales que sólo al acaudalado y solícito Isaac Galsky se le ocurre
ofrecer. También fue largo ese desayuno. Se habló de todo y Francisco aprovechó
la ocasión para insistir en dos puntos: en señalar que el problema número uno
en el Perú era el terrorismo, principalmente el de Sendero y en la necesidad de
licenciar a toda la policía para crear otra nueva, totalmente distinta, con
asesoramiento extranjero y con una moral remozada. –Lo que no quiere decir que
vayas a aprovechar la ocasión para hacerla aprista. Alan García era muy aficionado
al tú—, por eso te insisto en que la nueva organización sea conducida por una
misión extranjera, la que evaluaría al personal con limpia foja de servicios,
los únicos que tendrían opción para reintegrarse a la nueva institución. La
mayoría de la actual policía esta corrompida hasta el tuétano y no sirve para
nada, ni siquiera para ser reformada. Y es la policía, con su servicio de
inteligencia, la que debe combatir al terrorismo.
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SIEMPRE UN EXTRAÑO Archivo FRANCISCO IGARTUA Archivo FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA |
Era una confesión que lo desnudo.
En aquellos momentos era presidente electo y se pronunciaba como el estudiante
bohemio que había sido en Europa y nunca dejaría de serlo en sus entretelas
íntimas. Francisco nada le contestó. Se quedó mudo unos minutos, anonadado por
lo que acababa de escuchar. Fue Alan el que reanudó la charla en torno amable,
sin tomar en cuenta ni sospechar lo que había dicho. Volvió la cordialidad en
la misma forma exabrupta con la que inició sus violentas quejas por el rumor
hecho público de la caja de zapatos, “con una paloma de cerámica dentro, no con
dos millones de dólares”. Cuando acabo el desayuno y se despidió Alan, amigable
y palomilla como le gustaba ser, Francisco le comentó a Galsky:
-¿Cómo se puede apoyar a un
irresponsable, que ha dicho lo que ha dicho? ¡Que con dos millones de dólares
no se queda en el Perú! Y ya Alan es nada menos que el presidente de este país.
Galsky le rogó a Francisco que no fuera a escribir sobre el tema. El hecho
había ocurrido en su casa y él había invitado al amigo a una reunión informal,
no al periodista. Naturalmente que Francisco no reveló la frase de Alan García,
pero su opinión sobre el flamante presidente ya la tenía formada. Con esas
pocas palabras Alan García se había desnudado moralmente ante él.
Por ello el primer editorial
sobre prado, aunque escéptico, no tenía la dureza con la que Francisco trató al
presidente García desde el mismo 28 de julio de mil novecientos ochenta y
cinco. Sin dejar de añadir excesivos elogios a su elocuencia indiscutible.
Había diferencia entre los dos
presidentes, aunque en algo se parecían. En la frivolidades. También se
parecían en la afición de los disfraces militares, pero en dirección inversa.
Alan García, que venía de abajo, prefería el título y las insignias del jefe
Supremo de las Fuerzas Armadas, mientras que don Manuel Prado, que venía de
arriba y le encantaban las condecoraciones en el frac, prefería el uniforme de
teniente del ejército, sin una sola medalla. Teniente era el grado que se
entregaba a los universitarios al acabar sus estudios. Y es seguro que a Prado
le debió fascinar el apodo que la chispa limeña le coloco: el de “Teniente
Seductor”.
Francisco Igartua Rovira –
“Siempre Un Extraño” – Editorial Santillana S.A. – págs. 276 a 279.
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