Cuando la callada no es buena
respuesta
FRANCISCO IGARTUA
![]() |
FRANCISCO IGARTUA Director Fundador Fondo Editorial Revista Oiga |
Muchos lo vieron así: como gesto
dramático de un padre doloroso que sale en defensa del hijo hallado en falta.
Pero no sólo fue eso la emotiva presentación de Luis Bedoya Reyes en la
pantalla del Canal 5 el domingo pasado. Fue algo más. Fue una lección muy alta
de valor paterno y una gravísima acusación pública que no puede ser pasada por
alto, dando la callada por respuesta.
El doctor Luis Bedoya Reyes, uno
de nuestros más altos repúblicos y políticos de mente lúcida que mereció ser
presidente, salió en la televisión como león herido en defensa de su hijo. Pero
no salió a disculparlo —lo halló pecador—, lo hizo para defenderlo legalmente y
para protestar, altivo, por la forma aprobiosa y gratuita como fue detenido y
puesto en prisión.
Lo habían tratado como si fuera un
peligroso criminal de la banda de Los Destructores y no como lo que es: un
ciudadano con residencia conocida y familiares respetabilísimos, que no rehuía
a la justicia, ante la que se había presentado oportunamente.
Con su alegato, Bedoya Reyes volvió
a poner bajo sospecha el incivilizado modo con el que se está deteniendo y
encarcelando a los acusados de complicidad con la dictadura, con sus crímenes y
latrocinios; pues ese bárbaro proceder con olor a venganza, a ensañamiento, no
enaltece sino rebaja a quien lo emplea.
Pero el doctor Bedoya Reyes no salió
a pedir favor sino a reclamar, con entereza, justicia; por lo que no se mordió
la lengua y acusó directamente al responsable de la inexplicable maldad: a uno
de los ministros de la transición, ya que la policía actúa por órdenes
superiores y no por capricho. En el doloroso trance que le ha tocado vivir en
la plenitud de su vida, dando muestra de fuertísimo carácter, sobreponiéndose a
las lágrimas, el sereno repúblico tuvo también ánimo para examinar los hechos
considerados delito y confrontarlos con los de descargo.
Llegó a la conclusión de que los
descargos disminuyen considerablemente el terrible pecado de su hijo, quien
acudió al tenebroso Montesinos en demanda de ayuda para derrotar a sus
desarmados adversarios en las elecciones miraflorinas. Un hecho a todas luces
imperdonable en un opositor al régimen; aunque no delito, pues el padre probó
que el hijo recibió la ayuda sin entregarse al fujimorismo, ya que más tarde,
desde el despacho de la alcaldía, se negó a cumplir las órdenes que recibía de
la contraloría fujimorista para acusar de malos manejos administrativos a
Femando y Alberto Andrade. Sin embargo, siendo correcto el alegato del doctor
Bedoya Reyes e injusta por lo tanto la estadía de su hijo en la cárcel, no
puedo dejar de advertir mucha mayor gravedad que el padre en la falta o el
pecado de Luis Bedoya de Vivanco, quien no es claro está, delincuente, pero sí
grandísimo pecador, ya que moral y políticamente resulta aberrante que se
aliara con la dictadura para derrotar, suciamente, a su adversario Andrade y
dañar así, de carambola, la imagen del hermano, Alberto Andrade, en aquella
época el más firme contendor del candidato Fujimori, el déspota reeleccionista.
Fue el favor mayor que, entonces, podía hacérsele al régimen nefasto.
En todo caso, la intervención
televisiva del doctor Luis Bedoya Reyes ha sido una lección dramática de
trágico valor humano, de nobleza patriarcal, de fiero instinto paternal.
También de cívica indignación ante la irresponsabilidad de ciertos acusadores y
los métodos abusivos y violentos, nada democráticos, usados estos días para
detener y encarcelar a los acusados, salvo extrañas excepciones que acrecientan
los interrogantes que no debieran tener la callada por respuesta.
Fuente:
El Comercio, Jueves 8 de febrero de 2001.
Sección Editorial a15
Edición
y Compilación: Jhon Bazán & Josu Iñaki Bazán
No hay comentarios:
Publicar un comentario