Francisco Igartua |
Contra la libertad de prensa, por ejemplo, reaccionó violentamente, la semana pasada, Sendero Luminoso, cuando hizo estallar una bomba criminal en la casa de un periodista, Patricio Ricketts. A las ilusiones verbales -mejor dicho escritas- de este tropical arequipeño, que describía a Fujimori como a César bajo el arco de sus triunfos militares, escoltado por una procesión de vencidos senderistas, respondió el terrorismo con dinamita, al bárbaro estilo de los que creen que matando pueden imponer sus ideas.
Pero no sólo a dinamitazos se actúa contra el periodismo. Hay maneras más taimadas y más eficaces para destruirlo o silenciario. Al atentado criminal se responde casi siempre como ha respondido Ricketts: con un valeroso y desafiante "no me rindo", que produce instantánea admiración, aplausos, solidaridad y hasta un ligero roce con la gloria y la fama. La reacción en este caso es parecida a la que muchos tienen frente a las dictaduras abiertas, acostumbradas a castigar las rebeldías con clausura del periódico, cárcel y destierro. Pero a la hipócrita hostilidad de un gobierno no se le puede contestar con un desplante heroico, más si la agresión se limita a una o dos empresas periodísticas. La prudencia en estas situaciones aconseja, más bien, callar; pues es muy improbable encontrar apoyo para las protestas, ni siquiera entre los colegas. En estos casos no queda sino el silencio y seguir adelante, como lo ha hecho OIGA hasta hoy.
Este tema fue abordado por la Sociedad Interamericana de Prensa en su reciente reunión de México, aunque apenas de soslayo, ya que la declaración de la cita mexicana puso énfasis en el meollo principista de la libertad de prensa como columna vertebral de la democracia. Le faltó a la SIP la precisión de la Unión Mundial de la Prensa que, en setiembre pasado, en Berlín, se pronunció así: "El actual mayor acoso contra la libertad de expresión son los impuestos, que elevan el precio de los periódicos a niveles que los alejan del público".
¿Con cuánto mayor calor se hubiera expresado la Unión Mundial de la Prensa si en otros países el impuesto a la venta de periódicos y revistas llegara al 18% del precio de tapa, como ocurre en el Perú? Se trata de una cifra inimaginable en cualquier nación civilizada, donde, por lo general, la prensa, igual que los libros, las medicinas y los alimentos básicos no pagan impuestos o pagan porcentajes mínimos. Tampoco tiene cargas tributarias la educación, única excepción aceptada hoy en el Perú, quién sabe -piensan los maliciosos- porque dirigentes de negocios educativos han sido o son ministros de Estado. ¿Por qué se exceptúa la educación y no los libros, los periódicos, las revistas, con los que se educa tanto como con las escuelas? Pueblo que no lee, es pueblo que no piensa, que no medita, que no logrará mejorar su cultura cívica. Es un pueblo disminuido. Y con pueblos culturalmente lisiados es imposible forjar una nación. La televisión, por lo menos hasta hoy, no puede reemplazar a la lectura. La voz y las imágenes son óptimas para informar y hasta para enardecer el ánimo de las multitudes. No impulsan la meditación de los ciudadanos. Y ciudadanos cabales es lo que la República requiere para que hagamos de este país con raíces profundas una nación de futuro.
¿Por qué las ventas de revistas y periódicos -también de libros- deben ser castigadas con 18% de IGV, mientras que la TV distribuye su información y sus mensajes libre de impuestos? ¿Por qué esta discriminación en contra de la lectura?
Más aún, en el caso específico de OIGA: ¿por qué esta revista fue la única publicación presionada con amenazas de cierre y embargos para que no se retrasara en el pago de impuestos, discriminándola : ¿poniéndola al borde de la quiebra? (Hoy esa presión ha amenguado no por respeto a la libertad de prensa sino porque hubiera sido monstruoso que a OIGA se le siguiera acogotando mientras se arregla la falta de pago con el resto de la prensa nacional, a la que nunca se le exigió, como a OIGA, estar al día en sus cuentas, bajo amenaza de embargo).
Pero la enmascarada dictadura militar presidida por Fujimori no sólo echa mano a los impuestos para agobiar y destruir a la prensa de oposición. También utiliza el sabotaje publicitario: ni un solo aviso estatal -ni siquiera por equivocación- se publica en las revistas que son portaestandartes de las críticas al régimen. Y a este sabotaje se unen las empresas privadas; unas -la mayoría por directa presión del gobierno y otras -los fenicios de siempre- por inveterada disposición a cobijarse bajo el manto del poder de turno.
El cerco sobre la prensa independiente, sobre el periodismo que se resiste a la autocensura -que es la cómoda censura propiciada por el régimen-, se va cerrando en todos los frentes. Uno de éstos es el de la información. Tampoco una sola foto, una sola entrevista o una sola noticia del gobierno es proporcionada a las publicaciones opositoras. A ellas no se les abre una sola fuente de información oficial.
Valga el siguiente ejemplo para mayor ilustración sobre los maltratos que sufre la prensa opositora en este país:
Hace pocos días se iniciaba la visita del señor Fujimori a Chile, con ocasión de la transmisión de mando en ese país. Patricio Aylwin entregaba la posta democrática a Eduardo Frei. Como de costumbre, la prensa de 'oposición no estaba invitada para acompañar en el viaje al jefe de Estado. Teníamos que bailar con nuestro pañuelo -reducido ya a la nada- y la importancia del suceso obligaba a bailar. Acudimos, pues, a una empresa de transporte y le ofrecimos, como es costumbre, cambiar un pasaje para nuestro enviado con menciones a la compañía en las crónicas de Santiago... Obtuvimos, claro está, el pasaje no son tantos los fenicios-, pero con este angustioso ruego: "No nos mencionen absolutamente para nada, que no quede huella de un solo vinculo de nosotros con OIGA".
¿Se puede hablar de libertad de prensa en el Perú?