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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 1 de mayo de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - Reflexiones en torno a la “Democracia Directa” – Revista Oiga 24/04/1995


A pesar de la extraña confusión que se está obser­vando en los cómputos electorales, nadie duda ni discute que la tendencia de la voluntad popular ha sido reelegir al presiden­te Fujimori y elegir un Parlamento que le sea dócil al líder ante el que se ha doblegado el país. Además, está a la vista, aunque no haya habido entusiasmo ni grandes celebraciones de masas, que la corriente ciudadana en este sentido ha sido abrumadora. Por lo que resultará llorar sobre leche derramada el recordar que el origen del fenómeno político que vive la República fue un golpe de Estado contra el sistema democrático y que su basamento legal es una Constitución reeleccionista elaborada por un Congre­so hechizo, de diminuta representativi­dad, prohijado por el ánimo bomberil de la OEA y las habilidades florentinas del delegado norteamericano ante esa orga­nización, Luigi Einaudi. Recordar la le­che derramada será adentramos en el terreno de los principios, de la escala de valores, en los vericuetos del orden moral y de la educación cívica, aspectos de la convivencia humana que, también sin duda alguna y para nuestra vergüenza histórica, han sido repudiados por el elec­torado, deseoso de recibir dádivas y ver resultados tangibles; dispuesto a dejarse encandilar, sin reflexión ni análisis, por la nueva ideología del pragmatismo y la globalización económica, por el funda­mentalismo liberal.

A este estado de ánimo contribuyen hechos positivos como la eficacia de la construcción de infraestructura, el orde­namiento de la economía y la extinción del terrorismo. Cuyos frutos se han visto en varias privatizaciones -no en todas- del año pasado y hoy en la exitosa venta del Banco Continental. Celebrable no sólo por la importancia mundial del Banco Bilbao Vizcaya sino por la participación peruana en la operación. Los hermanos Brescia no son socios simbólicos del Bilbao Vizcaya, sino parte medular de la nueva y, se supone, modernísima y competitiva entidad bancaria que surgirá del viejo Continental.

Pero así como no es oro todo lo que brilla en la política económica del régimen, tampoco viene resultando tan aplastante la victoria electoral del presidente Fujimo­ri, empañada por un altísimo ausentismo, mientras que la elección parlamentaria se ha transformado en un embrollo gigantesco, previsto desde estas páginas hace me­ses, cuando OIGA denunciaba inútilmen­te, con pruebas documentales y gráficas, la irregularidad que significaba entregar el control de la computación electoral a la fantasmal empresa OTEPSA del señor Carlos Kahayagawa Sato.

Es tal el enredo de la votación parla­mentaria que el Jurado Nacional de Elecciones tendrá que usar artes mágicas para explicar cómo pueden haberse producido totales tan disparatados en las sumas de los votos para el Congreso y por qué no ha podido cumplir con los plazos que se trazó para dar resultados completos y veraces. Sólo la magia podría aclarar los errores matemáticos que se han produci­do en la elección.

Enredos aritméticos que, sin embargo, no cambian la convicción de que el electorado ha querido expresar su apoyo a la continuidad del régimen fujimorista. Un gobierno que él mismo, hasta hoy, se calificaba oficialmente de pragmático y técnico. Nada más. Y que, de victo­ria, oscurecida por graves fallas técnicas de computación, viene definiéndose como una nueva democracia, de alcances tan extravagantes que ha despertado suspica­cias aún dentro de los periodistas más obsecuentes al presidente Fujimori, como son los columnistas de Expreso. Hasta para estos curtidos aplaudidores del prag­matismo fujimorista, vienen resultando preocupantes las declaraciones post elec­torales del jefe de Estado a la prensa extranjera. Y en verdad que lo son. No por­que ahora sean dichas ante la opinión pública internacional, sino porque con­firman y ratifican un peligrosísimo criterio muchas veces expresado como gran des­cubrimiento filosofal propio por el presidente Fujimori ante auditorios populares del país: que para hacer eficaz a un gobier­no es preciso que el gobernante no tenga trabas, ni parlamentarias ni partidarias. El pueblo, según esta peregrina y nada nove­dosa tesis, debe comunicarse directamen­te con el líder, sin intermediaciones institu­cionales y menos de los partidos, de la despectivamente llamada partidocracia. Esta es la nueva democracia que el presi­dente Fujimori viene predicando al mun­do. Una nueva democracia que, el mundo entero lo sabe, no es democracia sino fascismo.

Democracia, hay que repetirlo y repe­tirlo una y mil veces, es equilibrio de poderes, es pluralismo partidario, es res­peto a las minorías, es el imperio a la ley sobre gobernantes y gobernados. Y en este punto no sólo andan despistados los habitantes de este territorio de descon­certadas gentes. También desbarran so­bre el tema algunos periodistas europeos que se extrañan por la resistencia a la reelección presidencial existente en Amé­rica Latina. Según ellos, desconocedores de nuestros presidencialismos, debería­mos admitir como algo normal la reelección de los gobernantes “porque así es en Europa y en los Estados Unidos”. Una conclusión, al parecer, correcta, pero ig­norante de que todas estas repúblicas, incluido Chile, que es el país más insti­tucionalizado de la región, son de un presidencialismo muy agudo y fuerte­mente consolidado, por lo que, en toda la región, el equilibrio de poderes es casi una ficción; más todavía cuando el Ejérci­to -otro de los poderes del Estado en nuestros países- se pone al servicio del Jefe Supremo, el presidente de la Repú­blica. En Europa, los jefes de Estado, cuando no son reyes hereditarios, son presidentes que no tienen la responsabi­lidad del gobierno, salvo el de Francia, que es reelegible y tiene ingerencia en la conducción de los asuntos estatales, pero que está severamente limitado por el Parlamento, al que le corresponde nomi­nar al primer ministro. De allí fue que surgió lo de la cohabitación francesa o sea presidente de un partido y gobierno de otro color. En Europa no son reelegi­dos a título personal los jefes o presi­dentes de gobierno, sino que resultan permaneciendo en el cargo como conse­cuencia de las elecciones parlamentarias. En España, por ejemplo, hace varios meses no fue reelegido Felipe González. Fue una coalición parlamentaria salida de las urnas la que lo ratificó en el cargo y la que lo sostiene en él. Está colgado de ese hilo, pues roto el pacto tiene que dejar el puesto. Afirmar, pues, que es comparable la reelección de los presi­dentes americanos -que son jefes de Es­tado- con los presidentes de gobiernos europeos -que no son jefes de Estado- es lo mismo que pretender hacer una suma de panes y cebollas. En aquellos países hay instituciones firmes, hay equilibrio de poderes y hay respeto a las minorías. Por eso, no porque sean ricos o pobres, es que son democracias. Y a ello han llegado cultivando su cultura, aprendiendo a amar la libertad, luchando por ella cuando los taumaturgos de las patrias milenarias han interrumpido ese incesante aprendizaje que es la democracia, para establecer los contactos directos del caudillo con las masas, los autoritarismos fascistas o co­munistas, los totalitarios que tan patéticas huellas han dejado en la historia universal.
Eso ocurre, aquí y en todas partes, cuando se acepta que cualquier medio es bueno para alcanzar los grandes fines de grandeza nacional que trazan las buenas intenciones. Porque, a la corta o a la larga, si esos medios son inescrupulosos, sin principios, sin va­lor moral, se transformarán en fines. Así, de este mismo modo, comenzaron todas las grandes tragedias del hombre sobre la tierra.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – ¡Viva la Democracia! – Revista Oiga 17/04/1995


Sigue dando que hablar la apabullante victoria electoral del presidente Alberto Fujimori. Y no es para menos. Pocas veces en los últimos 50 años se ha dado un resultado similar: tres cuartas partes de los electores le han dado su voto, legitimando el mandato presidencial, y ha sido borrada del mapa la totalidad de los partidos políticos tradicionales -en esta oportunidad bien empleado el término-. No es, pues, fácil interpretar el hecho. ¿Cómo explicar que un hombre solo, haciendo alarde de su soledad en el mando y empleando la arbitrariedad, el engaño y la mentira, sin escatimar las dosis, haya podido derrotar a todos los partidos y a la candidatura de uno de los peruanos más ilustres de este siglo?

Habrá que comenzar por advertir, si hacemos algo larga la memoria, que la novedad es más aparente que real. La aparición y desaparición de los partidos es un fenómeno bastante frecuente en el Perú y en algunos otros países latinoamericanos, todavía asidos al magnetismo de los caudillos. (Los tiempos históricos son mucho más dilatados que el recuerdo de las personas).

En nuestros días han muerto los partidos de turno -han muerto y bien harían los partidarios sobrevivientes en darles apacible sepultura para que no hiedan los cadáveres-, van dando el último suspiro de la misma manera como murieron los partidos Demócrata, Liberal y Constitucionalista cuando, al terminar la segunda década de este siglo, emergió la figura enérgica y solitaria de don Augusto B. Leguía, el nuevo y electrizante caudillo que ofrecía, con su mirada de ave de rapiña, una Patria Nueva esplendorosa, basada en el pragmatismo, la modernidad y la esperanza. Junto a aquellas organizaciones políticas, con las que por al­gún tiempo jugó Leguía como con eti­quetas de circo, también arrió bande­ras el Partido Civil, pero el civilismo no murió, quedó agazapado en las depen­dencias públicas y en los salones de los saraos leguiístas, mientras sus figuras históricas fueron languideciendo en el destierro. El espíritu de la vieja Lima virreynal, que eso es el civilismo, so­brevivió a esa catástrofe y fiel a ese espíritu, siempre acomodado a las cir­cunstancias y cambiando sin remilgos de personajes -no necesariamente limeños de nacimiento-, estuvo presen­te en los círculos próximos a Sánchez Cerro y Benavides; retornó al poder con Prado y Odría; merodeó Palacio con los “carlistas” en época de Belaún­de y con los “Doce Apóstoles” en el quinquenio de Alan García; y hoy aplaude al presidente Fujimori. Es el partido que, después de muerto, sigue reinando. Las demás tiendas políticas, igual las de hoy que las de ayer, dejaron en un momento de sincronizar con la sensibilidad de las mayorías y finiquita­ron.

El Partido Civil sobrevivió a su muer­te porque no representa las ideas, el ánimo, la imagen carismática de un hombre, sino el espíritu conservador. Los civilistas peruanos son los conservadores de otros países, que aquí han preferido la sibilina infiltración en todos los gobiernos a mantener viva la organización de un partido político, sujeto a los vaivenes del humor electo­ral.

El Apra ha muerto porque nunca llegó a ser la social-democracia con la que se etiquetó en los ambientes inter­nacionales. Fue el pensamiento un tan­to errático de Haya de la Torre. Un poco marxista, otro poco fascista y un tanto tahuantinsuyano. En resumen: el Apra fue la persona de Haya de la Torre con su inmenso magnetismo ver­bal, sus poses heroicas y el martirolo­gio de sus seguidores. Un gran caudal político, pero ligado a la personalidad del líder como la piel al cuerpo. Muerto Haya era difícil que sus ingeniosas y contradictorias ideas siguieran encan­dilando a las multitudes.

Alan García quiso reorientar a su partido por la senda de la social demo­cracia, pero su conducta lo perdió. No sus errores, porque los errores se corri­gen. Y no ha habido ni hay otro líder que pueda resucitar al difunto.

Ha muerto Acción Popular porque el peso de los años ha retirado de la actividad política a su jefe y fundador, el presidente Belaúnde; cuyas ideas, enraizadas en la emoción telúrica del país, se entremezclan con sentimien­tos socialdemócratas y socialcristianos y son indesligables de su liderazgo, más apegado a la construcción de infraes­tructura en el país desde el gobierno que a la prédica doctrinal desde el lla­no.

Las distintas izquierdas -incluido Sendero- han muerto con la caída del Muro de Berlín y con la debacle de la Unión Soviética y sus satélites de la Europa Oriental. Lo que no quiere de­cir que, con el tiempo, las ideas de solidaridad con los oprimidos y de re­beldía ante el abuso del poder y los poderosos no vuelvan, con otros pos­tulados, a conmover y a movilizar a las masas.

La muerte del Partido Popular Cris­tiano es particularmente triste, porque no es que se haya extinguido el pensa­miento socialcristiano y no es que Luis Bedoya Reyes no sea un alto, lúcido y muy embebido exponente de esta ten­dencia ideológica, sino que la praxis del partido, su irrefrenable afán pactis­ta, lo ha llevado al suicidio. También porque Luis Bedoya no halló reempla­zo a su liderazgo.

¿Explica, sin embargo, la defunción de los partidos la resonante victoria electoral del presidente Fujimori y su rutilante ascenso al estrellato de la po­pularidad en el Perú?

En parte sí. El declive de los partidos -que no se hacía demasiado evidente por los resultados de las elecciones municipales y por el éxito del NO en el referéndum- permitió, sin duda, que Fujimori se fuera afianzando en el lide­razgo nacional. Pero el mayor e inne­gable mérito del actual y ya legitimado presidente ha sido el saber captar el humor del país -aparte de estar iden­tificado, por su origen, con las necesi­dades populares- y el haber tenido ha­bilidad para ganarse el aliento civilista y el apoyo de los círculos financieros internacionales.

Los partidos políticos, base esencial de la democracia, nacen, se constitu­yen, cuando un grupo más o menos numeroso de ciudadanos concuerda con unas cuantas ideas básicas o en una serie de postulados; y, luego de discutir y de rumiar lo planteado, deci­de organizarse, nominando a un líder, sea por la confianza depositada en el elegido o por el carisma que éste haya irradiado. Estos son los partidos doctri­narios -basados en ideas universales y en postulados específicos locales-, son los partidos tradicionales de las nacio­nes civilizadas, adscritas a la cultura occidental.

En los países en formación -y de vez en cuando también en los desarrolla­dos- la muerte y resurrección de los partidos se produce conjuntamente o después de un acontecimiento que ha conmovido a la sociedad, que la ha desgarrado hasta los huesos y la ha hecho perder orientación y guía. De esos sucesos tremendos es que surgen las personalidades que se alzan sobre la tempestad. Y casi siempre, por la natu­raleza del pensamiento humano, son dos o tres esas figuras, representativas de las dos o tres interpretaciones que afloran del suceso conmovedor. Son las ideas surgidas en ese trance y quie­nes las han lanzado al aire los que dan forma a los partidos políticos que na­cen de esas emergencias.

Pero como las ideas siempre son varias -si no fuese así el mundo sería un espantoso y monocorde funeral- el par­tido único viene a resultar una aberra­ción. De allí que no haya democracia sin pluralidad partidaria. Como tam­poco habrá democracia sin división de poderes -cuya antítesis es el fascista contacto directo del líder con la masa­, y sin instituciones sólidas, sin contro­les reales, sin Estado de derecho o sea sin que impere la ley sobre gobernan­tes y gobernados.

Esta concepción de la democracia, que es por la que ha levantado bande­ras en estos días Javier Pérez de Cué­llar y por la que lucharon a contraco­rriente en las últimas décadas Busta­mante y Rivero, Basadre, Belaúnde y otros, no se parece mucho al sistema escogido por el presidente Fujimori para dirigir al país. Por lo menos esto es lo que se desprende de sus declara­ciones, actitudes y disposiciones de gobierno –“si alguno de mis parlamentarios sufre alguna metamor­fosis, lo mocho”–; esto es lo que se deduce de la “democracia directa” pre­gonada por Fujimori, más cercana al modo de gobernar de las autocracias orientales que a los ideales democráti­cos de occidente. “Democracia direc­ta” también próxima al fascismo, siste­ma en el cual, como desea el pre­sidente Fujimori, el pueblo se comuni­ca con el líder sin intermediación de nadie.

Y aquí viene la gran pregunta: ¿Pue­de adaptarse al Perú la concepción autocrática de los gobiernos orienta­les, que es en el fondo fascismo puro, ya que nada hay absolutamente origi­nal bajo el sol? ¿Será cierto que alguna vez en este país se gritó ¡vivan las cadenas!? O, más bien, ¿no han sido frecuentes los alzamientos populares reclamando libertad? ¿Y no dicen las encuestas que las mayorías reclaman democracia?

Lo único que puedo decir es que esta revista, desde siempre, con algu­nos errores en el camino, luchó porque alguna vez esta patria que me duele tanto entrara en razón y comprendiera que el camino al desarrollo, a la estabi­lidad, a la justicia social está en la de­mocracia pluralista, con instituciones fuertes -no con hombres fuertes- en la que la ley impere sobre gobernantes y gobernados. Y OIGA no va a cambiar. No encuentra razón para dar marcha atrás en su posición crítica al régimen, salvo que éste se enmiende, ahora que ha logrado una votación legitimadora.

Con paciencia seguiré esperando que el presidente Fujimori comprenda que la democracia que él anhela no es democracia sino autoritarismo oriental o fascismo. Esperaré un nuevo amane­cer, aún cuando jamás en el Perú haya­mos podido gozar un solo día pleno de democracia. Sólo hemos tenido unos pocos amaneceres y muchas, muchas patrias nuevas, restauraciones, recons­trucciones y manos duras. Demasia­das. ¡Viva, pues, la democracia!, un sistema lleno de errores, pero, hasta ahora, el mejor de los ideados por el hombre.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Entre el ser y el querer – Revista Oiga 15/04/1995


Hubiera querido ocupar­me esta semana de las es­peranzas que estarían despertándose en el país con el pronto inicio de un nuevo período fujimoris­ta. No faltaban signos positivos muy concretos como la com­pra de la mayoría del Banco Continental y la privatización de la central eléctrica de Cahuas, en las que el capital peruano ha jugado un papel protagónico. La pri­mera operación hecha en sociedad con el más poderoso y tecnificado banco es­pañol -en partes iguales el grupo Brescia con el Bilbao-Vizcaya-; y, la segunda, cu­bierta en solitario por el grupo Galsky. Esto indica que el Perú comienza a mo­verse por cuenta propia, que empieza a reencontrar confianza en sí mismo y en las posibilidades del país. También son alentadoras las noticias sobre planes y proyectos -con apoyo exterior- para ir resolviendo con creación de puestos de trabajo, que es remedio estable y produc­tivo, el terrible problema de la miseria que crece y crece sin que las altas clases ni el gobierno se conmuevan debidamente con la desgarradora realidad. Nada con­creto, sin embargo, se ha propuesto has­ta ahora para el problema número uno, hoy, en el Perú: la indispensable activa­ción de la agricultura, cada día más languidieciente -ya casi un cadáver-, a pesar de unas cuantas y deslumbrantes excepciones que ni siquiera rozan el meo­llo del tema, que es el hombre de campo y su futuro. Olvidar que el ser humano es el centro de la creación es hacer de noso­tros máquinas, cosas, chimpancés des­humanizados, unos bien vestidos, bien comidos y con escusados a la medida y otros hambrientos, enfermos, sin ilusio­nes ni papel higiénico. Y un país así divi­dido no es país, no es nación, es una olla podrida de festines y frustraciones que un día ha de explosionar.

Pero estas ideas que ya iba ordenando para extenderme en ellas, de pronto se me borran, pierden mi atención. La actualidad, las noticias de hoy viernes -día que OIGA debe cerrar su edición del lu­nes-, me vuelven a una situación que me gustaría ver superada, que me retrotraen a cosas del pasado que estoy dispuesto a olvidar, siempre, claro está, que queden bien enterradas.

He aquí los hechos: la última semana, la señora Martha Chávez y el hermano del
Comandante General del Ejército pre­sentaron un proyecto de ley exigiendo firmas equivalentes al 5% de los electores inscritos para poder inscribir a un partido político. Un proyecto destinado eviden­temente a borrar del mapa, por ley, a los partidos políticos y a la posibilidad de que se formen otros nuevos. El proyecto era aberrante porque no se puede pedir mayores exigencias para una inscripción que para una descalificación; pues es el pueblo votante -que no son todos los electores- el que decide la eliminación de un partido negándole más del 5% de sus votos. Se trataba de un proyecto tan irracional -no hay un solo país en el mundo que haya legislado algo remota­mente parecido-, se trataba de tan deseo-mina’ disparate que hubo resistencia hasta en las filas oficialistas... Pero todo tiene solución pragmática en el estilo parlamentario creado por el presidente Alberto Fujimori -quien acaba de confiar en rueda de diplomáticos y periodistas extranjeros que “su” Parlamento será un modelo no sólo para América Latina sino para el mundo entero- y la solución fue simplísima: los autores del proyecto lo cambiaron de inmediato por otro, rebajando en un punto la exigencia de las firmas. Igual que en las pulperías, en lugar del 5% pusieron 4%. Y sin debate de siquiera un minuto se pasó a la vota­ción... Así quedaron presuntamente sepultados para siempre los partidos políticos en el Perú, pues esa misma noche el presidente Fujimori firmó la defunción y hoy viernes, o sea en menos de cuatro horas, estaba publicada y con­sagrada la ley.

De nada valió la protesta airada de la oposición y su retiro de la sala. El gesto, más que inútil parecía espectáculo de película cómica ya vista. Demasiadas ve­ces esa oposición, legitimadora del gol­pe del 5 de abril del 92, se había salido del hemiciclo para volver luego ¡a cobrar sus sueldos! Y no faltó quien recordara el tristísimo episodio de los tanques ron­cando por las calles, afirmando que ellos eran el poder... ¿No recuerdan los cece­distas de la oposición esa fecha y la conciencia no les dice que aquella fue una de las tantas oportunidades perdidas para vengar el golpe militar del 92?

Hoy el Perú tiene dos partidos políti­cos que no son partidos: “Cambio 90-Nueva Mayoría”, un conglomerado amorfo sin otra preocupación e inquie­tud que obedecer las órdenes del líder y presidente, y “Unión por el Perú”, otro conglomerado que podría tener un gran­de y hermoso futuro si el embajador Pérez de Cuéllar logra armonizar a todos los sectores de la oposición en un movi­miento popular que logre enraizarse en el sentir, en las preocupaciones y en las esperanzas de las mayorías abandona­das, pero no ofreciéndoles el cielo sino haciéndolas comprender cómo es posi­ble hacer patria con desarrollo para to­dos, armónicamente, dentro de una unión positiva para todos los peruanos.

Otro hecho, mucho más grave aún, ocurrió el mismo jueves: El general Carlos Mauricio, una de las más destacadas figu­ras del Ejército tuvo que hacer frente al interrogatorio de oficiales de rango infe­rior al suyo, hasta que le estalló la presión arterial. De la sala del Tribunal Militar pasó, en calidad de preso, al hospital militar. Su delito: opinar, de acuerdo a los derechos que les otorga la propia Consti­tución del CCD celos militares en retiro. Opinar sobre los errores cometidos por el alto mando en los enfrentamientos béli­cos en el alto Cenepa. Con lo que los responsables de que el Perú no hubiera estado preparado para el conflicto y los que no tuvieron la habilidad para tomar y recuperar los puestos de Tiwinza y Base Sur, los dos en territorio peruano y en manos ecuatorianas, quedaron como héroes, mientras que Mauricio y Ledes­ma han sido declarados delincuentes y condenados por gravísimos delitos cas­trenses que, en buen idioma civil, signifi­ca haber explicado al pueblo la verdad de los hechos.

Pero mejor no sigo porque en ese Tribunal Militar se habría escuchado en estos días algún alegato contra colegas nuestros, acusándolos de haber estado coludidos con el enemigo extranjero. Se trataría de argumentos delirantes de traición a la patria contra los que no quiero topar. Salvo que se pretenda obligarme a decir una mentira: que las tropas perua­nas recuperaron Tiwinza.

No me alegra tener que terminar así esta nota, que estaba iniciando por muy distintos derroteros.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - Repitiendo – Revista Oiga 3/04/1995


El próximo lunes, a la primera luz del amanecer ya se conocerá el resultado consolidado del tinglado electoral montado, como consecuencia del golpe militar del 5 de abril de mil novecientos noventa y dos, para pro­longar el período presidencial con vesti­menta o –mejor dicho– disfraz democrá­tico y legal. No adelantaré, sin embargo, pronósticos sobre unos resultados im­predecibles por el crecido voto escondi­do que es fácil auscultar, sobre todo en las barriadas y en provincias, donde la constante’ presencia militar intimida. a sus habitantes, quienes, además, no pue­den dejar de estar agradecidos por las carreteras y los trabajos de luz y sanea­miento que el Ejército ejecuta en sus zonas a nombre del ‘presidente Fujimo­ri’. Obra física que, para las familias allí asentadas, es maná del cielo; y, para las ciudades, un presente griego, pues les añadirá atractivos para que los peruanos abandonen el campo y prosigan inva­diendo las capitales, poblándolas de pe­digüeños, de gente que pronto advierte el poder de la oferta electoral que cae en sus manos...

Para OIGA ha concluido en esta edi­ción el proceso electoral y nada más puedo añadir sobre unos resultados que, por las características nada democráti­cas del proceso, obedecerán a estímu­los difíciles de descifrar con anteriori­dad a la voz de las urnas.

Por lo demás, la paradisíaca libertad en la que se desenvuelve la prensa en el Perú actual –ver nota en páginas 27 a la 30–, obligó a OIGA a cambiar de imprenta la semana pasada, de lo que resultó, por naturales imprevisiones de esa apurada situación, que la edición apareciera plagada de gruesos errores de corrección y el editorial resultara incomprensible en varios párrafos. Por ello y porque el tema es de singular Importancia en estos momentos en que se va poniendo al descubierto la incom­petencia con la que el jefe del Estado condujo y conduce nuestras acciones diplomáticas y militares en el conflicto con el Ecuador, el editorial de hoy es el mismo de la semana pasada y va a continuación:

Podría ocuparme hoy del vuelco que se viene produciendo en el electorado, cada vez menos dispuesto a seguir de­jándose engañar por las persistentes mentiras del presidente Fujimori y día a día, más proclive a confiar en la senci­llez, el modo afable, el agudo sentido de la ironía de un hombre serio y sólido que fue Secretario General de la ONU y no se mareó con el poder, no se dejó ven­cer por el envanecimiento, ni olvidó su Cordón umbilical con su patria, la de él y de los Pérez de Cuéllar que lo precedieron en estas tierras duras, de arenales inhóspitos, de selvas bravías y de alturas de vértigo y de piel arrugada y yerma. Territorios que guardan con avaricia, ocultas en su seno, riquezas sin fin y que poseen múltiples rincones de verde promisor. Territorio con historia an­tigua, que comenzaron a escribir las civilizaciones preincaicas con sus refi­nadísimas telas y ceramios leves, con los misteriosos pasajes subterráneos de Chavín y sus fieras cabezas clavas, y su lanzón esbelto y sus cóndores detenidos en la piedra. Porque eso es el Perú. Además de las enormes ciudades de barro con sus murales magistralmente policromados y sus oratorios solemnes, colocados frente al mar, que precedie­ron al imperio inmenso, sabiamente or­ganizado, con sus ciclópeas fortalezas de piedra y esas piedras precisas colo­cadas en los picos mágicos de monta­ñas encantadas. También es el Perú el coraje descomunal de los conquistado­res españoles que doblegaron ese Impe­rio, consustanciándose con la tierra, el paisaje y la gente que iban encontrando y los iba deslumbrando. Y sigue siendo Perú nuestra historia republicana. Una historia que no logra crecer, que no sale de su cuna cargada de tradiciones, que repite y repite gestos heroicos coronan­do una derrota. Historia que no ha lo­grado todavía alcanzar el uso de la pala­bra y la razón, y que no cesa de trope­zarse con infortunios sin cuento. ¡Pareciera que fuera otra mentira eso de que Dios es peruano y que lo cierto más bien fuera que los dioses andan enojados con nosotros!

Sólo a un país sumido en el infortu­nio le ocurre lo que me cuenta una persona de mi absoluta confianza: que él ha visto, en manos de un general de nuestro Ejército, el acta de entendimien­to entre el jefe peruano del Cenepa y el coronel ecuatoriano que comandaba las patrullas infiltradas en la zona, para que no hubiera disparos de muerte entre los soldados a las órdenes de uno y otro. El acta está firmada con fecha 13 ó 14 de enero y lleva las rúbricas del coronel ecuatoriano, el general López Trigoso y un testigo. El acuerdo al que se llegó, siguiendo las normas que los militares de ambos países aprobaron en las conversaciones que pusieron fin al conflic­to de 1981, fue sellado en el PV1 bebiendo pisco peruano por la paz. Esas normas de seguridad, para evitar rozamientos bélicos en una región suma­mente intrincada, se habían venido cumpliendo desde el año 81, cuando los almirantes Sorrosa por Ecuador y Du­bois por el Perú, acordaron los térmi­nos del punto final a la infiltración en el falso Paquisha.

¿Por qué el 26 de enero se rompió esa acta de entendimiento firmada para poner fin a unos razonamientos a bala­zos ocurridos días antes entre patrullas de uno y otro bando?... Y aquí comien­zan a encresparse las voces de muchos oficiales peruanos de las tres armas, porque no entienden cómo es que se da la orden de atacar un puesto práctica­mente inexpugnable como Tiwinza, co­locado en un punto inaccesible para la infantería y que sólo kamikazes pueden bombardear desde el aire, tanto por la ubicación del blanco, -por completo fa­vorable a los defensores- como por el moderno armamento de los ecuatoria­nos, adecuadamente preparados para enfrentarse a aviones y helicópteros anticuados y al pesado armamento de nuestros soldados.

De aquí el 9 a 0 en el aire y la mentira presidencial, con Mensaje a la Nación, de la toma y victoria de Tiwinza. De aquí el que la indignación de los milita­res, de los profesionales de la guerra, vaya in crescendo, pues no entienden por qué no se escogió un teatro de operaciones -favorable a nuestras fuerzas, en lugar de situarnos, como nos situamos, en el punto más adverso -para el Perú- de toda la frontera... ¿Que esa era la zona invadida?... Para los militares no es válido este argumento.

Para ellos no hay disculpa al tremen­do yerro de meterse en un fangal con el objetivo en las alturas, en posición por completo desfavorable para los ataques aéreos. Y mucho menos cuando esas infiltraciones no eran recientes ni eran ésas las únicas zonas invadidas. Amén de que el Perú no estaba al día en su armamento -menos para enfrentamien­tos en esa región- y el Ecuador sí y, justamente, con tropa bien entrenada para la zona. ¿Nada de esto sabía el Servicio de Inteligencia y, si lo sabía, cómo y quién hizo la evaluación de la situación y dio la orden de atacar Tiwin­za y no un punto sensible de la geografía ecuatoriana, más apropiada para nues­tro armamento?... La indignación mili­tar tiene razones para crecer y crecer.
No faltarán quienes, con corazón pa­triota al viejo estilo, consideren que este tema no debe ser tocado ahora, que esa es tarea para los historiadores del ma­ñana, y no faltará quien me endilgue el título de traidor a la patria. Y yo respon­do preguntando: si el acta existe y son reales las firmas allí estampadas, ¿por qué va a ser útil ocultarlas hoy -que estamos a tiempo de corregir errores- y por qué ha de ser mejor que las polillas las descubran en el futuro? Actuar a favor de las polillas es hacer de avestru­ces, es esconder la cabeza frente a la realidad, es comportarse como, anti­guamente, se nos enseñaba a no com­portarnos, para no dejar de ser auténti­cos, verdaderos.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Acta de acusa – Revista Oiga 27/03/1995


Podría ocuparme hoy del vuelco que se viene produciendo en el electorado, cada vez menos dispuesto a seguir dejándose - engañar por las per­sistentes mentiras del presidente Fuji­mori y día a día más proclive a confir­mar en la sencillez, el modo afable, el agudo sentido de la ironía de un hom­bre serio y sólido que fue Secretario General de la ONU y no se mareó con el poder, no se dejó vencer por el enva­necimiento, ni olvidó su cordón umbi­lical, su patria, la de él y de los Pérez de Cuellar que lo precedieron en estas tierras duras, de arenales inhóspitos, de selvas bravías y de alturas de vértigo y piel arrugada y yerma. Territorios que guardan con avaricia, ocultas en su seno, riquezas sin fin y que posee múl­tiples rincones de verde promisor. Te­rritorio con historia antigua, que co­menzaron a escribir las civilizaciones pre incas con sus refinadísimas telas y ceramios leves, con los misteriosos pa­sajes subterráneos de Chavín y sus fie­ras cabezas clavas y su lanzón esbelto y sus cóndores detenidos en la piedra. Porque eso es el Perú. Además de las enormes ciudades de barro con sus mu­rales magistralmente policromados y sus oratorios solemnes, colocados fren­te al mar, que precedieron al imperio inmenso, sabiamente organizado, con sus ciclópeas fortalezas de piedra y esas piedras colocadas en los picos mágicos de montañas encantadas. También es el Perú el coraje descomu­nal de los conquistadores españoles que doblegaron ese Imperio, consus­tanciándose con la tierra, el paisaje y la gente que iban encontrando y los iban deslumbrando. Y sigue siendo Perú nuestra historia republicana. Una his­toria que no logra crecer, que no sale de su cuna cargada de tradiciones, que repite y repite gestos heroicos coro­nando una derrota. Historia que no ha logrado todavía alcanzar el uso de la palabra y la razón y que no cesa de tropezarse con infortunios sin cuento. ¡Pareciera que fuera otra mentira eso de que Dios es peruano y que lo cierto más bien fuera que los dioses andan enojados con nosotros!

Sólo así es de creer lo que me ha contado una persona de absoluta con-fiabilidad: que él ha visto, en manos de un general de nuestro Ejército, el acta de entendimiento, entre el jefe perua­no del Cenepa y el coronel ecuatoria­no que comandaba las patrullas infil­tradas en la zona, para que no hubiera disparos de muerte entre los soldados a las órdenes de uno y otro. El acta está firmada con fecha 13 ó 14 de enero y lleva las rúbricas del coronel ecuatoria­no, el general López Trigoso y un tes­tigo: El acuerdo al que se llegó, si­guiendo las normas que los militares de ambos países aprobaron en las con­versaciones que pusieron fin al conflic­to de 1981, fue sellado bebiendo pisco peruano por la paz. Esas normas para evitar rozamientos bélicos en una re­gión sumamente intrincada, se habían venido cumpliendo desde el año 81, cuando los almirantes Sorrosa por Ecuador y Dubois por el Perú, acorda­ron los términos del punto final a la infiltración en el falso Paquisha.

¿Por qué el 26 de enero se rompió esa acta de entendimiento, firmada para poner fin a unos razonamientos a balazos ocurridos días antes entre pa­trullas de uno y otro bando?... Y aquí comienzan a encresparse las voces de muchos oficiales peruanos de las tres armas, porque no entienden cómo es que se da la orden de atacar un puesto prácticamente inexpugnable como Tiwinza, colocando en un punto inac­cesible para la infantería y que sólo kamicases podían bombardear desde el aire, tanto por la ubicación del blan­co -por completo favorable a los defensores- como por el moderno arma­mento de los ecuatorianos, adecuadamente preparados para enfrentarse a aviones y helicópteros anticuados y al pesado armamento de nuestros solda­dos.

De aquí el 9 a 0 en el aire y la mentira presidencial, con Mensaje a la Nación, de la toma y victoria de Tiwinza. La indignación de los militares, de los profesionales de la guerra, va in crescendo. No entienden, si hubo que atacar para presionar a Ecuador por razones de alta política que ellos no juzgan, aunque les moleste el que la firma de un general no haya sido hon­rada, por qué no se escogió un teatro de operaciones favorable al Perú y no, como se hizo, situándose en el punto más adverso de toda la frontera... ¿Que ésa era la zona invadida?... Para los militares no es válido este argumento.

Para ellos no hay disculpa al tre­mendo yerro de meterse en un fangal con el blanco en las alturas, en posi­ción por completo desfavorable para los ataques aéreos. Y mucho menos cuando esas infiltraciones no eran re­cientes ni eran esas las únicas zonas invadidas. Amén de que el Perú no estaba al día en su armamento –menos para enfrentamiento en esa región– y el Ecuador sí y, justamente, bien entre­nado para la zona. ¿Nada de esto sabía el Servicio de Inteligencia y, si lo sabía, cómo y quién hizo la evaluación de la situación para dar la orden de ataque?...La indignación militar tiene razones para crecer y crecer.

No faltará quiénes, con buen cora­zón patriota al viejo estilo, consideren que este tema no debe ser tocado aho­ra, que esa es tarea para los historiado­res del mañana, y no faltará quién me endilgue el título de traidor a la patria. Y yo pregunto: si el acta existe y son reales las firmas allí estampadas ¿por qué va a ser útil o cultivarlas hoy –que estamos a tiempo de corregir errores– y por qué ha de ser mejor que las polillas las descubran en el futuro? Ac­tuar a favor de las polillas es hacer de avestruces, es esconder la cabeza fren­te a la realidad, es comportarse como, antiguamente, se nos enseñaba no de­bíamos comportarnos, para no dejar de ser auténticos, verdaderos.


FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Consecuencias del fracaso de Tiwisa – Revista Oiga 20/03/1995


Montando gigantes potros de mentiras y engaños; abriendo apetitos y esperanzas en una sociedad de mendigos; y repartiendo colegios como caramelos -¡cuando son otras las urgencias de nuestra educación!- el presidente Fujimori ha reanudado su campaña electoral. El reparto de mendrugos sigue a lo grande, no en los pueblos abandonados de provincias sino en las sobrepobladas barriadas de la capital, donde se cosechan votos a costa de despertar ilusiones que seguirán engrosando la corte de los mila­gros que rodea Lima. Todo esto hecho con autos oficiales y helicópteros, con financiación del Estado-o sea de todos los peruanos- o con la ayuda económica de Japón, nación amiga que, seguramente, está enterada de que sus obsequios, por ley y por ética, no pueden ir dirigidos al señor Fujimori Fujimori, sino al presiden­te de la República. Mientras que allá, lejos, en los rincones olvidados del Perú, la campaña electoral de Fujimori la están haciendo persistentemente, por órdenes superiores y vigilancia militar, los prefec­tos, subprefectos y gobernadores. Todo el aparato del Estado, que debiera estar al servicio de los peruanos, de sus necesida­des, ha sido activado desde hace más de un año para servir a los intereses electora­les del candidato presidente. Y esto no es una frase puesta a capricho sobre el pa­pel. Sobran los documentos probatorios del fraude meticulosamente montado por el actual régimen; régimen surgido del golpe militar dado el 5 de abril del 92 para establecer un gobierno de ‘reconstrucción nacional’, que deberá durar veinte años. Sobran y están en manos del periodismo - tanto de los poquísimos medios de difusión que alzan la voz como de los muchos que callan- las instrucciones escritas que, en cadena de mando, salen de Lima y llegan hasta la última gobernación, ordenando el apoyo a la-reelección presidencial. Sobran las pruebas gráficas que ponen al desnudo la ingenua obediencia a algunos pobres gober­nadores: ¡Haber caído en la infeliz idea de convertir el local de su gobernación en sede del partido del gobierno!

Esta es la visible realidad electoral que las empresas encuestadoras tratan de maquillar y de consolidar, elaborando cifras y extravagantes interpretaciones técnico-filosóficas, con el propósito de influir en el ánimo de los electores, por lo general proclives a seguir la corriente ganadora. Los encuestadores peruanos ya están curtidos en estas triquiñuelas del criollismo. Para mantener su credibilidad les basta con acertar 48 horas antes de la elección. Esos resultados calientes -que para lograrlos no hace falta tener montada una encuestadora- son los que exhibi­rán en sus folletos de propaganda como prueba de su eficiencia. Les quedan libres semanas y meses para servir al amo de turno, equivocándose a fondo en por­centajes de vergüenza. Allí están prue­ba los cinco últimos comicios. (Todos ellos, por extraña coincidencia, siempre comenzaron favoreciendo a la candidatura mejor situada en el mercado de valores económicos).

Pero la realidad no es una sola. Frente a lo visible y a lo que nos dicen las encuestadoras, se viene advirtiendo otra realidad. Una realidad escondida, no por oculta menos real, que se advierte en las conversaciones diarias, en la voz de los taxistas, en la de las placeras y en los hombres de la calle comunes y corrien­tes. Es la voz que los canillitas no prego­nan, pero que se pasan entre ellos. Una realidad que comenzó a formarse hace tiempo: cuando la continuidad de las mentiras presidenciales hizo recordar al bacalao malogrado y al no-shock. Una nueva realidad que ha ido creciendo al ritmo de las mentiras y los engaños de un presidente que confunde la estratagema militar con el arte de gobernar.

Otro es el sentir del electorado des­pués de haber comprobado que no sólo no se tomó Tiwinza –como afirmó el presidente Fujimori– sino que se perdió –y quién sabe sea para siempre–; que por haber caído en la trampa de Tiwinza fueron abatidos por los misiles ecuatoria­nos nueve naves aéreas; que por ese mismo error han muerto más de cincuen­ta jóvenes peruanos que hubieran preferido vivir a ser declarados héroes. Otro es el sentir del electorado al enterarse de que la más elemental evaluación del te­rreno y del enemigo obligaba -si la deci­sión era militar- a no plantear la opera­ción en esa zona y -si se actuaba como estadista- a reaccionar como lo hubiera hecho el embajador Pérez de Cuéllar: denunciando la invasión y viajando de inmediato a entrevistarse con los presi­dentes de los cuatro países garantes. De este modo no hubieran tenido que regar con su sangre en esos perdidos y fango­sos parajes de la selva medio centenar de peruanos, pues Fujimori no hubiera dado la disparatada orden dé bombardear Tiwinza con helicópteros y aviones y menos de avanzar sobre ese puesto con la infantería. Esto último no lo digo yo; de ello -de esas órdenes militares- se autoconfesó el propio presidente ante un redactor del New York Times, quien, sorprendido por el fluido lenguaje cas­trense de Fujimori, lo calificó de ‘el Patton peruano’. Eran días en que la victoria parecía estar al alcance de la mano. De este modo pacífico, diplomático, se hu­biera llegado a Itamaraty sin un fracaso militar a cuestas y con las armas del Protocolo intactas. Y no como ahora: derrotados y sin poder probar que Ecua­dor atacó de sorpresa al Perú, ya que la presencia ecuatoriana en territorio pe­ruano no es de hoy sino de años atrás.

Se ha puesto en claro que la batalla, escaramuzas, enfrentamientos o como se quiera llamar al trágico y atroz inter­cambio de muertos -que en paz descan­san- y heridos -muchos de los cuales deambularán más tarde por las calles pidiendo limosna-, fue aceptado por el alto mando peruano en un terreno que nos es por completo desfavorable y que de esa batalla o escaramuza hemos sali­do perdedores. Esto es lo cierto. Esta es la verdad y no lo que dijo y dice el presidente Fujimori. Y esto ya lo sabe la gente. Como pronto sabrá que la firma de la paz de Itamaraty fue otra derrota, consecuencia de la anterior. Es una firma que se nos impuso y que el señor Luigi Einaudi -por fortuna amigo del Perú-será el encargado diplomático de hacerla cumplir “con concesiones de las dos partes” Desgraciadamente, la pregunta que fluye es fatal para el Perú; ¿Están los peruanos dentro del territorio ecuatoria­no? ¿Es el Perú el país que reclama, siquiera una piedra, del otro? ¿Cuál de los dos países será, pues, el sacrificado con las concesiones?

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – ¡Pobre Perú! – Revista Oiga 13/03/1995


Por los diarios del sábado me entero que el general López Trigoso, el encargado de las operaciones militares en el Cenepa, estaba orgulloso y feliz por­que el presidente Fujimori le había dado, públicamente, su respal­do. Nada le importaba al general López Trigoso que días antes el periodismo áulico hubiera maltratado su honor, arrastrado por los suelos su reputación de hombre y de soldado y lo hubiera culpado hasta de las deficiencias del armamento de la tropa -como si los jefes en las trincheras fueran responsables de las compras-- tampoco estaba ofendido el general López Trigoso por las injurias recibidas, basadas en infor­mes de inteligencia militar que jamás podrían haber llegado a manos del pe­riodismo si no es por conducto y auto­rización del alto mando, o sea el Jefe Supremo de la Fuerza Armada. Ningu­na de las innobles ofensas recibidas habían alterado el ánimo del general López Trigoso. No se sintió traicionado por sus jefes cuando la televisión más obsecuente al gobierno, los más servi­les locutores del presidente Fujimori, lo señalaron como culpable del hambre de los soldados que no pudieron llegar a Tiwinza, del desabastecimiento militar y de las ineficientes comunicaciones con la tropa bajo su mando en el Cenepa. Más aún: ha bastado que el presidente Fujimori le dé su respaldo para sentirse no sólo liberado de culpas sino satisfe­cho y feliz. Su bienestar anímico no dependía de su conciencia sino de las taumatúrgicas palabras del ‘Patton pe-mano, del supremo estratega de la di­plomacia y la guerra cuyas órdenes obedecían los militares -según declaración pública del general Hermoza- como simples soldaditos. Sólo unas palabras del ‘Patton’ peruano han bastado para que el general López Trigoso se sienta liberado de las ominosas vejaciones re­cibidas del periodismo genuflexo que rodea a Fujimori. ¡Contentadizo, con poco, nuestro general!

Ni siguiera se ha preocupado el ge­neral López Trigoso en meditar que no cabe explicación racional a la creación de la Sexta Región, justo al momento en que han cesado las hostilidades. No se le ha ocurrido pensar que el aparato administrativo de una región hubiera sido plausible r hace tres años, como paso preventivo, como respuesta a las noticias dejas primeras infiltraciones ecuatorianas; y no ahora, después del fracaso en el desalojo del invasor, cuan­do ya están presentes los garantes en la zona y se está cumpliendo el acuerdo de paz de Itamaraty. No se ofende el gene­ral López Trigoso porque “lo hayan pa­sado de jefe operativo a jefe de administración. Le han bastado las palabras consoladoras del ‘Patton’ peruano. Pa­labras dichas -y esto tampoco lo ha advertido el general López Trigoso- no como rectificación a la infamia, sino porque el presidente Fujimori y su en­torno se dieron cuenta de que la opera­ción de embarre a López Trigoso, sin duda ordenada por ellos, iba a terminar embarrando al ‘Patton’ peruano, al estratega supremo de la guerra y la diplomacia, ya que estaban demasiado frescas las declaraciones del propio Fu­jimori de que él y nadie más que él ordenaba los bombardeos aéreos -por algo perdimos nueve naves aéreas- y trazaba en los mapas los avances de las tropas (ver crónica ‘Fujimori, el padre del desastre’ en páginas 24 a la 28).

La táctica del engaño y la mentira se ha ido desgastando con las evidencias de la guerra -demistificadoras de las victorias de Fujimori-y las descomuna­les metidas de pata diplomáticas, coro­nadas con la revelación de que el Perú se armó en 1975 para atacar a Chile ¡Un presidente del Perú acusando al Perú de haberse preparado para agredir a su vecino! Algo inaudito que, en cual­quier país del mundo, inhabilitaría para ejercer cargo público a quien haya caído en semejante torpeza. ¡Difícil hallar una muestra mayor de ineptitud para aspi­rar a ser estadista!
Sin embargo, no faltan, sobran los peruanos que se quedan desconcerta­dos frente a alguien que les dice que va a votar por Pérez de Cuéllar.

-¿Acaso el Perú no está ahora mu­cho mejor que antes? -es la simplista y abobada respuesta de estos fujimoristas de hueso colorado.

Como _si la mejoró económica del país y la erradicación del terrorismo -hechos ciertos aunque sujetos a análi­sis- fueran suficiente razón para perpe­tuar en la presidencia a una persona que ha dado muestras de ser superactivo, autoritario y, a la vez, obediente a las directivas de la cúpula militar -que es como, lo prueban los cuadernos de “Pajarillo Verde” publicados por OIGA, la que decidió acabar con el terrorismo y la que ordena que sea la derecha la que lleve el timón en cuestiones económi­cas-; pero persona que también ha pro­bado no estar en capacidad de manejar diplomáticamente las tratativas de paz que se inician con Ecuador, ser inepto para conducir las negociaciones que se avecinan sobre la deuda externa y no tener voluntad ni competencia para corregir las distorsiones del programa económico. Programa con buena brúju­la, pero incapaz, hasta hoy, de generar empleos productivos. Programa sin ima­ginación, sin sentido social, sin cerebro propio. Simple ejecutor autómata de las recetas que nos impone el no necesaria­mente infalible Fondo Monetario y, peor todavía, programa que toma en cuenta las normas generales del mercado, pero rindiéndose ante la beatería que hace del mercado -tan imperfecto como toda obra humana- el nuevo e intocable Dios del Universo.

¿De dónde sacará el país la entereza necesaria para no caer en el abismo de la reelección de un ciudadano que ha dado prueba plena del pobre límite de su capacidad? ¿Dónde estarán las reser­vas morales que impidan tamaño error?

¡Pobre Perú!

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - Acumulando errores – Revista Oiga 7/03/1995


Para ser jefe del Estado se requiere un mínimo de cualidades, como discre­ción, buenos modales, credibilidad, un nivel aceptable de cultura ge­neral, buen juicio, sere­nidad, etc. Claro está que, en un ex­tremo, estas condiciones no bastan para ser estadista -para llegar a ello se requiere, además, talento- y, en el otro extremo, es evidente que no faltan las excepciones a esta regla entre los presidentes que actúan a nuestro al­rededor. Sixto Durán-Bailén, por ejemplo, no es un modelo de sereni­dad. Sus rabietas ante las cámaras de la televisión peruana ridiculizaban la dignidad presidencial. Pero hay dos presidentes latinoamericanos -decía alguien en estos días- que sobrepa­san cualquier comparación por su fal­ta de compostura:

-Son Menem y Fujimori. Dos expre­siones chicha de la presidencia, tanto por sus modales extravagantes como por sus desmedidos afanes protagóni­cos. Y, en el caso de Fujimori, por su enfermiza tendencia a la mentira.

Puede ser que peque de elitista esta descripción del paisaje presidencial latinoamericano, pero no deja de aproxi­marse a la realidad. Aunque ésta, quién sabe, sea peor en -el caso de nuestro presidente. Sus errores de estos días son más graves, de mucha mayor tras­cendencia, que la visión folclórica del comentario arriba mencionado.

Cuando, por su sobrio comporta­miento en las recientes reuniones de Montevideo, se creyó que Fujimori había hecho olvidar el sainete de su paseo electoral por el ‘teatro de la guerra’, no pudo con su genio nues­tro presidente y lanzó el mayor exabrupto del mes:

-El Perú está mejor armado que cualquier país de la región. Tenemos más tanques, más aviones supersóni­cos... Un armamento que estuvo pre­parado para hacerle la guerra a Chile.

Esto no lo decía un historiador acucioso, un periodista aventurado, un intelectual enemigo de la guerra. No. Son las palabras grabadas, con imagen y con sonrisa, del señor Fuji­mori ¡presidente del Perú! El hom­bre que, según el general Nicolás Hermoza, dirige la estrategia peruana de la guerra ¡y de la diplomacia!

En Santiago de Chile, con amable indulgencia, el Ministerio de Relacio­nes Exteriores sonrió y disculpó al man­datario peruano; el presidente Frei se satisfizo con las explicaciones, que tuvo que darle el embajador de Fujimori; y algunos políticos chilenos se encrespa­ron y protestaron sin exageración. En Lima, el embajador de Chile visitó ofi­cialmente, Torre Tagle, y declaró que su gobierno tomó nota de las declaracio­nes -”las registró”-, pero que las rela­ciones entre los dos países continua­ban tan amistosas como antes. Toda una lección de refinamiento diplomá­tico. En Ecuador, las declaraciones de Fujimori sirvieron para señalar que el Perú autoconfesaba su militarismo.

Pocas veces se habrá visto mayor desatino diplomático. ¡Hacer, semejan­te confesión pública justo cuando Chi­le se había convertido en el garante más enérgico para lograr la paz en la Cordillera del Cóndor! No sólo por su interés de confirmar la sacralidad de los tratados, sino porque la ola de la, crisis económica latinoamericana pue­de alcanzar a Chile y el conflicto Perú-Ecuador es un ingrediente que agudiza esa crisis, generada en México. En lu­gar, pues, de agradecer el gesto -aunque éste se haya producido por conve­niencia-, Fujimori comete la torpeza de recordarle a Chile que está en la lis­ta de los enemigos de nuestro Ejérci­to. ¡Como si en Chile no lo supieran!

Una tontísima declaración que se unía a la deplorable imagen que aca­baba de exhibir el presidente Fujimori, apareciéndose con un grupo de perio­distas y un contingente militar entre los barrizales cercanos a la zona de con­flicto. Una actitud bélica que se inicia­ba justo, justo, a las pocas horas de haber firmado el Perú el acuerdo de paz de Itamaraty, en el que nuestro país se comprometía a retirar sus tropas al puesto de vigilancia Nº 1. Una grotes­ca payasada electoral que tuvo que ser calificada de provocación por los ga­rantes y que causó indisimulado enojo en Washington. ¡Mayores desaciertos diplomáticos, imposible! Todos de campeonato... Desaciertos, de los que nada bueno cosechará el Perú en sus relaciones exteriores, cometidos por el pre­sidente Fujimori por su falta de preparación para el cargo y por tener la mente puesta en su reelección y no en los intereses permanentes del país. Error grave qué un presidente no puede ni debe cometer, ni siquiera cuando se es candidato. Error en el que un estadista y hasta un jefe de Estado con cualida­des mínimas jamás caería.

Pero como los errores siempre atraen más errores no podía faltar un error por encono personal, por peque­ña venganza. Es así como nos damos ‘‘con la delirante denuncia por traición “a la patria contra Mario, y Álvaro Var­gas Llosa, por los juicios expresados en sus escritos sobre el conflicto. ¿Trai­ción a la patria por opinar, no importa si equivocada o -acertadamente? ¿En qué siglo vivimos?... Y ahora nos ha­llamos ante el resultado de tan torpe acusación: un gigantesco escándalo en la prensa internacional, el cual ningún bien hace al Perú, pues se pone en evi­dencia la escasa libertad de expresión que existe en el país.

Sí, es cierto que la semana pasada recibí una llamada telefónica de un ‘amigo’ -se hizo llamar Luis Rodríguez-para insinuarme amistosamente que me presentara a Seguridad del Estado a declarar en favor de los señores Ma­rio y Álvaro. Vargas Llosa:

-Eres el único que ha dado mues­tras de amistad con ellos y es bueno que alguien deponga a su favor en el expediente que se les está armando en Seguridad del Estado. Corren grave riesgo. Se les investiga...

-¿Qué se le puede investigar a gen­te tan conocida y que nada calla?...

Y siguió una charla que quienes es­tamos ya, viejos en este oficio sabe­mos interpretar rápidamente. Es la manera sibilina de amedrentar que emplean los servicios de inteligencia. Fue así como me he enterado que en el Perú de hoy está en funciones, como en los viejos tiempos dictato­riales, la Seguridad del Estado; y que ésta puede involucrarme en el expe­diente de los Vargas Llosa. ¿Es esto democracia?...

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Cosechando la siembra de engaños y mentiras – Revista Oiga 27/02/1995


En el siglo pasado y a comienzos de éste, una guerra significaba entregar tu capacidad de raciocinio a la patria y a convertir al adversario en el mal absoluto, de tal modo que la calumnia contra el enemigo, por ignominiosa que fuera, podía resultar una forma de servir a la nación. Hoy, es distinta la mentalidad de la gente en el mundo civilizado, que no es todo el mundo. Ningún ciudadano evolucionado, en nuestra época, hace un fetiche de su gobierno ni admite que se le suspenda su condición de ser humano pensante y, por lo tanto, crítico. Ni siquiera a la hora de la guerra. Eso de ir a la muerte con el cerebro vaciado es obsolescen­cia pura, oscurantismo del pasado. Tampoco hoy se sacrifica ante ningún altar, el de la religión ni el de la patria, la devoción a la verdad.

Valgan estas disquisiciones para esclarecer la posición de quienes nos negamos a someternos al chantaje patriotero que se está desatando en los medios de difusión del país próxi­mos al régimen —o sea casi todos—para lograr una unidad nacional de robotes. Un chantaje dirigido a lograr que se callen las críticas al desastroso desempeño del jefe de Estado en la conducción de la guerra y, antes, en las tratativas ‘diplomáticas’ con Ecua­dor.

Una crítica que parte por dejar es­tablecido que son delirantes las pre­tensiones amazónicas del Ecuador y que abundan los argumentos a favor del Perú para que la frontera todavía sin hitos quede demarcada por la Cor­dillera del Cóndor. Pero sin dejar de reconocer que la tesis ecuatoriana, aunque esquizofrénica, ha calado hon­do en la prensa internacional y en muchas cancillerías. Hecho que no varía porque nosotros nos repitamos que la realidad es al revés. Engañán­donos no servimos a la patria y no vamos a ganar la guerra. Mucho me­nos alcanzaremos una paz justa, que es la victoria verdadera.

Sobre estas bases claras, lúcidas, pasemos a analizar la actualidad. De inmediato nos damos con este cuadro: los soldados peruanos he hallan com­prometidos en una guerra en la que están derrochando valor e intrepidez descomunales sin pedir nada y sin pre­guntar demasiado. Una guerra, en la que, muchos jóvenes, por desgracia, van cayendo muertos y muchos más están -quedando sin brazos, sin pier­nas, sin ojos. Nos hallamos ya ante una legión de lisiados, algunos de ellos niños de 16 y hasta 14 años, que muy, pronto veremos por las calles pidiendo limosna, porque así es de cruel la gue­rra. Lo pueden asegurar los comba­tientes del 41, hasta hace pocos meses en mendicantes correrías para que la presidencia no siguiera vetando —lo hizo dos veces— una ley que les otorga­ba un mísero aumento en sus pensio­nes. No hay dinero en caja, era la razón inexpugnable para semejante conducta. Razón contra la que nadie protestaba, pues los lisiados de una guerra no son prioritarios en la fría economía de mercado. Y tampoco en las otras. A ninguna economía le pre­ocupa los desechos humanos de un conflicto bélico. Su reposición no cuesta, corre a cargo del patriotismo de los jóvenes.

Y viendo esta tragedia, de dolorosa inmensidad, es imposible callar. Sería un crimen no decir que esta guerra nunca debió iniciarse, tanto por razo­nes militares como por razones diplo­máticas. Ha sido un absurdo aceptar combate en las faldas dé la Cordillera del Cóndor. Lo dicen los militares; pues, pasados varios días, descubren que nos hemos lanzado a la guerra sin apreciación del teatro de operaciones, sin evaluación de la capacidad del ene­migo, sin estrategia ni planes tácticos. Descubren que hemos caído en un pantano, en una trampa. Mientras que los diplomáticos y el sentido común advierten que para llegar a mejor posi­ción que la lograda en el acuerdo de paz de Itamaraty –lleno de impre­cisiones desfavorables para el país– no hubiera sido necesario disparar un tiro ni que hubiera muertos y lisiados. Bastaba que el Perú, luego de apreciar las dificultades militares de la zona, se adelantara al Ecuador y denunciara ante los garantes la infiltración de su territorio. Hoy, muy otra sería nues­tra situación en el terreno diplomáti­co, porque se supone que, para tomar esa decisión, nuestra diplomacia hu­biera estado muy alerta, previendo los pasos a darse para consolidar posicio­nes. De ningún modo estaríamos peor que con el acuerdo de Itamaraty y nadie habría sido muerto ni sido herido.

Ninguna de las consideraciones an­teriores tomó en cuenta el gobierno para aceptar la confrontación bélica. Y, peor aún, el conflicto se ha gestado, en buena parte, por el abandono de los puestos de vigilancia en la zona de la infiltración y por la torpeza y la impro­visación con las que las el jefe de Esta­do venía conduciendo, por su cuenta y riesgo, las tratativas diplomáticas con Ecuador. Comenzó a gestarse el con­flicto con errores tan graves como el pacto de caballeros, que quedó silen­ciado y no se castigó, porque el ex presidente Belaúnde, por ese mal en­tendido patriotismo de no mostrar fisuras ante el enemigo, se levantó en el Parlamento y con emotivo discurso patriótico evitó que fuera censurado el ministro Torres y Torres Lara e impi­dió que la ciudadanía se enterara de la manera lamentable cómo se condu­cían nuestras relaciones exteriores. Torres y Torres Lara se había visto obli­gado a reconocer ante el Senado que tuvo a la mano mapas equivocados en sus acuerdos con el hábil ministro ecua­toriano Diego Cordovez. Acuerdos que significaron nuestra aceptación a la pre­sencia militar ecuatoriana en territorio del Perú (los puestos Teniente Ortiz, Soldado Monge y Etza).

De haber conocido el país los entre­telones del escandaloso acuerdo de caballeros, no se habría confiado demasiado a las habilidades diplomáticas del presidente Fujimori y hubiera estado más sensible a los disparates cometidos por él en sus abrazos y conversaciones inconsultas con los presidentes ecuatorianos; en su público reconocimiento de que existía un problema territorial entre el Perú y Ecuador; en su pedido de peritaje papal para resolver la controversia fronteriza. O sea una política errática, incoherente con la posición inquebrantable de To­rre Tagle sobre el Protocolo de Río, ignorante de las tradiciones peruanas, desconocedora del valor de las pala­bras y de los gestos en las relaciones internacionales.

Pero, todavía peor. Todo esto lo hacía, según acaba de confesar en pú­blico, para engañar al enemigo, con lo que lo que podría haber sido una estra­tagema —demasiado inconsistente e in­fantil— se ha convertido en perfidia diplomática autoproclamada.

Y si esto es cierto, ¿por qué hemos de callarlo? ¿Qué se gana con el silen­cio? ¿Por qué el pueblo no debe estar consciente de los pasos que se le exige dar y del voto que tiene que emitir?...

Yo no veo razón para ocultarle al país, al pueblo, a todos los peruanos, estos hechos, estas realidades:

No es cierto que el Perú ha obligado a Ecuador a negociar en el marco del Protocolo de Río. Es Ecuador el que ha acudido al Protocolo para utilizarlo en su nueva estrategia para llegar al Ma­rañón.

Tampoco es verdad que el presiden­te Fujimori se ha aproximado al frente de guerra para impulsar el alto el fue­go. La desesperada presencia del pre­sidente Fujimori en las cercanías de las zonas de combate tiene intención elec­toral. Y los garantes no se chupan el dedo, no se dejan engañar. La embaja­dora norteamericana ante la OEA lo ha dicho claramente —y sus palabras no cambian porque las silencie la prensa amiga del régimen—; ha dicho la embajadora Harriet Babbit que la pre­sencia de políticos en el teatro de operaciones enturbia la situación.

Tendrían que ser demasiado tontos los garantes para no apreciar que sólo puede tener sentido electoral el que el presidente del Perú tome el camino a Tiwinza, junto a destacamentos de ‘chacales’ y ‘depredadores’, justo inmediatamente después de firmar un acuerdo de paz por el que se compromete a retirar las tropas peruanas de las zonas de combate hasta el PV 1. El propósito de izar el pabellón nacional en Tiwinza, una especie de síndrome de Tiwinza, de obsesión enfermiza que nada bueno presagia sobre la salud mental del presidente-candidato, no tiene ninguna explicación militar ni diplomática. ¿Para qué el izamiento si, de inmediato, tiene que replegarse con sus tropas, en cumplimiento del acuer­do de paz que ha firmado, al puesto de vigilancia Nº 1? ¿Añadir más muertos a la larga lista de muertos y acrecentar por docenas el número de lisiados sólo para proclamarse vencedor, con su foto izando la bandera en Tiwinza, ante los ojos de los votantes peruanos, porque a ojos de los garantes la situa­ción está ya vista? ¿Acaso, diplomáti­camente, no sería mejor para el Perú cumplir con el acuerdo de paz y denun­ciar la niñería de los ecuatorianos de quedarse en Tiwinza esperando a los observadores, en lugar de retirarse a Coangos, como lo establece el acuer­do de Itamaraty?

Pero no. Esto no ha podido ser así, porque el presidente Fujimori mintió al país anunciando una victo­ria imaginada en Tiwinza y no que­ría que su mentira quedara al descu­bierto, como ha quedado, a pesar de los tayos con las que se la está vis­tiendo. Una victoria imaginada que, según se dice, ya tiene desfile triun­fal organizado en Lima, para que el Jefe Supremo reciba el parte de guerra del general Hermoza, a quien, ese día, se le otorgaría el bastón de mariscal de la victoria.

Esta farsa, que sería un sainete sino fuera por la sangre de los muertos heridos inútiles con la que el coraje de nuestros soldados está regando los perdidos fangales de las selvas de la Cordillera del Cóndor, es el resultado trágico de una cadena de mentiras y engaños que comenzaron con un bacalao malogrado. Mentiras y engaños con los que el presidente Fujimori gobernó a sus anchas al país, gracias que la banca y los empresarios aplaudían-entusiastas sus mentiras y sus engaños —porque no les tocaban sus bolsillos— y gracias a que los medios de comunica­ción masiva se los ocultaba al pueblo. O se los doraba. Todo marchaba sobre carriles porque el Perú satisfecho esta­ba contento con el engaño y la menti­ra. Hoy el engaño y la mentira le han estallado en la cara al presidente Fuji­mori. La comunidad internacional no tiene razones para dejarse hipnotizar.

Valgan estas reflexiones un tanto duras, pero extraídas de hechos cier­tos que no tienen por qué ser oculta­dos al pueblo, para que el gobierno entienda que ha de rectificar rumbos para que este conflicto bélico no concluya en un desastre nacional con desfile de la victoria y un maris­cal con demasiados muertos inútiles a sus espaldas. La heroicidad de nuestros soldados no merece la ofensa de tan mentirosas pompas fúnebres. No transformemos la tra­gedia de los hogares enlutados en un sainete. Preocupémonos de ganar en las futuras negociaciones el te­rreno perdido en Itamaraty y ojalá se logre poner los hitos de la paz.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Un futuro muy incierto nos espera – Revista Oiga 20/02/1995


Antes de cualquier crítica o elogio a lo sucedido en Brasilia, hay que decir ¡bienvenida la paz! Siempre será mejor la paz que la guerra y todavía más cuando cada día hay ma­yor evidencia de que esta guerra ha sido un absurdo, iniciado en momento inoportuno, en lugar inapropiado y sin la unidad nacional indispensable pata arremeter contra el enemigo exterior. Porque no se discute quién pegó el primer tiro. Eso nadie lo sabe. Lo concreto es que los ecuatorianos estaban infiltra­dos en territorio que los peruanos con­sideramos propio, pero cuya vigilancia habíamos abandonado desde hace varios años cuando menos. ¿Quién; pues, arremetió contra el invasor y por qué ahora, en pleno proceso electoral? ¿Por qué unos tiros fronterizos -muy posible­mente ecuatorianos- se transformaron en movilización de guerra, en lugar de haber llevado el incidente a la mesa de los garantes, con lo que muy posible­mente el diferendo hubiera terminado de modo distinto al que ahora ha termi­nado: en desalojo de los peruanos de su propio territorio? Por lo menos, no hu­biéramos tenido que llorar a los muertos ni contemplar adolorados a los mutila­dos y a las viudas, a los huérfanos, a los horrores vividos por los soldados en el verde terrible de la jungla. También nos hubiéramos ahorrado las ocho naves aéreas derribadas por los ecuatorianos -contra ninguna de ellos- y los misiles, bombas y proyectiles arrojados en los interminables bosques de la Cordillera del Cóndor. No hubiéramos tenido que asumir los tremendos costos de la movi­lización de soldados y armamento -puesto al día según confesión del pro­pio presidente Fujimori-; costos que se quieren disimular afirmando, con gro­tesco lenguaje electoral, que la guerra nos ha costado poco más de 25 millo­nes de soles.

En este caso, quién sabe mejor que en ningún otro, habría cabido el viejo dicho aquel de que “lo que no ha de ser bien castigado, ha de ser bien callado”.
“Y el monte parió un ratón”, se dice, con reminiscencias bíblicas, cuando se quiere destacar alguna fanfarronada. Entre nosotros, en este país donde has­ta las enfermedades se acojudan, ha ocurrido al revés: un ratón nos ha meti­do en un mar de fango. Porque en eso ha concluido la conquista, jamás logra­da, de Tiwinsa. Estamos enfangados en unas negociaciones que comienzan po­niendo en entredicho la peruanidad de región donde nace el río Cenepa, o sea la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor, territorio reconocido como peruano en 1981 por la delegación mi­litar ecuatoriana presidida por el almi­rante Sorrosa, con comunicación a los garantes. Documento capital en el liti­gio, que el doctor Javier Pérez de Cuéllar hizo resaltar de inmediato, al iniciarse este conflicto, en carta entregada al embajador de Brasil en Lima. Pero do­cumento que el gobierno del presidente Fujimori no ha querido esgrimir, para no dar mérito a sus predecesores -en este caso al presidente Belaúnde-, por­que para Fujimori la República nace con él y con el golpe militar del 5 de abril de 1992. Por algo dijo ese año, en su mensaje a la Nación, que su presencia en Ecuador, y sus gestiones con la presi­dencia ecuatoriana tenían mayor signi­ficación que el Protocolo de Río y la guerra del 41.

Hoy estamos cosechando los resul­tados de esa política exterior aventure­ra, chicha, sin respeto por las tradicio­nes y sin conocimiento de nuestra histo­ria. Gracias a esa política llamada ‘prag­mática’, pero que ha resultado siendo pura y vana improvisación personal, estamos ahora metidos en un pantano, en negociaciones en las que el principal garante, Estados Unidos, parece haber cambiado de opinión, pues el embajador Alexander Watson acaba de declarar, en el Departamento de Estado, ofi­cialmente, que el fallo de Díaz de Aguiar fueron ‘opiniones de un cartógrafo bra­sileño’ y que esas ‘opiniones’ en 1945 fueron superadas el 47 por los trabajos norteamericanos de fotometría aérea, que ‘descubrieron el río Cenepa, ‘por nadie conocido antes’, abriéndose así nuevos planteamientos. En otras palabras, como ha quedado estampado en la declaratoria de paz de Brasilia, la región peruana del nacimiento del río Cenepa es ahora territorio en litigio, tierra de nadie. Los acuerdos firmados en 1981 se los ha llevado el viento!

Estos son los hechos. Hechos que la gran prensa no publica ni comenta, ayudando al gobierno a tener engañado al pueblo, haciendo del fracaso de Tiwinsa una victoria y del ‘conductor de la guerra un ‘héroe’, y prestándose, sin querer queriendo, a la campaña electoral del ‘héroe’ derrotado en el campo militar, en el terreno diplomático en la guerra de la información.

Sin embargo, pese a las primeras páginas, con la foto de Fujimori victo­rioso y sonriente, en hombros de la tropa, la verdad se va abriendo paso en los comentarios de los columnistas, en el filo del lápiz de los caricaturistas y en algunos cables perdidos en las páginas interiores de los periódicos. (De la televisión no hablo para no emplear los robustos adjetivos de Cervantes, que, para algunos, sonarán a lisuras). La verdad se va abriendo paso y se va comprobando que Mario y Álvaro Vargas Liosa no estaban equivocados al apuntar donde apuntaban en sus co­mentarios. Cada día se hace más evi­dente lo repiten ya todos los colum­nistas de nota en la prensa peruana que el presidente Fujimori ha estado usando la guerra y a los muertos de la guerra, a los verdaderos héroes, como instrumentos de su campaña electoral, Y tamaña monstruosidad, de la que se ha hecho cómplice la mayoría de los medios de expresión, tiene nombre que prefiero callar. Como prefiero poner punto final a esta nota y así no tener que referirme a la autocensura de esos me­dios y a los consecuentes negocios que esos medios han convenido con el go­bierno.

El futuro del Perú se hace demasiado incierto, porque tanta, tan sucia y co­barde inmoralidad no puede hacerse eterna.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Otra vez: No a la guerra – Revista Oiga 13/02/1995


Al cierre de esta edición sigue la guerra y siguen - los muertos regando el fango en un rincón perdi­do e infernalmente caliente de la selva amazó­nica. Sigue la guerra, porque cuando hay muertos por docenas en un enfrentamiento armado es guerra y no ‘unas escaramuzas’ ni una ‘guerrita’, como, con sonrisa cachacienta, ha dicho alguien que tiene responsabilidad en la guerra. Los muertos, todos los muertos —nuestros héroes y los del adversario—, merecen cuando menos respeto.

Sigue con “riesgo de escalarse”, una guerra absurda, que debiera pararse ya, al momento. Se trata de una disputa fronteriza que no vale un muerto. Pero que se eterniza por la desin­formación que existe sobre el tema. Una desinformación organizada por el Ecua­dor y que, ni ayer ni hoy, ha sabido ser replicada por el Perú, a pesar de las enormes razones que nos asisten. Da lástima grande, por ejemplo, que en es­tos días el presidente de la República y la casi totalidad de la prensa peruana insis­tan en afirmar algo que no es cierto: que los garantes están de acuerdo con la tesis peruana. No, no es así, desgraciada­mente. Es verdad que no comulgan con los delirios amazónicos ecuatorianas —que es el meollo del conflicto—, pero tengo aquí a la vista las despistadas de­claraciones oficiales norteamericanas, expresadas el martes pasado —7 de fe­brero— nada menos que por Alexander Watson, subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos y ex embaja­dor de Lima. Y esto es lo que dijo Watson, según boletín oficial de USIS: En la déca­da del 40 “hubo una guerra y los ecuato­rianos perdieron mucho de su territo­rio”... “En 1945, un cartógrafo brasileño demarcó la frontera, menos una franja de 78 kilómetros en un área particular­mente difícil de llegar, en la que dio ALGUNAS OPINIONES sobre cómo debería demarcarse”... “Años después... la Fuerza Aérea de Estados Unidos des­cubrió un río cuya existencia nadie había conocido antes, cambiando, por lo tan­to, el conocimiento sobre esa área geográfica y, consecuentemente, de acuer­do a los ecuatorianos, afectando la manera exacta como esta línea debía mar­carse”. También tengo a la vista los semanarios norteamericanos, de difusión mundial, Time y Newsweek, de esta semana, en los que se llega a mayores despropósitos y aberraciones históricas, pero siempre dentro de los lineamientos del departamento de Estado hechos públicos por Watson.

Pero, así, falsas de toda falsedad, éstas son las versiones que circulan por el mundo y por los despachos de los países garantes. Esta es la realidad, que no se desvanece porque nosotros afirmemos que hubiera sido inconveniente replicar a la ofensiva informativa ecuatoriana, porque la ‘saturación’ no es buena. Y no cambia esa realidad porque se añada, con otra sonrisa cachacienta, que habría sido politizar la situación si se hubiera acudido al prestigio y la sapiencia de los señores Javier Pérez de Cuéllar y Fer­nando Belaúnde, para consultarlos y difundir en el exterior las poderosísimas razones que asisten al Perú en esta confrontación de opiniones. El voluntarismo no cambia la realidad. Como no pierde eficacia la diplomacia directa del presi­dente Durán porque el presidente del Perú se le adelante criollamente con un telefonazo a los jefes de Estado visitados por Durán. Ni es distinta la verdad por­que nosotros aseguremos que es una victoria peruana el que Ecuador haya acudido a la instancia de los garantes, cuando es Ecuador, con alguna inten­ción o información que no se conoce todavía, el que ha escogido ese camino.

Hacer periodismo en época de guerra —hoy por hoy— no es tomar como sacrosanta, como palabra de Dios, la versión oficial del gobierno. El periodismo en cualquier época, sea de paz o de conflic­to bélico, debe decir la verdad, lo que cada uno crea es la verdad. Lo que no significa revelar secretos militares ni dar opiniones que desmoralicen a los com­batientes. Aunque, en este segundo pun­to, también hay que tener en cuenta que el silencio, el engaño y la mentira tampo­co vigorizan la moral ciudadana. Mucho menos en un mundo globalizado en el que la información traspasa todas las fronteras.

Esta es, pues, la realidad del desgra­ciado enfrentamiento armado que se desarrolla en la Cordillera del Cóndor. Una guerra tan absurda que muchos en el exterior andan creyendo que nos esta­mos matando porque están en juego unos cerros de oro y un río de petróleo. A muy pocos les entra en la cabeza que el problema es la simple demarcación de 78 kilómetros de frontera entre dos paí­ses que no tienen nada que los distinga uno de otro. Los dos tienen el mismo pasado y la misma lengua aborigen, per­tenecieron al mismo imperio incaico y fueron parte de un mismo virreinato. ¿Por qué se están matando en inhóspitas y enmarañadas quebradas de la amazonía, entre culebras y mosquitos, aprisionados entre el sol, la lluvia y los pantanos, varios miles de jóvenes lati­noamericanos? ¿Acaso no existe la di­plomacia como arma eficaz y no mortí­fera para dirimir diferencias como las que discuten Lima y Quito? Exponga­mos ante el mundo nuestros argumen­tos, que son sólidos como rocas, haga­mos circular los documentos que pusie­ron fin a las hostilidades de 1981 y haga­mos callar a los cañones. No sigamos dando el espectáculo grotesco, tan deli­rante como los sueños amazónicos del Ecuador, de un presidente civil que, se­gún el comandante general de los ejérci­tos, no sólo dirige el frente diplomático sino que, a la vez, comanda directamen­te la guerra, con instrucciones precisas que los militares cumplen al pie de la letra. La guerra es un asunto demasiado serio, demasiado triste y sangriento, de­masiado costoso, para que se juegue con ella y se use para fabricar héroes que no pisan el frente. Digámosle no a la guerra, no les creamos a los que dicen que las guerras son baratas —que cuestan poco—y descubrámonos, transidos de dolor y de vergüenza, con respeto profundo, ante los caídos en esta absurda confron­tación bélica.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – A la guerra dile no – Revista Oiga 6/02/1995


Cuando leí, la semana pasada, la correlación del poderío militar entre el Perú y Ecuador me sentí no como un gato sino como un tigre acorralado por un ratón. Sentí la extraña sensación de seguridad y ridículo al mismo, tiempo. Es tan enorme la superioridad peruana en armamento, a pesar de que pudieran ser ciertos algu­nos comentarios sobre la inoperabili­dad de parte de esas armas, que. veo ,imposible una derrota nacional y, a la vez, se me hace incomprensible la fatigosa lucha en los pantanos de la Cordi­llera del Cóndor, no porque no comprenda que el enfrentamiento militar en semejantes condiciones iguala a los combatientes, sino porque no entiendo cómo es que tan poderosa fuerza arma­da no haya estado vigilante sobre una pequeñísima franja de frontera, por donde, desde años atrás, los ecuatoria­nos se vienen infiltrando en nuestro territorio. De allí la sensación de ridícu­lo que tengo, de tigre acorralado por un ratón. Sensación acrecentada cuando recuerdo el famoso ‘pacto de caballe­ros’ del año 91, entre el solemne Torres y Torres Lara y el mendaz Diego Cor­dovez. Acuerdo que consintió la pre­sencia ecuatoriana en suelo peruano y que anticipó los amistosos viajes del jefe de Estado al Ecuador, viajes que el señor Fujimori calificó, en su mensaje a la Na­ción del 28 de julio del 92, de más impor­tantes que el Protocolo de Río y las bata­llas del 41. Declaración que no extrañó en quien ha persistido en afirmar que él no admira a nadie en la historia.

Esa seguridad en el poderío militar peruano, es la que permite al general Luis Cisneros increpar al Servicio de Inteligencia —tanto al Nacional como a los específicamente operativos— y pre­guntarle ¿dónde estuvo cuando las infil­traciones ecuatorianas se fueron asen­tando en territorio del Perú? Y esa seguridad es la que impulsa al embaja­dor Javier Pérez de Cuéllar a demandar al gobierno para que explique desde cuándo están los ecuatorianos en nues­tro suelo y por qué, cuando ingresaron, no fueron desalojados de inmediato.

El Perú es, sin duda, muchísimo más poderoso militarmente que Ecuador y no corre el menor riesgo de una derrota militar. Pero esa situación de Goliat frente a David obligaba y obliga a una cuidadosa y constante vigilancia —mili­tar y diplomática— de su frontera. Más aún la de zonas conflictivas, como la Cordillera del Cóndor. Porque las emer­gencias bélicas, como la actual, signifi­can costos gigantes que arruinan las economías de cualquier país en desa­rrollo y lo desarticulan.

Oportuna vigilancia que el régimen no ejerció, a pesar de los reclamos que se hacían, como éste del doctor Guiller­mo Hoyos Osores, publicado el 28 de noviembre del 94 en El Comercio: “Es indispensable, por múltiples razones, que la política internacional del Perú sea reflexiva y previsora. Desdichada­mente la del actual gobierno ha sido hasta hoy ligera, improvisada y desco­nocedora, u olvidadiza, de cosas que debería tener muy en cuenta”.

Por fortuna, el conflicto bélico que afrontamos en estos días, ha tenido la virtud de despertamos y de colocamos frente a la realidad. La Cancillería ha retomado la brújula y estamos ahora en buen rumbo diplomático, mientras la acción militar se desarrolla dentro de las dificultades del terreno en que se desenvuelven y que ojalá concluya pronto con un alto el fuego y una pron­ta paz definitiva.

Al parecer, por la actuación de nues­tros diplomáticos en Río, el gobierno ha dado las espaldas a una política externa que el doctor Hoyos juzgaba así en noviembre pasado: “El supuesto de que nuestra política exterior debe ser un sistema de actividades ‘pragmáticas’ dirigidas con criterio ‘gerencial’, como han dicho altos funcionarios del gobier­no, es un error peligroso que trasluce poco conocimiento de algunas de las más importantes y delicadas funciones del Estado. Un concepto tan estrecha­mente simplista es por entero extraño a la compleja naturaleza de la realidad internacional, ahora ‘globalizada’, en la que estamos inmersos”...

Pero si se aprecia habilidad e inteli­gencia en el campo diplomático, no deja de haber yerros en esta batalla que también se desenvuelve en el terreno militar y en el de la información. Sobre los hechos castrenses no opino porque se desconocen y no soy experto en armas, tácticas y estrategias. Pero sí observo y no puedo callar que, en el terreno de la información, estamos siendo derrotados: se ha generalizado la idea de que, esta vez, es el Perú el que ha iniciado las acciones bélicas. Se cree a pie juntillas, en Europa y en América, que nuestro gobierno pensó capturar en 48 horas los asentamientos ecuato­rianos de la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor y de que, con esta rápida victoria militar, aseguraba la reelección de su caudillo civil y la continuidad del actual régimen de de­mocracia vigilada. También se ha gene­ralizado en el exterior la creencia de que esos asentamientos son de hace muchísimos años, con lo que se le con­cede a Ecuador derechos de posesión... A lo primero responde el gobierno pe­ruano, en escasísimos comunicados y más escasas declaraciones, que el ata­que partió del Ecuador, afirmando, sin prueba fotográfica alguna, que un heli­cóptero ecuatoriano bombardeó un puesto peruano de vigilancia. Y no ex­plica si esta acción se produjo en apoyo de un ataque de infantería. A lo segun­do nada dice, pudiendo explicar que al concluir el, conflicto de 1981, en la separación de fuerzas, el Ecuador reco­noció, ante los garantes o ‘países ami­gos’, que la vertiente oriental de la Cor­dillera del Cóndor, o sea la totalidad del río Cenepa, es territorio peruano y la vertiente occidental suelo ecuatoriano. Y que sólo desde hace unos cuatro años se han producido las actuales infiltra­ciones... No lo dice —preocupado ex­clusivamente por el frente interno—para no confesar su descuido y para que no se vuelva a hablar del disparata­do ‘pacto de caballeros’ del año 91.

Teniendo toda la razón y siendo clarí­simos sus argumentos, el Perú calla y se deja ganar la batalla informativa. No tie­ne voceros, no hace publicidad a su cau­sa, no divulga sus derechos... Y el jefe de Estado —el único vocero, junto al general Hermoza, quien dice ser sólo un soldado a órdenes del Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas— no asiste a la reunión de los presidentes de los países bolivarianos, dejando la tribuna de Cumaná a libre disposición del presidente ecuatoriano. Lo que significa otra derrota en el terreno informativo. Una derrota tan grave que no veo cómo pueda ser compensada por el éxito diplomático que algunos le con­ceden a ese desaire.

Se dirá, como ha dicho alguien, que de nada valen estas batallas; que lo importante es ganar la guerra. ¿Pero qué ganamos con ganar la guerra, si en las guerras todos pierden y más los países pobres como el Perú y Ecuador? Espero no caigamos en una escalada militar y en la guerra. Conformémonos con poner los hitos en la Cordillera del Cóndor y no a cañonazos sino conven­ciendo al mundo de lo que es cierto: de que la justicia y la razón nos asiste.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - No es momento de recordar, sino de unida nacional – Revista Oiga 30/01/1995


Los acontecimientos bé­licos de la frontera norte -muy graves según los in­formes oficiales- acapa­ran la atención ciudada­na. Y es hora, por lo tan­to, de unidad nacio­nal, de compacta reacción cívica en torno al gobierno en funciones y a los hombres que empuñan las armas de la nación. También seria la gran oportuni­dad paró para que el jefe de Estado convoque a los peruanos ilustres y a los candidatos de todas las tiendas para que colaboren con el Perú en las complicadas tareas diplomáticas que han de seguir a la confrontación armada. Por algo el doctor Javier Pérez de Cuéllar, el peruano más distinguido y cabeza de la diploma­cia mundial durante años, ha suspendi­do su comprometido viaje a Francia, quedándose en el país para observar el desarrollo de los incidentes fronterizos a la vez, exigiéndole al gobierno in­formación completa de lo sucedido para actuar en consecuencia.

El imperativo de la hora es la unidad nacional, es el deber que impone la realidad. Y, más bien, no es ocasión para recordar, por ejemplo, que cuando se toman decisiones económicas, no es sensato cerrar los ojos ante hechos rea­les como él que estamos afrontando en el norte. No es momento de pensar, aunque tengamos muchísima razón, en que son anacrónicas y absurdas las gue­rras y las fricciones fronterizas. Ahí es­tán, duras como piedra, a la vista del mundo entero; y son parte de la realidad de la vida. Tampoco es momento para llamar la atención sobre la ingenuidad de quienes, para privatizar, se guían por catecismos de moda, por la hechiza divinidad del mercado, sin atender las duras realidades del día y las enseñanzas de la historia. Aunque quién sabe no sea ocioso hacernos, ahora, la pregun­ta de si el petróleo es o no es una riqueza estratégica y si convendría o no vender nuestras refinerías a capitales ecuato­rianos o de cualquier otro país vecino. Quién sabe no deje de ser prudente que estemos haciéndonos permanentemen­te esta pregunta, mientras la realidad mundial no cambie, mientras no llegue el día en que, a plenitud, los capitales no tengan patria. Porque la verdad es que, hasta hoy, la realidad nos recuerda que no siempre los capitales pierden su nacionali­dad; y nos enseña que en la vida hay excepciones que es necesario tomar en cuenta.

Los incidentes de la frontera norte -muy graves según versión oficial- obli­gan a los peruanos a actuar unidos y a olvidar sus rencillas internas. En este tema, la peruanidad debe tener una sola voz, reclamando se establezca la paz estipulada en el Protocolo de Río, trata­do que arrebató al Perú grandes exten­siones -que resultaron siendo con el tiempo la zona petrolífera ecuatoriana­, pero que señalaron definitivamente la línea fronteriza, línea detalladamente reconocida por las partes, en mil nove­cientos ochenta y uno. Es hora, pues, de unión nacional en defensa de nuestra integridad nacional.

No es el momento de recordar las voces de alarma de esta revista cuando se dejó vacante ¡por dos años! la emba­jada peruana en Brasilia, sede principal de los garantes del Tratado de Río. Ni es hora de volver a reprochar la populista diplomacia personal del jefe de Estado, que alentó vanas esperanzas en el Ecuador y actuó con ignorancia plena del problema, tomándolo exclusivamente en sus manos. Tampoco viene al caso recordar el infeliz ‘acuerdo de caballe­ros’ suscrito por el canciller Torres y Torres Lara y Diego Cordovez, el men­daz ministro ecuatoriano. Acuerdo que no devolvió las bases ecuatorianas a su territorio y admitió, saliéndose del Pro­tocolo, una disparatada tierra de nadie. Es hora de acción, unidos, hacia el futu­ro. Ya habrá tiempo más adelante para ventilar errores que jamás debieron co­meterse y en los que no se hubiera caído si los técnicos de Torre Tagle hubieran sido consultados y no disueltos.

Roguemos porque el conflicto bélico sea corto y no nos arruine. Y espere­mos que, por segunda vez, nuestros derechos en la Cordillera del Cóndor queden esclarecidos a la luz del Proto­colo de Río y no de otro ‘acuerdo de caballeros’ que vuelva a dejar semillas de tensión en territorio nacional.

Mientras tanto, el curso de las activi­dades nacionales no debe detenerse -situación que sólo podría darse en el caso extremo e ineludible de que llegue­mos a la guerra- y, como es lógico, ha de insistir esta columna en la actualidad electoral, en los indicios de fraude que se van acumulando y que el enviado de la OEA, el medroso señor Murray, se ha obligado a admitir ante las evidencias, pero llamándolas ‘irregularidades’. Para el arcangelical señor Murray, quien dice haber venido para observar el proceso actual ¡y para hacer e seguimiento del destino que tuvieron las denuncias de la OEA sobre las ‘irregularidades’ de las elecciones para el Referéndum y el CCD!, no indica voluntad de fraude, de trampa, la carta que el alcalde de Cha­chapoyas le dirige al prefecto regional, la autoridad política de la zona. A pesar de que en su carta el alcalde da cuenta al prefecto que ha recibido “encargo de las Autoridades del nivel Central de organizar y trabajar en el ámbito del Dpto. de Amazonas los comités de Apoyo a la Reelección de nuestro señor Presidente” (sic). También para el arcangelical señor Murray es una sim­ple ‘irregularidad’ otra de las pruebas que le ha presentado la UPP: un oficio dirigido al presidente del Congreso y líder del gobierno, señor Jaime Yoshi­yama, en el que diferentes autoridades del ministerio del Interior y otras depen­dencias gubernamentales le dan cuenta de sus actividades en favor de la reelec­ción del jefe de Estado.

¡Buen observador nos ha enviado la OEA! Pueda que el señor Murray llegue a enterarse que las ‘irregularidades’ del Referéndum y de las elecciones parlamentarias, denunciadas en secreto por su predecesor, el inefable Gonzales, fue­ron a parar muy eficazmente a los basu­reros de ese armazón legal que él ha encontrado normal. Su descubrimien­to, si lo logra, a pesar de ser conocido por el Perú entero, nos servirá para informarnos que la OEA hará el segui­miento del fraude de 1995, con una eficiencia supersónica, a inicios del nue­vo siglo. Con lo que quedaremos encan­tados, sufriendo felices, igual que aho­ra, las consecuencias del fraude o tram­pa electoral.