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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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lunes, 22 de junio de 2009

FRANCISCO IGARTUA – SIEMPRE UN EXTRAÑO - 1995

“Nunca entendí por que en el Perú se destruían los hombres de valer unos a otros. Hoy veo esa política como un crimen contra el país. Es irritante que tantas generaciones de hombres inteligentes hayan pasado por la vida peruana sin haber podido dejar nada de lo mucho o poco que poseyeron para darle a su comunidad; porque otros hombres, también inteligentes, les cortaron el paso no dejándolos florecer y entregar sus frutos. ¿Cuándo aprenderemos a convivir honestamente dentro de una pacifica discrepancia?”. FRANCISCO IGARTUA - Siempre un extraño - 1995

sábado, 20 de junio de 2009

FRANCISCO IGARTUA – SIEMPRE UN EXTRAÑO - 1995 - "Un diario le sirvió de asilo"

Francisco Igartua Rovira

El vuelo de Santiago a Lima fue largo por la emoción del regreso. Francisco no pudo leer una línea ni dormir un minuto durante el viaje. La conversación con Holt y el corresponsal del New York Times, la seguía a medias y en algunos momentos se iba de ella por completo. La aventura había sido emocionante, pero muy dolorosa la separación de Ella. En muchos momentos había sido insoportable tenerla lejos. Pero volvía y volverían a estar juntos. También extrañaba Caretas, su obra, su esperanza, su buena sociedad con Doris Gibson. La lucha política lo reclamaba y el estaba obligado a no rehuirla. Más cuando se iniciaba la campaña de zapa contra la dictadura.

Al llegar a Lima, por simple precaución les pidió a Holt y al corresponsal americano que bajaran los tres juntos.

-Por siaca.

Y los dos asintieron en que la idea era prudente. Lo flanquearían desde la escalera de bajada a tierra.

¡Ni que hubieran sido adivinos!

Al pie del avión lo esperaba a Francisco media docena de investigadores que le bloquearon la entrada.

-Usted no puede ingresar. Debe volver al avión y seguir a Panamá.


El que le hablaba era un zambo alto, colocado detrás de los dos que le cerraban el paso. Otros tres vigilaban de cerca.

-¡Aquí esta mi pasaporte con el visado correspondiente!

-No sé. Es la orden.

-¡Aquí esta mi visa! –grito Francisco apoyado en los dos norteamericanos.

-No puede pasar.


-¿Cómo que no puedo? –y se agarro a los brazos de sus dos amigos-. Si quieren me suben a patadas, Pero aquí se arma un escándalo de los mil diablos y tengan ustedes presente que estos dos señores son periodistas extranjeros que darán cuenta en el mundo del abuso que están ustedes cometiendo. ¡Aquí esta mi visa! Y si quieren ­–volvió a insistir- me suben a la fuerza, pero en el mundo se sabrá que grado de dictadura hay en el Perú. Estos dos periodistas harán pública su protesta por lo que están viendo.

Del brazo de Holt y del corresponsal del New York Times, comenzó a caminar por la explanada. Los policías comenzaron a desconcertarse…

Los tres siguieron avanzando hasta llegar al hall de la Corpac. Detrás de la barandilla de metal dorado estaban Ella, Doris y su hermana Mima.

De pronto el se separo de los norteamericanos y salto la barandilla. La cogió del brazo a Ella y los cuatro salieron corriendo a la calle. Tomaron un taxi y el ordeno:

-A El Comercio, a toda prisa; cobre lo que quiera.


El que hubiera estado hablando de El Comercio hacia unas semanas, justo en ese mismo aeropuerto, fue lo que le dio la idea. El periódico tenia la puerta abierta día y noche y la policía –que con toda seguridad los iba seguir de inmediato- no se le ocurriría que buscaría refugio en un periódico. Para los de la “secreta” trataría de asilarse en una embajada y las embajadas siempre tienen sus puertas cerradas…

Exactamente, a los pocos minutos, dos autos policiales lo seguían de cerca. Ella lo agarraba fuertemente de la mano, mientras el pensaba como salir a la carrera del auto y como meterse a la dirección del diario o, mejor, a la jefatura de la redacción, que era la de mas fácil acceso.

Se cambio de sitio con Doris para quedar junto a la puerta derecha del auto. Desde allí, de un salto, estaría dentro de El Comercio. Y así fue. En segundos, Francisco se hallo en la oficina de su viejo amigo Emilio Armaza, jefe de redacción del diario de La Rifa desde poco después que salio de La Prensa junto con Francisco. Armaza contestaba en ese momento el teléfono. Y antes de que colgara el fono, irrumpieron en la oficina los policías. Dirigiéndose a Armaza lo conminaron, mostrándole sus placas:

-El señor tiene que salir de aquí, nos debe acompañar.

-Perdón señores -respondió Armaza después de terminar su conversación telefónica-, el señor Igartua esta aquí de visita. Ha venido a ver a don Luis Miro Quesada y no saldrá hasta que no termine su reunión con don Luis.


-Pero…

-No hay nada que añadir. Además, a don Luis no le agrada la presencia de los policías en la reducción. Por favor, señores afuera, si quieren en el hall de la entrada o en la calle.

Todo esto lo decía Armaza sentado en su escritorio, inmutable.

Los investigadores se retiraron desconcertados, cabizbajos.

Francisco, mudo, seguía sentado frente a Armaza.

-Don Luis ha dado orden de que no te dejemos sacar de aquí. Ni siquiera a la fuerza.


A los pocos días el mismo don Luis Miró Quesada le explico a Francisco que, al momento de salir del auto, lo vio su cuñado, García Irigoyen, y en un ese instante lo llamo por teléfono y él a su vez, de inmediato se comunico con Armaza. Ocurrió, por suerte, que todos estaban en sus puestos al lado del teléfono y que los aparatos se encontraban desocupados.

Eso de “ni siquiera a la fuerza” no era una frase; al poco rato apareció, con su caminar cansino y su pelo plateado, Rolando, el hombre de confianza de don Luis y jefe de la seguridad interna del periódico. Lo acompañaban varios guardias armados.

Ese día y el siguiente los pasó Francisco encerrado en El Comercio, durmiendo en una oficina del segundo piso que se habilito como improvisado dormitorio. Solo lo visitaba, Ella, Doris y su hermana Mima, con quienes almorzaba y comía.

En todo ese tiempo no apareció un Miró Quesada por el periódico.

-Cualquier incidente –explico después Don Luis- con cualquier miembro de la familia hubiera agravado innecesariamente la situación.

Toda la manzana estaba rodeada de investigadores y policías mientras el periódico negociaba con el gobierno.

Pero en la prensa de Lima no se publicaba una línea de lo que estaba ocurriendo.

Solo al tercer día apareció el doctor Guzmán Marquina, presidente de la Asociación de Periodistas, amigo de Francisco, con la propuesta de solución: en compañía de él, representante del gremio Francisco visitaría al Ministro de Guerra, general Romero Lobo, en su casa de Barranco, no en el Ministerio. Y allí mismo el jefe de la Policía de Investigaciones y el jefe del Resguardo Aduanero le darían ingreso oficial al país. Así quedaría concluido el incidente y no se tocaría más el tema. Mejor dicho el “incidente” quedaría silenciado.

No eran épocas con posibilidad de ponerse bravo. E, indudablemente, El Comercio intervenía con sus buenos oficios patrocinando un acuerdo sin ganadores y perdedores.

Francisco acepto y, en compañía de Doris Gibson, visito al general Romero Lobo. No hubo problemas para salir de El Comercio. En la mañana había desaparecido el cordón policial de la manzana. El introductor ante el ministro fue el doctor Guzmán Marquina.

Hubo sonrisas, chistes y alguna broma sobre Alejandro Esparza Zañartu, el factótum del Ministerio desde la Dirección del Gobierno, a quien el acuerdo había marginado, queriendo, al parecer, hacer notar que el ministro no estaba pintado en la pared. Aunque lo más probable habría sido que Esparza no quiso dar su brazo a torcer y al final transo con un “hágalo con otro”. Tampoco El Comercio era santo de la devoción de Esparza, pero a tanto no podía llegar su prepotencia.

Sacar a Francisco asaltando el periódico hubiera sido demasiado. El escándalo internacional habría tumbado al Gobierno de Odria.

Al jefe de la Policía de Investigaciones, que aseguro estar dispuesto a dar la vida por su ministro, el general Romero Lobo le respondió con una broma muy sobria que lo dejo muy mal parado. Fue algo como “no afirme eso, señor, porque no lo voy a querer a mis ordenes; no desearía ser responsable de la muerte de tan eficiente funcionario”. Al final se sirvió una copa y, previas palabras de Guzmán Marquina, brindaron “por el feliz reingreso al Perú -aunque algo irregular- del director de Caretas”.

Todo, sin embargo, quedo silenciado. Nada de lo ocurrido se hizo público. El siguiente editorial de la revista fue una especie de “como decíamos ayer”. Francisco se limito a una pequeña referencia al “obligado viaje a Panamá”. La correspondiente compuesta de El Comercio sobre el tema fue parecida.

De este modo se inicio una estrecha amistad entre Francisco y don Luis Miro Quesada. Una amistad que nació, quien sabe, no tanto por el hecho mismo del asilo como por la mutua por la mutua simpatía que surgió espontáneamente durante la charla que sostuvieron después que pasaron los “incidentes”, Ocurrió en la visita de cortesía que Francisco le hizo a don Luis en su despacho de la Calle La Rifa.

Aunque de temperamentos muy diversos y hasta disonantes en algunas posiciones, Francisco quedo subyugado por la recia personalidad de don Luis, por su sutileza para enfocar los temas y los problemas, su rápida percepción de las situaciones políticas y su prudente accionar cuando se trataba de asuntos que consideraba fundamentales.

-En cuestiones de libertad de expresión hay que ser siempre categóricos y no callar ningún atropello a la libertad de prensa. Siempre hay que protestar por la prisión o la deportación de un periodista, sea quien sea este (la única excepción, por razones muy personales
–el Apra había asesinado a su hermano y a su cuñada-, eran los apristas). La protesta por lo demás colegas es una especie de seguro para uno mismo.

Y siguió en tono muy confidencial, sabiendo seguramente que unos meses antes, en un apuro que tuvo Francisco con la policía, La Prensa de Beltrán no lo dejo refugiarse en su local:

-Por ejemplo, no le extrañe a usted que, tal como van o van a ir las cosas, puede caer en la cárcel el señor Beltrán. Eso no ocurriría conmigo.


Pareció voz de adivino porque, pocos años después, cuando La Prensa se paso a la oposición y reconoció que la dictadura no es un sistema apropiado para el desarrollo equilibrado de un país, don Pedro Beltrán y su gente fueron tomados presos y encarcelados en la Isla, en El Frontón.

Su percepción del futuro, sin embargo, no lo dejo vislumbrar algo muy remoto: el atropello a todos los diarios y al propio don Luis, en mil novecientos sesenta y cuatro, cuando el Perú, gobernado por el General Velasco, corrió el riesgo de volverse otra Cuba.

De esa larga charla, que fue una verdadera lección de periodismo político; de sapiencia en el manejo de las vanidades humanas; de estrategias a emplear frente a las prepotencias de los poderosos y a las debilidades morales del enemigo; de inteligente hurgar en la capacidad del adversario; desde aquel entonces, el joven Francisco y el viejo don Luis fueron tejiendo una muy bella y calida amistad.

Tampoco se podría, sin embargo, no tomar en cuenta para entender esa relación el hecho mismo del asilo. Se trataba de algo que, por un lado, debía enorgullecer a El Comercio y que, por otro, había impedido que Francisco fuera a caer de nuevo en el insoportable asador panameño. Por primera vez en la historia del periodismo, el edificio de un diario, igual que las catedrales de la Edad Media, había servido de asilo a un perseguido

sábado, 6 de junio de 2009

Francisco Igartua - por Jhon Bazan Aguilar

Francisco Igartua Rovira
Francisco Igartua Rovira

Hace 5 años partio hacia la eternidad

“El ha dejado un camino trazado,
Y desde la eternidad nos invita a caminarlo”.


Cinco años se cumplen de la dolorosa ausencia del amigo y maestro, un lustro que en la historia del periodismo son casi nada, pero que en el recuerdo de quienes lo conocimos sigue representando una herida abierta sujeta a reivindicación. Francisco Igartua Rovira falleció el 24 de marzo de 2004, tras mas de cinco décadas de contestataria presencia en el periodismo peruano.

Quijote del Periodismo es quizás el mejor calificativo para “Paco” Igartua, talentoso hombre de prensa que vivió entre dos centurias y que ha dejado una huella, un ejemplo y una trayectoria que difícilmente se ha de borrar. Revistero insigne y a tiempo completo, como se calificaba él mismo, siempre se situó en el justo medio, en ese difícil equilibrio entre los de arriba y los de abajo, entre los conservadores y los incendiarios, buscando la reflexión y el consenso en torno a los destinos del Perú.

Heredero, devoto y amigo del ilustre panfletario Federico More, lector de Miguel de Unamuno, respetuoso admirador de José Luís Bustamante y Rivero, a quien llamó Patriarca de la Democracia, Igartua supo ser toda su vida consecuente con estos insignes referentes: De More tomó la posta de un periodismo punzante y apasionado, y como él probó también las amarguras del destierro; de Unamuno aplicó su afán libertario, y su férrea defensa de las libertades de opinión y de prensa. Del ilustre patricio mistiano, derrocado por Odría en 1948, no solo tomó su prédica de luchar por un Perú distinto sino también el pretexto para fundar “Oiga” su más fecunda y azarosa creación en el periodismo nacional.

Como era previsible, el Oiga del 48 apenas si duró algunas semanas, y es que era un panfleto, así había sido diseñado, una protesta visceral frente al abuso y la prepotencia de una dictadura. Más tarde vinieron otros “Oigas”, más centrados en su vocación indeclinable de periodista político, pero al cabo de un tiempo también terminaron cerrados por el poder de turno, pues era una revista que no se casaba con nadie, que no tenía otro precio ni otra misión que el derecho del lector a saber la verdad.

En el interín dejó otro legado: la fundación de “Caretas”, con la entonces inquieta y dinámica Doris Gibson, y cuya dirección periodística detentó por muchos años. Era también este proyecto, desde el nombre mismo, una protesta contra la dictadura de turno (los 50s de Odría), inspirándose en la famosa “Caras y Caretas” de Buenos Aires, de la cual con aguda ironía solo tomó la segunda parte, pues las libertades en el Perú estaban tan recortadas que difícilmente podría entonces hablarse de “caras” sino solo de “caretas”.

Por su resistencia a parcializarse sectariamente con los extremos, Igartua se ganó la animadversión de tirios y troyanos. La derecha lo llamaba comunista, y los comunistas le llamaban entreguista, pese a que él siempre se autocalificó como “de izquierda”. Fue adversario inflexible, pero también amigo, de quienes desde otras trincheras le decían de todo, como Genaro Carnero Checa, periodista comprometido con las ideas marxistas –fundador de una también mítica revista política con el nombre del año en curso-.

Leámoslo de su propia pluma: “Oiga es de izquierda porque, sin satanizar a nadie ni a nada que no sea la corrupción y la inmoralidad, se siente al lado de los humildes, de los necesitados, y no de los ricos; porque le repugna el dogma y propicia el diálogo sin barreras; porque abomina cualquier inquisición; porque cree que no hay mayor castigo para un pueblo que el mantenerlo en el oscurantismo, en la sumisión a «verdades» administradas por una jefatura maniquea, omnisciente y omnipotente; porque estima que no hay desarrollo popular sin libertad para informarse, pensar, expresarse y elegir; porque no admite que los pueblos sean como niños, pasibles de tutela. En otras palabras, Oiga se confía en lo que dijo don Quijote, el caballero de la Triste Figura, a Sancho, su escudero, ilusionado aspirante a gobernador de ínsulas: si alguna vez se ha de doblar la vara de la justicia, que sea a favor del pobre, del desvalido, y no del poderoso”.

En noviembre de 1974 fue deportado por expresar su protesta contra la estatización de la prensa del régimen velasquista. No le animaban rencores ni revanchas cuando años más tarde, al editar “Oiga78” explicaba: “No era asunto de contener el proceso revolucionario -con el que yo estaba y estoy de acuerdo porque el Perú se ahogaba en el inmovilismo-, sino de enrumbarlo hacia la racionalidad, poniendo de lado la improvisación infantil, el disparate de la ignorancia y el rencor y el odio, que ni son revolucionarios ni tienen nada que ver con la ciencia económica”.

Es que así era de grande este caballero de pluma en ristre y consecuente con sus ideas. El editorial de “Oiga” que escribió en la edición del 31 de Julio de 1990 tras asumir Fujimori la Presidencia de la República fue una especie de profecía anunciada, al criticar su poco convincente proclama anticorrupción y de apego a la ética, y su evidente vocación paternalista proclive a sentirse “por encima del bien y del mal, dispensador de favores y castigos. Es hacer del mandatario -el que recibe mandato- un emperador. Es la negación de la democracia; es la quiebra de la institucionalidad”.

Su consecuente crítica a los crecientes atropellos fujimontesinistas, sobre todo a raíz del autogolpe del 5 de Abril de 1992, determinaron que a la larga “Oiga” sucumbiera abrumada por las deudas, especialmente tributarias. El 5 de setiembre de 1995 se produjo su cierre definitivo y el 16 de noviembre de ese año transfirió los derechos de la marca Oiga a favor de terceros, a fin de cancelar dichas deudas generadas por el acoso fujimontesinista y el pago de los beneficios sociales de sus 60 trabajadores.

Ese era Francisco Igartua. Vio y dejo morir a su revista, su máxima creación periodística, para no hacer sucumbir aquellos principios que enarbolo por más de medio siglo de periodismo. El ha dejado un camino trazado, Y desde la eternidad nos invita a caminarlo.

viernes, 1 de mayo de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Otra vez la inútil conseja de Brecht – Revista Oiga 11/08/1995


Se ha repetido tantas veces la conseja de Brecht, y tan inútil­mente, que me parece perder el tiem­po volverla a citar: Vinieron por el sas­tre de abajo, pero yo no era sastre... Vinieron por el vecino religioso, pero yo no era religioso... Hasta que vi­nieron por mí...

Lo mismo está ocurriendo hoy en el Perú y nadie o casi nadie se inmuta. La persecución no es contra ti, contra los individuos, sino contra las institu­ciones, muchas veces contra corpora­ciones adversas a tu sentir y ajenas a tu gremio, por lo que te quedas quieto, sin advertir que la próxima puede ser tu comunidad. Se agravió, por ejem­plo, a los jueces y magistrados y se arrasó con la institución judicial... y muchos pensaron ¿por qué deberían preocuparse los que no eran jueces, o magistrados?... Lo mismo ocurrió con los Colegios Profesionales, pero como millones de peruanos no son profesio­nales ¿por qué habría de cundir la alarma?... Los municipios fueron atropellados, pero como la mayoría no es concejal ni pretenden serlo hubo silen­cio... Se vilipendió a los políticos y a los partidos y como ni partidos ni políticos son gratos cuando están lejos del po­der, la multitud los repudió y los halló “tradicionales”, la nueva voz descalifi­cadora... Ahora le ha tocado el turno a la Iglesia, y para agraviarla impune­mente, con alevosía y ventaja, el agra­vio vino unido a un tema sobre el que la Iglesia sostiene una posición que no es bien vista por la mayoría de las gentes. Y la reacción es: ¿por qué rechazar esos agravios si uno no es religioso? ¿Por qué preocuparse por el manoseo a una institución que sostiene una posición diametralmente contraria a la libertad sexual, a la que uno es afecto?

El conflicto creado por el presiden­te de la República con su agresiva referencia, en el Mensaje del 28, al control de la natalidad, aderezada con unos cuantos insultos a la Iglesia, es un hecho político y no otra cosa. Un conflicto en el que nada tienen que ver las te de cobre, los condones, las abstinencias, las píldoras y ni siquiera el aborto. Se trata de un gesto político dirigido a someter a la Iglesia como institución, planteado en un terreno estratégicamente escogido para, en la confrontación buscada, el gobier­no cuente con todas las circunstan­cias a su favor, ya que son los más y no los menos los que prefieren no ser molestados con interferencias mora­les a la hora del placer sexual y son numerosísimos los ciudadanos con odio natural a lo religioso, a lo sobre­natural, a la disciplina ética que no parta de la propia voluntad. Aparte de que no hay persona consciente que no se preocupe y alarme con el creci­miento de la natalidad en medio de la miseria, el hambre, el abandono y la ignorancia.

No se trata, como Expreso ha que­rido hacer creer, de que los exabrup­tos presidenciales contra la Iglesia se produjeron como apurada y simple respuesta a la homilía del Cardenal Vargas Alzamora en el Te Deum, en la que éste hizo genérica y conceptual referencia a las obligaciones de los gobernantes. No. El Mensaje se pro­duce poco después del Te Deum y fue leído. Era un texto escrito de antema­no. Los insultos de “vacas sagradas y tabúes que se derrumban” fueron, pues, premeditadamente consigna­dos en el Mensaje para crear el conflicto político. Más todavía, al día si­guiente y al subsiguiente, en El Peruano, el periódico oficial del Estado -o sea de todos los peruanos-, apare­cen dos artículos donde se insulta a la Iglesia hasta la náusea -ver sección En el Perú-, bajo la firma del secretario del presidente Fujimori.

La intención política no puede es­tar más clara y sólo a los ingenuos se les ocurre caer en el juego y ensartar­se en la oscura polémica sobre méto­dos para lograr el sexo seguro. La Iglesia, con habilidad antigua, no cayó en el anzuelo. Planteó, en un comunicado del pleno episcopal, su razonado rechazo al aborto, al asesi­nato de una vida ya nacida, expuso su doctrina sobre los métodos de plani­ficación familiar y con un largo capo­tazo alejó de sus terrenos al toro bravo que el gobierno le había solta­do. Y para rematar la faena, con sosiego de civilización añeja, monse­ñor Irizar explicó: “Cada pareja y persona es responsable de su vida conyugal; en ese sentido nosotros ayudamos -desde la Iglesia- a for­mar conciencia, pues, al final, cada persona decide en su conciencia ante Dios. Por eso, al santuario de la con­ciencia, no entramos; ahí no entra nadie, mucho menos el Estado”. En resumen, la Iglesia no propone ni alienta una política poblacional. Ese es terreno del Estado. Lo que la Iglesia tiene es una doctrina al respecto que los fieles a ella y los hombres de buena voluntad están en libertad de seguir. Una doctrina que no propugna la pro­creación irresponsable sino la paterni­dad responsable y a la que le preocupa no tanto el número de habitantes sino la forma como estos aumentan.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Fujimori forever – Revista Oiga 4/08/1995


Todo estaba en orden, dispuesto espectacu­larmente: los presiden­tes de Sudamérica en pleno —excepto el del Ecuador—, bien a la vis­ta, dando la espalda a la bancada de la oposición; en el resto del hemiciclo, con las manos en los pupi­tres listas para aplaudir, la bancada oficialista... De pronto la Marcha de Banderas, los tatachines y ningún empujón. Todo en orden. En el estrado apareció con la banda impecable, cruzada al pecho, el presidente Alberto Fujimori. Vestía de oscuro, con elegancia... Los trucos de escena eran visibles. Pero, de los ahí presentes, el único que estaba al tanto del ritual organizado era Fujimori, quien daba las órdenes á un lado y a otro. Luego, sin preámbulo, comenzó el presidente su discurso, con tono de mando y voz de cuartel. Esas parrafadas iniciales, resu­men de sus cinco primeros años de go­bierno, los selló pidiendo un minuto de silencio por todos los peruanos muertos en estos años de guerra civil. Por todos, “porque todos, hasta los senderistas, son peruanos”. Un clarín vibrante —previa­mente ensayado sin duda— acompañó al sepulcral silencio de la Asamblea. Cerca del clarín había una cantante... El presi­dente de acercó a la presidenta del Con­greso y le colocó la insignia de Jefe de Estado. La señora doña Martha Chávez de Ocampo no sabía qué hacer con la banda que le había puesto Fujimori. Pare­cía enredada en ella, en el clarín y en la cantante que tenía a la vista; cantante a la que le correspondió coronar con su bella voz la segunda parte del discurso del presidente, concluido con un estudiado “y así podremos decir somos libres, seá­moslo siempre”, dándole entrada al ope­rático himno nacional en la solitaria voz de Cecilia Barraza.

En el mismo orden que se montó y se desenvolvió la espectacular y solemne Asamblea —teniendo como único direc­tor y actor al presidente Fujimori— ésta se disolvió. (Nadie vio ni sintió, ni siquiera los sabuesos de la prensa, a los vicepresidentes. Estuvieron como ausentes).

¿Acaso no hubo discurso?

Bueno, sí. Y hasta dos o uno en dos partes. Pero la puesta en escena y los trucos teatrales fueron parte integral del Mensaje presidencial, reforzaron la lectura del presidente Fujimori, resaltando su con­tenido autocrático que muchas veces que­dó velado o disimulado en sus palabras.

La primera parte, muy breve, antes del juego de quita y puestas de banda, la dedicó Fujimori a hacer un recuento alti­sonante, con aires marciales, de los reco­nocidos logros de su primer período —salvataje de la economía, devolución de la tranquilidad a la ciudadanía, redimen­sionamiento del aparato del Estado—; lo­gros que no sólo nadie niega sino que hasta la oposición aplaude, aunque no como la mayoría, que lo hace sin razona­miento alguno. No hubo, eso sí, un míni­mo de autocrítica. Sólo después de este acto, en declaraciones a la prensa, el pre­sidente Fujimori se lamentó de no haber podido cumplir su promesa de liquidar por completo a Sendero antes del 28 de Julio del 95. La reorganización de la banda terrorista es tan evidente que era imposi­ble no reconocer el hecho. Sin embargo, dejando entrever que él es todopoderoso hasta más allá de la muerte, añadió que el camarada ‘Feliciano’ no se le iba a escapar ni en el cielo ni en el purgatorio, “que es donde seguramente está”.

La segunda parte o segundo discurso fue el planteamiento, en líneas genera­les, de lo que será su segundo quinque­nio: más de lo mismo, pero mejor. Lo que bastó para satisfacer y hasta hacer delirar a las mayorías, que cada vez son más grandes y más disparatadas en sus opi­niones. Por ejemplo, el porcentaje de peruanos (14%) que consideran a Fuji­mori el personaje principal de nuestra historia es mucho mayor que el porcenta­je (8%) de los que prefieren a don Miguel Grau, el héroe de Angamos.

Trató de planes y metas a futuro que muchos de los propios partidarios de Fujimori han considerado demasiado va­gas e imprecisas, demasiado breves. Han faltado –dicen– referencias precisas so­bre economía, sobre la estructura del Estado que él esta inventando, sobre las reformas que el presidente tiene in pécto­re... Pero pueda que en este punto esos fujimoristas anden equivocados. Lo que un jefe de Estado traza en estas ocasiones no es un programa minucioso por hacer sino un lineamiento general de la ruta a seguir. Lo que hace es señalar el rumbo.

Y el nimbo planteado por Fujimori no es equivocado. Ha acertado al hacer hincapié en que la educación será la preocu­pación central del Estado en el próximo quinquenio; porque así como no hay desa­rrollo real y sostenido sin democracia –democracia sin añadidos como explicó el presidente Sanguinetti en Canal 4–, tam­poco lo habrá sin cultura, sin una pobla­ción debidamente educada. No está, pues, errado el presidente en el rumbo señalado.

Pero ¿cuál será el tipo de educación que tiene en mente el presidente Fujimo­ri?... Aquí ya el terreno se ablanda y el panorama se hace confuso. Lo que nos obliga a mirar hacia atrás y revisar lo ya hecho. Por ejemplo, en el campo econó­mico es evidente que Fujimori no se dio el trabajo diseñar una política económi­ca. Le bastó con ponerse a órdenes del FMI y del Banco Mundial. Y en ese cami­no andamos. En el problema terrorista se confió en los planes del Ejército y tuvo éxito, aunque hoy se va viendo que los métodos policiales son más eficaces... ¿Cuál será la receta educativa?

Por lo pronto, hasta hoy, el concepto que el régimen tiene de educación y de cultura no es alentador. Por un lado da muestras de creer críe educar es sólo construir escuelas y repartir computado­ras y, por otro, ha demostrado que no tiene idea del valor de los libros ni de la lectura en general. ¡Durante cinco años en el Perú se ha estado pagando 35.5% de impuesto al papel!

Es de esperar que las cosas cambien al haber hecho primer ministro al ministro de Educación.

Pero el Mensaje presidencial no se limitó a señalar metas, plazos y aspiracio­nes, también tuvo una buena cuota de ají y pimienta, dedicando una parte del pi­cante a hacer demagogia populista con el pan, lo que lo llevó a deslizarse hacia la lucha de clases, a azuzar a los de abajo contra los de arriba y a darles un susto a los harineros.
El gran picor lo reservó para la Iglesia, con la jerarquía nacional presente en el hemiciclo. Sin ninguna delicadeza le lan­zó el agravio- de vaca sagrada, dejando entrever que el Estado auspiciará el con­trol de la natalidad, incluido el aborto. Más tarde negó lo del aborto en rueda de prensa, pero dejó entero el agravio y la posibilidad de que –como dice uno de los cuadernillos del “Pajarillo Verde”– el Esta­do aplicaría la esterilización compulsiva “en los grupos culturalmente atrasados y económicamente pauperizados”... Con la habilidad ya demostrada frente al Po­der Judicial, a los Municipios, al Poder Electoral y a otras instituciones, Fujimori ha embestido a la Iglesia en un tema controvertido y en el que la posición religiosa no goza de simpatía. Con ello no trata Fujimori de colocar en lugares sepa­rados el ‘trono’ y el altar –lo que ya ocurre y es saludable– sino de lograr que el `trono’ impere sobre el altar y sobre cual­quier otra institución. Y esto es mucho, es desvarío. Es querer imitar a Napoleón, olvidando Santa Elena.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – De sainetes y tragedias – Revista Oiga 24/07/1995


En un mundo políticamente irracional, donde, por un lado, asistimos a la portentosa presencia del ingenio humano en la sideral atmósfera de Júpiter y, por otro, observamos las atroces -espeluznantes- matanzas de Bos­nia y Chechenia, acaso parezcan saine­tes las tragedias y los triunfos que nos rodean a los peruanos. Pero pueda que no tanto si tomamos en cuenta la relativi­dad de las cosas y si pensamos que siempre es uno mismo el eje del universo. Porque siendo descomunal la hazaña de visitar Júpiter -aunque sólo sea por medio de sondas espaciales y más que aborrecible la irresolución con la que mira Europa las horrendas salvajadas que ocurren en Bos­nia, en el propio territorio europeo, no deja -guardando las distancias- de ser dra­mática para nosotros la realidad peruana de estos días, de indudables logros econó­micos -cierto que sin llegar todavía a los peruanos de a pie- y, a la vez, de vergonzo­sas caídas en los abismos de la incultura cívica. Mejor dicho: más que caídas, recaí­das en el primitivismo político.

Hace años, un hombre pintoresco pero de aguda percepción de su ambien­te, el iqueño don Temístocles Rocha, expresaba así, desafiante, el carácter del autoritarismo odriísta del que él era ca­pitoste:

-¿Qué importa la Constitución si so­mos la mayoría?

Exactamente el mismo pensamiento que en estos días han expresado dos damas, de pantalones puestos y repre­sentativos del régimen fujimorista, las dos del mismo nombre: Martha. Las dos con t y h. Y ninguna de ellas chacarera como don Temístocles sino mujeres ilustradas, con título académico, y una de ellas de renombre internacional.

Para las señoras Chávez y Hildebrandt -aquí sí igualadas en ideas, en ideología, con don Temístocles Rocha- las mayorías man­dan y no han sido elegidas para perder tiempo en discusiones con las minorías sino para “hacer las cosas que se tienen que hacer en el momento indicado...”

Razones sin duda recias, elementa­les, como las del rucio de Sancho Pan­za... Pero por ello nada valederas. No están dirigidas a convencer sino a impo­nerse. Y sin duda se impondrán mien­tras las mayorías sigan prefiriendo do­blegarse a reclamar sus derechos y mientras la fuerza de las armas, como en tiempos de Odría, respalden la filo­sofía -la ideología- del pragmatismo, del que manda porque tiene más votos en el Congreso y las armas de los cuarteles, aunque ordene disparates revestidos de sedas que parezcan sensateces.

No, señoras y señores de la mayoría, el mandato del pueblo no obliga a las mayorías a mandar sino a gobernar, con la disciplina severa de la ley, y a respetar los derechos de las minorías. Eso es democracia. Imponerse por medio de las bayonetas o por proyectos “sorpresa” en el Parlamento no es gobernar; eso es autoritarismo, es cesarismo, es capricho napoleónico.

Naturalmente que la democracia se­ría aberrante -aparte de ser un imposi­ble- si fuera la imposición de las mino­rías. Seria el desorden, la anarquía. Pero esto no quiere decir que las minorías deban estar pintadas en la pared. De­mocracia es diálogo y no puede haber diálogo si no hay dos o más plantea­mientos contrapuestos. Y democracia -igual que diálogo- también es medita­ción, es doble instancia, es la negación del apresuramiento por hacer. Alguna razón habrá para que en todas las de­mocracias bien asentadas, en las comu­nidades altamente desarrolladas, nunca deje de haber un Senado, que es la parte reflexiva de la institución parlamenta­ria, el hemiciclo de la meditación, don­de madura la confrontación habida en la Cámara Baja.

Mandar al caballazo no es gobernar, es desgobernar un país, es habituarlo al acatamiento ciego y temeroso, no es formar ciudadanos sino reclutas. Y con reclutas se puede ir a la guerra no a la conquista de un puesto en la comunidad de las naciones desarrolladas o, como se dice ahora, en la modernidad.

Esta es una verdad tan firme como un templo y, desgraciadamente, el distinti­vo principal del régimen fujimorista es ese estilo: prepotente, autoritario, aun­que lo niegue la señora Chávez, quien no logra captar que es autoritarismo y del peor el declarar -como ella acaba de hacerlo- que seguirán habiendo “leyes de medianoche” porque “el trabajo noc­turno honra a quienes lo hacen”, aña­diendo que “no hay que cuidarse dema­siado de lo que dice la prensa, ni tener timidez a ejercer mayoría”.

Pero, peor aún: este régimen no se cansa de demostrar que es él la única autoridad, la única institución que orde­na y dispone en el país. No otra cosa significa, por ejemplo, la reciente amo­nestación de amedrentamiento que el gobierno le ha hecho llegar, indirecta, mente por medio de la Corte, a la jueza Antonia Saquicuray, por el delito de haber actuado en conciencia y fallado que la Ley de Amnistía, por recta inter­pretación constitucional, no alcanzaba a los asesinos de Barrios Altos. Esto es algo más que el “¿qué importa la Constitución si somos mayoría?”. Es la vigilancia y control que sobre toda la institucionali­dad nacional ejerce, de manera secreta y sutil, un Poder Ejecutivo no tan claro y explícito como aparece. Un etilo de go­bernar que en todas partes del mundo se entiende como fascismo.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Por mal camino andamos – Revista Oiga 10/07/1995


La reacción, cuasi festejante, del oficialismo ante el terrorífico coche­-bomba estallado en las puertas, de la casa del más connotado parlamentario de Cambio, Víctor Joy Way, ha dado pie a que algún observador acucioso del hecho haya abierto dudas sobre el origen del atenta­do. Tanto los titulares de Expreso como las declaraciones del propio afectado por la explosión y de los altos voceros del régimen, celebrando el haber obte­nido, como caído del cielo, un argu­mento para intentar una justificación a las groseras leyes de amnistía, han des­concertado a muchos y no es de extra­ñar que haya surgido la sospecha de que la bomba en casa de Joy Way haya sido un “atentado” fraguado en las entrañas del poder.

En OIGA no creemos que las cosas sean así. Significaría achacarle al go­bierno una maldad diabólica, tan sin piedad, que resulta impensable, ni si­quiera como hipótesis de trabajo. Y como, por otro lado, es imposible que el llamado grupo Colina pueda actuar de espaldas a los altos conductores del régimen, más bien sería razonable ver en el hecho otra prueba de que Sendero Luminoso sigue reconstruyendo su ma­quinaria de muerte. Se trataría de un acto aleve de terror que puso en riesgo la vida de los familiares y custodios de una de las mentes más lúcidas del go­bierno; de un acto que alarma porque afecta al desarrollo nacional, a todos los peruanos, pues vuelve a poner en cua­rentena la imagen del Perú en el exte­rior y daña al turismo, uno de los poten­ciales mayores que tenemos para impulsar ya, ahora, el crecimiento sosteni­do del ingreso de divisas; se trataría de un acto de salvajismo sólo imputable a Sendero.

Pero ¿por qué ha reaccionado el oficialismo como lo ha hecho?

Simplemente por el tremendo com­plejo de culpa que le han echado a las espaldas las leyes de amnistía: la que ha puesto en libertad a condenados por asesinatos horrendos y la que prepo­tente, abusivamente, ha dado normas anticonstitucionales para impedir que la Justicia haga un mínimo de Justicia. Dos leyes que interfieren la indepen­dencia de otro de los poderes del Estado e impiden se continúe investigando el caso Barrios Altos, el exterminio a san­gre fría de los asistentes a una pollada popular.

Han creído Expreso y el propio Joy Way que era posible aplacar la espanta­da protesta ciudadana contra las leyes de impunidad ventilando en grande el bombazo de La Molina Vieja y usándolo como pretexto para reclamar unidad nacional contra el terrorismo y para lanzar al aire, como palomas, intensos reclamos de paz. Tras lo cual se esconde un enorme contrabando: tratar de convencer al país de que la unidad sólo se puede lograr congregándose bajo el mando de Fujimori e instando al pueblo a creer que la paz debe significar la reconciliación entre sí de todos los pe­ruanos opuestos al terrorismo senderis­ta. O sea, se nos abre como obligatorio el absurdo camino del sometimiento a los continuos despropósitos y arbitra­riedades del régimen y al abominable reconocimiento de que los asesinos de La Cantuta y Barrios Altos son tan dig­nos de respeto como los generales Sali­nas, Robles, Mauricio, y que debemos abrazamos con ellos todos los peruanos que repudiamos a Sendero, porque, aunque equivocados en su modo de actuar, ellos fueron nuestros defensores contra el terrorismo. Algo alucinante, disparatado y tenebroso, que parte de gravísimos errores conceptuales, y tam­bién de infantiles reacciones, que no puede ser aceptado por la ciudadanía consciente, aún cuando, hasta hoy, es­tos contrabandos vengan pasando con facilidad y hasta sean bien recibidos por las multitudes de abajo y de arriba. La cultura chicha imperante hace que el público actúe como robot, por el simple temor a que, sin Fujimori, se acabe la tranquilidad y la esperanza logradas en los últimos años.

Responderé por partes a tan falaces argumentos.

Por lo pronto, el caso del Perú no tiene relación alguna con los procesos de transición a la democracia produci­dos en España y Chile. En esos dos países se da una guerra civil, descomu­nalmente mayor en el primero. Y la reconciliación es entre combatientes de estas guerras. Guerras tan puntualmen­te ideológicas que en Chile la amnistía dada durante el gobierno de Pinochet no alcanzó a los crímenes calificados como el de Letelier, hoy en el candelero. Aquí no ha habido tal encuentro, bélico y fraticida, sino algo parecido a lo que ocurre en Colombia: un enfrentamiento entre el Estado peruano y una banda armada dedicada a tener en vilo al país por medio de actos de terror, actos que, como en Colombia, por muy cruentos y espantosos que sean, no han puesto nunca en riesgo la seguridad interna de la República. Ni en el Perú ni en Colom­bia las guerrillas tuvieron alguna posibi­lidad de derrotar a los ejércitos de una u otra nación. Para que una guerrilla -por medios terroristas o de lucha abierta pueda colocarse en parangón con una Fuerza Armada, tiene que tener un con­sistente apoyo militar externo -caso Vietnam- y un sólido respaldo popular! Hecho este último que jamás se produjo en el Perú, ni siquiera en los momentos culminantes de las arremetidas terroris­tas. En todas las elecciones de los últi­mos quince años, los votos blancos, nulos o ultras, que podrían calcularse como afines a Sendero, no han llegado a más del 3 ó 4 por ciento. Y si ese fue el volumen en años pasados, mucho menor será ahora que los terrorismos marxistas están en declive en el mundo entero, donde se va despuntando más bien la violencia del fundamentalismo islámico. (El tema se desarrolla en la sección En el Perú). Lo que no quiere decir que el desgaste sicológico produci­do por el terrorismo, así como sus efec­tos desestabilizadores en la economía, no puedan descuajeringar a un país.

¿Cómo se puede hablar de paz cuan­do no ha habido guerra? Porque no es de creer que la paz a la que se refiere el oficialismo sea la paz conversada con Abimael Guzmán, o sea con Sendero.

Y en cuanto a la reconciliación de los asesinos de La Cantuta con los militares que, cumpliendo obligatorias normas constitucionales, conspiraron contra el gobierno surgido del golpe militar del 5 de abril del 92 o con los retirados que declararon en contra del régimen por mandato de sus conciencias, es algo tan aberrante que no merece gastar lápiz para tocar el tema.

¿Por qué la razón, la mesura concep­tual, el juicio sano, aunque lleno de pasión, estarán tan ausentes de la vida nacional?

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Sobre aquello de sentarse en las bayonetas – Revista Oiga 3/07/1995


SE dice que “los dioses vuelven ciegos a los hombres que quieren perder” y ¡vaya ciega que está la mayoría gobiernista en el Congreso! No aprecia o no quiere apreciar, que toda repetición es una ofensa y que por más que repita y repita una ley, ésta no es más legítima -o, mejor dicho, no será menos ilegítima- que su primera versión, si es que no hay -como no ha habido- enmienda a la anterior y se sigue trasgrediendo el orden constitucional, se sigue yendo contra de la naturaleza de las cosas y a contra pelo del sentir de la ciudadanía toda.

Esto es lo que ha hecho la mayoría gobiernista en el CCD y ha logrado así enajenarse la buena voluntad de la ciudadanía. Ha vuelto a recurrir el gobierno al manotazo de hierro, al golpe, esta vez contra el Poder Judicial, y lo ha hecho contrariando su propia Constitución. La ley de insistencia en la amnistía reitera la violación a la sustancia misma de cualquier Ley de leyes, pues, por lo pronto, si la amnistía es perdón por una culpa, no hay modo de amnistiar a alguien antes de que haya sido declarado culpable. Como es el caso de los presuntos responsables del horrendo y abusivo asesinato, a mansalva y sangre fría, de los asistentes a una pollada en Barrios Altos. Asesinato masivo que está en proceso y que la jueza doctora Saquicuray, con elemental sentido de la Justicia, no ha querido cortar, negándose a dar término a la investigación judicial, por considerar que la tal ley no puede alcanzar a los reos que todavía no han sido juzgados. Aunque en este asunto hay bastante más que el aspecto puramente jurídico, que admite el olvido de la pena, no del hecho. Se trata de un tema que nos lleva a topar con la ética, con el sentido de la moral pública. Por lo que bien ha hecho el escritor Bryce Echenique en declarar que amnistía viene de amnesia y que dentro de la cultura occidental, a la que pertenece esta palabra, el olvido sólo cabe cuando las faltas por perdonar son contra el Estado y no cuando lo son contra la vida de las personas, cuando se trata no de buscar la paz sino de premiar a una banda de aleves asesinos. “No puede haber per­dón para los criminales”, proclama el ar­zobispo y cardenal Alzamora, advirtiendo con dolor y preocupación que “se están perdiendo los conceptos básicos de la conducta humana”.

Sin embargo, no nos hallamos ante un gesto gratuito de prepotencia, no es un desliz aislado lo ocurrido, ni sólo existe el ánimo de liberar a algunos miembros del Ejército que tuvieron actuación eficaz en el golpe del 5 de abril del 92. Detrás de las arbitrariedades añadidas a la ley de amnis­tía, consolidadas con la reiteración de la semana pasada, está el claro propósito de consolidar una “democracia sui generis” o sea una “democradura” como ha dicho el célebre autor de “Julius” y “No me esperen en Abril”. Más precisamente: un régimen autoritario, sin instituciones, sin contrape­so de poderes, sin otra autoridad que la del líder y la cúpula secreta que lo asesora y orienta, dentro de un plan de gobierno de 20 años.

¿Lograrán sus propósitos el presidente Fujimori y su cúpula?

De momento la respuesta es obvia. Todos los recursos del Estado, todo el poderío de las armas, toda la iniciativa política están en manos del gobierno, mientras la economía muestra una cara sonriente. Muy poco, casi nada, es lo que puede hacer la oposición para resistir la oleada de atropellos, prepotencias y arbitrariedades que se han producido y segui­rán ocurriendo. Mientras las cosas estén como están, mientras tanto no varíe el clima político, poco o casi nada se puede hacer. Pero el abuso constante es como la gota de agua sobre la piedra, termina horadándola. El abuso -que es consustan­cial a cualquier autoritarismo terminará por generar el repudio generalizado de la opinión pública. Y contra esto, contra el veredicto popular, no habrá poderío que valga. Es vieja, sabia y comprobada la frase aquella de que “con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas, menos una: sentarse en ellas”. Y quiéranlo o no, el sino fatal de las autocracias es sentarse en ellas. Es su destino.

Mientras tanto observemos con pacien­cia -no resignados sino manteniendo en alto la dignidad- lo que está ocurriendo alrededor nuestro y démonos cuenta de cómo la ciudadanía y b prensa, día adía, se va plegando a nuestra indignación. Aflora se ve a las claras que el único propósito del CCD fue darle visos de legitimidad demo­crática a la reelección presidencial y que toda normatividad legal -hasta su propia Constitución- es una piedra en el camino del autoritarismo. Por algo, mágicamente, se detuvo en el instante preciso la forma­ción del Tribunal de Garantías Constitucio­nales. Y pronto comprobaremos, si el Poder Judicial responde como debe res­ponder al golpe del Congreso, que en este país llamado Perú la actual normatividad jurídica es una tremenda farsa que estallará como un castillo de fuegos artificiales. Nos encontraremos con un Poder Judi­cial dando órdenes de captura que la po­licía -dependiente del Poder Ejecutivo- no ejecutará, porque el ministro de Gobierno dirá que él cumple con la ley y no con las órdenes de los Juzgados. Así como se pondrá en libertad a detenidos que la Jus­ticia no ha absuelto. Un tremendo revoltijo que tendrá en vilo a esta patria que nos duele tanto porque es la tierra donde naci­mos y donde vamos sufriendo el pasar de nuestras vidas.

¿Y si el Poder Judicial acata la ley de amnistía?

Bueno, en este caso, no varían mayor­mente las cosas, pues servirá de aliento para que el gobierno siga abusando de un poder que, en una democracia, está limita­do por el imperio de la juridicidad y, en una dictadura, por el tiempo que tardan las bayonetas en ingresar a la carne de quie­nes se han sentado en ellas. Lo que tem­prano o tarde -no muy tarde- ocurrirá.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – El mensaje de Ocros – Revista Oiga 26/06/1995


Aburrido, como el prín­cipe dinamarqués de Shakespeare, pero no por razones de angustia existencial, sino aburrido de escuchar críticas a su Amnistía -que para muchos es injusto perdón y olvido por asesinatos horrendos y demasiado cercanos-, aburri­do por no tener nada que hacer en Pala­cio, el presidente Fujimori no sale desesperado a la orilla del mar, como Hamlet, a dudar y escudriñar su conciencia. Fuji­mori, al revés, vuela en helicóptero -gas­tando algunos miles de dólares por hora a gritar en un pueblo andino su seguridad en las bondades y beneficios de su Amnis­tía y a volver a recordar sus méritos perso­nales en la campaña antiterrorista -mérito que nunca nadie le ha negado- y los sacri­ficios de los policías y soldados compro­metidos en esa lucha.

¿Qué ha querido decirnos el presiden­te con ese gesto abierto, desafiante?... Por lo pronto, si interpretamos bien sus palabras de Ocros, pareciera haber reconocido que él no gobierna, aunque afirme y afirme que él manda; pues si se aburre en Palacio es porque ahí no tiene trabajo, porque ahí no está el gobierno. Y es absurdo pensar que se gobierna yendo de pueblo en pueblo ordenando arreglar ca­minos, construir escuelas y lanzando dis­cursos iracundos contra sus opositores. Se gobierna -por lo menos así se entiende esta función en todo el mundo- despa­chando el presidente de la República en Palacio con sus ministros y asesores -que son los responsables legales de los actos de gobierno-; tratando de tener una visión completa de los problemas inmediatos y mediatos del país, analizándolos en con­junto y resolviéndolos de acuerdo a prio­ridades trazadas con sus consejeros; y firmando disposiciones de acuerdo a ley y en nombre de la Nación, no de su perso­na. Un trabajo arduo, intenso, que no da tiempo para aburrirse y que se debe realizar como mandatario, no como mandante...

Pero, si desde Palacio no se gobierna ¿desde dónde se ordena y dirige el país? Porque el Perú no está paralizado, todo lo contrario. Y esto es mérito indiscutible del régimen. Hay mayor orden y concierto en el manejo de la economía, hay más disci­plina en el Estado, hay mayores utilidades en los negocios, el país va creciendo. Hay, pues, gobierno. Sin embargo ¿dón­de está ese gobierno si, según el presiden­te Fujimori, no está en Palacio, donde él se aburre? Tampoco puede hallarse en los pueblos y barriadas que el presidente re­corre como un excelente relacionista pú­blico y en los que él va viendo, aunque a pinceladas dispersas, no con visión pano­rámica, que también va creciendo el ham­bre, la miseria, la tuberculosis, la desespe­ración de los jóvenes por conseguir un trabajo. ¿Desde dónde gobierna el Perú el régimen actual? ¿Cuál es la estructura de poder después del 5 de abril de 1992?

En lugar de aclarar que él es el que manda, el presidente Fujimori, con su gesto de Ocros, ha acrecentado las dudas sobre su real control de las funciones del Estado.

Otro de los sentidos del mensaje ha­bría sido demostrar el desagrado presi­dencial por la decisión de la jueza, doña Antonia Saquicuray, quien ha tenido el coraje de mantener la acusación de la fiscal contra los responsables del ase­sinato masivo de Barrios Altos. Prefirien­do la Constitución a la ley de Amnistía, obedeciendo al mandato de su concien­cia, de la Justicia y de la Ética, la jueza ha decidido que esos asesinos no pueden ser amnistiados y que el proceso judicial debe continuar hasta que el crimen sea sancionado.

Con lo que el presidente ha contribui­do a que el tema de la Amnistía vuelva a colocarse en la actualidad más palpitante, dándole al problema una vigencia que crece y crece sin que, como otras veces, pueda amansarlo o silenciarlo el tiempo -los días que pasan- ni las grandes noti­cias, muchas veces fabricadas, sobre las peripecias de Manrique y otros fugados. Y el tema sigue creciendo no sólo por la valiente decisión de la jueza Saquicuray, respaldada por una Corte Suprema que parece dispuesta a salir en defensa de sus fueros, sino porque la ciudadanía en masa, por primera vez, ha reaccionado firme­mente contra una disposición de este go­bierno. El repudio a la Amnistía, aproba­da por el Congreso y mandada a publicar por el presidente, va teniendo una consis­tencia cada vez mayor. Aunque, para ser precisos, no se rechaza a la Amnistía en todas sus partes. No. Lo que ha sublevado a la mayoría ciudadana, lo que le ha dis­gustado tremendamente al país, es el en­gaño escondido tras ella, el pretender colar junto a Salinas, Mauricio y otros presos de conciencia a los asesinos de La Cantuta, quienes apenas habían pasado unos meses en un cuartel.

La bola de la protesta, ante una realidad que hasta ayer la mayoría se negaba a aceptar, ha comenzado a rodar. Y está obligando a los ciudadanos a razonar, a encontrar ilógico que hoy se pretenda im­poner en el Perú una amnistía a la que no se atrevió el mismísimo Pinochet desde el poder. El perdón y olvido del dictador chileno no alcanzó a crímenes califi­cados como el de Letelier y hoy estamos viendo a quienes ordenaron su asesinato, condenados por la Corte Suprema, tratan­do de que la cárcel les sea lo más llevadera posible.

El alud se hará incontenible. Hay que dejarle tiempo al tiempo, sin alarmarse por las amenazas y los augurios de Expre­so, que ahora habla, por boca de D’Ornellas, de que este es un país “de indignaciones fugaces” y, a la vez, llama a una cruzada para distinguir “la paja del heno” y liquidar a “los que siempre com­batieron la represión del terrorismo co­munista”. ¡Menuda pretensión!: para rechazar la ley de Amnistía Expreso quiere que todos los protestantes se coloquen en sus filas. ¿Qué haremos los que repudia­mos la engañosa Amnistía de Fujimori, pero que no comulgamos con Expreso, y que desde el inicio, desde setiembre de 1980, estuvimos en primera fila recla­mando se combatiera el terrorismo, “por­que así comenzó en otras partes” la heca­tombe nacional?... Por fortuna, los dados de los dioses no ruedan a favor de Expre­so en el futuro.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Cediendo la palabra a un argentino – Revista Oiga 12/06/1995


¿Qué decir viendo lo que ocurre a nuestro alrededor? ¿Cómo no quedar anonadados observando al Parlamento autolimitar sus prerrogativas en beneficio del señor presidente, haciendo exactamente lo mismo -guardando las distancias-que hizo el Parlamento alemán con Hitler? Y no se me replique que pronto jurará un nuevo Congreso, por­que lo que viene es exactamente el mismo CCD, corregido y aumentado en genu­flexiones al Ejecutivo.

-Porque así lo ha querido la voluntad del pueblo -responderán muchos-.

Lo que es cierto. Pero no olvidemos que la voz de la mayoría no es la verdad suprema. No es la voz de Dios. Ni siquie­ra es lo esencial de la democracia. Para Que un gobierno elegido popularmente sea una auténtica democracia deberá añadir a esa legítima credencial dada por los votos, el aliento a la pluralidad y el respeto a las minorías, el fortalecimiento de las instituciones y el acatamiento al orden jurídico preestablecido, reforma­ble no en función de los apetitos del gobernante sino de las necesidades de las mayorías y con normas a futuro cuando se trata de ampliar mandatos.

¿Cómo expresar nuestro asombro al ver al jefe de Estado haciendo abluciones mágicas, rociándose las espaldas “y el pechito” con los enjuagues de los brujos y corriendo el riesgo de coger una pul­monía al bañarse en las heladas lagunas de una hechicería? ¿Hizo todo aquello por juego, por divertirse, por seguir lla­mando la atención y permanecer en el centro de la noticia o por cumplir con ritos en los que cree?... ¡Cosa curiosa! Hitler también creía en ellos y en los astros, aunque en secreto, para no alar­mar a Alemania.

¿Cómo no quedar estupefactos, sin poder hallar los términos adecuados, las razones precisas, para expresar con vigor la indignación que produce observar el aberrante espectáculo que ofrece la Su­prema Corte Militar, imponiéndose constantemente a la Justicia Civil? Se impuso, a la mala, para castigar benignamente a los asesinos de La Cantuta, para silenciar a notables narcotraficantes como El Vati­cano y, ahora, con toda seguridad, se impondrá para enmudecer al llamado El Negro; mientras va logrando impedir que prospere la acción judicial sobre el crimen masivo de Barrios Altos.

¿Cómo no quedar con la palabra cor­tada, sin aliento para expresar la repulsa que provoca tan penosa situación, al tener que presenciar casi a diario a la Suprema Corte Militar, dedicada desde hace un buen tiempo a pisotear, sin mi­ramiento alguno de fondo ni de forma, los derechos ciudadanos de los militares en retiro que tuvieron el coraje de hacer públicas sus opiniones, sea contra la política del régimen -caso Salinas, Cisne­ros, etc.- o contra la pésima conducción de las operaciones militares en el recien­te conflicto con el Ecuador, que es el “delito” cometido por los generales Mau­ricio y Ledesma y por muchos otros expertos en cuestiones bélicas? ¡Como si la Constitución del Estado no otorgara plenos derechos civiles, entre ellos la elemental opción de opinar libremente, a los militares retirados!

¿Cómo no apretar las manos por la impotencia que se siente al ‘contemplar’ el vil ensañamiento de ese Tribunal Militar con uno de los oficiales más distingui­dos de nuestro Ejército, el general de división Carlos Mauricio? ¡Cómo no comprender su indignación, su rabia, sus alzas de la presión arterial, al verse maltratado, pisoteado, por unos subalternos que cumplen órdenes políticas para con­denarlo por haber ejercido su derecho cívico a opinar en defensa del honor de su Ejército, en el que ganó sus estrellas de divisionario por su capacidad, su hom­bría de bien y no por aceptar tristes papeles como el que está haciendo ese Tribunal de marionetas, integrado por militares en actividad o sea sujetos al mando de quienes se sienten agraviados por las opiniones de los generales Ledes­ma, Mauricio, Salinas, Cisneros, etc.! Todos ellos oficiales que tuvieron el más alto rango en nuestro Ejército.

Pero para que no se diga que me dejo llevar por el hígado en mis críticas a las aberraciones que muchas veces se obser­van en la conducta del gobierno, cederé el saldo de esta columna a un economista argentino, liberal para más señas, que observa a nuestro país desde lejos, con la frialdad de un estudioso de la economía. Su opinión -anterior a muchos de los hechos aquí mencionados y que me han dejado mudo de espanto- ha aparecido en un diario norteamericano y se basan en recientes declaraciones del presidente Fujimori. He aquí algunos párrafos del artículo del economista argentino Alberto Benegas Lynch, titulado “Fujimori con­funde su función”:

El país no es una empresa. Una sociedad libre es, por definición, plura­lista. Los fines de las personas son muy diversos. En este contexto, la función esencial del gobierno consiste en pro­teger los derechos de las personas, para lo cual se requiere una justicia inde­pendiente y un marco institucional que limite el poder. Si un gobernante actúa como un gerente de una empresa debe­rá dictar las medidas pertinentes para que se cumplan sus programas y plani­ficaciones, lo cual implica que deberá instruir a ‘“sus subordinados” a que si­gan esos planes. Con lo que se estarán violentando los derechos de las perso­nas, ya que el gobernante se habrá excedido en sus funciones específicas, al tiempo que se afectará severamente el funcionamiento del mercado.

El Cronista de Buenos Aires acaba de reproducir una noticia aparecida en el Financial Times de Londres, titulada Fujimori asumió la función de ge­rente para dirigir Perú como una compañía. El contenido de la nota, fir­mada por Sally Bowen, resulta preocu­pante y, por momentos, alarmante. En el cable de marras Fujimori dice: “Modes­tia aparte, a muchos pueblos les gustaría tener un presidente como yo y (el mun­do) está lleno de jefes de Estado que sien­ten cierta admiración por mí”. Lo último puede ser cierto en algunos casos, pero sostener lo primero es subestimar gran­demente la opinión de personas que creen a pie juntillas en el funcionamiento irrestricto de marcos institucionales com­patibles con un régimen republicano y que no creen que un país deba dirigirse como una empresa. En este sentido, siempre en la referida nota, se afirma que “Fujimori se ubica en el cargo de gerente general que, desde arriba, supervisa todo por teléfono a través de su famosa com­putadora Toshiba”. Termina la nota del Financial Times citando una pregunta que se le hace al presidente Fujimori: “¿Qué pasaría con Perú si el helicóptero presidencial se estrellara o si una bala asesina diera en el blanco?” La respuesta es patética: “No se preocupe, seguiré ma­nejando el país desde el cielo”.

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Se pone de manifiesto mucha igno­rancia al sostener que existe una corre­lación entre la actividad empresarial y la actividad gubernamental. Por otro lado y para terminar, resulta oportuno recordar un pensamiento de Wilhelm Roepke a los distraídos que circunscri­ben su atención en los aspectos pura­mente crematísticos: “La diferencia entre una sociedad libre y una autorita­ria no estriba en que en la primera se producen más heladeras y ham­burguesas. La diferencia radica en la adopción de concepciones ético institu­cionales opuestas”.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Una voz en el desierto – Revista Oiga 29/05/1995


Pocos o casi nadie -por lo que parece- venían obser­vando el crecimiento sostenido de las acciones te­rroristas en los últimos meses. Eran asesinatos, tornas de pueblos y emboscadas que ocurrían en remotos parajes de las serranías y en la ceja de selva. Siempre muy lejos de Lima. No había, pues, porqué alarmarse. Nada menos que el presidente de la República le habla señalado próxima muerte, por las condi­ciones de su prisión, al creador de Sendero Luminoso, dando a entender que “muerto el perro, enterrada la rabia”. Aun­que, fiel a su temperamento y a su desco­nocimiento del sentido de las palabras, añadió que, con permiso presidencial, el ideador de la secta asesina, haría declara­ciones “¡históricas!” antes de morir. Los estómagos satisfechos de Lima no podían estar más tranquilos, pese a las insistentes oscilaciones de la luz en las semanas pasa­das.

Pero, de pronto, una tremenda explo­sión en el corazón de Miraflores, con muertos, heridos y destrucción masiva, nos baja de las nubes. Digo nos, porque no sospeché que, tan pronto, a menos de cinco años de la caída del Muro de Berlín, el marxismo-maoísmo del camarada Gon­zalo iba a hallar respuesta a la catástrofe ideológica sufrida y a reordenar sus ideas y postulados. Tampoco imaginé que Sen­dero Luminoso rehacerla sus cuadros de comando con tanta prontitud. No sospe­ché la rapidez de la reorganización de la dirigencia senderista, a pesar de que esta columna anticipó que Abimael Guzmán no era la “rabia” y que, mientras hubiera el hambre, la miseria y la desesperanza que hay en el país, el terrorismo volvería a resurgir, con Sendero u otra secta a la cabeza, y que otra ideología reivindicado­ra reemplazaría al marxismo-maoísmo.

Lo ocurrido en el hotel miraflorino es demostración de que Sendero se ha reor­ganizado, de que tiene nuevo comando y nueva orientación y de que el gobierno ha sido cogido desprevenido, sin remota idea -es de sospechar- de lo que está ocurrien­do en el campo de la subversión. Lo que no quiere decir que la República esté en peligro, no lo estuvo nunca frente a Sen­dero y al MRTA, ya que la diferencia de potencial entre la subversión terrorista y la Fuerza Armada -igual en el Perú que en Colombia- es sideral. Para que el terroris­mo se transforme en riesgo para la supervivencia de una nación tiene que convertirse en fuerza popular, su ideolo­gía tiene que trascender a las mayorías nacionales, como es el caso de los integristas musulmanes en el norte de África. Querer equiparar el problema Sendero al del terrorismo argelino, por ejemplo, es delirar o pretender hipnotizar al país para engañarlo. Lo que tampoco significa -¡no se me vaya a acusar de senderista!- que el terrorismo no sea un peligro para la inte­gridad física de los ciudadanos y un gran desestabilizador de la economía.

La reacción del gobierno arde el maca­bro rebrote senderista ha dejado pasma­dos a los peruanos pensantes y, sin em­bargo, obtendrá, casi con toda seguridad, el aplauso ciego de la mayoría, que cree en la eficacia de la pena de muerte y en la bondad de las universidades controladas por la disciplina militar.

Con el pretexto del coche-bomba en el Hotel María Angola, entre gallos y media noche, contrariando la normatividad jurídica, el régimen dio un nuevo golpe de Estado y puso a todas las universidades en manos del presidente de la República. Todas, porque todas, sin excepción, pue­den ser intervenidas por el jefe de Estado, de acuerdo a la “ley” aprobada, en sesión “secreta” que se transformó en “reserva­da” para reducir el escándalo legal, y que se ejecutó contra San Marcos antes de que se cumpliera el plazo de ley.

Todo un monstruoso legicidio contra el que se alzarán muy pocas voces de conde­na, pues el régimen se ha ocupado de ir destruyendo todas las instituciones que pudieran ser contestatarias, desde los clu­bes de madres a los partidos políticos, y de desprestigiar, desacreditar o ridiculizar a todas las personalidades nacionales que pudieran tener audiencia y autoridad mo­ral. No hay, hoy en el Perú, quien tenga ascendiente para alzar la voz ni hay donde hacerlo con amplitud: todos los medios de comunicación masiva están dominados o domesticados por el Estado. Una podero­sísima maquinaria política, de acción sico­social, ha ido triturando el esquema de­mocrático del país, dejando a la democra­cia peruana reducida al ritual de las vota­ciones.

Así, con este manotazo a las universi­dades, va tomando forma el Nuevo Perú que el presidente Fujimori dice que está inventando y que, de acuerdo a los cuadernillos que un pajarillo verde dejó hace ya tiempo en esta casa, es producto de un secreto Consejo de Seguridad del Estado controlado por la Fuerza Armada. Un Nuevo Perú que no tendrá autonomía universitaria y que, grotescamente, luce como segundo vicepresidente de la Repú­blica al rector de rectores, quien, dando risa y pena, afirma que sólo se interven­drán San Marcos y La Cantuta, que se lo ha dicho el presidente y que él no reniega de su creencia en la necesidad académica de la autonomía universitaria. Un Nuevo Perú que acaba de echar al tacho de la basura la ley creando la institución Defen­sor del Pueblo, porque el régimen no acepta que ese Defensor pueda entrar a los cuarteles y verificar si hay civiles se­cuestrados. ¡Y en esa ley de Defensoría - del Pueblo, obra de dos miembros de la mayoría oficialista, estaban de acuerdo todos los sectores del Parlamento, un Par­lamento que es -por lo menos de título-Constituyente! Un Nuevo Perú que no tiene ejemplos, “yo estoy haciendo aquí mi propio modelo, yo estay inventando un país” (Fujimori), y para el que va a crear un nuevo sistema electoral. Un Nuevo Perú donde los magistrados, salvo el presi­dente de la Corte Suprema, están prohibi­dos de opinar. Un Nuevo Perú que quiere obligar a los magistrados supremos a inte­rrogar en los, cuarteles a los presos de excepción (caso Zanatti). Un Nuevo Perú que convertirá en Museo de la Política Tradicional al histórico local del Congreso. Un Nuevo Perú que estudia adoptar la política de defensa de los Derechos Hu­manos de la China Comunista, según lo ha declarado en Trujillo la Fiscal de la Nación, justo el mismo día en que la agen­cia de noticias EFE anunció la ejecución en China de 151 criminales con un tiro en la nuca...

¡Este es el Nuevo Perú que iremos conociendo poco a poco! Pero ¿para qué seguir, sabiendo que somos una voz en el desierto?

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Definiendo posiciones – Revista Oiga 22/05/1995


Era difícil hallar una explicación más clara y concluyente -aunque nos avergüence- sobre el resultado electoral de abril que la expresada por el señor Torrado, alto ejecutivo de la encuestadora Datum. Sin ningún rebusca­miento, Manuel Torrado afirmó -pala­bras menos, palabras más- que la mayo­ría de los peruanos de hoy identifica democracia con partidos políticos y con Alan García, con desorden, corrupción, inoperancia, retraso y desesperanza, con un camino ya trillado. Mientras que la figura del presidente Fujimori les representa a los peruanos, justamente por autocrático, eficiencia, orden, discipli­na, esperanzas de mejora para el futuro; y, por su origen humilde, mayor com­prensión de sus problemas, así como, por su ascendencia japonesa, posibili­dad de ayuda masiva de un país rico y poderoso.

Para no pocos analistas, dados al alambicamiento de los conceptos, con afición a la sutileza por la sutileza misma, la explicación de Torrado les parecerá demasiado simplista. Y quien sabe ten­gan razón, aunque sin advertir que así de simple es la lectura correcta del proceso electoral recién concluido. Después de los hechos, no hay análisis más cabal de la tendencia del voto peruano actual que la sencillísima observación de Torrado. Todo esto, claro está, al margen del ausentismo, el mayor de nuestra histo­ria, y del vergonzante torrente de votos nulos, que es ya otro tema, a tratar en nota aparte.

Viendo así las cosas: ¿qué se pudo hacer para revertir esa tendencia del electorado y qué se puede hacer ahora para explicarle al pueblo -también integrado por las clases altas- que su visión de la política es errada, tramposa, sin horizonte?

En cuanto a lo primero sólo cabe reconocer que la tarea que se propuso el doctor Javier Pérez de Cuéllar era casi un imposible, más todavía con los me­dios que dispuso. Era como subir al Hi­malaya sin calzado y sin abrigo. Pérez de Cuéllar, representando a la democracia, estuvo absolutamente huérfano de ayu­da. Y también es necesario reconocer que la autocracia, además de contar a su favor con todos los medios habidos y por haber, tuvo la enorme habilidad de dedi­car gran parte de sus energías y su tiem­po a desprestigiar a los partidos y a lograr que la ciudadanía identificara de­mocracia con Alan García y corrupción, con los blancos y la rapiña tradicional de la clase dirigente -cuyo rabioso fujimo­rismo fue muy bien escondido-; a lo que se añadió el descaro de no ocultar la prepotencia del gobierno, a sabiendas de que las masas respetan al más fuerte.

No hubo pues, cómo revertir la ten­dencia del electorado en el proceso elec­toral. Tanto por la falta de recursos en el lado democrático como por la habilidad del adversario en el poder.

Pero, en fin, todo esto es el pasado; es leche derramada, es página que hay que voltear para no dormirnos sobre ella esperando la extinción.

Miremos el porvenir. Un porvenir no demasiado promisor para quienes cree­mos en la democracia como la fórmula no sólo más justa sino la más eficaz -por su continuidad sostenida- para vivir en sociedad. No es entusiasmante, por ejemplo, la exitosa persistencia en las campañas confusionistas y los operati­vos sicosociales del régimen, destinados a menguar los valores democráticos y a desprestigiar a los demócratas más nota­bles, como Vargas Llosa y Pérez de Cuéllar; operativos apoyados con vigor y descaro por los medios masivos de comunicación. Y menos alentador aún es tener que reconocer que el esquema que ha guiado a los electores no deja, en algunos casos, de responder positiva­mente frente a la realidad: el autoritaris­mo es más rápido para hallar soluciones a los problemas y parece más eficiente en la práctica. Y la imagen esperanzado­ra crece cuando el líder del “nuevo” sis­tema, es el caso del presidente Fujimori, prueba que sabe conectar con el pueblo, que usa con medida la audacia -siempre cautivadora para las masas- y que se prodiga sin medida en el trabajo.

¿Cómo responder a esto?

No es fácil explicar que hay mucho de ilusión y de engaño en el planteamiento -resumido por Torrado- que tiene encan­diladas a las multitudes peruanas y las hizo votar por esa entelequia difusa que se titula Cambio 90-Nueva Mayoría. ¿De qué valen las razones sobre el peso que tiene en la liquidación de Sendero Luminoso la caída del Muro de Berlín, si el que exhibió enjaulado a Abimael Guzmán fue Fujimori? A quién le interesa saber que no hay vida política democrá­tica sin partidos, sin respeto a las mino­rías, sin pluralidad de opiniones, sin instituciones firmes e independientes si el que construye caminos y colegios en las barriadas, destruyendo la agricultura, es Fujimori? ¿Acaso no es cierto que somos minoría de minorías los medios de expresión que no creemos sano un sistema que cada día se parece más al PRI mexicano, con añadidos inspirados con toda claridad en las autocracias del extremo Oriente? ¿Qué se gana explicando, si nadie quiere oír, que Cambio 90-Nueva Mayoría es un partido político con todas las peores lacras y sumisiones de los partidos de hoy, de ayer y de siempre, porque el ser humano, desde que se constituyó en tribu y en sociedad, nunca ha dejado de estar dividido o unido en partidos? Eso del no-partido es una es­tulticia, una necedad de analfabetos o picardía de políticos muy jugados.

¿Nada se gana, entonces, con buscar la verdad?

Se gana por lo pronto el rescate de la propia dignidad, que es ya bastante; y se cumple con el Maestro -Unamuno- quien dijo que “la más miserable de todas las miserias, la más repugnante y apestosa argucia de la cobardía es esa de decir que nada se adelanta con denunciar al ladrón y al majadero”.

Es posible que en los próximos años no haya oídos para la razón ni para la sensatez y que el eclipse de la democra­cia llegue, sin que muchos lo adviertan, a niveles hasta ahora desconocidos en este país. ¿Acaso no se ha llegado ya a una confusión tal que es difícil distinguir hoy entre la verdad y la mentira, entre la broma y el insulto, entre un reo y un empresario?... Pero espero, sin embar­go, no perder la oportunidad de poner un grano de arena para tratar de evitar que se cumpla éste tan negro presagio. No quiero perder la esperanza de que una oposición razonada pueda servir para que la eficiencia del régimen no se ensucie con la arbitrariedad y el abuso.

Y, sobre todo, no quiero sentirme amordazado, no me da la gana de callar cuando siento náuseas al leer a Manuel D’Ornellas tratando de ofender al doctor Javier Pérez de Cuéllar enrostrándole su edad -como si D’Ornellas fuera joven- y negándole el derecho a hacer política en su patria; o cuando me dan ganas de vomitar al revisar las primeras planas de los diarios en las que se acusa a Mario Vargas Llosa de hacer renuncia a su tierra, a su peruanidad, porque ha podi­do cumplir un viejo anhelo: vender un inmueble, en el que habitó unos pocos años, para contar con un penthouse en lo alto del edificio que allí se construya, frente al mar del Perú, el país en el que nació y al que no deja de añadirle glorias con sus triunfos en el mundo.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Política, Agricultura y Civilización – Revista Oiga 8/05/1995


Con qué ánimo escribir cuando se observa lo que ocurre en estos días a la vista y paciencia de los peruanos?

¿Qué decir ante el gigantesco aparato pu­blicitario montado con la entrega negociada de Alfredo Zanatti, que ofrece nove­dades y repite una película ya gastada?... ¿Cómo juzgar la tremenda y enclaustrada celebración no se sabe si de la victoria del 2 de mayo de 1866 o del fallido esfuerzo por tomar Tiwinza; celebración con dis­cursos que desmienten abiertamente un reciente comunicado de la Cancillería pe­ruana en el que se contrastaba la sobrie­dad de nuestros pronunciamientos con los agresivos retiros de las tropas ecuato­rianas de los puestos que habían invadido y en los que habrían dejado colonos?... ¿Cómo comentar el desbarajuste electo­ral y el silencio generalizado sobre el origen de ese embrollo: la grosera irregu­laridad que significó entregar el control del cómputo a la fantasmal firma OTEPSA -que ni local poseía-, poniendo de lado a la IBM?

Sin embargo, así como en el teatro no es posible paralizar el espectáculo cuan­do se ha alzado el telón, en el periodismo se hace imperativo, frente a situaciones como la actual, acatar el mandato de la conciencia y cumplir con el consejo del maestro Unamuno: no guardar silencio frente al abuso, al atropello, engaño, porque callar es consentir y hacerse cóm­plice.

Bien es verdad que tampoco es posible nadar permanentemente a contracorrien­te y negar evidencias como el triunfo electoral del presidente Fujimori. Pero sí sería demasiado callar que las elecciones del 9 de abril no sólo estuvieron lejos de haber sido ejemplares sino que son prue­ba de la voluntad de fraude que existió en un proceso que va culminando con más de un millón de votos volatilizados y casi 40% de nulos, con miles de actas sustraí­das y un número indeterminado de ellas introducidas en un sistema de cómputo que resultó una caja de Pandora... Todo un festín electrónico, donde la velocidad ha jugado en pared con las encuestas para desconcertar y engañar a las multitu­des; y festín sobre el que la televisión y la mayoría de las radios callan en todos los idiomas del mundo. Para esos medios -que son los que llegan a la masa- las noticias que desagradan al gobierno no son noticia y sí lo son los shows publicita­rios que el régimen monta con indis­cutible habilidad cada vez que necesita esconder verdades que le son molestas, como la derrota de Tiwinza, el fiasco del mago OTEPSA, las 37 mil actas sustraí­das, etc.

Para la televisión y la mayoría de la prensa no hay otra noticia de actualidad que el show de Zanatti, destinado según lo confiesa Expreso a liquidar política­mente a Alan García. Lo que sin duda sería una bendición para el país, ya que no es fácil hallar -en la historia universal-un personaje que haya tenido mayor ha­bilidad que él para acumular errores, rate­rías y despropósitos, que haya logrado destrozar más a fondo un país, que haya tenido un comportamiento más cercano a los caballos de Atila. Pero no es con shows a lo Zanatti como se librará el Perú del maleficio que representa Alan García y mucho menos otorgándole al pillo de Zanatti la condición de fiscal, de acusador justiciero. Eso se llama alterar por completo la escala de valores, es caer en el canalla juego de usar medios viles con la excusa de perseguir un fin noble... Y así no se liquida políticamente a nadie, ni siquiera a un político descalificado moral­mente como Alan García. La política tie­ne sutiles e inesperados comportamien­tos, basados en la magia de la fe. Es un terreno en el que con facilidad se confun­de la verdad con la mentira, la razón con el engaño, el prestigio con la zafiedad. La política es como la economía, el día en que se encuentren reglas matemáticas para su manera de operar se habrán aca­bado los problemas del mundo.

Recuerdo, por ejemplo, una misterio­sa cita en el extranjero para ofrecerme pruebas documentales contundentes con­tra un ministro de Alan García. En ese entonces ya era presidente el ingeniero Fujimori. Se me pidió viajar para consta­tar la importancia de los documentos. Viajé. Se me exigió una gruesa cantidad de dinero para soltar las pruebas. Logré se juntara la bolsa... Y lancé la noticia a los cuatro vientos. Hubo algún escándalo. Pero al poco tiempo el silencio se impu­so. “Aquí no pasó nada” y ahí están, publicadas, las pruebas documentales que para nada sirvieron: porque ni el gobier­no ni la oposición en el CCD quisieron poner un poco de voluntad para morali­zar a este país, en el que sigue saliendo pus donde se hunde el dedo.
¿Sobre qué escribir para contentar a’ los que nos califican de derramadores de bilis y nos acusan de ensañamiento con los defectos del régimen; defectos que ellos mismos reconocen -arbitrariedad, prepotencia, centralismo, desprecio por la democracia-, pero que, muy limeñamente, prefieren que los callemos para no alterar la paz varsoviana de la que gozan?

¿Acaso no hay aspectos positivos en la administración Fujimori?

Claro que sí. Por lo pronto, podríamos destacar, sin faltar a la verdad, la energía, el don de mando, la infatigable dedicación a las obras de infraestructura en las barriadas populares que exhibe el presi­dente Fujimori. Y, a la vez, pedirle que reflexione y piense que, así como en un tiempo el problema número uno del Perú fue el terrorismo, hoy lo es la recupera­ción del agro y que a esa tarea debiera dedicarse ahora, poniendo en la misma la tenacidad y el empeño empleados en hacer beneficencia en los poblados con numeroso electorado. Ya ganó las elecciones y sería bueno que medite en que la beneficencia en las barriadas de Lima, Arequipa, Cuzco, Trujillo, no le hacen bien al agro ni a esas ciudades, ya satura­das de habitantes y con gravísimos pro­blemas de servicios. Seria bueno que el presidente Fujimori se convenza de que tiene en sus manos, en su capacidad de liderazgo popular, los resortes necesarios para reparar el daño que él les ha hecho a las ciudades, alentando la migración del campo a las luces de las calles citadinas. Puede él reparar ese daño poniendo su incansable energía en la tarea de repoten­ciar el agro, porque sin una agricultura próspera no habrá desarrollo, digan lo que digan los economistas y los funda­mentalistas del mercado libre. No es desa­rrollo comprar papas de Holanda, por­que están baratos sus excedentes, y abandonar los campos del Perú, empu­jando al campesinado a mendigar en las calles de la, ciudad, atraídos por la luz eléctrica, el agua y desagüe y los colegios con los que el presidente Fujimori va construyendo su popularidad. Eso -la compra de alimentos en el exterior- no es desarrollo ni modernidad sino delirante fundamentalismo destinado a destruir la agricultura y a matar de hambre al cam­pesino, lograr que se desvanezca la pa­tria, que es, entre otras cosas, hermandad de seres humanos nacidos en un mismo territorio.

Y, ya que se habla tanto de colegios, bueno seria también que el presidente Fujimori advierta que más importante que los ladrillos es la enseñanza y que con maestros mendicantes no servirán de mucho sus construcciones. Más todavía: debiera entender el presidente Fujimori, en estos días de homenaje a la libertad de prensa, que con ladrillos no se lee, ni se divulga cultura. Para que un país logre ser desarrollado es necesario que su gente haya alcanzado el hábito de la lectura, algo imposible en el Perú actual, con el papel más caro del mundo: 35.5% de carga tributaria. Un verdadero crimen de lesa cultura en opinión de cualquier ciuda­dano de un país civilizado. ¡Por algo, en pocos años, los lectores peruanos no sólo no han crecido sino que se han reducido a un tercio! ¡Así no se hace patria!

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Un loco bombardeo noticioso – Revista Oiga 1/05/1995


Al cierre de esta edición, varios días antes de que comience a circular la revista ¡contratiempos de la época!-, el bombardeo noticioso de la semana tiene parecido con el estallido de la santa­, bárbara de un acorazado. Primera sor­presa: el atildado señor Murray, siempre dispuesto a encontrar todo correcto en el proceso electoral del 9 de abril, quedó de pronto espantado con la desaparición de 37 mil actas de sufragio, por lo que se negó a firmar la conformidad de la OEA a la limpieza de las elecciones del 9 de abril y, sin más, tomó un avión y voló a Washington. Al mismo tiempo, con an­cha sonrisa, el retirado capitán de navío Luis Mellet se presentó ante la Justicia Militar y al poco rato se le congeló la alegría en la cara. Sus opiniones sobre el reciente conflicto bélico con el Ecuador -favorables al régimen- fueron calificadas de delito y se ordenó su detención. Acom­pañaba en su suerte, aunque en prisión para marinos, al general Ledesma, a quien un oficial de rango inferior al suyo lo acusa de lo mismo: de expresar su parecer sobre las operaciones militares en el Cenepa; a las que este general sí no las vio técnicamente bien conducidas por el alto mando peruano. Ante semejantes hechos, la citación alcanzada al general Mauricio por ese mismo Tribunal -cuyo presidente ha adelantado juicio contra el general Ledesma-, es, sin duda alguna, el anuncio de que será detenido y de que nos hallamos ante un operativo de perse­cución y amedrentamiento al interior de la Fuerza Armada. También dirigido con­tra el doctor Javier Pérez de Cuéllar, con quien colaboraban muy de cerca los ge­nerales Mauricio y Ledesma, los dos en retiro, igual que Mellet, y por lo tanto aptos para ejercer íntegros los derechos ciudadanos que todas las constituciones, aún la del CCD, consagran.

Pero esto no era sino el comienzo de un bombardeo noticioso destinado, al parecer, a ablandar el terreno antes de lanzar una gran cortina de humo sobre la derrota de Tiwinza -puesta en evidencia con gran fanfarria en la TV por el general ecuatoriano Paco Moncayo- y sobre la sorprendente negativa del delegado de la OEA a avalar la limpieza de unas eleccio­nes con miles de actas, o sea millones de votos, desaparecidas, junto a tampones, sellos, lapiceros y el resto del material necesario para fraguar electores.

Los primeros bombardeos con humo oscuro fueron las cartas del general Ló­pez Trigoso. Una dirigida al alto mando pidiendo permiso para la segunda, repar­tida como volante, pero que a OIGA no ha llegado, a pesar de que la revista es citada con insistencia en la misiva del general y en la que se nos conmina a publicarla... Pero el tremendo bombazo, que sonó como el reventón de una santa­bárbara, fue la presencia en Lima de Alfredo Zanatti, el hombre del dólar MUC, el socio de Alan García, el perse­guido que eludió a la policía durante años, sin tomarse la molestia de esconderse, pues con frecuencia se le veía pasearse abiertamente por Roma, Frankfirt, Ma­drid, Sevilla, Miami, San José. Se trata -hay evidencias para afirmarlo- de una entrega negociada, concretada meses atrás en el extranjero y afinada en las últimas semanas con Zanatti confinado en la base aérea de las Palmas. De tan sorprendente y misteriosa cortina, tenida largo tiempo escondida bajo la manga y tendida en momento oportuno para cam­biar los temas de la conversación diaria de estos días, se ocupa OIGA en las páginas que siguen.

En esta columna estoy obligado a co­mentar las penosas cartas rectificatorias del general Vladimiro López Trigoso. Penosas porque en todo el episodio que las rodea hay enorme poquedad de espí­ritu, esmirriado aprecio por la honra, torpe abuso de autoridad. Hay tanta pe­queñez soterrada en lo escrito y en lo que esas cartas insinúan que entristece ente­rarse de tamaña sordidez y me hace creer que sólo un equivocado sentido de la disciplina militar o un apremio demasia­do brutal llevó al general López a poner su firma en un alegato que, por lo dicho en sus cartas, estuvo llevándolo incom­prensiblemente callado durante casi un mes y que, en relación con OIGA, nada rectifica. OIGA se limitó a hacer público el nombre del remitente de una carta, publicada por Caretas, nombre que sólo un retardado mental no podía descubrir, pues eran demasiado claras las eviden­cias: la carta respondía una a una las acusaciones directas que un reportero de televisión y el propio presidente Fujimori le habían hecho al general López Trigoso y hacía comentarios que sólo el jefe de operaciones del Cenepa podía hacer. OIGA se limitó, pues, a resolver un acer­tijo demasiado fácil. Otra cosa, en la que nada tiene que ver esta revista, es si alguien se atrevió a falsificar la carta manuscrita publicada por Caretas. Lo que me parece una hipótesis dispara­tada, ya que es difícil encontrarle sentido a semejante patraña. ¿Quién podría inte­resarse por poner a salvo al general Ló­pez de los graves cargos que le habían lanzado el señor presidente de la Repúbli­ca y los periodistas de su entorno sino el mismo general López ‘Trigoso’. Y, en último caso, la solución a cualquier duda que pudiera subsistir es muy fácil de resol­ver. Bastaría, como lo señala Caretas, con una pericia grafológica ante tribuna­les competentes. Lo del interrogatorio periodístico en público, sí no me parece pertinente, aunque, sin duda, sería muy periodístico y divertido. ¿Por qué no se le hace la pericia grafológica?

Y, para terminar, no quiere OIGA sus­traerse a la casi unánime exhortación que se le hace al gobierno para que inicie su segundo mandato extendiendo una magnánima rama de olivo a los que cree son sus enemigos. Sería un gesto que lo enal­tecería y dejaría en posición desairada a los intransigentes, a los principistas radi­cales, a los opositores contumaces. ¿Qué beneficio le reporta al gobierno la prisión del general Salinas Sedó y los oficiales que lo acompañan en el Real Felipe? ¿Le hace bien al gobierno ensañarse contra Salinas y los suyos y mostrar dureza irra­cional, mezquindad y rencor vengativo? ¿Ganará algo el gobierno arremetiendo contra la Constitución, la Justicia y el orden jurídico para vengarse de los gene­rales Ledesma y Mauricio por el “delito” de poner en evidencia la torpeza del comando en el conflicto del norte? ¿Le es útil al gobierno humillar al general López Trigoso, bastante humillado ya con las acusaciones que se le hicieron cuando aún no habían concluido los combates en el Cenepa, haciéndole publicar, a des­tiempo, cartas -la dirigida a su comando y la destina a “rectificar” a OIGA y Care­tas- que nada aclaran y más bien sirven para que los periodistas de oposición nos sintamos asediados, presionados, ame­nazados? ¿Les es beneficioso al presiden­te Fujimori comprarse los resentimientos del general Hermoza Ríos?