Francisco Igartua |
Situación sumamente crítica que, mediante impuestos ciegos y abusivos, amenaza con destruir la industria editorial y a todas las instituciones dedicadas a divulgar cultura y cimentar las bases de la nacionalidad de un país que desde su gestación pugna por encontrar su destino como nación.
Un tema medular que OIGA, a lo largo de toda su existencia, ha demandado atención y medidas correctivas convencida de su trascendencia. Pero es asunto ignorado por gobiernos de toda laya que, en esta hora de dura prueba, vuelven a tocar cuando se habla de «revolución educativa», pero, paradójicamente, se olvida que ésta se forja y cimienta en las aulas, en las carpetas y los escritorios de los estudiantes y maestros donde el libro es un extraño.
Y es que los gravámenes han vuelto prohibitivo al libro, al igual que han limitado su producción en el Perú los impuestos al papel, a la tinta y a todos los insumos de la industria editorial. Contradictoria política cuando en América y el mundo entero hay un florecimiento de las publicaciones gracias a las leyes de protección y fomento.
Los impuestos ahogan todo esfuerzo editorial. A diferencia de lo que ocurre en Colombia, donde la industria del ramo trabaja exonerada de impuestos, en el Perú el papel que se importa está gravado con un arancel del 15%, al que hay que sumar pagos por concepto de supervisión (1%), seguro (3%) y el 18% por IGV ¡37 por ciento!. En el caso de las revistas y periódicos a esos pagos hay que añadirle el cobro del IGV por concepto de venta, impuesto que es imposible trasladar a los canillitas.
Pero si esta realidad descrita explica, en gran parte, el porqué languidece la producción de libros y desaparecen publicaciones, también sirve para ilustrar lo que sucede con el libro que se importa o exporta y recibe el mismo trato que un saco de papas. De esa manera, un libro que en España cuesta 10 dólares en el Perú vale 16. Y es que en la Madre Patria el libro si es considerado artículo de primera necesidad.
A propósito, en 1993, cuando el gobierno español incrementó la tasa del I.V.A. (equivalente a nuestro IGV) del 12% al 15, a los libros se les redujo la tasa del 6% al 3%. Y ojo que ahí no paga ningún otro tipo de arancel. En Chile, donde también se paga un I.V.A. del 18%, todo lo recaudado por ese concepto tiene un fin cultural: adquirir libros para mantener actualizadas las bibliotecas públicas del país.
Pero el caso más ilustrativo de lo beneficioso que son para un país las medidas de fomento de la industria editorial lo da Colombia. Ahí se dio una ley promotora que, en 20 años, ha convertido esa actividad en el tercer rubro de exportación de ese país, hoy en franca competencia por el primer lugar del mercado sudamericano con México.
Los extraordinarios beneficios, que en diciembre de 1993, mediante la Ley N° 98 se han prorrogado hasta el año 2013, exoneran de tasas arancelarias y de todo tributo a la industria editorial, liberan la compra de rotativas, maquinarias e insumos, crea fuentes de financiamiento y otorga al rubro categoría de actividad industrial beneficiándola con créditos directos y mecanismos de redescuento. Además dispone la realización de ferias, señala, por ley, la compra de libros para todas las bibliotecas públicas del país y crea tarifas postales preferenciales.
Una realidad, con acordes de música celestial, que, a pesar de su cercanía, está muy distante de lo que ha pasado y pasa en el Perú donde la producción de libros sigue postrada, ha quebrado más del 50% de las librerías limeñas en los últimos 15 años y, donde por los aranceles, las inspecciones y el IGV, el libro importado ha desaparecido.
Hoy, en el Perú de 1995, los libros de ciencias, de ingeniería, las obras con los últimos avances en todos los campos del saber humano se han esfumado de las escasas librerías existentes, con el grave perjuicio para nuestros estudiantes y profesionales que de esa manera han quedado desactualizados en un mundo donde el conocimiento es clave para poder competir.
Y también, como signo de los tiempos contradictorios que padece el país, la piratería editorial ha adquirido carta de ciudadanía cuando en realidades tan distantes y disímiles como Estados Unidos y la China comunista, que apuesta a la modernidad, se vela por los derechos de autor y la propiedad intelectual.