Paco –así lo llamaron desde niño- pasó sus primeros años de vida entre las montañas y nevados de la cordillera Negra, en Ancash. Sus padres fueron a vivir allí, en el corazón de la sierra peruana. Era en realidad un grupo de familias de origen vasco que se embarcaron en un romántico proyecto para hacer agricultura, alentados por los frailes de un convento de la localidad provenientes de Aranzazu. Allí, Paco aprendió el quechua antes que el castellano, aunque lo olvidó con el correr del tiempo.
Años después, retornaron los lgartua a El Callao, donde se radicaron Allí vivían los Rovira, conocidísimos en nuestro primer puerto desde que llegaron de España a comienzos de siglo. Paco y su hermano menor Laco estudiaron en el colegio de los Maristas, frente al castillo del Real Felipe. Ellos y sus dos hermanas hablan pasado por el dolor de perder a su padre, quien murió muy joven, en las serranías de Ancash, como consecuencia de la enfermedad de Carbón (la verruga), pero contaba con un grupo familiar muy unido, con su tía Juana y sus primos Vega Rovira, que fueron como hermanos para Paco. Desde entonces, ya él se revelaba como una persona rebelde, alegre pero difícil.
Al comenzar la década del 40, luego de una larga residencia en Chile, ya se encuentra Francisco Igartua en las aulas de la facultad de Letras de la Universidad Católica, ubicada entonces en la plaza Francia. Era un joven espigado, pecoso, de fino bigote negro. Paco tenia ya metido en la sangre el virus del periodismo, ese que, jamás y felizmente, no se cura. Es en el periodismo, su auténtica vocación, donde vuelca su pasión, espíritu agresivo y su cultivada inteligencia. Es una época de lecturas voraces e insomnes, con las obras quechua, de Miguel de Unamuno como libro de cabecera. Paco ejerce la profesión periodismo desde el año 1942. Medio siglo de trayectoria constante, pertinaz.
La bohemia no está ausente del periodismo. Mucho menos, en aquellos años a través de ella y de sus lecturas, Paco desarrolla una sólida cultura, aprende a analizar la vida y sus gentes, le toma el pulso al Perú de sus primeros años de periodista.
Ingresa, en 1944, a formar parte del selecto equipo periodístico de ese célebre semanario que fue “Jornada”.
El Perú vuelve a la normalidad
Corría el año 1946. Paco Igartua continuaba en ‘Jornada’, a pesar de los contratiempos de las entrevistas a Góngora Perea. El mariscal Benavides, gestor del “Frente Democrático”, había muerto a los pocos días del triunfo de Bustamante y Rivero. Un triunfo logrado con el apoyo del APRA. Se pensaba que este partido había evolucionado y entraba a compartir el poder con espíritu democrático y conciliador. No fue así y la historia es conocida.
Lima era entonces una ciudad limpia y agradable. La plaza San Martín casi hermosa. Pero, en las 'peñas' de intelectuales periodistas y artistas que se reunían al anochecer se velan negros nubarrones en el horizonte. Entre rondas de chilcanos, ya sea en Cordano, el bar Zela o Romano, Paco Igartua compartía su mesa con Sérvulo Gutiérrez, Juan Pardo de Zela, Alfonso Tealdo y a veces Juan Ríos, entre otra gente pensante. AIIí diría algún día el poeta Martín Adán, luego del golpe de Odria, que 'el Perú volvió a la normalidad'.
Paco tenía sus manías o, si se quiere, supersticiones. Acostumbraba llevar invariablemente un billete de cien soles -que sí vallan en esa época- escondido en un calcetín. Las bromas menudeaban entre sus contertulios (Ahora lleva unos cuantos billetes verdes como cábala en su billetera).
El reía con las bromas, pero su mente estaba puesta por entonces en el gran reportaje que le quería hacer a Víctor Raúl Haya de la Torre. Logró comunicarse con Haya y, no sin insistencia, logró que le diera la cita en las oficinas de 'La Tribuna'. Allí acudió acompañado de Sérvulo Gutiérrez y dejó el pliego de preguntas tal como se lo había indicado Haya, quien disculpó su inasistencia por haberse presentado una crisis ministerial. Al día siguiente lo recibiría personalmente y le daría las respuestas. Al día siguiente fue lgartua solo a la cita. Volvió a disculparse Haya y a la salida, en el patio, seis búfalos lo atacaron, cobardemente, a mansalva. En esos momentos de trifulca, el providencial ingreso del torero Alejandro Montani, quien gritó 'iQué pasa aquí!', detuvo por un instante a los matones y Paco logró escapar rápidamente de la manada, abandonando el local.
El incidente dio pie a que Igartua alegara que la entrevista se había realizado, pues la cachiporra habla sido la respuesta a sus preguntas. E insistió en que 'Jornada' publicara lo que él escribió. Se lo negaron. Por lo que Igartua renunció, Pero, 'La Prensa', enterada del hecho, -reclamó el escrito y lo publicó; luego también lo hizo ‘El Comercio’. Igartua estaba ya en la lista negra del PAP. Fue así como Igartua ingresa a la redacción de ‘La Prensa’, donde completó su formación periodística. Ahí se encontró con un gran amigo mayor, Guillermo Hoyos Osores, excelente comentarista político, de sobrio y elegante estilo. lgartua comenzó a dar el gran salto de reportero a editorialista.
Noches inolvidables las del diarismo en Baquíjano. Cuando terminaba su labor acostumbraba dirigirse al 'Grill Bolívar', la más elegante boite’ y restaurante de esos años, centro de reunión de 'todo Lima' en la década del cuarenta. Sabía que allí encontraría a su gran amigo Paul Grinsten. También recalaban allí Sérvulo Gutiérrez y Esteban Pavletich. No todo era buena charla, escocés y diversión. Cualquier ocasión es buena para hacer periodismo, cualquier ambiente es propicio. Y Paco, en el Grill Bolívar, realizó un sensacional reportaje al canciller argentino Ivanisevich, uno de los hombres de confianza de Perón. Estaba alojado en el hotel y bajó una noche a la boite’. Los tragos menudearon e Ivanisevich se fue de boca. Sus revelaciones a lgartua causaron escozor en su Cancillería y mortificaron al propio Perón.
La nueva era
La vida del periodista está siempre expuesta a cambios súbitos, queridos o no. Paco -siguiendo a Hoyos- salió de 'La Prensa' cuando Pedro Beltrán y su equipo de jóvenes sanmarquinos tomaron las riendas del diario en 1947. Como eminencia gris habla ingresado Eudocio Ravines.
Paco vivía una ardiente juventud y las cosas no las tomó trágicamente. El dinero de su indemnización lo gastó displicentemente con amigos y amigas en las playas de La Herradura y Ancón. Hasta la arena llegaban los camareros con almidonados sacos blancos, llevando bandejas con gin y agua tónica, camarones, conchitas, choros... Y luego en las noches del Grill. Pero esto duró sólo dos meses, naturalmente complementados con las inseparables lecturas.
Había que ‘buscársela’. Ya no quería trabajar para otros y decidió sacar un semanario. Así nació OIGA, en su primera etapa, cuyo primer número apareció en noviembre de 1948. Este primer intento terminó en la cárcel. A los tres meses lo pusieron en libertad en los corredores de Palacio de Gobierno.
Fue así, que llegó la gran alianza de Francisco lgartua y Doris Gibson para publicar una revista, nueva en su estilo, en el medio. Como OIGA, también 'Caretas' se gestó en los cafés de los portales de la plaza San Martín. Se gestó periodística y financieramente con tres mil soles de un crédito del banco Wiese, avalado por Guillermo Ugaz. Así se funda la empresa Doris Gibson–Francisco Igartua, Sociedad Cooperativa Caretas.
Paco aportaba su talento periodístico y Doris, la mejor publicista que haya existido en Lima, su valor como mujer de empresa. En 1950 apareció ‘Caretas', que habría de cambiar la forma y el tono de los medios periodísticos.
En esos tiempos de enfrentamiento sin tregua con la dictadura de Odría, Paco habla madurado. Como editor, aprendió todos los secretos para dirigir una publicación. Se hizo un experto diagramador. El diseño gráfico lo apasiona hoy tanto como escribir.
La carga de trabajo se hizo cada vez más intensa y la bohemia tuvo que quedar atrás.
Viaje forzoso a Panamá
A Odría no se le podía censurar sin consecuencias. Un día, cuando estaba en el café Romano, agentes de seguridad del Estado lo tomaron preso y lo mantuvieron incomunicado. De la cárcel, lo llevaron directamente a un avión para deportarlo a Panamá. Con la ropa arrugada, sin afeitar cuarenta días y la camisa sucia, subió al avión. Recibió un pasaporte que se negó a firmar con altivez porque salía del país contra su voluntad.
Paco era ya bastante conocido. Una aeromoza amiga lo reconoció en el avión y organizó una colecta entre los pasajeros que mostraron solidaridad. Recibió unos cuantos dólares que le cayeron muy bien: lo habían exiliado sin un céntimo en el bolsillo.
Esta primera deportación hizo estragos en su salud, que sufrió quebranto en el trópico. Menos mal que un diplomático peruano, que era su amigo, mostró la grandeza que ocultaba su pequeña estatura y lo alojó en su casa.
Estando en Panamá, recibió una invitación para asistir al Congreso Mundial de Periodistas de Chile. Vio una ocasión pintada para mostrar a la opinión pública del mundo los abusos de la dictadura de Odría. Cuando pasó por Lima lograron alcanzarle una maleta con ropa y dinero. La de Santiago fue una experiencia vivificante, que levantó el ánimo decaído por la deportación.
Ya repuesto en Santiago, decidió retornar y enfrentarse al tirano y desembarcó en Lima. Esparza Zañartu y sus esbirros corrieron tras él. Paco se refugió en ‘El Comercio’. Don Luis Miró Quesada, quien lo apreciaba, le dio asilo e impidió que los investigadores lo sacaran del local. Finalmente, tras largas negociaciones, obtuvo la libertad.
Fue en vísperas del año 1962 que decidió seguir con la segunda etapa de OIGA, revista que reapareció ese año. Paco se casó poco después, en 1963, con Clementina Bryce Echenique, con quien tiene dos hijos, Maite y Esteban.
Pero, ésta es ya la historia de la revista en su nueva vida, no exenta de riesgos, como que fue deportado a México por el general Velasco en 1974, donde trabajó durante tres años en ‘El Sol’, como director de un suplemento.
En 1978 retornó a Lima con su familia y se puso otra vez al frente de OIGA. Sigue con pasión en el periodismo. Su obstinación vasca muchas veces hiere, pero es, con profunda convicción, un ser al cual ni la persecución, el destierro o el sucio ataque de algunos adversarios lo han convertido en un resentido. Por el contrario, sigue manteniendo su gran calidad humana. Y continúa jodiendo a unos y otros, como se dice en castizo peruano.