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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 1 de mayo de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – ¡Pobre Perú! – Revista Oiga 13/03/1995


Por los diarios del sábado me entero que el general López Trigoso, el encargado de las operaciones militares en el Cenepa, estaba orgulloso y feliz por­que el presidente Fujimori le había dado, públicamente, su respal­do. Nada le importaba al general López Trigoso que días antes el periodismo áulico hubiera maltratado su honor, arrastrado por los suelos su reputación de hombre y de soldado y lo hubiera culpado hasta de las deficiencias del armamento de la tropa -como si los jefes en las trincheras fueran responsables de las compras-- tampoco estaba ofendido el general López Trigoso por las injurias recibidas, basadas en infor­mes de inteligencia militar que jamás podrían haber llegado a manos del pe­riodismo si no es por conducto y auto­rización del alto mando, o sea el Jefe Supremo de la Fuerza Armada. Ningu­na de las innobles ofensas recibidas habían alterado el ánimo del general López Trigoso. No se sintió traicionado por sus jefes cuando la televisión más obsecuente al gobierno, los más servi­les locutores del presidente Fujimori, lo señalaron como culpable del hambre de los soldados que no pudieron llegar a Tiwinza, del desabastecimiento militar y de las ineficientes comunicaciones con la tropa bajo su mando en el Cenepa. Más aún: ha bastado que el presidente Fujimori le dé su respaldo para sentirse no sólo liberado de culpas sino satisfe­cho y feliz. Su bienestar anímico no dependía de su conciencia sino de las taumatúrgicas palabras del ‘Patton pe-mano, del supremo estratega de la di­plomacia y la guerra cuyas órdenes obedecían los militares -según declaración pública del general Hermoza- como simples soldaditos. Sólo unas palabras del ‘Patton’ peruano han bastado para que el general López Trigoso se sienta liberado de las ominosas vejaciones re­cibidas del periodismo genuflexo que rodea a Fujimori. ¡Contentadizo, con poco, nuestro general!

Ni siguiera se ha preocupado el ge­neral López Trigoso en meditar que no cabe explicación racional a la creación de la Sexta Región, justo al momento en que han cesado las hostilidades. No se le ha ocurrido pensar que el aparato administrativo de una región hubiera sido plausible r hace tres años, como paso preventivo, como respuesta a las noticias dejas primeras infiltraciones ecuatorianas; y no ahora, después del fracaso en el desalojo del invasor, cuan­do ya están presentes los garantes en la zona y se está cumpliendo el acuerdo de paz de Itamaraty. No se ofende el gene­ral López Trigoso porque “lo hayan pa­sado de jefe operativo a jefe de administración. Le han bastado las palabras consoladoras del ‘Patton’ peruano. Pa­labras dichas -y esto tampoco lo ha advertido el general López Trigoso- no como rectificación a la infamia, sino porque el presidente Fujimori y su en­torno se dieron cuenta de que la opera­ción de embarre a López Trigoso, sin duda ordenada por ellos, iba a terminar embarrando al ‘Patton’ peruano, al estratega supremo de la guerra y la diplomacia, ya que estaban demasiado frescas las declaraciones del propio Fu­jimori de que él y nadie más que él ordenaba los bombardeos aéreos -por algo perdimos nueve naves aéreas- y trazaba en los mapas los avances de las tropas (ver crónica ‘Fujimori, el padre del desastre’ en páginas 24 a la 28).

La táctica del engaño y la mentira se ha ido desgastando con las evidencias de la guerra -demistificadoras de las victorias de Fujimori-y las descomuna­les metidas de pata diplomáticas, coro­nadas con la revelación de que el Perú se armó en 1975 para atacar a Chile ¡Un presidente del Perú acusando al Perú de haberse preparado para agredir a su vecino! Algo inaudito que, en cual­quier país del mundo, inhabilitaría para ejercer cargo público a quien haya caído en semejante torpeza. ¡Difícil hallar una muestra mayor de ineptitud para aspi­rar a ser estadista!
Sin embargo, no faltan, sobran los peruanos que se quedan desconcerta­dos frente a alguien que les dice que va a votar por Pérez de Cuéllar.

-¿Acaso el Perú no está ahora mu­cho mejor que antes? -es la simplista y abobada respuesta de estos fujimoristas de hueso colorado.

Como _si la mejoró económica del país y la erradicación del terrorismo -hechos ciertos aunque sujetos a análi­sis- fueran suficiente razón para perpe­tuar en la presidencia a una persona que ha dado muestras de ser superactivo, autoritario y, a la vez, obediente a las directivas de la cúpula militar -que es como, lo prueban los cuadernos de “Pajarillo Verde” publicados por OIGA, la que decidió acabar con el terrorismo y la que ordena que sea la derecha la que lleve el timón en cuestiones económi­cas-; pero persona que también ha pro­bado no estar en capacidad de manejar diplomáticamente las tratativas de paz que se inician con Ecuador, ser inepto para conducir las negociaciones que se avecinan sobre la deuda externa y no tener voluntad ni competencia para corregir las distorsiones del programa económico. Programa con buena brúju­la, pero incapaz, hasta hoy, de generar empleos productivos. Programa sin ima­ginación, sin sentido social, sin cerebro propio. Simple ejecutor autómata de las recetas que nos impone el no necesaria­mente infalible Fondo Monetario y, peor todavía, programa que toma en cuenta las normas generales del mercado, pero rindiéndose ante la beatería que hace del mercado -tan imperfecto como toda obra humana- el nuevo e intocable Dios del Universo.

¿De dónde sacará el país la entereza necesaria para no caer en el abismo de la reelección de un ciudadano que ha dado prueba plena del pobre límite de su capacidad? ¿Dónde estarán las reser­vas morales que impidan tamaño error?

¡Pobre Perú!

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - Acumulando errores – Revista Oiga 7/03/1995


Para ser jefe del Estado se requiere un mínimo de cualidades, como discre­ción, buenos modales, credibilidad, un nivel aceptable de cultura ge­neral, buen juicio, sere­nidad, etc. Claro está que, en un ex­tremo, estas condiciones no bastan para ser estadista -para llegar a ello se requiere, además, talento- y, en el otro extremo, es evidente que no faltan las excepciones a esta regla entre los presidentes que actúan a nuestro al­rededor. Sixto Durán-Bailén, por ejemplo, no es un modelo de sereni­dad. Sus rabietas ante las cámaras de la televisión peruana ridiculizaban la dignidad presidencial. Pero hay dos presidentes latinoamericanos -decía alguien en estos días- que sobrepa­san cualquier comparación por su fal­ta de compostura:

-Son Menem y Fujimori. Dos expre­siones chicha de la presidencia, tanto por sus modales extravagantes como por sus desmedidos afanes protagóni­cos. Y, en el caso de Fujimori, por su enfermiza tendencia a la mentira.

Puede ser que peque de elitista esta descripción del paisaje presidencial latinoamericano, pero no deja de aproxi­marse a la realidad. Aunque ésta, quién sabe, sea peor en -el caso de nuestro presidente. Sus errores de estos días son más graves, de mucha mayor tras­cendencia, que la visión folclórica del comentario arriba mencionado.

Cuando, por su sobrio comporta­miento en las recientes reuniones de Montevideo, se creyó que Fujimori había hecho olvidar el sainete de su paseo electoral por el ‘teatro de la guerra’, no pudo con su genio nues­tro presidente y lanzó el mayor exabrupto del mes:

-El Perú está mejor armado que cualquier país de la región. Tenemos más tanques, más aviones supersóni­cos... Un armamento que estuvo pre­parado para hacerle la guerra a Chile.

Esto no lo decía un historiador acucioso, un periodista aventurado, un intelectual enemigo de la guerra. No. Son las palabras grabadas, con imagen y con sonrisa, del señor Fuji­mori ¡presidente del Perú! El hom­bre que, según el general Nicolás Hermoza, dirige la estrategia peruana de la guerra ¡y de la diplomacia!

En Santiago de Chile, con amable indulgencia, el Ministerio de Relacio­nes Exteriores sonrió y disculpó al man­datario peruano; el presidente Frei se satisfizo con las explicaciones, que tuvo que darle el embajador de Fujimori; y algunos políticos chilenos se encrespa­ron y protestaron sin exageración. En Lima, el embajador de Chile visitó ofi­cialmente, Torre Tagle, y declaró que su gobierno tomó nota de las declaracio­nes -”las registró”-, pero que las rela­ciones entre los dos países continua­ban tan amistosas como antes. Toda una lección de refinamiento diplomá­tico. En Ecuador, las declaraciones de Fujimori sirvieron para señalar que el Perú autoconfesaba su militarismo.

Pocas veces se habrá visto mayor desatino diplomático. ¡Hacer, semejan­te confesión pública justo cuando Chi­le se había convertido en el garante más enérgico para lograr la paz en la Cordillera del Cóndor! No sólo por su interés de confirmar la sacralidad de los tratados, sino porque la ola de la, crisis económica latinoamericana pue­de alcanzar a Chile y el conflicto Perú-Ecuador es un ingrediente que agudiza esa crisis, generada en México. En lu­gar, pues, de agradecer el gesto -aunque éste se haya producido por conve­niencia-, Fujimori comete la torpeza de recordarle a Chile que está en la lis­ta de los enemigos de nuestro Ejérci­to. ¡Como si en Chile no lo supieran!

Una tontísima declaración que se unía a la deplorable imagen que aca­baba de exhibir el presidente Fujimori, apareciéndose con un grupo de perio­distas y un contingente militar entre los barrizales cercanos a la zona de con­flicto. Una actitud bélica que se inicia­ba justo, justo, a las pocas horas de haber firmado el Perú el acuerdo de paz de Itamaraty, en el que nuestro país se comprometía a retirar sus tropas al puesto de vigilancia Nº 1. Una grotes­ca payasada electoral que tuvo que ser calificada de provocación por los ga­rantes y que causó indisimulado enojo en Washington. ¡Mayores desaciertos diplomáticos, imposible! Todos de campeonato... Desaciertos, de los que nada bueno cosechará el Perú en sus relaciones exteriores, cometidos por el pre­sidente Fujimori por su falta de preparación para el cargo y por tener la mente puesta en su reelección y no en los intereses permanentes del país. Error grave qué un presidente no puede ni debe cometer, ni siquiera cuando se es candidato. Error en el que un estadista y hasta un jefe de Estado con cualida­des mínimas jamás caería.

Pero como los errores siempre atraen más errores no podía faltar un error por encono personal, por peque­ña venganza. Es así como nos damos ‘‘con la delirante denuncia por traición “a la patria contra Mario, y Álvaro Var­gas Llosa, por los juicios expresados en sus escritos sobre el conflicto. ¿Trai­ción a la patria por opinar, no importa si equivocada o -acertadamente? ¿En qué siglo vivimos?... Y ahora nos ha­llamos ante el resultado de tan torpe acusación: un gigantesco escándalo en la prensa internacional, el cual ningún bien hace al Perú, pues se pone en evi­dencia la escasa libertad de expresión que existe en el país.

Sí, es cierto que la semana pasada recibí una llamada telefónica de un ‘amigo’ -se hizo llamar Luis Rodríguez-para insinuarme amistosamente que me presentara a Seguridad del Estado a declarar en favor de los señores Ma­rio y Álvaro. Vargas Llosa:

-Eres el único que ha dado mues­tras de amistad con ellos y es bueno que alguien deponga a su favor en el expediente que se les está armando en Seguridad del Estado. Corren grave riesgo. Se les investiga...

-¿Qué se le puede investigar a gen­te tan conocida y que nada calla?...

Y siguió una charla que quienes es­tamos ya, viejos en este oficio sabe­mos interpretar rápidamente. Es la manera sibilina de amedrentar que emplean los servicios de inteligencia. Fue así como me he enterado que en el Perú de hoy está en funciones, como en los viejos tiempos dictato­riales, la Seguridad del Estado; y que ésta puede involucrarme en el expe­diente de los Vargas Llosa. ¿Es esto democracia?...

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Cosechando la siembra de engaños y mentiras – Revista Oiga 27/02/1995


En el siglo pasado y a comienzos de éste, una guerra significaba entregar tu capacidad de raciocinio a la patria y a convertir al adversario en el mal absoluto, de tal modo que la calumnia contra el enemigo, por ignominiosa que fuera, podía resultar una forma de servir a la nación. Hoy, es distinta la mentalidad de la gente en el mundo civilizado, que no es todo el mundo. Ningún ciudadano evolucionado, en nuestra época, hace un fetiche de su gobierno ni admite que se le suspenda su condición de ser humano pensante y, por lo tanto, crítico. Ni siquiera a la hora de la guerra. Eso de ir a la muerte con el cerebro vaciado es obsolescen­cia pura, oscurantismo del pasado. Tampoco hoy se sacrifica ante ningún altar, el de la religión ni el de la patria, la devoción a la verdad.

Valgan estas disquisiciones para esclarecer la posición de quienes nos negamos a someternos al chantaje patriotero que se está desatando en los medios de difusión del país próxi­mos al régimen —o sea casi todos—para lograr una unidad nacional de robotes. Un chantaje dirigido a lograr que se callen las críticas al desastroso desempeño del jefe de Estado en la conducción de la guerra y, antes, en las tratativas ‘diplomáticas’ con Ecua­dor.

Una crítica que parte por dejar es­tablecido que son delirantes las pre­tensiones amazónicas del Ecuador y que abundan los argumentos a favor del Perú para que la frontera todavía sin hitos quede demarcada por la Cor­dillera del Cóndor. Pero sin dejar de reconocer que la tesis ecuatoriana, aunque esquizofrénica, ha calado hon­do en la prensa internacional y en muchas cancillerías. Hecho que no varía porque nosotros nos repitamos que la realidad es al revés. Engañán­donos no servimos a la patria y no vamos a ganar la guerra. Mucho me­nos alcanzaremos una paz justa, que es la victoria verdadera.

Sobre estas bases claras, lúcidas, pasemos a analizar la actualidad. De inmediato nos damos con este cuadro: los soldados peruanos he hallan com­prometidos en una guerra en la que están derrochando valor e intrepidez descomunales sin pedir nada y sin pre­guntar demasiado. Una guerra, en la que, muchos jóvenes, por desgracia, van cayendo muertos y muchos más están -quedando sin brazos, sin pier­nas, sin ojos. Nos hallamos ya ante una legión de lisiados, algunos de ellos niños de 16 y hasta 14 años, que muy, pronto veremos por las calles pidiendo limosna, porque así es de cruel la gue­rra. Lo pueden asegurar los comba­tientes del 41, hasta hace pocos meses en mendicantes correrías para que la presidencia no siguiera vetando —lo hizo dos veces— una ley que les otorga­ba un mísero aumento en sus pensio­nes. No hay dinero en caja, era la razón inexpugnable para semejante conducta. Razón contra la que nadie protestaba, pues los lisiados de una guerra no son prioritarios en la fría economía de mercado. Y tampoco en las otras. A ninguna economía le pre­ocupa los desechos humanos de un conflicto bélico. Su reposición no cuesta, corre a cargo del patriotismo de los jóvenes.

Y viendo esta tragedia, de dolorosa inmensidad, es imposible callar. Sería un crimen no decir que esta guerra nunca debió iniciarse, tanto por razo­nes militares como por razones diplo­máticas. Ha sido un absurdo aceptar combate en las faldas dé la Cordillera del Cóndor. Lo dicen los militares; pues, pasados varios días, descubren que nos hemos lanzado a la guerra sin apreciación del teatro de operaciones, sin evaluación de la capacidad del ene­migo, sin estrategia ni planes tácticos. Descubren que hemos caído en un pantano, en una trampa. Mientras que los diplomáticos y el sentido común advierten que para llegar a mejor posi­ción que la lograda en el acuerdo de paz de Itamaraty –lleno de impre­cisiones desfavorables para el país– no hubiera sido necesario disparar un tiro ni que hubiera muertos y lisiados. Bastaba que el Perú, luego de apreciar las dificultades militares de la zona, se adelantara al Ecuador y denunciara ante los garantes la infiltración de su territorio. Hoy, muy otra sería nues­tra situación en el terreno diplomáti­co, porque se supone que, para tomar esa decisión, nuestra diplomacia hu­biera estado muy alerta, previendo los pasos a darse para consolidar posicio­nes. De ningún modo estaríamos peor que con el acuerdo de Itamaraty y nadie habría sido muerto ni sido herido.

Ninguna de las consideraciones an­teriores tomó en cuenta el gobierno para aceptar la confrontación bélica. Y, peor aún, el conflicto se ha gestado, en buena parte, por el abandono de los puestos de vigilancia en la zona de la infiltración y por la torpeza y la impro­visación con las que las el jefe de Esta­do venía conduciendo, por su cuenta y riesgo, las tratativas diplomáticas con Ecuador. Comenzó a gestarse el con­flicto con errores tan graves como el pacto de caballeros, que quedó silen­ciado y no se castigó, porque el ex presidente Belaúnde, por ese mal en­tendido patriotismo de no mostrar fisuras ante el enemigo, se levantó en el Parlamento y con emotivo discurso patriótico evitó que fuera censurado el ministro Torres y Torres Lara e impi­dió que la ciudadanía se enterara de la manera lamentable cómo se condu­cían nuestras relaciones exteriores. Torres y Torres Lara se había visto obli­gado a reconocer ante el Senado que tuvo a la mano mapas equivocados en sus acuerdos con el hábil ministro ecua­toriano Diego Cordovez. Acuerdos que significaron nuestra aceptación a la pre­sencia militar ecuatoriana en territorio del Perú (los puestos Teniente Ortiz, Soldado Monge y Etza).

De haber conocido el país los entre­telones del escandaloso acuerdo de caballeros, no se habría confiado demasiado a las habilidades diplomáticas del presidente Fujimori y hubiera estado más sensible a los disparates cometidos por él en sus abrazos y conversaciones inconsultas con los presidentes ecuatorianos; en su público reconocimiento de que existía un problema territorial entre el Perú y Ecuador; en su pedido de peritaje papal para resolver la controversia fronteriza. O sea una política errática, incoherente con la posición inquebrantable de To­rre Tagle sobre el Protocolo de Río, ignorante de las tradiciones peruanas, desconocedora del valor de las pala­bras y de los gestos en las relaciones internacionales.

Pero, todavía peor. Todo esto lo hacía, según acaba de confesar en pú­blico, para engañar al enemigo, con lo que lo que podría haber sido una estra­tagema —demasiado inconsistente e in­fantil— se ha convertido en perfidia diplomática autoproclamada.

Y si esto es cierto, ¿por qué hemos de callarlo? ¿Qué se gana con el silen­cio? ¿Por qué el pueblo no debe estar consciente de los pasos que se le exige dar y del voto que tiene que emitir?...

Yo no veo razón para ocultarle al país, al pueblo, a todos los peruanos, estos hechos, estas realidades:

No es cierto que el Perú ha obligado a Ecuador a negociar en el marco del Protocolo de Río. Es Ecuador el que ha acudido al Protocolo para utilizarlo en su nueva estrategia para llegar al Ma­rañón.

Tampoco es verdad que el presiden­te Fujimori se ha aproximado al frente de guerra para impulsar el alto el fue­go. La desesperada presencia del pre­sidente Fujimori en las cercanías de las zonas de combate tiene intención elec­toral. Y los garantes no se chupan el dedo, no se dejan engañar. La embaja­dora norteamericana ante la OEA lo ha dicho claramente —y sus palabras no cambian porque las silencie la prensa amiga del régimen—; ha dicho la embajadora Harriet Babbit que la pre­sencia de políticos en el teatro de operaciones enturbia la situación.

Tendrían que ser demasiado tontos los garantes para no apreciar que sólo puede tener sentido electoral el que el presidente del Perú tome el camino a Tiwinza, junto a destacamentos de ‘chacales’ y ‘depredadores’, justo inmediatamente después de firmar un acuerdo de paz por el que se compromete a retirar las tropas peruanas de las zonas de combate hasta el PV 1. El propósito de izar el pabellón nacional en Tiwinza, una especie de síndrome de Tiwinza, de obsesión enfermiza que nada bueno presagia sobre la salud mental del presidente-candidato, no tiene ninguna explicación militar ni diplomática. ¿Para qué el izamiento si, de inmediato, tiene que replegarse con sus tropas, en cumplimiento del acuer­do de paz que ha firmado, al puesto de vigilancia Nº 1? ¿Añadir más muertos a la larga lista de muertos y acrecentar por docenas el número de lisiados sólo para proclamarse vencedor, con su foto izando la bandera en Tiwinza, ante los ojos de los votantes peruanos, porque a ojos de los garantes la situa­ción está ya vista? ¿Acaso, diplomáti­camente, no sería mejor para el Perú cumplir con el acuerdo de paz y denun­ciar la niñería de los ecuatorianos de quedarse en Tiwinza esperando a los observadores, en lugar de retirarse a Coangos, como lo establece el acuer­do de Itamaraty?

Pero no. Esto no ha podido ser así, porque el presidente Fujimori mintió al país anunciando una victo­ria imaginada en Tiwinza y no que­ría que su mentira quedara al descu­bierto, como ha quedado, a pesar de los tayos con las que se la está vis­tiendo. Una victoria imaginada que, según se dice, ya tiene desfile triun­fal organizado en Lima, para que el Jefe Supremo reciba el parte de guerra del general Hermoza, a quien, ese día, se le otorgaría el bastón de mariscal de la victoria.

Esta farsa, que sería un sainete sino fuera por la sangre de los muertos heridos inútiles con la que el coraje de nuestros soldados está regando los perdidos fangales de las selvas de la Cordillera del Cóndor, es el resultado trágico de una cadena de mentiras y engaños que comenzaron con un bacalao malogrado. Mentiras y engaños con los que el presidente Fujimori gobernó a sus anchas al país, gracias que la banca y los empresarios aplaudían-entusiastas sus mentiras y sus engaños —porque no les tocaban sus bolsillos— y gracias a que los medios de comunica­ción masiva se los ocultaba al pueblo. O se los doraba. Todo marchaba sobre carriles porque el Perú satisfecho esta­ba contento con el engaño y la menti­ra. Hoy el engaño y la mentira le han estallado en la cara al presidente Fuji­mori. La comunidad internacional no tiene razones para dejarse hipnotizar.

Valgan estas reflexiones un tanto duras, pero extraídas de hechos cier­tos que no tienen por qué ser oculta­dos al pueblo, para que el gobierno entienda que ha de rectificar rumbos para que este conflicto bélico no concluya en un desastre nacional con desfile de la victoria y un maris­cal con demasiados muertos inútiles a sus espaldas. La heroicidad de nuestros soldados no merece la ofensa de tan mentirosas pompas fúnebres. No transformemos la tra­gedia de los hogares enlutados en un sainete. Preocupémonos de ganar en las futuras negociaciones el te­rreno perdido en Itamaraty y ojalá se logre poner los hitos de la paz.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Un futuro muy incierto nos espera – Revista Oiga 20/02/1995


Antes de cualquier crítica o elogio a lo sucedido en Brasilia, hay que decir ¡bienvenida la paz! Siempre será mejor la paz que la guerra y todavía más cuando cada día hay ma­yor evidencia de que esta guerra ha sido un absurdo, iniciado en momento inoportuno, en lugar inapropiado y sin la unidad nacional indispensable pata arremeter contra el enemigo exterior. Porque no se discute quién pegó el primer tiro. Eso nadie lo sabe. Lo concreto es que los ecuatorianos estaban infiltra­dos en territorio que los peruanos con­sideramos propio, pero cuya vigilancia habíamos abandonado desde hace varios años cuando menos. ¿Quién; pues, arremetió contra el invasor y por qué ahora, en pleno proceso electoral? ¿Por qué unos tiros fronterizos -muy posible­mente ecuatorianos- se transformaron en movilización de guerra, en lugar de haber llevado el incidente a la mesa de los garantes, con lo que muy posible­mente el diferendo hubiera terminado de modo distinto al que ahora ha termi­nado: en desalojo de los peruanos de su propio territorio? Por lo menos, no hu­biéramos tenido que llorar a los muertos ni contemplar adolorados a los mutila­dos y a las viudas, a los huérfanos, a los horrores vividos por los soldados en el verde terrible de la jungla. También nos hubiéramos ahorrado las ocho naves aéreas derribadas por los ecuatorianos -contra ninguna de ellos- y los misiles, bombas y proyectiles arrojados en los interminables bosques de la Cordillera del Cóndor. No hubiéramos tenido que asumir los tremendos costos de la movi­lización de soldados y armamento -puesto al día según confesión del pro­pio presidente Fujimori-; costos que se quieren disimular afirmando, con gro­tesco lenguaje electoral, que la guerra nos ha costado poco más de 25 millo­nes de soles.

En este caso, quién sabe mejor que en ningún otro, habría cabido el viejo dicho aquel de que “lo que no ha de ser bien castigado, ha de ser bien callado”.
“Y el monte parió un ratón”, se dice, con reminiscencias bíblicas, cuando se quiere destacar alguna fanfarronada. Entre nosotros, en este país donde has­ta las enfermedades se acojudan, ha ocurrido al revés: un ratón nos ha meti­do en un mar de fango. Porque en eso ha concluido la conquista, jamás logra­da, de Tiwinsa. Estamos enfangados en unas negociaciones que comienzan po­niendo en entredicho la peruanidad de región donde nace el río Cenepa, o sea la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor, territorio reconocido como peruano en 1981 por la delegación mi­litar ecuatoriana presidida por el almi­rante Sorrosa, con comunicación a los garantes. Documento capital en el liti­gio, que el doctor Javier Pérez de Cuéllar hizo resaltar de inmediato, al iniciarse este conflicto, en carta entregada al embajador de Brasil en Lima. Pero do­cumento que el gobierno del presidente Fujimori no ha querido esgrimir, para no dar mérito a sus predecesores -en este caso al presidente Belaúnde-, por­que para Fujimori la República nace con él y con el golpe militar del 5 de abril de 1992. Por algo dijo ese año, en su mensaje a la Nación, que su presencia en Ecuador, y sus gestiones con la presi­dencia ecuatoriana tenían mayor signi­ficación que el Protocolo de Río y la guerra del 41.

Hoy estamos cosechando los resul­tados de esa política exterior aventure­ra, chicha, sin respeto por las tradicio­nes y sin conocimiento de nuestra histo­ria. Gracias a esa política llamada ‘prag­mática’, pero que ha resultado siendo pura y vana improvisación personal, estamos ahora metidos en un pantano, en negociaciones en las que el principal garante, Estados Unidos, parece haber cambiado de opinión, pues el embajador Alexander Watson acaba de declarar, en el Departamento de Estado, ofi­cialmente, que el fallo de Díaz de Aguiar fueron ‘opiniones de un cartógrafo bra­sileño’ y que esas ‘opiniones’ en 1945 fueron superadas el 47 por los trabajos norteamericanos de fotometría aérea, que ‘descubrieron el río Cenepa, ‘por nadie conocido antes’, abriéndose así nuevos planteamientos. En otras palabras, como ha quedado estampado en la declaratoria de paz de Brasilia, la región peruana del nacimiento del río Cenepa es ahora territorio en litigio, tierra de nadie. Los acuerdos firmados en 1981 se los ha llevado el viento!

Estos son los hechos. Hechos que la gran prensa no publica ni comenta, ayudando al gobierno a tener engañado al pueblo, haciendo del fracaso de Tiwinsa una victoria y del ‘conductor de la guerra un ‘héroe’, y prestándose, sin querer queriendo, a la campaña electoral del ‘héroe’ derrotado en el campo militar, en el terreno diplomático en la guerra de la información.

Sin embargo, pese a las primeras páginas, con la foto de Fujimori victo­rioso y sonriente, en hombros de la tropa, la verdad se va abriendo paso en los comentarios de los columnistas, en el filo del lápiz de los caricaturistas y en algunos cables perdidos en las páginas interiores de los periódicos. (De la televisión no hablo para no emplear los robustos adjetivos de Cervantes, que, para algunos, sonarán a lisuras). La verdad se va abriendo paso y se va comprobando que Mario y Álvaro Vargas Liosa no estaban equivocados al apuntar donde apuntaban en sus co­mentarios. Cada día se hace más evi­dente lo repiten ya todos los colum­nistas de nota en la prensa peruana que el presidente Fujimori ha estado usando la guerra y a los muertos de la guerra, a los verdaderos héroes, como instrumentos de su campaña electoral, Y tamaña monstruosidad, de la que se ha hecho cómplice la mayoría de los medios de expresión, tiene nombre que prefiero callar. Como prefiero poner punto final a esta nota y así no tener que referirme a la autocensura de esos me­dios y a los consecuentes negocios que esos medios han convenido con el go­bierno.

El futuro del Perú se hace demasiado incierto, porque tanta, tan sucia y co­barde inmoralidad no puede hacerse eterna.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Otra vez: No a la guerra – Revista Oiga 13/02/1995


Al cierre de esta edición sigue la guerra y siguen - los muertos regando el fango en un rincón perdi­do e infernalmente caliente de la selva amazó­nica. Sigue la guerra, porque cuando hay muertos por docenas en un enfrentamiento armado es guerra y no ‘unas escaramuzas’ ni una ‘guerrita’, como, con sonrisa cachacienta, ha dicho alguien que tiene responsabilidad en la guerra. Los muertos, todos los muertos —nuestros héroes y los del adversario—, merecen cuando menos respeto.

Sigue con “riesgo de escalarse”, una guerra absurda, que debiera pararse ya, al momento. Se trata de una disputa fronteriza que no vale un muerto. Pero que se eterniza por la desin­formación que existe sobre el tema. Una desinformación organizada por el Ecua­dor y que, ni ayer ni hoy, ha sabido ser replicada por el Perú, a pesar de las enormes razones que nos asisten. Da lástima grande, por ejemplo, que en es­tos días el presidente de la República y la casi totalidad de la prensa peruana insis­tan en afirmar algo que no es cierto: que los garantes están de acuerdo con la tesis peruana. No, no es así, desgraciada­mente. Es verdad que no comulgan con los delirios amazónicos ecuatorianas —que es el meollo del conflicto—, pero tengo aquí a la vista las despistadas de­claraciones oficiales norteamericanas, expresadas el martes pasado —7 de fe­brero— nada menos que por Alexander Watson, subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos y ex embaja­dor de Lima. Y esto es lo que dijo Watson, según boletín oficial de USIS: En la déca­da del 40 “hubo una guerra y los ecuato­rianos perdieron mucho de su territo­rio”... “En 1945, un cartógrafo brasileño demarcó la frontera, menos una franja de 78 kilómetros en un área particular­mente difícil de llegar, en la que dio ALGUNAS OPINIONES sobre cómo debería demarcarse”... “Años después... la Fuerza Aérea de Estados Unidos des­cubrió un río cuya existencia nadie había conocido antes, cambiando, por lo tan­to, el conocimiento sobre esa área geográfica y, consecuentemente, de acuer­do a los ecuatorianos, afectando la manera exacta como esta línea debía mar­carse”. También tengo a la vista los semanarios norteamericanos, de difusión mundial, Time y Newsweek, de esta semana, en los que se llega a mayores despropósitos y aberraciones históricas, pero siempre dentro de los lineamientos del departamento de Estado hechos públicos por Watson.

Pero, así, falsas de toda falsedad, éstas son las versiones que circulan por el mundo y por los despachos de los países garantes. Esta es la realidad, que no se desvanece porque nosotros afirmemos que hubiera sido inconveniente replicar a la ofensiva informativa ecuatoriana, porque la ‘saturación’ no es buena. Y no cambia esa realidad porque se añada, con otra sonrisa cachacienta, que habría sido politizar la situación si se hubiera acudido al prestigio y la sapiencia de los señores Javier Pérez de Cuéllar y Fer­nando Belaúnde, para consultarlos y difundir en el exterior las poderosísimas razones que asisten al Perú en esta confrontación de opiniones. El voluntarismo no cambia la realidad. Como no pierde eficacia la diplomacia directa del presi­dente Durán porque el presidente del Perú se le adelante criollamente con un telefonazo a los jefes de Estado visitados por Durán. Ni es distinta la verdad por­que nosotros aseguremos que es una victoria peruana el que Ecuador haya acudido a la instancia de los garantes, cuando es Ecuador, con alguna inten­ción o información que no se conoce todavía, el que ha escogido ese camino.

Hacer periodismo en época de guerra —hoy por hoy— no es tomar como sacrosanta, como palabra de Dios, la versión oficial del gobierno. El periodismo en cualquier época, sea de paz o de conflic­to bélico, debe decir la verdad, lo que cada uno crea es la verdad. Lo que no significa revelar secretos militares ni dar opiniones que desmoralicen a los com­batientes. Aunque, en este segundo pun­to, también hay que tener en cuenta que el silencio, el engaño y la mentira tampo­co vigorizan la moral ciudadana. Mucho menos en un mundo globalizado en el que la información traspasa todas las fronteras.

Esta es, pues, la realidad del desgra­ciado enfrentamiento armado que se desarrolla en la Cordillera del Cóndor. Una guerra tan absurda que muchos en el exterior andan creyendo que nos esta­mos matando porque están en juego unos cerros de oro y un río de petróleo. A muy pocos les entra en la cabeza que el problema es la simple demarcación de 78 kilómetros de frontera entre dos paí­ses que no tienen nada que los distinga uno de otro. Los dos tienen el mismo pasado y la misma lengua aborigen, per­tenecieron al mismo imperio incaico y fueron parte de un mismo virreinato. ¿Por qué se están matando en inhóspitas y enmarañadas quebradas de la amazonía, entre culebras y mosquitos, aprisionados entre el sol, la lluvia y los pantanos, varios miles de jóvenes lati­noamericanos? ¿Acaso no existe la di­plomacia como arma eficaz y no mortí­fera para dirimir diferencias como las que discuten Lima y Quito? Exponga­mos ante el mundo nuestros argumen­tos, que son sólidos como rocas, haga­mos circular los documentos que pusie­ron fin a las hostilidades de 1981 y haga­mos callar a los cañones. No sigamos dando el espectáculo grotesco, tan deli­rante como los sueños amazónicos del Ecuador, de un presidente civil que, se­gún el comandante general de los ejérci­tos, no sólo dirige el frente diplomático sino que, a la vez, comanda directamen­te la guerra, con instrucciones precisas que los militares cumplen al pie de la letra. La guerra es un asunto demasiado serio, demasiado triste y sangriento, de­masiado costoso, para que se juegue con ella y se use para fabricar héroes que no pisan el frente. Digámosle no a la guerra, no les creamos a los que dicen que las guerras son baratas —que cuestan poco—y descubrámonos, transidos de dolor y de vergüenza, con respeto profundo, ante los caídos en esta absurda confron­tación bélica.