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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 1 de mayo de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – ¡Viva la Democracia! – Revista Oiga 17/04/1995


Sigue dando que hablar la apabullante victoria electoral del presidente Alberto Fujimori. Y no es para menos. Pocas veces en los últimos 50 años se ha dado un resultado similar: tres cuartas partes de los electores le han dado su voto, legitimando el mandato presidencial, y ha sido borrada del mapa la totalidad de los partidos políticos tradicionales -en esta oportunidad bien empleado el término-. No es, pues, fácil interpretar el hecho. ¿Cómo explicar que un hombre solo, haciendo alarde de su soledad en el mando y empleando la arbitrariedad, el engaño y la mentira, sin escatimar las dosis, haya podido derrotar a todos los partidos y a la candidatura de uno de los peruanos más ilustres de este siglo?

Habrá que comenzar por advertir, si hacemos algo larga la memoria, que la novedad es más aparente que real. La aparición y desaparición de los partidos es un fenómeno bastante frecuente en el Perú y en algunos otros países latinoamericanos, todavía asidos al magnetismo de los caudillos. (Los tiempos históricos son mucho más dilatados que el recuerdo de las personas).

En nuestros días han muerto los partidos de turno -han muerto y bien harían los partidarios sobrevivientes en darles apacible sepultura para que no hiedan los cadáveres-, van dando el último suspiro de la misma manera como murieron los partidos Demócrata, Liberal y Constitucionalista cuando, al terminar la segunda década de este siglo, emergió la figura enérgica y solitaria de don Augusto B. Leguía, el nuevo y electrizante caudillo que ofrecía, con su mirada de ave de rapiña, una Patria Nueva esplendorosa, basada en el pragmatismo, la modernidad y la esperanza. Junto a aquellas organizaciones políticas, con las que por al­gún tiempo jugó Leguía como con eti­quetas de circo, también arrió bande­ras el Partido Civil, pero el civilismo no murió, quedó agazapado en las depen­dencias públicas y en los salones de los saraos leguiístas, mientras sus figuras históricas fueron languideciendo en el destierro. El espíritu de la vieja Lima virreynal, que eso es el civilismo, so­brevivió a esa catástrofe y fiel a ese espíritu, siempre acomodado a las cir­cunstancias y cambiando sin remilgos de personajes -no necesariamente limeños de nacimiento-, estuvo presen­te en los círculos próximos a Sánchez Cerro y Benavides; retornó al poder con Prado y Odría; merodeó Palacio con los “carlistas” en época de Belaún­de y con los “Doce Apóstoles” en el quinquenio de Alan García; y hoy aplaude al presidente Fujimori. Es el partido que, después de muerto, sigue reinando. Las demás tiendas políticas, igual las de hoy que las de ayer, dejaron en un momento de sincronizar con la sensibilidad de las mayorías y finiquita­ron.

El Partido Civil sobrevivió a su muer­te porque no representa las ideas, el ánimo, la imagen carismática de un hombre, sino el espíritu conservador. Los civilistas peruanos son los conservadores de otros países, que aquí han preferido la sibilina infiltración en todos los gobiernos a mantener viva la organización de un partido político, sujeto a los vaivenes del humor electo­ral.

El Apra ha muerto porque nunca llegó a ser la social-democracia con la que se etiquetó en los ambientes inter­nacionales. Fue el pensamiento un tan­to errático de Haya de la Torre. Un poco marxista, otro poco fascista y un tanto tahuantinsuyano. En resumen: el Apra fue la persona de Haya de la Torre con su inmenso magnetismo ver­bal, sus poses heroicas y el martirolo­gio de sus seguidores. Un gran caudal político, pero ligado a la personalidad del líder como la piel al cuerpo. Muerto Haya era difícil que sus ingeniosas y contradictorias ideas siguieran encan­dilando a las multitudes.

Alan García quiso reorientar a su partido por la senda de la social demo­cracia, pero su conducta lo perdió. No sus errores, porque los errores se corri­gen. Y no ha habido ni hay otro líder que pueda resucitar al difunto.

Ha muerto Acción Popular porque el peso de los años ha retirado de la actividad política a su jefe y fundador, el presidente Belaúnde; cuyas ideas, enraizadas en la emoción telúrica del país, se entremezclan con sentimien­tos socialdemócratas y socialcristianos y son indesligables de su liderazgo, más apegado a la construcción de infraes­tructura en el país desde el gobierno que a la prédica doctrinal desde el lla­no.

Las distintas izquierdas -incluido Sendero- han muerto con la caída del Muro de Berlín y con la debacle de la Unión Soviética y sus satélites de la Europa Oriental. Lo que no quiere de­cir que, con el tiempo, las ideas de solidaridad con los oprimidos y de re­beldía ante el abuso del poder y los poderosos no vuelvan, con otros pos­tulados, a conmover y a movilizar a las masas.

La muerte del Partido Popular Cris­tiano es particularmente triste, porque no es que se haya extinguido el pensa­miento socialcristiano y no es que Luis Bedoya Reyes no sea un alto, lúcido y muy embebido exponente de esta ten­dencia ideológica, sino que la praxis del partido, su irrefrenable afán pactis­ta, lo ha llevado al suicidio. También porque Luis Bedoya no halló reempla­zo a su liderazgo.

¿Explica, sin embargo, la defunción de los partidos la resonante victoria electoral del presidente Fujimori y su rutilante ascenso al estrellato de la po­pularidad en el Perú?

En parte sí. El declive de los partidos -que no se hacía demasiado evidente por los resultados de las elecciones municipales y por el éxito del NO en el referéndum- permitió, sin duda, que Fujimori se fuera afianzando en el lide­razgo nacional. Pero el mayor e inne­gable mérito del actual y ya legitimado presidente ha sido el saber captar el humor del país -aparte de estar iden­tificado, por su origen, con las necesi­dades populares- y el haber tenido ha­bilidad para ganarse el aliento civilista y el apoyo de los círculos financieros internacionales.

Los partidos políticos, base esencial de la democracia, nacen, se constitu­yen, cuando un grupo más o menos numeroso de ciudadanos concuerda con unas cuantas ideas básicas o en una serie de postulados; y, luego de discutir y de rumiar lo planteado, deci­de organizarse, nominando a un líder, sea por la confianza depositada en el elegido o por el carisma que éste haya irradiado. Estos son los partidos doctri­narios -basados en ideas universales y en postulados específicos locales-, son los partidos tradicionales de las nacio­nes civilizadas, adscritas a la cultura occidental.

En los países en formación -y de vez en cuando también en los desarrolla­dos- la muerte y resurrección de los partidos se produce conjuntamente o después de un acontecimiento que ha conmovido a la sociedad, que la ha desgarrado hasta los huesos y la ha hecho perder orientación y guía. De esos sucesos tremendos es que surgen las personalidades que se alzan sobre la tempestad. Y casi siempre, por la natu­raleza del pensamiento humano, son dos o tres esas figuras, representativas de las dos o tres interpretaciones que afloran del suceso conmovedor. Son las ideas surgidas en ese trance y quie­nes las han lanzado al aire los que dan forma a los partidos políticos que na­cen de esas emergencias.

Pero como las ideas siempre son varias -si no fuese así el mundo sería un espantoso y monocorde funeral- el par­tido único viene a resultar una aberra­ción. De allí que no haya democracia sin pluralidad partidaria. Como tam­poco habrá democracia sin división de poderes -cuya antítesis es el fascista contacto directo del líder con la masa­, y sin instituciones sólidas, sin contro­les reales, sin Estado de derecho o sea sin que impere la ley sobre gobernan­tes y gobernados.

Esta concepción de la democracia, que es por la que ha levantado bande­ras en estos días Javier Pérez de Cué­llar y por la que lucharon a contraco­rriente en las últimas décadas Busta­mante y Rivero, Basadre, Belaúnde y otros, no se parece mucho al sistema escogido por el presidente Fujimori para dirigir al país. Por lo menos esto es lo que se desprende de sus declara­ciones, actitudes y disposiciones de gobierno –“si alguno de mis parlamentarios sufre alguna metamor­fosis, lo mocho”–; esto es lo que se deduce de la “democracia directa” pre­gonada por Fujimori, más cercana al modo de gobernar de las autocracias orientales que a los ideales democráti­cos de occidente. “Democracia direc­ta” también próxima al fascismo, siste­ma en el cual, como desea el pre­sidente Fujimori, el pueblo se comuni­ca con el líder sin intermediación de nadie.

Y aquí viene la gran pregunta: ¿Pue­de adaptarse al Perú la concepción autocrática de los gobiernos orienta­les, que es en el fondo fascismo puro, ya que nada hay absolutamente origi­nal bajo el sol? ¿Será cierto que alguna vez en este país se gritó ¡vivan las cadenas!? O, más bien, ¿no han sido frecuentes los alzamientos populares reclamando libertad? ¿Y no dicen las encuestas que las mayorías reclaman democracia?

Lo único que puedo decir es que esta revista, desde siempre, con algu­nos errores en el camino, luchó porque alguna vez esta patria que me duele tanto entrara en razón y comprendiera que el camino al desarrollo, a la estabi­lidad, a la justicia social está en la de­mocracia pluralista, con instituciones fuertes -no con hombres fuertes- en la que la ley impere sobre gobernantes y gobernados. Y OIGA no va a cambiar. No encuentra razón para dar marcha atrás en su posición crítica al régimen, salvo que éste se enmiende, ahora que ha logrado una votación legitimadora.

Con paciencia seguiré esperando que el presidente Fujimori comprenda que la democracia que él anhela no es democracia sino autoritarismo oriental o fascismo. Esperaré un nuevo amane­cer, aún cuando jamás en el Perú haya­mos podido gozar un solo día pleno de democracia. Sólo hemos tenido unos pocos amaneceres y muchas, muchas patrias nuevas, restauraciones, recons­trucciones y manos duras. Demasia­das. ¡Viva, pues, la democracia!, un sistema lleno de errores, pero, hasta ahora, el mejor de los ideados por el hombre.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Entre el ser y el querer – Revista Oiga 15/04/1995


Hubiera querido ocupar­me esta semana de las es­peranzas que estarían despertándose en el país con el pronto inicio de un nuevo período fujimoris­ta. No faltaban signos positivos muy concretos como la com­pra de la mayoría del Banco Continental y la privatización de la central eléctrica de Cahuas, en las que el capital peruano ha jugado un papel protagónico. La pri­mera operación hecha en sociedad con el más poderoso y tecnificado banco es­pañol -en partes iguales el grupo Brescia con el Bilbao-Vizcaya-; y, la segunda, cu­bierta en solitario por el grupo Galsky. Esto indica que el Perú comienza a mo­verse por cuenta propia, que empieza a reencontrar confianza en sí mismo y en las posibilidades del país. También son alentadoras las noticias sobre planes y proyectos -con apoyo exterior- para ir resolviendo con creación de puestos de trabajo, que es remedio estable y produc­tivo, el terrible problema de la miseria que crece y crece sin que las altas clases ni el gobierno se conmuevan debidamente con la desgarradora realidad. Nada con­creto, sin embargo, se ha propuesto has­ta ahora para el problema número uno, hoy, en el Perú: la indispensable activa­ción de la agricultura, cada día más languidieciente -ya casi un cadáver-, a pesar de unas cuantas y deslumbrantes excepciones que ni siquiera rozan el meo­llo del tema, que es el hombre de campo y su futuro. Olvidar que el ser humano es el centro de la creación es hacer de noso­tros máquinas, cosas, chimpancés des­humanizados, unos bien vestidos, bien comidos y con escusados a la medida y otros hambrientos, enfermos, sin ilusio­nes ni papel higiénico. Y un país así divi­dido no es país, no es nación, es una olla podrida de festines y frustraciones que un día ha de explosionar.

Pero estas ideas que ya iba ordenando para extenderme en ellas, de pronto se me borran, pierden mi atención. La actualidad, las noticias de hoy viernes -día que OIGA debe cerrar su edición del lu­nes-, me vuelven a una situación que me gustaría ver superada, que me retrotraen a cosas del pasado que estoy dispuesto a olvidar, siempre, claro está, que queden bien enterradas.

He aquí los hechos: la última semana, la señora Martha Chávez y el hermano del
Comandante General del Ejército pre­sentaron un proyecto de ley exigiendo firmas equivalentes al 5% de los electores inscritos para poder inscribir a un partido político. Un proyecto destinado eviden­temente a borrar del mapa, por ley, a los partidos políticos y a la posibilidad de que se formen otros nuevos. El proyecto era aberrante porque no se puede pedir mayores exigencias para una inscripción que para una descalificación; pues es el pueblo votante -que no son todos los electores- el que decide la eliminación de un partido negándole más del 5% de sus votos. Se trataba de un proyecto tan irracional -no hay un solo país en el mundo que haya legislado algo remota­mente parecido-, se trataba de tan deseo-mina’ disparate que hubo resistencia hasta en las filas oficialistas... Pero todo tiene solución pragmática en el estilo parlamentario creado por el presidente Alberto Fujimori -quien acaba de confiar en rueda de diplomáticos y periodistas extranjeros que “su” Parlamento será un modelo no sólo para América Latina sino para el mundo entero- y la solución fue simplísima: los autores del proyecto lo cambiaron de inmediato por otro, rebajando en un punto la exigencia de las firmas. Igual que en las pulperías, en lugar del 5% pusieron 4%. Y sin debate de siquiera un minuto se pasó a la vota­ción... Así quedaron presuntamente sepultados para siempre los partidos políticos en el Perú, pues esa misma noche el presidente Fujimori firmó la defunción y hoy viernes, o sea en menos de cuatro horas, estaba publicada y con­sagrada la ley.

De nada valió la protesta airada de la oposición y su retiro de la sala. El gesto, más que inútil parecía espectáculo de película cómica ya vista. Demasiadas ve­ces esa oposición, legitimadora del gol­pe del 5 de abril del 92, se había salido del hemiciclo para volver luego ¡a cobrar sus sueldos! Y no faltó quien recordara el tristísimo episodio de los tanques ron­cando por las calles, afirmando que ellos eran el poder... ¿No recuerdan los cece­distas de la oposición esa fecha y la conciencia no les dice que aquella fue una de las tantas oportunidades perdidas para vengar el golpe militar del 92?

Hoy el Perú tiene dos partidos políti­cos que no son partidos: “Cambio 90-Nueva Mayoría”, un conglomerado amorfo sin otra preocupación e inquie­tud que obedecer las órdenes del líder y presidente, y “Unión por el Perú”, otro conglomerado que podría tener un gran­de y hermoso futuro si el embajador Pérez de Cuéllar logra armonizar a todos los sectores de la oposición en un movi­miento popular que logre enraizarse en el sentir, en las preocupaciones y en las esperanzas de las mayorías abandona­das, pero no ofreciéndoles el cielo sino haciéndolas comprender cómo es posi­ble hacer patria con desarrollo para to­dos, armónicamente, dentro de una unión positiva para todos los peruanos.

Otro hecho, mucho más grave aún, ocurrió el mismo jueves: El general Carlos Mauricio, una de las más destacadas figu­ras del Ejército tuvo que hacer frente al interrogatorio de oficiales de rango infe­rior al suyo, hasta que le estalló la presión arterial. De la sala del Tribunal Militar pasó, en calidad de preso, al hospital militar. Su delito: opinar, de acuerdo a los derechos que les otorga la propia Consti­tución del CCD celos militares en retiro. Opinar sobre los errores cometidos por el alto mando en los enfrentamientos béli­cos en el alto Cenepa. Con lo que los responsables de que el Perú no hubiera estado preparado para el conflicto y los que no tuvieron la habilidad para tomar y recuperar los puestos de Tiwinza y Base Sur, los dos en territorio peruano y en manos ecuatorianas, quedaron como héroes, mientras que Mauricio y Ledes­ma han sido declarados delincuentes y condenados por gravísimos delitos cas­trenses que, en buen idioma civil, signifi­ca haber explicado al pueblo la verdad de los hechos.

Pero mejor no sigo porque en ese Tribunal Militar se habría escuchado en estos días algún alegato contra colegas nuestros, acusándolos de haber estado coludidos con el enemigo extranjero. Se trataría de argumentos delirantes de traición a la patria contra los que no quiero topar. Salvo que se pretenda obligarme a decir una mentira: que las tropas perua­nas recuperaron Tiwinza.

No me alegra tener que terminar así esta nota, que estaba iniciando por muy distintos derroteros.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - Repitiendo – Revista Oiga 3/04/1995


El próximo lunes, a la primera luz del amanecer ya se conocerá el resultado consolidado del tinglado electoral montado, como consecuencia del golpe militar del 5 de abril de mil novecientos noventa y dos, para pro­longar el período presidencial con vesti­menta o –mejor dicho– disfraz democrá­tico y legal. No adelantaré, sin embargo, pronósticos sobre unos resultados im­predecibles por el crecido voto escondi­do que es fácil auscultar, sobre todo en las barriadas y en provincias, donde la constante’ presencia militar intimida. a sus habitantes, quienes, además, no pue­den dejar de estar agradecidos por las carreteras y los trabajos de luz y sanea­miento que el Ejército ejecuta en sus zonas a nombre del ‘presidente Fujimo­ri’. Obra física que, para las familias allí asentadas, es maná del cielo; y, para las ciudades, un presente griego, pues les añadirá atractivos para que los peruanos abandonen el campo y prosigan inva­diendo las capitales, poblándolas de pe­digüeños, de gente que pronto advierte el poder de la oferta electoral que cae en sus manos...

Para OIGA ha concluido en esta edi­ción el proceso electoral y nada más puedo añadir sobre unos resultados que, por las características nada democráti­cas del proceso, obedecerán a estímu­los difíciles de descifrar con anteriori­dad a la voz de las urnas.

Por lo demás, la paradisíaca libertad en la que se desenvuelve la prensa en el Perú actual –ver nota en páginas 27 a la 30–, obligó a OIGA a cambiar de imprenta la semana pasada, de lo que resultó, por naturales imprevisiones de esa apurada situación, que la edición apareciera plagada de gruesos errores de corrección y el editorial resultara incomprensible en varios párrafos. Por ello y porque el tema es de singular Importancia en estos momentos en que se va poniendo al descubierto la incom­petencia con la que el jefe del Estado condujo y conduce nuestras acciones diplomáticas y militares en el conflicto con el Ecuador, el editorial de hoy es el mismo de la semana pasada y va a continuación:

Podría ocuparme hoy del vuelco que se viene produciendo en el electorado, cada vez menos dispuesto a seguir de­jándose engañar por las persistentes mentiras del presidente Fujimori y día a día, más proclive a confiar en la senci­llez, el modo afable, el agudo sentido de la ironía de un hombre serio y sólido que fue Secretario General de la ONU y no se mareó con el poder, no se dejó ven­cer por el envanecimiento, ni olvidó su Cordón umbilical con su patria, la de él y de los Pérez de Cuéllar que lo precedieron en estas tierras duras, de arenales inhóspitos, de selvas bravías y de alturas de vértigo y de piel arrugada y yerma. Territorios que guardan con avaricia, ocultas en su seno, riquezas sin fin y que poseen múltiples rincones de verde promisor. Territorio con historia an­tigua, que comenzaron a escribir las civilizaciones preincaicas con sus refi­nadísimas telas y ceramios leves, con los misteriosos pasajes subterráneos de Chavín y sus fieras cabezas clavas, y su lanzón esbelto y sus cóndores detenidos en la piedra. Porque eso es el Perú. Además de las enormes ciudades de barro con sus murales magistralmente policromados y sus oratorios solemnes, colocados frente al mar, que precedie­ron al imperio inmenso, sabiamente or­ganizado, con sus ciclópeas fortalezas de piedra y esas piedras precisas colo­cadas en los picos mágicos de monta­ñas encantadas. También es el Perú el coraje descomunal de los conquistado­res españoles que doblegaron ese Impe­rio, consustanciándose con la tierra, el paisaje y la gente que iban encontrando y los iba deslumbrando. Y sigue siendo Perú nuestra historia republicana. Una historia que no logra crecer, que no sale de su cuna cargada de tradiciones, que repite y repite gestos heroicos coronan­do una derrota. Historia que no ha lo­grado todavía alcanzar el uso de la pala­bra y la razón, y que no cesa de trope­zarse con infortunios sin cuento. ¡Pareciera que fuera otra mentira eso de que Dios es peruano y que lo cierto más bien fuera que los dioses andan enojados con nosotros!

Sólo a un país sumido en el infortu­nio le ocurre lo que me cuenta una persona de mi absoluta confianza: que él ha visto, en manos de un general de nuestro Ejército, el acta de entendimien­to entre el jefe peruano del Cenepa y el coronel ecuatoriano que comandaba las patrullas infiltradas en la zona, para que no hubiera disparos de muerte entre los soldados a las órdenes de uno y otro. El acta está firmada con fecha 13 ó 14 de enero y lleva las rúbricas del coronel ecuatoriano, el general López Trigoso y un testigo. El acuerdo al que se llegó, siguiendo las normas que los militares de ambos países aprobaron en las conversaciones que pusieron fin al conflic­to de 1981, fue sellado en el PV1 bebiendo pisco peruano por la paz. Esas normas de seguridad, para evitar rozamientos bélicos en una región suma­mente intrincada, se habían venido cumpliendo desde el año 81, cuando los almirantes Sorrosa por Ecuador y Du­bois por el Perú, acordaron los térmi­nos del punto final a la infiltración en el falso Paquisha.

¿Por qué el 26 de enero se rompió esa acta de entendimiento firmada para poner fin a unos razonamientos a bala­zos ocurridos días antes entre patrullas de uno y otro bando?... Y aquí comien­zan a encresparse las voces de muchos oficiales peruanos de las tres armas, porque no entienden cómo es que se da la orden de atacar un puesto práctica­mente inexpugnable como Tiwinza, co­locado en un punto inaccesible para la infantería y que sólo kamikazes pueden bombardear desde el aire, tanto por la ubicación del blanco, -por completo fa­vorable a los defensores- como por el moderno armamento de los ecuatoria­nos, adecuadamente preparados para enfrentarse a aviones y helicópteros anticuados y al pesado armamento de nuestros soldados.

De aquí el 9 a 0 en el aire y la mentira presidencial, con Mensaje a la Nación, de la toma y victoria de Tiwinza. De aquí el que la indignación de los milita­res, de los profesionales de la guerra, vaya in crescendo, pues no entienden por qué no se escogió un teatro de operaciones -favorable a nuestras fuerzas, en lugar de situarnos, como nos situamos, en el punto más adverso -para el Perú- de toda la frontera... ¿Que esa era la zona invadida?... Para los militares no es válido este argumento.

Para ellos no hay disculpa al tremen­do yerro de meterse en un fangal con el objetivo en las alturas, en posición por completo desfavorable para los ataques aéreos. Y mucho menos cuando esas infiltraciones no eran recientes ni eran ésas las únicas zonas invadidas. Amén de que el Perú no estaba al día en su armamento -menos para enfrentamien­tos en esa región- y el Ecuador sí y, justamente, con tropa bien entrenada para la zona. ¿Nada de esto sabía el Servicio de Inteligencia y, si lo sabía, cómo y quién hizo la evaluación de la situación y dio la orden de atacar Tiwin­za y no un punto sensible de la geografía ecuatoriana, más apropiada para nues­tro armamento?... La indignación mili­tar tiene razones para crecer y crecer.
No faltarán quienes, con corazón pa­triota al viejo estilo, consideren que este tema no debe ser tocado ahora, que esa es tarea para los historiadores del ma­ñana, y no faltará quien me endilgue el título de traidor a la patria. Y yo respon­do preguntando: si el acta existe y son reales las firmas allí estampadas, ¿por qué va a ser útil ocultarlas hoy -que estamos a tiempo de corregir errores- y por qué ha de ser mejor que las polillas las descubran en el futuro? Actuar a favor de las polillas es hacer de avestru­ces, es esconder la cabeza frente a la realidad, es comportarse como, anti­guamente, se nos enseñaba a no com­portarnos, para no dejar de ser auténti­cos, verdaderos.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Acta de acusa – Revista Oiga 27/03/1995


Podría ocuparme hoy del vuelco que se viene produciendo en el electorado, cada vez menos dispuesto a seguir dejándose - engañar por las per­sistentes mentiras del presidente Fuji­mori y día a día más proclive a confir­mar en la sencillez, el modo afable, el agudo sentido de la ironía de un hom­bre serio y sólido que fue Secretario General de la ONU y no se mareó con el poder, no se dejó vencer por el enva­necimiento, ni olvidó su cordón umbi­lical, su patria, la de él y de los Pérez de Cuellar que lo precedieron en estas tierras duras, de arenales inhóspitos, de selvas bravías y de alturas de vértigo y piel arrugada y yerma. Territorios que guardan con avaricia, ocultas en su seno, riquezas sin fin y que posee múl­tiples rincones de verde promisor. Te­rritorio con historia antigua, que co­menzaron a escribir las civilizaciones pre incas con sus refinadísimas telas y ceramios leves, con los misteriosos pa­sajes subterráneos de Chavín y sus fie­ras cabezas clavas y su lanzón esbelto y sus cóndores detenidos en la piedra. Porque eso es el Perú. Además de las enormes ciudades de barro con sus mu­rales magistralmente policromados y sus oratorios solemnes, colocados fren­te al mar, que precedieron al imperio inmenso, sabiamente organizado, con sus ciclópeas fortalezas de piedra y esas piedras colocadas en los picos mágicos de montañas encantadas. También es el Perú el coraje descomu­nal de los conquistadores españoles que doblegaron ese Imperio, consus­tanciándose con la tierra, el paisaje y la gente que iban encontrando y los iban deslumbrando. Y sigue siendo Perú nuestra historia republicana. Una his­toria que no logra crecer, que no sale de su cuna cargada de tradiciones, que repite y repite gestos heroicos coro­nando una derrota. Historia que no ha logrado todavía alcanzar el uso de la palabra y la razón y que no cesa de tropezarse con infortunios sin cuento. ¡Pareciera que fuera otra mentira eso de que Dios es peruano y que lo cierto más bien fuera que los dioses andan enojados con nosotros!

Sólo así es de creer lo que me ha contado una persona de absoluta con-fiabilidad: que él ha visto, en manos de un general de nuestro Ejército, el acta de entendimiento, entre el jefe perua­no del Cenepa y el coronel ecuatoria­no que comandaba las patrullas infil­tradas en la zona, para que no hubiera disparos de muerte entre los soldados a las órdenes de uno y otro. El acta está firmada con fecha 13 ó 14 de enero y lleva las rúbricas del coronel ecuatoria­no, el general López Trigoso y un tes­tigo: El acuerdo al que se llegó, si­guiendo las normas que los militares de ambos países aprobaron en las con­versaciones que pusieron fin al conflic­to de 1981, fue sellado bebiendo pisco peruano por la paz. Esas normas para evitar rozamientos bélicos en una re­gión sumamente intrincada, se habían venido cumpliendo desde el año 81, cuando los almirantes Sorrosa por Ecuador y Dubois por el Perú, acorda­ron los términos del punto final a la infiltración en el falso Paquisha.

¿Por qué el 26 de enero se rompió esa acta de entendimiento, firmada para poner fin a unos razonamientos a balazos ocurridos días antes entre pa­trullas de uno y otro bando?... Y aquí comienzan a encresparse las voces de muchos oficiales peruanos de las tres armas, porque no entienden cómo es que se da la orden de atacar un puesto prácticamente inexpugnable como Tiwinza, colocando en un punto inac­cesible para la infantería y que sólo kamicases podían bombardear desde el aire, tanto por la ubicación del blan­co -por completo favorable a los defensores- como por el moderno arma­mento de los ecuatorianos, adecuadamente preparados para enfrentarse a aviones y helicópteros anticuados y al pesado armamento de nuestros solda­dos.

De aquí el 9 a 0 en el aire y la mentira presidencial, con Mensaje a la Nación, de la toma y victoria de Tiwinza. La indignación de los militares, de los profesionales de la guerra, va in crescendo. No entienden, si hubo que atacar para presionar a Ecuador por razones de alta política que ellos no juzgan, aunque les moleste el que la firma de un general no haya sido hon­rada, por qué no se escogió un teatro de operaciones favorable al Perú y no, como se hizo, situándose en el punto más adverso de toda la frontera... ¿Que ésa era la zona invadida?... Para los militares no es válido este argumento.

Para ellos no hay disculpa al tre­mendo yerro de meterse en un fangal con el blanco en las alturas, en posi­ción por completo desfavorable para los ataques aéreos. Y mucho menos cuando esas infiltraciones no eran re­cientes ni eran esas las únicas zonas invadidas. Amén de que el Perú no estaba al día en su armamento –menos para enfrentamiento en esa región– y el Ecuador sí y, justamente, bien entre­nado para la zona. ¿Nada de esto sabía el Servicio de Inteligencia y, si lo sabía, cómo y quién hizo la evaluación de la situación para dar la orden de ataque?...La indignación militar tiene razones para crecer y crecer.

No faltará quiénes, con buen cora­zón patriota al viejo estilo, consideren que este tema no debe ser tocado aho­ra, que esa es tarea para los historiado­res del mañana, y no faltará quién me endilgue el título de traidor a la patria. Y yo pregunto: si el acta existe y son reales las firmas allí estampadas ¿por qué va a ser útil o cultivarlas hoy –que estamos a tiempo de corregir errores– y por qué ha de ser mejor que las polillas las descubran en el futuro? Ac­tuar a favor de las polillas es hacer de avestruces, es esconder la cabeza fren­te a la realidad, es comportarse como, antiguamente, se nos enseñaba no de­bíamos comportarnos, para no dejar de ser auténticos, verdaderos.


FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Consecuencias del fracaso de Tiwisa – Revista Oiga 20/03/1995


Montando gigantes potros de mentiras y engaños; abriendo apetitos y esperanzas en una sociedad de mendigos; y repartiendo colegios como caramelos -¡cuando son otras las urgencias de nuestra educación!- el presidente Fujimori ha reanudado su campaña electoral. El reparto de mendrugos sigue a lo grande, no en los pueblos abandonados de provincias sino en las sobrepobladas barriadas de la capital, donde se cosechan votos a costa de despertar ilusiones que seguirán engrosando la corte de los mila­gros que rodea Lima. Todo esto hecho con autos oficiales y helicópteros, con financiación del Estado-o sea de todos los peruanos- o con la ayuda económica de Japón, nación amiga que, seguramente, está enterada de que sus obsequios, por ley y por ética, no pueden ir dirigidos al señor Fujimori Fujimori, sino al presiden­te de la República. Mientras que allá, lejos, en los rincones olvidados del Perú, la campaña electoral de Fujimori la están haciendo persistentemente, por órdenes superiores y vigilancia militar, los prefec­tos, subprefectos y gobernadores. Todo el aparato del Estado, que debiera estar al servicio de los peruanos, de sus necesida­des, ha sido activado desde hace más de un año para servir a los intereses electora­les del candidato presidente. Y esto no es una frase puesta a capricho sobre el pa­pel. Sobran los documentos probatorios del fraude meticulosamente montado por el actual régimen; régimen surgido del golpe militar dado el 5 de abril del 92 para establecer un gobierno de ‘reconstrucción nacional’, que deberá durar veinte años. Sobran y están en manos del periodismo - tanto de los poquísimos medios de difusión que alzan la voz como de los muchos que callan- las instrucciones escritas que, en cadena de mando, salen de Lima y llegan hasta la última gobernación, ordenando el apoyo a la-reelección presidencial. Sobran las pruebas gráficas que ponen al desnudo la ingenua obediencia a algunos pobres gober­nadores: ¡Haber caído en la infeliz idea de convertir el local de su gobernación en sede del partido del gobierno!

Esta es la visible realidad electoral que las empresas encuestadoras tratan de maquillar y de consolidar, elaborando cifras y extravagantes interpretaciones técnico-filosóficas, con el propósito de influir en el ánimo de los electores, por lo general proclives a seguir la corriente ganadora. Los encuestadores peruanos ya están curtidos en estas triquiñuelas del criollismo. Para mantener su credibilidad les basta con acertar 48 horas antes de la elección. Esos resultados calientes -que para lograrlos no hace falta tener montada una encuestadora- son los que exhibi­rán en sus folletos de propaganda como prueba de su eficiencia. Les quedan libres semanas y meses para servir al amo de turno, equivocándose a fondo en por­centajes de vergüenza. Allí están prue­ba los cinco últimos comicios. (Todos ellos, por extraña coincidencia, siempre comenzaron favoreciendo a la candidatura mejor situada en el mercado de valores económicos).

Pero la realidad no es una sola. Frente a lo visible y a lo que nos dicen las encuestadoras, se viene advirtiendo otra realidad. Una realidad escondida, no por oculta menos real, que se advierte en las conversaciones diarias, en la voz de los taxistas, en la de las placeras y en los hombres de la calle comunes y corrien­tes. Es la voz que los canillitas no prego­nan, pero que se pasan entre ellos. Una realidad que comenzó a formarse hace tiempo: cuando la continuidad de las mentiras presidenciales hizo recordar al bacalao malogrado y al no-shock. Una nueva realidad que ha ido creciendo al ritmo de las mentiras y los engaños de un presidente que confunde la estratagema militar con el arte de gobernar.

Otro es el sentir del electorado des­pués de haber comprobado que no sólo no se tomó Tiwinza –como afirmó el presidente Fujimori– sino que se perdió –y quién sabe sea para siempre–; que por haber caído en la trampa de Tiwinza fueron abatidos por los misiles ecuatoria­nos nueve naves aéreas; que por ese mismo error han muerto más de cincuen­ta jóvenes peruanos que hubieran preferido vivir a ser declarados héroes. Otro es el sentir del electorado al enterarse de que la más elemental evaluación del te­rreno y del enemigo obligaba -si la deci­sión era militar- a no plantear la opera­ción en esa zona y -si se actuaba como estadista- a reaccionar como lo hubiera hecho el embajador Pérez de Cuéllar: denunciando la invasión y viajando de inmediato a entrevistarse con los presi­dentes de los cuatro países garantes. De este modo no hubieran tenido que regar con su sangre en esos perdidos y fango­sos parajes de la selva medio centenar de peruanos, pues Fujimori no hubiera dado la disparatada orden dé bombardear Tiwinza con helicópteros y aviones y menos de avanzar sobre ese puesto con la infantería. Esto último no lo digo yo; de ello -de esas órdenes militares- se autoconfesó el propio presidente ante un redactor del New York Times, quien, sorprendido por el fluido lenguaje cas­trense de Fujimori, lo calificó de ‘el Patton peruano’. Eran días en que la victoria parecía estar al alcance de la mano. De este modo pacífico, diplomático, se hu­biera llegado a Itamaraty sin un fracaso militar a cuestas y con las armas del Protocolo intactas. Y no como ahora: derrotados y sin poder probar que Ecua­dor atacó de sorpresa al Perú, ya que la presencia ecuatoriana en territorio pe­ruano no es de hoy sino de años atrás.

Se ha puesto en claro que la batalla, escaramuzas, enfrentamientos o como se quiera llamar al trágico y atroz inter­cambio de muertos -que en paz descan­san- y heridos -muchos de los cuales deambularán más tarde por las calles pidiendo limosna-, fue aceptado por el alto mando peruano en un terreno que nos es por completo desfavorable y que de esa batalla o escaramuza hemos sali­do perdedores. Esto es lo cierto. Esta es la verdad y no lo que dijo y dice el presidente Fujimori. Y esto ya lo sabe la gente. Como pronto sabrá que la firma de la paz de Itamaraty fue otra derrota, consecuencia de la anterior. Es una firma que se nos impuso y que el señor Luigi Einaudi -por fortuna amigo del Perú-será el encargado diplomático de hacerla cumplir “con concesiones de las dos partes” Desgraciadamente, la pregunta que fluye es fatal para el Perú; ¿Están los peruanos dentro del territorio ecuatoria­no? ¿Es el Perú el país que reclama, siquiera una piedra, del otro? ¿Cuál de los dos países será, pues, el sacrificado con las concesiones?