HOMENAJE A DON LUIS
“He creído y sigo creyendo que no es preciso sacrificar la libertad para realizar el progreso; sino que más bien la libre discusión y el respeto a la persona humana, hacen grandes a los pueblos. Es este el progreso que anhelo para mi patria”. (L.M.Q. agosto de 1973).
por FRANCISCO IGARTUA
ATROPELLADO en su ancianidad venerable, despojado, vejado, escarnecido por la fuerza de las armas, ha muerto, cercano a los cien años, Don Luis Miró Quesada.
Murió luchando por reconquistar su trinchera de combate, el puesto desde donde dictó patriotismo a los peruanos y señaló como meta nacional la recuperación de nuestras riquezas y el control de los medios de comunicación y de transporte; haciendo, además, intransferible la capacidad de decisión del Estado peruano sobre su política exterior. Ha muerto, maltratado por los actuales gobernantes del Perú, el máximo combatiente por la reintegración a la Patria de La Brea y Pariñas; el hombre que arriesgó su vida y su patrimonio entero porque el petróleo y todos los minerales de nuestro suelo fueran peruanos; el periodista que persistió casi medio siglo, con admirable tenacidad, en una campaña nacionalista a la que muchos aportaron esporádico entusiasmo y nadie -o casi nadie- siquiera un sueldo. El, que no hizo otra cosa en su vida que periodismo, él, que vivió de su único oficio, escribir, ha muerto despojado de su pluma, amordazado, silenciado por disposiciones tomadas sarcásticamente en nombre de la Libertad de Prensa.
Desde el Perú me dicen que se le han rendido honores oficiales en su sepelio porque fue ministro de Estado o algo así. El hecho me repugna. No merecía semejante escarnio tan insigne patriota. El venerable patriarca del periodismo nacional, el periodista que se enfrentó solo y a cuerpo limpio a la International Petroleum, acarreándose la persecución y el asedio económico del imperialismo petrolero -cuando el imperialismo petrolero era amo del mundo-, no merecía ser ofendido por sus verdugos después de muerto. Más cumplido honor le hicieron al poner en la dirección del diario que le arrebataron a políticos que solo le debían favores y, por último, a quien no tuvo vergüenza en recibir el periódico “Jornada” de manos del dictador Odría y editarlo mientras sus redactores éramos encarcelados, perseguidos o deportados.
Este significativo hecho sirve para borrar el otro: la burla del tatachin de las bandas militares en el cementerio.
Pero no deseo que este breve homenaje, ensombrecido para mí por la obligada nostalgia de la Patria, se limite a los últimos días, cargados de afrentas, de Don Luis Miró Quesada. Quiero que sea de afirmación y de fe en postulados de libertad y en principios de moral periodística que nos unieron fraternalmente, a pesar de la diferencia de edad y de no pocas discrepancias frente al acontecer político y social.
Luis Miró Quesada fue ante todo periodista y un hombre apasionado. Amó y odió con desborde y no cedió un milímetro en la defensa de la libertad de expresión, que es para el periodismo verdadero lo que el agua para el pez.
Fue un intransigente, aunque en descargo de su apasionado temperamento se puede decir que amó sobre todas las cosas al Perú y odió, más que a nadie, a los enemigos tradicionales del Perú. Fue periodista cabal y patriota ejemplar.
Lo conocí años atrás, cuando “El Comercio” me abrió sus puertas para que burlara a la policía de Esparza Zañartu, que me perseguía para hacerme retomar el avión que me conducía de Santiago a Panamá y que yo había abandonado en Lima poniendo fin a mi primer destierro. El comentario de Don Luis Miró Quesada fue corto y elocuente: “Al defenderlo a usted nos estamos defendiendo. No olvide nunca que si no protestamos por cada uno de los atropellos que sufre la libertad en cualquier colega, no podemos reclamar se respete nuestra propia libertad”.
Y aunque en verdad Don Luis Miró Quesada cayó repetidamente en el error de distinguir el periodismo partidario del puro periodismo, siempre fue fiel al lema que he citado cuando se trató de colegas dedicados en exclusiva al periodismo.
Fue por esa razón, como en mil otras y diversas oportunidades, por lealtad principista, que protestamos contra el atropello a la libertad que significó la llamada socialización de la prensa. Además, distinguí en la protesta porque Luis Miró Quesada y su periódico significaban el ejercicio del periodismo como fin y no como medio, porque nunca habían representado intereses ajenos a su opinión de periodistas, no importándome si esa opinión fuera irritante para muchos o discrepante de la mía. Y fue por esa razón -porque no habrá jamás prensa libre mientras no sean libres las prensas para todo aquel que desee ejercer el periodismo en exclusiva- que nos pareció más inicuo que otros el despojo que sufrió Don Luis Miró Quesada cuando un grupo de ambiciosos políticos y arribistas de la pluma ideó la torpe reforma de la prensa que hoy padece el país y que sus infelices gestores apenas pudieron relamer. Sin embargo, no lo mataron. El siguió en la pelea, luchando por reconquistar su trinchera periodística, mientras ellos, como objetos usados, iban siendo barridos a la calle.
¡Que no haya paz en la tumba de Don Luis Miró Quesada! ¡Que su invencible devoción por la libertad de prensa, por el periodismo libre y de combate, jamás deje de florecer sobre su escarnecido y centenario cuerpo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario