Oiga dice la
verdad señor Presidente
FRANCISCO
IGARTUA
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FRANCISCO IGARTUA Director Fundador Fondo Editorial Revista Oiga |
SUPONE usted
bien señor presidente que la información sobre sus residencias publicadas por
OIGA tenia intensión política. No se equivoca usted. Esa era el propósito de la
revista: destacar la demagogia aprista, la incongruencia entre lo que dice y lo
que hace. También deja entrever usted que la nota va conducida a distraer
asuntos transcendentes –con propósitos subalternos, añade el comunicado de su
partido– y aquí yerra usted, señor presidente. Las razones por las que OIGA
publico la información sobre sus residencias no tratan de desviar sino de
centrar el debate sobre estatificación de la banca y no están inspiradas en
inquina personal alguna, menos aun podrían tener animo de dañar honras. Nada de
lo publicado sobre su conducta roza con lo ilegal o desdoroso, como lo
puntualizo la revista.
Lo que sí ha
hecho es salir al encuentro de la desorbitada campaña aprista de apoyo a la
estatificación de la banca, que usted inicio con su gira al norte –en la que se
dedico a enfrentar a los peruanos no sólo por diferencias de credo político y
posición social sino hasta de raza– y que, en estos días, llego en el Senado a
la agresión moral contra quienes poseen residencias en ciertas zonas de la
capital. Los parlamentarios que, siguieron el tema de los discursos
presidenciales, se dedicaron esa semana a injuriar, zaherir, ofender y
descalificar a la oposición, coincidieron en señalar como delito, como
vergonzoso desvarió, el que algunos peruanos tuvieran sus moradas en La Molina,
Chacarilla o las Casuarinas.
En su exceso
demagógico olvidaron estos señores senadores que muchos de ellos mismos viven
en esos barrios, igual que no pocos diputados apristas… y que usted mora en
Chacarilla, señor presidente, aparte de poseer una residencia de playa en
Naplo.
Callar, pues
me era imposible. Hubiera sido traicionar a mi bando, el de la oposición
democrática; opción que escogí por la desconfianza que desde antiguo me inspira
el Apra, por convicción que usted bien conoce, señor presidente. Yo no podía
ocultar algo que está en boca de medio Lima: usted tiene problemas de seguridad
en su casa de Chacarilla y ha estado durante meses tratando de hallar otra
residencia que le ofrezca el resguardo al que cualquier ciudadano tiene derecho
y más aun el presidente de la República. Poseo información de muy buena fuente
sobre esa legítima búsqueda de una residencia para mudarse –algunos de cuyos
detalles figuran en la crónica que usted no comenta en su carta– y también son
confiables las versiones que me llegaron sobre su decisión de concluir la
búsqueda, al satisfacerle las características generales de la residencia de Las
Tres Marías, que la revista fotografió y que un amigo suyo está construyendo no
sé si con ánimo de alquilarla, venderla u obsequiarla. No dijo OIGA que usted
fuera propietario del terreno ni de la casa. No he mentido, pues, señor
presidente, he dicho la verdad. No se ha hablado de la casa de Alan García sino
de la casa para Alan.
Sin embargo,
la importancia de la discusión no está en sus visitas a Las Tres Marías ni en
su incursión en los diseños de la casa, sino en este hecho social: el lugar de
sus residencias, señor presidente. Frente a las destempladas voces apristas,
descalificando moralmente a quienes habitan en los barrios llamados de lujo, se
levanta firme como una roca esta verdad: allí vive usted, señor presidente de
la República, y también allí moran la mayoría de los ministros y muchos
diputados y senadores apristas. La demagogia de los estatificadores de la
banca, la falsedad de las palabras frente a los hechos, queda así desnuda, a la
vista. Que era lo que OIGA quiso exhibir, para probar la hipocresía de la
oposición del partido de gobierno y su tentación fascista.
El Perú, señor
presidente, nos duele a todos. Nos duele su miseria, sus dolores humanos, su
mugre, sus desesperanzas, sus violencias, su retraso económico. En eso no hay
distingos. El Perú le duele a usted tanto como a mí. La diferencia está en que
algunos – que ahora parece que son muchos– no creemos que ese dolor profundo y
triste se resuelva con trasnochadas demagogias que terminan en distribución de
miserias y en liquidación de la libertad. Los demócratas confiamos en la
decisión nacional –tomada por consenso– de transformar el país en una nación
eficaz, eficiente, moderna; con disciplina para el trabajo y la acción social,
con mejores salarios y mayor producción; con voluntad para recuperar el tiempo
perdido y sobrepasar a nuestros vecinos, que nos seguían de lejos y hoy se nos
han escapado hacia adelante.
Permítame,
señor presidente, agregarle estas reflexiones: a su habilidad política –es
usted político desde las uñas de los pies a la cabeza– no le caería bien un
añadido de sosiego y de mesura. No es el mejor de los consejos de Maquiavello
el que alienta a la audacia “porque la fortuna es mujer y se deja ganar por los
jóvenes impetuosos”. La fortuna, como lo dice el mismo Maquiavello en ese
capítulo, dedicado a la menos segura de las formulas de gobierno, es voluble y poco
confiable, no es duradera.
De usted, como
siempre, amistosamente.
Igartua
Fuente: 0iga, Viernes 14
de setiembre de 1987. Sección Editorial
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Edición y Compilación:
Jhon Bazán & Josu Iñaki Bazán