A la hora del aseo diario, en
algún momento, sea en la ducha, frente al espejo o sentado en el wáter, a
Francisco siempre le asaltan imágenes, ideas, recuerdos, saudales, proyectos en
el aire. En su hora de divagar sin ataduras, a pesar, en los últimos meses, de
la insistencia autoritaria de Gustavo:
“Tienes que escribir un libro que
sea historia de los últimos cincuenta años vividos por ti”.
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Con las fiestas patrias VOLVIÓ EL CIRCO
Archivo FRANCISCO IGARTUA
Archivo FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA
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“No fuiste objetivo con Alan
García. A él no lo trataste tan finamente como a Prado. No le distes el
beneficio de la duda. Lo atacaste desde el comienzo. Antes de su primer mensaje
al país. Antes de asumir la presidencia el 28 de julio de mil novecientos ochenta
y cinco”.
Lo que pasa –replica en sus
divagaciones Francisco – es que detrás de lo escrito, de todo lo documentado,
de lo que se llama historia, hay una superficie más íntima, un otro lado
escondido, muchas veces más esclarecedor que el documento escrito, algo que se
quedo sin escribir.
No fue arbitraria la oposición
que mantuvo Francisco –desde el arranque– contra el presidente Alan García. No
fue producto de su pésima opinión sobre el APRA, que venía de años atrás. Fue
por un hecho muy objetivo, mejor dicho por una expresión sumamente reveladora,
que Francisco tomó partido, desde el inicio, contra Alan García. Lo hizo como
director de Oiga, el semanario que refundó al dejar Caretas. Ocurrió en un
desayuno, en casa del poderoso empresario pesquero Isaac Galsky, a pedido
–según cree Francisco- de Alan García, en esos momentos presidente electo, o
sea poco antes de asumir el mando, de cruzarse la banda presidencial en el
pecho y recibir el título de Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, cargo que
daba la impresión de subyugarlo tanto como la presidencia. Fue un desayuno
íntimo, al que asistió, además del espléndido y bondadoso anfitrión, el doctor
Jorge Pastor, eficaz consejero legal de Galsky. Fue un desayuno con manjares
tan especiales que sólo al acaudalado y solícito Isaac Galsky se le ocurre
ofrecer. También fue largo ese desayuno. Se habló de todo y Francisco aprovechó
la ocasión para insistir en dos puntos: en señalar que el problema número uno
en el Perú era el terrorismo, principalmente el de Sendero y en la necesidad de
licenciar a toda la policía para crear otra nueva, totalmente distinta, con
asesoramiento extranjero y con una moral remozada. –Lo que no quiere decir que
vayas a aprovechar la ocasión para hacerla aprista. Alan García era muy aficionado
al tú—, por eso te insisto en que la nueva organización sea conducida por una
misión extranjera, la que evaluaría al personal con limpia foja de servicios,
los únicos que tendrían opción para reintegrarse a la nueva institución. La
mayoría de la actual policía esta corrompida hasta el tuétano y no sirve para
nada, ni siquiera para ser reformada. Y es la policía, con su servicio de
inteligencia, la que debe combatir al terrorismo.
Alan García le dio la razón a
Francisco, aunque le hizo un chiste sobre la apristización de la policía, por
lo que Francisco interpreto que eso –aprovechar a la policía para su partido–
era lo que pensaba hacer. Sobre el terrorismo García fue tajante y lanzó una
frase tremenda: –Los voy a liquidar como sea. No voy a tener piedad. Francisco
no se imagino las masacres en las cárceles que ocurrían no mucho después.
Matanzas que alegraron las estrechas mentes de mucha gente de derecha, porque
tontamente creyeron que con esos asesinatos quedarían aniquilados los comandos
de Sendero. (Todavía no había caído el muro de Berlín y el marxismo estaba vivo
en las universidades, canteras de nuevos cuadros senderistas).
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SIEMPRE UN EXTRAÑO
Archivo FRANCISCO IGARTUA
Archivo FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA |
No sólo se habló de política.
Alan García es hombre ameno, de simpatía desbordante, conversador ágil, amigo
de hacer bromas. Por ejemplo, de pronto se volteó y le dijo a Galsky: - Si te
llaman, no contestes el teléfono. No quiero cadáveres en la mesa. Se refería a
la tarea que cumple en la comunidad judía el audaz pesquero. Galsky estaba
encargado de una misión nobilísima, aunque nada agradable: se ocupa de lavar a
los muertos. Apenas muere un miembro de la comunidad judía, sea rico, pobre ó
mendigo, Galsky sale como bombero al recibir el aviso. Abandona cualquier
reunión, por importante que sea, y acude a la casa del fallecido para cumplir
con el rito del lavado. Un gesto que muestra los afanes espirituales, el alma
delicada, de un hombre que se apasiona haciendo negocios: -yo soy industrial
por las circunstancias. Mi vocación es comprar y vender, es el comercio. Alega
también no ser político. Su política, dice, es “ayudar a los gobiernos para que
los peruanos podamos hacer buenos negocios”.
La conversación que era cordial y
distendida, cambió de un momento a otro gracias a Alan. Bruscamente se enfrentó
a Francisco: - Ustedes los periodistas están acostumbrados a calumniar y que no
les pase nada. Ahora las cosas van a cambiar. Tú, por ejemplo, has dicho e
insistido en Oiga que Corea del Norte me dio dos millones de dólares en una
caja de zapatos. ¡Eso es una calumnia! Por lo pronto, allí no entran dos
millones de dólares. ¿Sabes qué venia en esa caja? – ¿Sólo cien mil?– Alan
García se puso más colérico: -Había una paloma de cerámica y se ve en las fotos
que tomaron dentro de la embajada. (En esos momentos Corea del Norte no tenía
embajada sino una delegación comercial, que se convirtió en embajada durante el
gobierno aprista). –Bueno, seria paloma, pero los rumores hablaban de dólares y
nosotros recogimos esos rumores… de fuentes muy confiables, que nos merece fe.
Y aquí, alzando la voz, Alan García replico con una frase que dejo frío a
Francisco y desconcertó a Galsky y a Pastor. – ¡Tú crees que con dos millones
de dólares yo me iba a quedar aquí!
Era una confesión que lo desnudo.
En aquellos momentos era presidente electo y se pronunciaba como el estudiante
bohemio que había sido en Europa y nunca dejaría de serlo en sus entretelas
íntimas. Francisco nada le contestó. Se quedó mudo unos minutos, anonadado por
lo que acababa de escuchar. Fue Alan el que reanudó la charla en torno amable,
sin tomar en cuenta ni sospechar lo que había dicho. Volvió la cordialidad en
la misma forma exabrupta con la que inició sus violentas quejas por el rumor
hecho público de la caja de zapatos, “con una paloma de cerámica dentro, no con
dos millones de dólares”. Cuando acabo el desayuno y se despidió Alan, amigable
y palomilla como le gustaba ser, Francisco le comentó a Galsky:
-¿Cómo se puede apoyar a un
irresponsable, que ha dicho lo que ha dicho? ¡Que con dos millones de dólares
no se queda en el Perú! Y ya Alan es nada menos que el presidente de este país.
Galsky le rogó a Francisco que no fuera a escribir sobre el tema. El hecho
había ocurrido en su casa y él había invitado al amigo a una reunión informal,
no al periodista. Naturalmente que Francisco no reveló la frase de Alan García,
pero su opinión sobre el flamante presidente ya la tenía formada. Con esas
pocas palabras Alan García se había desnudado moralmente ante él.
Por ello el primer editorial
sobre prado, aunque escéptico, no tenía la dureza con la que Francisco trató al
presidente García desde el mismo 28 de julio de mil novecientos ochenta y
cinco. Sin dejar de añadir excesivos elogios a su elocuencia indiscutible.
Había diferencia entre los dos
presidentes, aunque en algo se parecían. En la frivolidades. También se
parecían en la afición de los disfraces militares, pero en dirección inversa.
Alan García, que venía de abajo, prefería el título y las insignias del jefe
Supremo de las Fuerzas Armadas, mientras que don Manuel Prado, que venía de
arriba y le encantaban las condecoraciones en el frac, prefería el uniforme de
teniente del ejército, sin una sola medalla. Teniente era el grado que se
entregaba a los universitarios al acabar sus estudios. Y es seguro que a Prado
le debió fascinar el apodo que la chispa limeña le coloco: el de “Teniente
Seductor”.
Francisco Igartua Rovira –
“Siempre Un Extraño” – Editorial Santillana S.A. – págs. 276 a 279.
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