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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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domingo, 4 de agosto de 2013

LA TERCERA

BORRADOR DEL MENSAJE DEL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR
AL SOBERANO CONGRESO CONSTITUYENTE DEL PERÚ,
10 DE FEBRERO DE 18251

Señores:

La República se felicita en este día por la reunión de sus Representantes en  medio del triunfo de sus armas y de la paz interior.

Un año a que el Congreso me encargó de la suprema autoridad de la  República con la mira de salvar las reliquias de su patria que se hallaban  nadando en un piélago de infortunios. Este pequeño período parecía destinado por la Providencia para ser testigo de los más extraordinarios extremos de mal y de bien. La República tocaba a su fin; pero el Ejército Libertador por la victoria de Ayacucho la ha reintegrado en la plenitud de sus derechos. Así, mi primer ruego al Congreso es que apruebe la ley de recompensa al Ejército vencedor y que aumente, si es posible, los testimonios de la gratitud nacional hacia el Ejército.

La cuna del imperio de Manco Cápac ha puesto a los pies de los libertadores  las cadenas que en trescientos años se remachaban cada día. El Perú todo ha  entrado bajo el sagrado imperio de la naturaleza; goza de su libertad.

La época de mi administración no puede llamarse sino una campaña; el tropel de los acontecimientos adversos sólo nos prescribía la defensa; por tanto hemos combatido solamente.

El Ejército se ha organizado sobre una base moral y militar que no parecía fácil de lograr en medio del tumulto de las pasiones intestinas que dividían el seno  de la patria. El Ejército del Perú ha vencido en el campo de batalla y además  puede garantizar la paz doméstica. El Congreso y el pueblo peruano deben  contar con él.

Los tribunales se han restablecido de un modo que no puede dejar de producir a los ciudadanos las más lisonjeras esperanzas de orden y de justicia. Yo no  he exigido más que probidad de los candidatos; he desatendido a los  pretendientes, he solicitado la virtud oculta para elevarla al magisterio. Mi  constante principio en esta parte ha sido el muy conocido, aunque desandado, el no emplear sino a los que temen la responsabilidad, a los que huyen de los  destinos públicos. Lo mismo ha sido con respecto a la composición de la  hacienda nacional. Por lo menos ha sido ésta mi intención porque me he  conceptuado responsable ante la República, si despreciaba la oportunidad única que se ofrecía para reorganizar el Estado sobre la probidad y los talentos  de sus más distinguidos ciudadanos sin atender a otra consideración y aún desechando el clamor de los agraviados.

Estoy lejos de pensar que la composición del Estado tal como se ha verificado sea perfecta; por el contrario, creo que el Congreso o el Poder Ejecutivo tendrá que rectificar muchas de mis operaciones administrativas y aún mejor la elección de los funcionarios. Todo ha sido de repente y por lo mismo todo admite mejoras. Con esta mira, mis providencias y mis nombramientos han sido provisorios, momentáneos. Yo no he querido encargarme de la responsabilidad en el futuro, porque no siendo yo peruano, tampoco poseo la ciencia del país y menos aún la conciencia de los hombres, que a decir verdad no conozco ni aún de nombre.

Las rentas nacionales estaban en un desorden lastimoso. Se han aumentado y corregido algunos de los abusos, se han puesto penas terribles contra los agentes del tesoro que contribuyan a defraudar las rentas públicas. Yo sé que las penas capitales participan de la crueldad; pero la existencia del Estado es preferente a todo. Así, no he vacilado en mostrarme severo contra los delincuentes que se alimentan de la sangre de sus conciudadanos. El Congreso sabe que la inmoralidad en esta parte será trascendental a la existencia misma de la sociedad. Por tanto he juzgado de una necesidad vital la publicación de leyes severas.

Nuestras relaciones con la República de Colombia son las que han salvado a la República de su completa aniquilación. Los auxilios de nuestra aliada y confederada no han tenido medida, han sido super-abundantes. Los Ejércitos, los arsenales, el tesoro, el poder todo de Colombia ha volado en nuestra ayuda. Por tanto mi deseo era dirigir una legación cerca del gobierno de Colombia a tributarle la efusión más viva y más cordial de la gratitud peruana.

Mas he dejado este sublime deber, a quien lo puede ejecutar en nombre de la comunidad, en nombre del soberano.

El resto de nuestras relaciones diplomáticas no merecen mencionarse; nadie las ha cultivado, porque la suerte del Perú vacilaba. Ahora que su dignidad se ha recobrado no dejaremos de tener amigos.

Los agentes comerciales de Inglaterra y los Estados Unidos han venido a esta capital a tiempo que los enemigos la ocupaban. El primero falleció desgraciadamente antes de ocuparla nuestras tropas. El segundo está ejerciendo sus funciones en beneficio del comercio americano.

Por nuestra parte hemos conservado un agente en la capital de Chile, con el objeto de conservar las relaciones de amistad en aquella República. Juzgándose ya innecesario allí, se le ha mandado volver.

Hoy es el día, señores, de la libertad del Perú. En Ayacucho se terminó la  guerra continental y en este augusto recinto se le consagra a la nación peruana  el magnífico sacrificio de sus derechos. Hoy es libre, porque hoy no tiene  enemigos y hoy no tiene un dictador. La Constitución, los Representantes del  pueblo, los magistrados que vais a nombrar; estos son los jefes naturales del  Perú. Fuera de ello todo es monstruoso, absurdo. Yo no soy peruano, no soy  ciudadano, pertenezco a otra nación y soy su jefe. Yo no puedo gobernar el  Perú, pero puedo gloriarme de haber visto nacer su libertad de entre sus  ruinas, por la inspiración sublime del Congreso, que nombró la dictadura y  ensartó sus leyes en las bayonetas del Ejército Libertador.

El Congreso queda instalado y yo he terminado mi dictadura.

1 Gaceta del Gobierno de Lima, 13 de febrero de 1825. Tomado de Pedro Ugarteche y Evaristo San Cristóbal, Mensajes de los presidentes del Perú, volumen I (1821-1867), Lima, 1943.


sábado, 3 de agosto de 2013

LA TERCERA

DECRETO DEL CONGRESO CONSTITUYENTE OTORGANDO
NUEVAMENTE PODERES DICTATORIALES AL LIBERTADOR
Simón Bolívar
EL CONGRESO CONSTITUYENTE DEL Perú


Considerando:

1. Que la República queda expuesta a grandes peligros por la resignación que acaba de hacer el Libertador Presidente de Colombia Simún Bolívar, del poder dictatorial, que por decreto de 10 de febrero anterior, se le encarga, para salvarla;
2. Que solo este poder, depositado en el Libertador, puede dar consistencia a la República;
3. Que el Libertador lo ha ejercido conforme a las leyes, en contraposición de las facultades que le ha franqueado la dictadura, dando un singular ejemplo en los anales del mundo absoluto;
4. Que el Libertador se ha resistido a continuar en el ejercicio de este mismo poder, a pesar de habérsele conferido por el Congreso, tanto por la razón que expresa el fundamento 3º, como por la extraordinaria confianza que del Libertador tiene la nacían;
5. Que nunca ha sido observada la ley fundamental, sino bajo la administración del Libertador, a pesar de que ha estado en sus facultades suspender el cumplimiento de sus artículos;
6. Que el Libertador ha dado los testimonios más ilustres de su profundo amor por la libertad, orden y prosperidad de la República y de su absoluta resistencia al mando:

Ha venido en decretar y decreta:

1º El Libertador queda, bajo de este título, encargado del supremo mando político y militar de la República, hasta la reunión del Congreso que prescribe el artículo 191 de la Constitución.
2º Este Congreso se reunir· en el año 26 dentro del periodo que señala la Constitución, en conformidad del artículo 53 de la misma.
3º No podrá· reunirse antes, atendida la moderación del Libertador en procurar siempre la convocatoria de los Representantes del pueblo; pero si podrá· diferirla, por esta misma razón, si lo exigieren la libertad interior y exterior de la República. 4º El Libertador podrá· suspender los artículos constitucionales, leyes y decretos que estén en oposición con la exigencia del bien público en las presentes circunstancias y en las que pudieren sobrevenir; como también decretar, en uso de la autoridad que ejerce, todo lo concerniente a la organización de la República.
5º El Libertador puede delegar sus facultades en una o más personas del modo que lo tuviere por conveniente para el régimen de la República, reservándose las que considere necesarias.
6º Puede igualmente nombrar quien lo sustituya en algún caso inesperado.

Imprímase, publíquese, circúlese y comuníquese al Libertador.


Dado en la sala del Congreso en Lima a 10 de febrero de 1825.- 4º de la República.- José María Galdiano, Presidente.- Joaquín Arrese, Diputado Secretario.- Manuel Ferreyros, Diputado Secretario.

LA TERCERA

DECRETO DISPONIENDO QUE EL LIBERTADOR SIMÓ N BOLÍVAR ASUMA
LA SUPREMA AUTORIDAD POLÍTICA Y MILITAR DE LA REPÚ BLICA,
QUEDANDO EN SUSPENSO LA DEL PRESIDENTE
Y EN RECESO EL CONGRESO
EL CIUDADANO PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA


Por cuanto el Soberano Congreso Constituyente se ha servido decretar lo siguiente:

EL CONGRESO CONSTITUYENTE DEL PERÚ

Usando de la soberanía ordinaria y extraordinaria que inviste y considerando:

1º Que faltaría a la confianza que ha depositado en él la nación si no asegurase, por todos los medios que están a su alcance, las libertades patrias amenazadas, inminentemente, de perderse por los contrastes que ha sufrido la República.
2º Que sólo un poder dictatorial depositado en una mano fuerte, capaz de hacer la guerra cual corresponde a la tenaz obstinación de los enemigos de nuestra independencia, puede llenar los ardientes votos de la Representación Nacional.
3º Que atendidas las razones que se han tenido presentes, aún no es bastante para el logro del fin propuesto, la autoridad conferida al Libertador Simón Bolívar, por el decreto del 10 de setiembre anterior.
4º Que el régimen constitucional debilitaría sobre manera el rigor de las providencias que demanda la salud pública, fincada en que todas parten de un centro de unidad, que es incompatible con el ejercicio de diversas supremas autoridades, a pesar de los extraordinarios esfuerzos y de las virtudes eminentemente patrióticas del Gran Mariscal don José Bernardo Tagle, Presidente de la República, a quien ésta debe en mucha parte su in dependencia y cuyos conatos perfectamente uniformes con los del Congreso, están exclusivamente dirigidos al bien de la nación.
Ha venido en decretar y decreta:
1º La suprema autoridad política y militar de la República queda concentrada en el Libertador Simón Bolívar.
2º La extensión de este poder es tal, cual lo exige la salvación de la República.
3º Desde que el Libertador se encargue de la autoridad que indican los artículos anteriores, queda suspensa en su ejercicio la del Presidente de la República, hasta tanto que se realice el objeto que motiva este decreto; verificado el cual a juicio del Libertador, reasumirá el Presidente sus atribuciones naturales, sin que el tiempo de esta suspensión sea computado en el periodo constitucional de su Presidencia.
4º Quedan sin cumplimiento los artículos de la Constitución Política, las leyes y decretos que fueren incompatibles con la salvación de la República.
5º Queda el Congreso en receso, pudiéndolo reunir el Libertador siempre que le estimare conveniente para algún caso extraordinario.
6º Se recomienda al celo que anima al Libertador por el sostén de los derechos nacionales la convocatoria del primer Congreso Constituyente, luego que lo permitan las circunstancias, con cuya instalación se disolverá el actual Congreso Constituyente.
Tendréislo entendido y dispondréis lo necesario a su cumplimiento, mandándolo imprimir, publicar y circular. Dado en la sala del Congreso en Lima a 10 de febrero de 1824.- 5º y 3º.- José María Galdiano, Presidente.- Joaquín de Arrese, Diputado Secretario.- José Bartolomé Zárate, Diputado Secretario.-
Al Presidente de la República.

Lima, febrero 17 de 1824.- Guárdese y cúmplase este decreto del Soberano Congreso, publíquese por bando y comuníquese a quienes corresponda.- José
Bernardo Tagle, Presidente.- Hipólito Unanue.

 Por tanto ordeno y mando se guarde, cumpla y ejecute en todas sus partes por quienes convenga; dando cuenta de su cumplimiento el Ministro de Estado en el departamento de Gobierno.- Dado en Lima a 17 de febrero de 1824. 5º y 3º.-

Tagle.- Hipólito Unanue.

LA TERCERA

DECRETO NOMBRANDO JEFE POLÍTICO Y MILITAR DE LIMA
AL GENERAL MARIANO NECOCHEA Y CESANDO AL PRESIDENTE JOSÉ
BERNARDO TAGLE, 18 DE FEBRERO DE 18241
D. JOSÉ BERNARDO DE TAGLE,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ

Habiendo el Congreso Soberano conferido el supremo poder dictatorial al  Excmo. Señor Libertador por decreto del 10 del corriente y aceptádolo S. E.  conforme al artículo tercero de dicho decreto, ha nombrado por jefe político y militar de esta capital al general don Mariano Necochea. En su consecuencia le  reconocerán las tropas y autoridades, prestándole al efecto mañana a las once  del día, en el salón del antiguo palacio, la obediencia debida; y cesando en sus  funciones el Presidente de la República, según lo declarado en el mismo  artículo tercero.

Comuníquese esta determinación a quienes corresponda, y publíquese por  bando.

Lima, febrero diez y ocho de 1824.- 5° y 3°.-

Tagle

Hipólito Unánue


1 Denegri Luna, Félix, Obra gubernativa y epistolario de Bolívar, pág. 150. Colección  documental de la independencia del Perú, tomo XIV, vol. 1°, Lima, 1975.

LA TERCERA

MANIFIESTO DEL PRESIDENTE DEL PERÚ,
GRAN MARISCAL JOSÉ BERNARDO TAGLE (MARQUÉS DE TORRE
TAGLE), SOBRE ALGUNOS SUCESOS NOTABLES DE SU GOBIERNO,
DEL 6 DE MAYO DE 1824

El hombre público no es dueño de sus acciones: está obligado a responder de sus procedimientos y dar razón de su conducta. El país en que ha servido es acreedor a su consideración y digno de sus votos. Los míos serán constantes por la felicidad de este suelo.
En el tiempo que ejercí el mando supremo del Perú, nombrado independiente, han ocurrido sucesos notables, para cuyo esclarecimiento mi delicadeza se resiente de ser indispensable publicar algunas confianzas del general Bolívar, que jamás se sabrían si de ellas no se hubiesen querido valer para mancillar mi honor. En tal caso no estoy obligado a observar una consecuencia que me deshonraría y de la que no se ha usado conmigo.
No me detendré en manifestar el interés tan vivo que tomé en evitar las desgracias del Perú. Yo recibí el mando supremo militar en el Callao en julio de 1823; y esta fue la mayor prueba de mi decisión por la felicidad del país. Lo consideré absolutamente perdido desde que el general Bolívar mandó fuerzas a ocuparlo antes de que fuesen pedidas por don José de la Riva Agüero, pues a la llegada a Guayaquil del general Portocarrero ya venían trasportes con tropas a desembarcar en el Callao, sin consultar la voluntad de los peruanos. Desde entonces se decretó el exterminio de este suelo y yo no debí omitir medio para libertarlo de la esclavitud.
Acepté por esto provisionalmente el mando, sin que hubiese casi entrada ni recurso en la capital para sostener las tropas y auxiliar la lista civil; sin embargo, ocurrí a todos del mejor modo posible. Yo deseaba en extremo que el Congreso, fijando su elección en un patricio digno, me relevase de la administración, de que había exonerado antes a don José de la Riva Agüero; pero, disuelto con violencia aquel cuerpo en Trujillo, juzgué de mí deber conservar mi puesto para establecer a toda costa la Asamblea Legislativa.
Más ¿cómo verificarlo sin fuerzas peruanas, y sólo con auxiliares que no querían tomar parte alguna en divisiones internas? Yo estaba persuadido que debía hacerlo y lo hice, desde luego, sin otra salvaguardia que mi aliento y el de mis amigos. Restablecí el Congreso, salvé a varios Diputados, y me gloriaba secretamente de unas acciones que concebí buenas, y las más provechosas por entonces al país.
Llega Bolívar al Callao el 1 de setiembre y se empieza a atizar la tea de la discordia civil. Todo le parece malo y no se embaraza en afirmar a la Comisión del Congreso que fue a felicitarle, ser necesaria una reforma general y radical; es decir, se consideró capaz de dictar la ley al Congreso. No se engañó; el terror se difunde y este cuerpo no pensó ya sino en indagar la voluntad de Bolívar para satisfacerla.
Se le inviste del supremo mando militar y político dictatorial, con degradación de la autoridad que el mismo Congreso me había conferido, arrojándose la semilla de la desunión entre el Poder Ejecutivo y una autoridad extraña y absoluta; se decretan cuantiosas contribuciones superiores a la capacidad y fortuna de los vecinos, se reciben crecidos empréstitos y todo se invierte en hacer excelentes vestuarios a las tropas auxiliares, y ocurrir a sus pagos y socorros puntuales siendo éstas constantemente atendidas con preferencias a las peruanas.
No puede concebirse cuanto tuve que disimular y sufrir, modo imperativo y adusto de que usaba Bolívar para llevar a cabo todas sus ideas sin reparar en los medios; cuánto toleré no sólo a él sino a los coroneles Heres y Pérez, resortes de que se valía para incomodar a cada instante al Gobierno, estudioso siempre de observar la mayor obsecuencia. Sin embargo, yo creía que estaba obligado a hacer estos sacrificios por el Perú, a efecto de que se conservase a su frente un simulacro de autoridad propia, que pudiese oponerse a su vez a las medidas terribles que se empezaban a tomar contra los hijos del país y que crecerían cada día.
Antes de la salida de Bolívar a la costa del norte para pacificar las provincias, me encargó verbalmente que debía ser rigurosísimo con todos los del partido de Riva Agüero, sin que a nadie se perdonase la vida, debiendo desaparecer todos al momento, para evitar los males consiguientes a la dilación. Preso don José de la Riva Agüero y algunos otros en Trujillo por el coronel La Fuente, dio éste parte del suceso al Gobierno que lo trasmitió sencillamente al Congreso, sin pedir pena alguna. Este por su contestación y anteriores decretos, me puso en necesidad de dar la orden para la ejecución de Riva Agüero y la de algunos de sus principales sectarios; más me consolaba la idea de que al llegar aquella no estarían en Trujillo. Mis sentimientos en la materia los comuniqué a Bolívar, en un capítulo de carta que le escribí con fecha 5 de diciembre, y que se halla entre los documentos justificativos bajo el número 1.
La resolución sobre la suerte de Riva Agüero y demás presos, fue emanada del Congreso, y no de mí. Abrí bastante campo para que pudiesen reformarse los decretos que había dictado el Cuerpo Legislativo el 8 y 19 de agosto último, y no me opuse a la idea propuesta por La Fuente de que fuesen a Chile. El Congreso resolvió la aplicación de la pena por un delito clasificado ya por la ley; y en mi arbitrio no estaba dispensarla.
Con esta ocasión diré sencillamente, que fue muy falsa la imputación que se hizo al Gobierno, de haber enviado a Trujillo un individuo para que emponzoñase a Riva Agüero. Cualquier cosa que hubiese dicho, o se le hiciese decir a aquél es falsa, o no tuvo en ella parte ningún miembro del Gobierno. El referido individuo sólo era conocido por su viveza en introducir comunicaciones, como lo había practicado en Lima, cuando sitiaba al Callao el Ejército español.
Fue buscado, pues, para llevar cuatro cartas a Trujillo, con el objeto de conmover esa ciudad, para lo cual se le dieron sólo cincuenta pesos, cuya partida se sentó en la tesorería general. ¿Quién juzgará que con tan poco dinero podía estimularse a la gran empresa que se fraguaba? ¿Quién creerá que se persuadiese Agüero tuviese fácil introducción en su servicio doméstico? La calumnia es muy despreciable; sin embargo se le hizo valer cuanto fue posible.
Habiéndose participado al general Bolívar la pronta ejecución mandada, de las órdenes del Congreso, contra don José de la Riva Agüero y demás de los principales presos con él, contestó al Ministro de la Guerra, que despachaba también por entonces el departamento de Gobierno, en los términos literales que aparecen del papel número 2, datado en Cajamarca el 14 de diciembre de 1823. De él, entre otras observaciones, resultan las siguientes: primera, que el general Bolívar quiso fuesen condenados a muerte todos los partidarios de Riva Agüero y de los españoles que hubiese en la capital; segunda, que mandó salir inmediatamente el Batallón Vargas para la sierra y que lo reemplazase en el Callao el del Río de la Plata. Allí se hallaba este cuerpo, cuando se trató de negociar con el Ejército español.
El general Bolívar dio la idea y no quiso aparecer en público, acaso para que se creyese que el Gobierno vendía el país, y que él lo salvaba triunfando de los españoles, sin que se les cumpliese promesa alguna. Más el Gobierno se manejó con todo el carácter de justicia, honradez e interés por el Perú que podrían esperarse.
Con fecha 11 de enero me dirigió el general Bolívar la carta número 3, por la que me recomendó hasta el extremo un negocio muy importante que comunicaba con la misma fecha al coronel Heres. Tal fue el que contenía la carta de su secretario interino Espinar, número 4, que me confió original con mucha reserva dicho coronel y que le devolví después de copiada.
Al momento que estuve instruido de todo, tratamos el Ministro de la Guerra, el coronel Heres y yo, de plantificar el proyecto del general Bolívar; y como éste no quería aparecer en público, puse de común consentimiento al Presidente del Congreso la nota número 5, a que se contestó con otra aprobatoria, en el supuesto de que al Gobierno constase la voluntad de Bolívar en el particular. A esto hace referencia la carta que en 16 del mismo enero dirigí al referido general, y se señala con el número 6, siendo también un comprobante la del coronel Heres del 15, número 7. Todo lo predicho, manifiesta el acuerdo que quise tener en este negocio, hasta en los más pequeños pasos.
En tales circunstancias y encargado de acelerar la negación predicha, llegó a Lima, procedente de Pativilca, el coronel Pérez, secretario del general Bolívar; quien tuvo con el Ministro de la Guerra y conmigo una conferencia el 17 de enero, según el documento número 8. Allí expuso que en caso de no querer los españoles tratar sobre la convención preliminar de Buenos Aires, podía proponérseles una particular con el Perú, como quería dicho general; y quedó así resuelto reservadamente. En virtud de todo se extendieron los respectivos poderes; con la misma fecha se pasó al Excmo. Señor Virrey La Serna el oficio número 9, y se dieron al ministro plenipotenciario las instrucciones que aparecen de los papeles números 10 y 11.
Con estos datos marchó el Ministro a Jauja y habiendo entrado en este pueblo el 26 de enero, supo allí por el señor mariscal de campo don Juan Antonio4 Monet, que al día siguiente vendría de Huancayo de parte de S. E. el general en jefe, el señor general Loriga, jefe de Estado Mayor General, a tener una entrevista con dicho ministro y recibir los pliegos que le diese. En esta virtud, le entregó dos para el Excmo. Sr. La Serna; el uno que aparece bajo el número 9 y otro con el número 12, acompañados del oficio y carta para S. E. el general Canterac, números 13 y 14; cuyas contestaciones son las de los números 15 y 16.
La conferencia que tuvo el general Loriga, fue puramente particular; porque aseguró éste desde el principio, que sólo el Excmo. Sr. La Serna podrían contestar definitivamente. En ella como en todo lo demás procedió el ministro a preparar negociaciones privativa y exclusivamente bajo la base de la independencia; y así solicitó, como propuso el general Bolívar en defecto de la accesión a la convención preliminar de Buenos Aires, un tratado particular de unión y amistad con el Perú bajo la base referida.
Habiendo dado cuenta religiosamente de todo lo obrado al general Bolívar, me escribió la carta aprobatoria, que aparece bajo el número 17. Por ella se demuestra, que cuanto obré sobre la materia se hizo con su acuerdo; y que todo lo que propuso el ministro fue con arreglo a lo prevenido, sin que se separase un punto de sus instrucciones. Sólo había una diferencia. El general Bolívar, deseaba que el convenlo particular con los españoles no se hiciese aunque fuera bajo la base de la independencia; quería que se propusiese una cosa que no se había de cumplir y yo estuve siempre decidido a obrar de buena fe, a llenar exactamente mis deberes y a dar la paz al Perú, uniéndose sinceramente españoles y peruanos.
¿Quién no graduará esta conducta de la más honrada y beneficiosa al país? Si el fin de la guerra era lograr la independencia; si ésta se podía conseguir sin sangre, y sin aumento de sacrificios en un territorio devastado ¿por qué el general Bolívar quería aventurar el fin al éxito incierto de una batalla? ¿Por qué había de perecer en ella una gran parte del Ejército peruano, que debía servir para la custodia, de este suelo? ¿Por qué en caso de triunfar las fuerzas de Colombia, había de quedar el país a merced de Bolívar y decidir éste exclusivamente de su suerte y destino? ¿Qué hombre honrado en mi caso, habría tomado un partido tan miserable y desesperado? Mi ánimo era que terminase la guerra; y lo era también el del Congreso, manifestado suficientemente en la orden de 14 de enero último, número 8.
Estoy seguro de que mi conducta en el particular sólo puede parecer mala al general Bolívar y a sus ambiciosos satélites; pero no a pueblo ni habitante alguno de la tierra. Ante Dios y los hombres está satisfecha mi conciencia de haber procedido con rectitud. Debí mucho a los pueblos por haber depositado en mí su confianza; yo satisfice esta deuda procurando su bien y prosperidad a costa de mil riesgos y sacrificios. Algún día se graduarán mis acciones dignamente; y la imparcial posteridad me hará justicia, sin que sea agitada por las pasiones de algunos ilusos, ingratos e intrigantes.
Esperaba yo ansiosamente una contestación del Excmo. Virrey sobre las negociaciones indicadas, cuando las tropas que guarnecían la plaza del Callao, denegaron la obediencia a las autoridades independientes. Sucedió esto a los tres días de haber llegado a Lima el Ministro de Guerra de regreso de Jauja; y los enemigos del orden bien satisfechos de que el Gobierno no tenía parte alguna en aquélla revolución, trataron de inducir sospechas contra él.
Careciendo yo de todo antecedente sobre esta mutación, creí francamente y creyeron muchos, que ella había sido un ardid político y militar de que se valía el general Bolívar, con el doble objeto de derribar un Gobierno al que no podía abrir brecha decorosamente y de batir las fuerzas españolas que viniesen a socorrer las fortalezas.
Muchos datos concurrían a hacer valer esta presunción. El general Bolívar, no sólo me encargó expresamente desde Cajamarca con fecha 14 de diciembre último, que saliese del Callao el Batallón Vargas y fuese relevado por el del Río de la Plata, sino que en carta de 7 de enero de este año, número 19, en que avisa haber sabido el movimiento de los granaderos de este cuerpo en Lima, manda este pronto para marchar, como después dispuso que marchase el Batallón Vargas, y que se defendiese el Callao con las tropas del Perú y del Río de la Plata.
El coronel Heres, en 9 del mismo mes, en carta número 20, me recomienda muy particularmente de parte de Bolívar llevar a cabo sus indicaciones contenidas en oficio de 14 de diciembre desde Cajamarca; es decir, la misma orden sobre mutación de cuerpos, y que fuesen fusilados todos los realistas y facciosos o sectarios de Riva Agüero.
Más no sólo las tropas fueron puestas a satisfacción del general Bolívar, sino que en los días próximos anteriores al movimiento del Callao, vino nombrado por el mismo de gobernador de aquella plaza, el general Alvarado, y removido sin causa ni motivo alguno el coronel Valdivieso, que lo era en propiedad; habiendo sucedido también lo mismo pocos días antes, a solicitud del general en jefe del Ejército del centro don Enrique Martínez, al comandante de uno de los fuertes don Francisco Cavero y Sifuentes.
Este conjunto de mutaciones y variaciones extraordinarias y casi simultáneas, ofrecían datos probables para fundar mi presunción; pero otros más concurrieron a afirmarla. No pudiendo yo concebir que hubiese descuido o inexactitud en el servicio de la plaza, ni en el económico de los cuerpos, me admiraba de no haber recibido indicación alguna anterior por parte del gobernador de la plaza; de que ningún jefe ni oficial hubiese penetrado nada en la materia y, finalmente, de que los generales de los Andes ofreciesen a cada instante seguras esperanzas de recuperar los castillos.
Todo esto me hacía creer, que el doble objeto de la revolución era deponer al Gobierno y batir a los españoles; mucho más, cuando al pasarse a ellos el oficial colombiano Ugarte, ayudante del coronel Heres, se le encontró con pasaporte verdadero o fingido de éste. Tal casualidad, inducía la sospecha de un aviso detallado e insidioso que llevase Ugarte, y de una pronta venida al Callao de fuerzas españolas. Posteriormente se sabe por notoriedad, que los autores del movimiento del Callao, fueron sólo el coronel Moyano, y el teniente coronel Oliva, quienes formaron su plan con anticipación, no contando con auxilio alguno externo para realizar la empresa.
De resultas de la pérdida del Callao el general Bolívar, atropellando la representación que yo ejercía, comisionó al general Martínez para las avanzadas medidas que constan de la copia número 21, dirigida al Ministro de la Guerra, con la nota número 22. Como, según las órdenes recibidas, quisiese Martínez que muy en breve marchase la infantería quedando la capital indefensa y sin poder ser guarnecida del modo correspondiente, cité a junta de generales, en la que leídas dichas instrucciones, fui de dictamen no saliesen las tropas; lo que quedó acordado por la junta. Así libré a la capital de la terrible catástrofe que iba a sufrir con las resoluciones del general Bolívar, servicio que acaso no será bien graduado por no ser conocido.
Entre tanto, separándose Bolívar totalmente del conducto del Gobierno que aún subsistía, y sin miramiento alguno al Congreso, dirigió con fecha 10 de febrero al general Martínez la escandalosa nota número 23, que éste acompañó al Gobierno con el oficio número 24. Consultado el Congreso sobre todo lo ocurrido, su resolución fue la contenida en la orden número 25.
Estaba suspenso el cumplimiento de las determinaciones de Bolívar, cuando se aparece el general Gamarra como comisionado para realizar los encargos hechos a Martínez. Se avisó de esta ocurrencia al cuerpo legislador, única autoridad superior que podía yo reconocer y expidió la orden de suspensión que aparece del papel número 26. No había remedio. El Presidente de Colombia quería que en el Perú se llenasen sus mandatos y había de hacerse.
Investido ya con el carácter dictatorial, sin aguardar que la autoridad representativa mandase poner al decreto el guárdese y cúmplase, como tenía prevenido, nombra al general Necochea por jefe político y militar de la capital, previniéndole llevase adelante sus órdenes, en cuya virtud, con consentimiento del Congreso, entregué el mando a Necochea el 17 de febrero anterior, después de recibir la nota número 27.
Así terminé en el Gobierno Supremo del Perú, llamado independiente, que con tanta repugnancia había mantenido, y que sólo conservé por libertar al país de autoridades intrusas. Fue por este motivo, que lo admití en el Callao, del general Sucre, y que no me desprendí de él a la llegada de Bolívar, sin embargo de habérseme instado fuertemente por medio del Diputado Carrión.
Cuando el Congreso para nombrar dictador a Bolívar envió a saber mi voluntad por el conducto del doctor Arce, le contesté: que como hombre público cumpliría inmediatamente lo que resolviese la Asamblea peruana, a efecto de que no se me creyese ambicioso del mando. En efecto, yo lo conservé mientras lo creí indispensable para no permitir el sacrificio del país, ahora que el de la capital se me ha ofrecido por el Gobierno español, no lo he aceptado, respecto a que no hay al presente peligro alguno ni necesidad absoluta de mi persona.
Separado yo del Gobierno, Bolívar trató de coronar su obra mandándome aprehender para fusilarme, como también a muchos ilustres y respetables peruanos, que podían, según su concepto, hacer frente a sus designios. El Ser Supremo nos ha salvado y puesto bajo la protección del Ejército nacional.
Nosotros trabajaremos incesantemente por la felicidad de nuestro país, coadyuvando siempre a su mayor prosperidad y a frustrar los progresos de ese tirano. Su ambición desmesurada no se cebará en el Perú, ni él dominará sobre hombres ilustrados y de carácter.
Es tan verdadero que Bolívar ha tratado de perseguir sin causa a todos los peruanos de aptitudes y que pueden figurar, que cuando al general de brigada La Fuente se debió la última transformación de Trujillo, y que se titulase aquél Pacificador del Norte, trató al instante de derribarlo. La Fuente hizo que se sostuviesen los coraceros peruanos y escarmentasen a los húsares de la guardia de Bolívar que querían atropellarlos. Desde entonces decidió éste separarlo de la Presidencia de Trujillo y del Ejército y remitirlo a Chile, bajo los pretextos miserables y pueriles que aparecen de su carta número 28. En ella reprueba también la conducta observada con Riva Agüero, cuando él obligó a tenerla, le dio una total aprobación, y quiso ampliarla extensamente, según consta de su oficio del 14 de diciembre último, número 2. En cuanto al general Santa Cruz, indica bien dicha carta el antiguo odio que le profesa el Presidente de Colombia, y ha manifestado siempre de palabra, ratificándolo por las repetidas instancias que me hizo el general Sucre para que él y Santa Cruz fuesen juzgados en Consejo de Guerra a causa de los últimos sucesos del sur. El objeto era perder al último y por lo mismo me abstuve de acceder al propósito.
Yo me complazco con la idea lisonjera de que durante mi Gobierno, en los tiempos más turbulentos y en medio de una guerra civil, ha permitido la Providencia que no se derrame ni una gota de sangre. Algunas medidas serias han sido indispensables tomar para que la anarquía no nos devorase; más todo peruano fue puesto en libertad por mí y mandado restituir a sus hogares antes de dejar el mando. Este lo he obtenido sin percibir ni un real de sueldo, como Jefe Supremo, porque se socorriesen los más necesitados, auxiliando de mis bienes a muchos, y gravándome para sostener con lustre el rango que obtenía.
Mi administración la creo marcada con el sello de la piedad, de la justicia y el desinterés; y si mi Gobierno no fue el mejor, sus intenciones han sido las más rectas y extrema su pureza. Unido ya al Ejército nacional, mi suerte será siempre la suya. No me alucinará jamás el falso brillo de ideas quimérica que, sorprendiendo a los pueblos ilusos, sólo conducen a su destrucción y a hacer la fortuna y saciar la ambición de algunos aventureros. Por todas partes no se ven sino ruinas y miserias. En el curso de la guerra, ¿quiénes sino muchos de los llamados defensores de la patria han acabado con nuestras fortunas, arrasado nuestros campos, relajado nuestras costumbres, oprimido y vejado a los pueblos? Y ¿Cuál ha sido el fruto de esta revolución? ¿Cuál el bien positivo que ha resultado al país? No contar con propiedad alguna, ni tener seguridad individual. Yo detesto un sistema que no termina al bien general y que no concilia los intereses de todos los ciudadanos.
¡Oh Perú! Suelo apacible en el que vi la luz primera; suelo hermoso que pareces destinado para habitación de los dioses, no permitas que en tu recinto se levanten templos a la tiranía bajo la sombra de la libertad. No creas que se trabaje por hacerte feliz a pretexto de una falsa igualdad; desde el instante que sucumbas, un poder colosal te oprimirá con el peso del más cruel despotismo.
Ahora mismo lo sufren los pueblos que domina Bolívar, y lo sufrirían todos los Estados de América si la suerte le fuese favorable. De la unión sincera y franca de peruanos y españoles todo bien debe esperarse; de Bolívar, la desolación y la muerte.

Lima, marzo 6 de 1824.


El Marqués de Torre Tagle. el Gobierno, de que un individuo desconocido para Riva

LA TERCERA

SE NOMBRA PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA RepUblica AL
GRAN MARISCAL DON José BERNARDO DE TAGLE
EL CIUDADANO PRESIDENTE DE LA Republica
POR LA Constitución PERUANA

Por cuanto el Congreso ha sancionado lo siguiente:

EL CONGRESO CONSTITUYENTE DEL Perú

En conformidad por lo dispuesto por el artículo 1º del decreto de hoy;
Nombra:

Presidente Constitucional de la República al Gran Mariscal don José Bernardo
Tagle.

Tendréislo entendido y dispondréis lo necesario a su cumplimiento mandándolo imprimir, publicar y circular. Dado en la sala del Congreso en Lima a 18 de noviembre de 1823.- 4º y 2º.- Manuel Salazar y BaquÌjano, Presidente.- Manuel Muelle, Diputado Secretario.- Miguel Otero, Diputado Secretario.

Por tanto, ejecútese, guárdese y cúmplase en todas sus partes por quienes convenga. Dar cuenta de su cumplimiento el Ministro de Estado en el departamento de Gobierno. Dado en Lima a 18 de noviembre de 1823.- 4º y 2º.


José Bernardo de Tagle.- Por orden de S. E. Juan de Berindoaga

LA TERCERA

MENSAJE DEL PRESIDENTE TORRE TAGLE AL JURAR, ANTE EL
CONGRESO, LA Constitución DEL ESTADO1


Señor:
Este día en que he venido a prestar el juramento debido a la Constitución Política que ha formado el Soberano Congreso, es, sin duda, el más placido día de mi vida.
Este Código en que esta· consignada la suerte del Perú, que nivela ante la ley al primer magistrado con el ˙último súbdito, al más poderoso ciudadano con el más infeliz, será para mí inviolablemente observado. Yo lo respetaré y haré respetar por todos, castigando severamente al que se atreva a infringirlo y si hasta ahora he manifestado mi sumisión a todas las resoluciones de la Representación Nacional, yo prometo en adelante tributar el mismo homenaje, la misma veneración, a la Gran Carta, cuya obediencia acabo de jurar.
El cielo es testigo de la sinceridad de mis promesas: el cielo me castigue si falto a ellas y caiga sobre mí la execración del pueblo peruano y de todos los hombres.


1 Obin y Aranda, Anales Parlamentarios del Perú, págs. 279-280.

LA TERCERA

SE NOMBRA AL GRAN MARISCAL DON José BERNARDO DE TAGLE
PRESIDENTE DE LA Republica DEL Perú
D. José BERNARDO DE TAGLE, PRESIDENTE DE LA Republica
DEL Perú

Por cuanto el Soberano Congreso se ha servido decretar lo siguiente:

EL CONGRESO CONSTITUYENTE DEL Perú

Por cuanto se halla vacante la Presidencia de la Republica por haber sido exonerado de este cargo don José de la Riva Agüero, en virtud del decreto de 23 de junio último.

Ha venido en nombrar Presidente de ella al Gran Mariscal don José Bernardo Tagle.

Tendéroslo entendido y dispondréis lo necesario a su cumplimiento, mandándolo imprimir, publicar y circular. Dado en la sala del Congreso a 16 de agosto de 1823.- 4º y 2º.- Justo Figuerola, Presidente.- Jerónimo Agüero, Diputado Secretario.- Manuel Ferreyros, Diputado Secretario.-

Por tanto ejecútese, guardeses y cúmplase en todas sus partes por quienes convenga. Dar· cuenta de su cumplimiento el respectivo Secretario. Dado en Lima a 16 de agosto de 1823.- 4º.-2º.-JosÈ Bernardo Tagle.- Por orden de S. E.


Dionisio Vizcarra.

LA TERCERA

DECRETO DISPONIENDO QUE DON JOSÉ BERNARDO DE TAGLE
CONTINUE COMO JEFE SUPREMO POLÍTICO Y MILITAR DEL PERÚ
7 DE AGOSTO DE 1823
DON JOSÉ BERNARDO TAGLE, GRAN MARISCAL DEL EJÉRCITO Y
JEFE SUPREMO POLÍTICO Y MILITAR DEL PERÚ, ETC., ETC., ETC.

Por cuanto el Soberano Congreso se ha servido decretar lo siguiente:

EL CONGRESO CONSTITUYENTE DEL PERÚ

Que en conformidad con lo resuelto por los soberanos decretos de 19 y 23 de  junio último, cuya circulación queda ordenada, y del expedido por el supremo jefe militar de la República, Antonio José de Sucre, en 17 de julio posterior en  que encargó el alto mando del país al Gran Mariscal don José Bernardo de Tagle, concurriendo en sus personas cuantas circunstancias se requieren para  llenarlo, se continúa al expresado Gran Mariscal en el mismo cargo, reunido  con el mando político y con todas las facultades que sean necesarias y  conducentes para cortar de raíz los males que son consiguientes a los  escandalosos acontecimientos del norte y cuantos puedan amenazar la  seguridad pública.
Tendréislo entendido y dispondréis lo necesario a su cumplimiento,  mandándolo imprimir, publicar y circular. Dado en la sala del Congreso en Lima y agosto 7 de 1823. Tiburcio José de la Hermosa, Vicepresidente.- Gregorio Luna, Diputado Secretario.- Pedro Pedemonte, Diputado Secretario.- Al jefe supremo del Estado.- Por tanto mando se guarde, cumpla y ejecute en todas  sus partes por quienes convenga. Dará cuenta de su cumplimiento el  respectivo Secretario.- Dado en Lima a 7 de agosto de 1823.- 4º.- 2º.-

José Bernardo Tagle. Por orden de S. E. Dionisio Vizcarra.

LA TERCERA

DECRETO DISPONIENDO QUE SE ENCARGUE DEL MANDO DE LA
REPÚBLICA EL GRAN MARISCAL BERNARDO DE TAGLE,
17 DE JULIO DE 1823
ANTONIO JOSÉ DE SUCRE, GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO UNIDO,
LIBERTADOR DEL PERÚ


Evacuada la capital de Lima por el Ejército real, la seguridad, el orden y la  salud pública exigen depositar el alto mando del país en un jefe que con las  facultades precisas lo organice y que la ejerza con la investidura necesaria  para dar marcha a todos los negocios en tanto se vuelva a esta capital el  Supremo Gobierno de la República. En consecuencia autorizado por los  soberanos decretos de 19 y 21 de junio último, he venido en decretar:

1. El Gran Mariscal don José Bernardo de Tagle se encargará del alto  mando del país en tanto llegan los magistrados de la República.
2. Sus facultades serán organizar el territorio libertado, conforme a las  instituciones de la República, y restablecer la marcha de los negocios  públicos como se hallaban antes de la invasión de los enemigos a la  capital.

Dado en Lima, a 17 de julio de 1823.- 4°.

Antonio José de Sucre.- José de Espinar, secretario.

Por tanto ordeno y mando, que el Gran Mariscal D. José Bernardo de Tagle,  luego que llegue a esta capital, sea reconocido y otorgue el juramento de estilo  como encargado del alto mando del país, en los términos que previene la orden  que antecede y que para su efecto se imprima este decreto, se publique y  circule.

Lima y julio 20 de 1823.- 4° y 2°.

Tomás Guido.

Por mandato de Su Señoría.- José Antonio de Cobián

LA TERCERA

DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONGRESO CONSTITUYENTE,
MANUEL SALAZAR Y BAQUiJANO, AL JURAR TORRE TAGLE LA
CONSTITUCIoN1
Ciudadano Presidente:
El Soberano Congreso os presenta en este Código sagrado que acabáis de jurar la ley fundamental de la Republica. Como primogénito de nuestra generación política, os comisiona para que lo coloquéis en el trono que debe regir a unos pueblos que no reconocen más imperio que el de las leyes.
Como primer magistrado os recomienda su vigilante custodia. El supremo poder que os condecora esté siempre alarmado para castigar severamente la sacrílega mano que intente dilacerar la menor de sus páginas. El lleno de tan sublime ministerio se trasmitir· a las generaciones futuras cuando recuerden que el hijo del Perú, por su reverente sumisión ante el solio de la ley y por su infatigable desvelo en su guarda, devolvió a sus pasteros ilesa la gran carta de ciudadanía de sus hermanos. ¡Oh benemérito republicano! El solemne voto que habéis pronunciado os prepara a expedir los altos deberes que os ha impuesto la soberanía.
Constituidos garantes de su ejecución vuestro honor y virtudes cívicas, la patria presagia próximas ya las felicidades que espera.


1 Obin y Aranda, Anales Parlamentarios del Perú, pág. 279

LA TERCERA

DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONGRESO CONSTITUYENTE,
MANUEL SALAZAR Y BAQUiJANO, AL APROBARSE LA PRIMERA
Constitución Política DEL Perú, EL 12 DE NOVIEMBRE DE 18231


Representantes del Perú:
Os habéis reunido en este santuario de la ley, para dar el último testimonio de haber desempegado la más interesante obligación que os impusieron vuestros comitentes. Si, venís a suscribir la Constitución que acabáis de sancionar.
Por este solemne acto aparece a la faz del universo ya constituida la República Peruana: día fausto para la patria. En este momento sepúltense en perpetuo olvido aquellos malhadados en que parecía vacilar la fortaleza de nuestra soberanía, para levantar con una mano el mayor de los edificios que pueden proyectar los mortales y con otra, inflexible, luchar con las insidias y agresiones de los enemigos internos y externos. Desglásense de los fastos de este Soberano Congreso tan manchadas páginas y archívense solo para eterna memoria de incontrastable constancia. Pero, señor, funestos recuerdos no marchiten las glorias presentes. Apresúrese vuestra soberanía a prestar el sacro don que tanto anhelan los hijos del Sol; y pues alta dignación me coloca en esta primera silla, sea el primero que, firmando la gran Carta de nuestra libertad, dirija voto irrevocable al Supremo Dispensador de los derechos del hombre, de que ratificaré a su vez con mi sangre el sello que voy a estampar.



1 Obin y Aranda, Anales Parlamentarios del Perú, pág. 278.

LA TERCERA

PROCLAMA DEL CONGRESO CONSTITUYENTE, A LOS PUEBLOS DE LA
Republica, AL PROMULGARSE LA PRIMERA
Constitución Política DEL Perú, EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1823


A todos los pueblos de la República:
Llegó el día en que recogido el fruto más precioso de la independencia, veis colmados solemnemente vuestros votos. Estáis constituidos y cada página del volumen que se os presenta dará testimonio inexcusable de la conducta de sus autores. Allí veréis si se ha procurado con el más ardiente celo afianzar vuestras libertades o si proyectos ambiciosos les han hecho conservar el puesto a que vuestra misma voluntad los elevo espontáneamente. ¡Pueblos del Perú, ante cuya opinión venerada solo deben triunfar la verdad y la justicia! En vuestro arbitrio esta decidir sobre vuestros Representantes, quienes únicamente exigen de vosotros imparcialidad en el juicio, buena fe en el examen  de los hechos que marcan su historia y un puntual recuerdo de las circunstancias en que se reunieron.
Todo ha sido dificultades y peligros. Si tornáis la vista hacia el templo de Jano, abierto en casi toda la extensión de la República, contemplaréis desgracias que en poco tiempo dieron orgullo y poder a los enemigos, y a vosotros constancia y ocasión para nuevos incesantes sacrificios; si volvéis sobre el erario, lo hallaréis tan exhausto que es inexplicable como en menos de un año se haya mandado cuatro expediciones numerosas al sur, preparándose juntamente otras tres para las provincias interiores y como pueda mantenerse hoy un Ejército cual nunca lo ha habido en el Perú; si, para consolaros de tan aciagos males buscáis la paz dentro de casa y pretendéis regocijaros en la virtud, unión y sufrimientos de varios ciudadanos, de quienes debieran de reportar mucho vuestros verdaderos intereses, os horrorizaréis al ver encendida la tea de la discordia y tendido el lazo de la seducción sobre el cuello de Éstos, y armado su brazo con el sangriento puñal de la anarquía; si, en fin, creyendo encontrar inmaculado el santuario de las leyes, queréis lisonjearos de la tranquilidad de su pronunciamiento, os sorprenderéis mirando insultada nuestra majestad en la disolución del Congreso, cerrados por la fuerza los labios de sus Diputados y profanada su inmunidad alevemente, solo porque tuvieron fortaleza en defenderos. Pues, en medio de contrastes tan terribles, la Representación Nacional, semejante a una robusta encina que no pueden desarraigar los huracanes más furiosos, se ha mantenido hasta llevar a cabo sus tareas, cumpliéndole hoy la indispensable gloria de daros Constitución; lo es sin duda, del amor más encendido por la custodia de vuestros derechos sacrosantos.
Ella declara terminantemente el gran pacto de vuestra asociación y fijando la reciprocidad del vínculo civil reclama el ejercicio de vuestras prerrogativas naturales, negando el carácter imperativo de la ley a todas las resoluciones que pudieran oponérselas. La facultad de elegir al supremo magistrado de la República, la de influir casi inmediatamente en el nombramiento de todos los agentes de la administración y el consuelo de ver turnar estas investiduras, aún entre los ciudadanos del pueblo más pequeño, con tal alejamiento de pretensiones sucesorias y de clases privilegiadas para el mando están detalladas en la Carta que nadie, nadie podrá confundirlas sin pagar bien caro a vuestra justa indignación. Últimamente, los manantiales de la ilustración y de la prosperidad están abiertos; todos deben participar de los rayos de luz que difundan los establecimientos científicos; a nadie es negada la comunicabilidad del comercio, de la agricultura y de la industria; y el ingénito poder de revelar sus pensamientos, de trasmitirlos a la posteridad, de robustecer por medio de ellos el espíritu público y de congratularse con la alabanza que merezcan, está asegurado sobre bases tan sólidas, cuanto pura es la sustancia de donde dimanan.
De vosotros depende, pues, el que sean fructuosas estas fuentes de felicidad; que desde luego conseguiréis si repasáis asiduamente la tabla fundamental que las consagra; si pesáis vuestros derechos al fiel exacto de las leyes; y si los sostenéis con toda la dignidad de hombres libres, uniéndoos contra el sacrílego que osare subvertirlos. Porque, cómo es posible, si vosotros no queréis, que un miserable tirano, apoyado en unas cuantas bayonetas, os oprima. Importaría lo mismo que la parte fuese mayor que el todo o que un soldado pudiese más que un ejército. Pero, también son necesarias las costumbres; sin ellas es vago el nombre de República y en lugar de la moderación, del valor de la observancia a las leyes, del amor a las instituciones liberales y del puro y acendrado patriotismo, dividirán vuestros corazones el espíritu de pretensión, la cobardía, la inmoralidad, el servilismo y la indolencia aún al ver organizar la patria. Mucho cuesta a un pueblo gobernarse por sí mismo; ardua es la senda por donde tenéis que conduciros para llegar al término de vuestros deseos. Más, todo es fácil, si os empeñáis en dar al mundo el ejemplo de que habiendo sido los últimos pueblos de América en pronunciar su independencia, no lo sois en constituiros establemente por vuestras virtudes; la dirección del genio de la América consumara la grande obra de vuestra emancipación.
Si vosotros recogéis los frutos que ofrece este acto recompensadas están sobreabundantemente las tareas del Congreso; bien sufridas las persecuciones de vuestros Representantes y satisfechas todas sus aspiraciones.

El Dios de la verdad es testigo de estos votos.

Sala del Congreso, en Lima a 20 de noviembre de 1823.


Manuel Salazar y Baquijano, Presidente.- Manuel Muelle, Diputado Secretario.- Miguel Otero, Diputado Secretario.

viernes, 2 de agosto de 2013

LA TERCERA

REPRESENTACIÓN A LAS CÁMARAS REPRESENTATIVAS DEL PERÚ
POR DON JOSÉ DE LA RIVA-AGÜERO, GRAN MARISCAL
Y EX PRESIDENTE DE AQUELLA REPÚBLICA1


Señor:

El ciudadano José de la Riva-Agüero, Gran Mariscal y ex Presidente de la República, con el debido respeto parezco y digo: que cuando a consecuencia del soberano decreto, que me permitía restituirme a mi patria, creí terminados los padecimientos y angustias de más de siete años de expatriación, me hallo aun retenido arbitrariamente con mi familia y sin recursos en un país extraño. Víctima antes de la traición de un oscuro subalterno, a quien colmé de honores con que se allanó el camino del crimen, lo soy ahora de su impunidad. La Fuente, que el 25 de noviembre de 1823 ató vilmente al Poder Ejecutivo; La Fuente, que a consecuencia de la gloriosa reacción del 26 de enero se ofreció a Sucre para volver a destruir la independencia; La Fuente, que el 5 de junio del año anterior depuso al gobierno constitucional a quien había jurado y obedecido, y que volvió a poner el Perú a disposición de Bolívar del mismo modo que cuando me remitió cargado de cadenas a Colombia para que allí me fusilasen; La Fuente, revestido hoy de la magistratura, que él mismo se ha dado, y con la que cubre de oprobio a la nación que oprime, ha hecho vano aquel soberano decreto, porque es él quien impera y dispone de los destinos de la nación, y yo he vuelto de nuevo a ser el objeto de sus persecuciones y calumnias. Si a esta falta de cumplimiento del soberano decreto puede agregarse otra, sólo es la inconsecuencia que resulta de los nuevos documentos con que acompaño esta representación, por cuya razón no me detengo a examinar la coacción en que se halla el general Gamarra, o la causa de su contradicción manifiesta.
Es evidente, que La Fuente para sostener sus crímenes se ha sobrepuesto no solamente a las leyes, sino lo que es más absurdo, ha tratado de burlarse de la soberanía y de la voluntad general de los pueblos. Las repetidas monstruosas infracciones de la Constitución y las intrigas que ha fraguado para destruirla, haciendo suscribir peticiones para formar una Convención a su amaño y despotizar por este medio más ampliamente al Perú, son pruebas manifiestas de que la Carta Constitucional no le ha servido sino de un espantajo para cometer a su sombra nuevos atentados y desórdenes. Con justicia ha dicho un sabio moderno, que todo gobierno que se halla inquieto sobre su existencia es desconfiado y que el uso más legítimo de la libertad lo espanta, por lo que se ve en la necesidad de emplear la astucia y recurrir al fraude; en fin, que él aspira a lo arbitrario como a su único medio de salud.
La Constitución exige que el Poder Ejecutivo preste juramento de obedecerla, y el criminal Fuente, habiéndolo hecho al ejercer ese poder, ha maniobrado con la mayor impudencia para destruirla. El soberano Congreso no puede ignorar el cúmulo de intrigas con que en todas las provincias ha procurado sembrar la anarquía e incitar a la sedición contra la Carta y Honorables Representantes de la nación, ya difamándolos, ya presentando la ley fundamental como inadaptable e incapaz de regir. Comprueban esta verdad los periódicos asalariados por el gobierno, si este nombre puede darse al que se apodera del mando con el puñal en la mano, y si es posible confundir los libelos infamatorios, especialmente el titulado el Eventual, con los escritos y periódicos de las naciones civilizadas. En una palabra: la guía, que parece haber adoptado el gobierno del Perú, ha sido la marcha arbitraria anárquica e insustancial del tirano de Colombia. Véase el estado a que ésta se halla reducida y medítese el que se le prepara al Perú, si continuase por más tiempo la tiranía que sostiene la impunidad de la más horrible e inicua traición.
El Perú, señor, al sacudir el yugo de España no preveía que sufriría un día otro más ignominioso y ridículo. Menos podía haberse figurado que en un gobierno popular representativo quedasen las instituciones al arbitrio de un tumultuario, que, revistiéndose de la primera magistratura, se sobrepusiese a la Representación Nacional e hiciese ilusoria la independencia y libertad. Esos mismos pueblos hoy escandalizados, confundidos y absortos, deplorando su lamentable situación, vuelven sus ojos al Congreso para que los redima del despotismo y no cesan de pedirme que vuele al Perú para ayudarlos en la empresa de sacudirse de la tiranía.
Nada de esto es extraño cuando palpan la ausencia de las garantías sociales que les concede la Constitución, y que en su lugar ven que sin previo juicio se destierra a los ciudadanos, se persigue, calumnia e insulta al patriotismo y, en fin, la guerra que se hace a la Carta y a los derechos del hombre. Es igualmente notorio que las elecciones de los colegios electorales han sido sofocadas o violentadas escandalosamente, llegando hasta el exceso de hacer anular actas porque en ellas era elegido yo. Mi delito, señor, no ha sido otro que haberme opuesto a que Bolívar esclavizase al Perú; y si este es crimen, o hay alguno otro que se me atribuya, ¿por qué no se me juzga, como lo tengo solicitado? ¿Existen por ventura leyes, existe nación, donde un traidor oscuro y miserable basta para sobreponerse a cuánto hay de más sagrado en la sociedad?
¡Pluguiera al cielo que yo solo y mi familia fuésemos las víctimas! Más por desgracia no es así: la Representación Nacional tiene a la vista el Perú convertido en esqueleto. La Constitución, en que los pueblos veían fijada su independencia, su libertad y su futuro engrandecimiento, dejó de existir, y para mayor vergüenza sólo vive aquella parte con que se han creído poder afirmar los resultados de una conspiración. El Gobierno obra de ésta, después de destruidas todas las garantías y de sacrificadas mil víctimas, se consolida por negras maquinaciones en las elecciones populares. La deuda nacional se aumenta cada día considerablemente con los dividendos y el tesoro público sirve únicamente para sostener a las personas apoderadas del mando, y los vicios y prostitución con que desmoralizan y cubren de oprobio a la nación.
Aún en estas circunstancias, y llamado de todos los ángulos de la República para salvarla del yugo ignominioso que la oprime y envilece, he querido más bien ser yo mismo una de las víctimas que ponerme a la cabeza de una reacción que, por gloriosa que fuese, podría atribuirse acaso a miras personales, o hacer dudosa la protesta que tantas veces he hecho de no admitir jamás cargo alguno. Diré aquí con el célebre Droz ─“Feliz el que puede decirse al acabar su carrera: con talentos
superiores yo habría tenido más influencia, yo habría sido más útil, pero he hecho todo el bien que he podido”. Yo debo repetirme esto para consolarme y limitarme en mis circunstancias a llorar los males que, como a Colombia, van a destruir hasta los restos del Perú, si la energía de la Representación Nacional no los salva.
Ella solo debe restituir en esta vez al Perú su honor, su independencia y su libertad. El reciente ejemplo de lo que acaban de hacer en Francia sus Cámaras Representativas con menos motivos, y la conducta del Ejército en aquellas tan críticas circunstancias, hace ver que el del Perú no desconocerá sus deberes y ayudará gustosamente a reedificar el solio de las leyes y de la libertad. Los ilustres militares peruanos conocen bastante la diferencia que hay entre la subordinación militar y el hacerse instrumentos de la tiranía y de la traición; así, al considerar los riesgos en que se halla la salud de la patria y que la obligación de obedecer al gobierno tiene sus límites, se apresurarán a mostrar a las Cámaras Representativas, que no son menos ilustrados y patriotas que los trescientos mil militares franceses que se declararon a favor de su Constitución y garantías sociales.
Siendo, pues, la obligación de los pueblos la de respetar a la legítima autoridad constitucional, ejercida por el Poder Ejecutivo, es evidente que cuando falta la legitimidad, y además se agrega el delito de infringir el pacto nacional hasta el extremo de convertirse el gobierno en su destructor, quedan los pueblos autorizados para desobedecerlo; y este es el caso de la acción popular. Ellos palpan que hay una notoria coacción respecto a la observancia de la Constitución y ven, por otra parte, los obstáculos que se han opuesto para que sea reunida la Representación Nacional, pues debiendo estar instaladas las Cámaras desde el 29 de julio, según el artículo 34 del título 4º, no se ha verificado hasta la fecha. De esto resulta que hay graves obstáculos cuando no se han reunido y así lo creen los pueblos que ven en sus Representantes, vilipendiados por el Poder Ejecutivo, el preludio de nuevos trastornos para conducirlos a la Convención o esclavitud que se les prepara.
Volviendo, señor, a implorar de la Representación Nacional que haga justicia, reproduzco todo cuanto tengo dicho en mi Exposición, Memoria, Suplemento a  ésta, y en la nota que dirigí al gobierno en 30 de abril del presente año, y de que acompaño copia en el apéndice. La coacción en que Fuente ha colocado a las autoridades de la nación que debían hacerme justicia, o más claro, siendo el lobo quien deba oír el reclamo de su oveja destinada al sacrificio, no es extraño que el Ministerio de Gobierno haya desoído mis reclamaciones para que se me devuelvan mis papeles y documentos privados, así como una cantidad de dinero de que he sido despojado por La Fuente, sin que hasta el día sepa con que autoridad ha procedido a quitarme la propiedad más sagrada que tiene el hombre, cual es la de sus papeles privados. A la sabiduría de las Cámaras Representativas no se oculta que este es un atentado que ni en Constantinopla se permitiría a ninguna autoridad subalterna y menos a un coronel como lo era La Fuente en el tiempo que se apropió de mis papeles y persona. Señor: el descaro, con que ese malvado sostiene todos estos y demás excesos, ha hecho que por todas partes se diga que en el Perú no existe República, ni hay gobierno, porque en ninguno en que hay Constitución se tolera tan atroz injusticia; pues la Representación Nacional dejaría de serlo si no corrigiese a los malvados, y oyese a las víctimas que estos inmolan a su rapacidad e insolencia. En el sentir de los más célebres publicistas se disuelve el orden social cuando la tiranía llega al punto que las propiedades no son respetadas y se ultraja el honor del ciudadano. Este es el caso en que me hallo; pues como dice un respetable autor –“Cuando un hombre poderoso me haya hecho víctima de un acto arbitrario, seguramente tengo derecho de perseguir este delito por todos los medios que podrán darme las leyes, y mi valor”.
El gobierno representativo requiere esencialmente que sus Representantes no sólo estén animados de sentimientos de probidad y de patriotismo, sino que su firmeza sea tal que nada les impida desplegar la energía necesaria y arrostrar todo peligro antes que tolerar que se amenace la libertad de la patria, ni los derechos y seguridad del ciudadano. Sin esa noble resolución patriótica las repúblicas no podrían existir sino en el nombre, mientras que en la realidad sería el despotismo el que se sustituyese bajo la salvaguardia de las formas representativas. ¡Que no se crea ni remotamente, señor, que yo dude ni un instante de que en las actuales Cámaras Representativas del Perú falten aquellas virtudes y valor para desempeñar el augusto cargo que les ha sido confiado por los pueblos! Por el contrario, penetrado de su civismo, luces y circunstancias, me dirijo a la soberanía, con todo el respeto y confianza que me prestan las virtudes de los padres de la patria e inviolabilidad de sus personas. Si yo no estuviese persuadido de la justificación y patriotismo del Congreso, podía confundir las consecuencias de la injusticia hecha conmigo y desde luego pediría que, con arreglo al artículo 154 del título 9º de la Constitución, se me permitiese sacar mis bienes del territorio peruano, y dejarme en actitud de elegir otro en que vivir bajo la protección de las leyes y de las garantías que disfruta todo ser racional en los gobiernos representativos. No hay pues medio: o se me debe juzgar con arreglo a las leyes, y estas condenarme, o reparar tantos ultrajes, perjuicios y padecimientos, o la falta de estos principios echará un borrón sobre la historia del Perú. Las privaciones, inconsecuencias y calumnias me harían en este caso sentir el que Bolívar no hubiese conseguido hacerme asesinar en Guayaquil, como lo dispuso en orden especial al general Paz del Castillo, que amistosamente la suspendió hasta que se presentase en el río, como se decía, el vicealmirante Guise, que creían iba a libertarme. Ese asesinato, señor, no era menos cruel que el que experimento en siete años de expatriación y cargado de todo el cúmulo de desgracias que ésta me ha ocasionado. Por todo lo expuesto─
A la Soberanía Nacional suplico que se digne hacerme la justicia debida, ordenando al mismo tiempo queden emplazadas al juicio correspondiente, afianzando la calumnia, las personas que me acusan y que se han opuesto al cumplimiento del decreto de la Soberanía; justicia que espero alcanzar de su notoria justificación. Valparaíso 30 de noviembre de 1830.
Joseph de la Riva-Agüero

Otro si ─Pido y suplico a la Soberanía se sirva ordenar que mis documentos, papeles propios y privados, sean entregados bajo de formal inventario a mi hermana, así como el dinero que por igual exceso se me despojó por el traidor Fuente; justicia que espero &c.
Joseph de la Riva-Agüero.

Otro sí ─Suplico que la Soberanía se sirva ordenar a la autoridad correspondiente se me expida el respectivo pasaporte para regresar inmediatamente a mi país &c.
Joseph de la Riva-Agüero.



1 Santiago de Chile, Imprenta Republicana, 1830. Reproducido por de la Puente Candamo, José A.; Deustua Pimentel, Carlos, Archivo Riva Agüero, págs. 817-846. Colección documental de la independencia del Perú, tomo XVI, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, Lima, 1976.