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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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martes, 6 de agosto de 2013

LA TERCERA

Lima, julio 5 de 1889

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mi respetado amigo:

Habría querido tener la complacencia de poner personalmente en manos de usted el pliego oficial de la Academia de la Historia, pliego que le acompaño; pero es casi imposible conseguir hablar con usted, amén que no me resigno a soportar, como me sucedió el lunes, la desatención del edecán de servicio. Yo no fui siquiera con el propósito de hablar con usted sobre la biblioteca, asunto que tengo para mí ha llegado a serle más cócora que una andanada de sonetos de don Numa Pompilio1, sino a darle rápida explicación sobre algo de carácter literario que usted había resuelto aplazar. Ya que había usted patrocinado una publicación literaria, era preciso que en ella se invirtieran trescientos o cuatrocientos soles más a fin de que resultase un libro digno de usted y digno de mí. Iba también resuelto a no pretender para mí la menor gratificación pues el fósforo cerebral que he gastado en el estudio de la obra no vale la pena. Un concejal sostuvo ha pocas noches en la municipalidad que los literatos no necesitan de pan, y que les basta con cosechar laureles. Desgraciadamente, con laurel no se condimenta una ensalada en mis modestos manteles. Queda pues, retirada mi pretensión a toda recompensa pecuniaria; y muy mucho me he alegrado de que haya usted atendido la explicación que hice al doctor Loayza, accediendo a mi propósito de aumentar en veinte o veinticinco pliegos la impresión.
Permítame usted darle ahora explicaciones sobre su nombramiento académico.
Aunque los correspondientes de la Academia de la Historia en el Perú éramos solo don Pedro A. del Solar, Larraburre y yo, la academia se ha dirigido siempre a mí por ser el más antiguo, pues mi elección data desde hace quince años.
Cuando se trató de que el Perú auxiliara a la familia de Jiménez de la Espada, varios de mis amigos me consultaron si aceptaría usted el nombramiento de correspondiente. Yo no quise, pues me parecía poco delicado, escribir a usted (ya que no es posible verlo) hablándole del asunto, y contesté sin vacilar que a usted no podría amargarle un dulce, lo que daba tanto como garantizar yo la aceptación.
Después de la plancha que hizo la academia española hace treinta años, cuando nombró al argentino don Juan María Gutiérrez, quien saltó con la enflautada de devolver el diploma, se resolvió no elegir correspondiente alguno sin que hubiera académico que garantizase la propuesta.
Tengo fe en que usted no ha de cometer pecado de descortesía, poniéndome en mal predicamento, como garantizador, y desearía que me remitiese antes del día 14, en que zarpa vapor de (la armada), su oficio de aceptación, salvo que prefiera enviarlo por intermedio de la legación.
Acompaño también a usted (para que me la devuelva junto con el retrato de Rodolfo Reguín, que le envié hace dos meses) la carta de don Cesáreo Fernández Duro. Este académico es un capitán de navío muy respetado en España, por su talento e ilustración. Ha escrito libros muy notables.
Y con esto mi nuevo compañero, pongo fin enviándole mi sincero abrazo académico.
Muy de usted.

RICARDO PALMA

Mi enhorabuena, por haber libertado de un pésimo cónsul a los peruanos que residen en La Habana.
1 Don Numa Pompilio Llona, poeta ecuatoriano que residió muchos años en Lima y que estaba casado con una limeña.

LA TERCERA

Miraflores, 25 de junio de 1913

Señor doctor Joaquín Capelo,

Presidente del Centro Demócrata.

Mi viejo y querido amigo:
Sírvase expresar al comité directivo del partido Demócrata, la íntima tristeza que embarga mi espíritu por la muerte del genial estadista y amigo, personal y político mío, durante casi cincuenta años1. Muy pocos de los que hace medio siglo admiramos los albores de la genialidad de don Nicolás de Piérola, quedamos en pie. La ausencia eterna de quien fue la cumbre de una generación nos acongoja hondamente a los que, en el llano, contemplamos su excelsitud.
Hubiera querido ir a Lima para recibir el abrazo de despedida del noble camarada y viejo amigo, y decirle –Adios, ¡no! Hasta pronto;– pero el quebranto de mi salud me priva de fuerzas para llevar el cuerpo adonde el afecto del espíritu quisiera conducirlo. La imposibilidad física me ha obligado a acompañar con el alma enternecida el doloroso final de una vida tan egregia. En la penumbra de mis añoranzas melancólicas, he contemplado desde la ventana de mi retiro la puesta del sol.
Quiera usted expresar, amigo mío, a la venerable viuda, a don Carlos de Piérola y a los hijos del gran hombre que acaba de entrar en la vida de la apoteosis y de la inmortalidad, mis íntimos sentimientos de dolor, y rogarles que acepten la excusa de mi ancianidad achacosa.
Siempre muy de usted.

RICARDO PALMA

1 Carta escrita a la muerte de Piérola, ocurrida en Lima el 13 de junio 1913. La publicó La Prensa en Lima, el 27 de junio de 1913. (N. E.).

LA TERCERA

Lima, agosto 9 de 1897.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mi respetado amigo:
Flojeando hoy una de la obras recientemente llegadas de España, he encontrado un juicio político sobre usted emitido por una eminencia como el señor Romero Girón, ministro de Estado en la época de don Alfonso XII. Como creo que tendrá usted gusto en co­nocer ese juicio se lo trascribo.
Hablando de la instalación del consejo gubernativo, dice el se­ñor Girón: “A fin de que nuestros lectores puedan apreciar los rele­vantes méritos que por su concisión, sencillez y naturalidad contiene el Mensaje, lo insertamos a continuación, como verdadero mode­lo de lealtad y franqueza republicanas”.
Yo sé cuánto satisface y cuánto refresca el espíritu el aplauso que viene de un desconocido, sobre todo cuando ese desconocido es como el señor Romero Girón un anciano reputado por el primer jurisconsulto de España.
Conocí al señor Romero Girón de vista. Era presidente del se­nado en 1892.
Si usted desea hojear la obra, dígnese pedírmela o autorizarme para encargarle a mi librero de Madrid un tomo V que es en el que el autor se ocupa del Perú en 1896.

Saluda a usted atentamente su viejo amigo.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, abril 30 de 1898.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mi respetado amigo:
Dije a usted ayer que la formación de biblioteca nacional era una tela de Penélope: Yo tejo y los gobiernos destejen, que no otra cosa es la prodigalidad de órdenes ministeriales para que propor­cione a instituciones y personas libros del establecimiento.
Una vez salidos estos, es para mí arco de iglesia conseguir la devolución. No son pocos los libros importantes que hemos perdi­do, y para no cansar a usted con el relato, básteme decirle que el coronel alemán Pauli se llevó al irse a Europa, más de veinte vo­lúmenes de obras militares, y dejó truncada una preciosa revista, de la cual se llevó dos tomos. Los he encargado a nuestro librero de Europa, y no desespero de que los consiga, aunque, tengamos que pagarlos carita. Mi anhelo es que la obra no quede truncada.
Yo no atino a explicarme la manera de trabajar en los hom­bres de letras de la nueva generación, que necesitan despojar de un cardumen de libros a la biblioteca. Para escribir los muchos li­brejos sobre historia nacional que he dado a luz, me bastó siem­pre hojear u ojear un libro, tomar las notas pertinentes, y lue­go devolverlo.
No me explico que, a la vez, consulte uno cien volúmenes.
Acompaño la relación que usted me pidió de los libros que es­tán en poder del señor Ulloa. Si se ha propuesto leerlos, ya tiene tarea para algunos años, pues la mayor parte son de a folio y con grueso número de páginas.
La Sociedad Geográfica por otra parte, es desbalijadora de li­bros, y me cuesta Dios y ayuda la devolución. Felizmente puedo majaderear para que vuelvan a los anaqueles, porque estamos a pocos metros de distancia.
Mucho me holgaría de que se diera un decreto que ponga coto al desbarajuste. Quien quiera consultar libros que venga a la biblio­teca. Lo esencial es que el libro no salga del establecimiento, y vaya a correr cortes. A lo sumo, en casos especialísimos, podría consentirse el préstamo de un solo volumen, y por determinado número de días.
Usted me ha dado múltiples pruebas de que se interesa por que la biblioteca de Lima suba y no descienda del cuarto lugar que hoy ocupa entre las bibliotecas de la América Latina (primer lu­gar la de Río Janeiro; segundo lugar, la de México; tercero la de Santiago; cuarto la de Lima) pues gracias a usted, que autorizó en los dos últimos años el gasto en libros para aumentar nuestro caudal de obras, hemos dejado muy atrás a las bibliotecas de Buenos Aires y de Bogotá que nos disputaban el cuarto lugar. La buena voluntad de usted y de mi perseverancia (ya que no se me abonen otras cualidades) serán estériles, si de raíz no se corta ese abuso que yo he bautizado con el nombre de filoxera bibliotecaria.
Perdone usted lo largo de esta jeremiada a su atento apreciador viejo amigo que le besa la mano.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, noviembre 7 de 1896

Señor don Francisco Mostajo Arequipa

Mi bondadoso y querido amigo.

No, mil veces, no. Yo no estoy (y sea esto dicho sin falsa modestia) a la altura de la honra que la benevolencia de usted desea que se me dispense. El cariño que me tiene lo ha ofuscado.

Ovación de tamaña magnitud solo se acuerda a literatos cuyo mérito no está ya en tela de juicio. Mi mérito, si alguno tengo, se discute todavía, sobretodo en el Perú.

Quiero seguir tranquilo en mi apartamiento de todo lo que signifique ruido y oropel y bambolla, sin despertar envidias ni murmuraciones.

Cierto que mi labor ha sido lenta pero perseverante y fecunda: labor de hormiga y nada más. No vivo orgulloso ni engreído con la pequeña o grande popularidad que, en América, me hayan conquistado las Tradiciones que, a granel, brotaron de mi pluma en los días ya remotos en que soñaba con el renombre literario. He borroneado resmas de papel con más o menos éxito y eso no merece, según mi conciencia, la distinción especialísima que usted propone, hipnotizado por el afecto personal que le inspiro.

Yo soy un hombre desencantado, mi señor don Francisco y desencantado desde hace pocos días. Alimentaba la ilusión de que, por lo menos, la gratitud nacional acompañaba al hombre que sin gravamen para el empobrecido tesoro del Perú ha formado una biblioteca valorizada en medio millón de pesos. Consulte usted el Diario de debates de la cámara de diputados, en sus últimas sesiones y dígame después si puede aspirar a la menor ovación el hombre tan desdeñosamente tratado por una rama del poder legislativo de su patria.

No, mi querido amigo. Retire usted sus propósitos, para mí altamente honoríficos. No he querido que se me coloque en la picota ni cosechar dicterios de envidiosos o de imbéciles. Déjeme usted quieto y sin aspiraciones servir al país en mi humildísima posición de bibliotecario.

Tuve un día entre mis manos la corona con que en Granada ciñó el pueblo español la frente del inmortal Zorrilla y al besar seis hojas con entusiasmo me dijo el poeta: “Cuidado don Ricardo no vaya usted a herirse con las espinas que no son pocas las escondidas entre esos efímeros laureles”. Y asustado, volví la corona a su sitio.

Déjeme usted pues en posesión pacífica de mi miedo a las espinas y... al ridículo. Agradeciéndole lo honrado y cariñoso de su iniciativa queda de usted apreciador y amigo afectísimo1

RICARDO PALMA

1 Homenaje que por iniciativa de El Torneo, revista que se publicaba en Arequipa, se pretendió tributar a Palma.

LA TERCERA

Años más tarde El Imparcial de Lima volvió a insistir sobre la coronación de Palma. Este respondió: “Mujer, no me quieras tanto o quiéreme con talento”. Bretón de los Herreros.

Por Dios, señores de El Imparcial ¿Qué daño he inferido a ustedes para que con su idea inconveniente de coronación me expongan a cosechar desazones y sobre todo ridículo? ¡Bonita está la Magdalena para tafetanes! Buenos están los tiempos para coronaciones de parroquia.

Yo blasono de no ser modesto, pues en uno de mis libros he estampado que la modestia es el tartufismo de la vanidad. Pero mi inmodestia no llega hasta el punto de agradecer a ustedes que hayan puesto mi nombre en la picota con su apasionada iniciativa. El afecto que me dispensan los ha extraviado.

Yo combatí la coronación de mi queridísimo amigo y compañero Luis Cisneros, iniciada por José Santos Chocano y Juan Francisco Pazos, porque no deseaba para tan meritorio e ilustre poeta una coronación de campanario sino nacional, esto es iniciada por todas o la mayoría de las municipalidades de la república. Así fueron en España las coronaciones de Quintana y de Zorrilla. Eso sí revestía seriedad.

¿Y yo que me opuse a la de mi inolvidable Luis habría de contradecirme ahora porque se trataba de mí ya valetudinaria persona? No mojen, que no hay quien planche, amigos míos.

¡Buenos están los tiempos de pobreza franciscana que vivimos y de barullópolis política en la que apenas si hombre con hombre para que las municipalidades perdieran tiempo en cosas frívolamente halagadoras de la vanidad individual!

No, amigos míos. Déjense ustedes de candideces como gráficamente dicen los criollos de mi tierra. Risible es, que en país todavía de analfabetos, nos pirremos por imitar a naciones más cultas y avanzadas.

Como mi tirano, doctor Velásquez, no me consiente emborronar papel, dejé pasar sin varapalo aquello de los juegos florales que tanto tuvieron de florales como yo de fraile camandulense. Bonitas frases encontró en su fantasía Morales de la Torre, el manenedor, pero que nos venían tan a pelo en Lima como una bombarda en un altar mayor. Mi compañero don Eugenio1 que es gallo con espolones recios, apenas si batió el ala sin revelar más que condescendencia y no fervor por los tales jueguitos. Menos malo, mes siquiera sirvieron de pretexto para enaltecer y alentar a un notabilísimo poeta como el joven José Gálvez en quien admiro y aplaudo altísimas dotes literarias.

Uno de los inteligentes y simpáticos jóvenes de El Imparcial me pidió una copia fotográfica de mi estampa. Creyendo que se trataba solo de reproducirla con las de los otros dos caballeros designados para el comité que ha de encargarse de honrar los restos del sabio Barranca, lo autoricé para que pidiera una tarjeta a mis hijas, lo que ciertamente no habría autorizado a sospechar que aparecería encabezando el editorial coronativo.

Yo soy viejo que ama mucho a la juventud intelectual, que se siente complacido y hasta orgulloso con las reiteradas manifestaciones de cordial afecto que esta le prodiga. Pero les ruego que, más que con el corazón me quieran con la cabeza.

Mi amigo el general La Puerta, hablando de su retraimiento, decía: “quiero ver cuántos años vive un general bien cuidado”. A mi vez yo digo: quiero ver sobre los 26 años que llevo en el sillón de bibliotecario, cuántos meses o años más consigo vivir sin contrariedades, pues la serían y grandes para mí el que ustedes persistieran en su inconveniente propósito. Lo estimo en mucho pero no lo acepto. Muy de ustedes atento servidor.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, enero 18 de 1899.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mi respetado y viejo amigo.
Empiece usted por hacer provisión de benevolencia para leer esta mi quejumbrosa epístola. He ido a palacio a solicitar de usted un cuarto de hora de amistosa charla, y fatalmente se hallaba muy ocupado. Por eso le escribo.
Hablar sobre biblioteca con mi amigo el doctor Aranda es perder tiempo. Este caballero vive siempre corriendo. Es el personaje de Shakespeare, cuya actividad de espíritu se reducía ¡words! ¡words! ¡words! Aplaudo a Capelo, el director de fomento, que no anda al galope, lleno de obra y sin oficiales, y que en vez de palabras traduce su terquedad y perseverancia de aragonés, más que peruano, en ¡words! ¡words! ¡words!
Y no tome usted esto a chistecillo, porque estoy cansado de repetírselo, en tranquila conversación, al mismo doctor Aranda.
Y previo este exordio pasemos, mi bondadoso amigo, señor de Piérola, a mis capítulos de queja.

CAPITULO PRIMERO
Si en vez de ser presidente de la república hubiera usted sido durante quince años director de la biblioteca, estoy seguro, por el conocimiento que tengo de su carácter en treinta años de amistad, que habría sido tan incansable, como yo lo soy, en fastidiar a los gobiernos pidiéndoles edificio. No necesito ya libros sino estantes para colocar los que poseemos. No son centenares de miles los que hay que invertir para que el Perú tenga una biblioteca decente. Tal vez no excedan de treinta mil soles, que no son el turbante del moro Muza, los que habrán de invertirse en este templo de la ciencia y del saber humanos.
Que los hombres de sable, que no tienen porqué saber lo que un libro significa, hayan desatendido a la biblioteca, es lógico. Pero usted un hombre de letras, que sabe manejar y utilizar los libros, un hombre que ha viajado y conoce lo que es o debe ser ¡¡¡una biblioteca!!! Con un poco de voluntad y de entusiasmo, le bastarán a usted los siete meses y medio de gobierno para realizar la obra. I la dado usted al país una casa de correos, que es la más meritoria ante la posteridad de las obras públicas por usted realizadas. Por qué rechaza usted la gloria de darle también biblioteca? ¿Qué motivos de resentimiento he podido dar a usted para que no me cumpla la promesa que me hizo, hace tres años, de que no terminaría su administración sin que mis aspiraciones e ideales bibliotecarios fueran una realidad? ¿Estaré condenado por usted a morir, sin haber visto antes que nuestra biblioteca es, siquiera en lo ostensible, digna de un pueblo culto?
Como los judíos esperan al Mesías, así he esperado yo durante quince años, que viniese al mando supremo un hombre de las condiciones intelectuales que en usted respeto. ¿Habré gastado esterilmente mi fósforo cerebral en quince años, y adquirido la neurastenia que ya me abruma, para cosechar un gran fiasco?
Yo he creído en usted, señor don Nicolás, como los apóstoles creyeron en el Maestro. ¡Por Dios! En las postrimerías de mi existencia no me haga usted negarlo como Pedro a Jesús.
Hablo a usted con esta llaneza, porque no politiqueo. No me insta, en nada, ser hombre del montón. Me consagré a las letras, y no estoy descontento de la cosecha. En el saldo de cuentas un mi siglo no habré pasado, como las aves por el espacio, sin dejar huella por ligera que esta sea.
Hoy por hoy el colmo de mi ambición sería dejar unido al de usted, mi nombre en la biblioteca que tuve la singular fortuna lo reorganizar, y no escribo crear porque no me califique de inmodesto y pretencioso.

CAPITULO SEGUNDO
Pedí a usted, hace seis meses, que me hiciera abonar un pequeño crédito contra el tesoro, pues necesitaba ese dinero para atender a los gastos de impresión de tres libros. Tuvo usted la amabilidad de contestarme que no le era posible, por causas que me expuso, decretar ese pago; pero que, para la publicación de mis libros, contara con el auxilio pecuniario que me fuese preciso. Recordará usted que le repuse que repugnaba a mi altivez mendigar como literato, subvención de los gobiernos, que para todos mis libros había encontrado editores en el extranjero, y que si, en esta vez, había pensado hacer en Lima la edición de esos tomos era por razones especiales que le manifesté. Tanto usted como el doctor Loayza, que estaba presente, vencieron mi susceptibilidad con frases de estimación por mi persona y mis producciones.
La impresión de uno de los libros terminará en breves días más. Ha cerca de dos meses que he presentado solicitud al ministerio pidiendo el cumplimiento de la oferta generosa de usted. Al no despacharse hasta ahora mi solicitud, casi se me coloca en la condición del mendigo que demanda una limosna, y esto era, precisamente, lo que yo rehuía.

CAPITULO TERCERO
En la visita que, en abril, hizo usted a la biblioteca (y que no se ha repetido) le mostré, y aún hojeó usted algo, un precioso manuscrito sobre literatura nacional. Hablé a usted de ese manuscrito con entusiasmo, y le dije que si el gobierno se comprometía a publicarlo, yo tenía voluntad para consagrar mis días festivos a comentarlo y escribir algunas páginas sobre historia literaria del Perú, a guisa de prólogo. Tanto usted, como después el doctor Loayza, me alentaron a emprender el trabajo, garantizándome que se haría la publicación por cuenta del estado.
Ha casi dos meses que pasé oficio al ministerio expresando que el trabajo estaba ya listo para la prensa. Nada pedía para mí, y hasta me excusaba de entender en contrato con la imprenta. Reclamaba solo una pequeña gratificación para el amanuense que hizo la copia.
Calculo que la impresión, con escrupulosa corrección de pruebas, pues se trata de versos, reclama por lo menos seis meses.
Y sin embargo... mi oficio sigue entre carpetas. No esperaba que a mi entusiasta iniciativa se contestase con glacial indiferencia.
Y pongo punto a mis quejumbres, señor don Nicolás, no sin volver a reclamar su indulgencia para con este su viejo estimador y amigo que le besa la mano.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, febrero 16 de 1899.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mí respetado amigo:
El marqués de la Vega de Armijo, que ha remplazado al señor Cánovas en la presidencia de la academia, me escribe encargándome me interese en favor de la familia de Jiménez de la Espada.
Como ni usted ni yo necesitamos, para leer, que indefectiblemente nos pongan los puntos sobre las íes, ya sabrá usted como salir decorosamente del lance.
Yo creo que el Perú con haber obsequiado una medalla de oro al señor Jiménez de la Espada, cuyo cerebro se ocupó activamente en servicio de nuestro país, hizo poquita cosa, sobre todo después de que México había sido espléndido para con don Justo Zaragoza que se ocupó en resucitar crónicas mexicanas.
Llamo la atención de usted sobre la página 25 del primer folien en que está la relación de los trabajos de Jiménez de la Espada. En ella me he permitido marcar las publicaciones de don Marcos que al Perú se refieren, y que están en la biblioteca de Lima. Los cuatro tomos, sobre todo, de Relaciones geográficas, son obra de consulta que todos hojeamos.
Por si en algo estimase usted mi opinión, le diré que creo que, como jefe de la nación, quedaría usted y por consiguiente el país, dignamente ante la Academia de la Historia, remitiendo al director de esta tres mil pesetas (que son mil soles) acompañándolas con un decretito de Relaciones Exteriores que fue el que, en 1892, concedió la medalla de oro. Así probaremos que no somos ingratos para con la memoria del hombre que empleó su talento en servicio nuestro.
Dudo que haya hoy, en España, literato que remplace a don Marcos en sus aficiones por nuestra historia. Mucho de útil y de bueno nos ha dejado en sus libros mi difunto amigo.
Y cumplido concienzudamente por mí el encargo del buen marqués de la Vega de Armijo, no quiero terminar esta cartita sin decirle que me ha dado usted un gustazo con la lectura de su último discurso en Santa Sofía. ¿Con que ya lo contaré a usted entre los revolucionarios del idioma? Y no me diga usted que no, porque en su discurso, ha empleado usted el verbo silenciar tan anatematizado por la Academia Española y tan patrocinado por los revoltosos montoneros como este su amigo afectísimo que le besa la mano.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, enero 21 de 1896.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mí respetado amigo:
He tenido noticia de que el presupuesto de la biblioteca para el actual año será el mismo del año anterior.
Me permito recordar a usted que la noche en que hablamos sobre este punto, me ofreció que tomaría en consideración un oficio mío en el que pido que las plazas de conservadores sean tres en vez de cuatro; pero que el sueldo de esos empleados sea de ochenta soles en lugar de sesenta. Usted me dispensó la honra de encontrar fundadas las razones que le expuse. También le pedí que el amanuense que, por escasez de empleados, funciona como vigilante en salón de lectura, se le aumentasen diez soles sobre su actual haber de cincuenta.
Las alteraciones que solicito apenas representan un aumento de ciento veinte soles al año sobre el presupuesto vigente.
Ruego a usted que, para refrescar la memoria, se haga leer el oficio en que propongo estos aumentos; y así estimará las razones con que creo justificarlos.
Si se tratara de mis conveniencias personales no importunaría a usted, pero no debo sentar plaza de egoísta absteniéndome de gestionar en favor de mis subalternos, con tanta mayor razón cuanto que me ofreció usted hacerles justicia remunerativa.
Me explico que en el maremagnum de asuntos que preocupa su espíritu, haya prestado poca atención a estas pequeñeces, y por eso tengo la llaneza de recordárselas al amigo y al jefe de la nación.
Soy siempre muy suyo viejo y respetuoso amigo que su mano besa.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, enero 27 de 1896.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola

Mi respetado amigo:
Nuestro buen camarada Orfila me escribe la que acompaño. Toca a usted contestarla, más que a mí. Yo me limito a decirle, por este vapor, que he corrido traslado de la pretensión a quien compele resolverla.
Gómez Carrillo sigue machacando con la petición de que obtenga una fotografía de usted con dedicatoria autógrafa. En su última carta me encarga que ponga en conocimiento de usted el fallecimiento del peruano don Pedro Ureta, cuya esposa también peruana, se ocupa de dar lecciones de música. También se queja Carrillo de haber escrito a usted varias cartas sin merecer respuesta.
La salud de mi conjunta me obliga a pasar la noche en MirafIores, razón que me impide por ahora ir a saludar a usted y que tengamos un cuarto de hora de sabrosa charla, no sobre politiquería, que de eso ha de estar usted bien fastidiado, sino sobre el primer tema que a usted o a mí nos ocurriera.
Soy siempre muy suyo amigo afectísimo.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, octubre 5 de 1896.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mí distinguido amigo:
Sabiendo que el martes debe usted venir a la Sociedad Geográfica, le agradeceré muy mucho que antes de pasar a ella venga, por breves minutos, a la biblioteca. Deseo que vea usted la librería Sanz y el busto de este caballero. Así como los libros recientemente llegados de Europa.
Le estimaré también que se digne leer, en El Comercio de hoy, la carta que dirijo al señor diputado Durand, a propósito de sus extravagancias sobre la biblioteca.
Esperando tener la satisfacción de verlo mañana en la biblioteca, me repito de usted afectísimo amigo que su mano besa.

RICARDO PALMA

LA TERCERA

Lima, julio 9 de 1896.

Excmo. Señor don Nicolás de Piérola.

Mí respetado amigo: Es tan difícil ver a usted en palacio, que encuentro más sencillo escribirle.
Hoy paso al ministerio mi Memorial anual como bibliotecario. Es corta y no perderá usted mucho tiempo en hacérsela leer. Deseo que tome usted en consideración algunos parágrafos para que, si los estima fundados, proponga al congreso lo conveniente.
También pasaré hoy al ministerio de Fomento el presupuesto de Brugada para pintura del edificio, obra a la que ya es tiempo de dar principio, pues ha cesado el inconveniente de la tierra que traería sobre las paredes la demolición de las torres de San Pedro. Ambas torres están ya en trabajo solo de maderamen.
Creo que estará usted convencido de que obra pública para la que se solicitan postores resulta siempre un mamarracho. Me alegraría de que encomendara usted a Brugada la ejecución de su presupuesto, y al marmolista Roselló la de otro presupuesto por 318 soles que importa el pasaje central.
También pasaré al ministerio un presupuesto de Trefogli para alfombrar y poner muebles a la dirección. No quiero que esta sea tan lujosa como la de la Sociedad Geográfica.
En este último presupuesto he hecho considerar el aseo de mis habitaciones, cambio de papeles y del piso de hule que, en doce años, se han destruido. Siempre los departamentos del director de la casa de moneda, penitenciaría y biblioteca se han arreglado por cuenta de la nación. Es tan pequeño el gasto que ocasionará la limpieza de mi domicilio que no espero encontrar oposición que sería en un gobierno verdadera tacañería, amén de que yo no merezco se me trate con mezquindad.
Las sillas, por las que hizo usted ya abonar 100 soles, llegarán por el primer vapor de agosto.
Los libros llegarán a fines de agosto o principios de setiembre. Hemos enviado por buena cuenta 130 libras esterlinas. A lo sumo creo que habrá que pagar, cuando lleguen, poco más de 100 libras.
Hasta ahora no se ha resuelto un oficio mío en que pedía al gobierno me autorizase para adquirir un manuscrito y varios libros entre los que está un ejemplar de las Memorias de García Calaba con anotaciones manuscritas del general Gascón. Pida usted mi nota y el catálogo impreso que la acompaña, y estoy seguro que, persuadido usted de la conveniencia de adquirir esos manuscritos, por lo que al país interesan, decretará favorablemente.
Mil perdones, amigo mío, por esta larga y descosida charla.

Siempre suyo.

RICARDO PALMA