Vistas de página en total

Mi lista de blogs

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

Mi lista de blogs

«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

Mi lista de blogs

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

Mi lista de blogs

Mostrando entradas con la etiqueta jose luis bustamante y rivero. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta jose luis bustamante y rivero. Mostrar todas las entradas

martes, 24 de diciembre de 2013

Oiga


RECURSO DE HABEAS CORPUS PRESENTADO AL PRIMER TRIBUNAL CORRECCIONAL DE LIMA POR JOSÉ GÁLVEZ, RAFAEL BELAÚNDE, JORGE BADANI, JORGE DULANTO PINILLOS Y  FERNANDO BELAÚNDE TERRY, PERSONEROS DEL FRENTEDEMOCRÁTICO NACIONAL, EL 18 DE OCTUBRE DE 19481

Al Tribunal Correccional de Lima:
Los suscritos, Presidente y miembros del Comité Central Directivo del Frente Democrático Nacional, generador del actual gobierno, nos presentamos a este Tribunal, como tales o como simples ciudadanos, en uso del derecho que nos concede el artículo 69 de la Constitución, interponiendo recurso de Habeas Corpus en defensa de las garantías sociales conculcadas por el ilegal decreto de 4 de los corrientes, que declara que el APRA o Partido del Pueblo “se ha puesto fuera de la ley” y que “sus actividades son contrarias a la estructura democrática del país, a su seguridad interna y al orden público”. Lo interponemos, asimismo, en defensa de la libertad de prensa y de  expresión, violadas por la clausura de varios periódicos y de una radioemisora.
Afectados, como todos los hombres libres, por esos actos gubernativos, atentatorios contra la Constitución y que invaden la esfera de acción del Poder Judicial, lo estamos especial o particularmente por el hecho de ser dirigentes del Frente mencionado, del que forma parte integrante el referido Partido del Pueblo.
El decreto fue expedido a raíz de los luctuosos sucesos realizados el 3 del presente en el vecino puerto de el Callao –cuyo verdadero carácter no se conoce aún– en el ambiente de temor que crearon, propicios siempre a la adopción de medidas extremas destinadas a conjurar peligros reales o imaginarios o a aprovecharse de ellos con inconfesables propósitos. Transcurridas ya dos semanas, se ha restablecido la serenidad indispensable para justipreciar tales medidas y para corregirlas o abolirlas con mejor información o mayor estudio.
Pero no parece que se pensara en la posibilidad de error en el presente caso. A juzgar por la persistencia de dichas medidas, el gobierno cree quizá que ha usado desde el comienzo de los medios adecuados a la conservación del orden público y no se ha rectificado todavía. Nosotros, simples ciudadanos, juzgamos que la acción oficial es básicamente anticonstitucional y antipolítica, y que no se armoniza con los principios morales que deben sustentar la normal convivencia humana. Por eso reclamamos de ella ante ese Tribunal, que estamos ciertos ha de restablecer las garantías violadas, en uso de su augusta facultad que tanto lo obliga como lo honra.
Tratándose de la defensa de derechos sociales, o sea de aquellos que corresponden a la colectividad, no es pertinente el artículo 351 del Código de Procedimientos Penales, que se refiere específicamente al caso de arbitraria detención personal, y que limita, por eso, la personería para interponer el

1 León de Vivero, El tirano quedo atrás, págs. 321-327. Editorial Cultura, México, 1951.

recurso de Habeas Corpus a los parientes del detenido dentro de los grados que al efecto señala. Las garantías sociales no siempre interesan en particular a determinados individuos, sino a la colectividad o conjunto de ellos, y equivaldría a derogar la prescripción constitucional que las cubre con el recurso de Habeas Corpus, el no reconocer la personería de cualquier ciudadano para formularlo en resguardo de ellas.
El decreto de 4 de los corrientes es antijurídico, no sólo porque viola derechos ciudadanos, sino también porque en su esencia es un acto típicamente judicial, que no incumbe realizar al Poder Ejecutivo; y lo sería también, así encuadrase dentro de sus atribuciones peculiares, porque adolecería del defecto capital de condenar sin oír, de crear delitos y de imponer penas que no se hallan establecidas en nuestros códigos. Aun en el caso de que todo esto fuese legalmente admisible, incurriría en el absurdo jurídico de hacer responsables colectivamente, sin discriminación, a individuos esparcidos en toda la extensión del territorio, por actos practicados por supuestos correligionarios suyos, que ni siquiera han sido debidamente juzgados.
Invade, pues, el decreto el campo de acción del Poder Judicial, único capacitado para administrar justicia, según el artículo 220 de la Constitución. Atenta también contra nuestro régimen penal establecido, como hemos dicho, delitos y penas que éste no señala, como la interdicción política colectiva. Supone, finalmente, la existencia de un estado inconcebible, el de “fuera de la ley”, cuando las dos únicas posiciones son “con ella” o “contra ella”, desde que las leyes protegen y obligan igualmente a todos los habitantes de la República, según el artículo 23 de la Constitución, y no se concibe colectividad humana en la que se asigne a una parte de sus miembros la condición de no estar ni obligados ni amparados por las normas jurídicas.
El decreto viola específicamente las garantías concedidas en los artículos 23, 24, 27, 57 y 59 de la Constitución, que ningún poder o autoridad puede suspender en circunstancia alguna.
Además, las consecuencias implícitas del decreto son fatales para el Congreso, porque ponen automáticamente fuera de él a casi un centenar de Representantes, anulando el mandato parlamentario legítimamente conferido, que no puede perderse sino por las razones y en la forma que la Constitución establece. Consuman así el atentado final contra el Poder Legislativo, que se inició con el golpe de Estado del 6 de agosto.
El decreto que nos ocupa es antipolítico, porque lejos de solucionar la agudísima crisis en que se debate el Perú, la agrava al punto de establecer un estado permanente de suprema inquietud, nada propicio al estudio ni a la resolución de los graves problemas morales y económicos que nos angustian; y resta la cooperación indispensable de un gran sector ciudadano –pueblo y clase media– convirtiéndolo en peso muerto, cuando no en obstáculo o en rémora.
El decreto es inmoral también, porque priva de toda actividad, como ilegítimo o espúreo, al sector ciudadano que determinó con sus cuantiosos votos la constitución del régimen actual, lo que destruye la fuente misma de su autoridad, desde que según la Carta Fundamental “El poder emana del pueblo” y no se puede ejercer democráticamente en abierta pugna con él. No puede concebirse un mandatario que reniegue de su mandante, negándole “a posteriori” la capacidad de tal; que lo anatematice por su configuración o psicología, o por sus métodos, de los cuales precisamente se deriva su mandato y continúe no obstante ejerciéndolo.
No hay entre nosotros otra autoridad que el tribunal de la opinión pública para juzgar el carácter antidemocrático que puedan tener algunos de nuestros partidos o agrupaciones políticas. Si se sentase el funestísimo precedente de permitir que el gobierno lo haga y que dicte sentencia inapelable de excomunión contra alguno de ellos, se implantaría fatalmente el sistema de partido único –desde luego gobiernista– con los satélites que conviniese tolerar estratégicamente para disimular el régimen gubernativo totalitario, que es el más “vertical” que puede existir, como podrían testimoniarlo Alemania e Italia. El Perú no debe volver a sistemas suprimidos en occidente al precio de mucha sangre generosa y de inconmensurables sacrificios de todo orden, mucho menos invocando sarcásticamente los principios democráticos vencedores en el mundo, para anular aquí los efectos de la victoria.
El decreto cuya invalidez debe declarar el Tribunal, cita para fundamentarse los artículos constitucionales que no sólo son impertinentes, sino que justamente dan mayor fundamento a la objeción que contra él formulamos. La referencia del artículo primero es contraproducente a los propósitos gubernativos y entraña cruel ironía, porque precisamente ese artículo es el que declara que “El poder emana del pueblo, y se ejerce por los funcionarios con las limitaciones que la Constitución y las leyes establecen”. Es igualmente adverso y hasta sarcástica la alusión al inciso 2 del artículo 154, que confiere al gobierno la atribución de mantener el orden público, porque la subordina expresamente al imperativo de no contravenir a la Constitución ni a las leyes. Es evidente que ha dejado escuela entre nosotros el gobernante aquel que cuando realizaba algún acto infractorio de la Constitución, no omitía hacer respetuosa citación de ella en el mismo decreto en que la violaba. ¡Poco ha avanzado el Perú en educación cívica en una centuria!
Nos referimos ahora al atentado contra la libertad de prensa, agravado esta vez con la ocupación de hecho de dos casas editoras de periódicos, que se ha querido cohonestar después con un embargo a todas luces improcedente y no decretado por competente autoridad judicial.
El artículo 63 de la Constitución dice: “El Estado garantiza la libertad de prensa. Todos tienen el derecho de emitir libremente sus ideas y sus opiniones por medio de la imprenta o de cualquier otro modo de difusión, bajo la responsabilidad que establece la ley, etc.”. Esta garantía no está, por cierto, entre las que pueden ser suspendidas según el artículo 70. Tiene, pues, carácter inviolable y permanente. Ello no obstante, el gobierno ha tomado posesión de los locales donde se imprimían los diarios “El Callao”, “La Tribuna” y “La Tarde”, e impide la publicación de ellos desde hace quince días. La radioemisora “Alegría” ha sido también silenciada. La responsabilidad que los editores de los mencionados diarios pudieran tener en los sucesos del 3 del presente sería individual y habría que comprobarla judicialmente; en todo caso, no pudo vislumbrarse aquel día y, sin embargo, se procedió a la clausura desde el primer momento, como si se hubiese querido aprovechar de esos sucesos para cegar una fuente libre de información y de severa crítica.
Los actos gubernativos de los que reclamamos se hacen más intolerables aún por el contraste que ofrecen con la pasividad observada frente a la reciente  sublevación de Juliaca, que ha quedado virtualmente impune. Ese movimiento, anterior al golpe de Estado del 6 de agosto, fue francamente subversivo, como lo demuestra la proclama del comandante de Ejército que lo encabezó. Ninguno de los grandes diarios, notoriamente simpatizantes con él, fue cerrado ni hostilizado en forma alguna, y el conglomerado político que pudo inspirar o alentar el alzamiento no sufrió persecución, ni ninguno de sus dirigentes fue enjuiciado ni interrogado siquiera. Pero hay otra medida para los apristas, responsables o no, contra los cuales se ha llegado hasta el extremo desusado de decretar, sin discriminación, el embargo de bienes, condenando con ello al hambre a sus familias.
¡Quién hubiera podido imaginarlo en 1945!
El Frente Democrático Nacional se siente responsable de la creación de este régimen que concibió como un régimen jurídico, de concordia y de cooperación nacional. Fue en realidad el Frente “el hogar de reconciliación de los peruanos”. Por desgracia esa reconciliación no ha perdurado y hoy son más hondos que nunca los abismos divisorios de la familia peruana. Pero, como en 1945, creemos que es imperativa, ineludible, la obligación de actuar para impedir la lucha intestina, que amenaza ser encarnizada, y comenzamos esta vez esforzándonos por la remoción del principal factor de desunión y desorden que es el decreto de 4 de los corrientes. No se puede dividir el Perú en dos bandos irreconciliables: el de los escogidos y de los réprobos. Para ello sería necesario tener la inmensa sabiduría y la infinita justicia de Jesús. No basta proclamar su nombre escudándose en Él.
Al Poder Judicial, único sobreviviente del naufragio institucional del Perú, le toca una misión altísima que le valdrá el juicio inexorable de la historia. No hace mucho amparó a dos firmas comerciales que en sendos recursos de Habeas Corpus le pidieron resguardar las garantías constitucionales del artículo 57. Ahora se le presenta oportunidad de mucha mayor importancia y trascendencia que la referente a simples intereses económicos. Amenguaría su misión el que pudiese amparar sólo el patrimonio privado de los abusos de la autoridad, porque son inmensamente más importantes que él la libertad de conciencia, de expresión y de asociación y el derecho de no ser condenado sin ser oído, ni juzgado por los jueces que las leyes establecen, ni castigado por delitos ni con penas que éstas no señalen.
El decreto del que reclamamos no resiste el más superficial análisis jurídico. Su texto y sus prescripciones, así como la clausura de los periódicos, atenta con el prestigio exterior del Perú y lo colocan en el concierto de las naciones como país anacrónico, inadaptable a la mentalidad universal de este momento histórico. Pero sobre todo ello, abren una era de recelo, incertidumbre y temor, quizá de tragedia, porque “cuando se cierran los caminos de la ley se abren los de la violencia”, como dijo el gran patricio cuyo espíritu anima hoy más que nunca al Frente Democrático Nacional. La subsistencia de las medidas que impugnamos es peligrosísima. Todos los hombres conscientes del Perú saben que producirán la ola de odio más devastadora de nuestra historia.
Asumid, señores vocales, vuestro papel de salvadores de la patria, que no podéis rehusar. Pensad en que los sucesos de El Callao no se hubieran producido si se hubiese puesto atajo a la desviación de los cauces constitucionales desde el momento en que se nos sacó de ellos. La satisfacción de vuestra conciencia y el veredicto de la historia compensarán con creces el sacrificio que os demande el cumplimiento de vuestro deber. Por tanto: Al Tribunal pedimos que se sirva declarar que el decreto de 4 de octubre, que motiva este escrito, es violatorio de las garantías constitucionales consignadas en los artículos que hemos puntualizado, y que, por ende, carece de valor en todas sus partes. Igualmente, que la clausura de los diarios “La Tribuna”, “El Callao” y “La Tarde”, y de la radiodifusora “Alegría” atenta contra la garantía específica de los artículos 29, 63 y 64 de la Constitución, y debe cesar bajo responsabilidad de los autores y ejecutores de la contravención constitucional2.

RECURSO DE NULIDAD DEL AUTO DEL PRIMER TRIBUNAL CORRECCIONAL PRESENTADO AL SEGUNDO TRIBUNAL CORRECCIONAL DE LIMA POR JOSÉ GÁLVEZ, RAFAEL BELAÚNDE,JORGE BADANI, JORGE DULANTO PINILLOS Y FERNANDO BELAÚNDE TERRY, PERSONEROS DEL FRENTE DEMOCRÁTICO NACIONAL3

A la Segunda Sala de la Corte Suprema de Justicia:
Los suscritos, Presidente y miembros del Comité Central Directivo del Frente Democrático Nacional, generador del actual gobierno, fundamentando el recurso de nulidad que interpusimos, como tales o como simples ciudadanos, contra el auto del Primer Tribunal Correccional de Lima, su fecha 25 del que cursa, que declara improcedente el recurso de Habeas Corpus que presentamos en defensa de las garantías sociales, conculcadas por el decreto de 4 del presente, y de la libertad de prensa, viola por la clausura y ocupación de varios órganos de publicidad, a la Sala respetuosamente, decimos:
El auto aludido anula virtualmente el recurso de Habeas Corpus, medio concedido por el artículo 69 de la Constitución para el resguardo de las garantías sociales e individuales, desde que declara la incompetencia de los únicos organismos que deben amparar esas garantías cuando se acuse de infringirlas al gobierno, que es en realidad el único que puede violarlas. Si subsistiese tal resolución, quedaría prácticamente abolido, por su sólo mérito,

2 El Tribunal Constitucional –procediendo en todo con las instrucciones de Palacio-, por auto de 25 del mismo mes, declaró improcedente el recurso.
3 León de Vivero, El tirano quedo atrás, págs. 327-330. Editorial Cultura, México, 1951.

tan indispensable medio de defensa contra los abusos del poder y anulada, por la decisión de tres señores magistrados superiores, una verdadera conquista democrática que ha puesto a nuestra Carta a tono con los tiempos que vivimos y a la altura de los demás pueblos civilizados de la tierra.
Es inaceptable que se restrinja las atribuciones de los Tribunales Correccionales a las específicas, pero no exclusivas ni excluyentes o taxativas, que señala el artículo 14 del Código de Procedimientos Penales y el artículo 80 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, y que al hacerlo se aluda al artículo 350 de aquél, cuando ese artículo ratifica la competencia de dichos tribunales para amparar las garantías constitucionales.
No se trata de una acusación formal contra el Presidente de la República y sus ministros, que no podríamos formular porque no funcionan actualmente ni la Cámara de Diputados ni el Senado, llamados a iniciar el procedimiento respectivo. Se trata simplemente de declarar la invalidez legal indiscutible de medidas gubernativas violatorias de las garantías que otorga la Carta Fundamental, para lo que están expresamente capacitados los Tribunales Correccionales, no sólo por ella misma, sino también por el propio Código de Procedimientos Penales. Es cierto que el Título IX de este, que es el pertinente, se refiere en especial a la violación de la garantía de la libertad individual mediante la privación arbitraria de ella, pero sus disposiciones son también aplicables al amparo de todas las garantías sociales e individuales por precepto categórico del mencionado artículo constitucional y de la segunda parte del artículo 349 del referido Código.
Así lo ha entendido el Tercer Tribunal Correccional de Lima, constituido por los señores vocales Mares, Diez Canseco y Paz Soldán, que conoció en los sendos recursos de Habeas Corpus interpuestos por los señores Gildemeister & Cía. y por la Negociación Tumán. Por autos de 15 de junio último, ambos recursos fueron respectivamente acogidos, reconociendo expresamente el Tribunal que “el fin primordial del recurso de Habeas Corpus es el restablecimiento inmediato de la garantía violada, que –como las que nos respectan– es de tal naturaleza e importancia que no puede ser suspendida por el Poder Ejecutivo en el caso extraordinario a que se refiere el artículo 70. Los mencionados magistrados, al dictar esos fallos, que hacen honor al Poder Judicial, no se arredraron ante la consideración de que “declarar la invalidez de los actos del gobierno como infractorios de la Constitución y de las leyes, importaría tanto como enjuiciar al Presidente de la República y sus ministros”, porque sabían muy bien que no se puede resguardar judicialmente ninguna garantía sin censurar implícitamente al que la viola. Por eso supieron arrostrar la inevitable consecuencia del cumplimiento de su augusta misión.
Después de cuatro meses se le ha presentado al Poder Judicial en Lima un caso análogo –el promovido por nosotros– pero de muchísimo mayor significado y trascendencia, porque no se trata en él del resguardo de meros intereses económicos, sino de las garantías básicas de la vida civilizada, y por ello inviolables e insuspendibles, que contienen los artículos 23, 24, 27, 57 y 59 de la Carta fundamental. Sin embargo, sin desconocerse la realidad de su clamorosa conculcación, otro Tribunal Correccional las deja sin amparo, ni siquiera el formalista de oficiar a la Cámara de Diputados, como lo dispone el artículo 358 del Código de Procedimientos Penales, que era el corolario obligado de su adversa decisión.
Incumbe a la Corte Suprema resolver el desacuerdo haciendo que predomine para siempre el saludable criterio del Tribunal que presidió el doctor Mares. De lo contrario sería absolutamente ilusoria la prescripción constitucional del artículo 69, que resultaría prácticamente derogada por los llamados a cumplirla.
La razón alegada para desestimar la petición de nuestro recurso relativa a la clausura de los diarios y de la radioemisora, ignora en absoluto la existencia del artículo 64 de la Constitución y deroga los artículos 29 y 63 de la misma. La libertad de prensa pasaría a ser un mito entre nosotros, con expreso asentimiento judicial, si no se desestimase razonamiento tan inconsistente. ¿Hasta dónde podría llevarnos el que un fallo establezca que la Carta Magna está supedita, en sus disposiciones intangibles, por cualquier trámite o “medida precautoria” de la justicia privativa? Afortunadamente existen jueces que reconocen y proclaman “que por encima de todas las leyes está la Constitución, que es la Ley Fundamental”. La opinión de esos jueces es la que debe prevalecer y la que prevalecerá, estamos ciertos, por la final decisión de la Corte Suprema, que es la última esperanza que nos queda en el naufragio institucional del Perú.

Cada día salimos de los cauces constitucionales con paso más acelerado, con menos reparos y con mayor ímpetu. A principios del mes una numerosa agrupación política, todo un sector ciudadano –la mayoría del pueblo y de la clase media– fue declarado “fuera de la ley”, es decir, sin derechos ni obligaciones frente a ella. El país puesto en “estado de sitio”, en el que aún se encontraría si no hubiese sido colocado después en “estado de emergencia”, que la ley no reconoce, que nadie ha definido jurídicamente, ni muchísimo menos regulado, y por lo que equivale a la implantación del gobierno discrecional. Aterra pensar en que llegaremos por fin al estado de “sálvese quien pueda”. Ya se han producido tres sublevaciones de sectores de las Fuerzas Armadas. No se trata, pues, de mantener la vida jurídica del país, sino de evitar que éste caiga en la anarquía. El odio engendrado por pasiones sin freno puede sumirnos en caos sangriento. Todavía es tiempo de detener su avance arrollador y es la justicia, con su incontrastable fuerza moral, la única que hoy puede hacerlo. En nuestra angustiosa inquietud apelamos a ella como al áncora de salvación, sin más móvil que nuestros sentimientos humanitarios y patrióticos, sin más objetivo que nuestro decoro internacional, el bienestar de los moradores de nuestra patria y la grandeza moral de ella. Por tanto: A la Sala pedimos que declare que hay nulidad en al auto de vista y que, consecutivamente, es fundado en todas sus partes el recurso de Habeas Corpus que interpusimos el 18 del mes en curso.

domingo, 28 de julio de 2013

LA TERCERA



Luis M. Sanchez Cerro
MANIFIESTO A LA NACIÓN DEL JEFE SUPREMO,
TENIENTE CORONEL LUIS MIGUEL SÁNCHEZ CERRO,
AREQUIPA, 22 DE AGOSTO DE 19301

El pronunciamiento que acaba de efectuarse en Arequipa no es la obra de un  partido, ni la hazaña de un grupo, ni la audacia de un caudillo; es la expresión  genuina de un anhelo nacional, fervoroso y unánime, largo tiempo reprimido por la tiranía, pero convertido hoy al fin en realidad.
Hace más de once años que sufre el Perú los crecientes desmanes de un régimen corruptor y tiránico, en el que se aúnan la miseria moral y la protervia  política. Dentro y fuera del país deja las huellas de sus atropellos y de sus villanías.
En el orden constitucional, ha roto la Carta Política, erigiendo en ley suprema la voluntad despótica de un hombre y haciendo del Parlamento un hato de lacayos sumisos y voraces.
Desde el punto de vista administrativo, se esmera en desvincular las regiones con desatinadas medidas de exacerbante centralismo, en daño de la unidad de la República.
En el orden económico, ha destrozado nuestras finanzas y elevado nuestra deuda externa de 80 a 600 millones de soles, poniéndonos a merced de prestamistas extranjeros, hipotecando así nuestra independencia económica, con inminente peligro de la soberanía nacional.
En el orden tributario, agobia al pueblo con lesivos impuestos, desproporcionados e injustos, recargando los derechos arancelarios, aumentando considerablemente las contribuciones urbanas y rústicas, creando odiosos monopolios, todo inspirado, no por una patriótica previsión y sana finalidad, sino con el sarcástico objeto de disfrutar impúdicamente de las entradas en unión de sus adeptos.
En el aspecto institucional, ha desorganizado e inficionado en vez de organizar. Privó de su independencia al Poder Judicial, desacatando sus resoluciones y desprestigiándolo con la introducción de elementos políticos ineptos, sobornados o sobornables, socavándole, por tanto, su autoridad moral para amparar la libertad y hacer la justicia. Ha convertido los municipios en agencias gubernativas, usurpando al pueblo la libertad de elegirlos. Ha sometido la enseñanza superior a un régimen retrógrado y rastrero, cortando el vuelo al pensamiento en las universidades, hoy orientadas hacia un fingido practicismo, reservando a autoridades oficiales el control y la censura de las doctrinas, y la selección banderizada del magisterio superior, como en los tiempos oscuros del coloniaje.
En cuanto al orden individual, restringe los derechos ciudadanos, niega la libertad e intenta engañar a la opinión pública con oprobiosas manifestaciones de asalariados, pretendiendo encanallar al pueblo, procurándole el halago de la delación remunerada, sometiéndolo, monomaniáticamente, a un condenable tributo de munificentes regalos y elevando la adulación al rango de virtud nacional.
¿Acaso se permite hoy en el Perú la libre expresión del pensamiento? No. Los órganos de la prensa nacional se encuentran amordazados o envilecidos, porque el gobierno los ha convertido en voceros parcializados de sus actos y en defensores abyectos y venales de sus atentados...
Y en frente del Ejército –la nobilísima institución del país– ha organizado preconcebidamente una policía mimada y jactanciosa –salvo contadas excepciones–, instrumento de terror para el ciudadano, a quien coarta sus derechos. Transmutándola de su función privativa, pretende convertirla en fuerza sustitutoria del Ejército; es decir, del único eficaz guardián de la honra nacional y de la integridad territorial, dando razón para creer que los países que se hipotecan en alguna forma no son dignos de tener ejércitos nacionales, sino guardias pretorianas rentadas para defender a sus amos.
Como digno remate de esta serie de ignominias, acaba de ofrecer al extranjero, con nuestras petroleras, no solo una de las pocas y privilegiadas riquezas que aún nos queda, sino, lo que es peor, el ahondamiento del vasallaje económico que dista apenas un paso del vasallaje político.
No era posible tolerar por más tiempo la vergüenza de esta situación. Pero, la hora de la dignidad nacional y del duro ajuste de cuentas ha llegado por fin.
Vamos a moralizar primero y a normalizar después la vida institucional y económica del Estado; para ello, hacemos hoy un supremo llamamiento a todos los hombres honrados del Perú, para derrocar a la tiranía más cínica que registrará nuestra Historia, restaurar nuestros fundamentos constitucionales y hacernos dignos hijos de una nación libre.
Después que la moralización haya sido entronizada, si lo demandase la voluntad ciudadana nuestra Constitución sería revisada. Pero, siempre la cumpliremos y la haremos cumplir, como lo reclama su augusteza y su intangibilidad. Y convocaremos también a elecciones generales, dando para ello las más amplias garantías como no hay antecedentes en nuestra vida republicana.
Con criterio científico, se iniciará la depuración de la legislación nacional, enmarañada en los últimos tiempos por la inepcia de los legisladores, corifeos de un tirano espiritualmente enfermo.
Conservaremos la unidad nacional; pero es necesario dar a los pueblos, en la medida de lo posible, la autonomía económica indispensable para fomentar su progreso local con la legítima aplicación de sus recursos. En este orden de ideas habrá una equidad sin precedente.
Devolveremos al pueblo y a la prensa honesta sus libertades y sus prerrogativas, al Parlamento su majestad y el Poder Judicial su excelsitud.
Respetaremos todas las ideas, siempre que no afecten la moral social y el orden público.
Rendiremos y dignificaremos a nuestros hermanos indígenas. Esto constituirá el “alma mater” de nuestro programa nacionalista, sin que por ningún motivo ello se convierta en mera teoría de significación aleatoria.
Aseguraremos constantemente el bienestar y los derechos de las clases trabajadoras, dentro de las normas más equitativas y más justas.
Haremos de la honradez un verdadero culto nacional; por eso perseguiremos, sin dar tregua, hasta en sus últimos refugios, a la banda de rapaces que, enseñoreada hoy en la Administración Pública, ha amasado y amasa fortunas a costa del erario, obligándoles de grado o fuerza, a devolver los dineros usurpados y sancionando ejemplarmente sus delitos.
Acabaremos para siempre con los peculados, las concesiones exclusivistas, las malversaciones y las rapiñas encubiertas, porque la principal causa de nuestra actual crisis económica reside en la falta de pureza en la administración y de honradez en el manejo de los fondos fiscales. En lo futuro para ocupar puestos públicos será necesario que los ciudadanos declaren públicamente sus bienes; y proyectaremos leyes sobre la moralización de la renta privada, a fin de poder reprimir con mano férrea el robo en cualquiera de sus formas.
Hijos de un país económicamente modesto, como somos, no seguiremos hipotecando nuestras riquezas con el idiotesco afán de alardear falsos progresos. Con un sistema de honrada parsimonia en los gastos públicos, estimularemos las fuerzas vivas del país y fomentaremos sus innumerables posibilidades naturales e industriales, para cimentar nuestra autonomía económica, sacudiendo cuanto antes el yugo del acreedor extranjero. Y esto lo conseguiremos, porque vamos a la obra con sinceridad y con fe resueltos a imprimir honradez con caracteres de fuego.
Prometer construcciones de ferrocarriles para después vender a perpetuidad los pocos que teníamos; fantasear sobre la vialidad cuando los caminos existentes se deben únicamente al entusiasmo y buena voluntad de los pueblos y no al esfuerzo gubernativo que sólo ha sido cómplice en monstruosos peculados y favorecido intereses personales al amparo de la ley de conscripción vial, que representa en diez años el criminal despilfarro de cien millones de soles; ofrecer al país un soñado bienestar económico para que nuestras aduanas tengan después interventores extranjeros, sólo puede caber en programas de gobernantes cínicos y altamente traidores.
Jamás permitiremos que nuestros Institutos Armados sean juguetes de los políticos en el porvenir, ni que se les distraiga de la altísima misión que justifique su existencia. Por eso, la reorganización de ellos se impone, muy especialmente en el Ejército, al que la tiranía se ha deleitado en corromperlo con criminal sistema, en dividirlo, en herirlo en sus fibras más sensibles, en suprimir sus ideales, en reducirlo, en supeditarlo con una policía pretoriana, en deshacerlo a despecho de sus cuadros profesionales, espiritualmente sanos, abnegados, sufridos hasta una resignación insospechada.
El Ejército es nuestra más cara esperanza; a él entrega el pueblo sus hijos; él es la parte fuerte del país; atentar contra él es ofender a toda la nación.
Ciudadanos honrados del Perú:
No es este el centésimo anuncio de la regeneración nacional, como acostumbraron a hacerlo los caudillos que vitupera nuestra historia. Este movimiento significa la salvación de la nacionalidad; y, para conseguirlo, conjuramos ahora a todos los hombres del país que amen la libertad y la honradez.
Solo insinuamos ahora la enorme labor por realizar, instituyendo los firmes cimientos de la gran obra que otros patriotas deberán continuar. Y, con pureza de miras, el gobierno provisorio que hoy se inicia en el sur de la República se propone preparar el advenimiento del gobierno definitivo que, al amparo de la Constitución, nos haga ciudadanos de una patria grande y libre.

1El Comercio, 28 de agosto de 1930.

Centro Vasco Euzko Etxea Arantzazu de Lima
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima

jueves, 21 de junio de 2012

COFRADIA DE NUESTRA SEÑORA DE ARANZAZU DE LIMA 1612-2012

MARIO POLAR UGARTECHE
EL POLAR QUE POCOS CONOCEN
Introducción Jhon Bazán Aguilar

“Poeta del Derecho” es un calificativo que aplicado a José Luis Bustamante y Rivero, el gran demócrata y Presidente de la República del 45 al 48, podría sonar irrespetuoso; pero cuando uno se entera que quien eso escribe es ni más ni menos que Mario Polar Ugarteche, otro referente de las buenas formas, la oratoria parlamentaria y la hombría de bien, se pregunta cómo y por qué circunstancias dijo tal cosa. Eso es lo que hemos aprendido, no sin sorpresa, al leer esta crónica tan íntima y coloquial en la que Polar nos retrata con finos pinceles la figura de Bustamante y Rivero, contrastándola con la de otro de sus admirados ídolos de su infancia, César Atahualpa Rodríguez, cuya sencillez humana describe con admiración y cariño.
Este escrito de Polar que aquí rescatamos no tiene nada que ver con sus hermosos –y a veces cáusticos- discursos parlamentarios, en un tiempo en que la política era propia de seres inteligentes. Tiene ese sabor propio de las cosas personales, de diario íntimo, como que está escrita en tono muy especial dirigiéndose a su nieto.
El autor no se limita al perfil biográfico, va más allá, en ambos personajes. Penetra a ese espacio personal que pocos pueden invadir si es que realmente no se conoce a la persona. Y en el caso de Bustamante, fue alumno en la Escuela de Derecho, aplicado discípulo, corrector de sus discursos, celoso admirador de su cadencia oratoria y literaria, como de los poemas que solía recitar en círculos muy familiares, y que jamás publicó. Por eso lo llama Poeta del Derecho.
En el caso de César Atahualpa Rodríguez, cuyo máximo mérito que destaca es su azarosa carrera en la Biblioteca Municipal de Arequipa, en la que empezó como ayudante hasta ser Director, Polar con una prosa impecable vierte su admiración por este hombre sencillo y tan dueño de su vida. Y de ambos explica por qué los mezcla en sus recuerdos, porque que la amistad que le dieron fue uno de los mejores regalos que pudo haber tenido para formarse como persona.
De la pluma de Polar, menos conocida que su brillante oratoria, presentamos con orgullo su nota “El Argonauta y el Buzo”, Julio de 1968, cuando él estaba aún en lo mejor de su vida. Como nota adicional, este 5 de Setiembre se cumplen 100 años del nacimiento de Polar, por coincidencia el mismo día en que nació Igartua, y cuatro días antes de la festividad de la Virgen de Arantzazu, patrona del mundo vasco.
El argonauta y el buzo
por Mario Polar Ugarteche
Para cumplir con el propósito de estas páginas –imprimir en la mente de los jóvenes la figura de un peruano ejemplar–, nada mejor que recurrir a la pluma de Mario Polar, quien en su libro ‘Viejos y nuevos tiempos' traza, bajo el mismo título de la cabecera, la siguiente magistratura estampa del doctor José Luis Bustamante y Rivero. Leamos a Mario Polar dialogando con su nieto:
Lima, 18 de julio de 1968.
Pequeño: hoy quiero contarte de dos maestros de mi juventud a quienes considero ahora mis amigos: de José Luis Bustamante y Rivero y de César Atahualpa Rodríguez.
El primero fue mi maestro de Derecho Civil en la Facultad de Jurisprudencia. El segundo me dio lecciones de Humanismo cuando regalaba cultura bajo los arcos de Portales de la Plaza Mayor de Arequipa. El primero es conocido como político y hombre de leyes y del segundo muy pocos saben algo. Pero ambos son poetas en la acepción más pura del vocablo y no porque “componen o hacen versos”, según definición de un diccionario, sino porque han sido capaces de encontrar la esencia poética en la substancia misma de la vida y de verterla y revelarla con belleza.
Cuando estudies la Historia del Perú Republicano sabrás que don José Luis, además de maestro y autor de ensayos jurídicos y sociológicos notables, fue el líder civil de la revolución de 1930 que derrocó a Leguía en un intento de restablecer las libertades públicas; que en 1945, en las primeras elecciones limpias y auténticas en muchos lustros, fue elegido Presidente de la República; que tres años después fue derrocado por un golpe militar encabezado por el que fuera uno de sus ministros de Gobierno; que cuando regresó del exilio fue calurosamente acogido por los pueblos de Lima y Arequipa como una de las reservas morales del país; que posteriormente fue elegido Juez del Tribunal Internacional de La Haya; y que actualmente es Presidente de esa institución, el más alto tribunal de la Tierra.
De César Atahualpa Rodríguez sabrás algo si estudias la historia de la literatura peruana y si los historiadores de esta época son capaces de captar el hondo mensaje metafísico de su poesía. Pues mientras la biografía de Bustamante es muy rica, incluyendo sus servicios como Embajador del Perú en varios países y su participación en algunas conferencias internacionales —lo que anteriormente olvidé mencionar—, la biografía de Rodríguez, por lo menos en términos convencionales, es muy pobre. Nació en Arequipa hace 78 años; estudió en una escuelita municipal y en el Colegio de la Independencia; ingresó, siendo muy joven, a la ‘Biblioteca Municipal’ como ayudante, ascendiendo en 1918 al cargo del director; y después de 40 años de labor fue jubilado.
Nada más. En ese lapso ha escrito mucho pero ha publicado poco: la Torre de las Paradojas –colección de poemas juveniles publicados por una editorial argentina en 1926– y ‘Sonatas en Tono de Silencio’ –selección de poemas de edad madura, editado por el Ministerio de Educación el año pasado. Sin embargo, eventualmente, diarios y revistas de Arequipa y algunas capitales de América han publicado sus poemas.
A estos dos hombres tan distintos, y tan hermanos en el fondo –al que conoció el drama del poder y de la lucha pública y al que vivió en la sombra, buceando angustiosamente en su pozo interior para sacar, de cuando en cuando, alguna perla legítima–, debo mucho más de lo que ellos sospechan. Porque ambos, a su manera diferente, me revelaron horizontes ambiciosos y ampliaron mi visión de la vida en extensión y en profundidad.
Con lenguaje ‘spengleriano’ podría decirte que uno es de la escuela de Apolo y el otro de la de Dionisio. Bustamante es sereno, ponderado, con un fuego interior controlado en la expresión galana y el ademán sobrio. Rodríguez, en cambio, es dionisiaco, vehemente, cargado de pasión, con un fuego que se le agota, a veces, en un jadeo y que en otras estalla en una imprecación. Pero ambos son músicos aunque no lo quieran y aman las palabras. El fondo y la forma se acoplan en ellos naturalmente y les dan un estilo. En uno, como en Goethe, el equilibrio es la meta y la serenidad, la senda. En otro, como en Beethoven, la meta es inalcanzable y sólo el camino cuenta; y lo recorre apasionadamente y haciendo pascanas para drenar el dolor, irisado de anhelos, jadeante de fatigas y ensueños.
Rodríguez debe ser algunos años mayor que Bustamante; pero prácticamente estos arequipeños son coetáneos. Sin embargo, por lo que sé, su evolución espiritual fue diferente y el afecto que ahora los vincula nació sólo en la edad madura.
Bustamante proviene de viejas familias arequipeñas que hicieron de la austeridad y del recato una norma insobornable. Por eso la sobriedad y la mesura en el ademán y en la palabra, tienen en don José Luis un origen ancestral y él, en ese aspecto, es la expresión de una herencia. Pero nacido a fines de un siglo, creció para ser niño y adolescente en los albores de otro que se proyectaba hacia el futuro como una promesa de novedades o como un quemante problema por resolver. Y con una inteligencia sorprendentemente lúcida y alerta, que rompió con severa audacia los moldes tradicionales en que fue cultivada, aceptó el reto de su hora y se aplicó con terca devoción a buscar soluciones a los viejos problemas insolutos. El derecho y la política fueron, inevitablemente, los caminos que se le abrieron. Pero no el derecho sólo como esgrima en que la dialéctica hace de espada; y no la política como medio de vida o de encumbramiento social; sino el Derecho y la Política como herramientas lícitas e indispensables para la búsqueda de la justicia y de un mundo más equilibrado y más pleno. Y así el poeta afloró en el sueño de un mañana más justo y en la subordinación a la palabra medida y al adjetivo cabal. Pero músico desde el fondo del alma, la palabra, escrita o hablada, tiene en él la cadencia de una partitura. Y no sólo en sus poemas que conocen tan pocos, sino en sus conferencias, sus discursos y sus charlas. Cuando escuché sus primeras clases y leí sus primeros escritos, no me interesé, en verdad, por el contenido sino por la forma. Me gustaban sus períodos bien cortados, el orden de su exposición, la gracia con que los adjetivos redondeaban el significado de los sustantivos, la plenitud, en suma, del idioma. Sólo después me percaté de que debajo de esta forma, tan meticulosamente cuidada, navegaba en la sombra la angustia del buscador de soluciones, el afán interior del cazador de verdades y la pudorosa piedad del caballero cristiano. Y esta angustia, este afán y esta piedad, verdaderos protagonistas de su drama humano, lo llevarían a la política, como portador de un sueño, para ser golpeado rudamente, para descubrir que un hombre solo, y solitario, no puede modificar un mundo imperfecto; pero sí puede, si tiene coraje, abstenerse de escupir por el colmillo, como los bravucones, para defender la convivencia democrática; y puede también conservar la dignidad y el decoro y encender una antorcha para que otros la recojan, encendida, en la posta de la vida. Su concepción de un orden cristiano, fraterno y creador, de hondas reformas sin violencia, son, en el fondo, su aporte constructivo a la vida de un país que despierta, en una hora confusa, con el sueño de un verdadero amanecer.
Mi amistad con estos dos hombres, tan distintos y, ahora, tan entrañablemente amigos, es uno de los muchos regalos que me ha hecho la vida.
De Bustamante conocí unos poemas muchos años antes de, que supiera quién fue el autor. Siendo muy niño se organizó una función de caridad en la que se representó ‘Blanca Nieves y los Siete Enanitos’. Bustamante, según lo supe mucho después, fue quien escenificó el cuento y lo vertió en versos pulcramente cortados. Yo debí ser el séptimo de los enanos; y recuerdo todavía buena parte de los parlamentos del ‘Príncipe Encantador’ y, por supuesto, lo que los enanos debíamos decir:
“Ya no somos pobres gnomos
sino pajes encantados,
con ricos ropajes
y luengos plumajes;
que derrocharemos
las riquezas todas
que hemos reunido
con sudor y llanto
…y tanto quebranto”.
Que me perdone don José Luis si éstos no son, exactamente, los versos que él escribió; pero la verdad es que los aprendí siendo tan niño que no recuerdo haberlos leído nunca. Y debí ser muy pequeño en verdad, porque no entendí entonces la razón por la que fui expulsado de la compañía teatral. Yo debía decir, en algún momento, refiriéndome a Blanca Nieves: “Que sea nuestra mamá”. Pero enmendándole la plana a don José Luis y dando una razón práctica y nutritiva a una frase que debía tener sólo una finalidad lírica, exclamé en un ensayo, muy sensatamente: “Que sea nuestra mamá... pa’ que nos dé tetita”. Las risas corearon mi improvisación; y aunque en diversos tonos se me dijo que debía suprimir el añadido, el recuerdo de mi éxito inicial me indujo a repetirlo en el ensayo final. El resultado fue mi expulsión. Fui reemplazado por Mañuco Zereceda, que tuvo que heredar mis atuendos.
Pero mi amistad con Bustamante se inició en mi juventud, cuando fui su alumno en la Universidad. Entonces mi hermano Juan Manuel y Alberto Soto trabajaban como practicantes en su estudio y la admiración que le tenían, y que han mantenido sin fisuras, incitaba mi curiosidad. En una ocasión reemplacé por breves días a Alberto Soto como amanuense; y de esta época recuerdo una anécdota que lo pinta realmente. Me dictó un largo alegato; y en la noche me llamó por teléfono para pedirme un servicio —pues don José Luis no daba órdenes—; que en un acápite determinado modificase una palabra por otra, de significado muy similar. Intrigado por la importancia que concedía a algo que parecía sin importancia intuí la razón: la segunda palabra, en el período, `sonaba’ mejor. La preocupación por la forma como la obsesión por lo justo y lo legítimo es posible que, en más de una ocasión, hayan significado trabas para el hombre de Estado; pero revelan al poeta y al moralista.
Cuando don José Luis iba a cenar a casa de mis padres o me encontraba con él en alguna reunión, jamás hablábamos de derecho sino de literatura. Y recuerdo que una noche, en mi casa, entusiasmado por unos poemas de Rodríguez que recité y él no conocía, nos regaló recitándonos poemas de su propia cosecha, que no ha publicado jamás. Y así nació una amistad que se fue estrechando con los años. Mientras fue Embajador del Perú solía escribirle eventualmente; y cuando regresó al Perú como candidato a la Presidencia y llegó a Arequipa antes de viajar a Lima, me llamó para preguntarme “si tendría inconveniente en servirle de amanuense” en la redacción del discurso que pronunciaría en la capital y que fue uno de los discursos más hermosos y más cargados de mensaje que ha producido.
Sin voluptuosidad de poder, requisito casi indispensable para ejercer el mando, don José Luis asumió la Presidencia como un deber, con entereza pero sin gozo. La euforia de la libertad reconquistada, la prepotencia del único grupo político organizado entonces, los apetitos de los viejos sectores desplazados del poder y la crisis financiera desatada por el término de la segunda guerra mundial, que determinó la caída de los precios de los artículos de exportación, acumularon nubes de tormenta sobre el horizonte. Y ‘la primavera democrática’, tan ardorosamente defendida por un hombre limpio, terminó con un golpe frustrado el 3 de octubre y con otro golpe de Estado triunfante el 27 del mismo mes de 1948. Yo estaba entonces en Buenos Aires y recibí a don José Luis en el exilio. Y durante un mes, pues mi carrera diplomática terminó también el 27 de octubre, estuve todos los días con don José Luis, que almorzaba o comía en mi casa. Sin acrimonia, yo diría que incluso sin rencor, examinaba en nuestras largas charlas todos los aspectos positivos y negativos de su gobierno, los errores de los grupos y sus propios errores, su exagerada confianza en la lealtad de los hombres y en la lealtad a los pactos, los raíces profundas de ‘una crisis que se juzgaba sólo por sus efectos exteriores y superficiales y la necesidad de movilizar la conciencia cívica del país, no para reponerlo en el mandato que se le había arrebatado, sino para crear el equilibrio de fuerzas sin el cual jamás podríamos los peruanos constituir una democracia. Y el gobernante derrocado no pensaba en él sino en el país. No añoraba el Poder. Quería sólo trocar su experiencia dolorosa en un mensaje de esperanza, sacar conclusiones para que otros enmendaran los rumbos. El poeta del Derecho quería hacer de la ley un instrumento eficaz de perfeccionamiento y de justicia. Y su anhelo, su sueño, se vertió en cientos de cartas a sus amigos, en cientos de mensajes en los que no había ni queja ni amargura sino sólo palabras de aliento para que la antorcha encendida se mantuviese viva, para que se retomase, sin sangre, el camino civilizado de la democracia hasta convertirla en la mejor costumbre; y para que se hiciese conciencia su convicción honesta de que una mañana con luz de alborada sólo puede ser el fruto de una larga noche de esfuerzo y sacrificio. De él aprendí que vivimos tiempos de dar y no recibir y que lo que importa, para quienes asumen responsabilidades, no es reclamar derechos sino cumplir deberes. Aunque la incomprensión, o fuerzas que a veces son más fuertes que los hombres, trunquen muchos esfuerzos y derriben muchos luchadores. Siempre que queden corredores en la posta.
Esos días difíciles de Buenos Aires tuvieron también alguna compensación para don José Luis. El cálido afecto de sus amigos, demostrado en múltiples formas, llegaba a él ya limpio de toda sospecha de interés, como una colectiva voz de aliento; y después de tres años de vivir en Palacio, permanentemente resguardado —como un voluntario prisionero— volvió a conocer el placer de ser un ciudadano cualquiera, de caminar libremente por las calles sin plan y sin horario. Recorríamos juntos Corrientes y Florida, las famosas calles bonaerenses, mirando los escaparates. A veces entrábamos a algún café a tomar un aperitivo. En otras ocasiones paseábamos frente al río disfrutando de la brisa en ese noviembre cada vez más cálido. Y el reencuentro con la libertad, para quien había vivido enclaustrado y había recorrido las calles de Lima, durante tres años, sujeto a horarios y custodia, fue un placer renovado. Vagar por las avenidas sin plan ni concierto, charlar sin apremio, volver otra vez, eventualmente, a hablar de literatura, retornar a la confidencia, examinar con calma los problemas del Continente y del propio país, fueron bálsamos para el espíritu herido, fórmulas espontáneas para que un hombre libre mantuviera el equilibrio. Cuando, al cabo de un mes, tuve que regresar al Perú con mi familia para rehacer mi vida, sentí de veras mi partida, por don José Luis y por mí. Sobre el plinto de un viejo afecto habíamos levantado una honda amistad, que se ha afirmado en los últimos 20 años. El mandatario derrocado un solo encargo me dio para sus amigos del Perú: que se aplicaran con tenacidad y con paciencia a la formación de un partido político. Mientras exista —me decía— un solo partido organizado como el Apra y, frente a él sólo agrupaciones electorales eventuales, jamás habrá democracia en el Perú; y el país seguirá oscilando entre la dictadura castrense y la prepotencia, inevitable, del grupo único. Y esta recomendación está en la fuente del camino que desde entonces seguí, que a lo mejor no es siquiera el camino que hubiera escogido mi corazón, de acuerdo con mis propias inclinaciones.
Podrías preguntarte, pequeño, por qué te hablo en una sola carta de dos figuras humanas tan aparentemente distintas, tan dignas, cada una de ellas, de una estampa singular. Y podrías también preguntarte por qué las mezclo en el recuerdo. Y quizá no pueda explicarte del todo las razones. El hecho de que ambos hayan llenado, casi, su periplo, aunque están en aptitud de darnos todavía más de una sorpresa, no es una respuesta satisfactoria. Creo que las he mezclado porque el Argonauta y el Buzo incidieron en mi vida en momentos cruciales. Porque uno me aceptó en su nave en días de tormenta para hacer mirar el drama de nuestro tiempo con la angustia que la vida reclama para tomar decisiones. Y porque el otro me metió en su escafandra para hacerme contemplar la trágica y misteriosa grandeza del interior del hombre.
Por eso te dije que debo mucho a Bustamante y a Rodríguez. Sé, por cierto, como te he comentado en otra ocasión recordando a Saint-Exupery, que cada ser humano es un universo que se alumbra con su propia luz, sea ésta mortecina o brillante. Pero sé también que vivimos dentro de una constelación humana y que reflejamos, sin quererlo, los rayos más luminosos. Con ellos también nos alumbramos, incluso cuando rechazamos, total o parcialmente, su luz. Y eso nos ayuda a comprender y a vivir y, a veces, a actuar. Por eso, pequeño, porque sé, por experiencia, lo que significaron para mí don José Luis y César Atahualpa, quisiera que en tu vida encontraras un Argonauta y un Buzo. Con lenguaje infantil podría decirte que es como subir y bajar en un funicular adosado a la montaña fabulosa de la vida.
“CUANDO estudies la Historia del Perú Republicano sabrás que Don José Luis, además de maestro y autor de ensayos jurídicos y sociológicos, fue el líder civil de la revolución de 1930 que derroco a Leguía en un intento de restablecer las libertades”. MARIO POLAR UGARTECHE.
“Sabrás que en 1945, en las primeras elecciones limpias y autenticas es muchos lustros, fue elegido Presidente de la Republica; que posteriormente fue elegido Presidente del Tribunal de la Haya, el mas alto tribunal de la tierra”. MARIO POLAR UGARTECHE.
Publicado en revista Oiga el 24 enero de 1994.
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a EDITORIAL PERIODISTICA OIGA, 2012.

sábado, 15 de octubre de 2011

Fracisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca

Una “vallerriestrada”

Por Jhon Bazan Aguilar

Revisando notas y personajes en la web he dado con un articulillo suscrito por el considerado el último de los oradores parlamentarios, don Javier Valle Riestra, o, como quieren algunos, más apropiadamente don Javier Maximiliano Alfredo Hipólito Valle Riestra Gonzáles Olaechea.

Me refiero a “Una “bustamantada” (*) que este insigne aprista de conveniencia suscribió en el diario Expreso el 13 de Enero de 2011, sin ningún rubor, comparando lo incomparable: la postulación por el Apra de José Luis Bustamante y Rivero en 1945 con la decisión maniquea de Alan García a principios de este año de llevar a Mercedes Araóz como candidata aprista a la Presidencia, por pura conveniencia personal, pues no quería que ningún otro personaje de su partido le hiciera sombra. Y todos al final, incluyendo al ilustre Valle Riestra, acataron el úkase alanista.

No he leído apristas que hayan rechazado los dichos de Valle Riestra al interpretar la historia de un modo tan sui-géneris, y es que en su momento cada quien se cuidaba las espaldas y las canillas para no chocar con García. Porque en el fondo lo que Valle Riestra hacía no era cuestionar a García sino simplemente cargarse contra Bustamante y Rivero por haber puesto realistamente los pies sobre la tierra una vez elegido y poner al aprismo en el lugar que merecía.

Si hubiera periodistas de fuste como Francisco Igartua y Pedro Planas de Oiga de seguro le habrían respondido como se merecía. Pero qué se puede esperar de quienes viven alrededor del acomodo y la crítica soterrada.

En su nota, Valle Riestra, ubicuo personaje caviar de los novecientos, pretendía hacer creer a los incautos que con Meche Aráoz en nuestros días pudiera ocurrir lo mismo que con Bustamante en los cuarentas: que dejara de lado al Apra una vez llegada al poder. Pero ni una línea, que digo, ni una sílaba, en contra de esta decisión personalista de Alan García de imponer a una extraña a su partido por encima de lo que se supone era la institución política más representativa del país. E insisto: era.

En su venerable y autogenerada impostura como defensor de las causas justas, el aristocrático abogado de los apellidos señeros y compuestos echa mano sin respeto alguno al calificativo que alguna vez el propio Haya de la Torre había dedicado coyunturalmente a ciertos actos de Bustamante, más no a su propia elección, que él mismo había santificado al renunciar a ser candidato por el veto militar.

Valle Riestra, ilustre heredero de don Ricardo Valle Riestra Meiggs y Hortensia González Olaechea y Olaechea, medró bajo el manto indudablemente grandioso de Haya, fue regidor metropolitano de Lima, constituyente y Senador por el Partido fundado por él, que aún después de su muerte seguían votando con el pensamiento puesto en sus ideas (que García y el propio Valle Riestra jamás reivindicaron plenamente desde el poder) pero no tuvo reparo alguno en irse al otro extremo, a la dictadura fujimorista, de la cual de la noche a la mañana se hizo Primer Ministro.

Rara metamorfosis que lo pinta de cuerpo entero, y de la cual no ha hecho un completo mea culpa. Mas bien, ya muerto Haya, fue perdonado por Alan García y elegido como congresista, aunque con escrúpulos de vedette que se dolía de estar mezclado con la choledad del nuevo Parlamento, herencia de sus antiguos socios del fujimorismo y de otras tiendas que mezclaban perro pericote y gato en sus listas, con tal de que contribuyeran a la campaña en coloridos billetes verdes sin preguntar su procedencia.

En cierto modo la sociedad de Valle Riestra con Fujimori se anticipó al acuerdo bajo la mesa que Alan García al final de su gobierno tenía con Keiko Fujimori, porque el devenir de los hechos reveló después de la postulación e intempestiva renuncia de Mercedes Araóz, que la verdadera esperanza de impunidad del maquiavelico ex Presidente era la hija del preso de la DIROES, aunque siempre jugando otras opciones: Luis Castañeda Lossio, Pedro Pablo Kuczynski… Y eso no podía ignorarlo Valle Riestra al hablar de “bustamandada”.

Los días pasan, el futuro siempre llega, los escritos quedan, y lo dicho por Valle Riestra en torno al hombre probo y patriota que fue José Luis Bustamante y Rivero no puede quedar en el aire. Este es solo un tímido recordaris al personaje de las frases hechas, porque si no los hay ahora, estoy seguro que en el futuro existan otros periodistas verdaderos que pongan las cosas y los personajes en su sitio.

Lima, Octubre de 2011.

-----------------------

Aquí, la nota original

(*) Una “bustamandada”

Javier Valle Riestra

Soy un aprista no inscrito, aunque hace setenta años que lo soy. No tengo ningún cargo partidario. Soy congresista por el APRA pero eso no me da legitimidad para tomar el nombre del PAP. Aclarada esta premisa, afirmo que ha sido un grave error postular como candidata a la Presidencia a Mercedes Aráoz. Es una persona totalmente extraña al aprismo y a las luchas políticas democráticas. Y ha empezado con desplantes y altanerías. Poner condiciones. Vetar a Del Castillo, so pretexto de actuaciones prejudiciales pendientes en los que no hay ningún procesamiento en ciernes. Exigir un anónimo cabeza de lista propio, etc.

Me recuerda el caso de José Luis Bustamante y Rivero, a quien postulamos en 1945 como candidato a la Presidencia de la República contra el candidato plutocrático general Eloy G. Ureta. Sacamos trescientos mil votos. Duplicamos los del adversario. Pero Bustamante (viejo abogado, co-redactor del manifiesto de Arequipa de agosto de 1930 en que se justificaba el golpe contra Leguía, y embajador pradista en La Paz), empezó con inconsecuencias. Al APRA que era el alma de su elección le propuso inicialmente dos carteras ministeriales sobre once; terminó concediendo tres: A César Elías; Rose Ugarte y Vásquez Díaz. Más tarde alentó mítines contra la democratizadora ley de imprenta preparada por el APRA (diciembre de 1945) que terminaron en un tumulto callejero; luego incitó el ausentismo parlamentario y no asistió a la instalación del Congreso en 1947 generando el caos.

Intrigó en el contrato de Sechura, poniendo al APRA como si fuera pro-imperialista, y se olvidó completamente de Haya, el gran elector, quien había renunciado a su postulación para hacer menos conflictiva la restauración democrática, y de todos los que habían contribuido a su triunfo.

Lógicamente, esta situación jesuísticamente manejada terminaría en el alzamiento del odriismo (27.octubre.1948). El remate de ese colaboracionismo con el sabotaje lo dio cuando se hizo cómplice de veintiún senadores reaccionarios que acordaron en julio de 1948 no asistir a las Juntas Preparatorias ni a la instalación del congreso el 28 de julio. Era la anarquía. De hecho quedaba en suspenso el congreso. El Jefe de Estado publicó un comunicado diciendo que tampoco concurriría al Parlamento. Era el fin. A este escenario lúgubre se agregó el desafío golpista fallido del comandante González Pavón que asaltó La Tribuna. Todo este caos generó dos posiciones antitéticas: un intento golpista de la marina pro-aprista (03.octubre.1948) y la victoriosa insurrección del general Odría. El tipo de conducta inconsecuente de Bustamante y Rivero la bautizó Víctor Raúl como “bustamantada”. No repitamos ese error histórico.

lunes, 25 de octubre de 2010

Oiga


EL ULTIMO CONSEJO DE MINISTROS “He de salir muerto o prisionero” – Archivo Revista Oiga 17/01/1994

TESTIGO de excepción de los dramáticos sucesos de octubre del 48, el doctor Javier Vargas nos reveló -a raíz del fallecimiento del patricio arequipeño- los entretelones del último Consejo de Ministros del gobierno del doctor Bustamante:

"La noche anterior, los jefes de la guarnición de Lima habían expresado su lealtad al gobierno. Grande fue nuestra sorpresa cuando luego presentan un ultimátum pidiendo la renuncia del Presidente. La última sesión la presidió Armando Revoredo. Ahí, se le expuso al Presidente la situación. Analizando el documento, el doctor Bustamante, refiriéndose al planteamiento de su renuncia, expresó que la entrega del poder sólo se podía hacer con la voluntad de quien lo ha entregado, y que en este caso sólo podía devolverlo al pueblo, por lo que rechazaba el pedido. Afirmó después que esta actitud no significaba un apego al poder, sino respeto a este legado sagrado que defendería aun con su vida si fuera preciso”.

El doctor Vargas recordó que cuando el ministro de Guerra, general Torres, luego de reiterar su adhesión al gobierno, expresó su inquietud por la vida del Presidente y sugirió su renuncia, el doctor Bustamante se incorporó de su asiento y exclamó: “No siga usted, señor ministro, yo no saldré de aquí sino muerto o prisionero".

El ilustre patricio cumplió su palabra. No renunció, como falsamente afirmó un comunicado suscrito por el general de brigada Zenón Noriega el 30 de octubre de 1948, y de ello dejó constancia el doctor Bustamante en una carta dirigida al diario 'La Razón' de Buenos Aires, dos días después de la aparición del comunicado. Esto lo corroboró el doctor Vargas mostrando el acta de la última sesión del gabinete, documento que él guardó en su calidad de secretario del Consejo de Ministros y que nos prestó para que lo publicáramos.

Las últimas palabras que dirigió el presidente Bustamante a sus ministros y amigos, el viernes 29 de octubre, luego del triunfo de la revolución y estando a punto de ser deportado, fueron recogidas textualmente por el periódico 'Jornada', en su edición del 13 de noviembre de 1948:

"Soy todavía Presidente de la República. Seguiré siéndolo hasta que trasponga las fronteras de mi Patria, y seguiré siéndolo más allá de esas fronteras, pues es la fuerza la que me saca; pero tengo la satisfacción, modestamente, serenamente, pero firmemente, como cumple a la investidura de un Presidente, de haber dicho a quienes pretendieron que yo entregara el cargo, que formulara mi renuncia, que un Presidente de la República no dimite porque su mandato emana del pueblo".

Hermoso ejemplo de coraje brindado por un hombre que, por sobre todas las pasiones de su época, tuvo como meta la construcción de la democracia en el Perú: José Luis Bustamante y Rivero fue, él sí, un Presidente para 'todos los peruanos'.

"El fue siempre un hombre austero. Incluso, estando en el exilio padeciendo estrechez económica, rechazó el dinero que un grupo de amigos había reunido en una colecta para ayudarlo en ese difícil momento, afirmando que con lo que ganaba con su trabajo bastaba para sostener a su familia". Con estas frases el doctor Vargas evocó la personalidad del doctor Bustamante y Rivero aquella tarde de enero de 1989 en que lo entrevistamos en su domicilio.

Oiga


EL NOTABLE DISCURSO DE BUSTAMANTE RIVERO AL ASUMIR LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA 28 de julio de 1945

Señor Presidente del Congreso Nacio­nal:

Me honra sobremanera recibir la in­signia de mi investidura de un ciudada­no como vos, cuya prestancia moral enaltece, mejor que cualquier título, vuestro sitial parlamentario.

Bajo los auspicios de una elección cuya limpieza constituye un soporte moral inapreciable, asumo la Presidencia de la República con la augusta emoción de quien recibe en sus manos el destino de un pueblo y de quien mide las responsabilidades de este tremendo y honrosísimo encargo.

Misión compleja y agobiadora la que, en su múltiple reparto de situaciones, y deberes, ha reservado la Historia al hombre de Gobierno. Tócale a él realizar el anhelado desideratum de la ar­monía en la diversidad. El Estado es la síntesis política de una ordenada con­vivencia humana; y como síntesis fun­ciona a base de cohesión y ensamblamiento. Fuerza es, pues, propiciar y man­tener el concertado ligamen de los fac­tores elementales del conjunto, por va­rios y dispares que ellos sean; pues la más leve resquebrajadura puede poner en peligro la unidad del organismo y acaso hasta su suerte. De ahí que el Go­bernante viva en función perpetua de coordinación y de equilibrio. Difícil quilibrio entre gravedades heterogéneas, ya que no abarca solo la esfera de lo social y lo tangible, sino que incluye también el invisible mundo de los imponderables. Cumple el Estado en el es­pacio y en el tiempo una misión histó­rica permanente, que es preciso avizorar y cautelar; y ante ese imperativo de sustancial supervivencia, más lato que los siglos y menos pasajero que las ge­neraciones, fuerza es que a veces su­fran postergación indeclinable la voz tradicional de los intereses y la vehemencia reformadora de los idealismos. Con el espíritu en alto y la visión ten­dida lejos, el conductor de pueblos está llamado a transformar en cosa depura­da y consistente ese acervo de oro y de barro, de gemas y de arcilla, para dar a su obra solidez y grandeza y preser­var, con celo imperturbable los eternos atributos de la nacionalidad.

Nuestra época, pródiga en formidables experiencias, convulsionada de dolores y clamante de anhelos, ha impuesto nuevos deberes a los hombres de Estado. Movianse estos dentro de un ámbito de fronteras, con panorama circunscripto a los limites individualistas de su propio aislamiento. Pero hoy el Mundo se rige por conceptos más universales, en los que son apenas medios de buena administración las marcas fronterizas y en que, por encima de ellas, campea y se difunde la noble inquietud unificadora de la solidaridad humana. Dentro de este nuevo espíritu, la misión del Estadista cobra inusual amplitud. El campo de las relaciones internacionales adquiere un sentido fundamental de cooperación e interdependencia. En la explicable pugna entre la tradición aislacionista y el humanismo innovador se estremecen las soberanías con reticente actitud de defensa; y el receso de la diplomacia contemporánea traduce las angustias de un mundo que trata afanosamente de conciliar las instituciones del pasado con los ideales del porvenir. En medio de este debate a la vez trágico y grandioso y la llamarada de la guerra envuelve en duelo gigante la regresión y la revolución y libran su batalla decisiva el ímpetu militarista y la concepción democrática, el imperialismo económico y los sagaces postulados de la igualdad jurídica. Tras la contienda enorme la humanidad llega, sangrante, a una unánime conclusión: la necesidad de una convivencia en la paz. En una paz sin arista ni rencores, hecha de equidad y buena fe. En una paz organizada y de derecho, donde el consorcio de voluntades sea universal compromiso, y donde el juego de los intereses de cada Estado se ajuste y acomode al interés supremo de la comunidad de naciones.

Y aquí surge la nueva y transcendental función del hombre de gobierno. No es ya solo el intérprete del sentir de su pueblo en lo que atañe a la solución de sus propios problemas; sino el prudente coordinador de las aspiraciones nacionales con el sistema general de paz. A él está reservada la tarea de sancionar el régimen de las obligaciones colectivas sin desmedro de la personalidad del Estado; de orientar el criterio de la evolución interna en consonancia con los postulados políticos-sociales del organismo mundial; y de afirmar, de fronteras a dentro, ese mismo sentido de concordancia, de libertad y de compresión que hoy sirve de puntal y garantía a las relaciones internacionales. Siempre la nítida línea de la austeridad y la mesura; siempre la visión alerta de quien otea un rumbo en que cualquiera desviación es un extravió; siempre el deber de equilibrio ante los requerimientos de la pasión y el egoísmo, de la rutina y la improvisación.

En el Perú, el proceso sociológico ha sido la causal determinante del proceso político. Madurada la conciencia cívica tuvo eclosión arrolladora el propósito de perfeccionar el sistema electivo a base de una verídica autodeterminación popular. Quería incorporar a nuestra vida interna un régimen de sanas libertades. Quería, sobre todo, cancelar intestinas diferencias, para poner, en amplio ges­to unitario, la integridad de sus esfuer­zos al servicio de la nación. El auspicio­so programa se ha empezado a cumplir. Un soplo de vitalidad orea el aletargado ambiente del indiferentismo ciudadano; y un nuevo clima espiritual remoza en estos momentos las esperanzas del país. Las generosas palabras con que el Presi­dente cesante, doctor don Manuel Pra­do, ha expresado su esperanza en mi gestión gubernativa, fortifican, como nuevo acicate, mi decisión de darme por entero a la causa nacional que tan ardorosamente he asumido.

Mi presencia en este austero recinto de las leyes interpreta y simboliza ese movimiento de opinión. Vengo del llano del apolitismo, sin prejuicios pequeños ni fatuos alardes. He acudido al llama­do de mis compatriotas como un nexo de fraterna armonía, sin otro acervo en mi bagaje que una recta intención. Y entre abrumado y optimista, llego a la primera magistratura del Perú, sope­sando en mi espíritu la magnitud de mi tarea y confiado en la eficacia de la ayuda de todos.

Me propongo, en el ejercicio del mandato, cumplir con los deberes que la moral política y los requerimientos de la hora señalan al hombre de Go­bierno, tanto en lo interno como en lo internacional. Mi línea está trazada en público documento -el Memorándum de 13 de marzo- que el consentimien­to de mis electores me ha hecho el ho­nor de refrendar. Allí está mi progra­ma. El próximo período se caracteriza claramente como una etapa de transi­ción, que servirá de ensambladura a dos momentos antagónicos. Uno, el de ayer, influido por inquietudes políti­cas y plausibles afanes de organi­zación. Otro, el de mañana, en que cabe esperar el advenimiento de una e­ra de madurez democrática y de fir­me y científico desarrollo de las fuer­zas potenciales de la nacionalidad. Es el paréntesis intermedio el que me toca presidir. Dentro del campo constitucional, se impone realizar un reajuste de las instituciones jurídicas, a tono con la emoción que hoy alienta en el mundo; y dar al pueblo la seguridad de que su vida habrá de desenvolverse en un clima de paz cordial, sin extremos de dictadu­ra ni de demagogia, sin leyes de excep­ción ni alardes disolventes de rebeldía. En el campo económico la acción gu­bernativa se dirigirá al fomento de las actividades del trabajo y a la planificación sistemática de la administración fiscal. En este terreno, la labor ha de ser predominantemente educativa hasta crear en las conciencias un sobrio senti­do de abnegación y renunciamiento pa­ra afrontar las estrecheces de la crisis post-bélica y promover, con el gradual concurso del Estado y de las clases poderosas, una organización más robusta de la justicia social. En el aspecto cultu­ral, precisa un noble y emocionado empeño por cultivar en nuestro pueblo los dones del espíritu y los hábitos de la civilización; y una juiciosa liberalidad que le permita ampliar sus horizontes intelectuales mediante el fácil contacto con el pensamiento del mundo. En la vida de relación, el esfuerzo se dirigi­rá a secundar con decisión, pero también con digna autonomía de criterio, empeño de dar forma sólida y duradera al organismo de la paz y la seguridad mundiales; a vigorizar la amistad entre el Perú y los demás Estados, muy par­ticularmente los que integran la vasta comunidad americana, a quienes nos li­gan especiales vínculos de historia, de vecindad y de comunidad de intereses; y a echar las bases de un consorcio in­ternacional más activo, oficial y priva­do, con los demás gobiernos y con el capital extranjero, para estimular la producción y obtener una coordinación realística y sensata de las actividades del comercio exterior.

No pretende este esbozo constituir un plan integral de gobierno. Aspira sólo a sentar bases para un periodo futuro de más altas realizaciones. La vida de los pueblos no se cuenta por años sino por siglos; el ritmo de su avance se traduce mejor en el paso menudo y cauteloso que en el salto bri­llante o audaz. Es tan sutil y comple­jo el engranaje de los fenómenos socia­les que, salvo circunstancias de muy probada urgencia, el recurso revoluciona­rio debe ceder la primacía a una segura y natural evolución. Desenvolverse es persistir. La complicada trabazón de los elementos integrantes del Estado moder­no supone en ellos un armonioso desa­rrollo si el proceso ascensional de su perfeccionamiento ha de correr parejas con su estabilidad. Lo contrario es afec­tar en el conjunto la línea de las proporciones, o introducir en la estructura un factor de desequilibrio. En el Perú, el problema fundamental es un problema de hombres. No hay posibilidad de finanzas generosas sin una sólida economía fundada en el trabajo; ni administración correcta sin un fondo indi­vidual de honestidad; ni progreso de la cultura sin respeto de la persona humana; ni política estable sin una plena conciencia de los deberes cívicos; ni gravitación internacional sin un firme y orgulloso concepto del patriotismo.

Estimular esos valores fundamentales y primarios es la labor del gobernante. Estudiarlos calladamente, sin que importe para el caso la ausencia de sonoridad o de lustre. En las naciones como en los individuos la formación de la personalidad, integralmente concebida en lo físico y en lo espiritual, es una obra educativa en que la plenitud sólo se adquiere a costa del desvelo tenaz de cada día. La educación es un proceso, y no en manera alguna una creación del instante. Como el maestro, el estadista va venciendo paciente su jor­nada, sin vistas a la definitiva consagración. Y puede sentirse ufano sí, a la vuelta de los días, ha logrado, como el maestro, ser en su pueblo un forjador de hombres. Sobre la base del factor hu­mano, la evolución de los Estados es hacedera y rápida en el campo de la riqueza, de la influencia y de la felicidad.

A los ciudadanos incumbe prestar al nuevo régimen todo el caudal de su colaboración en esta sustantiva tarea de crear en el país una disciplina moral. No cuentan para ello diferencias ideológicas ni posiciones políticas. No cons­tituyen obstáculo antiguas pugnas de partido ni recientes discrepancias electorales. En la obra colectiva deben te­ner su parte todas las tendencias, desde el Gobierno o desde el llano. Frente al común anhelo de renovación, la magna­nimidad cederá el puesto a los conceptos rígidos de doctrina o de grupo. La flexi­bilidad política no está reñida con la pureza de los principios. Buscar la com­prensión no es claudicar. Apenas hay un mal más deprimente de la virilidad de un pueblo que el mal de la sumisión. Queden en buena hora desterradas de nuestro ambiente oficial las actitudes sumisas. En el plano de una bien enten­dida cordialidad patriótica, caben la li­bre discusión de las ideas y la alturada discrepancia de los puntos de vista. Y acaso en este intercambio de concep­tos y pareceres estribe la garantía del acierto en las decisiones. Lo que fun­damentalmente significa la cooperación con el Poder es la honorable coinciden­cia en propósitos de bien público. Y pienso que esta coincidencia es, por fortuna, un feliz atributo de la peruanidad. El Gobierno, por su parte, cum­plirá en este orden sus propósitos de unificación nacional, dando a todos ga­rantías dentro de la ley, buscando el mérito allí donde se encuentre y abrien­do a los diversos sectores la oportuni­dad de compartir con él la iniciativa y el esfuerzo. Dentro de este amplio cri­terio, inspirado sólo en el ideal de la Patria, podremos la ciudadanía y yo realizar la misión que nos señala nues­tro fervor por el futuro del Perú.

Debo aquí dedicar un saludo y un voto al nuevo núcleo de ciudadanos que se incorporan a la vida política nacio­nal. El Partido del Pueblo viene a in­tegrar el organismo del Estado con un fuerte bagaje de juventud e iniciati­va. Llega a la función pública pleno de emoción social, de dinamismo construc­tivo y de inquietud renovadora. El ha de ser, sin duda, en el régimen que hoy se inicia, factor importantísimo de una evolución acelerada y eficaz. Mucho es­pera el país de su concurso en capacidad y en desinterés. La labor parlamentaria ha sido escogida por el mismo como campo de su actuación oficial. Yo formulo el augurio más cordial y sincero de que habrá de responder a estas nobles expectativas y de que, con su aporte, el Perú marcara una etapa floreciente en la prosecución de su destino histórico.

Señores Representantes:

Pocas veces el Parlamento del Perú se vio llamado a cumplir un cometido de más alta trascendencia que le reserva este período. Os toca tarea de animar con un nuevo espíritu la estructura legislativa del país, dignificando la función del Legislador y dando a vuestra obra un contenido científico e integral. Habréis de normalizar el imperio de nuestra Constitución y estudiaréis el plan orgánico al cual hay de ceñirse nuestro desenvolvimiento cultural, social y económico. El campo y la ley es hoy más ancho que nunca y su concepto ha roto, por fortuna viejas y estacionarias definiciones. Si hasta ayer legislar fue traducir en formulas obligatorias las exigencias de la necesidad social del presente, ahora legislar es intuir los desenvolvimientos a veces prodigiosos, del porvenir. Antes acomodaba el legislador la marcha de su pueblo a las experiencias adquiridas tratando de interpretar en los preceptos legales el consenso de los hombres dentro de un estado social. Hoy el parlamentario se adelanta a los hechos, procura prever la nueva conformación de la sociedad para preparar a los hombres a vivir a tono con ella. De este modo, la ley, que pretendía ser sólo ante todo una expresión de realismo, se convierte en nuestra época en un arte de previsión. A la luz de estos conceptos se nos plantea el deber de conjugar la realidad ya lograda con las perspectivas futuras y el rígido consejo de la técnica con los todavía cortos medios de realización de las finanzas. Nuevamente el equilibrio, como en toda obra de gobierno, reclama por sus fueros; la ley viene a erigirse en juicioso instrumento de tránsito entre lo actual y lo venidero. Vosotros conocéis sobradamente este delicado mecanismo; y estoy seguro de que el acierto de vuestros actos de legisladores ha de consagrar la solidez de vuestro prestigio. En aquello que le toca, el Poder Ejecutivo se propone secundar los propósitos del Congreso y observar para con él una política de alto y leal entendimiento. La colaboración de ambos Poderes, dentro de los cánones de recíproco respeto consagrados por el Derecho Público, es condición ineludible de eficacia en la vida institucional del Estado; y será por ­lo mismo, norma constante de mi Administración.

En el destino de los pueblos, marcan su huella inevitable las influencia de cada época y la voluntad de los hombres; pero actúan también, en un mudo trabajo de misterio, otras fuerzas ignotas e invisibles, que traen su raíces del pasado remoto o pertenecen a una esfera más alta que la simplemen­te humana y perecedera. Volvamos, pues nuestros espíritus a esas fuerzas tutelares en esta hora solemne de emoción nacional. Que la voz de nuestros muertos y los manes de nuestros Libertadores señalen mi camino; y que Dios, Supremo Gobernante del Universo, me depare la inspiración magnánima y serena de su eterna sabiduría.