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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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martes, 24 de diciembre de 2013

Oiga


RECURSO DE HABEAS CORPUS PRESENTADO AL PRIMER TRIBUNAL CORRECCIONAL DE LIMA POR JOSÉ GÁLVEZ, RAFAEL BELAÚNDE, JORGE BADANI, JORGE DULANTO PINILLOS Y  FERNANDO BELAÚNDE TERRY, PERSONEROS DEL FRENTEDEMOCRÁTICO NACIONAL, EL 18 DE OCTUBRE DE 19481

Al Tribunal Correccional de Lima:
Los suscritos, Presidente y miembros del Comité Central Directivo del Frente Democrático Nacional, generador del actual gobierno, nos presentamos a este Tribunal, como tales o como simples ciudadanos, en uso del derecho que nos concede el artículo 69 de la Constitución, interponiendo recurso de Habeas Corpus en defensa de las garantías sociales conculcadas por el ilegal decreto de 4 de los corrientes, que declara que el APRA o Partido del Pueblo “se ha puesto fuera de la ley” y que “sus actividades son contrarias a la estructura democrática del país, a su seguridad interna y al orden público”. Lo interponemos, asimismo, en defensa de la libertad de prensa y de  expresión, violadas por la clausura de varios periódicos y de una radioemisora.
Afectados, como todos los hombres libres, por esos actos gubernativos, atentatorios contra la Constitución y que invaden la esfera de acción del Poder Judicial, lo estamos especial o particularmente por el hecho de ser dirigentes del Frente mencionado, del que forma parte integrante el referido Partido del Pueblo.
El decreto fue expedido a raíz de los luctuosos sucesos realizados el 3 del presente en el vecino puerto de el Callao –cuyo verdadero carácter no se conoce aún– en el ambiente de temor que crearon, propicios siempre a la adopción de medidas extremas destinadas a conjurar peligros reales o imaginarios o a aprovecharse de ellos con inconfesables propósitos. Transcurridas ya dos semanas, se ha restablecido la serenidad indispensable para justipreciar tales medidas y para corregirlas o abolirlas con mejor información o mayor estudio.
Pero no parece que se pensara en la posibilidad de error en el presente caso. A juzgar por la persistencia de dichas medidas, el gobierno cree quizá que ha usado desde el comienzo de los medios adecuados a la conservación del orden público y no se ha rectificado todavía. Nosotros, simples ciudadanos, juzgamos que la acción oficial es básicamente anticonstitucional y antipolítica, y que no se armoniza con los principios morales que deben sustentar la normal convivencia humana. Por eso reclamamos de ella ante ese Tribunal, que estamos ciertos ha de restablecer las garantías violadas, en uso de su augusta facultad que tanto lo obliga como lo honra.
Tratándose de la defensa de derechos sociales, o sea de aquellos que corresponden a la colectividad, no es pertinente el artículo 351 del Código de Procedimientos Penales, que se refiere específicamente al caso de arbitraria detención personal, y que limita, por eso, la personería para interponer el

1 León de Vivero, El tirano quedo atrás, págs. 321-327. Editorial Cultura, México, 1951.

recurso de Habeas Corpus a los parientes del detenido dentro de los grados que al efecto señala. Las garantías sociales no siempre interesan en particular a determinados individuos, sino a la colectividad o conjunto de ellos, y equivaldría a derogar la prescripción constitucional que las cubre con el recurso de Habeas Corpus, el no reconocer la personería de cualquier ciudadano para formularlo en resguardo de ellas.
El decreto de 4 de los corrientes es antijurídico, no sólo porque viola derechos ciudadanos, sino también porque en su esencia es un acto típicamente judicial, que no incumbe realizar al Poder Ejecutivo; y lo sería también, así encuadrase dentro de sus atribuciones peculiares, porque adolecería del defecto capital de condenar sin oír, de crear delitos y de imponer penas que no se hallan establecidas en nuestros códigos. Aun en el caso de que todo esto fuese legalmente admisible, incurriría en el absurdo jurídico de hacer responsables colectivamente, sin discriminación, a individuos esparcidos en toda la extensión del territorio, por actos practicados por supuestos correligionarios suyos, que ni siquiera han sido debidamente juzgados.
Invade, pues, el decreto el campo de acción del Poder Judicial, único capacitado para administrar justicia, según el artículo 220 de la Constitución. Atenta también contra nuestro régimen penal establecido, como hemos dicho, delitos y penas que éste no señala, como la interdicción política colectiva. Supone, finalmente, la existencia de un estado inconcebible, el de “fuera de la ley”, cuando las dos únicas posiciones son “con ella” o “contra ella”, desde que las leyes protegen y obligan igualmente a todos los habitantes de la República, según el artículo 23 de la Constitución, y no se concibe colectividad humana en la que se asigne a una parte de sus miembros la condición de no estar ni obligados ni amparados por las normas jurídicas.
El decreto viola específicamente las garantías concedidas en los artículos 23, 24, 27, 57 y 59 de la Constitución, que ningún poder o autoridad puede suspender en circunstancia alguna.
Además, las consecuencias implícitas del decreto son fatales para el Congreso, porque ponen automáticamente fuera de él a casi un centenar de Representantes, anulando el mandato parlamentario legítimamente conferido, que no puede perderse sino por las razones y en la forma que la Constitución establece. Consuman así el atentado final contra el Poder Legislativo, que se inició con el golpe de Estado del 6 de agosto.
El decreto que nos ocupa es antipolítico, porque lejos de solucionar la agudísima crisis en que se debate el Perú, la agrava al punto de establecer un estado permanente de suprema inquietud, nada propicio al estudio ni a la resolución de los graves problemas morales y económicos que nos angustian; y resta la cooperación indispensable de un gran sector ciudadano –pueblo y clase media– convirtiéndolo en peso muerto, cuando no en obstáculo o en rémora.
El decreto es inmoral también, porque priva de toda actividad, como ilegítimo o espúreo, al sector ciudadano que determinó con sus cuantiosos votos la constitución del régimen actual, lo que destruye la fuente misma de su autoridad, desde que según la Carta Fundamental “El poder emana del pueblo” y no se puede ejercer democráticamente en abierta pugna con él. No puede concebirse un mandatario que reniegue de su mandante, negándole “a posteriori” la capacidad de tal; que lo anatematice por su configuración o psicología, o por sus métodos, de los cuales precisamente se deriva su mandato y continúe no obstante ejerciéndolo.
No hay entre nosotros otra autoridad que el tribunal de la opinión pública para juzgar el carácter antidemocrático que puedan tener algunos de nuestros partidos o agrupaciones políticas. Si se sentase el funestísimo precedente de permitir que el gobierno lo haga y que dicte sentencia inapelable de excomunión contra alguno de ellos, se implantaría fatalmente el sistema de partido único –desde luego gobiernista– con los satélites que conviniese tolerar estratégicamente para disimular el régimen gubernativo totalitario, que es el más “vertical” que puede existir, como podrían testimoniarlo Alemania e Italia. El Perú no debe volver a sistemas suprimidos en occidente al precio de mucha sangre generosa y de inconmensurables sacrificios de todo orden, mucho menos invocando sarcásticamente los principios democráticos vencedores en el mundo, para anular aquí los efectos de la victoria.
El decreto cuya invalidez debe declarar el Tribunal, cita para fundamentarse los artículos constitucionales que no sólo son impertinentes, sino que justamente dan mayor fundamento a la objeción que contra él formulamos. La referencia del artículo primero es contraproducente a los propósitos gubernativos y entraña cruel ironía, porque precisamente ese artículo es el que declara que “El poder emana del pueblo, y se ejerce por los funcionarios con las limitaciones que la Constitución y las leyes establecen”. Es igualmente adverso y hasta sarcástica la alusión al inciso 2 del artículo 154, que confiere al gobierno la atribución de mantener el orden público, porque la subordina expresamente al imperativo de no contravenir a la Constitución ni a las leyes. Es evidente que ha dejado escuela entre nosotros el gobernante aquel que cuando realizaba algún acto infractorio de la Constitución, no omitía hacer respetuosa citación de ella en el mismo decreto en que la violaba. ¡Poco ha avanzado el Perú en educación cívica en una centuria!
Nos referimos ahora al atentado contra la libertad de prensa, agravado esta vez con la ocupación de hecho de dos casas editoras de periódicos, que se ha querido cohonestar después con un embargo a todas luces improcedente y no decretado por competente autoridad judicial.
El artículo 63 de la Constitución dice: “El Estado garantiza la libertad de prensa. Todos tienen el derecho de emitir libremente sus ideas y sus opiniones por medio de la imprenta o de cualquier otro modo de difusión, bajo la responsabilidad que establece la ley, etc.”. Esta garantía no está, por cierto, entre las que pueden ser suspendidas según el artículo 70. Tiene, pues, carácter inviolable y permanente. Ello no obstante, el gobierno ha tomado posesión de los locales donde se imprimían los diarios “El Callao”, “La Tribuna” y “La Tarde”, e impide la publicación de ellos desde hace quince días. La radioemisora “Alegría” ha sido también silenciada. La responsabilidad que los editores de los mencionados diarios pudieran tener en los sucesos del 3 del presente sería individual y habría que comprobarla judicialmente; en todo caso, no pudo vislumbrarse aquel día y, sin embargo, se procedió a la clausura desde el primer momento, como si se hubiese querido aprovechar de esos sucesos para cegar una fuente libre de información y de severa crítica.
Los actos gubernativos de los que reclamamos se hacen más intolerables aún por el contraste que ofrecen con la pasividad observada frente a la reciente  sublevación de Juliaca, que ha quedado virtualmente impune. Ese movimiento, anterior al golpe de Estado del 6 de agosto, fue francamente subversivo, como lo demuestra la proclama del comandante de Ejército que lo encabezó. Ninguno de los grandes diarios, notoriamente simpatizantes con él, fue cerrado ni hostilizado en forma alguna, y el conglomerado político que pudo inspirar o alentar el alzamiento no sufrió persecución, ni ninguno de sus dirigentes fue enjuiciado ni interrogado siquiera. Pero hay otra medida para los apristas, responsables o no, contra los cuales se ha llegado hasta el extremo desusado de decretar, sin discriminación, el embargo de bienes, condenando con ello al hambre a sus familias.
¡Quién hubiera podido imaginarlo en 1945!
El Frente Democrático Nacional se siente responsable de la creación de este régimen que concibió como un régimen jurídico, de concordia y de cooperación nacional. Fue en realidad el Frente “el hogar de reconciliación de los peruanos”. Por desgracia esa reconciliación no ha perdurado y hoy son más hondos que nunca los abismos divisorios de la familia peruana. Pero, como en 1945, creemos que es imperativa, ineludible, la obligación de actuar para impedir la lucha intestina, que amenaza ser encarnizada, y comenzamos esta vez esforzándonos por la remoción del principal factor de desunión y desorden que es el decreto de 4 de los corrientes. No se puede dividir el Perú en dos bandos irreconciliables: el de los escogidos y de los réprobos. Para ello sería necesario tener la inmensa sabiduría y la infinita justicia de Jesús. No basta proclamar su nombre escudándose en Él.
Al Poder Judicial, único sobreviviente del naufragio institucional del Perú, le toca una misión altísima que le valdrá el juicio inexorable de la historia. No hace mucho amparó a dos firmas comerciales que en sendos recursos de Habeas Corpus le pidieron resguardar las garantías constitucionales del artículo 57. Ahora se le presenta oportunidad de mucha mayor importancia y trascendencia que la referente a simples intereses económicos. Amenguaría su misión el que pudiese amparar sólo el patrimonio privado de los abusos de la autoridad, porque son inmensamente más importantes que él la libertad de conciencia, de expresión y de asociación y el derecho de no ser condenado sin ser oído, ni juzgado por los jueces que las leyes establecen, ni castigado por delitos ni con penas que éstas no señalen.
El decreto del que reclamamos no resiste el más superficial análisis jurídico. Su texto y sus prescripciones, así como la clausura de los periódicos, atenta con el prestigio exterior del Perú y lo colocan en el concierto de las naciones como país anacrónico, inadaptable a la mentalidad universal de este momento histórico. Pero sobre todo ello, abren una era de recelo, incertidumbre y temor, quizá de tragedia, porque “cuando se cierran los caminos de la ley se abren los de la violencia”, como dijo el gran patricio cuyo espíritu anima hoy más que nunca al Frente Democrático Nacional. La subsistencia de las medidas que impugnamos es peligrosísima. Todos los hombres conscientes del Perú saben que producirán la ola de odio más devastadora de nuestra historia.
Asumid, señores vocales, vuestro papel de salvadores de la patria, que no podéis rehusar. Pensad en que los sucesos de El Callao no se hubieran producido si se hubiese puesto atajo a la desviación de los cauces constitucionales desde el momento en que se nos sacó de ellos. La satisfacción de vuestra conciencia y el veredicto de la historia compensarán con creces el sacrificio que os demande el cumplimiento de vuestro deber. Por tanto: Al Tribunal pedimos que se sirva declarar que el decreto de 4 de octubre, que motiva este escrito, es violatorio de las garantías constitucionales consignadas en los artículos que hemos puntualizado, y que, por ende, carece de valor en todas sus partes. Igualmente, que la clausura de los diarios “La Tribuna”, “El Callao” y “La Tarde”, y de la radiodifusora “Alegría” atenta contra la garantía específica de los artículos 29, 63 y 64 de la Constitución, y debe cesar bajo responsabilidad de los autores y ejecutores de la contravención constitucional2.

RECURSO DE NULIDAD DEL AUTO DEL PRIMER TRIBUNAL CORRECCIONAL PRESENTADO AL SEGUNDO TRIBUNAL CORRECCIONAL DE LIMA POR JOSÉ GÁLVEZ, RAFAEL BELAÚNDE,JORGE BADANI, JORGE DULANTO PINILLOS Y FERNANDO BELAÚNDE TERRY, PERSONEROS DEL FRENTE DEMOCRÁTICO NACIONAL3

A la Segunda Sala de la Corte Suprema de Justicia:
Los suscritos, Presidente y miembros del Comité Central Directivo del Frente Democrático Nacional, generador del actual gobierno, fundamentando el recurso de nulidad que interpusimos, como tales o como simples ciudadanos, contra el auto del Primer Tribunal Correccional de Lima, su fecha 25 del que cursa, que declara improcedente el recurso de Habeas Corpus que presentamos en defensa de las garantías sociales, conculcadas por el decreto de 4 del presente, y de la libertad de prensa, viola por la clausura y ocupación de varios órganos de publicidad, a la Sala respetuosamente, decimos:
El auto aludido anula virtualmente el recurso de Habeas Corpus, medio concedido por el artículo 69 de la Constitución para el resguardo de las garantías sociales e individuales, desde que declara la incompetencia de los únicos organismos que deben amparar esas garantías cuando se acuse de infringirlas al gobierno, que es en realidad el único que puede violarlas. Si subsistiese tal resolución, quedaría prácticamente abolido, por su sólo mérito,

2 El Tribunal Constitucional –procediendo en todo con las instrucciones de Palacio-, por auto de 25 del mismo mes, declaró improcedente el recurso.
3 León de Vivero, El tirano quedo atrás, págs. 327-330. Editorial Cultura, México, 1951.

tan indispensable medio de defensa contra los abusos del poder y anulada, por la decisión de tres señores magistrados superiores, una verdadera conquista democrática que ha puesto a nuestra Carta a tono con los tiempos que vivimos y a la altura de los demás pueblos civilizados de la tierra.
Es inaceptable que se restrinja las atribuciones de los Tribunales Correccionales a las específicas, pero no exclusivas ni excluyentes o taxativas, que señala el artículo 14 del Código de Procedimientos Penales y el artículo 80 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, y que al hacerlo se aluda al artículo 350 de aquél, cuando ese artículo ratifica la competencia de dichos tribunales para amparar las garantías constitucionales.
No se trata de una acusación formal contra el Presidente de la República y sus ministros, que no podríamos formular porque no funcionan actualmente ni la Cámara de Diputados ni el Senado, llamados a iniciar el procedimiento respectivo. Se trata simplemente de declarar la invalidez legal indiscutible de medidas gubernativas violatorias de las garantías que otorga la Carta Fundamental, para lo que están expresamente capacitados los Tribunales Correccionales, no sólo por ella misma, sino también por el propio Código de Procedimientos Penales. Es cierto que el Título IX de este, que es el pertinente, se refiere en especial a la violación de la garantía de la libertad individual mediante la privación arbitraria de ella, pero sus disposiciones son también aplicables al amparo de todas las garantías sociales e individuales por precepto categórico del mencionado artículo constitucional y de la segunda parte del artículo 349 del referido Código.
Así lo ha entendido el Tercer Tribunal Correccional de Lima, constituido por los señores vocales Mares, Diez Canseco y Paz Soldán, que conoció en los sendos recursos de Habeas Corpus interpuestos por los señores Gildemeister & Cía. y por la Negociación Tumán. Por autos de 15 de junio último, ambos recursos fueron respectivamente acogidos, reconociendo expresamente el Tribunal que “el fin primordial del recurso de Habeas Corpus es el restablecimiento inmediato de la garantía violada, que –como las que nos respectan– es de tal naturaleza e importancia que no puede ser suspendida por el Poder Ejecutivo en el caso extraordinario a que se refiere el artículo 70. Los mencionados magistrados, al dictar esos fallos, que hacen honor al Poder Judicial, no se arredraron ante la consideración de que “declarar la invalidez de los actos del gobierno como infractorios de la Constitución y de las leyes, importaría tanto como enjuiciar al Presidente de la República y sus ministros”, porque sabían muy bien que no se puede resguardar judicialmente ninguna garantía sin censurar implícitamente al que la viola. Por eso supieron arrostrar la inevitable consecuencia del cumplimiento de su augusta misión.
Después de cuatro meses se le ha presentado al Poder Judicial en Lima un caso análogo –el promovido por nosotros– pero de muchísimo mayor significado y trascendencia, porque no se trata en él del resguardo de meros intereses económicos, sino de las garantías básicas de la vida civilizada, y por ello inviolables e insuspendibles, que contienen los artículos 23, 24, 27, 57 y 59 de la Carta fundamental. Sin embargo, sin desconocerse la realidad de su clamorosa conculcación, otro Tribunal Correccional las deja sin amparo, ni siquiera el formalista de oficiar a la Cámara de Diputados, como lo dispone el artículo 358 del Código de Procedimientos Penales, que era el corolario obligado de su adversa decisión.
Incumbe a la Corte Suprema resolver el desacuerdo haciendo que predomine para siempre el saludable criterio del Tribunal que presidió el doctor Mares. De lo contrario sería absolutamente ilusoria la prescripción constitucional del artículo 69, que resultaría prácticamente derogada por los llamados a cumplirla.
La razón alegada para desestimar la petición de nuestro recurso relativa a la clausura de los diarios y de la radioemisora, ignora en absoluto la existencia del artículo 64 de la Constitución y deroga los artículos 29 y 63 de la misma. La libertad de prensa pasaría a ser un mito entre nosotros, con expreso asentimiento judicial, si no se desestimase razonamiento tan inconsistente. ¿Hasta dónde podría llevarnos el que un fallo establezca que la Carta Magna está supedita, en sus disposiciones intangibles, por cualquier trámite o “medida precautoria” de la justicia privativa? Afortunadamente existen jueces que reconocen y proclaman “que por encima de todas las leyes está la Constitución, que es la Ley Fundamental”. La opinión de esos jueces es la que debe prevalecer y la que prevalecerá, estamos ciertos, por la final decisión de la Corte Suprema, que es la última esperanza que nos queda en el naufragio institucional del Perú.

Cada día salimos de los cauces constitucionales con paso más acelerado, con menos reparos y con mayor ímpetu. A principios del mes una numerosa agrupación política, todo un sector ciudadano –la mayoría del pueblo y de la clase media– fue declarado “fuera de la ley”, es decir, sin derechos ni obligaciones frente a ella. El país puesto en “estado de sitio”, en el que aún se encontraría si no hubiese sido colocado después en “estado de emergencia”, que la ley no reconoce, que nadie ha definido jurídicamente, ni muchísimo menos regulado, y por lo que equivale a la implantación del gobierno discrecional. Aterra pensar en que llegaremos por fin al estado de “sálvese quien pueda”. Ya se han producido tres sublevaciones de sectores de las Fuerzas Armadas. No se trata, pues, de mantener la vida jurídica del país, sino de evitar que éste caiga en la anarquía. El odio engendrado por pasiones sin freno puede sumirnos en caos sangriento. Todavía es tiempo de detener su avance arrollador y es la justicia, con su incontrastable fuerza moral, la única que hoy puede hacerlo. En nuestra angustiosa inquietud apelamos a ella como al áncora de salvación, sin más móvil que nuestros sentimientos humanitarios y patrióticos, sin más objetivo que nuestro decoro internacional, el bienestar de los moradores de nuestra patria y la grandeza moral de ella. Por tanto: A la Sala pedimos que declare que hay nulidad en al auto de vista y que, consecutivamente, es fundado en todas sus partes el recurso de Habeas Corpus que interpusimos el 18 del mes en curso.

lunes, 11 de marzo de 2013


Canta Claro
Por FRANCISCO IGARTUA
BELAUNDE Y UNA ESPERANZA TRAICIONADA

Qué podré añadir yo al torrente de elogios que se le han rendido en estos días a Fernando Belaunde Terry? Por lo pronto, añadir que el "arquitecto del nuevo Perú" (que así era anunciado por Miguel Cruchaga en los mítines de los años 50) fue un encendido conductor de multitudes a las que nunca empujó al desborde, porque repugnaba la anarquía y porque, a la vez, era un estadista de gran talla, con aguda visión de futuro y maneras respetuosas y elegantes de gran señor. Nunca insultó a sus adversarios, a quienes jamás trató como enemigos, a lo más los instó a no cometer "el acto impío del suicidio", consciente de que los excesos políticos conducen a la destrucción de la democracia. Tampoco se le escapaba un exabrupto (creo que ni siquiera en privado), sabiendo que una palabra inconveniente puede desatar tempestades. Sabía escuchar como si no oyera y luego insinuar su parecer con un gesto en la mirada. Gesto que podía ser deseo a cumplirse.

Desde las épocas de Bustamante y Rivero
No seguiré, sin embargo, enumerando sus virtudes porque, repito, muchos lo han hecho antes con mayor autoridad que yo, apenas un testigo (sin compromiso partidario) de la vida política de Fernando Belaunde, desde los tiempos del "Frente Democrático" que llevó a la presidencia a don José Luis Bustamante y Rivero, quien (con Piérola y Fernando Belaunde) completa el trío de abanderados de la democracia, de la moderación y del afán político unitario en el Perú del siglo XX. Me había iniciado yo como periodista en Jornada, el periódico que sería luego vocero del "Frente" que llevaría a Fernando Belaunde al Parlamento. En esas circunstancias lo conocí y me sorprendió la fuerte inquietud social que lo había conducido, escandalizando a la reaccionaria socie-dad limeña, a acercarse a los "apestosos" apristas. Sin embargo, el carácter sectario del partido de Haya hizo que Belaunde organizara un grupo independiente dentro del "Frente". Tempo después, en el largo batallar contra la dictadura de Odría (batallas en las que Caretas fue adalid), siempre vi a Belaúnde en primera fila, alentando un Perú unido, en el que los partidos no se excluyeran unos a otros (la derecha acusaba a Haya del asesinato de Pancho Graña) y, más bien, manteniendo sus diferencias, contribuyeran unidos a la modernización económica y social del país. O sea, reclamando una democracia real.

Esta idea central y persistente es el gran legado de Fernando Belaunde, quien no se nos ha ido. Ha habido un simple tránsito de su vida corporal a la vida espiritual del Perú, desde donde nos exige esa unidad (dentro de normales discrepancias democráticas) que él quiso lograr y no se lo permitieron las menudas rencillas personales, los fanáticos dogmatismos y los odios irracionales que en estos días, igual que siempre, impiden que se puedan pactar entre todos los partidos, sin exclusiones ni insultos, metas concertadas de gobernabilidad. Las discriminaciones de hoy, más del gobierno que de la oposición, traicionan el mensaje de Belaunde y hacen que los elogios que se le rinden resulten fariseos.

Una anécdota reveladora
Para explicar cuál era el pensamiento de Femando Belaunde sobre la necesaria concertación para lograr que el Perú crezca y se desarrolle, valga el relato de un hecho histórico: En 1963, oficializados los resultados electorales, era evidente que Acción Popular tendría dificultades para gobernar, pues no contaría con mayoría parlamentaria. Esto hizo que algunos dirigentes belaundistas creyeran descubrir la solución en una vieja varita mágica política, ya que entre los elegidos por el odriísmo no faltaban diputados y senadores dispuestos a pasarse al lado gubernamental, a cambio de algunas gollerías. Por ejemplo, había quien se contentaba con que su negocio de juguetes fuera considerado en las compras oficiales de Navidad... La pesca estuvo hecha.... Pero Belaunde puso su indignación en el cielo: él había llegado a la presidencia para corregir las corruptelas del pasado y no para perpetuadas. Más bien, lo que se propuso el presidente electo fue plantearles a Odría y Haya la necesidad de que el país ingresara a una etapa civilizada y moderna, con un partido conservador (el Odriísmo), otro de izquierda (el APRA) y uno de centro (AP), sin quitar espacios a las minorías en esa gran concertación. Su propósito era lograr lo que en el 63 el Perú necesitaba y ahora requiere con urgencia: un concreto acuerdo de gobernabilidad.

Yo estuve el día de la respuesta odriísta en Inca Ripac 100, la entonces hermosa residencia de Belaunde, y descubrí allí el extraordinario temple político del arquitecto. Mi curiosidad de periodista, aprovechando la amistad de la casa, me llevó hasta la puerta de la sala donde se desarrollaba la reunión. Asomé la nariz y vi a Belaunde saliendo abatido, desencajado, derrotado. Me hice a un lado. Y salió al corredor radiante, victorioso, muy aplomado. Evidentemente había naufragado su propuesta, pero no podía desalentar el ánimo de sus partidarios que lo esperaban en el jardín.

No faltan quienes lo detestan
Así era en su vida terrena Femando Belaunde Terry, el presidente que modernizó el Estado peruano, dio impulso a la clase media (pilar del desarrollo integral), designó en los años sesenta el 20% del presupuesto para la educación y tuvo la visionaria idea continental de la Marginal, integrada a vías terrestres y fluviales que son "pan para el pueblo".

No le faltan, sin embargo, detractores, gente que lo detesta y sólo le encuentra defectos. Tienen éstos derecho a pensar así y otros (sin negar que muchas veces se equivocó) tenemos el derecho de recordar con cariño al presidente que ingresó a la política con una gran residencia y terminó en un modesto departamento de una zona populosa de San Isidro, pero no por fracasa-do sino por haber logrado ser erigido en limpio guía patriarcal del Perú que él soñó y todos anhelamos, aunque sin el amor, la convicción y la tenacidad que él tuvo para despertar esa esperanza de unidad siempre traicionada.

Fuente:
EDITORIAL PERIODISTICA OIGA

miércoles, 20 de junio de 2012

COFRADIA DE NUESTRA SEÑORA DE ARANZAZU DE LIMA 1612-2012

LA VOZ DEL PATRIARCA
PRESENCIA Y RECUERDO
FBT: a diez años de su partida
Introduccion por Jhon Bazan Aguilar

Fernando Belaunde Terry es más que un personaje de la política peruana. Su deceso, ocurrido el 4 de Junio de 2002, hace diez años, privó al Perú de uno de sus hombres más notables, un verdadero referente de la decencia que por años distinguió a la clase política, hoy tan venida a menos, un caballero de vieja estirpe, un hombre honesto a carta cabal que incluso tuvo que vender su casa para continuar en la política y que se fue de este mundo sin más bienes que el aprecio de sus compatriotas, como lo testimoniaron los líderes de tres agrupaciones políticas en una histórica sesión del Senado de la República, al cumplirse el primer año de su fallecimiento.
Luis Bedoya Reyes, Alan García Pérez y Valentín Paniagua Corazao, líderes identificados con corrientes políticas hasta cierto punto discrepantes, coincidieron en su homenaje a Belaunde como un gran demócrata, como un hombre de su tiempo que dejó una huella a seguir, y que diez años después de su muerte comprobamos que se está olvidando en la política nacional.
No sucede lo mismo, sin embargo, en el corazón del pueblo, donde la figura de FBT, el Hombre de la Bandera, se agiganta conforme pasan los años. Quienes lo conocieron en su faceta de político, quienes bebieron de su conocimiento y sus afanes en su fase de arquitecto, siempre lo recordarán como el personaje que puso al Perú por encima de todo, y que plasmó en frases tan hermosas y aleccionadoras como “El Perú como Doctrina”.
El FBT que nos describen los tres discursos que comentamos a continuación nos describen a un Belaunde comprometido con su tiempo, como lo demostró desde el principio de su vida política presidencial en la histórica reunión de Punta del Este, de la cual retornó triunfador y dueño de su destino, que tiempo después se reflejaría en una segunda presidencia con los votos del pueblo.
Belaunde Terry fue un constructor, un hombre a quien la pobreza era un reto, y quien no solo predicaba con la palabra sino con el ejemplo. Hizo del lema “Los últimos serán los primeros” un apostolado, y allí están para recordarlo su importante obra en el campo vial, en el terreno de la vivienda popular, y en la defensa del territorio patrio como sucedió en tiempos felizmente ya superados con Falso Paquisha.
Estos tres discursos me fueron encargados por el Fundador y Director de “Oiga”, quien pensaba que era un deber de peruano recordar por siempre a Belaunde como uno de los personajes del siglo en que vivió. Por ello es que los he conservado y rescatado del olvido, cumpliendo la atingencia del amigo, y su preocupación por la gratitud histórica que el pueblo le debía a FBT.
Presento pues con admiración estos tres testimonios oratorios que en conjunto trazan un perfil total de Fernando Belaunde Terry, uno de los peruanos ejemplares, a quien la democracia peruana siempre debe recordar.
Inicio profunda reforma del Estado
Por Luis Bedoya Reyes
Cuando se me invitó a participar en este homenaje a don Fernando, pensé en el clásico discurso académico, pero reflexioné: ¿De quién se trata? Se trata de un hombre que por título propio ha entrado a la historia y a quien, desde hoy, la historia sabrá juzgar.
Pero la historia no sólo puede y debe escribirse sobre la base de la información conocida, pública, a partir del dato cierto que viene de una memoria, una exposición o una crónica. Para que la historia referida a una fuerte individualidad que ha gravitado en el destino de millones de hombres sea completa, es necesario que esa historia se abra para conocer la intimidad, la profundidad cierta del hombre de quien estamos hablando, y entonces pensé: antes que escribir y leer más vale dejar libre a la espontaneidad los recuerdos, lo que de él te consta, lo que cerca de él viste, sentiste, experimentaste. Entonces decidí: libra lo espontáneo porque lo que brota así tiene la autenticidad de lo íntimo y de lo sentido.
Hay en Belaunde varias facetas muy propias que han ido mostrándose conforme su vida ha transcurrido. Hay una que siempre me impresionó porque debió aposentarse en él desde la infancia. Siempre fue un hombre orgulloso de su alcurnia y en ella vivió pero simultáneamente sintió la química de atracción recíproca con el pueblo. Nunca abandonó la prosapia de su apellido, la distinción en las maneras, el buen vestir, la elegancia en la frase. Arquitecto por vocación, la euritmia, el equilibrio, era su ley y sin perder ni disimular alguno de esos atributos se desplazaba entre masas humanas y las dirigía como si fuera su natural hábitat.
Belaunde fue un hombre que en todo instante mantuvo el orgullo de sus orígenes arequipeños y de sus apellidos de ancestro: Belaunde y Diez Canseco; y de ellos conoció y aprendió en la voz de su padre durante el largo destierro decretado por la dictadura de Leguía el año 1924. Niño aún, huraño y rebelde, llega a Francia y no es en el Liceo donde va a recibir conocimientos sobre el Perú, sino de su padre quien marca en él –en mi concepto– el más grande y el más profundo de los sellos. Esta docencia constante de don Rafael acompañó a Belaunde a lo largo de su primer gobierno no sólo en el consejo frente a los desafíos que enfrentó ese gobierno sino además en la entereza de las decisiones sugeridas. Don Rafael fue un hombre que además de quererlo entrañablemente sentía al hijo realizado en su responsabilidad. Muchas veces me pregunté: ¿Vería don Rafael en don Fernando cumplidos los sueños que más de una vez abrigó para sí?
Don Rafael debió transmitirle el orgullo del terruño, esa especie de República especial que los arequipeños han creado para sí: chacareros, no hacendados y nunca gamonales; orgullosos de tener apellidos tradicionales no hechos a base de oligarquías o plutocracias sino forjados en esa dignidad provinciana profunda, que nace de sentirse responsables por los demás, por “el común”, en una escala de dirección y responsabilidad que brota espontánea y el pueblo exige en la emergencia y la decisión y los “notables” cumplen como si fuera mandato.
Don Fernando conoció, a través de su padre, no sólo de sus ancestros y de la tierra y tradición arequipeñas, sino que bebió historia republicana en capítulos que tendrían gravitante influencia en su vida y reflejaban la admiración reverente que don Rafael tenía por don Nicolás de Piérola y su liderazgo cívico. De allí nacen esos gestos realmente sorprendentes de Belaunde imaginando al Califa entrando por Cocharcas a caballo y que él lo traduce, emocional y físicamente, en el hombre de la bandera que se levanta un primero de junio y a la dictadura le impone un plazo inmodificable para que su candidatura presidencial sea inscrita.
Es el Califa presentado en el verbo ardiente de su padre de donde debió nacerle a don Fernando esos gestos tan singulares de escapar a nado desde El Frontón, de llegar rebelde hasta Arequipa y hacer barricada con los adoquines de las calles y, ya después de ejercido el poder, de viajar desde el destierro en Buenos Aires para sorprender en Lima al gobierno y presentarse como nuevo Piérola por Cocharcas, hasta que la dictadura lo detiene.
Igualmente, como en las cartas del Califa, tiene esa elegancia precisa y gráfica, llena de colorido en sus expresiones: “El pueblo lo hizo”, “el Perú como doctrina”. Francisco Miró Quesada Cantuarias ha tenido que hacer un esfuerzo filosófico extraordinario para explicarnos en un estudio excepcional –releído por mí tantos años después- cómo era eso de que el Perú fuese doctrina pero, sin embargo y más allá de cualquier debate ¡qué hermosa frase!, qué bien cae, cómo cala en la gente, cómo la gente sin entenderla la vive y es que hay adhesiones y simpatías que están mas allá de la razón cuando al hombre con imaginación y carisma le brota la frase. Suelta una frase que liga y que pega y que nadie se ocupa de preguntar en qué consiste exactamente pero ¡qué bien suena!, ¡qué bien se siente!
Lo mismo ocurre cuando recoge la tradición de la minka y los lemas que gobernaron el imperio de los incas, después de haber recorrido el país con los muchachos que integraban el Frente de Juventudes. Anecdóticamente, recuerdo que en una manifestación de protesta que tuvimos en tiempos del segundo gobierno de Prado, Javier Alva Orlandini que estaba dentro de los que dirigían ese grupo, encontrándonos en el Jirón de la Unión, competía conmigo para ver cuál de los dos era cargado primero por sus respectivos partidarios. En esa protesta callejera y multitudinaria estábamos a la altura de la Iglesia Nuestra Señora de la Merced cuando el médico Enrique Cipriano, dirigente nuestro y padre el actual Cardenal del Perú Juan Luis, recibió una bala en la pierna y ahí alojada lo acompañó hasta su muerte. Fuimos disueltos por la policía a caballo en la Plaza San Martín. Hermosos momentos juveniles en los cuales va apuntando lo que después de aspirantes, llega a ser cada uno en su momento y su tiempo.
En Belaunde, el Califa inspira la belleza en las frases. “Qué importan gotas de mi sangre en esta Plaza donde derramó la suya Túpac Amaru...” dice en el Cusco al ser agredido; y esa inspiración en la frase no nace de un cálculo o de una geometría mental, nace de una espontaneidad que viene de adentro porque se siente. Eso era Belaunde, igual que el Califa pero modelado por su padre don Rafael.
Para mí, nada reúne la belleza breve y casi monosilábica de su última expresión nacida de lo hondo de su alma: “¡Espérame!”. “¡Espérame!”, le dice a Violeta el día de su sepelio, y se hizo esperar lo menos posible porque estaba dispuesto a llegar cuanto antes a encontrarse con la mujer que lo acompañó entrañablemente unida en la etapa más importante de su vida. Hay, entonces, en la biografía de las personas episodios que no resaltan publicados porque termina cogidos por el frío relato oficial y solemne que no hace vibrar como vibra el recuerdo cuando se expresa como conversando.
Belaunde tiene esa primera herencia que lo marca en todo el periplo de su vida desde el año 35 en que regresa al Perú hasta el instante en que muere. Pero este hombre tiene una extraña capacidad de ósmosis, asimila el Perú recorriendo el país, viviéndolo, sintiéndolo y durante toda la campaña con la que se inicia en la política va aprendiendo y sacando conclusiones: Perú, país fragmentado, país parcelado y dividido por sus propias regiones, país invertebrado que tiene que organizarse y, desde entonces, visualiza la necesidad de las carreteras, la necesidad de que los pueblos del Perú a través de la comunicación, en todas sus formas, se integren porque el nuestro no es un país sino varias naciones dentro de un territorio. No es solo la lengua, los hábitos y las creencias las que nos distancian del ande sino que dentro del ande mismo la separación entre el norte y el sur a veces genera pueblos muy diferentes en sus costumbres. No somos una sola nación sino varias naciones superpuestas, unas más profundas que otras.
Belaunde entró, entonces, a conocer en la profundidad de esa verdad cuál es la herencia real, auténtica y todavía viva del pasado prehispánico del Perú, y se inició, políticamente, alternando con capas populares que se sentían postergadas, marginadas. Fue la sencillez de su mensaje, la autenticidad de su palabra lo que convierte ese pueblo en un espontáneo aliado que no lo va a abandonar a lo largo de su lucha.
Algunos historiadores han comparado a Fernando Belaunde como una segunda edición de don Augusto B. Leguía en cuanto a la obra pública. No, Belaunde entendió como Leguía que el camino era el principal factor de integración y, en su primer gobierno, fijó las rutas más importantes pero romántico, soñador al fin, ve más allá y sueña con la Marginal de la Selva. Supongo que Belaunde debió inspirarse en los estudios del Hudson Institute que, por los años 30, dentro de una concepción geopolítica del continente planteó la posibilidad de un camino longitudinal que recorriera paralelo a los océanos todo el centro de América del Sur y que utilizando simultáneamente vías terrestre y fluviales, pudiera conectar el Río de la Plata en la Argentina con el Orinoco en Venezuela.
Ese proyecto aparentemente irrealizable Belaunde lo hizo en el tramo peruano y lo hizo completo. Y demostró ante la risa de algunos tontos que lo imaginaban meramente un soñador que más arriba de la Longitudinal de la Selva podía realmente encontrarse en el recorrido de los ríos confluentes al Amazonas, toda la direccionalidad correspondiente para terminar en el Orinoco. Y él hizo, como explorador, ese recorrido y demostró al mundo y sobre todo a los peruanos que había la esperanza de poder alargar la Marginal de la Selva hasta el Caribe, recorriendo el Orinoco.
Hay en Belaunde, hasta en la obra pública, ese sentido especial y extraño del ensueño, de la inspiración, de no quedarse en lo común, en lo inmediato. Curiosamente, su recurso para eludir el ‘sitiamiento’ que se le hacía para tratar temas que evidentemente no eran de su agrado era cogerlo a uno del brazo, llevarlo por corredores hasta terminar en un gran patio de Palacio y mostrar ahí sus maquetas en que graficaba las obras que tenía proyectadas pero, principalmente, su Marginal de la Selva. Enseñaba lo que estaba haciendo sin decir que no le agradaba tratar el tema del que se estaba hablando.
También hay en Belaunde una evidente decisión para llevar adelante reformas en la estructura del Estado. En su primer gobierno, y me refiero a él porque me tocó estar muy cerca del presidente como su Ministro de Justicia primero y como Alcalde de Lima después, su obra de infraestructura básica cambió y transformó el país en aspectos en los que el país mayormente no ha reparado. ¿Saben lo que significó, por ejemplo, la creación del Banco de la Nación? Que terminaba para siempre en el Perú el dominio del poder del dinero en las decisiones más importantes de la República.
Para mí su primer gobierno es subyugante, y me felicito que Alan García esté aquí ahora porque si bien la confrontación mayor fue con ellos también nos trajo esa etapa política incomparables experiencias cívicas y democráticas. Es que esa generación y la inmediatamente anterior demostraron que en política nacional se puede ser competidores y hasta adversarios pero no necesariamente enemigos, y que la gente puede discrepar, incluso con el hermano, política e ideológicamente y, sin embargo, mantener la fraternidad.
Saludo y alabo siempre que veo reunidos en la misma mesa a personas de tanta diferencia de criterios políticos, más de una vez incompatibles. Por eso cuando me enteré que además de Valentín Paniagua –era normal que aquí estuviera– iba a venir Alan García dije: ¡Que buen ejemplo!, y por eso, Alan, te felicito públicamente.
En la generación anterior hay destacados antecedentes. El segundo gobierno de Manuel Prado, por ejemplo, también enseñó mucho al país en cuanto a buenas maneras y relación con los adversarios, aun cuando tampoco le ha sido nunca reconocido. El convocó al gobierno a quienes habían sido sus enemigos políticos: llamó a un hombre que no quería a los Prado y marcó distancias al escribir su “Historia de la República”, Jorge Basadre, quien fue su Ministro de Educación; llamó a otro hombre que estaba enfrentado a los Prado y principalmente a los de su generación: Raúl Porras Barrenechea designado Ministro de Relaciones Exteriores; llamó a hombres que habían mantenido una actitud relativamente prescindente o lejana como Víctor Andrés Belaunde y Luis E. Valcárcel; pero, sobre todo, llamó y llevó en su segundo gobierno para que manejara la economía del país a su archienemigo, a don Pedro Beltrán.
No hemos reconocido nunca esos méritos a Prado, pero este hombre enseñó modales y formas de la democracia europea que, ojalá, fueran recogidas en la época actual cuando nadie reunía en la votación electoral mayoría absoluta por lo que todo gobierno está obligado a concertar y entender que ya terminó la época de quienes imaginaban verse respaldados por votaciones consagratorias y ser “la última Coca cola en el desierto”, como dicen los muchachos.
Belaunde comprendió la necesidad de un pacto político en 1963; y ahí sí tengo un cuasi secreto. Acción Popular y la Democracia Cristiana se habían peleado muy fuerte, primero en el Parlamento desde el año 57 y después compitiendo en la elección del año 62. Todo parecía indicar que sería imposible una aproximación.
Creo ahora –con el respeto que me merecen las intimidades ajenas- que ya había comenzado don Fernando a mirar con ojos especiales a Violeta porque el artífice de esa conjunción entre la Democracia Cristiana y Acción Popular fue don Javier Correa Elías, padre de Violeta y presidente del Partido Demócrata Cristiano. Y, por lo menos yo, notaba la deferencia con que don Fernando trataba a don Javier. Lo trataba como un hombre al cual –imagino– ya miraba como el hombre que sería en algún momento su suegro. Con esa reverencia tan singular me parecía a veces un muchacho enamorado que hacía méritos ante el padre de ella. Todos hemos vivido esas circunstancias, no importa a qué edad pero la hemos vivido; y cuando nos entregamos, vamos amarrados de pies y manos aunque conservando siempre los hombres la última palabra porque por algo gobernamos y manejamos el hogar y, esa última palabra rendida es: “Sí amorcito”.
Se ha dicho que Fernando Belaunde hizo obra de infraestructura física (caminos, vivienda, irrigaciones) pero no reforma del Estado. Como dijo anteriormente yo observé en Belaunde decisión, por ejemplo, para la creación del Banco de la Nación cortando las derivaciones viciosas que se habían producido alterando el espíritu normativo que debió respetarse en el Banco Central de Reserva y en la Caja de Depósitos y Consignaciones, señalados por la Misión Kenmerer en 1931, llamada por el Perú durante la crisis mundial de los años 30.
Con la creación del Banco de la Nación se quebró el poder político de los bancos privados que gobernaron los directorios de ambas instituciones. La plutocracia –si alguna vez existió como tal en el Perú– perdió su poder político y su capacidad de control sobre las decisiones del poder constitucional. Esta fue, en mi concepto, muy importante reforma en la estructura del Estado peruano.
Pero, donde en verdad se revoluciona política y administrativamente esa estructura es cuando después de 40 años y corriendo todos los riesgos, convoca a elecciones municipales. ¿Que las tenía seguras? Mentira. Soy testigo de extraordinaria excepción porque me pidió varias veces siendo yo su Ministro de Justicia, en el primer gabinete, que fuese candidato a la Alcaldía de Lima y yo me negué con tenacidad desesperada, no sólo porque estaba contento como ministro, sino porque de administración municipal no conocía sino lo aprendido en el curso de Derecho Administrativo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; además, sin decirlo, sentía esa candidatura como una especie de capiti di minucia, una disminución en mi categoría de Ministro de Estado rebajado a candidato municipal. Veía además mi muerte política pues era fija la derrota por una razón simple: los votos del Apra con los de Odría, unidos ya en alianza, sumaban casi dos veces más que los votos nuestros.
Finalmente acepté, gané y aquí estoy.
Políticamente, Belaunde era sufrido para el castigo y devoto de la Constitución. ¡Cuántas veces golpearon a Belaunde con la censura de sus ministros! Fernando León de Vivero encabezó la lista de quienes censuraron al Ministro de Agricultura porque no contestó en una interpelación cuánto se pagaba por el kilo de pallares en Chincha. No es que no se inmutara cuando le censuraban ministros y especialmente le dolió la censura a Óscar Trelles; sin embargo, Belaunde siempre mantuvo un gran respeto por Haya de la Torre. Recuerdo que siendo ministro por lo menos lo invitó dos veces a Palacio de Gobierno a dialogar. Sabía que del Apra se puede prescindir pero contra ella no es conveniente gobernar.
¡Cuántas veces lo insinuaron sus amigos militares dar un golpecito al estilo Fujimori en 1992! Nunca prestó oídos. No se imaginaba a sí mismo como un hombre que pudiese traicionar lo más profundo de sus ideales y, sobre todo, que pudiera incumplir el más escrupuloso respeto a la ley y a la Constitución. Y sufrió todos esos embates como sufrió lo que nuestra primera experiencia en un Parlamento democrático y plural, con oposición mayoritaria que prácticamente cerraba el camino al gobierno en todo lo que no fuera convenido. No sé si en ese primer gobierno pasó por su mente disolver el Parlamento adverso; pero su voluntad, si hubiera pasado, detuvo semejante idea.
Las dos reformas de Estado, la del Banco de la Nación como recuperación soberana del manejo financiero de la República y las elecciones municipales como devolución al pueblo de su derecho a elegir sus autoridades locales, fueron dos actos que transformaron profundamente la estructura del Estado y que, sin embargo, poco se ha remarcado en su trascendencia.
Lamento la brevedad tirana del tiempo que no me permite relatar sabrosos diálogos cuando nos dirigíamos a presidir e intervenir en congresos y actos célebres realizados en el Palacio Municipal o cuando, sin más compañía que la mía, puso término después de dos horas de diálogo, en forma abrupta, dura y tajante a la reunión solicitada por los más altos dirigentes de la Internacional Petroleum Company.
Pero para el análisis histórico, para que algún día se rinda tributo pleno a un hombre superior, para que no sean simplemente sus gestos externos o sus modos, para que la figura salga nítida y plena como es, a ustedes acciopopulistas que están aquí, les pido que escriban lo que les conste como verdad en la vida profunda y cierta, espontánea y vital de Belaunde, para que cuando se escriba la historia con la serenidad que da el tiempo que es el único que termina haciendo justicia, se pueda escribir con el conocimiento de quienes han relatado lo que vivieron, lo que sintieron y lo que les consta.
Por eso quería venir esta tarde con un testimonio especial porque el derrocamiento de Belaunde en su primer gobierno es un hecho que no se origina en actos de su gobierno y que tendrá que investigarse y explicarse con la tranquilidad del tiempo y vistos los relatos ya escuchados privadamente a sus principales autores. Digo esto porque cuando en 1969 llegué a Nueva York invitado en mi condición de Alcalde de Lima, habiéndome respetado el Gobierno Revolucionario en el ejercicio de la función para la que fui elegido –y no sé por qué, porque el día mismo de la revolución de octubre de 1968 coloqué a media asta la Bandera Nacional en el Palacio Municipal en la Plaza de Armas de Lima, lo que nunca me perdonaron Velasco y sus adláteres– invité a don Fernando a almorzar en el hotel en el que estaba alojado y llegó con Violeta.
Se sintió orgulloso al ser reconocido por peruanos que estaban en el personal de servicio del hotel y por algunas personas connotadas que se aproximaron a saludarle. Y entró a analizar el golpe revolucionario. Fue vehemente y enfático al sostener que su caída fue un “cuartelazo más” en la larga historia republicana de los cuartelazos y noté que no le agradó mi análisis de esos hechos.
Para mí el denominado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas fue una revolución “nasserista” con un signo revolucionario anti - imperialista, anti - yanqui, tercermundista, vecino al mundo oriental inspirado en el pensamiento y gobierno del general Nasser en Egipto; pero fue, además y quizá fundamentalmente, un golpe medido y calculado pensando en otros horizontes y recuerdos. Vivos están muchos militares que participaron y habría que preguntarles por qué hicieron una revolución ambivalente.
Lo único que sí puedo decir ahora como testimonio es que cuando desde Lima y con calificados dirigentes populistas y apristas de esa hora, intentamos comprometer a militares en un contragolpe, absurdo en ese momento por las dimensiones contrapuestas, siempre encontramos la misma respuesta final en oficiales generales: “Quien vaya contra esta revolución es traidor a la patria para nosotros”. Sostengo que nuestros historiadores y politólogos quizá por prudencia, todavía no se han puesto a investigar a fondo cuáles fueron las verdaderas motivaciones del derrocamiento de don Fernando el año 1968.
En la vida política de Fernando Belaunde hay tres etapas: las dos primeras con un mismo signo que fue el retorno a la vida democrática y su afianzamiento institucional. En ese aspecto su segundo gobierno que algún día analizaremos fue más rico que el de 1963-1968. La tercera etapa política de Belaunde fue la de su magisterio como Patriarca, con una autoridad que el pueblo le concedió sin voto y por acto de reconocimiento unánime.
Belaunde ocupó por derecho propio lo que el pueblo ya había reconocido en otros dos patriarcas y desde posiciones muy diferentes: La de don José Luis Bustamente y Rivero, cuya palabra siempre fue docencia y cuya conducta siempre fue ejemplo, y la de Víctor Raúl Haya de la Torre que, anciano ya, entrega su vida en la Asamblea Constituyente y ayuda al Perú a salir de otra dictadura que había durado también diez años y que ya en su ancianidad recoge el respeto de su pueblo por la sinceridad de su palabra, por su entrega permanente a los ideales que vivió y transmitió y en los que murió ejemplarmente.
Si Fernando Belaunde, José Luis Bustamente y Rivero y Víctor Raúl Haya de la Torre pudieran hablarnos en este momento seguramente nos dirían: “¡Déjense de homenajes y asuman responsabilidades porque el Perú está en peligro!”.
Y encontrándonos aquí hombres representativos de la herencia política y moral que esos tres hombres nos legaron podríamos preguntarnos – y esto lo digo a título estrictamente personal -, y se lo digo a Alan García y a Valentín Paniagua aquí presentes con esa misma espontaneidad que he procurado mantener a lo largo de toda esta exposición: ¿No tienen ustedes la sensación de que es la democracia la que está en peligro, que es el sistema democrático el que está en el escrutinio popular y no sólo las personas que hoy nos gobiernan? ¿Hemos tomado conciencia de que como país nos venimos equivocando ya muchas veces y en vez de elegir representantes de fuerzas constituidas nuestro pueblo termina votando a favor del outsider que mejor lo impresiona, y que buena parte de la responsabilidad nos toca a los políticos por no haber educado a nuestro pueblo enseñándole a escoger y decidir y nos hemos colocado en la cómoda posición de quienes solo toman cuentas a quienes gobiernan y se reatienden de su corresponsabilidad política?
¿Me pregunto si no ha llegado el momento de meditar en formas de apoyo y solución a los problemas de un gobierno que día a día tiene más corta la capa de oxígeno y que su colapso nos puede arrastrar a todos y hasta cambiar el curso de la historia de la República por los profundos desencantos de este pueblo? Quizá podamos –y esto también lo propongo a título personal– acordar una tregua benévola que no es una suspensión de hostilidades políticas sino el buen propósito para que el gobierno haga lo que es su deber hacer; por lo pronto, reajustar su presupuesto para atender a la gente humilde a la que realmente no le alcanza lo que gana, cuando gana.
Alguna experiencia puedo exhibir. Después de ocho años de docencia en el Colegio Militar Leoncio Prado enseñando Literatura y Gramática -en plaza que gané por concurso- tengo por dichos servicios una cesantía de 280 nuevos soles al mes que –gracias a Dios- puedo entregar a mi mujer para sus gastos personales y ella me dice que no le alcanza para nada. Yo le respondo: ¿Cómo vivirán hogares de cinco o más personas donde su ingreso total es menor a lo que recibes? Meditemos si no será conveniente y llegado el momento de meternos todos juntos a asumir la responsabilidad que el país nos reclama… Ahí los dejo, para reflexión y en buen recuerdo de don Fernando.
Abrió las compuertas de la participación popular
Por Alan García Pérez
Concurro a este acto de homenaje a Fernando Belaunde no por el protocolo de rendir tributo a una gran figura de nuestra historia en el Siglo XX, sino para agradecer a todos la ocasión de decir algunas palabras de todo corazón y sinceridad por parte de quien –y es una buena ocasión de decirlo– siendo seguidor y discípulo de Haya de la Torre se sintió siempre alumno de Fernando Belaunde Terry.
Nuestras palabras tienen, tal vez, un doble valor: El de hombres e instituciones que se inclinan ante una figura, pero al mismo tiempo, el de viejos adversarios que reconocen la estela y la profundidad de la vida fecunda de Fernando Belaunde Terry.
Él fue para los políticos de antaño y para los del futuro, un ejemplo de tolerancia democrática y de amor a la libertad; y creo que cuando él, extraído por la fuerza de Palacio de Gobierno pisó suelo extranjero, se definió de la mejor manera como yo lo recuerdo. Dijo: “Soy un peregrino de la libertad”. Era el 3 de octubre de 1968.
Porque a lo largo de su vida Fernando Belaunde -del cual fuimos adversarios, y no cabe recordar aquí viejas diferencias, sino el balance global de su existencia, y lo que nos acerca y lo que nos hace amarlo y sentirlo propio- será siempre un ejemplo de peregrinaje por la libertad de tozuda experiencia democrática.
Él, que era hijo de ese gran tribuno, Rafael Belaunde, hombre de lealtad inconmensurable y de amistad con un partido perseguido y clandestino; él que comenzó en 1945 al lado de los apristas de entonces en la experiencia del Frente Democrático, fue siempre un hombre que elevó las banderas de la libertad de expresión, de opinión.
Él, que en 1963 hizo durante cinco años un gobierno del que nadie, nadie, podría levantar mácula en contra de la libertad o de la democracia. Él, que al llegar al gobierno nuevamente en 1980, en un hermoso discurso en este recinto, en esta casa del Parlamento, tuvo como primer gesto devolver a sus legítimos propietarios los medios de comunicación para garantizar que el Perú se expresara con toda libertad, quedará siempre como un ejemplo extraordinario de libertad.
Y como mi antecesor relató algunas anécdotas, quiero contarles a ustedes, populistas en mayoría, que en una ocasión, como dirigente de la oposición, en las muchas veces en que lo visité siendo adversario y opositor, para aprender de él, llegué a Palacio y tuve que atravesar las calles turbadas y bloqueadas por mineros y por maestros.
Era una de las tantas movilizaciones y huelgas del Sutep de entonces, y tuve que valerme de mi condición de jefe opositor para abrirme paso en las calles y llegué hasta el despacho de don Fernando y lo encontré, por única y última vez, entristecido y preocupado.
Sentado frente a él estuve dos minutos en silencio y miré la majestad del poder, la fuerza del Presidente de la República turbada por la tristeza de sentir la ingratitud. Él recordó: “Yo he repuesto a diez mil maestros que fueron expulsados por la dictadura militar”, y hasta el despacho se escuchaba la misma cantinela y el mismo grito de reclamo.
Turbado y contagiado por él, le dije: “Presidente, está en emergencia Lima, usted puede hacer despejar la plaza”.
Y me contestó: “No. Pueden ser ingratos, pueden no tener razón, pero el pueblo tiene derecho a expresarse y a protestar”.
Creo, en segundo lugar, que Fernando Belaunde fue una bella expresión de su tiempo. Lo vivimos los jóvenes seguidores de Haya de la Torre como una rivalidad, pero, ciertamente, él, que se incorporó fuertemente a la política en 1956, lo hizo comprendiendo con su inmensa capacidad de estratega político, que iba en brazos de una nueva clase media creada por los servicios de un Estado que creció durante la dictadura de Odría.
Él comprendió que con esa clase había un talante juvenil distinto, y aquí está el gestor y promotor del Frente Nacional de Juventudes que dio vida entonces a lo que después fue Acción Popular.
Él comprendió a esa clase media industriosa, urbana, nueva, y comprendió que el Partido Aprista, en su vieja lucha y también con sus errores, había dejado un amplio margen para que insurgiera una figura como él.
Juntó, entonces, en su discurso mesoclasista y de proyección hacia el futuro a la juventud tras él, pero, además, les dio una fuerza nueva, recordando lo andino y afirmando a su manera el nacionalismo del Perú.
¿Alguna vez me han preguntado qué fue Fernando Belaunde? ¿Un hombre de derecha, un hombre de centro o un hombre de izquierda? Y recordé de esos apotegmas extraordinarios de su capacidad de expresión, que cuando a él le preguntaron lo mismo. Dijo: “Derecha o izquierda, no. ¡Adelante!”.
Luis Alberto Sánchez, un maestro académico, formado y profundo, nos enseñó a los políticos: Jamás hay que desconocer por completo al adversario, intentar destruir sus cualidades, reducirlo a don ninguno. Decía: “El que discute con don nadie es don ninguno”.
Había que aprender cuáles son las virtudes del adversario, profundizar en su forma de interpretar la realidad, en su forma de expresarla, que no es solamente una apariencia.
Un hombre piensa y expresa bajo una sola ecuación: actúa y pide, siente y se apasiona en la misma forma en que expresa lo que siente, vive y lo apasiona.
Y Fernando Belaunde era un hombre que en su gesto, le bean geste, el bello gesto que él trajo a la política, sabía sintetizar todo lo que tiene el pueblo de lírico, de hermoso, de cántico. Pero no era un hacedor de frases. Lo recordaré siempre como estadista, es verdad.
Creó el Banco de la Nación, y esa fue una enorme revolución. Abrió las compuertas de la participación popular sin temor y en posibilidad de perderlas y por eso las ganó, porque las abrió en las elecciones municipales de 1963. ¡Honor a tal señor!
Fernando Belaunde, con el decreto casi postrero, el 287-HC, construyó y creó la tributación en el país, donde hasta entonces tan poca gente tributaba. Pero esos son los instrumentos y las formas de gobierno.
Un hombre queda en la historia por algo más que eso, un hombre queda en la historia por haber sabido sintetizar en un momento su tiempo, su sociedad, su siglo.
Cuando él juntó clases medias, juventudes y hálito andino, lanzó un proyecto extraordinario del que aprendimos mucho: Cooperación Popular. Este llega con esa extraordinaria capacidad de Fernando, de sintetizar en dos palabras un programa político y del que debemos aprender tanto los apristas que escribimos libros y tenemos doctrinas y teorías complejas.
Fernando tenía la virtud que pocos tienen, de sintetizarlo todo porque lo sentía así. El mismo nombre del partido al que ustedes pertenecen, es toda una consigna de acción: Acción Popular. El mismo lema y la expresión en vida en el espacio en una afirmación altiva y activa de su ¡Adelante! Es una consigna. Cooperación Popular también lo fue.
No fue menester que alguien escribiera un libro sobre los viejos estilos de la juntura en el trabajo de los antiguos peruanos. Cooperación Popular lo dice todo y hasta ahora recuerdo y traigo la memoria de mi ilustre amigo, el gran populista Eduardo Orrego, cuando partió en un tren, cuando partió en un episodio memorable para las juventudes de entonces, en un tren de Desamparados cargado de palas, de carretillas a llevar el auxilio de esos instrumentos a los pueblos andinos.
Belaunde sabía motivar el alma del pueblo, supo despertar en el Perú su otro yo, el yo olvidado, perdido de la amazonía. Pasarán los siglos y a Belaunde se le recordará siempre por esta vocación andina, nacionalista de cooperación popular, pero también por su inmensa obra, la Carretera Marginal, bien dicha y bien llamada “Fernando Belaunde”.
Además, quedará en la memoria de los oradores, de los poetas, de los que se dirigen al pueblo, su enorme capacidad lírica, épica en algunos momentos. Esa capacidad extraordinaria de entender cuando la gente espera una respuesta en un gesto que sintetice toda una teoría, una actitud, un proyecto.
En 1962, el ex dictador Manuel Odría, en plena campaña política en Huancayo, recibió el impacto de una piedra, el resultado fueron ocho muertos entre los manifestantes. Fernando Belaunde fue días después al Cusco y en la plaza del Cusco una contramanifestación lo agredió. Una piedra le impactó en la frente y en vez de responder con balas, como Odría, Fernando subió a la tribuna y dijo, en un gesto maravilloso: “¿Qué valen unas gotas de sangre de Fernando Belaunde en esta plaza donde fue martirizado y descuartizado Túpac Amaru?”.
Él tenía, entonces, todas las de ganar en el Cusco, que comprendía la altura, la grandeza más que la elegancia o el modo, la forma de vivir, las adversidades de Belaunde. Por eso, sus expresiones y su forma de ser ante el país han sido también un recado de él al corazón del Perú.
Seoane, gran orador, trajo alguna vez un recado del corazón del pueblo para Haya de la Torre. Yo digo que Fernando Belaunde dejó un recado de él para el corazón del pueblo en sus múltiples formas de expresión. Yo un aprista, un aprista seguidor férvido y religioso de Haya de la Torre, sentía la imantación de sus palabras, que tenían un eco a Pablo Neruda y su Canto General, sentía cómo iba acercándose a uno paulatinamente.
Estuve en la Plaza de Armas desde lejos, cauteloso, y diré, crítico, cuando volvió de Punta del Este en 1967 y, entonces, una gran multitud acudió ante ese balcón que conozco bien, y Fernando, ante los aplausos dijo: “¿Por qué me aplaudes pueblo? ¿Por qué me entregas estos laureles si tú te lo ganaste?”. Era una devolución de las formas al pueblo.
Esas expresiones que sintetizaban emociones y le permitían remontarse, muchas veces sobre la adversidad, quedarán como la expresión de un hombre que columbró, estudió, calculó, pero sintió y convivió con el alma popular.
A pesar de su patriarcado arequipeño y de venir de otras tierras, Fernando comprendió nacionalmente el Perú y entonces decía escuchar un rumor, un rumor viniendo de todos los confines, de todos los valles, de las alturas, de los arenales y de los ríos, y preguntaba: “¿Qué ruido es este que se escucha? ¿Qué rumor es este de semillas que explotan de músculos que se mueven?”. Y respondía: “Es el Perú que despierta”. Es el Perú que despierta era una consigna para abrir el futuro del país.
Nosotros éramos opositores entonces, a veces conciliadores, a veces recalcitrantes, pero reconocemos que entonces Belaunde inició una profunda modernización del Perú.
Después del gobierno de don Manuel Prado, el régimen de Fernando Belaunde fue un régimen joven, moderno, un régimen que tal vez hubiera sido importantísimo de coincidir con la fuerza popular del aprismo. Estoy seguro que los seguidores, los continuadores y los pensadores de Acción Popular, así lo comprenden también. Podríamos haber hecho algo muy grande para el Perú. Estoy seguro que podremos hacerlo en el futuro.
Como homenaje a Fernando Belaunde, al cumplirse este año el primero de su fallecimiento, quiero decirles que el Instituto de Gobierno que dirijo hará, con el permiso de su familia y si nos lo brinda, una edición de los discursos y las palabras de Fernando Belaunde, porque es importante que los peruanos de hoy sepan el poder, la calidad y el nivel de los políticos que hemos tenido.
Agradezco a los organizadores, especialmente al presidente Valentín Paniagua, el haber permitido que el heredero de un adversario venga a rendir tributo a un gran amigo.
Puedo decir que a través de quien habla y tras la muerte de Haya de la Torre se selló la gran amistad que comenzó en 1945 y nunca debió terminar. A lo largo de mi mandato fueron muchas las veces que pedí a don Fernando venir a conversar, a escucharlo y en las circunstancias más difíciles y aciagas, él estuvo siempre dispuesto.
Creo que esa era una forma de hacer política que ahora nosotros debemos encontrar, esos momentos y esas circunstancias se las he expresado y contado al actual presidente de la República. Respondiendo al desafío de Lucho Bedoya, nosotros estamos siempre dispuestos a dar nuestras ideas y respaldar en lo que se ha requerido al gobierno democrático, porque en esta democracia, aunque comete errores, quien gobierne no se va a hundir. Aquí está Acción Popular y aquí está el aprismo para garantizar que no se va a hundir.
Mi homenaje y mi saludo a los hombres y mujeres de Acción Popular; mi homenaje y mi saludo a los seguidores de Fernando Belaunde, a su estela extraordinaria. Él seguirá caminando siempre en nuestras ilusiones con su bandera. Seguirá él marchando siempre a la búsqueda de un rumor que le diga que el Perú despierta; seguirá siempre Fernando Belaunde con su gesto y su señorío enseñándonos que la política debe ser tolerante, alta y grande.
En verdad les digo muchas gracias, porque no ha venido un viejo adversario, sino un amigo y un hombre que amó mucho a Fernando Belaunde.
El Perú como doctrina
Por Valentín Paniagua Corazao
Este es un acontecimiento histórico, no sólo por el escenario en que se lleva a cabo que es el Senado de la República, teatro de las últimas actuaciones políticas oficiales por parte del Presidente Belaunde como senador vitalicio, sino por la señalada circunstancia de que se han dado cita con nosotros, dos hombres que encarnan y simbolizan las realizaciones más preciadas de un demócrata que este país podía alcanzar.
Luis Bedoya Reyes, que fue el primer alcalde elegido por el pueblo de Lima al cabo de medio siglo de conculcación de los derechos ciudadanos y del derecho del pueblo peruano a elegir a sus legítimos gobernantes, cumpliendo, precisamente, aquella frase que era la voz de mando para el renacimiento de la democracia en el Perú y que Fernando Belaunde pronunciara en los tres primeros minutos de su mandato y que fue todo el tiempo que le tomó restablecer la vida democrática municipal en el Perú cuando dijo: "Los últimos serán los primeros" y convocó, de inmediato, a cabildos abiertos, en todas las capitales del distrito del Perú.
Aquí está también el presidente Alan García Pérez que asume constitucional y regularmente la presidencia de la República el 28 de julio de 1985, luego de vencer a quien presente aquí, también, don Javier Alva Orlandini que encabezara las huestes de Acción Popular. No me he referido a él al comenzar este discurso como presidente del Tribunal Constitucional, porque lo sentimos esta tarde más cerca de nosotros como el Presidente del Frente Nacional de Juventudes Democráticas. Pero la presencia del Presidente García esta tarde tiene un profundo simbolismo también democrático. Él, al cabo de 70 años, fue el primer presidente que asumía constitucionalmente la sucesión ordenada en este país, interrumpida permanentemente por las autocracias y los golpes de Estado.
A mí se me encomendó esta tarde -y no he de abusar de la paciencia de ustedes- decir unas cuantas palabras de agradecimiento a quienes participaron en este acto, en mi condición de presidente del Partido Acción Popular. Declaro, con entera franqueza, que conmovido profundamente por las expresiones que aquí se han vertido es mi obligación, tal vez, hacer algún comentario que puede no resultar superfluo.
Quiero decir, en primer término, mi gratitud. Mi gratitud al doctor Luis Bedoya Reyes que, con sus palabras y con las anécdotas que aquí nos ha traído, a veces en lenguaje festivo, ha querido presentarnos un testimonio histórico y vital, absolutamente indispensable en una hora en que la confrontación y las discrepancias ponen tanta distancia entre los actores políticos y en una hora que como ha dicho bien el Presidente García es indispensable impartir lecciones de tolerancia, de respeto y de civismo al pueblo del Perú.
A él con el que compartimos afanes y luchas en obsequio de la democracia, que bajo la alianza Acción Popular - Democracia Cristiana, libró batallas denodadas en este mismo Congreso y, fuera de él, le decimos nuestro reconocimiento por la generosidad con que ha querido honrar esta tarde la memoria de Fernando Belaunde.
Al doctor Alan García Pérez, que nos ha traído una riquísima glosa del pensamiento de Fernando Belaunde podríamos decir un poco festivamente pero con enorme afecto: Ha sido, por cierto, usted un aprovechadísimo discípulo de quien fuera un gran caudillo, como Fernando Belaunde.
Y ahora, permítaseme, hacer un comentario. Decía el doctor Luis Bedoya Reyes, que él no entendía y que nadie había podido explicarle el Perú como Doctrina, y que él percibía que la gente en el Perú sentía y vivía eso que Fernando Belaunde llamaba el Perú como Doctrina. Tal vez no ha reparado que eso es precisamente una doctrina: una convicción y un sentimiento capaz de mover voluntades, capaz de expresarse en la solidaridad, en la alegría de la creación colectiva, en lo que Fernando Belaunde llamó la Ley de la Hermandad que no es otra cosa que la ley laica de la caridad cristiana.
A él que es un social cristiano podríamos decirle: El Perú como Doctrina es el Perú con sus tradiciones ancestrales, con sus costumbres y sus usos recordándole al mundo moderno y occidental que, por encima y más allá de las creaciones de la ciencia, el hombre, para convivir necesita solidaridad, el hombre para sobrevivir necesita generosidad, el hombre para convivir necesita ética, y por eso resulta tan importante el tríptico moral andino que hemos recordado siempre: veracidad, honestidad y laboriosidad. Eso es el Perú como Doctrina.
Se ha hecho esta tarde interpretación certera y justa del pensamiento de Fernando Belaunde, no solamente en su capacidad de percepción de las ilusiones más profundas del pueblo del Perú y en su acierto genial de recoger los legados históricos de nuestra Patria. Se ha destacado, con justicia, cómo en Fernando Belaunde la pasión creadora y de la obra pública no es la ambición egoísta del hombre político que pretende perpetuarse en la obra como monumento a su vanidad personal, sino en la entrega devota del servidor, del primer servidor de la República en obsequio de pueblos necesitados para satisfacer las necesidades urgentes también e impostergables del pueblo.
Él hizo de la obra pública un instrumento para exaltar y para mejorar la vida de un pueblo en cuyas necesidades pocas veces los gobernantes repararon. Nadie como él, recorrió los caminos de la patria para conocer la miseria, el hambre, la desesperación; pero también la fe y la esperanza del pueblo del Perú.
Porque Belaunde comprendió perfectamente la necesidad profunda de nuestra patria, su obra aparece siempre identificada con el pueblo mismo. Por eso, él podía decir -como lo dijo- sin atribuirse el mérito de su realización: "El pueblo. El pueblo lo hizo".
Ésta es una hora, por cierto, dramática y difícil. Nos sorprende este 4 de junio en una circunstancia en que la memoria y la presencia de Belaunde deben servir de reflexión y meditación al Perú. La patria requiere el concurso de todos. Nosotros, en Acción Popular jamás rehusaremos nuestra participación -como estoy seguro ningún demócrata ni peruano genuino lo hará- para robustecer y sostener el actual sistema democrático.
Permítaseme recordar alguna propuesta que hemos hecho recientemente en obsequio precisamente de la memoria del presidente Belaunde. Hemos dicho que la experiencia que hoy vive la patria debe hacernos pensar seriamente respecto a que, en el porvenir inmediato, tenemos que hacer un esfuerzo extraordinario todos los grupos políticos para encontrar un consenso mínimo que permita a nuestros gobernantes, en el futuro, mantener la estabilidad, la paz y, asegurar así la prosperidad del país. Eso significa, por cierto, la declinación de apetitos de grupos o circunstanciales.
Significa, desde luego, un compromiso y un renunciamiento decidido a cualquier pretensión sectaria y a la búsqueda de una concordancia generosa en obsequio de los intereses superiores de la patria. En lo que a Acción Popular concierne, si es necesario hacer ese sacrificio, jamás dudará ni titubeará. El pueblo del Perú puede tener la absoluta certidumbre que estamos dispuestos a marchar a cualquier fórmula de concordancia actual y futura que le asegure al Perú con la libertad, a que el pueblo del Perú tiene derecho, el bienestar a que igualmente aspira con tanta legitimidad.
Quiero expresar nuestro reconocimiento profundo a todos los que han participado en esta tarde en este acto. Quisiera hacerlo recordando también que la muerte y el alejamiento físico de Fernando Belaunde no lo ha alejado ni del corazón de los militantes del partido, de los que aquí están y de los que, desde fuera, siguen con enorme emoción y devoción esta emocionante ceremonia, sino que particularmente de los buenos peruanos que amaron y quisieron a Belaunde y que vieron en él un símbolo patriarcal y del que aprendieron eso que justamente ahora se ha destacado: La tolerancia.
A todos ellos quisiéramos decirles con las palabras del propio Belaunde, que nuestra presencia en esta tarde quiere ser un esfuerzo por la trascendencia y presencia permanente de su mensaje, de su mensaje de paz, de solidaridad, de unión, de concordancia nacional.
Decía el Jefe y fundador de Acción Popular: "Dijeron que no nos permitirían pisar tierra peruana y aquí estamos. Creyeron que el jornal del mercenario eliminaría la acción del militante y aquí estamos. Pretendieron amedrentarnos olvidando que el miedo nunca empañó a nuestras huestes y aquí estamos. Fueron generosos con la injuria y mezquinos con la verdad y aquí estamos. Estamos aquí prendidos de nuestras raíces ancestrales para decir a propios y a extraños que jamás permitiremos que nos arrebaten nuestra patria. Aquí estamos y estaremos en el vigor de la vida o la quietud de la muerte”.
¡Aquí estamos los miembros de Acción Popular para testimoniar nuestra devoción y nuestro recuerdo permanente por Fernando Belaunde!