En el borde derecho, bajo el telón de boca, está el coro, compuesto por los congresistas de la mayoría, listos a cantar la canción que les ordene la marioneta que mueven los militares sin rostro. Los miembros de la minoría, en repliegue táctico, se han retirado y se fortifican en la tesorería del Congreso.
Este es el cuadro vivo de la actualidad política peruana. Es la realidad puesta al descubierto en momento insospechado y de gran desconcierto para quienes ignoran las lecciones de la historia y creen que los logros económicos todo lo justifican; para quienes no entienden que igual que los edificios, la obra política-social-económica requiere cimientos sólidos, o sea orden jurídico, democracia y no bayonetas con voz de mando. Las bayonetas no sirven de cimiento y mucho menos de asiento, que es lo que hizo Fujimori al ser elegido: sentarse en ellas. Más temprano que tarde, lo dice la historia, las bayonetas perforan los fundillos y penetran en las carnes. La caída del telón, la quitada de máscara, tenía que ocurrir porque la farsa democrática, montada por Boloña y el empresariado nacional, con el celestinaje de Baena, Gros Espiell y Einaudi, no podía engañar a todos todo el tiempo.
Lo que ahora se ha puesto en evidencia es bastante más que la abusiva decisión de ocultar las responsabilidades castrenses en los crímenes de La Cantuta y en el narcotráfico. Con la ley que interfiere la contienda de competencias, aprobada a media noche y con la grosera ventaja de una sola cámara, ya nadie sé puede seguir chupando el dedo: el régimen peruano es una dictadura militar y lo viene siendo, abiertamente por lo menos, desde el 5 de abril de 1992. Quienes no admiten esta verdad, o pecan de inocentes o son pillos redomados. Aquí no caben términos medios. Se está con la dictadura o contra ella; y los despistados son de verdad o de mentirijilla, no puede haberlos de mitad mitad. También ya se hizo evidente que el llamado presidente Fujimori no pasa de ser un pelele al servicio de ese desconocido gobierno militar. Hoy van abundando los que descubren que el ‘presidente’ no gobierna, que su labor principal es de relacionista público, de folclórico candidato de los cuarteles. Por eso es que vaga por toda la República como un Papá Noel, mientras los ministros no logran entender por qué no hay Consejo de Gobierno. No logran entenderlo, pero se lo callan y siguen de ministros.
Visto así el panorama y, más aún, convencidos como estamos de que Fujimori, desde que salió elegido, es un prisionero político de los militares, resultaban dándonos vergüenza ajena los reclamos que se le estuvieron haciendo para que no promulgara la ley, poniéndolo como árbitro de una situación en la que su papel había sido cumplir la orden de organizar la votación del CCD a favor del reclamo militar. Por algo el ministro de Salud acudió al Congreso con el voto de consigna en el bolsillo. ¿Y qué decir de las candorosas esperanzas de los que soñaron con un gesto altivo de la Corte Suprema?
En esta casa en ningún momento se dudó que Fujimori promulgaría la ley —salvo que el SIN tuviera alguna sibilina jugada bajo la manga— y que la Suprema la acataría sin importarle cubrirse de oprobio. Hoy rige en él Perú la ley de la selva. Les basta a los militares, por intermedio de Fujimori, instar al Congreso, cómodamente reducido a una sola Asamblea, para que dicte la ley que les venga en gana y ésta será rápidamente promulgada en Palacio y acatada por la Suprema, aunque se trate de otra aberración jurídica y constitucional. Ahora acaba de pasarse el caso de La Cantuta al Tribunal Militar, mañana podrá —como ha dicho el doctor Avendaño— corregirse arbitrariamente la norma electoral, o declarar nula, por ejemplo, cualquier disposición legal otorgando ventajas de zona franca a una inversión pesquera o minera. Lo pequeño y lo grande, todo lo puede el CCD. El abuso y el capricho, la prepotencia legicida, han quedado consagrados como el nuevo orden jurídico de la República. La Constitución, aún esa pobre constituta que se ha dado el régimen, para nada sirve. ¿Qué más se necesita para llamar dictadura a este gobierno?
Pero seamos nosotros, no la administración norteamericana, los que hagamos la crítica y propongamos soluciones. La intromisión yanqui en los asuntos internos del Perú es una impertinencia. Y ese error comete el Departamento de Estado al juzgar públicamente cuestiones internas de nuestra Justicia y al dictamos lo que debemos hacer. Lo que no quiere decir que si los Estados Unidos, en su fuero interno, opinan que la democracia es burlada en nuestro país, no puedan suspender los préstamos y ayudas que tengan programados para el Perú. Estarían en su legítimo derecho. Derecho del que debieran hacer uso para vetar la presencia de un golpista como Fujimori en las reuniones de la OEA posteriores al 5 de abril del 92. De esas reuniones, auspiciadas por los Estados Unidos, es que salió premiado, con la continuación en la presidencia, un auténtico burlador de la democracia.