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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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lunes, 21 de abril de 2014

EUZKO ETXEA ARANTZAZU LIMA & ABERRI EGUNA 2014

Josu Legarreta

SENTIMIENTOS COMPARTIDOS
-de mayo del 68 al otoño en libertad-

-Ensayo-

Prologó 
A finales de 1995 me llego por correo el libro Siempre un extraño del prestigioso periodista vasco–peruano Francisco de Igartua, con la dedicatoria de con la “esperanza de que lo disfrutes”. ¡Vaya si lo disfrute! Si, con la lectura de sus páginas y, posteriormente, con su cordial visita. En una prolongadísima sobremesa repasamos la historia de sus andanzas por el mundo, unas veces como desterrado y otras por sus quehaceres profesionales. Pero en realidad me interesaban más conocer su pensamiento y sus sentimientos. Y nuestra estrecha amistad de algunos años me permitió plantearle si una persona podía sentirse simultáneamente feliz y “siempre un extraño”. La respuesta de Paco fue contundente “el amor, la amistad y la sociabilidad son tres rutas que te dirigen hacia la felicidad, pero nunca lo lograras sino eres consecuente contigo mismo”.

El periodista vasco peruano Francisco Igartua, en la presentación 
de uno de sus libros en Euskadi con Josu Legarreta
Recuerdo que sus palabras nos desviaron un poco del contenido del libro y que pasamos a comentar nuestras aficiones. Entre estas, lógicamente conversamos del placer de la lectura y de la escritura, para retornar de nuevo a su reciente publicación.

Ambos coincidimos en que no resulta nada fácil escribir con total libertad. Y cuando se hace, se corren riesgos de consecuencias inesperadas. Entendíamos también que es poco menos que imposible contar con absoluta transparencia todo el cumulo de sentimientos que cada persona vive en sus diversas facetas de la vida, y, que en consecuencia, son más abundantes  las autobiografías profesionales que las intimistas.

Pero aun así Paco insistía: “….cuando escribes, sientes una verdadera liberación interior”, y probé seguir su sutil consejo de liberar mi pensamiento de ciertas dependencias intelectuales e incluso ideológicas. La  experiencia me ha resultado tan reconfortante en mis dos publicaciones anteriores, que retomo su consejo exponiendo un cumulo de vivencias e incluso de sentimientos íntimos de amistades, analizados desde la atalaya de mi otoño personal. Las vidas nunca son absolutamente individuales, y las ideas y los sentimientos son resultado de las convivencias interpersonales en diversas situaciones  de la vida. Por eso hablo de sentimientos compartidos. Y los expongo ordenados alfabéticamente, sin la lógica de la razón.

Tampoco, quiero ocultar que este recorrido intimista no lo hubiese podido realizar en época pasadas en las que tanto me preocupaba la proyección exterior y las “verdades” de la religión, de la política, de los Derechos Humanos individuales y colectivos. Me sentía feliz o dirigiendo reflexiones y programas sociales, pero no lo fui menos cuando me di cuenta de que no lograría transformar el mundo. Tarde  algunos años en darme cuenta de esta realidad.  Y, aunque tarde, hoy creo que la felicidad de la persona depende más, de la proyección interior. La defensa a ultranza de verdades no conduce  a casi nada, aun teniendo razón. Por lo que en la actualidad casi solo me interesan las ideas y los sentimientos. Estoy convencido de que nada hay más importante que estos, aunque la realidad de la vida, a veces parece demostrar justo lo contario. Y en consecuencia, a medida que los años trascurren, los principios de la vida y las ilusiones se reducen en gran medida. Pero incluso, en estas que son básicas, como la ilusión de vivir la libertad y de ser feliz me entristece profundamente la incapacidad del ser humano para avanzar en su logro.

En los momentos álgidos se suele decir que la vida es bella. Sin embargo, cuando algunas realidades te castigan, incluso te torturan, se recurren al dicho contrario de “que dura e injusta es la vida”. No puedo ocultar que yo también he atravesado por algunos de estos, aunque en términos generales y comparativamente con la de otras personas,  realmente me siento dichoso, y quiero compartirla con quienes se interesan por estas páginas que recogen reflexiones  que han sido previamente compartidas con amigos y amigas y enriquecidas posteriormente con referencias a textos de escritores de reconocido prestigio con los que convivo diariamente en mi biblioteca. Como decía Unamuno, “es tal mi largo habito libresco que me cuesta concebir pensamientos y propósitos no siendo en lectura, como comentario de lo que leo”1.

Pero debo confesar que previo a la toma de esta decisión sentí curiosidad por el género autobiográfico y por la metodología adoptada por diversos escritores. Hay abundantes obras autobiográficas publicadas, aunque muchas de estas se caracterizan mas por la venta publicitaria de los aspectos filosóficos, religiosos, políticos, sociales y/o profesionales de cada autor, que por la exposición pública de sus sentimientos cotidianos. Como muestra, basta curiosear las diferencias de estilo y de información que ofrecen las memorias de Pio Baroja, Pablo Neruda, Carlos Fuentes, Hans Kung, Ernesto Sábato, J.M Gotzee, Simone de Beauvoir o Bryce Echenique.

Aun así, algunos de sus textos me impactaron especialmente: Simone de Beauvoir me corroboro en mi propósito de concebir mis reflexiones a través de lecturas porque “Solo los libros  y no el mundo en su crudeza podían proporcionar los modelos”, aunque no sentía tanta vanidad como ella de “estar cada vez más segura de tener un montón de cosas que decir“2. Ernesto Cardenal cuenta también que vivió una sensación similar, y escribió aquello “Ahora debía contarlo todo, o no habría tenido sentido escribir memorias”3. Personalmente, presentí que podía fracasar en el intento del uso de la libertad absoluta para contar hasta los secretos más íntimos. A pesar de esta dificultad, confieso que intentado hacerlo con la mayor sinceridad posible omitiendo claro está, las referencias nominales de personas e incluso los detalles que considere que puedan herir sensibilidades ajenas.

No, puedo ocultar que me surgieron también dudas transcendentales en el mismo punto del partido: “A quienes pueden interesar las historias compartidas contadas como propias”. Y si realmente resultan de interés este tipo de libros, ¡no son de mucho mayor interés que la mía las vidas de otras innumerables personas! Parecía que como el optimismo inicial que me creo Paco Igartua empezaba a derrumbarse cuando llegue a leer aquel interrogante que Pío se había planteado así mismo “ Es que soy bastante petulante y jactancioso para pensar que, no interesándome a mí la vida de los demás, va interesar la mía a otros”4.

Algunos otro comentarios del mismo calado critico que el de Baroja llegaron incluso a desanimarme; no me resultaba nada estimulante leer que, “normalmente la gente escribe memorias estando ya tan vieja y con la muerte tan generalizada que apenas se acuerdan y les importan sus recuerdos, como no sea para hablar de otros, por supuesto”5; o aquel otro de que dada la naturaleza del hombre, “una autobiografía es inevitablemente mentirosa. Y sólo con mascaras, en el carnaval o en la literatura los hombres se atreven a decir sus (tremendas) verdades ultimas”6.

Ni que decir que este su tono de referencia a la vejez me resulto molesto; no tanto así el comentario del olvido de los datos de unas u otras determinadas situaciones esta pérdida des perspectiva es común a cualquier edad, porque no hay realidad humana que sea percibida de forma idéntica en el transcurso del tiempo. Pero en cualquier caso he querido huir del prejuicio de estos sentimientos compartidos sean descritos con intención de dañar. O lo que aun sería peor, con intención de mentir, porque no tienen sentido si no son escritas con sinceridad. No se puede ser tan Quijote ni tan masoquista en la vida de recrear irrealmente situaciones y sentimientos de la vida pasada sin necesidad alguna, pensando que su reinterpretación, peor aun si es falsificada, nos proporcionara el camino de una mayor felicidad.

Por otra parte, no siento necesidad alguna de realizar ningún ejercicio de autodefensa, por mucho que Baroja nos recuerde en sus memorias que “es difícil hacer una autobiografía que no sea, en el fondo, apologética”7. No, no preciso vencer ni siquiera de convencer a nadie; ni justificarme de nada ante nadie, ni “siquiera aconsejar a nadie, ni aclarar nada; solo pretendo gozar junto con quienes me han aportado sus propias perspectivas, porque la escritura “me aseguran una sensación de vivir la vida en toda su intensidad, en un grado supremo, algo que la existencia es incapaz de brindar por si sola”8. No podría pedir más a mi objetivo si además pudiera ser de utilidad a los demás, especialmente “a quienes, como yo, han entrado en la fase de la tercera edad, y se preguntan para qué y por que hemos vivido, aguantado o soñado”9.

Presento pues, mis sentimientos compartidos siguiendo el consejo de Borges de que “mi relato será fiel a la realidad, o en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad”10 y carente de toda “tentación de inocencia”11. No quisiera que el texto fuera “el entrenamiento de un hombre solitario con sus propios recuerdos”, ni siquiera “un desahogo por lo que me vea libre y desembarazado de malos humores”12, si no un testamento de mi fuero interno y el de mis amistades, escrito sin mayores preocupaciones estéticas, aunque con sinceridad y con absoluta libertad de conciencia y conciencia de libertad, descrito desde la atalaya del otoño de mi vida. A demás comparto el espacio de estas páginas con reflexiones de autores como Javier Arzuaga; Pio Baroja; Mario Benedetti; Simone de Beuavoir, José Luis Borges; Pascal Bruckner; Alfredo Bryce Echenique; Albert Camus, Ernesto Cardenal; Jorge Castañeada; Manuel Clavero; Julio Cortázar; Emile Durkhein; Jorge Edwards; Carlos Fuentes; J.M. Goetzee; Hume; Aldous Leondard; Huxley; Francisco Igartua; Hans Kung; Aminn Maalouf; Antonio Machado; Francois Mauriac; Emmanuel Mounier; Jose Martir; Pablo Neruda; Orteaga y Gasset; Octavio Paz; Platón; E. Schilleeekcx; Sandor Marai; Emmanuel Monier, Friedrich Nietzche; Erasmo de Rotterdam; Jean Jacques Rousseau; Ernesto Sabato; José Saramago; Sartre; David Sogge; Alexander Solsjenitsin; Rabindranat T. Tagore; Miguel de Unamuno; Ronald Wright; Voltaire; y Bruno Zevi. Y a ti, corazón de lector, si todavía vives con sentimientos oprimidos te deseo con todos ellos libertad y felicidad.

1. Javier González de Durana, Cartas intimas- Epistolario entre Miguel de Unamuno y los hermanos Gutiérrez Abascal, Eguzki Argitaldaria, Bilbao, 1986, pág. 38.
2. Simone de Beauvoir, Memorias de una joven formal, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1998, pág. 55.
3. Ernesto Cardenal, Vida Perdida- Memorias I, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, pág. 76.
4. Pio Baroja, Obras completas, t.VII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1949, pág. 397.
5. Alfredo Bryce Echenique, Permiso para vivir, pág. 15.
6. Ernesto Sabato, Obras completas- Ensayos, Emece Seix Barral, Buenos Aires, 2007, pág. 297.
7. Pio Baroja, Obras completas, t. VII, pág. 400.
8. Sandor Marai, Confesiones de un burgués, Salamandra S.A., Barcelona, 2002, pág. 448.
9. Ernesto Sabato, Antes del fin, Seix Barral, Biblioteca Ernesto Sabato, Buenos Aires, 2004, pág., 11/12.
10. Alfredo Bryce Echenique, Permiso para vivir  Antimemorias II, Planeta, Buenos Aires, 2005, pág. 74.
11. Pascal Bruckner, La tentación de la inocencia, Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 2005.
12. Miguel de Unamuno, Amor y Pedagogía, Alianza Editorial, Madrid, 2009, pág. 13.


JOSU LEGARRERA BILBAO, “Sentimientos compartidos –De mayo del 68 al otoño en libertad” -Ensayo-, Editorial La Oveja Negra Ltda., y Fundación Centro Vasco Euskal Etxea Colombia.  Edición Octubre 2011.


JOSU LEGARRETA BILBAO - SENTIMIENTOS COMPARTIDOS
FUNDACION CENTRO VASCO EUSKAL ETXEA COLOMBIA
EDITORIAL LA OVEJA NEGRA
JOSU LEGARRETA BILBAO nace en Fruiz (Bizkaia)  el 10 de enero de 1948. Es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia. De 1975 a 1982 ejerce como profesor en el centro Educativo Begoñazpi de Bilbao. De 1982 a 1985 dirige el Colectivo Pedagógico Onura y la Revista Kimu. Desde 1986 a 2009  trabaja en gobierno vasco, primero como Director de Promoción del Euskara y posteriormente como Director de Cooperación al Desarrollo y Director de Relaciones con los Centros Vascos. Es autor de Desde el futuro-Nacionalismo=democracia y coautor de Un nuevo 31.

Dentro de los parámetros del género autobiográfico, el autor expone sus reflexiones, e incluso sus sentimientos más íntimos, reivindicando el derecho universal a la Libertad y a la Felicidad en esta vida. Lo hace además con una capitulación original, exponiendo los temas alfabéticamente y no cronológicamente en defensa de su especial interés reivindicativo de que en definitiva interesa mucho más la lógica de las ideas y de los sentimientos, que la lógica de la razón y de la temporalidad de los acontecimientos. Con esta perspectiva describe vivencias íntimas, personales e interpersonales, desde la infancia hasta el otoño de su vida, con absoluta libertad. Después de más de dos décadas de vida profesional, con oportunidades de relación con presidentes y ministros de diversos países, con dirigente de máxima relevancia de partidos políticos y religiones y con poblaciones de máximo nivel de marginalidad social, de unos 40 países de África, América y Asia, sus reflexiones compartidas con sus amistades, son exponente de su actitud libertaria a ultranza ante la vida y su radical critica de todo fundamentalismo político, religioso y social.

Como lector consumado, corrobora sus conclusiones con las reflexiones de grandes pensadores, clásicos y actuales, con el convencimiento de que la proyección interior es la mejor garantía personal de la Libertad y de la Felicidad.






sábado, 19 de abril de 2014

¡ HASTA PRONTO GABO...!


García Márquez  VERSUS Vargas Llosa
fRANCISCO IGARTUA – HUELLAS DE UN DESTIERRO

La presencia de Clemen trajo la paz
Sin embargo, no todo fue lecho de rosas en esos primeros tiempos de la familia en México. Aparte de la soledad, que afectó a todos, hubo algunos contratiempos graves. Y los peores los sufrió la pequeña Maite. Para ella fueron muy difíciles sus primeros pasos en la escuela, una escuela que correspondía a la misma organización inglesa del colegio San Silvestre de Lima, donde había comenzado sus estudios. Lo que parecía en teoría un simple cambio de salón de clases resultó siendo un trasplante muy desagradable. Fueron problemas colegiales verdaderamente serios, que fueron agravados por el carácter reservado de Maite, tan tremendamente introvertido que no le permitía explicar en casa las dificultades a las que se enfrentaba con sus flamantes compañeras y compañeros de estudios. Tanto Clemen como yo, la veíamos deprimida, con una inmensa tristeza en la mirada, pero no atinábamos a descubrir el motivo.
–Aquí la gente es distinta y Maite debe extrañar a sus amigas... Habrá que esperar...
El colegio estaba ubicado en San Ángel, lo que había obligado poco después al traslado de la familia de Polanco al moderno y acogedor departamento arrullado por las campanas del convento carmelita de San Ángel, con la taquería El Lobo Bobo a la puerta, y cercanísimo al Sanborns de las tertulias del mediodía. Allí permaneceríamos hasta el retorno al Perú, previo largo paseo por Europa, donde fracasó mi intento de convencer a Clemen para que radicáramos en Euskadi, el País Vasco.
Fue un error, una torpe equivocación, eso de esperar a que los problemas de Maite en el colegio se resolvieran solos, pues no se trataba de simple añoranza por Lima y sus amiguitas limeñas –añoranza que fue cierta un momento– sino de algo muy grave que sólo advertimos cuando la tristeza de Maite se fue acentuando. Solamente entonces comenzamos a sospechar –lo que era verdad– que la niña sufría malos tratos de sus compañeras de clase. Así era: un grupo de perversas criaturas –la maldad de la infancia es maldita– había tomado de yunque a la recién llegada y Maite no sabía cómo defenderse ni atinaba a buscar ayuda, ya que encontró en el colegio un único mirar afectuoso, el del “Cholo” García Márquez, el hijo del Gabo.
Se trataba de un hecho muy serio sin duda, pero que nada tenía de sorprendente. Es frecuente en las escuelas esa reacción en contra de los novatos. Pero ¿cómo hacerle frente al problema? ¿Cambiarla de colegio como ella insinuaba?... Eso no era fácil y más por la época, a mitad del año escolar... ¡Y los trajines que había costado inscribirla en esa escuela!
Lo que de primer momento no sospechamos era que teníamos en José Luis Cuevas –el gran pintor mexicano– y su mujer, Berta, dos ángeles de la guarda. Ellos eran los que habían ayudado en los trámites para la matrícula de Maite y fueron ellos, sobre todo la practicidad de Berta, los que prontamente solucionaron los pesares de Maite. El remedio fue simple: supieron por sus hijos, que estaban entre los malvados, lo que ocurría con Maite y de inmediato los cabecillas del complot contra la recién llegada recibieron tremenda reprimenda y la amenaza de severísimos castigos si no componían su incivilizada y estúpida conducta... Pronto se encontró Maite con amigas que estarían entre las mejores de su vida. Mucho lloró por ellas cuando dejó México y muchos años tardó para dejar de escribirse con ellas.
Hice buena y rápida amistad con José Luis Cuevas, a quien había conocido en Lima, años atrás, en una visita al Perú del pintor mexicano; hecho que Cuevas me recordó y que a mí se me había borrado. Y fueron las circunstancias de aquella visita, según Cuevas, el motivo de que se sintiera obligado a devolverme las atenciones que recibió de los limeños. Fue muy amable José Luis conmigo y mi familia, y creo haber conocido bien a aquel niño caprichoso y bueno que es Cuevas. Eximio y cruel dibujante, José Luis ha retratado con perversa minuciosidad el ambiente lúgubre y desgarrado de su ciudad, sobre todo a los personajes de la periferia marginada. Pero en el trato personal la crueldad del pintor desaparece por completo y sale a relucir el enfermizo egocéntrico, el infantil y bondadoso caballero que es ese señor mayor con cara y modales de encantador hombre joven...
Se reunía con cierta frecuencia conmigo, sobre todo en el restaurante San Angel Inn, una vieja casona donde acampó Pancho Villa antes de tomar la capital mexicana, la ciudad entonces lejana, que se agrupaba alrededor del imponente Zócalo. Allí, en el San Angel Inn, me encontré con las curiosas dificultades que hay que pasar en el ambiente intelectual y político de México, donde las enemistades son enemistades. Hasta en dos oportunidades, por ejemplo, estando con Cuevas, me encontré con el cariñoso Rufino Tamayo, el genial pintor a quien había conocido a través de Gody Szyszlo y a quien Cuevas no quería “por su entrometida mujer, no por él”... Pero yo ya había aprendido a ser gentil con el amigo Tamayo cuidando de que Cuevas no sintiera el afecto de mi saludo... Bueno, así es México. Y también allí, como en todos los rincones del mundo, no deja de haber algún interés en las relaciones humanas. Mi atractivo era ser director del Suplemento. Situación que me permitió en más de una oportunidad pagarle a Cuevas sus amables atenciones dándole cabida en el periódico para que soltara al público sus angustiados y personalísimos desahogos de niño travieso y en una oportunidad de hijo doliente por la muerte de su madre.
José Luis Cuevas y Berta nos abrieron generosamente las puertas de su casa y allí tratamos con frecuencia en comidas y recepciones a las estrellas de la intelectualidad y la política de México. Reuniones puntillosamente reservadas a quienes no tuvieran fricciones de ninguna especie con los dueños de casa. En este punto, de no tropezar con enemigos, el cuidado es tan extremo que muchos piden la relación de los invitados para excusarse si alguno de éstos está registrado en su lista de indeseables. Lo que ocurrió en una oportunidad, por ejemplo, con Octavio Paz. Vio en la relación de invitados a una recepción en casa de los Cuevas a Gabriel García Márquez y se excusó.
–¿Por qué?– preguntó extrañada Clemen.
–Porque él es amigo de Mario Vargas Llosa –respondió Cuevas, a quien el gesto de Octavio Paz le pareció excesivo, pues era tomar partido en pleito ajeno.
Pero así es México, complicado y querido... Tan complicado, que dejó estupefacto a Pablo Neruda cuando advirtió que: “las artes y las letras se producían en círculos rivales, pero ¡ay! de aquel que desde afuera tomara partido en pro o en contra de algún personaje o de un grupo: unos y otros le caían encima”. De esto fue testigo muy directo Mario Vargas Llosa cuando tuvo un desentendimiento con su amigo Octavio Paz. Todos los intelectuales mexicanos, enemigos y amigos de Paz, se sintieron agraviados por Mario Vargas.
En esas fechas se había producido el escándalo del puñete que le propinó Mario al Gabo, noqueándolo, lo que desató un escándalo periodístico y la guerra entre los dos divos de la narrativa latinoamericana.
Yo fui testigo excepcional de aquel célebre match de box de un solo golpe y muchos bemoles...
Ocurrió un día en que se estrenaba en México una película con guión de Mario Vargas Llosa. Era un film que relataba un accidente de aviación ocurrido años atrás en los Andes. Accidente muy difundido por la prensa cuando ocurrió y extremadamente truculento: los sobrevivientes al impacto con la montaña, un grupo de muchachos uruguayos, lograron mantenerse vivos hasta que llegó el rescate gracias a que se alimentaron con la carne de los viajeros muertos. Este acto de canibalismo lo lograban disimular haciendo pequeñas bolas con carne y nieve que luego tragaban cerrando los ojos y procurando no recordar a los amigos desaparecidos... Los bloques gigantes del hielo andino hacían de congeladora... y el “alimento” duraba sin término en buenas condiciones. Argumento semejante explicaba por qué Patricia, la mujer de Mario, no estaba al lado de su marido entre los asistentes a la función. Le hubiera sido imposible soportar el filme. Su hermana había muerto en una tragedia aérea.
Por culpa del endemoniado tránsito de la ciudad, llegaba yo tarde a la función y me bajé del taxi frente al cine, pero en el lado opuesto de la ancha y arbolada avenida donde éste se alzaba. Crucé los jardines corriendo y, antes de llegar a la puerta, me pareció ver a un grupo de gente conocida –Elena Poniatowska y la China Guzmán entre otros– atendiendo a alguien postrado en una banca del parque. Pero pasé sin detenerme, pensando que ya no encontraría en el cine a los que me sentía obligado a saludar. Sabía que allí no podía faltar Benjamín Wong y con esa perspectiva no debía estar ausente en un acto cultural al que asistirían Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y todo México intelectual...
Al entrar me di con el hall vacío y la sala de proyección ventilándose con las puertas abiertas... ¡Llegaba tarde, ya todo había concluido! Sin embargo, al voltear la cara a la derecha, en un salón de espera, con bar, vi gente... Me acerqué y me di con el siguiente cuadro: al centro del lugar, en silencio absoluto, colocados como en fila de actores saludando frente al público, diversas figuras de las artes y las letras mexicanas miraban al vacío, entre ellos Mario, en medio, con Benjamín Wong a su lado. No vi a nadie más que a los dos. Y de primer momento creí, por el natural egocentrismo humano, que el silencio sepulcral lo había producido mi presencia... Pero me animé a avanzar y saludé con un corto abrazo a Mario, que estaba hierático, y al darle la mano a Wong éste me jaló suavemente y me dijo al oído:
–Hace dos minutos ha estado tendido en el suelo que está usted pisando Gabriel García Márquez... Mario le dio un solo golpe y lo noqueó, diciéndole: “esto por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona”.
Me quedé petrificado y me añadí a la fila entre Mario y Wong. El silencio siguió cortando el aire. Hasta que Wong, siempre al oído me preguntó:
–¿Sabe usted quién es esa persona de rasgos orientales sentado en un taburete del bar?
Yo sonreí para mis adentros y le informé al chinísimo Wong:
–Es Kasuya Sakay. Trabaja en Plural con Octavio Paz. (Todavía no había dejado Paz la revista de Excelsior y fundado Vuelta).
–¡ Ah!
Sakay, un oriental como Wong, pero japonés, estaba junto a una de las Pecanins, la que saludó con un tímido gesto de la mano.
El fúnebre silencio continuaba y entendí que el grupo de afuera, en la banca, atendía a García Márquez. Luego supe que lo trataron con un trozo de carne, un grueso bistec, que adquirieron en una carnicería vecina y se lo aplicaron al ojo como compota.
Nadie se movía. Parecía un acto teatral en el que la escena se inmoviliza y queda en silencio. El primero en reaccionar fue Wong. Y otra vez a mi oído:
–Creo que lo más prudente es que usted se lleve a Mario.
–Yo no tengo movilidad.
–Los llevo yo. Mi auto espera en la puerta.
Cogí a Mario del brazo y, en compañía de Wong, partiendo el silencio de los inmóviles ahí congregados, salimos los tres del cine y abordamos el auto que nos abrió el chofer de Wong.
–Al hotel Génova– ordené.
(Ese encantador hotel, el Geneve, al que no se sabe por qué razón se le llamaba Génova –¿sería por la cercanía de la calle con ese nombre?–, hoy ha sido fagocitado por una de esas cadenas para las cuáles no existen personas sino tarjetas).
Recién unos minutos después de partir hacia el hotel habló Mario. Estaba preocupado por lo que diría la prensa. Wong se comprometió a tratar de reducir al máximo la publicidad del escándalo.
–Porque será imposible callarlo por completo. Ha habido demasiada gente relacionada con el periodismo a la hora de su gancho de derecha, mi estimado Mario...
Los tres reímos, pero conteniéndonos. El asunto no estaba para bromas...
–Yo creo, Mario, que estás ofuscado por la reciente posición del Gabo y has querido disimular tu enojo político con eso de “por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona”... Pero así has agravado tu desborde boxístico... Aunque no es hora de lamentar sino de lograr que los periódicos sean discretos y eso queda en las buenas manos del señor Wong.
Al poco rato, gracias a la habilidad del chofer, estuvimos en la puerta del hotel, en la Zona Rosa. Wong se despidió y los dos bajamos del auto y directamente fuimos al cuarto. Patricia esperaba a Mario con los cañones listos para disparar y disparó. Estaba enterada de todo.
–¡Imbécil! ¡Creeetino!... ¿Qué te has creído?... Me has puesto a mí de hazmereír público.
Y voló una lámpara por el aire en dirección a la cabeza de Mario.
–Me ha llamado la Gaba, medio mundo... ¡Eres un imbécil! ¡Creeetino!...
El fuego de Patricia iba creciendo y las lámparas volaban por los aires en búsqueda de la cabeza de Mario, quien, hierático, no abría la boca... Me deslicé al teléfono y llamé a Clemen. Era la única que podía apagar el incendio. Yo no me atrevía a soltar una palabra.
A pesar de la distancia y del tránsito, Clemen llegó en pocos minutos y su presencia tuvo la virtud de que se aquietaran las llamas. Se acercó a Patricia, le habló y la hizo reflexionar... Hubo un largo y quieto silencio, que yo me atreví a romper:
–Lo prudente, me parece, es que salgamos a cenar –y así fue.
A pie nos dirigimos los cuatro a un restaurante cercano, creo recordar que era de comida alemana, y durante la cena no se volvió a tocar el tema como no fuera para hacer unos chistes medidos, muy mesurados, hasta insulsos. La presencia de Clemen había traído la paz.
Al día siguiente los periódicos no fueron un modelo de discreción, aunque sin exageraciones. Y el ambiente que rodeó al “suceso de la semana”, que amenazó un momento con volverse una riña de dimes y diretes de barrio bajo –”mi marido no se acuesta con feas”–, por fortuna, en pocos días se esfumó.

Fuente: Biblioteca Francisco Igartua - Archivo Documentario y Fotografico Fondo Editorial Revista Oiga