Encuentro con Pedro Planas
Por: Lino Bolaños
Fue el 6 de abril de 1992. Pedro Planas y yo nos encontramos por casualidad en el Haití de Miraflores a las nueve de la mañana. Nos abrazamos como siempre lo hacíamos, pero esta vez no sonreímos. Encontrarme con Pedro era lo mejor que podía ocurrirme aquel aciago día en que el golpe de Fujimori acababa de producirse.
Aún titilaban en nuestras mentes las sonrisas de aprobación de los amiguísimos del régimen, esas sonrisitas clásicas de los mediocres que no saben cómo ensalzar a la autoridad. Cómo no iban a sonreír. Tenían la aprobación mayoritaria de los peruanos. Según casi todos, el golpe era necesario para acabar con los que se llenaban con la mamadera del Estado. Fujimori iba a acabar con eso, con los congresistas corruptos, con los débiles que no hacían nada por el país.
Era para nosotros una verdadera tragedia. Ese día, lo recuerdo bien, teníamos mucho que hacer Pedro y yo. Sin embargo, nos quedamos conversando en ese café, tratando de comprender qué era lo que pasaba, tratando de encontrar un camino de solución, tratando de avizorar la tragedia que, sabíamos, iba a desplegarse sobre todos nosotros.
Pedro creía en la constitución, en un parlamento eficiente y en la regionalización del Perú como condiciones sine qua non para el desarrollo. Yo pienso lo mismo que Pedro. Pienso también que aún no se ha valorado lo suficiente el aporte de este peruano excepcional a nuestra cultura y a nuestro pensamiento. Pedro merece un gran homenaje de todos los peruanos.
Nuestra conversación seguía. Tomamos varios cafés y llegó la hora de almorzar. Ni él ni yo queríamos irnos. Nos dolía lo mismo ese día: la indiferencia de los peruanos, la poca comprensión de los temas reales que han dañado desde siempre a nuestra nación.
Llegamos a la noche. Hablábamos y hablábamos de lo que nunca podía volver a pasar, de qué debíamos hacer nosotros, dos buenos amigos, en defensa de la democracia y en contra de la opinión de los grandes sectores de la población. ¿Juntarnos con otros amigos? ¿Buscar a ese mínimo porcentaje que sabe que las dictaduras nunca han solucionado nada en el Perú? ¿O quizá entender, en definitiva, que los procesos de la historia se deben justamente al estado mental de las mayorías, que hacen y deshacen su propia felicidad?
Nos veríamos muchas veces más a lo largo de nuestras vidas, pero creo que ese encuentro fue uno de los más enriquecedores de mi existencia. Las mesas estaban apiladas ya en el café. Se habían ido todos y casi no nos habíamos dado cuenta. Por fin nos despedimos.
La muerte prematura de Pedro Planas fue una de las mayores desgracias que le pudo ocurrir al Perú. Fui testigo de algunas de las gestas de este hombre valioso y valeroso en defensa de la democracia, de la libertad, y, sobre todo, de la verdad. Sigo creyendo que él, que vivió tan intensamente su pasión por el Perú, seguiría incansable por hacer de este gran país un lugar mejor para vivir.
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