Vistas de página en total

Mi lista de blogs

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

Mi lista de blogs

«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

Mi lista de blogs

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

Mi lista de blogs

Mostrando entradas con la etiqueta jorge basadre grohmann. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta jorge basadre grohmann. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de octubre de 2010

Oiga - Manuel Vicente Villarán

Manuel Vicente Villarán

Por: Enrique Moncloa Diez Canseco

Mañana, hace un año falleció el doctor Manuel Vicente Villarán. La congoja que ahogó nuestros corazones por la muerte del incomparable maestro, por acción inexorable del tiempo va disminuyendo lentamente; en cambio, se agudiza y acrecienta cada vez más, el silencioso, íntimo y profundo homenaje de la admiración y del recuerdo permanente. Pasado un año todavía laten en nosotros, las palabras que el doctor Basadre, pronunció más a nombre del Gobierno, como su sincero admirador y con las que, principalmente, destacó la fecunda labor que realizó Villarán, en beneficio de la educación nacional. No olvidamos la semblanza que el doctor León Barandiarán, a nombre de San Marcos, hizo del doctor Villarán, como talentoso alumno, como catedrático ejemplar y como sabio rector. Recordarnos las be­llas y emotivas palabras de Víc­tor Andrés Belaúnde, sobre las extraordinarias virtudes del maes­tro, del ciudadano, del abogado y del hombre sensible y bueno, así como la hermosa y sentida oración que escribió José Quesada; y, la magnífica nota de Caretas, con motivo de su muerte.

Villarán fue admirado y respe­tado por sus profesores, colegas, discípulos, colaboradores, amigos y hasta por sus enemigos políti­cos. No puedo dejar de referir en este breve escrito, algunas de las muchas ratificaciones de esta aseveración. Generaciones enteras de San Marquinos, recuerdan su calidad como alumno, su extra­ordinaria capacidad como Cate­drático, el inconfundible sello de su rectorado y principalmente, su amor por la Universidad. Sin em­bargo, como admirador de Villa­rán no puedo dejar de lamentar que San Marcos, al momento de la muerte del hombre cuya vida, formaba parte de la tradicional, de la vieja casa, no le brindara las aulas en donde él, fue brillan­te y generoso en la enseñanza; ni los alumnos, ni los ex-alumnos de la antigua Universidad, prestaran sus hombros, sobre los que debió haber sido llevado el maestro, hasta el sagrado recinto de su úl­tima morada. Los hombres de antaño y los jóvenes de ahora de San Marcos, olvidaron el ejemplo de la Universidad Católica con José de la Riva. Agüero.

En el año 1906; Villarán introdujo en el Perú el estudio de la Filosofía del Derecho y revolucionaba la enseñanza del Derecho Natural en inolvidables lecciones, que convertían sus clases en conferencias magistrales. A pesar de su poca edad, el joven Catedrático, era ya admirado por su sabiduría, su talento y su severi­dad.

El alto aprecio que los colegas tenían por Villarán se palpaba a cada instante. En otra oportuni­dad, cuando los jóvenes Abogados, enterados de que el doctor Villa­rán después de mucho tiempo de no haber informado en la Corte Suprema, iba a hacerlo, nos apresuramos a escucharlo por primera vez. Allí estábamos apretujados a en las bancas de la Sala, para escuchar el que fue último infor­me del egregio defensor.

Fue muy grato escuchar cómo el colega que llevaba el recurso, antes de iniciar la defensa de su cliente, elogiaba la presencia del insigne Abogado. Después, en su turno, y ante la expectativa gene­ral, el maestro Villarán, con elegante sobriedad, inició su informe. Allí pudimos comprobar cómo era cierto que la figura del maestro, se agigantaba cuando defendía la vida y pedía justicia. Allí tuvimos; los jóvenes Abogados, la oportunidad de apreciar aquella asombrosa claridad -que era leyenda en el Foro- con que el doctor Villarán exponía sus ideas y argumentos y aprendimos esa día, más que nunca, que la solidez de la doctrina unida a la luminosa exposición, resultaban, en el insigne maestro, de una contundencia incontrastable. Al día siguiente un notable abogado, decía que el doctor Villarán, además de sus grandes virtudes, había si­do el mejor expositor.

La admiración general, que constituye un extraño caso de unidad, en este país tan complejo y des­concertante la ganó sin desearlo el doctor Villarán, con su propio esfuerzo, con su vida ejemplar, con aquella línea moral, que cons­tituyó su mejor patrimonio y que hizo que su nombre sin mácula, signifique en el Perú, “leyenda de honestidad”.

Antes de su sepelio, ví llegar hasta su capilla ardiente, algunos personajes ignorados que contritos y consternados balbuceaban fra­ses entrecortadas: “Yo fui alum­no del maestro”. A otro eminente abogado le oí decir: que “Villarán es el hombre que más he admira­do en el Perú”.

El doctor Villarán además, fue admirado por aquellos hombres, abogados brillantes que lo acompañaron y sirvieron con devoción hasta que murieron. Don Carlos Arana Santamaría, aquél gran se­ñor y jurisconsulto, hizo un culto de su amistad con Villarán. Pa­ra ellos la amistad estaba por encima de la inteligencia, la sa­biduría, el poder o la riqueza. El doctor Manuel C. Gallagher, con su estilo peculiar, logró de la severa prestancia del maestro, muchas de sus claras sonrisas; y el doctor Marisca, eminente abogado de cuya muerte Villarán nunca tuvo noticia, se esforzó toda su vida por marchar en el sendero ejemplar de su maestro.

Todos en su Estudio, pudimos gozar, durante los últimos años de su vida, cuando perdía la vi­sión y era más débil su andar, de su cariñosa generosidad, de su amable sencillez, de su incompa­rable modestia, de la severidad con que apreciaba los hechos que tenían relación con la con­ducta y de la profunda seriedad con que consideraba todos los problemas. Era placentero verlo cómo, durante sus últimos días en el Estudio, gozaba callado e íntimamente, en el viejo sillón de su escritorio, cuando tenía algo que enseñar; parecía que revivían en su espíritu, los inolvidables días del joven y ardoroso maes­tro, enamorado de su cátedra. Le satisfacía y nos deleitaba, con la narración de sus viajes, con sus anécdotas viejas; nos hablaba de su afición a la pintura y sus flores; empero, nunca nos habló de sus triunfos o de sus glorias. Cuan­do alguien, respetuosamente, le sugería que hiciera el viaje de descanso que su salud precisaba, respondía que tenía que trabajar para vivir. Decía que a pesar de su larga vida, no había aprendido a valorizar su trabajo. Estas frases, eran la égida de su generosidad. Siempre sonreía de su timidez para tratar asuntos pecuniarios. Hasta el fin de su ad­mirable vida ejerció dentro de la noble tradición del abogado que sólo vive del honorario profesio­nal.

Cuando alguien escribió en un diario que el Dr. Villarán había percibido un honorario descomu­nal, él sabiendo que la afirmación era inexacta, por tratarse de un asunto estrictamente personal, no desmintió la información que fal­samente lo hacía aparecer en una opulencia que no tuvo, pero que mereció como el que más.

Villarán escolar brillante en Guadalupe, demostró un talento extraordinario en la Facultad de Derecho de San Marcos; fue maestro ejemplar y sabio rector de la Universidad; fue quien ha­ce más de 50 años planteó, valien­temente, la necesidad de una revolución de la educación en el Perú; que sobre la base de una educación moderna y una sana cultura, anhelaba un país culto, rico y progresista. Luchó siempre por dar a su patria el respaldo de una instrucción técnica que fuera la columna fundamental de una economía sólida y libre. Fue notable jurista, amante del dere­cho de las gentes y preclaro es­tudiante permanente de los Pro­blemas del país; fue un ciudada­no intachable, de silencioso coraje que enseñó con el ejemplo sien­do casi un niño el 95 y ya de Ministro en 1909 que “el deber está por encima de la vida”. Gran patriota y maestro incomparable de la vida sin egoísmos ni ambiciones, era por todas las virtu­des referidas el hombre más capacitado para gobernar el Perú. Parecía imposible que siendo Villarán candidato, no fuera Presi­dente. Es por ello que es inolvidable el imperdonable agravio de 1936. En esa oportunidad, la cultura del país no estuvo a las alturas del maestro. Sólo el amor de su muy amada esposa, la ternura familiar, el cariño de sus amigos y la admiración de sus discípulos, con la generosidad inmensa de su noble y bien tem­plado corazón, pudieron doblegar ese dolor. El doctor Villarán no permitió jamás que el rencor y la envidia, salpicaran, siquiera, el límpido sendero de su tranqui­lidad espiritual y silencioso co­bo el paso breve de su caminar, se retiró de la vida política, en paz con su conciencia y con la íntima satisfacción de no haber descendido jamás, al campo de la demagogia, ni haber pecado de engañar al pueblo, con hipócri­tas, halagos o falsas promesas, ni haber bebido en oscuras fuentes de contubernios denigrantes. En cambio, mantuvo siempre inflexi­ble el maravilloso pendón de su gallarda honestidad.

El ejemplo del doctor Villarán, la pureza de su conducta, su vi­da ejemplar, deben conocerla, estudiarla y recordarla siempre con patriótica admiración, las futuras generaciones del Perú, para que, cuando la Providencia, quiera concedernos el privilegio excepcional de que nazca en el Perú, otro hombre como Manuel Vicente Villarán, se le haga jus­ticia y se le aproveche.

Sólo nos queda el consuelo, de sentir que el muy querido e in­comparable maestro, marcha triunfal pero siempre sencillo y silencioso desde hace un año por el sendero de la historia, bañado de luces inmortales, al lado de los grandes hombres del Perú.

Lima, 20 de febrero de 1959.

Fuente: Archivo Revista Oiga – Epistolario Doctor Manuel Vicente Villarán

Oiga - Manuel Vicente Villarán

MANUEL VICENTE VILLARÁN

Por: Jorge Basadre


Discurso pronunciado por el Ministro de Educación, Dr. Jorge Basadre, en el sepelio del Dr. Manuel A. Villarán.

Señores: El Gobierno de la República cumple un acto de justicia estricta al dar la solemnidad de duelo nacional al sepelio del doctor Manuel Vicen­te Villarán y al rendirle altísimos honores, seguro de que, con ellos, se adelanta al veredicto insobor­nable de la historia.

Villarán empezó muy temprano su carrera de abogado y, casi al mismo tiempo, ingresó a la docencia universitaria. Su talento se delineó desde la primera juventud con los rasgos seguros de una ponderada madurez. Era el cuarto de una dinastía jurídica. Al lado de su padre, Rector de San Mar­cos, catedrático ilustre, y después de él, supo llevar con elegante sencillez el peso abrumador de aquella gerencia destacándose por méritos propios, avan­zando por su ruta serenamente sin arrogancias y sin estridencias, sin temor y sin sorpresa, subiendo sin embriagarse, no dejando nunca las señales delatoras de los encumbramientos inmerecidos y prematuros y ejerciendo, más bien, pronto, sobre sus colegas, sin pretenderla, una hegemonía de maestro.

Tenía 24 años cuando pronunció en la apertura del año universitario de 1900 su discurso sobre las profesiones liberales en el Perú. Lejos de la erudición decorativa y del alarde retórico, hizo allí el planteamiento concreto de la desviación de las clases medias en nuestro país, orientadas hacia la inflación de grados y de títulos; e hizo el análisis franco del sentido decorativo, intelectualista y aristocrático de la enseñanza, postulando, en cambio, ella necesidad de crear riqueza conseguida por el tra­bajo útil y el dominio y la explotación de nuestro potencial, única base posible para la efectividad de la democracia. Pocos años más tarde, en las tesis para sus grados en la Facultad de Ciencias Políti­cas desarrolló Villarán estas ideas, propugnando una orientación realista, técnica y económica en la educación nacional. Parece hoy como si hubiera visto entonces los tiempos distintos que llegaban, la necesidad de crear otro estado de cultura, para la creciente riqueza que debía extenderse a nuevas capas. Su actitud no implicaba, por cierto, una profesión de fe materialista como lo demuestra su memorable discurso sobre “La Misión de la Universi­dad” pronunciado en 1912 en el que, si de un lado pintó las deficiencias tradicionales de esa multisecular institución, al mismo tiempo formuló un ponderado programa de reforma para ella, dentro del cual debían estar incluidos los estudios de cultura auténticamente desinteresada y humana.

Tal fue el ideario educativo de Villarán, enseñanza realista apropiada al ambiente que llegue hasta las clases medias y populares capacitándolas para la lucha económica, superación de la arrai­gada tendencia a convertir el colegio en antesala de la Universidad, facilitación de las carreras prác­ticas y técnicas de acuerdo con la situación y las necesidades del país; enseñanza teórica y especiali­zada para los hombres selectos cualesquiera fuese su origen social; y, en ambos casos, contacto con el medio, sentido de la historia, amor a la tierra importando del extranjero únicamente, como lo di­jo en ocasión solemne, lo que en ella se puede sembrar, incitación a la vida simple y honrada, apre­cio de las tareas sencillas y útiles, culto al trabajo sin precipitaciones ni concupiscencias y al pensamiento metódico, claro, concreto y directo.

Lo que Villarán predicó, en suma, fue un credo educativo genuina y sobriamente democrático, frente a las oligarquías preocupadas ciega y egoístamente por conservar o incrementar sus privilegios, frente a los reaccionarios con nostalgias coloniales, frente a las crudas teorías o a las vacías fórmulas surgidas por las importaciones ciegas de recetas extranjeras y frente a la negación violenta de los radicalismos iconoclastas. Fue el suyo un programa para una burguesía progresista, y emprendedora con raíces y savia populares, que debía tener la mirada crítica o analítica ante el pasado sin renegar de la tradición liberal, social y humana que en él alienta y debía conjugarlo con la esperanza de un porvenir mejor que era menester encarar únicamente por medio del esfuerzo y la perseverancia.

Ministro de Justicia, Culto e Instrucción en 1908, echó las bases del perfeccionamiento de maestros peruanos en el extranjero y de la venida de técnicos extranjeros en funciones de asesoría y colabo­ración, a la vez que propició el régimen de las ins­pecciones en los establecimientos de enseñanza así como la reforma educativa. Su gestión quedó interrumpida poco después de empezada, al estallar el movimiento revolucionario del 29 de mayo de 1909 durante el cual expuso voluntaria y audazmente su vida al acompañar por las calles al Presidente de la República secuestrado y vilipendiado, dando hermosa lección de valor físico, altivez cívi­ca y lealtad personal.

Si fue así brevísima su trayectoria como Minis­tro, dedicó, en cambio, largos años de su vida a la abogacía, Para el ejercicio de ella tuvo la voca­ción, lo que los libros no enseñan. Estudiantes y profesionales jóvenes de muchas generaciones, a­cudieron a escucharle cuando informaba en el Pa­lacio de Justicia. Orador de límpido razonamiento, sin relámpagos, de fácil elocución, parecía que más que la defensa de su clientela, ejercía una magis­tratura. Habiendo podido enriquecerse, mantuvo esa fuente de vieja honradez de la raza que ni la frivolidad ni el aturdimiento crecientes de los dé­biles o de los vanos han llegado a extirpar. Cola­boró de modo principal en la reforma procesal ci­vil, espontáneamente iniciada a principios del pre­sente siglo, en gesto ejemplar, por un grupo de profesionales y magistrados; y evitó los desbordes pe­ligrosos en la posterior reforma procesal penal sos­teniendo con altura y vigor una notable polémica periodística como Decano del Colegio de Abogados. Fue, como pasa en países de mentalidad volcánica o sísmica donde es fácil hallar políticos, oradores o poetas, esa planta rara, el jurista que fue abo­gado con unción de juez y dialéctica de legislador. Riqueza del subsuelo sin el abono de calores multi­tudinarios ni alarde ornamental.

La tarea profesional afortunada bien pudo acaparar todas sus horas de trabajo. Pero, al lado del Derecho, su gran devoción fue, mientras lo de­jaron, la Universidad. Renovó en su tiempo la enseñanza de la filosofía jurídica dándole una orientación sociológica para luego consagrarse a la del Derecho Constitucional. En esa cátedra, que situó el nivel de los grandes maestros universitarios anglosajones, estudió con amor a las grandes demo­cracias aun en los tiempos en que su moda pareció superada por la ilusión falaz de los autoritarismos. Al relacionar por vez primera el proceso de las Cartas Políticas del Perú con nuestra estruc­tura social y nuestra sicología colectiva, abrió un camino de anchos horizontes no sólo en sus clases sino también en sus estudios sobre las Constitu­ciones de 1823, 1826, 1828 y 1834, las costumbres electorales y la posición de los Ministros y que debieron integrar un libro nunca terminado.

Cuando en 1921 fue hollado el Poder Judicial e invadido el recinto universitario, encabezó gallardamente al grupo de catedráticos que optó por el receso de San Marcos. Al año siguiente una votación honrosa, sin sorpresa ni disentimiento de nadie, lo llevó al Rectorado. De su gestión truncada que­ con la preocupación por la biblioteca, que él tuvo desde años antes y prolongó muchos años después, por el museo de arqueología, por la extensión cul­tural, por la Ciudad Universitaria que con detalle proyectó en los terrenos de la avenida Arenales por él obtenidos, a lo cual se agregaron memorias y discursos perdurables. La política con sus durezas y sus vulgaridades no lo dejó proseguir; se vio obligado a renunciar y emprendió entonces, como catedrático de Derecho Constitucional y como ciu­dadano, solitaria campaña principista contra la reelección presidencial y cuyo único premio fue el Destierro.

En el anteproyecto de Ley de Educación de 1928 y en el anteproyecto de Constitución de 1931 fijó específicamente sus ideas, caudal de aguas límpidas que en gran parte se per­dió en las arenas. Pero la exposición de motivos de 1931 será un documento clásico de nuestra realidad política pese a su concisión precisa y urgente, pues tuvo el don raro de ver las cosas desde arriba en sus líneas esenciales. Abierto su espíritu a los más vitales problemas del país, nunca se confundió, sin embar­go, con la multitud ni tuvo con­tacto directo con el pueblo, ni se cubrió con el polvo de los cami­nos criollos. Por ello quizás, y so­bre todo, porque fue tardía su candidatura presidencial de 1936, no logró éxito. El entonces, silen­ciosamente como otras veces, de­jó sangrar sus heridas sólo para adentro.

Estudiando su personalidad de hombre que jamás dio la impre­sión de que se sentía frente a un micrófono o a un fotógrafo, al­gunos podrían pensar que no ca­bría llamar descomunales virtu­des a calidades tan espontáneas y que sus materiales anímicos eran sencillos, pero estaban ellos combinados de modo tan singu­lar que, en conjunto, no lo eran. Porque conoció desde temprano la parte seria de la vida, practi­có sin sacrificios las abstenciones. Se dijo que era frío; pero quie­nes lo conocimos bien sabemos que en el fondo de su alma chispoteaban, dando calor y abrigo los troncos añosos de la bondad. In­capaz de simular la sonrisa lison­jera o el abrazo fácil, sabía ser irrevocable en el afecto y cordial sin familiaridad. Algunos de sus mejores escritos son discursos en homenaje de amigos fallecidos, co­mo Javier Prado o César Antonio Ugarte. Bello es en la vida haber sido el huésped de un gran cora­zón; después de esa experiencia uno se siente alentado permanen­temente por un estímulo invisible. Y eso es lo que ocurrió con mu­chos de los que tuvimos la suer­te de tratarlo: Tenía el difícil don de inspirar en quienes lo com­prendían, confianza sin reserva y respeto sin temor. Carente de jac­tancias, se podía confiar en sus promesas. Era grave sin ser adusto, reflexivo sin ser solemne. Hom­bre de principios, carecía, de prejuicios. Modesto, no llegaba a ser humilde, porque se respetaba a sí mismo. Si sufría, era en su dignidad; no en su vanidad. Ante la mala acción, la intriga, la male­dicencia, reaccionaba con alergia orgánica, radical. Los gestos de a­critud o destemplanzas, los juicios acerbos o sarcásticos, no hallaban en él el clima favorable. Se sen­tía a gusto, en cambio, dentro de los conceptos serenos y justos y las calificaciones moderadas y equitativas. Poseía esa reserva in­teresante que es el recato de los hombres y duplica su atracción. La afición por la pintura, en la que reveló condiciones que asombraron a Bacaflor, así como para los libros, los viajes, la historia y las charlas íntimas, evidenciaron la riqueza de su mundo interior. Se comprende ante espíritu de tanto refinamiento y delicadeza que la acción pública en general y, sobre todo, la vida política, de­bieran infundirle disgusto y hasta rechazo; y que sólo pudieron lle­varlo a ellas eventualmente razo­nes de puro patriotismo amparadas por un sentido estoico y en­marcadas dentro de un profundo, desinterés.

Los embates de la vida le rati­ficaron en el retiro de sus últi­mos años esa alta condecoración que ni el decreto ni el diploma ni el sufragio pueden jamás con­ferir ese blasón de nobleza que es muy difícil conservar intacto y que consiste tan sólo en la paz moral. Fue apagándose lentamen­te dejando la indecible tristeza de una hermosa vida que terminaba en inexorable anochecer. Quizás, pensó en esa etapa que hallábase acompañado nada más que por quienes a su lado o muy cerca de él estaban. Hoy el Perú lo acom­paña y lo honra en homenaje espontáneo en el que están ausen­tes significativamente las presio­nes de la política, la adulación ante el poder económico, la fuer­za de los sectarismos, el ajetreo de las camarillas o el exhibicio­nismo de las demagogias; y en el que no caben tampoco las vacuas palabras de los panteoneros de nuestros burocráticos olimpos. Al honrar a Villarán, y de ello dejo constancia solemnemente como Ministro de Educación, el Perú se honra.

Fuente: Archivo Revista Oiga – Epistolario Doctor Manuel Vicente Villarán

Oiga - Manuel Vicente Villarán

HONDA MANIFESTACIÓN DE PESAR CONSTITUYÓ EL SEPELIO DEL EMINENTE JURISTA DR. M. VILLARÁN

HABLARON EN EL CEMENTERIO EL DR. BASADRE, EL RECTOR DE SAN MARCOS, EL DR. VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE Y EL DR. J. QUESADA

A una sentida manifestación de pesar dio lugar el sepelio del doctor Manuel Vicente Villarán en el Cementerio General, quien falleció en la noche del viernes pasado en su residencia de San Isidro, a la edad 84 años. Al trasladar los restos del prominente jurisconsulto y ex Ministro de Estado hacia su última morada, le tributaron los honores de Ministro de Estado como reconocimiento nacional al ilustre maestro y hombre público de destacada labor dentro y fuera del país.

Tomaron las cintas en la casa mortuoria las siguientes personas: el General Jefe de la Casa Militar del señor Presidente de la República; el señor Presidente del Senado; Presi­dente de la Cámara de Diputados; el Vocal Decano de la Corte Suprema de Justicia de la República; Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Justicia y Culto y el señor Jorge Lores designado por la familia. Pre­sidió el duelo el General Jefe de la Casa Militar del Presidente de la República y los deudos del extinto.

En el Cementerio tomaron las cin­tas el General Jefe de la Casa Mi­litar del señor Presidente de la Re­pública; el Presidente del Jurado Nacional de Elecciones; el Presiden­te del Consejo de Oficiales Genera­les; el Rector de la Universidad Na­cional Mayor de San Marcos; el Decano del Colegio de Abogados y el señor Víctor Villarán designado por la familia.

LA PALABRA DEL DR. BASADRE

Luego de los oficios religiosos en el Campo Santo, el Ministro de Educación Pública, Dr. Jorge Basadre dio lectura a su discurso en el que manifestó que el Gobierno de la República cumplía con un acto de justicia estricta al dar la solemnidad de duelo nacional al sepelio del doctor Manuel Vicente Villarán y al rendirle altísimos honores, seguro de que, con ellos, se adelanta al vere­dicto insobornable de la historia.

Dijo que Villarán empezó muy temprano su carrera de abogado y, casi al mismo tiempo, ingresó a la docencia universitaria. Su talento se delineó desde la primera juventud con los rasgos seguros de una ponderada madurez.

“Villarán en suma —agregó— fue un credo educativo y genuino y solamente democrático, frente a las oligarquías preocupadas, ciegas y egoístamente por conservar o incrementar sus privilegios, frente a los reaccionarios con nostalgias coloniales, frente a las crudas teorías o a las vacías fórmulas surgidas por las importaciones ciegas de recitas ext­ranjeras y frente a la negación violenta de los radicalismos. Fue el suyo un programa para la burguesía progresista y emprendedora, con raíces y savia populares, que debía tener la mirada crítica o analítica arte el pasado sin renegar de la tra­dición liberal, social y humana que en él alienta y debía conjugarlo con la esperanza de un porvenir mejor que era menester encarar únicamente por medio del esfuerzo y la perseverancia”.

Subrayó en conceptuosos términos la larga y fructífera trayectoria del eminente jurisconsulto, sobre todo los aportes del anteproyecto de Ley de Educación de 1928 y en el anteproyecto de Constitución de 1931, en el que especificó sus ideas.

Para terminar dijo “Los embates de la vida le ratificaron en el reti­ro de sus últimos años esa alta con­decoración que ni el decreto ni el diploma ni el sufragio pueden jamás conferir, ese blasón de nobleza que es muy difícil conservar intacto y que consiste tan sólo en la paz moral. Fue apagándose dejando la indecible tristeza de una hermosa vida que terminaba en inexorable anochecer: Hoy el Perú lo acompaña y lo honra en homenaje espontáneo en el que están ausentes significativamente las presiones de la política, la adulación ante el poder económico, la fuerza de los sectaris­mos, el ajetreo de las camarillas a el exhibicionismo de las demagogias; y en el que no caben las vacuas palabras de los panteoneros de nues­tros burocráticos olimpos. Al hon­rar a Villarán, y de ello dejo cons­tancia solemnemente como Ministro de Educación, el Perú se honra”.

EL DR. LEÓN BARANDIARAN

Siguiendo el orden de los oradores, el Dr. José León Barandiarán, Rector de la Universidad Nacional Ma­yor de San Marcos dijo que hablar de Manuel Vicente Villarán, y sobre todo en esta ocasión, es hablar de San Marcos. “Lo mejor, lo más auténtico, lo que representaba el lla­mado de su espíritu -agregó— estaba inspirado en San Marcos, y la Universidad a su vez lo cobijó coma magnus parens de ese su dilectísimo hijo”.

Como docente universitario, dijo que se ocupó de la enseñanza en
San Marcos en los mismos cursos de Derecho Natural y Derecho Constitucional. Fue Decano de la Facultad de Derecho y después Rector de la Institución. “Este hombre –agregó- que era sabio y no hacía ufanía de ello, que era bueno y no se doblegaba ante lo reñido con sus obligaciones
funcionales y con su concien­cia, que procedía siempre con saga­cidad, equidad y tolerancia. Como si­tuación justa, serenidad de alma, adecuado ordenamiento de las cosas; antinómica radicalmente del prejui­cio, la intriga, el resentimiento, la envidia o la maldad; este hombre, di­go, con este consorcio de cualidades tenía que ser una gran autoridad uni­versitaria”.

Terminó diciendo que en nombre de San Marcos, de la que Manuel Vicente Villarán fue Rector, considera­do dentro de ella también la función de Decano de la Facultad de Dere­cho, ha llevado su palabra, es decir, la palabra de San Marcos. “Ante su túmulo se derrama llanto por San Marcos, porque el dolor que le cau­sa su muerte queda superado por la satisfacción orgullosa que la institu­ción siente en razón de los méritos de este peruano excelso. La significación de su vida y de su obra de­muestra lo que San Marcos repre­senta en lo que antes y presente y, en el futuro San Marcos puede ha­cer, hace y hará en beneficio de la cultura, de la investigación, y de la formación profesional”.

EL DR. ABASTOS

Luego el Decano del Colegio de Abogados, Dr. Manuel Abastos en elocuente discurso despidió al colega y amigo, en el que destacó la larga trayectoria del eminente juriscon­sulto.

DR. VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE.

Representando a la Academia Pe­ruana de la Lengua, el Dr. Víctor Andrés Bel aúnde, Ministro de Rela­ciones Exteriores dio lectura a su discurso. “Traigo el Homenaje de la Academia Peruana de la Lengua a la figura egregia de su decano Manuel Vicente Villarán. La Academia lo acogió en su seno a propuesta de don Ricardo Palma, empeñado en restaurar la primera de nuestras instituciones literarias. El tradicionalista insigne apreciaba en Villarán además de su sabiduría jurídica, su for­ma, precisa y clara”.

Dijo que no siempre la vida ab­sorbente de los hombres del foro les permite alcanzar la perfección del estilo y la justeza en el pensamien­to que constituye el verdadero ideal académico, y Manuel Vicente Villa­rán encarnó mejor que nadie esa ecuación admirable entre el pensamiento y la palabra. Y así ocupó con singular prestancia el sitial que en la Academia tuvieron otros juristas de la misma estirpe espiritual, como Francisco García Calderón y Cipriano Coronel Zegarra.

“Su modestia le llevó a declinar a la muerte de José de la Riva Agüero la presidencia que le ofrecimos uná­nimemente sus colegas, pero no por eso dejó ejercer en nuestra institución la decisiva influencia de la nobleza de su vida, la altura de su pen­samiento y la elocuencia sobria y elegante de su palabra”.

Señaló que la influencia de Villarán ha sido en realidad inmensa en las dos generaciones que inspiró. No sólo les dio un enorme capital de ideas y un método acertado, sino una seria actitud ante la vida y sus problemas. La consagración a espe­cialidades -agregó tan difíciles co­mo la Filosofía del Derecho y el De­recho Constitucional no impidieron a Villarán, sino al contrario lo estimularon para ahondar el grave pro­blema de la educación en el Perú.

“Dotado de un exquisito sentido cívico, no negó jamás su aporte desinteresado a la vida municipal, a las corporaciones de beneficencia, a las instituciones de cultura”.

“Ha muerto callada y dulcemente. Desaparecidas antes que él las figu­ras egregias de sus discípulos, que fueron su orgullo: Manuel Augusto Olaechea, José María y Ernesto de la Jara, Carlos Arana Santa María, Da­niel Olaechea, José de la Riva-Agüe­ro y José Gálvez, Guillermo Salinas, César Antonio Ugarte y Manuel Ga­llagher. Ha debido acompañarlo has­ta su última hora el recuerdo venerado de su padre, que fue, como él, figura preclara de su generación. Y pensando en el eterno y humano misterio de la inmortalidad, puedo repetir en mi dolor ante esta vida tan plenamente cumplida, la frase de Génesis: se fue para juntarse con sus padres”.

EL DR. QUESADA

Finalmente el Dr. Juan Otero Villarán a nombre del Estudio Villarán dio lectura al discurso del Dr. José Quesada quien no pudo asistir al ac­to. “Aquí estamos rodeando los res­tos más queridos, con las almas apre­tadas por la más grande emoción, todos quienes hemos tenido el privilegio de seguir de cerca al maestro en la labor de todos los días, en el seno de lo que, para nosotros, es una institución: el Estudio Villarán”.

Dijo se puede enaltecer al Maes­tro, al Hombre de Estado, al gran Jurista, al Consultor insigne. Pero no todos pudieron conocer y aquilatar algo al par tanto o más valioso: un calibre moral de los más puros, una sensibilidad exquisita, un sentimien­to profundo, delicado, sutil; todo ello puesto a prueba en todos los actos de su vida, dentro de la mayor se­veridad, tanto que para muchos es­tas altísimas calidades les eran des­conocidas, mientras no podían igno­rar las excelsitudes de su intelecto.

Siguiendo brevemente la estela de su vida, en relación con algunos de sus hechos más saltantes dijo: fue Catedrático brillante desde los 21 años, no tenía 30 cuando aborda un tema nacional sentando las bases de una educación técnica para las cla­ses media y popular. Fue Ministro a los 35 años, acompaña al Presidente, sin estar inmediatamente obligado, en la vía-crucis del 29 de mayo de 1909. Rector de San Marcos, antes de los 50 años, aplica allí los frutos de su experiencia de maestro y sus in­quietudes de orientador y renuncia cuando siente la responsabilidad ciudadana de aplicar en la vida la enseñanza de la Cátedra.

Después de dedicarse fundamen­talmente al bufete pero sin dejar de prestar servicios a la Patria, siem­pre que es requerido; dijo que se le ha visto octogenario dedicar los úl­timos fulgores de su visión a leer por innúmeras horas documentos de Estado para informar en la Comi­sión Consultiva de Relaciones Exte­riores.

Finalmente dijo, gracias Maestro, por haber señalado el rumbo democrático en la educación nacional. Gracias, ciudadano, por haber enseñado con el ejemplo que el deber está por encima de la vida. Gracias, orientador de temple cívico, por ha­ber practicado en el llano las ense­ñanzas universitarias. Gracias abo­gado del Bien y de la Patria porque educaste en el ejercicio de una no­ble profesión haciendo de ella un sacerdocio y un camino enaltecedor de virtud. Gracias al Todopoderoso que dio al Perú una criatura seme­jante. Gracias a El por la justa paz eterna que habrá de dispensarle co­mo lo imploramos, con amor, quie­nes aquí quedamos sumidos en la más honda congoja.

Luego el ataúd fue trasladado al nicho en donde después del toque de silencio por un corneta, el eminente jurisconsulto quedó en su eterna morada.


RESTOS DEL DR. VILLARÁN SEPULTAN CON HONORES

Con honores de Ministro de Estado y con un nutrido acompa­ñamiento de destacadas personal­idades de las esferas sociales, políticas, de la banca, el comercio y la industria, fueron inhumados en el Cementerio General, los restos del que fue ilustre jur­isconsulto Dr. Manuel Vicente

El cortejo fúnebre partió de la capilla ardiente que se lev­antó en General Valle Riestra 181, San Isidro. Tomaron las cin­tas de duelo el Jefe de la Casa Militar de Gobierno, el Presiden­te del Senado, el Presidente de la Cámara de Diputados, el Presidente del Consejo de Ministros y Titulares de la Cartera de Jus­ticia y Culto, y Jorge Lores, de­signado por la familia.

Cuando la carroza que trasla­dó los resto del doctor Viliarán llegó a la primera cuadra de la Avenida Arequipa, un pelotón del ejército que rindió los honores correspondientes a Ministro.

Al llegar al Cementerio el duelo fue arrastrado por el Jefe de la Casa Militar, por el Presidente del Jurado Nacional de Eleccio­nes; por el Presidente del Consejo de Oficiales Generales; por el Rector de la Universidad de San Marcos; por el Decano del Cole­gio de Abogados, y por Víctor Villarán, en representación de la familia.

Después que el Capellán del Ce­menterio recitó el responso litúr­gico pronunciaron discursos el Ministro de Educación, doctor Jorge Basadre; el Rector de la Universidad de San Marcos, doc­tor José León Barandiarán; el Decano del Colegio de Abogados, doctor Manuel Abastos, el Minis­tro de Relaciones Exteriores, doc­tor Víctor Andrés Belaúnde, a nombre de la Academia de la Lengua; y Juan Otero Villarán, en representación de José Que­sada.

Todos los oradores exaltaron la figura de maestro y tribuno del doctor Villarán. Señalaron que su influencia ha sido realidad in­mensa en las dos generaciones que inspiró y que no sólo les ofreció un enorme capital de ideas y un método acertado, sino una seria actitud ante la vida y sus problemas.

Se hizo hincapié en su consagración a especialidades difíciles como la Filosofía del Derecho y el Derecho Constitucional, así como especial dedicación al problema nacional del Perú.

Se remarcó el espíritu cívico que el doctor Villarán demostró en su vida pública.

El doctor Belaúnde comparó la figura de estadista de Villarán a las preciaras personalidades de la política inglesa.

Por su parte, el doctor León Barandiarán estudió los 45 años de actividad como maestro en las aulas universitarias de San Marcos.

El doctor Basadre insistió en la actividad que cumplió el doctor Villarán en el campo educacional. Manifestó que el insigne jurista envió muchos maestros al extranjero a adquirir e innovar los sistemas de enseñanza.

Al concluir los discursos el féretro fue trasladado al Cuartel Santa Bertha, donde fue colocado en el nicho 16-B, mientras un corneta del Ejército ejecutaba el toque de silencio.


Fuente: Archivo Revista Oiga – Hemeroteca El Comercio – Manuel Vicente Villarán