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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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miércoles, 8 de marzo de 2023

Revista Oiga en la historia

Archivo Editorial Periodística Oiga - Revista Oiga

 


COMISION

PARLAMENTARIA

CONCLUYE

MANTILLA 

SERIA EL 

JEFE

PARAMILITAR


MURIO 

EL INTI

TODO ESTA

PATAS ARRIBA





Como se sabe, una imagen dice más que mil palabras. Testigos irrefutables de toda una vida, estas fotografías son muestra de los viajes realizados por Paco, y de las amistades cultivadas por una persona de carácter excepcional. Por ella desfila una variada galería de lugares y personajes. Esta sección contiene además algunas caratulas emblemáticas de OIGA que ya forman parte de la historia del periodismo peruano y comprende la producción facsimilar de documentos que comprenden la quinta etapa de la revista 1990-1995.  

FRANCISCO OIGA Y UNA PASION QUIJOTESCA. Edición 2010 – 2022. Editorial Periodística Oiga de Perú.

Revista Oiga en la historia

 

Archivo Editorial Periodística Oiga










El NUEVO 
INQUILINO DE
CHACARILLA      



INFLACION
1000%   
FRACASO 
HISTORICO DE 
ALAN Y 
BARRANTES    


Como se sabe, una imagen dice más que mil palabras. Testigos irrefutables de toda una vida, estas fotografías son muestra de los viajes realizados por Paco, y de las amistades cultivadas por una persona de carácter excepcional. Por ella desfila una variada galería de lugares y personajes. Esta sección contiene además algunas caratulas emblemáticas de OIGA que ya forman parte de la historia del periodismo peruano y comprende la producción facsimilar de documentos que comprenden la quinta etapa de la revista 1990-1995.  

 

FRANCISCO IGARTUA, OIGA Y UNA PASION QUIJOTESCA. Edición 2010 – 2022. Editorial Periodística Oiga de Perú.

miércoles, 17 de junio de 2020

Acuerdo de la Asamblea General De la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu de Lima declarando “personas non gratas” a los miembros que constituyen el equipo editorial de la web Euskalkultura


Lima, 2018ko ekainaren 18 / Lima, June 18, 2018 / Lima, 18 de junio de 2018

Limako Arantzazuko Andra Mariaren Ermandadearen Batzar Nagusiak, Euskalkultura webguneko taldea sortzen duten pertsonak "non grata" bezala deklaratzearen erabakia hartu du.
Komunikabide digital honek, Limako euskal komunitatea bizitzen ari den problematika adierazteko gaitasun falta dela eta izan da erabakia. Euskal diasporaren errealitate eta ekintzak zabaltzera dedikatutako : komunikabide batek ez du jarrera jakitun eta iraunkor hau izan eta arazo horiek alde batera utzi.
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The General Assembly of the Limako Arantzazuko Andre Mariaren Ermandadea has made the decision to declare the members of the editorial team of the website Euskalkultura personas non grata.
This decision is based on the repeated failure of this digital medium to discuss the problems the Basque Community in Lima is living through.  This conscious and constant attitude has caused them to ignore these deep-rooted problems, and that to us seems to be incompatible with the role that must be fulfilled by a news source dedicated to spreading the reality and the activities of the Basque Diaspora.
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La Asamblea General de la Limako Arantzazuko Andre Mariaren Ermandadea, ha tomado la decisión de declarar “personas non gratas” a los miembros que constituyen el equipo editorial de la web Euskalkultura.
Esta decisión está sustentada en la reiterada incapacidad que ha mostrado este medio digital para recoger la problemática que está viviendo la comunidad vasca en Lima. Una actitud consciente y permanente, que le ha hecho ignorar estos profundos problemas, y que nos parece incompatible con un medio de comunicación dedicado a difundir la realidad y la actividad de la diáspora vasca.

Guztien adostasunean onartua - Aprobado por unanimidad - Unanimously approved

Limako Arantzazuko Andra Mariaren Ermandadearen Batzar Nagusia
The General Assembly of the Limako Arantzazuko Andre Mariaren Ermandadea
La Asamblea General de la Limako Arantzazuko Andre Mariaren Ermandadea

miércoles, 5 de marzo de 2014

Oiga

Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesa – Fondo Editorial Revista Oiga

Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesa – Fondo Editorial Revista Oiga

Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesa – Fondo Editorial Revista Oiga

Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesa – Fondo Editorial Revista Oiga

Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesa – Fondo Editorial Revista Oiga

Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesa – Fondo Editorial Revista Oiga

domingo, 15 de diciembre de 2013

Oiga:


TRISTE ES LA MUERTE Y ES MUY TRISTE CUANDO MUERE LA INTELIGENCIA

Nada más doloroso que renunciar a alguien. Y hemos venido a devolverle a la tierra el cuerpo del ingenioso y agresivo prosista que llenara, desde su mocedad hasta ayer, el lugar más destacados y bullicioso del periodismo peruano. Solo para el mañana –señalando por campo toda América Hispana– ha dejado Federico More la tarea, demasiado ambiciosa, de poderlo igualar. Le gusto ser primero. Y lo fue siempre. Nadie uso de la pluma con la habilidad de él, nadie supo hacerse odiar y temer como él y ninguno habrá que haya gozado de la amistad más que el. Caballo desbocado, tuvo ideas demasiada emotivas sobre la realidad social y política; pero, adoro con desenfreno lo que creyó justo. Paso la vida entreteniéndose en decir que lo que más amaba era un crepúsculo, frente al mar, o el silencio infinito de su puna. Lo que siempre hizo fue vivir apasionadamente, buscando sin cesar una trinchera de combate, queriendo- en el mundo de las ideas –unir la luna con la tierra. Fue poeta, en lucha constante por hacer vivir a los hombres dentro de una libre y divertida  discrepancia. Y por poeta, quiso ser político. Lo vencieron la poesía y el humorismo. Ese sutilísimo humorismo   sajón que permite llorar bajo la risa. Vivió entre sueños encantados y chispeantes; que no impidieron, sin embargo, que muy a menudo coincidiera en su trágica angustia por su pueblo con las multitudes, a las que detesto con convicción de aristócrata de la inteligencia. More no entendió de la vida sin pelea…. Y ha caído peleando. Honra a CARETAS el haber sido su última trinchera. Los que hemos estado hasta su fin a su lado, sabemos que no lo mato la muerte. Federico se dejo morir. En un país donde cada día es menos valorada la inteligencia; en momentos en que se han perdido hasta las buenas maneras -de las que el gusto tanto- ; y cuando las posibilidades de rehacer la fe de su pueblo, a base del respeto a la discrepancia, se transforman en seguro temor de tener que continuar en obligada convivencia, no creyó encontrar otro camino que el de dejarse  morir ¿Qué hacia él, eterno discrepante, en un mundo de  silencio?  Como sus amigos, los viejos griegos, se fue sonriéndole a la vida. Junto a Federico enterramos otra esperanza maltratada.

Discurso pronunciado por Don Francisco Igartua, director de Caretas en el Cementerio de Baquijano del Callao, con ocasión del sepelio de Don Federico More. En esta ocasión también hicieron uso de la palabra los señores Oscar Miro Quesada, Emilio Armaza, José Antonio Encinas, Esteban Pavletich y el Dr. De la Puente.

La segunda edición del libro FRANCISCO IGARTUA, OIGA Y una pasión quijotesca, no estaría completa sin la publicación de este memorable discurso.

Fuente:
Caretas, Año V,  28 de Febrero al 14 de marzo, 1955 – N° 60.


viernes, 19 de julio de 2013

LA TERCERA

EPISTOLARIO


10 noviembre 1905

Sr. D. Ricardo Palma

Mi buen amigo: Adjunto carta que quiero que haga llegar al joven José de la Riva Agüero, cuya tesis acabo de leer. Aunque ya en mi carta le felicito, felicítele usted de mi parte. Pocas veces he leído un trabajo en que se revela mejor buen sentido, más independencia de juicio y más sereno sentido crítico. Y además la tal tesis me viene de perillas, pues ha de servir para un largo artículo en la Esfera, en que tomando pie de lo que el joven Riva Agüero dice, diga yo, por mi parte, muchas cosas que me bullen cerca de las literaturas hispano-americanas, de su carácter y originalidad, de su mayor o menor hispanismo, de afrancesamiento, etc. y también acerca de usted y de sus deliciosas Tradiciones y del Sr. González Prada.

Al final de un despiadado estudio que dedico al horrible libro del Sr. Vicuña Subercaseaux La ciudad de las ciudades (modelo de snobismo afrancesado) hago ya honrosa mención de la tesis del joven La Riva Agüero y anuncio el estudio que he de dedicarlo.

A otra cosa. El silencio que acerca de ello guarda usted en su nota, me hace sospechar que acaso no ha llegado a sus manos el ejemplar de mi Vida de Don Quijote y Sancho que en el mes de mayo le remití. Dígamelo para que repita el envío. Es mi obra y va, aunque poco a poco, abriéndose camino.
Otra cosa más. Me interesaría poder tener ahí un librero con quien entenderme directamente y a quien encargar de la propaganda y venta de mis libros en esa república, en las condiciones que él estimase convenientes. ¿A quién me recomienda usted? Me gustaría enviarle pronto alguna remesa de mi ya citada Vida de D. Quijote y Sancho, mi obra capital.

De quien nada sé es de su hijo D. Clemente. Dígale que me dé señales de vida, y que sepa yo de sus andanzas y fortunas.

Usted sabe que de veras le estima su amigo y atento lector

Miguel de Unamuno

LA TERCERA

Mr. H. G. Wells, el novelista inglés, nos es profundamente simpático por lo mismo que es antipático a casi todos los idiotas. Y aquí conviene que definamos esto de idiota -en griego: hombre particular, o privado- diciendo que es el que no tiene más que sentido común, el que no discurre más que con lugares comunes y que por tanto odia las paradojas. Mr. Wells forjó paradojas y hace luego juegos malabares, malabariza con ellas, y cuando, al fin, esas paradojas han logrado entrar en el sentido común de los idiotas, éstos las convierten en lugares comunes, las clasifican y etiquetan y las meten en unas cajitas donde las tienen guardadas para enseñárselas a sus hijos.

A Mr. Wells le preguntaron por los seis más grandes hombres de las historia y en vez de mandarle a paseo al humorista -o caso idiota, si tomaba la pregunta en serio- que se lo preguntó, contestó diciendo que eran Cristo, Buda, Aristóteles, Asoka, Roger Bacon y Lincoln. ¿Verdad que es divertido? Y ello ha servido, por lo menos, para que muchos se hayan preguntado: "¿y quién fue Asoka?" Lo cual, lector, debe importarnos muy poco. Dejemos, pues a Asoka.

Esta divertidísima, humorística y paradójica respuesta de Wells a una pregunta divertidísima, humorística y paradójica ha dado motivo a que otros escritores hayan terciado y escrito cosas bastante divertidas también. Y Wells, a su vez, ha replicado y al replicar se ha metido con Shakespeare. Que en Inglaterra es peor acaso que meterse con Cristo y tan grave como meterse con Cervantes. ¡No siendo los cervantistas que se meten con él a cada paso y le dejan al pobre!... Pero lo que no se le ha ocurrido a Wells, y eso que es ocurrente, es si Buda no es creación de algún Shakespeare indio, si tiene más realidad histórica que Hamlet, como Aquiles creación de Homero o de quien sea, y el mismo Cristo, según algunos... impíos ¡claro! creación poética, mito, de alguna comunidad judía.

Y cuenta que al decir que acaso Buda no tenga más realidad histórica que Hamlet no es que se la neguemos, sino todo lo contrario. Los que conocen nuestra filosofía de la historia -"anch´io sono pittore"- expuesta en nuestra Vida de Don Quijote y Sancho -cuya tercera edición acaba de publicarse- saben que creemos que Don Quijote y Sancho tienen más realidad histórica que Miguel de Cervantes Saavedra -y más que la del que esto escribe- y que lejos de ser éste, Cervantes, el que creó a aquéllos, son ellos los que crearon a Cervantes. Y vamos a emprender una campaña para que se canonice a Don Quijote, haciéndole San Quijote de la Mancha. Y si la Iglesia Romana, que ha canonizado a no pocos sujetos poéticos de menos realidad histórica que Don Quijote, se opusiera a ello, podría ser llegado el momento del cisma y de constituir la Iglesia Católica -es decir, Universal- Española, Quijotesca.

Hay quienes viven en un mundo de hielo, de agua sólida o congelada, con nubes, o sea agua en estado nebuloso y a las veces vapor, encima entre el documento histórico y la pseudo leyenda. Y estos tales no se dan cuenta del agua líquida, fluyendo de los ríos y arroyos que arrastran témpanos y de donde brota bruma. No tienen sentido histórico.

Si al que esto escribe se le preguntara por los seis más grandes hombres de la historia española, sabría responder, pero obligado a ello, no omitiría Don Quijote, Sancho Panza, Segismundo, Don Juan Tenorio, Pedro Crespo, San Isidro Labrador y... ya van seis y es lástima que no quepan el Cid, Pizarro, Prim y otros mitos más.

Dicen que Simón Bolívar -¡otro mito!- solía decir que los tres grandes majaderos de la historia habían sido Cristo, Don Quijote y él, Bolívar. Y teniendo en cuenta que majadero es un instrumento para majar, resulta que el dicho, por más que a un cristiano irreverente pueda parecerle irreverente, no está mal, pues ¡cuidado con lo que majaron Cristo, Don Quijote y Bolívar!

Y una de las cosas que prueban mejor la genialidad paradójica -aunque de no ser paradójica no sería genialidad- de Bolívar, es que se puso al lado de dos a quienes él debía de creer míticos, pues Bolívar, que habría leído a Volney, no estaría muy seguro de la realidad histórica del Cristo al modo que la entienden los idiotas.

No hace mucho que un amigo nuestro que acababa de leer la formidable novela de Emilia Brontë, titulada Wuthering heights -traducida y publicada recientemente en español con el título de Cumbres borrascosas- nos preguntaba que de dónde pudo sacar a Heathcliff, ese prodigioso ejemplo de pasión trágica, aquella pobre muchacha, hija de un pobre clérigo, que murió soltera a los treinta años en un pueblecito inglés. Y le dijimos que Emilia Brontë sacó esa su tormentosa criatura de donde todo creador las saca, de sí misma. O más bien que fue Heathcliff el que hizo a Emila Brontë.

Pero es la misma Emilia Brontë la que nos lo dice en el último hermosísimo poema que escribió. "Oh Dios de mi pecho; todo poderosa, siempre presente Divinidad! ¡La vida -que en mí tiene descanso- como yo -vida inmortal- tenemos poder en Ti!... Con amor que mucho abarca tu espíritu anima los eternos años penetra e incuba arriba, cambia, sostiene, disuelve, crea y cría. Aunque la tierra y el hombre se fueran y los soles y los universos dejaran de ser y te quedaras Tú solo, cada existencia existiría en Ti." La que escribió esto era una creadora, una poeta -mejor que poetisa- y cada verdadera existencia, cada acción que es pasión, vive en el Creador, así cada criatura de pasión y de amor como Heatchcliff vive en quien la creó. Y como Heathcliff vive y vivirá, vive y vivirá Emilia Brontë. Y muy de otro modo que como se lo figuran los idiotas.

El deán Inge -deán de la catedral anglicana de San Pablo, de Londres, de quien os hemos ya más de una vez hablado-, dice de esas palabras de Emilia Brontë moribunda que parecen contener "una verdadera filosofía" y añade: "Esta concepción de la relación de Dios al mundo es también la de la Iglesia Católica y ha sido defendida por una larga serie de filósofos cristianos que no me parecen inferiores en agudeza y penetración a los más celebrados pensadores modernos desde Spinoza hasta nuestros días". Pero no estamos muy seguros de que esa concepción de la Brontë "sea la general en la Iglesia Católica, ni mucho menos. Más se parece a la del propio deán Inge. Porque los Idiotas de la iglesia -y en ésta como en cualquier otra congregación los idiotas son los más- los que no tienen más que sentido común, como carecen de sentido propio y de pasión propia, no pueden concebir, ni menos sentir, esa especie de inmortalidad. Esa la siente un Heathcliff. Es decir, una Brontë". Para los idiotas, para los del puro y recto sentido común, no hay más que una inmortalidad común, una comunidad inmortal. Como no tienen más que individualidad corpórea, al deshacérseles el cuerpo se les deshace la individualidad. Y nada pierden.

Vamos a consultar con Bolívar, que ¡claro! sigue viviendo, nuestro propósito de hacer que la España Máxima canonice a don Quijote. Y no vayan a creer los semi-idiotas -que son peores que los idiotas puros- que se trata aquí de nada de espiritismo, ¡no! Para ponernos al habla con Bolívar no necesitamos espiritismos. Vamos a hablar con él en español claro y recio y no en ninguna clase de esperanto y vamos a hablar con él a solas, alma a alma, sin comunidad ambiente que nos estorbe. Y estamos seguros de que aprobará nuestro proyecto, con la condición ¡claro está! de que luego se le canonice a él también y le hagamos San Simón Bolívar. Y os aseguramos que ambos, San Quijote de la Mancha y San Simón Bolívar tendrán más realidad histórica que pueda tenerla aquel don San Diego Matamoros de que hablaba don Quijote.

(Se admiten adhesiones).

M. Unamuno

sábado, 13 de julio de 2013

LA TERCERA

LA TERCERA

LA TERCERA

LA TERCERA

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viernes, 12 de julio de 2013

LA TERCERA: Conmemoración de los 100 años de fallecimiento de José Nicolás Baltazar Fernández de Piérola y Villena 1913-2013


More cronista

ESCRIBE estos relatos un hombre que ha vivido larga y entrañablemente la política de su país y que, acaso alguna vez, ha hecho política; pero que nunca ha disfrutado de posiciones políticas. Algo más: que nunca las ha pretendido y que si, alguna vez, las pretendió, lo hizo tan débil y desdeñosamente que más le valiera no volver a incurrir en tales pretensiones. Se trata de un hombre que ama la política en sí misma y no por sus resultados. Estas narraciones no son, pues, verdaderamente, narraciones políticas. Nada tiene que ver con ellas la pasión. Son ajenas a todo interés y no las mancha el partidismo. Son, más bien, si es posible llamarlas así, historias históricas. Están hechas con un poco de afán literario; pero sin desmedro de la realidad. Quien las ha escrito, formula un solo deseo: que la suspicacia y la acreditada y famosa malignidad de sus compatriotas no extraigan de ellas inesperadas conclusiones. Estos relatos no tienen interlíneas. Dicen lo que dicen y nada más. Estas historias presumen más de artísticas que de otra cosa. Si lo han logrado, la paz sea con todos. Y si no, el olvido sea con el autor.

Estaba severamente vigilado el tráfico por la Plaza de Armas. En cada una de sus ocho bocacalles, una pareja de soldados, fusil al hombro, detenían al transeúnte para preguntarle quién era, a dónde iba y de dónde venía. Sin embargo, el Estrasburgo, el famoso bebedero y restaurante del Portal de Escribanos, ardía con todas sus luces. Los balcones del Club de la Unión, en el Portal de Botoneros, también estaban iluminados. Pero el ingreso de coches a la Plaza de Armas era restringidísimo y los polizontes impedían que vehículo alguno se estacionara dentro de la Plaza. El Estrasburgo estaba invadido por todas las terceras figuras del oficialismo. Se bebía fuerte y se hablaba de castigar, con castigos únicos, a los autores del golpe de mano. En el Club de la Unión no había, precisamente, figuras de primera fila -esas estaban o en Palacio u ocultas-; pero, desde luego, la concurrencia era incomparablemente más escogida que la del Estrasburgo. También se bebía a fondo.

-Les digo a ustedes que don Nicolás ha estado metido en todo -afirmaba alguien. -Yo creo que Piérola no sabía nada- declaró un contertulio.

Todos lo miraron con cierta desconfianza. Aquella afirmación era un poco revolucionaria... Imposible admitir que Piérola no hubiera conocido el movimiento.

-No me miren con tanto susto -dijo el que había afirmado que Piérola nada sabía -porque yo no soy ni pierolista ni político. Sólo sé que Piérola es valiente y habría estado a la cabeza de los conjurados.

-Está muy viejo -objetó uno.

Y la malicia y la suspicacia limeña organizaron una vivacísima discusión acerca de estos dos hechos: la vejez de Piérola, la valentía de Piérola. Todo sin documentos, sin argumentación, sin prueba alguna. Afirmacionismo puro. Para unos, Piérola no tenía más de sesenta años. Para otros, era nonagenario. Para unos, era valiente como Bayardo y como Orlando. Para otros, era cobarde como un pollo. La disputa murió por consunción.

El Palacio de Gobierno, con las guardias dobladas, también estaba con sus luces encendidas. Resplandecían los balcones del Ministerio de Guerra. Y en la Plaza, ni un hombre ni un coche. Lima nunca fue ciudad de vida nocturna brillante y sonora. Acaso la tuvo intensa y discreta. Pero aquella noche del 29 de mayo de 1909 era, como pocas, a la vez agitada y silenciosa. En la tarde de ese día, tres grupos, sincronizados, de conspiradores habían invadido, por sus tres puertas, la Casa de Gobierno y se habían apoderado de la persona del Presidente de la República. Ya en manos de sus secuestradores, el señor Leguía, que aún no contaba con un año en la Presidencia, fue paseado por las calles de Lima. Los conjurados no sabían qué hacerse con él. Al fin, un pelotón de caballería lo libertó, en la Plaza de la Inquisición, mientras parlamentaba con sus secuestradores. Y el señor Leguía volvió a Palacio. Todo esto sucedió en dos o tres horas y nada se sabía, detalladamente, acerca de los sucesos. Lo único cierto era esto: treinta o cuarenta hombres bravamente resueltos, pierolista todos ellos, penetraron al Palacio y se apoderaron de Leguía. Un centinela y un edecán murieron en la demanda. Entre los conjurados se contaban varios heridos. Dos hijos de Piérola actuaron en la trifulca. Es evidente que todo condenaba a Piérola. Tanto, que la autoridad política decidió capturar al ilustre político. Pero cuando llegó a casa de Piérola, en la calle del Milagro, Piérola ya no estaba ahí. Lo de siempre. La casa fue escrupulosamente registrada. No hallaron a Piérola. Y, si Piérola se escondía, claro que estaba comprometido. Clarísimo. Pierolistas todos los conjurados, dos hijos de Piérola en la conjuración... Imposible afirmar la inocencia de Piérola. Lo que más comprometía a don Nicolás era su pasado, su efervescente y fúlgido pasado de conspirador y de revolucionario. La gente no admite que los hombres cambien o se cansen. El que ha bebido, beberá, se dice. Por eso, casi todos los hombres mueren en su ley. La opinión pública, a nombre del pasado, les impide cambiar. En el Perú de 1909, era cosa de locos suponer que Piérola no estuviese metido en "cuanta revolución se produjese".

El ambiente de la ciudad no era de subversión; pero, por la naturaleza de las cosas, no era el ambiente habitual. Algo olía a distinto, a diferente, en la sensible y quisquillosa ciudad donde cada palabra tiene cien interpretaciones. A las cuatro de la tarde, Leguía estaba en manos de los revoltosos y a las nueve de la noche estaba, más tranquilo y sonriente que nunca, en el Palacio de Gobierno, en pleno ejercicio de la Presidencia de la República y terminando de resolver la crisis ministerial. Porque, desde luego, el Gabinete había renunciada.

El Ministerio dimitente era ilustre y flácido. La pólvora y la sangre de aquel día terrible estaban fuera de las costumbres de esos conspicuos consejeros del Gobierno. No se trataba de que los ministros que dimitían fueran cobardes o valientes. No. Era que lo sucedido estaba, para ellos, completamente al margen de lo sucedible. Era algo extemporáneo, exótico, peregrino, disparatado. Si metemos a una monja en un café cantante, no podemos pedirle que siga una conducta de acuerdo con el ambiente. El Ministerio, compuesto de gente llena de hombría de bien, había renunciado. Y el Presidente, sin vacilar un minuto, había aceptado la renuncia y disponíase a constituir un gabinete de acuerdo con la situación y con los hechos. El presidente Leguía contaba, apenas, con cuarentiséis años de edad. En su cara, todavía juvenil, su perfil aquilino, con mucho de judaico, se iluminaba con sus ojos sagaces y profundos. El hombre de presa y de garra, que fue Leguía, estaba, entonces, en el principio de su madurez. La astucia, la socarronería y cierto relente de amargura y desdén, que caracterizaron su fisonomía en la ancianidad, aún no apuntaban en aquella cara en la cual ya estaba el político.

Después de haber sufrido las emociones de esa tarde angustiosa y doliente en la que su vida y su honra corrieron tanto peligro, Leguía mostrábase tranquilo y sonriente. Había visitado los cuarteles. Recorrió, a caballo, las calles de Lima y fue aplaudido. Luego, se fue a Palacio a solucionar la crisis. Y allí estaba, en el salón rojo, llamado de Castilla; allí estaba, rodeado de senadores, de diputados, de altos funcionarios de la administración, de los principales jefes de la Armada y del Ejército. Vestido escrupulosamente y llevando muy bien la ropa, a pesar de su exigua estatura y de su extrema delgadez. Leguía, en aquella hora turbia y seria, extremaba su finura y su cortesía. No era imposible que, entre aquellos que lo rodeaban, muchos hubiesen estado indirectamente comprometidos en la conjura. Para Leguía los únicos culpables eran los que habían penetrado a Palacio. Después, todos eran sus amigos, sus íntimos y queridos amigos, patriotas ejemplares, colaboradores irremplazables. Quizá si fue en aquella noche del 29 de mayo, cuando en Leguía nació el político, el temible estratega que consumó la peripecia de los Once Años, tan agitados y tan discutidos. Todo el Palacio de Pizarro estaba en movimiento. Entraban y salían gentes. Era visible que las órdenes eran frecuentes. En ciertos corrillos decíase que todos los sediciosos estaban presos. El nuevo Gabinete iba a ser presidido por don Rafael Villanueva. Senador por Cajamarca, viejo político civilista y, según lenguas, hombre de muchas agallas y de resoluciones terribles. El señor Villanueva, que estaba en el salón de Castilla, sostenía en medio de un corro de parlamentarios, cierta tesis que, en aquel momento, pareció peregrina:-La Constitución está por debajo del orden público -decía- y nunca se podrá demostrar que la primera misión de un hombre de Gobierno no es mantener el orden. Sin orden no hay nada, mientras que, en el peor de los casos, sin Constitución puede haber orden. Claro está que no se trata de organizar, con tal doctrina, un estado permanente de cosas; pero, frente a ciertas emergencias, no hay lugar a dudas: el orden es lo primero. Lo primero inclusive para mantener la Constitución.

Don Rafael Villanueva ignoraba que estaba anticipándose al totalitarismo y a las grandes doctrinas estatales que dominarían en el mundo veinticinco años más tarde. De pronto, se sintió gran revuelo entre las gentes que llenaban el salón de Castilla. Se abrieron los grupos. Un ayudante de campo avanzó hacia el presidente Leguía y, después de cuadrarse, le dijo:

-El Presidente del Senado, Excelentísimo señor.

Y se quedó firme, esperando órdenes. El señor Leguía se puso de pie y avanzó. Comprendió el oficial y dio media vuelta. Al minuto estaba delante de Leguía, saludándolo, don Antero Aspíllaga, Presidente de la Cámara de Senadores. Era un sesentón enhiesto y juvenil, vestido con sumo esmero. Su elegancia no tenía sino el defecto de ser muy visible. Saltaba, sobre la ropa, el aliño. Pero era elegancia. Leguía comprendió al instante que el señor Aspíllaga no iba a presentarle sus saludos y parabienes. Si volvía a tan desusada hora de la noche, era por algo excepcional. Y, tomándolo del brazo, se fue con él a uno de los ángulos del salón. Ahí charlaron largo y el señor Aspíllaga se despidió. Otra vez el revuelo en los grupos. Saludos, genuflexiones, reverencias. El señor Aspíllaga, muy cortesano y cumplido, se movió, plácidamente, entre aquellas gentes de temible cortesía. No pudo salir tan pronto, los comentarios se multiplicaban. Alguien observó que el señor Aspíllaga no había hablado ni una palabra con el señor Villanueva. Acaso se trataba de una modificación del Gabinete. Era tarde y el Presidente empezó a despedir a sus visitantes. Por indicación de los edecanes, la salida se hizo lenta y ordenadamente, de dos en dos personas. No había ni un solo coche en la Plaza ni en las calles sobre las cuales caen las fachadas de la Casa de Gobierno. La calle del Palacio, la de la Pescadería y la de los Desamparados, estaban desiertas. Era preciso ir a buscar los coches a dos o tres cuadras. Pero todo se hizo en orden, sin más que ese rumor asordinado de las masas de gente rica. Muchos apretones de manos. A las dos de la mañana, el Palacio estaba a oscuras, sin otras luces que las muy débiles de los cuerpos de guardia, no visibles desde la calle. Nunca se ha sabido dónde durmió aquella noche el señor Leguía.

Al señor Aspíllaga, su coche lo esperaba en la calle del Correo. De ahí partió hasta la esquina de la Veracruz, torció a Pozuelo de Santo Domingo, pasó Plumereros y dobló, otra vez, sobre Plateros de San Agustín. Y, así, llegó hasta la plazoleta de la Iglesia de San Pedro y se detuvo frente a la gran puerta de la casa de don Antero. La vasta mansión estaba a oscuras. Muy sigilosamente se abrió la puerta, penetró el señor Aspíllaga, la puerta se cerró de nuevo y el coche avanzó hacia la calle de Estudios. Dentro del pobre alumbrado de la Lima de entonces, esos vastos vehículos cuyos caballos sacaban chispas en las piedras de la calzada; tenían algo de brujerías y de ensueño. Los coches de los poderosos eran conocidos por el trote de los caballos. De pronto, las familias humildes abandonaban el comedor para asomarse a los balcones. Era que pasaba el coche de don Fulano de Tal. Difícilmente se equivocaban los vecinos. En aquel entonces, y de muchos años atrás y para algunos años después, la casa de Aspíllaga era una de las grandes casas del Civilismo. Aspíllaga fue, por mucho tiempo, alma y nervio del Partido Civil -el partido conservador, en el Perú- y su condición de gentleman, de millonario y de dandy era apropiadísima para presidir ese partido que, con tanta elegancia, se dedicó, durante tantas décadas, a no comprender los problemas del Perú. Ese grupo hidalgo, trabajador y elegante de hombres que, para ser políticos, sólo carecieron de fervor político, porque después, lo tuvieron todo. Inclusive buena fe. En aquel año 1909, don Antero Aspíllaga presidía, por enésima vez el Senado de la República. Su casa era el centro de las más importantes maniobras políticas. Esa casa que es hoy una residencia luctuosa y elegante, pues lleva en sí el luto de una vida cuya principal ambición se frustró. Don Antero Aspíllaga fue hombre de bien, cumplido caballero, cuidadoso administrador.

Y, por todo esto, un convencido de que desde la Presidencia de la República le habría hecho muchos bienes a su país. Y deseó ser Presidente. Dos veces, desde los salones exquisitos de su casa de San Pedro, luchó, activamente, para lograr su sueño. Dos veces lo vio roto.

En 1912, la casa de Aspíllaga fue, por un momento, la casa del futuro Presidente del Perú. El pueblo, agolpándose en torno a la figura demagógica de Billinghurst, deshizo aquella ilusión. En 1919, otra vez la casa de Aspíllaga fue la casa oficial, la casa del hombre que iba a ser Presidente del Perú.

Y otra vez el pueblo, en rencoroso tumulto, se opuso a la Presidencia de don Antero; penetró enfurecido en los suntuosos salones y lanzó a la calle muebles incomparables que, con afán artístico y en muchos años de alquitarada búsqueda, acumulara el señor Aspíllaga. Para aquel hombre tan correcto y tan bien intencionado, la Presidencia de la República fue una sombra negra, una burla atroz del destino.

A esa casa, su casa, penetró don Antero en aquella madrugada del treinta de mayo. Atravesó salones, con familiaridad de dueño y, al fin, se tropezó con el jefe de su servidumbre, que le dijo, después de saludarle:

-El señor desea hablar con usted-¿Qué señor? -preguntó don Antero entre enfadado y burlón.

-El señor... el señor que vino esta tarde -tartamudeó aquel excelente servidor, modelo de servidores por su discreción-.

Aquel señor que había llegado en la tarde era, nada menos, que don Nicolás de Piérola. No había, en el Perú, quien no conociese a don Nicolás de Piérola. Pero; en aquella hora suprema, el jefe de la servidumbre de don Antero Aspíllaga no conocía a don Nicolás de Piérola, huésped de su amo.Don Antero llegó a un saloncito en el cual se paseaba el señor Piérola. Un apretón de manos. Y Piérola, nervioso y sereno -tal era su índole- abrió, sin preámbulos, el debate:

-He llegado aquí a las cinco, don Antero, a pedirle hospitalidad y usted me la ha concedido, a condición de que me abstenga de toda actividad política, en lo que estoy de acuerdo. Le aseguro a usted que no tengo participación directa en los sucesos de la tarde de ayer. Pero no puede negarse que el movimiento ha sido pierolista, aunque Piérola lo ignorase. Soy, pues, un fugitivo político que se ampara en la casa de un enemigo modelo de amigos.

La voz engolada y nasal del caudillo se hizo más académica que de costumbre. Don Antero callaba con discreta elegancia. Piérola siguió.

-Usted me dijo que iba a darle cuenta a Leguía de mi presencia en su casa y de mi promesa de no hacer política. Convine en ello. Era lo decoroso. Estoy seguro de que lo ha hecho usted. Pero es el caso que, desde hace media hora, la casa de usted está rodeada de soplones que, aunque se arrebujan en la noche, son visibles para ojos tan experimentados como los míos. Soy septuagenario y, como tal, de mala vista; pero al espía lo distingo donde está. Esta casa está rodeada por la policía secreta. No creo que se atrevan a penetrar en ella; pero sí creo que nos crearán una situación muy desagradable.

-Me temo que haya usted visto sombras, don Nicolás -repuso Aspíllaga.

-De ninguna manera y ojalá fueran sombras. Pero le repito a usted que hace media hora, la policía secreta rodea esta casa. Sería bueno que reconstruyéramos la conversación de usted con Leguía.

-Fue breve y sin circunloquios -repuso Aspíllaga- y vaya referírsela a usted. Divagamos un momento sobre la situación, sobre el nuevo gabinete y sobre el porvenir. Lo felicité por verlo rodeado de tanta gente, porque le advierto, don Nicolás, que el salón de Castilla rebasaba, y luego le pregunté si sabía dónde se hallaba usted. Me repuso que no y, entonces, a quemarropa le dije que estaba usted en mi casa, a donde había usted venido a las cinco de la tarde. Le hablé de nuestra vieja amistad y de nuestra buena enemistad. Le referí la forma en que usted había llegado y la forma en que se quedaba y le aseguré que, mientras estuviese usted en mi casa, su no participación en la política sería absoluta. Al fin, le pedí que fuese respetado el asilo que yo le daba a usted y que, con tiempo, discutiéramos la forma de terminar, en forma honorable, este asunto. Me dijo que estaba todo muy bien y me prometió que mis deseos serían cumplidos.

-¿Expresa o terminantemente o en forma evasiva o general? -interrumpió don Nicolás.

-Expresa y terminantemente -repuso Aspíllaga.

-Entonces -afirmó, sin vacilar, el señor de Piérola- el señor Leguía no ha cumplido su palabra. Nadie sino él, usted y yo sabemos que me encuentro aquí. No me pongo en el caso de que la delación parta de esta casa...Y hace usted bien -interrumpió don Antero. Luego el señor Leguía no ha cumplido con su promesa.

Se creó un silencio de algunos minutos.

Un largo silencio. Veíase que el señor Aspíllaga no se resignaba a condenar al Presidente; pero que tampoco estaba resuelto a contradecir a Piérola. Tras la prolongada pausa, Piérola volvió a hablar.

-Vea usted, don Antero: yo saldré pronto de aquí, no sólo porque no debo comprometerlo a usted, sino porque debo salir. Y usted le avisará a Leguía que salí y en qué momento salí. Pero quiero decirle esto. En el Perú ha terminado el juego limpio en la política. Siempre hemos jugado limpio. Una prueba de ello es mi presencia en esta casa. El señor Leguía, mi querido don Antero, no es de los nuestros. El señor Leguía tiene ideas muy personales sobre la táctica política. En este momento cuenta con todo el Partido Civil, que se unifica en torno a su persona porque teme que yo regrese al Poder. El Ejército ha demostrado su respeto por el Poder Civil y está al lado del Presidente de la República. Los sediciosos están huidos o presos. En horas, casi en minutos, el señor Leguía ha podido formar un gabinete de acuerdo con la circunstancias y con el Parlamento. Si mi presencia aquí le incomodaba, pudo decírselo a usted don Antero. El Presidente de la República no puede mentir. Y mucho menos si habla con el Presidente del Senado, el primero de sus colaboradores políticos. Y mucho menos si se trata de la persona del jefe de la oposición, un ex presidente y ex dictador de la República. Hay carencia total de juego limpio y ha concluido, en el Perú, una etapa política. No sé lo que, en el porvenir, pasará con el Partido Demócrata y con el Partido Civil. Seguramente perecerán. Es lo que le pasa él los partidos que se olvidan del juego limpio. Porque la democracia y el régimen de partidos -usted lo sabe muy bien- no pueden subsistir sino a condición del juego limpio y de que la enemistad no asuma formas púnicas. En cuanto la enemistad política asuma formas púnicas, ya no hay democracia política y los partidos políticos no tienen razón de ser. Todo esto no lo sabe el señor Leguía. Quizá algún día lo aprenda y lo aprenda de mala manera.

Se calló el señor de Piérola. También se calló el señor Aspíllaga. Acaso, momentos después volvieron a comenzar. Pero lo que conversaron ya no tuvo la rápida y terrible agudeza de la primera parte de la charla. A la hora del alba del 30 de mayo de 1909 la casa de Aspíllaga reposaba silenciosa y tranquila. En las puertas de la Iglesia de San Pedro, dormían varios mendigos a quienes nadie había visto nunca ahí...

Hoy, al cabo de tantos años y cuando casi no hay historia de aquel suceso, ese asilo le da carácter a la casa de Aspíllaga y señala, definitivamente, las condiciones morales de su dueño. Quien ve la casa, señorial, tranquila, severa, amplia, ricamente decorada, con algo de museo y mucho de palacio, comprende el alma del hombre que la formó y la habitó muchos años. Don Antero fue representativo de aquel grupo de hombres que nunca se acercó al pueblo, que quiso tutearlo y comprenderlo, pero don Antero era -como mucho de esos correligionarios- alma limpia, selecta y amplia. No podía triunfar totalmente en política.

En su extrema vejez, harto de desengaños y sin haber conseguido los grandes honores que merecía por su acrisolada rectitud, don Antero retornó a su casa de San Pedro y allí, recordando tantas horas complejas descendió para siempre a la tierra. Murió rodeado de casi todas las cosas que le habían sido familiares y queridas. Su muerte ocurrió en un ambiente de museo y palacio.

Fue correcta y grave, como había sido su vida. Una muerte sin prisa y sin estertores.

Pocos hombres presentan, a lo largo de su actuación y en el curso de una vida extensa, tal unidad. Don Antero viviendo, sufriendo y muriendo, es el mismo.


Don Antero vivió lo suficiente para después de haber visto el auge del Partido Civil y el apogeo del Partido Demócrata, presenciar su muerte y asistir a su entierro. El juego limpio había terminado.

LA TERCERA: Conmemoración de los 100 años de fallecimiento de José Nicolás Baltazar Fernández de Piérola y Villena 1913-2013


Nicolas de Pierola

El pueblo de Lima, presidido por el alcalde municipal, el día veintitrés de diciembre de mil ochocientos setenta y nueve.

CONSIDERANDO:
1° La fuga clandestina del general D. Mariano Ignacio Prado, en momentos en que el país necesita del denodado valor de sus hijos, y la ineptitud que hasta ahora ha manifestado en la dirección de la guerra, causa única de todos los desastres que ha sufrido la República;
2° La imposibilidad de llevar adelante el orden constitucional, por la avanzada ancianidad e invalidez del Primer Vicepresidente, la ausencia del Segundo y la deficiencia de las leyes para estos casos anormales;
3° La aspiración nacional que se cifra exclusivamente en el triunfo rápido y completo sobre el enemigo extranjero y exige el llamamiento al frente de la República del ciudadano que mejor pueda salvarla;
4° La confianza que el señor doctor D. Nicolás de Piérola inspira a los pueblos por su probado patriotismo y su ilustración, que garantizan la buena dirección de la cosa pública y el honroso desenlace de la guerra;

RESUELVE:
Elevar a la Suprema magistratura de la nación con facultades omnímodas al ciudadano doctor D. Nicolás de Piérola.

En fe de lo cual firmaron la presente.
G. A. Seoane, R. Heredia, J. G. Monterroso, Emilio I. Gree, Carlos Alcorta, Andrés Centeno, José Ignacio Alván, José Cecilio Corzo, Melchor Corzo, Toribio González de la Rosa, Gaspar González, Basilio Faguela, Luis J. Arce, Uladislao Julio Rospigliosi, Manuel Eleodoro Olivo, Luis Otraza, Enrique Mindreau, Manuel Nemesio Reyes, Salvador Soyer, Manuel Matos, Adrián Segovia, Julio R. Segovia, Rodrigo Herrera, Pedro E. Salmón, Pedro Astete, Juan Nepomuceno Vargas, Mateo Huambachano, Mateo Herrera, Clemente Ibergüen, Genaro Balarezo, Juan Simón Cárdenas, José Mayuri y Calderón, A. Salmón, Juan de Aliaga Fuente, Antonio Bentín, Luis M. Duarte, Juan Arévalo Villacís, Mario Herrera, Doroteo Arévalo, Daniel García, J. E. Miranda, Juan Fanny, Juan Francisco Pasara, Miguel G. Arróspide, M. Loustaunau, Cruz de La Fuente, Carlos Moreno, B. Ballenas, José Ramírez, Pablo Iriarte, Manuel Quintero, Artidoro Alvaril, Timoteo Huamán, Leandro Lazo G. Injeque, Fidel Garmes, José, Adriánde Larrañaga, Ricardo Navas, Gregorio E. Montoya, Pedro C. Gallardo, José M. Yánez, Melchor Pastor, José Noel, Manuel José Ramos, Nicolás R. López, Jaime M. Pacheco, Mariano Pastor Sevilla, Pedro José Lozano, cura Juan Bautista Montani, Pedro Larrea, Andrés de Zavala, Manuel S. de Santo Domingo, Alejandro J. Puente, M. A. Guerrero, Andrés Guerrero, Pablo Marcial Aguilar, Rodolfo Osores, César Roca, Eduardo Rodríguez, José G. Lajoque, Melitón Najarro, escribano, Belisario Orúe, Rubén Yáñez, Gregorio González, José Caballero, F. Delgado, Alfonso Macedo, B. Trujillo, Miguel Minaya, Amador Castilla, Juan J. Bravo, Cayetano Noel, Antonio Bentín, Carlos Augusto Pazara, Luis M. Duarte, Emilio García Pacheco, |siguen firmas|


1 El Peruano, 25 de diciembre de 1879.