UN RETOÑO DEL ÁRBOL DE GERNIKA EN EL
PERÚ
Por Jhon Bazán Aguilar
Fue Pedro Oyanguren de Euzko Etxea de Chile, quien me entregó
el retoño del Árbol de Gernika. Ese árbol legendario, que, tal como dice la
carta de entrega firmada por el EUZKO ETXEA, en Santiago de Chile, es punto de
reunión de todos los territorios de Euskal Herria.
Un roble frondoso que
simboliza las libertades tradicionales de Bizkaia y los vizcaínos, y por
extensión las de los vascos, se encuentra al lado de la Casa de Juntas y reúne
a pueblos milenarios, de una misma tradición cultural y etnográfica. En la
actualidad acoge actos tan especiales como la toma de posesión y el juramento
del cargo de Lehendakari o del Diputado General, representante del pueblo vasco
ante el gobierno español.
Paco Igartua, presente siempre en la historia de las
colectividades vascas y nuestro representante más ilustre en los congresos
mundiales de colectividades vascas, me “presentó” a Pedro. No lo hizo en vida.
Paco ya había partido hacia la dimensión divina.
- ¿Conocio a Paco Igartua? – le pregunté al cruzar por primera vez el umbral de la puerta del EUZKO ETXEA de Santiago de Chile.
- Tuve el honor
- me respondió.
Y a partir de ese momento sentí que estos dos grandes hombres
iban a proporcionarme una verdadera misión en la vida. Yo viajaba a Chile para
hacer entrega de mi libro acerca de Paco y la Revista Oiga. Había sido una gran
experiencia y quería dar a conocer en el extranjero al Paco periodista, que
forma parte de la historia del Perú. (...)
En ocasión de celebrarse los 400 años de la fundación de la
Hermandad de Nuestra Señora de Arantzazu en Lima, y cumpliendo una promesa
hecha a Paco poco antes de morir, gestionamos la organización de una serie de eventos protocolares, académicos y religiosos.
El primero consistió en la refundación simbólica de la
antigua hermandad en el Club Nacional de Lima, el segundo, con la presencia de
destacadas personalidades del ámbito social y cultural, se llevó a cabo en el
antiguo Salón Capitular del Convento de San Francisco, donde se hizo la lectura
de los estatutos fundacionales en euskera y español. A continuación se organizaron misas conmemorativas en las
principales ciudades del Perú, y se trajo en peregrinación una imagen de
Nuestra Señora de Arantzazu, para que presidiera todos los eventos. (...)
El evento final consistió en un ciclo de conferencias
organizado en la antigua Casona del Instituto Riva Agüero de la Pontificia
Universidad Católica, el más prestigioso del Perú.
Los actos serían posteriormente recordados con la edición de
un libro conmemorativo, que, como digiera Pedro Oyanguren, representaría en sus
19 colaboraciones, el antiguo espíritu
auzolan –trabajo comunal– vasco.
¿Pero cómo dejar un recuerdo perenne que simbolizara la
huella de los vascos en Lima? En mi tercer viaje a Santiago, con esa idea en la
mente, fui a buscar consejo al EUZKO ETXEA de Santiago.
-¿No tendrás una semilla del árbol, una bellota?- pregunté a
Pedro en un momento.
-Te daré el retoño – me dijo.
Lo tenía en una maseta en casa y me lo entregó con unción. Es
hijo de aquel árbol sagrado que reposa en el pueblo de Gernika, bajo cuya
sombra, juraron sus cargos, entre muchos otros gobernantes, Fernando el
Católico o María Cristina, en representación de la reina Isabel II. Retoño del
árbol que fue ileso ante las bombas alemanas en la guerra civil española;
posteriormente resguardado con el fin de no ser destruido por hordas fanáticas
y hermano de los árboles de las comunidades vascas de México, Argentina,
Venezuela y Australia.
Yo quedé anonadado. ¡Tener en mis manos este árbol que tanto
significa! ¡Es un grande honor y una tremenda responsabilidad! - pensé en ese
momento, sin imaginar todo lo que tendría que suceder para al fin poder
sembrarlo en Lima.
Traerlo desde Chile al Perú resultó una verdadera odisea.
Trámites burocráticos, gendarmes intolerantes, autoridades que no entendían su
valor histórico y simbólico, hacían parecer imposible la tarea. Debí poner todo
mi empeño para lograr mi cometido.
Soy un hombre de fe. Hubo momentos, sin embargo, en que
parecía perdida la causa. Yo sentía que era la Virgen de Arantzazu quien me
guiaba en los momentos más oscuros. Y, créanme,
tuvo que intervenir directamente para hacer posible que el árbol
creciera en nuestra patria.
Luego de vicisitudes y obstáculos interminables, sentí un
agradecimiento infinito cuando, al fin caminé triunfante en nuestro aeropuerto
Jorge Chávez, con el retoño en las manos.
A veces caminamos a ciegas y nuestros pasos parecen llevarnos
a ningún lado. El cansancio parece que va a vencernos. A veces, por esa razón,
necesitamos cobijarnos a la sombra de un árbol. Sentir su frescor bajo el sol
calcinante de la incomprensión que reina en nuestros días. Sentiremos así, que
somos hechos de buena madera. Seremos a partir de allí, nuevamente, fuertes
como el roble.
En el momento de la siembra del retoño en la universidad, en
un acto muy sencillo pero de una gran solemnidad, no me quedó más que repetir
para mis adentros, a mi modo, las palabras de tantas veces repetidas en la
historia de los pueblos vascos:
Bendito es el Árbol de
Gernika, amado por todos los euskaldunes. Da y extiende tu fruto por el mundo,
te adoramos, Árbol sagrado.
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