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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 20 de enero de 2012

Francisco Igartua Rovira In Memoriam

DIARIO EL COMERCIO

VALEROSO DEFENSOR DE LAS LIBERTADES

Igartua: Una huella imborrable

Por: Jhon Bazán Aguilar Periodista

Viernes 20 de Enero del 2012

La huella que Francisco Igartua Rovira dejó a su paso por la vida se nota más nítida desde afuera que desde las calles de Lima. He tenido ocasión de recoger en mis viajes notables recuerdos, y elogiosos comentarios, no solo acerca de lo que fue como persona –un hombre íntegro con ideas propias– sino de su lucha permanente por la libertad y la búsqueda de soluciones.

Palmira Oyanguren, intelectual chilena de raíces vascas, escribió recientemente un enjundioso artículo en el que dice de Igartua: “Periodista agudo y excepcional, Francisco Igartua fue uno de los grandes exponentes de la prensa peruana. Nada ni nadie pudo acallar a este personaje que tenía por lema el ‘no a la regimentación de la prensa’ y si bien sufrió el peso de varias dictaduras, su convicción fue más fuerte que los sablazos militares…”.

Otros recuerdan a Igartua por la terca consecuencia con sus ideas libertarias, que lo llevaron incluso a sufrir persecución y destierro. Una anécdota de los tiempos de Odría lo retrata mejor que nadie, cuando era, entonces, un periodista en busca de la verdad, lo cual naturalmente incomodaba al régimen.

Igartua estaba deportado, pero burlando los controles fronterizos había vuelto a Lima, aunque avisados por esbirros de su audacia estaba siendo buscado por calles y plazas. Escogió, entonces, para refugiarse un eventual y sui géneris asilo: el local de El Comercio, donde con la anuencia del director, don Luis Miró Quesada de la Guerra, se sintió protegido y a salvo por el tiempo necesario, ya que los policías no se atrevieron a violar el local de tan importante diario.

Cabe recordar que Igartua, para entonces, ya había pasado por el mítico diario “Jornada”, una hoja cotidiana cuyas columnas muchas veces eran incendiarias. Había estado en “La Prensa”, cuando la dirigía Guillermo Hoyos Osores, su amigo y referente, y había tenido la audacia de fundar “Oiga” casi el mismo día en que Manuel Odría había roto la democracia derrocando al presidente constitucional José Luis Bustamante y Rivero, a quien Igartua admiró hasta su muerte.

Ya para entonces había dado muestra de su compromiso con la verdad con el llamado Caso Góngora Perea, que lo contrapuso con un diputado aprista por Amazonas que había declarado cosas de las cuales después se arrepintió presionado por el partido y que desmintió en sendas cartas a “Jornada” (setiembre de 1946). El asunto llegó hasta el liderazgo aprista, que citó a Igartua al local de “La Tribuna”, pero en vez de diálogo recibió una soberana paliza en el zaguán de ese diario. El lema aprista de entonces era “por la razón o la fuerza”.

Ahora que se cumplirán ocho años de su fallecimiento, es bueno reflexionar respecto a este legado de fidelidad a sus ideales que dejó Igartua a los periodistas. Los reveses nunca lo arredraron: Fundó “Oiga” primero en 1948 para luchar contra Odría y luego en sucesivas etapas contra mandones antidemocráticos de toda laya; luego cofundó “Caretas”, donde dejó doce años de su vida editorial y lineamientos que aún le sobreviven.

martes, 30 de noviembre de 2010

A modo de introducción



Introducción

Como señalan quienes lo conocieron —y varios de esos testimonios los hallará el lector en este volumen— Francisco Igartua fue un espíritu que sorprendió a amigos y enemigos por la lucidez —a veces cercana a la premonición— de su visión política, por su impecable conducta moral —que en él tuvo como consecuencia manifiesta el compromiso cívico— y por su pasión por el arte del periodismo. Nada de lo anterior impidió que fuera también un hombre elegante, un gourmet y, cosa rara hoy en el periodismo, un apasionado lector. Un hombre que amaba el buen vivir y la buena amistad y, por qué no, una buena pelea en nombre de sus ideales, de su compromiso con sus lectores. Fue asimismo un cálido conversador que de manera natural llevaba a que uno rápidamente pasara de llamarlo Francisco al más familiar uso de Paco.



Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca

En las páginas que siguen el lector tendrá oportunidad de acceder directamente a una muestra —fatalmente parcial, como toda selección— de la obra de Paco Igartua y al recuerdo que de él tienen algunos de sus colaboradores y amigos. Los ensayos de Igartua sobre el periodismo, entendido “como arte y como oficio” (al decir de su maestro Federico More), jamás como profesión burocrática o comercio vil, son manifiestos de validez permanente, material de enseñanza imprescindible en cualquier moderna facultad de comunicaciones. De su posición política y su lectura de la historia nacional dan cuenta los escritos reunidos en la sección siguiente, que muestran a un caballero de la vieja escuela, un seguidor del demócrata Bustamante y un defensor de las reivindicaciones de los más débiles. Lo extraño, lo asombroso, es que, como verá el lector, Igartua acierta, se equivoca, se corrige y asume las consecuencias, pero una y otra vez —al retorno de la cárcel, de los destierros, de las clausuras de OIGA— vuelve siempre con la nítida voluntad de construir una nación y de eludir, como a Escila y Caribdis, los extremismos preconizados por sus enemigos, aquellos que falsamente lo acusaron de comunista y de fascista. Igartua, cosa excepcional en la política, jamás se resignó al uso de la demagogia.

Para este periodista cuya prosa era una invitación a un diálogo, si bien apasionado, inteligente, la conversación era una práctica natural y centrada; aquí presentamos tres entrevistas elocuentes. Sus interlocutores más próximos lo retratan en vida o lo recuerdan luego de su muerte en otra sección, y siendo OIGA la obra mayor de Paco Igartua hemos recogido opiniones, testimonios y textos varios —como la dramática carta, lo último que escribió, que le dirige Arguedas justo antes del fin— vinculados a esta revista que ya hace mucho pertenece a la historia del periodismo peruano.

Cuatro anexos ofrecemos como complemento acaso necesario y por cierto pertinente: el ensayo sobre la naturaleza del quehacer periodístico de Federico More, mentor de Paco; el rescate de los números de la primera etapa de OIGA (1948), por primera vez publicados en versión facsimilar; una muestra de las columnas publicadas por Igartua luego de que OIGA le fuera arrebatada inicuamente; y el célebre informe sobre el Plan Verde, joya del periodismo de investigación, que haría de Francisco Igartua uno de los enemigos más peligrosos y temidos del régimen de entonces.



Francisco Igartua, el periodista

Discípulo dilecto de Federico More, Paco se formó como periodista en la doble convicción de que este oficio es un género literario y su ejercicio supone una posición privilegiada del ciudadano que ama y protege su “polis”. Porque la política, desde Aristóteles y aun antes, no es más que la dimensión social de la persona ética. Esta visión del periodismo exige una libertad irrestricta. Por eso Paco abomina de la colegiatura, por eso se separa del proceso velasquista, por eso fue ejemplo viviente —demasiado incómodo para algunos— de que para publicar un diario o una revista se precisa un coraje viril.

No menos importante es su interés profesional en la elaboración del producto a ofrecer. Paco nos habla en sus textos de formatos, tamaños, uso de fotografías, principios de diseño gráfico, tipografía y otros elementos vitales para la producción de un medio escrito. Este cuidado profesional nunca rebajó la labor de Paco a la de un mercader de entretenimiento o un artífice de complacencias. Y no lo amedrentó el surgimiento de la tecnología digital. Previó, con justicia, que la rapidez y la variedad de la información devolvería al lector al espacio mental propicio para las revistas semanales, su manera pausada de ponderar la noticia y los artículos de profundidad, escritos con pretensiones literarias, es decir, un periodismo destinado a la biblioteca y no al desecho inmediato. Hoy, en pleno imperio de la informática, vemos el cumplimiento de esta previsión, por ejemplo, en el éxito de las crónicas y perfiles de Jon Lee Anderson en The New Yorker.

Dirigir un semanario es fungir de capitán de un navío cuya tripulación, aunque consciente de los riesgos del viaje, debe ser protegida. Paco, en ese sentido, fue un ejemplo de responsabilidad empresarial; ante la inminencia del destierro o del cierre forzado, este hombre que se jactaba de ser mal administrador jamás abandonó a sus empleados y veló por que fuesen tratados con justicia y recibieran las compensaciones que les correspondían. En retribución, sus trabajadores le profesaron una lealtad que llegó a hacer de OIGA una cofradía del periodismo. Un día de 1995, luego de pagarles la indemnización debida, el periodista empresario se encontraba en su oficina y se preguntaba con angustia cómo podría subvencionar las liquidaciones en caso de que lo acusen de despedir a sus trabajadores. De pronto lo sacó de sus cavilaciones un golpe en la puerta y apareció un empleado con su carta de renuncia. Luego llegó otro y otro y otro. Setenta empleados entregaron por iniciativa propia setenta renuncias.



Francisco Igartua, el Quijote de Unamuno

Paco, que fue peruanísimo, fue también un buen vasco y un hijo de España. Figuras simbólicas como la de Don Quijote y la del Cid Ruy Díaz de Vivar rondarán su destino. Estudiante de teología y luego de derecho en la Universidad Católica, rápidamente Paco se une a jóvenes intelectuales como Blanca Varela y Fernando de Szyszlo con quienes comparte inquietudes, pero no será hasta su ingreso al semanario Jornada cuando le será revelada su vocación. El trabajo con Federico More será decisivo en su formación como periodista y en la voluntad de tener voz en la política nacional.

Más tarde, con Doris Gibson, fundará OIGA, conocerá la cárcel y reincidirá con la fundación de Caretas para finalmente volver a lanzar OIGA en 1962 y que a través de dictaduras y regímenes más o menos democráticos sobrevivirá a cierres tiránicos hasta 1995, año de su cierre definitivo por la dictadura fujimorista. Nada, sin embargo, hará callar al ya viejo columnista y, recibido con hospitalidad por Correo y Expreso, seguirá haciéndose escuchar en su columna “Canta Claro”, durante una etapa final de su vida que mi amigo Carlos Sotomayor ha llamado con acierto “Oiga después de Oiga”.

Muchos se han preguntado a qué tienda política pertenecía Paco Igartua. Antes que nada se consideró un discípulo de don José Luis Bustamante y Rivero, pero cuando las circunstancias internacionales llevaron a que el mundo tomara partido por una u otra potencia durante la Guerra Fría esa definición parecía insuficiente. Con humor pero también con firme claridad, él mismo recordaba una anécdota familiar: sus primos y él debatían una vez cuál era la posición más justa, la derecha o la izquierda; consultado sobre el tema de la disputa, el tío más viejo y respetado del clan respondió, como Jesús, con una parábola: “Con la mano derecha trabajo, pero trabajo mejor con las dos manos”. Paco apoyó al general Velasco en la nacionalización del petróleo, lo cual era parte de la agenda generacional compartida, entonces, por todas las tendencias, y cabe recordar que incluso Acción Popular le retiró su apoyo al presidente Belaunde por su mal manejo del tema. Paco combatió al general Velasco cuando este confiscó la prensa. ¿Era el director de OIGA un izquierdista que se volvió de derecha cuando su propia gente estaba en el poder? Absurdo. Simplemente —incomprensiblemente, para muchos— era un hombre honesto. Y no le faltaron riñones para oponerse a los delirios de sus propios amigos cuando fue necesario.

Paco repudió el dogmatismo infantil y asesino de la extrema izquierda. (Cabe sospechar que esa opción no sólo le resultó repugnante a su ideología demócrata, a su fe en las instituciones y a su respeto por la vida humana, sino también a su buen gusto.) Paco repudió las mezquinas ambiciones de la oligarquía civilista y sus herederos. (Ya don José de la Riva Agüero había deplorado que en el Perú no hubiese derecha, sólo había fenicios.) Paco repudió, naturalmente, la mediocre voluntad acomodaticia de los que, como en la canción de Los Prisioneros, nunca quedan mal con nadie.

Advirtió la necesidad urgente de hacer en democracia las transformaciones sociales que el general Velasco realizó en su gobierno de facto. Advirtió a los ingenuos voluntarios —¡qué pesado este Igartua, ave de mal agüero!— el desastre al que había de llevarnos la demagogia aprista que triunfó en 1985. Advirtió el miserable despotismo —nada ilustrado— que impusieron los violadores de la Constitución un negro 5 de abril. Sería un facilismo pesimista comparar aquí a Paco Igartua con Casandra, la princesa troyana condenada a ver las catástrofes del futuro y a no ser oída por quienes serían sus víctimas. Por el contrario, consideramos que la palabra apasionada y elegante de Paco no fue voz que predica en el desierto. En la vida social como en la privada —y esto lo entendió cabalmente el psicoanálisis— verbalizar algo es en sí mismo un acto valioso por sí mismo, necesario, testimonio y luz para la historia del presente y la posible nación del futuro.

Pensador de horizontes amplios, se interesó en la historia latinoamericana y entendió, como Octavio Paz en El laberinto de la soledad, que Perú y Bolivia eran por naturaleza y tradición una unidad nacional, escindida por el resentimiento de Bolívar, y que la derrota de la Confederación fue un claro triunfo para Chile. De acuerdo con esta lectura, Ramón Castilla le hizo un flaco favor a la nación cuando, ayudado por el gobierno chileno, destruyó el sueño de unir los Andes y la Costa. El intelectual aséptico no existe, de allí que las preferencias literarias de Paco lo hayan llevado al extremo (por una vez) de agarrarse a puñetazos con Sebastián Salazar Bondy, luego uno de sus más entrañables amigos y colaboradores. La ya mencionada carta de despedida de José María Arguedas es otra prueba de esa fraternidad con el mundo de los artistas, así como su amistad con Fernando de Szyszlo, con Alfredo Bryce Echenique, con Blanca Varela… Los ejemplos de este tipo podrían continuar sin fin.

Hemos dicho que Paco se hizo conocer como un buen vasco y un buen lector. Acaso por ambas vocaciones don Miguel de Unamuno se convirtió en su ideal literario, ético y filosófico —¿cuántos periodistas tienen hoy un ideal filosófico, ya sea en el Perú o en el extranjero?—, tal como Bustamante y Rivero lo fue en lo político. Buenas muestras de esto son los sendos ensayos dedicados a ambos personajes que recogemos en este libro.

Como a Cervantes, a Paco le tocó la amargura de ser testigo de una falsa versión de su obra: así como, luego de la primera parte publicada en 1605, apareció el Quijote apócrifo de Avellaneda, los enemigos de Paco lanzaron un OIGA igualmente apócrifo que desató la indignación de su creador y como testimonio de ello publicó la carta que aquí reeditamos. A Paco le gustaba recordar la idea de Unamuno de que los procesos son círculos que en algún momento deben cerrarse de modo definitivo. Para tranquilidad de Paco y de quienes construyeron y mantuvieron viva su revista, hoy podemos asegurar que, en su memoria y como propietarios legítimos del logotipo, cerramos aquí otro circulo más en la azarosa historia de OIGA y de su fundador.

Como en el Caballero de la Triste Figura, podríamos ver en la voluntad de Paco por defender la sensatez y la honestidad en la política un fracaso honroso, una inútil lucha contra molinos de viento. Es cierto que la suya fue una pasión quijotesca. Pero sería injusto proponer su imagen como la de un romántico perdido en un mundo que no comprendió. Paco fue, a su manera, un campeador, un hombre de acción y reflexión que participó directamente, por más de medio siglo, en la historia nacional, para desesperación de tiranos y demagogos, y allí reconocemos la figura triunfante del Cid. Y como la imagen del Cid a través de la historia hispana, las páginas que este volumen ofrece son una presencia viva y significante, pensamiento actual, una interpelación cuando no un cordial aviso, memoria de otras voces y voz de la memoria, y esperamos que así las reciban los lectores.

miércoles, 28 de abril de 2010

Francisco Igartua: La Prensa

Recuerdos de un reportero

En homenaje a “La Prensa” en su Cincuenta Aniversario, de vida azarosa, cambiante y muchas veces de víctima

Ya han pasado algunos años y mucho –mucho– ha mudado el panorama; sin embargo, recuerdo a “La Prensa” muy cerca. Todavía mi máquina de escribir no se acostumbra a poner comillas a sus costados y a su nombre se alza solo, muchas veces, el teclado de las mayúsculas. Sus escaleras de madera húmeda, su viejo taller y su vieja rotativa; aún las puedo oler a la distancia. Hoy, no sé quienes ocupen esas o aquellas oficinas – la mía nadie, porque ni escritorio tuve– pero, no puedo olvidar la voz tonante, gruesa, con carcajada pulmonar de Pepe Diez Canseco y, menos todavía, la figura triste del Corregidor Mejía, con su sonrisa inmensamente buena bajo la singular nariz de payaso que adornaba su cara redonda. Fui gran amigo del Corregidor, posiblemente el único que tuvo en esos años de “La Prensa”; no sé si por ser yo el más joven de los redactores principales del diario y porque gozaba escuchándole leer sus extraordinarias crónicas culinarias, lo cierto es que me distinguió siempre con particular cariño y me alentaba en el género de la entrevista. “Lo importante es retratar al personaje –me decía –. Y tú lo haces bien”. Con sus ojos brillantes y pícaros, pequeños como de conejo, era un hombre indisciplinado y bohemio, tímido. Nunca alcanzó los halagos de un aumento de sueldo; y los necesitaba, para calmar esos ahogos asmáticos que se entremezclaban en su sonrisa y que le hacían crecer aún más la enorme bemba. El Corregidor nunca fué acariciado por la suerte. José Diez Canseco era distinto. El reverso. Y no fué personaje nuevo para mí en “La Prensa”. Yo ya lo conocía de “Jornada”, el diario que nació con el Frente Democrático y donde me inicié en el periodismo, casi como mandadero. Era la época en que acababan de morir las esperanzas en el Apra; y entre los primeros originales que ordené en los escritorios aún se confundían artículos de Luis Alberto Sánchez y Manuel Seoane con la famosa crónica de Sebastián Fomeque y notas de César Miró, Mario Herrera y otros. En “La Prensa”, el Sebastián Fomeque de Diez Canseco se había transformado en el Coronel Fiestas. Pero, era el mismo personaje que despidiera de la redacción del Edificio República, sin destino fijo, con estas palabras: “Yo soy conservador, amigo de los curas y un gran criollazo”. Su lucha contra el Apra, iniciada en “Jornada” bajo la dirección de Luis Bedoya Reyes y Mario Herrera, continuaba; con el aliento de José Quesada, primero y siempre de acuerdo a la orientación que imprimía a toda la campaña de la derecha contra el aprismo el director de “La Prensa”: Guillermo Hoyos Osores. Fueron el Corregidor Mejía y Pepe Diez Canseco a mi ingreso a “La Prensa” por gestión de Francisco Graña Garland, quienes me iniciaron en la historia y el espíritu de la vieja casa de Baquíjano. Al Corregidor le escuché relatar sus horas de bohemia con Valdelomar y Leonidas Yerovi; y por Pepe Diez Canseco, reunida gran parte de la redacción, supimos de Ulloa, Durand y Cisneros. Los dos habían vivido un poco el ayer. Eran nuestro puente con el pasado. Por eso, he comenzado esta nota rememorando sus figuras; que, además, fueron las de mayor colorido en los años que pasé en “La Prensa”. Pero, otras emociones, más intensas, son las que me ligan a la casa periodística de Baquíjano. Vivía el periodismo peruano en estado de guerra declarada. El cuartel general de uno de los bandos era “La Prensa”, “'La Prensa” de los años 36 a 39, animada siempre por Hoyos Osores. Como Director muchas veces y, otras, compartiendo la dirección con los propietarios que se habían ido sucediendo: los señores Bentín, don José Quesada –principalísima figura en toda la etapa posterior a Leguía— y Francisco Graña, era Guillermo Hoyos Osores la personificación del diario. Ser redactor de “La Prensa”, en ese entonces, significaba tener que vivir con no poco sobresalto. Y éramos pocos, muy pocos. Todos trabajábamos con contagiada pasión; desde Alberto Ferreyros, primer redactor, hasta los correctores de pruebas. Recuerdo las auroras que saludé con el diario fresco en la mano y las horas interminables, de curiosa espera que pasé para releer mis originales que habían sido llevados para las correcciones del Director. En “La Prensa” que viví no pasaba al taller una sola línea de información importante sin el visto bueno de la Dirección. Todo dato debía ser absolutamente confirmado; nada disculpaba no fueran las informaciones de veracidad intachable y el idioma cuidado hasta el exceso. La falta de personal y la escrupulosidad del doctor Hoyos en la dirección ideológica del diario hizo, sin embargo, que quedaran abandonadas muchas secciones, como la policial y aún la de deportes. Fallas en la administración, u otras razones económicas, hicieron imposible se continuara la página literaria que, dirigida por Percy Gibson Parra, llegó en un momento a tener resonancia en el mundo de habla española. “La Prensa” marchaba empujada por la política y señalándole rumbo a las fuerzas de derecha. Tenía aliados circunstanciales, de izquierda, y tenaces incitadores a una bárbara campaña panfletaria, de extrema derecha. A los primeros se les mantenía a distancia. No me será fácil olvidar la prohibición de que Eudocio Ravines, director de un pasquín que aparecía impreso en los talleres de “La Prensa”, subiera las escaleras que conducían a la Dirección y oficinas de redacción: “Demasiado se hace con permitirle ingresar a la administración para que arregle sus cuentas”. Existía un cuidadoso temor a contaminarse. A los últimos, dada su influencia en el Directorio, era necesario calmarlos haciendo uso de la astucia, las dificultades se sucedían y alternaban. Hasta que llegó la gran tragedia: Francisco Graña Garland, el motor de la cruzada, cayó abaleado en la Avenida Perú. Yo estaba a esa hora en la Cámara de Senadores. Esperaba a don Julio de la Piedra para una entrevista sobre el problema tributario en el Contrato de Sechura, por encargo del propio Graña. La noticia llegó incompleta. Se habló de una noche de San Bartolóme y vagando por los pasillos un senador clamaba: “Si han hecho esto con el bueno de Panchito, qué nos espera a nosotros”. En el corredor don Julio de la Piedra me pregunta si ya han capturado a los asesinos... Desorientado, salí a la carrera hacia el periódico. Allí estaba Hoyos Osores amarillo lívido junto a Alberto Ferreyros. Iniciaba en la máquina, con mano temblorosa y los dientes apretados, otro de sus famosos editoriales. “La Prensa” debía seguir su marcha. Al verme entrar, volteó la cara, indignado, y gritó: “¡Y Ud., qué hace aquí!” Desde ahora se encarga de toda la información policial de este asunto. Salga a la calle a hacer su crónica. Mañana sale el periódico". Y salió "La Prensa" con una orla negra inmensa v el editorial que yo vi a Guillermo Hoyos escribir.

Así era “La Prensa” en la que yo trabajé, hace algunos años, y que quiso revivir más tarde en el mismo diario donde me inicié como periodista y conocí a Pepe Diez Canseco, el hombre que me contó cómo eran Ulloa, Durand y Cisneros. Hoy "La Prensa" es un gran diario, moderno, con muchas secciones; y donde después de leer que un padre murió junto con su esposa golpeados por el hijo, con un fierro de un metro y dos centímetros, es necesario buscar la página editorial para saber que es este un crimen horrendo que demanda a la justicia un castigo ejemplar. El mundo sigue su marcha; pero, yo no podré olvidar a "La Prensa" de ayer.

Federico More: La Prensa

Cincuentenario de “La Prensa”

Como homenaje al cincuentenario de “La Prensa” encargamos a Federico More, un artículo sobre la vida de ese diario. Por diversas razones, el distinguido colega se halla en inmejorables condiciones para pintar episodios, escribir sobre personajes y hacer algo de Historia. Fieles a nuestra invariable conducta, publicamos el trabajo, sin quitarle ni ponerle coma. Es lo que hacemos con todos nuestros colaboradores, sin excepción alguna. En otra forma no entendemos la libertad de acción que debe, necesariamente, existir en todo periódico o revista.

Escribe FEDERICO MORE

Cuando, en mil novecientos tres, don Nicolás de Piérola vió que la candidatura presidencial de don Manuel Candamo era imbatible, comprendió la necesidad de tener un gran órgano de prensa que defendiese los intereses y los ideales del Partido Demócrata. Candamo era muy buen amigo de Piérola; pero ante todo, era el hombre fuerte del Partido Civil. El recién nacido Partido Liberal, aun no contaba. Los constitucionales –o caceristas– habían recuperado buena parte de su prestigio y renació el respeto hacia el héroe de la Breña. La Unión Cívica de don Mariano Nicolás Valcárcel, era pobre en partidarios; pero sus dirigentes gozaban de crédito político. El Presidente Romaña apoyaba a Candamo y, por supuesto, todo el Partido Civil. Ante este conjunto de circunstancias, Piérola comprendió que la lucha era absurda. Don Nicolás siempre fue amigo de pedir consejo. Así, cuando deseaba orientaciones jurídicas, iba en pos de don Manuel Pablo Olaechea o de don Ricardo Ortiz de Zevallos. Cuando implantó el Patrón de Oro, se atuvo a la experiencia y al conocimiento de don José Payan. Cuando quiso fundar un diario grande y comprendió que eso era, ante todo, un asunto financiero, buscó a dos hombres de finanzas que, además, eran dos caballeros. Fueron don Pedro de Osma y don José Carlos Bernales. El verdadero creador de “La Prensa” fué don Nicolás de Piérola. Osma y Bernales no fueron sino ejecutores del pensamiento pierolistas. Más o menos a los seis años de fundada “La Prensa”, don Pedro de Osma dividió al Partido Demócrata. Pero retrocedamos un poco. Si alguna esperanza tuvo Piérola de entenderse con Candamo, la perdió al ver que el primer gabinete de Candamo estaba presidido por don José Pardo: y la perdió del todo cuando Pardo ocupó la Presidencia de la República. En mil novecientos nueve, “La Prensa” ya casi no era pierolista, aunque todavía era anticivilista. A los seis años de fundada, había realizado su primer viraje. Después, “La Prensa” ha hecho muchas cosas. Ha sido Liberal y ha sido Leguiísta. Periódicamente hablando, le debemos sorpresas. Y sorpresas escalofriantes. Con motivo de sus Bodas de Oro, lanza una edición extraordinaria. Se supone que, cuando un periódico lanza una edición extraordinaria, les hace un regalo a sus lectores. En la edición extraordinaria de “La Prensa”, lo verdaderamente extraordinario ha sido el precio. Dos soles con cincuenta centavos por ejemplar. Es decir, que los lectores hemos pagado el festejo, los platos rotos y las botellas vacías. Otra sorpresa: cuando, últimamente, el Gobierno emite un Comunicado para demostrarnos que nuestra moneda es buena y sana, que tiene suficiente respaldo y que va a disminuir la cantidad de circulante, “La Prensa” en su columna editorial, elogia el Comunicado; pero, en otra página, nos dice que las reservas del Banco Emisor han bajado en catorce millones y que el circulante ha aumentado en cerca de ochenta millones. Como sorpresa, no cabe duda de que es altamente periodística. Que la entendamos o no, es otro cantar. Otra sorpresa: afirma “La Prensa” que su edición extraordinaria se agotó hasta el punto de no haber podido cubrir la demanda del público: pero nosotros hemos oído pregonar “La Prensa” a las dos de tarde. Quizá se trataba de algún canillita extraviado y que pregonaba el último ejemplar. A “La Prensa” le ocurre lo que ciertas mujeres hermosas que cambian de brazos y no se dan cuenta. Por eso, sin duda “La Prensa” ha tenido tantos directores ilustres. Citaremos a Alberto Ulloa, a Luis Fernán Cisneros y a Enrique Castro Oyanguren. Por la casa de “La Prensa” han pasado Leonidas Yerovi y Abraham Valdelomar. Ha tenido directores que no eran periodistas. Citaremos a don Carlos Rey de Castro y al señor Pedro Beltrán, dos señores dignísimos, el uno diplomático y el otro agricultor. Esto no importa cuando se piensa en que Pasteur no era médico. No cabe duda de que los cincuenta años de vida que tiene “La Prensa”, han sido bien vividos. “La Prensa” estuvo en manos de un aventurero colombiano, el señor Forero. Y es que quien cambia de formas y de brazos, no puede evitar caer en manos de un aventurero. Si causar sensación es el objeto principal de un periódico, no cabe duda de que “La Prensa” es sensacionalísima. Basta leer este título: “Inversiones del Extranjero son necesarias al Progreso de Países Subdesarrollados”. Decir Subdesarrollar es como decir subcrecer. El desarrollo es, siempre crecimiento. También es ampliación. Se desarrolla una tesis cuando se la hace crecer. “La Prensa” es heredera de “El Tiempo” y “El País”, dos diarios que nacieron, vivieron y murieron en brazos del Partido Demócrata. “La Prensa” tiene el ilustre título que le confirió la imaginación del señor Leguía, de haber inaugurado en América, la incautación de diarios. Don Germán Leguía y Martínez, inteligencia esclarecida, conducta pura y alma implacable, quiso que el Gobierno se incautara de “El Comercio”. Pero don Augusto comprendió que eso era un escándalo de proyecciones incalculables. La incautación de “La Prensa” era nada más que un abuso. Lo que quiso el Presidente Leguía era tener un diario propio y, antes que financiar uno nuevo, prefirió incautarse de uno más o menos nuevo. La oposición de “La Prensa” al señor Leguía fué obra exclusiva del propietario del periódico; de don Augusto Durand. Don Augusto Durand fué aliado y colaborador del Presidente Pardo, y cuando Leguía derrocó a Pardo, Durand ocupó el sitio que debió ocupar: fué al destierro y, luego, prefirió la muerte a la transacción. No hace muchos años José Quesada y Guillermo Hoyos Osores le dieron a “La Prensa” elegancia literaria; pero, de pronto, ambos abandonaron “La Prensa” y este diario, tornadizo y cambiante como el viento y como las olas, se convirtió en paladín de nuestra agricultura. Más que de nuestra agricultura de nuestro algodón. Pero, dígase lo que se quiera, un periódico donde han actuado Alberto Ulloa, Luis Fernán Cisneros, Leónidas Yerovi, Abraham Valdelomar, y que ya ha vivido cincuenta años —que es bastante vivir en nuestra accidentada vida periodística— merece un aplauso y un homenaje y yo, hombre de prensa, aunque no de “La Prensa”, brindo, sin reservas, ese homenaje y ese aplauso. Bien los merece un diario que, como quiera que se vean las cosas, ha conocido la nunca vista ni imaginada aventura del papel impreso.

jueves, 7 de enero de 2010

Oiga 8/11/1948


Oiga! Semanario del pueblo para el Pueblo

Dirección: Luna Pizarro 725

Dirige F. Igartua

Precio: 0.50

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Lima, lunes 8 de Noviembre de 1948

El fin justifica los medios

Aparece este semanario en un momento crítico y lleno de incertidumbre e inquietud para la patria. No creemos venir a salvarla. No somos ilusos. Nos limitaremos a cumplir en nuestro campo, en el periodismo, con lo que nos parece justo. Hemos debido salir algo antes para el público, pero un cambio de gobierno, sorpresivo aunque no inesperado, ha instalado a una junta militar en el poder y nos ha obligado a meditar la justicia de nuestra posición. Y no la variaremos. Seguimos creyendo que sólo la honestidad y él interés, asentados en una doctrina social revolucionaria que sea realizable, podrán hacer la felicidad de nuestro pueblo.

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Pretende regresar

Con la mirada insolente aparece en esta foto don Manuel Pardo y Ugarteche. Nos ocuparemos de él, no por su mirada ni por hacer amargos recuerdos del triste 79, sino por las pretensiones actuales de este ex gobernante de opereta que, solo por el fraude y el dinero pudo llegar, en 1939, a la Presidencia de la República. Tampoco queremos hacer el recuento de su funesta labor administrativa. Algún día se sabrá porque fué aprobada en la cámara de un solo carpetazo, la Cuenta General de la República del año de 1945 y conoceremos la cantidad de dólares o soles que Don Manuel tuvo que entregar al comando apristas para ultimar esta operación. Posteriormente daremos a publicidad algunos artículos demostrando la culpabilidad de Prado en nuestra actual crisis económica. Prado deprecio la moneda nacional y se dio el torpe e interesado lujo de exhibirnos ante el mundo como el único país, durante la guerra, que no preciso del control de cambios. Y fue precisamente esta falta de control, las que nos dejo sin divisas y con este terrible malestar de hambre y miseria que padecemos. Hoy nos limitamos a señalar al hijo de MARIANO IGNACIO PRADO como enemigo publico de la peruanidad y, advertimos, que todas sus gestiones para volverse a sentar en la silla presidencial tendrán que fracasar. El dolor y dignidad del Perú están de por medio. Si quiere honores que los busque en Chile y, si quiere reventar de millones, que les cobre el favor que presto su padre a los chilenos. Sabemos que quiere regresar y que ya ha iniciado gestiones en ciertos círculos podridos de nuestra política… Le aconsejamos por su bien, se quede en tierras europeas. Hay suciedades que no deben moverse porque ofenden a todos. Bastante ignominia le debemos a su padre y mucha miseria nos dejó él con su gestión gubernamental del año 39.

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Verdadero objetivo del civilismo:

Eliminacion del control de cambios


Creemos cumplir un deber patriótico ineludible al salir combatiendo a uno de los más encarnizados y persistentes enemigos del Perú: AL CIVILISMO. Este hipócrita y centenario mal ha corroído el alma misma del pueblo y es a él, a quien debemos la única justificación de las tendencias demagógicas que han puesto en peligro la nacionalidad. Sin la crueldad de la plutocracia no habría existido la barbarie aprista.

Pero, no satisfechos estos señores, quieren seguir corrompiéndonos en beneficio de sus oligárquicos intereses. Al descalabrarse el aprismo pretenden hacernos creer que es a ellos a quienes les toca imponer. No señores. Nadie los quiere ni engañar a nadie. La Junta Militar tiene otras obligaciones que, por lo menos esperamos, sabrán cumplirlas.

Lo que ellos buscan es mas dólares Y MAS MERCADO NEGRO. Con el pretexto de interesarse por la producción del país, nos quieren hacer tragar el cuento de que es necesaria la eliminación del control de cambios. Pero, bien sabemos lo que para ellos significa el país: nada más ni nada menos que sus intereses.

¡Vivan ellos contentos y ríase la gente!. Quieren la eliminación del control de cambios para ser ellos –los exportadores– el único control. La cosa es muy simple. Al Perú regresan cada año varios millones de dólares que el Estado adquiere a precio oficial. Estos dólares son, en su mayoría producto de las ventas de exportación. Los exportadores –el civilismo ósea el algodón y el azúcar– alegan ser propietarios totales de estos dólares o, mejor dicho divisas. Dicen que ellos trabajan la tierra y tienen derecho al producto de la misma. ¿Pero ellos trabajan la tierra?. ¿Tiene el Estado la seguridad de que esas divisas quedan en tierra peruana y que beneficiaran también al sudoroso peón que desde tiempo atrás ha sufrido el látigo del patrón y el hambre de sus míseros salarios?. ¿No tiene el Estado derecho a sospechar que esos dólares o, divisas, engrosan EL MERCADO NEGRO o queda en tierra extranjera lo que generosamente obsequio el suelo peruano, con el sudor del cholo al déspota propietario… en combinación con los grandes importadores que, casi siempre es lo mismo. El control siempre existiría. Aunque, ahora, en manos de particulares y no del Estado. He aquí la diferencia. Para hacer bajar o subir la moneda, según les convengan a ellos y no al país, bastaría que lo determinaran en una reunión. Lo que pretenden es un Estado dentro de otro Estado. Tienen nostalgia de poder… y nos parece que la seguirán teniendo. El pueblo quiere justicia y no mendrugos de pan caídos de las mesas de los ricos.

En lo único que estamos de acuerdo –no sea que se nos llame intransigentes o perdularios– es en que hay que aumentar la producción. Para bien de ricos y pobres. Y, por lo tanto, con el sacrificio de todos y no solo con el hambre y dolor del pueblo. Medítenlo bien, que les conviene, señores descendientes de los marqueses, duques o condes de los que fueron cacicazgos del Perú. Y no se piense que estamos defendiendo una oficina burocrática. Ningún interés tenemos en ello. Bien conocido es el desprecio que por la burocracia tiene el periodista.

Lo que queremos es tener fe y creemos que de la capacidad de los hombres que acaban de llegar al poder depende un arreglo conveniente a los intereses nacionales. Tienen dos caminos: o el control de cambios o un progresivo aumento del impuesto a las exportaciones. Ambos caminos son iguales o semejantes, con la única diferencia, que la ultima medida es, por desgracia, mucho mas complicada y aun mas fácil de burlar. Todo depende de la honradez y patriotismo de los que dirigen y de los que obedecen. Pero ¡tenemos fé!.

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Martillando

¡Cuidado con la policía!


Este grito de angustia ha desaparecido de los hogares. El terror con que vivían muchas modestas familias que se atrasaban en el pago de su casa, ha desaparecido. Al fin suspiran con calma. ¡Bien!. El abuso de los propietarios había llegado al colmo. De noche y día llegaban con la policía, y adiós sueños, platos, camas. Había que mudarse a las Pampas de Amancaes!. ¡Al fin se acabo!.

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De guatemala... a Guatapeor

Muy sonriente, el viejo ogro civilista señala el camino de Guatepeor.
Mas el pueblo, nada zonzo, prefiere que la junta lo mande… a descansar.

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Para lo que sea conveniente –no queremos líos con nadie– declaramos:

OIGA aparece sin otro auxilio económico que los soles salidos del bolsillo de sus redactores. Que estos soles no son muchos y tenemos el temor de quedarnos en el primer número. Por lo tanto, y sin vergüenza, pedimos ayuda al público y a los amigos. Gracias.

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Trayectoria de la International Petroleum

Un pulpo sobre América Latina

El Petroleo


El petróleo como cualquiera de los bienes que nos ofrece la naturaleza es un instrumento para el Bien o para el Mal, para la Opresión o la Libertad, la Justicia o la Injusticia.

En la negra historia de los trust imperialistas tiene un lugar de privilegio y de excepción el trust petrolero. Dividido aparentemente en diferentes ramas –la norteamericana, la canadiense, la inglesa, la holandesa, etc.– en realidad contactos secretos vinculan los intereses de las compañías explotadoras del oro negro. Así vemos que la International Petroleum figura como canadiense y todos sabemos que es en realidad una avanzada del imperialismo yanqui y al mismo tiempo la International absorbe, prohíja y administra a la Lobitos, aparentemente inglesa.

La historia de las luchas de las compañías petroleras, sus crímenes y sus exacciones en EE.UU. ocupan varios volúmenes. A tal grado llego el abuso de dichas compañías que el Estado yanqui se vio obligado a limitar sus actividades y ponerle severas cortapisas. Sin embargo, algunos miembros de la Secretaria de Estado –entre los cuales figuro el nefasto Braden– son los más grandes favorecedores de las compañías petroleras en América Latina. Con el pretexto de propiciar el desarrollo del capitalismo, de fomentar la industrialización y de ayudar al “buen vecino”, los magnates petroleros, se lanzan como buitres tras un cadáver sobre cualquier arenal, cerro o selva de donde brote petróleo.

En el Perú hemos sufrido una amarga experiencia con la explotación del petróleo.

Sabido es como las empresas extranjeras poseedoras de la región denominada Brea y Pariñas dejaron de pagar durante muchos años el canon que era debido. Estas cantidades, que acumuladas eran fantásticas, no fueron exigidas, sino débilmente por el Gobierno civilista de entonces. Frente al gobierno se levanto prepotente y audaz la compañía extranjera que no reconoció las disposiciones oficiales y tuvimos que sufrir la humillación de tener que ir a dirimir nuestro pleito interno ante una Corte Internacional.

Durante decenas de años el capitalismo yanqui se ha enriquecido con nuestro petróleo. Últimamente –temerosos de la reacción del pueblo peruano y de una posible expropiación– la International trata de mejorar las condiciones de vida del trabajador y gasta muchos dólares en propaganda. Sin embargo, la realidad es que la International Petroleum ha convertido un pedazo de nuestro territorio en territorio extranjero. Talara es peruana a medias. Talara es mestiza. Mestiza de gringo y cholo.

Nadie sabe a ciencia cierta cuanto petróleo sale del Perú. Nadie sabe cuanto es el petróleo que ha salido ni cuales son las verdaderas cifras que debieron declarar los imperialistas, ni los verdaderos impuestos que debieron pagar. Recordamos que en una ocasión se denuncio que los barcos petroleros llevaban mucha mayor cantidad de oro negro que el declarado. Pero se echo como de costumbre tierra encima. Se dedica la International Petroleum a convencernos de que el petróleo de Talara se acaba y que debemos entregarle Sechura.

No somos fanáticos, ni sectarios, ni irresponsables, ni demagogos. Pero tampoco somos unos vendidos al dólar. Creemos, en consecuencia que el petróleo se debe explotar. Pero creemos que no puede permitirse que la odiosa opresión que rige sobre Talara se extienda a otra vasta región colindante. Se formaría así una pequeña República semi-yanqui que podría cualquier día “independizarse” como se independizo Panamá o California.

El petróleo peruano se debe explotar pero fiscalizado por el Gobierno peruano y con participación de capital peruano, sin que goce de injustos privilegios, sin que atente contra nuestra leyes y soberanía.

Preferimos ser pobres a ser una “República del Petróleo” dirigida por cualquier “míster” de la International Petroleum.

El Petróleo es un pulpo succionador en manos de los imperialistas, que extiende sus tentáculos sobre América. Sin embargo, México y Argentina que han cortado los brazos del pulpo y explotan su petróleo para beneficio de sus pueblos, nos dan un ejemplo a seguir… (…)

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¿Quieren mas?

Al llegar Don Manuel Prado a Paris y, al enterarse unos franceses de las diabluras de su Papa, exclamaron:

-¿Vive todavía y es rico, con los ahorros de su pueblo, este señor Prado?

Y rascándose la cabeza e imitando al gringo aquel, comentaron:

-En el Perú se premia la traición. ¡Bueno, costumbres de países barbaros! – añadieron… (…)

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Silencio sobre una estafa

La Compañía de Tranvías ha cometido un abuso incalificable al sorprender al público, sin aviso previo, con un alza arbitraria en los pasajes urbanos. Sorpresivamente sin que nadie lo supiera por los diarios u cualquier otro medio informativo aumento en 30 por ciento los boletos… (…)

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LA MISMA HISTORIA
EEUU – Walt Street
Argentina – Oligarquía
Perú – Plutocracia Pradista
TRES EJEMPLOS DE UNA MISMA HISTORIA

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Aberración Jurídica y Corte Marcial

Estamos completa y rotundamente de acuerdo con la creación de Cortes Marciales para juzgar los casos de rebelión. No podíamos seguir siendo un país de revoluciones. Así no se camina. Es indudable que, por lo anterior, y por las gravísimas circunstancias que atraviesa el país era imprescindible esta medida. Ejemplo aterrorizador es la asonada aprista del 3 de Octubre. Lo que no entendemos es la razón del artículo 7º, que dice: La Corte Marcial resolverá según su criterio si acepta uno o más defensores que nombren los acusados o si lo designa ella misma. No somos peritos en leyes. Solo júzganos como periodistas el asunto. Aunque, para no equivocarnos, hemos consultado con abogados que nos han dicho que estamos ajustados al espíritu universal del derecho. Este articulo importa una aberración jurídica inconcebible que estamos seguro ha de causar penosa y profunda extrañeza en el país como en el exterior. Es contraria a todo principio y a toda legislación positiva… (…)

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Tengan presente que:

La juventud no permitirá el regreso de Manuel Prado. No permitirá el retorno de quien fue impuesto en 1939 y que sometió a la Patria a seis años de tiranía y conformismo… (…)

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Veamos lo que somos para saber que haremos

Por la actualidad que cobra y para estudio de los que deseen conocer nuestra realidad, publicamos a continuación este articulo de José Carlos Mariátegui. Apareció con el siguiente titulo: “La unidad de la América Española”. Nos hemos atrevido a cambiarlo para darle mayor actualidad. A Mariátegui lo admiramos como pensador y sociólogo. Nada tenemos que hacer con su comunismo. Pensamos, más bien, que el profundo sentido de la peruanidad que él tenía, lo hubiera hecho modificar su posición política. De todos modos queda siempre como el genial interprete de nuestra realidad… (…)

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El clero no debe meterse

Con extrañeza y hasta con estupor hemos visto la actitud del clero en estos últimos acontecimientos políticos. Hay muchas personas, católicas también como nosotros y quien sabe por eso mismo, que han opinado en forma desfavorable de los curas y frailes que, en forma ostensible se han presentado ante el país con intenciones de presionar a los fieles incautos y desprevenidos. Somos observantes de la religión del Estado. No queremos, por lo tanto ofender a sus ministros sino llamarles la atención. No es así como se hace apostolado. En la política nada tienen que hacer los sacerdotes. Su misión, elevada y digna, nada tiene que hacer con los odios y pasiones de los hombres que se dedican a gobernar o politiquear. Esto ultimo queda para los profanos… (…)

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¡A arrear por borricos!

En una intentona casi pueril para capturar el poder y una gritería de estudiantes, ha quedado sepultado el aprismo como partido legal y han quedado miles y miles de hombres y mujeres, inocentes de la locura de unos cuantos, al borde de la desesperación y con la intranquilidad del mañana en sus pechos. El aprismo ha escogido definidamente su derrotero: vivir en la sombra y encaramarse al poder por la violencia si es que, por desgracia o incapacidad de los gobernantes, la masa aprista continúa al lado de quienes la abandonaron en el momento de la lucha y decisión. El apra ha demostrado esta vez hasta la saciedad su inadaptabilidad a un régimen de convivencia y libre discrepancia. Quedan ahora, en el panorama político legal del país, las fuerzas oligárquicas o plutocráticas por un lado, la Unión Revolucionaria al otro extremo y, al centro, otros grupos progresistas de derecha o izquierda. Si queremos convivir en paz, solo será a base del juego político entre estos grandes sectores. Esperemos de la oligarquía el abandono de egoístas pretensiones y la voluntad firme de una sana evolución que haga olvidar un pasado cruel y culpable –quien sabe como el que más – de los desbordes del aprismo. Que las plutocracias tengan presentes el tonto descalabro aprista. Que los jóvenes civilistas comprendan la necesidad patriótica de su liberación en un moderno partido conservador… No sea que haya que decirles como hoy a los lideres aprismo: ¡A arrear, por borricos! ¡Os habéis quedado sin soga ni cabra! ¡Sin libertad ni masa!... (…)

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Corte Marcial

A muchos espíritus pacatos les habrá causado terrorífica impresión el leer en letras de molde: ¡Corte Marcial!. Los asusta pensar que la Justicia llegue a los extremos. Esto, sin embargo, no les impide que vean con el menor horror una masacre popular. El femenino sentido de la vida que tienen estas gentes, les hace olvidar que el criminal debe ser castigado con crueldad igual a la de su crimen. Y los que pretendieron matar, y en serie, deben pagar su culpa de acuerdo a su maldad. Por desgracia, hay algunos personajes sueltos. Estos son los verdaderos culpables. ¡A chaparlos!. No es necesario, seria hasta contraproducente, ensañarse en aquellos que solo se dedicaron a obedecer.
¡Muy bien la Corte Marcial!... aunque no justifica un golpe de Estado. Hay otras formas de conseguir justicia en una democracia… (…)

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Encuesta popular sobre:

¿Cuál ha sido el hombre mas funesto para el país?

¿Por qué?

Una vez escrito el nombre de este infausto personaje y después de señalar las razones que asisten al lector para calificarlo como tal, recorte este cupón y envíenoslo a la siguiente dirección: Luna Pizarro 725. Le rogamos sea breve. Gracias.

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Archivo Revista Oiga – 8/11/1948 - 5/09/1995

Cascabel - 14/03/1935


CON MUCHO recelo ve el pueblo, que ahora tiene memoria, APROXIMARSE El Proceso Electoral de 1936.

Cuando cayó Leguía, el pueblo tuvo la impresión de que no habían hombres capaces para ponerse al frente de los negocios públicos.

Por eso se tolero que Sánchez Cerro fuera Presidente Provisorio.

Cada vez que Sánchez Cerro –en los primeros días de su gobierno provisional– hablaba a los ciudadanos desde los balcones de Palacio, entre los que escuchaban se percibía una sensación desagradable.

Ese hombre, el Jefe del Estado, el Primer Ciudadano de la Republica, tenía menos capacidad que todos los que formaban la gran masa de manifestantes.

“Las ratas pulguientas” y “los cholos babosos” se daban cuenta de que el Presidente de la Republica veía la paja en el ojo ajeno….

Pero se consolaban diciendo que tenía buenas intenciones.

Rápidamente paso a la historia eso de las buenas intenciones. Los cadáveres de ciudadanos regados en las ciudades y en los pueblos, las prisiones atestadas de gentes que no sabían por que estaban detenidas, eran elocuentes. Ante ese panorama ya no le cupo la menor duda: Sánchez Cerro no tenía ni siquiera buenas intenciones.

Desgraciadamente, el pueblo siguió convencido de que no había hombres. Y cuando tuvo que escoger entre Sánchez Cerro, Haya de la Torre, Osores y de la Jara y Ureta, optó por el peor.

Seguidamente pensó que “mas vale malo conocido que bueno por conocer”.

No tenia confianza en ningún de los otros, a pesar de los limpios antecedentes políticos de Osores y la Jara.

Paso el tiempo. Unas balas destruyeron todo lo malo que habían hecho esas elecciones desgraciadas.

Se inicio una época mejor.

Ahora nos aproximamos nuevamente a un periodo electoral. Otra vez el pueblo tendrá que escoger a su mandatario. Habrá de elegir un nuevo Presidente de la Republica.

Naturalmente, hay muchos probables candidatos. Entre ellos, el señor de la Riva Agüero, don Felipe Barrera Laos, don Luis Alberto Flores, don Luis Antonio Eguiguren, don Amadeo de Piérola, don Julio Egoaguirre, don Roberto Leguía, don Víctor Raúl Haya de la Torre, don Pedro Oliveira, don Guillermo Billinghurst, etc, etc….

Muchos serán los candidatos.

En 1931 fueron solo cuatro.

El pueblo escogió cuidadosamente. Gozo de libertad. Asistió a las conferencias, estudio programas, ingirió folletos y escucho discursos.

Discutió, se culturizo, se hizo moderno.

Y a la postre resulto eligiendo al peor de todos los candidatos.

¿Para que sirven entonces, entonces, las elecciones?

Puede considerarse al político al político elegido como el autentico representante de las mayorías o de los intereses de esas mayorías?

Los dieciséis meses son la mejor respuesta.

Por eso, para 1936, siendo mas los candidatos, y consiguientemente mas difícil la elección, el pueblo esta extraordinariamente receloso.

Teme las elecciones. Teme volver a equivocarse.

No tiene el menor interés, en intervenir en el próximo proceso electoral.

Si en las democracias debe realizarse lo que desean las mayorías, esta vez, democráticamente, debían ser muy pensadas las elecciones del 36. Porque el pueblo no tiene mucho interés.

Sabe que le puede ocurrir lo mismo que en el 31. Y con mayor razón tratándose de que los candidatos son más numerosos y variados.

Y no todos los días se tiene la suerte de que los errores duren solo dieciséis meses.

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Ayer dijo la Prensa

EL COMERCIO”, en su sección editorial, conforme a lo que habíamos anticipado nosotros en nuestra edición de ayer, se ha ocupado, con una extensión fluvial, de los desbordes del rio Huatíca, sin parar mientes, sin duda, en que sus desbordes editoriales, que ni siquiera tienen la fecundidad del légamo del Nilo, están arrasando las sementeras del país.

En su sección, “Lo que pasa en Europa” que lleva como subtitulo “Recordando al Buen Rey”, (¿no será el de los Once Años?), da cuenta de la manera como se ha conmemorado el primer aniversario de la muerte de este soberano.

Hoy, en primera pagina, hay un apreciable anuncio japonés, lo que quiere decir que el nacionalismo se resfría.

Unos telegramas de protesta por el nefasto atentado de San Isidro, han salido en letras muy pequeñitas, lo que quiere nos confirma en nuestra idea de que el nacionalismo del Decano se ha constipado.

En la décima pagina, en lugar perdido, el Decano publica las sugestiones hechas por un Gremio de Trabajadores, a propósito de la construcción del barrio para obreros, iniciativa que ha de tener gran trascendencia social.

En las noticias del extranjero, no encontramos ningún cuadrito seductor.

Registramos dos artículos sobre el Japón (nunca había sobre los japoneses en el Perú). Con toda seguridad que mañana tiene dos anuncios de casas japonesas. (¿Deo Gratias!)

LA PRENSA” se ocupa, dándoles igual importancia, de los aprestos bélicos de Rusia y Japón y de la necesidad de suprimir o morigerar las contribuciones comerciales.

En su sección editorial, y con una amplitud que no la conocíamos sino en el Decano, “La Prensa”, respondiendo a su agrarismo, hace disquisiciones sobre la conveniencia de estimular el cultivo del trigo en las zonas altas del Perú.

Después de ese articulo, “La Prensa” va a venderse mas entre los indios que pueblan las orillas del lago Titicaca.

LA CRONICA”, en su 1era, pagina, por equivocación o por carecer de archivo, ha publicado el retrato de Bernaw Shaw, haciéndolo aparecer como si fuera Venizelos.

Solo al ilustre humorista ingles le pasan cosas como esta. ¡Que cosa dirá cuando al ver “La Crónica”, y reconociendo su retrato, se de cuenta de que el ya no es el mismo, sino Venizelos! ¡Ahora si que va a creer en la trasmigración, en vida, de las almas!


Archivo Revista Oiga - Colección Cascabel

viernes, 1 de enero de 2010

Cascabel - Vida y Muerte de Antonio Miro Quesada - por Federico More 18/05/1935


Trompadas de un zurdo

Vida y muerte de Antonio Miro Quesada

ASI como en la Vida de Cristo, María, la Madre del Salvador, figura sólo por instantes y aparece, resplandeciente, definitiva y heroica, en el minuto del tránsito, en el Gólgota mismo y, luego, es recompensada con la Asunción, para ir, en los cielos, a sentarse aliado de su Hijo, así al historiar a Antonio Miró Quesada ni señor, ni doctor, ni don, porque la posteridad no usa tratamientos-, en su vida no tiene por qué aparecer su compañera, su esposa, su mujer. La señora María Laos de Miró Quesada surge, resplandeciente, definitiva y heroica, en el momento de tránsito, cuando una bala cobarde hiere al que la acompañó desde los umbrales rosados de la juventud hasta el pórtico severo de la ancianidad.

Afirma un clásico español que nadie debe decir ni "mi señora", ni "mi esposa", sino "mi mujer". Palabra dulce y singularmente posesora y única. Mi señora -dice más o menos el clásico- puede ser cualquiera, incluso mi amante. Mi esposa, es la que me acompaña por virtud del sacramento. Acaso puede ser de otro. Mi mujer es sólo mía; es lo íntimo, lo infinitamente tierno, lo intransferible, la madre de los hijos; la que, a nuestro lado, recorre un largo sendero.

Ahora, después de que una mano aleve y miserable, indigna de ser peruana, mató, arteramente, a Antonio Miró Quesada, comprendo que la enemistad tiene sus fueros, su emoción y su ternura. Es tan entrañable como la amistad. Desde la iniciación de mi carrera periodística, allá en 1910 -ya Antonio Miró Quesada era Director de "El Comercio" - me sentí adversamente opuesto a cuanto hiciera el decano de la prensa del Perú. Me disgustaron siempre su desprecio por las inteligencias literarias, su desmedido afán por la política, su ansia de poder y el excesivo uso que hacía de su influencia. Nunca fui amigo ni de "El Comercio", ni de sus gentes.

No soy vanidoso y supongo que los señores de "El Comercio" jamás se sintieron enemigos míos. Pero soy orgulloso y nunca me importó lo que respecto a mí sintieran. Por múltiples y variadas referencias supe que Antonio Miró Quesada fue hombre de gran inteligencia política, de poderosa simpatía personal, de mucho mundo y de vida aristocráticamente irreprochable. Por desgracia, todo esto no me parece bastante para seducir. No formulo cargo alguno. Ni siquiera emito un juicio actual. Sencillamente puntualizo un pasado. Si hoy revisase, despacio, mi lucha contra "El Comercio", quizá encontrara mucho que rectificar. Pero seguramente hallaría mucho que recrudecer. A "El Comercio" le hallé, siempre, dos tendencias que chocaban con mi dirección periodística y con mi propensión literaria. Era un periódico hecho por reporteros y dirigido por diplomáticos. Nunca fue un periódico que dijese lo que era preciso, necesario, inevitable y doloroso decir. Era un periódico que decía, convenientemente, lo que era conveniente decir. Y que callaba, oportunamente, lo que era oportuno callar. Además, era el periódico de los adinerados, de los grandes duques de la oligarquía. Jamás estuvo cerca del corazón del pueblo y cuando habló de las urgencias y de las penas de los humildes lo hizo en tono de magnate que protege, de millonario que otorga y no de ciudadano que se solidariza. Yo habría querido que "El Comercio" tuviera más cordialidad y más franqueza. Angulo cordial más abierto. Habría querido, por ejemplo, que el día en que asesinaron a Antonio Miró Quesada y a la señora María Laos, no saliese la edición de la tarde, con su Tarzán, con sus avisos judiciales y con otras quisicosas frívolas. Habría querido que, en ese día luctuoso, rompiese su implacable regularidad y que, en el porvenir, pudiera decirse: -El día en que asesinaron a Antonio Miró Quesada y a la señora María Laos, su mujer, "El Comercio" no dio edición de la tarde.

Sería imperdonable que yo dijese que hablo como amigo; pero sería estrafalario y de mal gusto que digiera que hablo como enemigo. Tampoco me atrevo a decir que hablo como colega. ¿Quién soy yo para llamarme colega del señor doctor don Antonio Miró Quesada, ex presidente del Senado y, por tanto, ex senador; ex presi-dente de la Cámara de Diputados; ex ministro plenipotenciario y ex director de vastos movimientos políticos? Yo soy un franco tirador del periodismo. Camino por mi cuenta y no me acompañan sino algunos hombres de pluma clara y corazón transido.

Quiso el destino que yo fuese enemigo de "El Comercio". No puedo eludir esta positiva condición espiritual. Pero quiso, también, que, a despecho de todo y de todos, fuese periodista y me hallase en la obligación de vivir como tal. Hablaré, pues, desde mi trinchera solitaria, como periodista.

Literariamente, desciendo de González Prada y he heredado sus animadversiones y sus simpatías. Por fortuna, no he heredado su intolerancia. Y, así, puedo decir que Antonio Miró Quesada me pareció un hombre eminente. No gustó ni de lo convencional ni de lo indelicado. Por eso, no lo llamaré egregio, ilustre, magno, ínclito. Digo, Antonio Miró Quesada fue un hombre eminente. Y lo digo con la tímida y sincera emoción con que un jefe de regimiento, de los ejércitos de Wellington, podía decir, hablando de Napoleón: Es un magnífico guerrero.

Siempre he odiado el crimen. Mi vida se ha fundado en la palabra. Mis combates han sido verbales. Con la pluma -y nada más que con la pluma- combatí a "El Comercio". Casi siempre lo hice un poco risueñamente, sin amargura y sin encono. Para mí, la aplicación legal de la pena de muerte equivale a un asesinato. Afirmo que la vida humana sólo está en manos de Dios, del destino o de los Dioses. Jamás en manos de los hombres. Y si esto opino de la muerte, legalmente aplicada como pena, fácil es deducir lo que opinaré del asesinato. Para mí, el asesinato de Antonio Miró Quesada y el de Manuel Pardo son los actos más cobardes, más salvajes, más infames que hay en la historia del Perú.

Antonio Miró Quesada habíase esforzado siempre en servir a su país. A juicio de sus adversarios no acertó siempre. Pero no nos olvidemos de que se trata del juicio de sus adversarios. Quién sabe quién tiene la razón. Lo cierto es que dedicó su vida al servicio de su país. Acaso le faltaron romanticismo y heroísmo; pero su muerte viene a probamos que no cuidaba de su persona y que puso su obra y su vida en las manos ineluctables del sino.

No era, Antonio Miró Quesada, un periodista. Era un diplomático y un político. Inteligente y culto supo estar al frente de la dirección de "El Comercio", cuando razones familiares lo obligaron a ello. Pero no era un periodista. La pasión de su vida fue la política. Como político, dirigió el periódico de los poderosos. Cuando tuvo, político al fin, la sensación de que Leguía se quedaba en el poder por largo tiempo, tomó la actitud política de callar. Cuando cayó Leguía, se puso al frente de la política. "El Comercio" es el puntal de los Dieciséis Meses. Esto me separó definitiva y absolutamente del decano.

Pero yo, que repruebo el fusilamiento de los Ocho Marineros, que condeno el crimen del Hipódromo y que, a través de largas horas de ciego apasionamiento, he conseguido algunos instantes de transparente serenidad; yo no puedo quedarme callado cuando veo que Antonio Miró Quesada cae asesinado.

Para comprender el horror del Apra, basta enunciar estos tres hechos: El Apra, existe, políticamente, en el Perú, desde 1931. Cuatro años y meses. Y bien: durante período tan corto, se han consumado tres atentados políticos: el de Miraflores, el del Hipódromo y el de la Plaza San Martín y hemos visto tres cadáveres. Esto es suficiente para demostrar que se trata de una banda de asesinos, de un clan de delincuentes, de una turba de energúmenos. Jamás había ocurrido algo semejante en el Perú.

En el caso de Antonio Miró Quesada, el crimen asume proporciones desconocidas. El asesino es un niño y cae victimada una mujer. El niño, asesino de la mujer, es la última palabra en materia de delincuencia. A los 19 años, aún queda en la boca sabor de leche materna; aún pensamos en la mamá -más que en la madre y la mujer- y pese a cualquier precocidad sexual, nos inspira un respeto parecido al que sentimos por nuestra madre, por aquella mujer de corazón humilde y acogedizo, por aquella mujer que se asusta cuando tenemos fiebre. Para el hombre que mata a una mujer, hay una palabra: monstruo. Para el niño que mata a una mujer, no hay palabra alguna.

Se encoge el corazón y el cerebro se enfría cuando reconstruimos la escena de la Plaza San Martín. Un matrimonio -dos personas honradas- se dirige a almorzar a su lugar predilecto. El asesino, un niño, avanza, sigiloso, envalentonado por el miedo mismo, y, a espaldas de la pareja, dispara contra el esposo y lo hiere en la nuca. El herido cae fulminado. Cae ya muerto. La esposa, entonces, le da cara al asesino y, con inocente y valeroso gesto femenino, lo ataca con su bolsa y, en vez de huir o de gritar, se le enfrenta. Cualquier hombre, ante la belleza física y moral de esa actitud habría bajado el arma. Quizá le habría pedido perdón a esa mujer tan resuelta, tan fiel, tan abnegada. Tan mujer. El asesino aprista, no sólo no sintió la varonil necesidad sentimental de arrodillarse ante aquella esposa de tan sombría y hermosa bravura, sino que disparó contra ella y la victimó también.

¿Qué nos importa que la señora doña María Laos de Miró Quesada fuese, como era, una gran dama? Su fortuna, su opulenta situación, su linaje, nada importa. Importa su magnífica actitud de la que siempre podrán enorgullecerse las madres y las esposas del Perú. Sólo un aprista es capaz de permanecer impasible ante la arrogancia elegantísima de una mujer que se juega la vida por su esposo. Nunca las mujeres les importaron a los apristas.

El crimen de la Plaza San Martín no sólo carece de atenuantes sino que ya no tiene agravantes. Es el crimen electrolítico, el crimen puro, el crimen parnasiano. Está más allá de la sensibilidad y de la conciencia. Nada lo atenúa. Nada lo agrava. Es tan horrendo, tan pavoroso, tan escalofriante, que ni siquiera existe la posibilidad moral y jurídica de que el asesino tenga abogado defensor. Aunque extrememos el concepto de defensa, no hay defensa para el asesinato perpetrado en la Plaza San Martín.

Dentro de su horror y de su injusticia, la muerte de Antonio Miró Quesada tiene una doliente y encantadora poesía. Muere al Iado de su mujer, que por él se sacrifica. Unidos en la vida, entran juntos a la muerte. Ella, la compañera, acaso sabía muy poco de política y temblaba siempre ante las peripecias del esposo. Madre de numerosos hijos, ignoraba todo lo que la política tiene de terrible. Su vida, al lado de su marido, pasó apacible como un regato. Pero en la hora del tránsito, supo ser fiel, con fidelidad de apoteosis, al juramento de amor que prestó en su juventud.

Antonio Miró Quesada no era un hombre popular. No estaba en su carácter ni en sus inclinaciones cultivar a la multitud. Era hombre de gabinete. Era gran figura en el mundo oficial y en el gran mundo. Y, sin embargo, en su entierro ha estado presente el pueblo. A él, que no era un caudillo, sino un sutil y avisado consejero, que gustaba de ser superior de los Jesuitas más que de ser Papa, lo han acompañado cuando sus restos iban al seno de la tierra, innumerables gentes que no lo conocían. Muchos de los que fuimos sus detractores nos situamos, al paso del cortejo funerario, para saludar, dolidos, al ataúd donde iban los restos del político, y, doblemente dolidos, a la carroza donde dormían los despojos de aquella mujer que, si fue gran dama en su vida, fue dama de damas en la muerte, heroína ejemplar, digna del luminoso camino de los cielos.

En cuanto al Apra, todos sabemos que es una banda de fascinerosos; todos afirmamos que es una horda de forajidos. "El Comercio" lo ha dicho con larga y empecinada insistencia. Pero nadie sabe qué es lo que hay que hacer frente al Apra. Se habla de las derechas. Pero reconozcamos que si el Apra es locura y crimen, las derechas son torpeza, parasitismo, pereza mental, incapacidad. Tiene cien presidenciables. El Apra tiene uno. Carece de dinamismo y de organización. El Apra es fanática y organizada hasta el crimen. Lo estamos viendo. Cuando Antonio Miró Quesada atacó al Apra, estuvo en lo cierto y tuvo exacta y prolongada visión de estadista; pero cuando defendió el régimen de los Dieciséis Meses y los grupos nacidos a su amparo, se equivocó. Y se equivocó como se equivocan los hombres de elevada inteligencia: bien y a fondo.

Lo que necesitamos en el Perú es la supresión del jacobinismo, venga de donde venga. No se nos ocurre la ñoñez de hablar de un centrismo que no está dentro de la sensibilidad del mundo actual. Pero sí queremos hablar de un partido de derecha, firme, conexo, articulado, con enhiesta y robusta columna vertebral capaz de soportar punciones. Tal es el problema que nos plantea el asesinato de Antonio Miró Quesada.

Ante el cadáver de Antonio Miró Quesada, víctima inocente del odio, de la estupidez y de la demencia, sería injusto o zafio dedicarse al ditirambo y al plañido sentimental. Si él murió como un hombre, con muerte de gran político, víctima de sus ideas y de su conducta, merece que todos pensemos como hombres y que, si llega el caso también nos preparemos a morir. Miró Quesada, asesinado es una dura lección para las derechas fofas y lánguidas. Hay que organizarse férreamente, duramente, inexorablemente. Si es verdad que las derechas detestan el crimen, no respondan con el crimen. Crean en la ley, busquen el amparo de la justicia. El cadáver de Miró Quesada es el fruto del crimen. Antes que llorarlo infantilmente démosle majestad a la ley, imaginemos instituciones arrogantes y seguras, sepamos luchar. Las derechas están enfrascadas en una aniñada jugarreta presidencial. Y eso no debe ser.

Si, en vida, Antonio Miró Quesada fue, por su situación y por su talento, uno de nuestros primeros políticos, uno de nuestros mejores diplomáticos y el más visible de nuestros periodistas, que su recuerdo sirva para cohesionarnos. El mejor homenaje que podemos rendir a su memoria es lograr la extinción del Apra. Pero no la extinción mediante el crimen, que tanto condenamos, sino la extinción mediante la inteligencia y la imaginación. Antonio Miró Quesada supo, como todos los grandes políticos, que en la política, como en el arte y como en la ciencia, la imaginación es la musa primaria y el hada madrina.

Si algo puedo decir como periodista, afirmo que la muerte de Antonio Miró Quesada debe ser para todos los que ejercemos este castigado oficio, un doloroso orgullo. Debe enseñamos el amor a la justicia y el horror al delito. Debe persuadimos de que la inteligencia vale más que las pasiones y que los tontos y los atrabiliarios son indignos de subsistir.

Antonio Miró Quesada, que fue un hombre de bien y que nunca manejó el insulto, sírvanos para que, en el periodismo peruano, el insulto quede cancelado y proscrito el denuesto.

Comprendemos el dolor de quienes quedan al frente de "El Comercio", pero les pedimos serenidad y visión política. El asesinato del que fue director de "El Comercio" plantea problemas tan enrevesados y de tan agitada solución, que solamente un espíritu lúcido y tranquilo puede abordarlos.

El Gobierno, a quien han acusado de infames ambiciones y sórdidos intereses y apetitos, se ha puesto a la altura de la situación y le ha rendido a Antonio Miró Quesada merecidos homenajes. El Gobierno nos ha probado que sabe interpretar las más recónditas urgencias nacionales. El Gobierno es el primer herido con la muerte de Antonio Miró Quesada.

No hay enemistad política o personal que valgan. No hay discrepancia que justifique. Ha llegado la hora de concluir con el Apra y con el crimen.

Para satisfacción de justas necesidades sentimentales, que a todos nos dominan, pensemos en colocar los restos de quienes fueron en vida Antonio Miró Quesada y María Laos de Miró Quesada, bajo un mausoleo que tenga majestad cívica y gracia heroica. Un mausoleo en el cual la ternura femenina ungida de arrojo troyano, preste decoro y encanto a la firmeza hombruna


F.M


Archivo Revista Oiga – Colección Cascabel

Cascabel - Asesinato de los esposos Antonio Miro Quesada de la Guerra y Maria Laos de Miro Quesada - 18/05/1936



Sin sentimientos afectivos, irreflexivo, sugestionable, insolente, holgazán y atrabiliario, Carlos Steer Lafon, asesino de los señores Miro Quesada, ES LA VIVA encarnación del APRA.

Manifestaciones elocuentes de un estado psicológico monstruoso - Acumulación de imágenes de personajes prominentes del Perú, que obsesionan al asesino

TODO LO QUE PODRIA REVELAR LA HISTORIA CLINICA DEL JEFE DEL APRA Y SUS SECUASES

ESTAMOS FRENTE A UN GRAVISIMO PELIGRO


Archivo Revista Oiga – Colección Cascabel