FRANCISCO IGARTUA
EDITORIAL En cuenta regresiva la libertad de prensa
Revista Oiga, 19/07/1993
Una de las más recientes hazañas del fujimorismo es haber
liquidado el libro en el Perú. Así como se lee, sin eufemismo alguno. Y, por si
hay dudas, trasladaré la frase a términos matemáticos: Al inicio del régimen,
en plena crisis económica alanista, se importaban 30 millones de dólares en
libros, hoy, en pleno éxito económico de Fujimori, esa cifra ha bajado a 4
millones. Sin que se pueda replicar que tal baja se deba al crecimiento de la
industria editorial peruana, pues ésta se encuentra en una de las peores crisis
de su historia, por las mismas razones que han destruido el negocio de importar
libros: en el Perú la cultura –¡Por abundar en demasía!— paga los mismos o
mayores impuestos que una máquina tragamonedas, una crema para el sol o una escopeta
de juguete para Kenyi.
¿Pero por qué se extraña usted de leer lo que está leyendo?
¿Se puede esperar otra cosa, en asuntos culturales, en sensibilidad espiritual,
de un jefe de Estado que acaba de declarar en el Brasil, invitado a una reunión
con los líderes de América Latina, España y Portugal, que él no asiste armado a
las cárceles porque, si llevara pistola, mataría a varios terroristas presos…?
La frase, biensonante sin duda no sólo entre las damas de La Parada sino en la
mayoría de los salones limeños, explica muchas cosas, entre ellas el trato que
recibe la cultura en estos días de Economía de Mercado a ciegas, a oscuras y a
la peruana. Lo que no quiere decir que en el pasado haya habido demasiada
atención a la educación y a la cultura en el país. Ya se decía en esta misma
columna, hace una o dos semanas, que entre las muchas diferencias que
distanciaban a Chile del Perú se haya el mayor desarrollo cívico y cultural de
la sociedad chilena, inquietada por estos asuntos desde el siglo pasado. (Siglo
XIX. N. de R.) Desde tiempos en que la dirigencia peruana era, de lejos, mucho
más, culturalmente, que la chilena. Pero tiempos en los que las elites peruanas
–también más adineradas que las del Mapocho— preferían arañarse entre ellas y
contratar militares de fortuna para gobernar el país y cuidar sus intereses.
Triste tendencia a cerrar los ojos y entregarse en manos del destino. Tendencia
que hasta hoy persiste en el Perú; mientras que en Chile la madurez cívica –que
no nació y se hizo fuerte en un día— siempre se impone, con sus hombres
representativos a la cabeza, sobre los errores en que el país haya resbalado en
el trascurso de la historia.
Pero no es tema de esta nota el desencuentro del Perú con su
destino, en comparación con Chile, ni tampoco ocupa su atención el
desafortunado papel jugado en el pasado y el presente por sus inteligentísimas
y desorientadas elites. El tema de hoy en estas líneas es el libro y la
industria editorial, una de las varias demoliciones institucionales ya
realizadas por Fujimori para, como dijo en Brasil, en su discurso de fondo,
“replantear la democracia” y reconstruir el Perú. Esta columna está dedicada a
la liquidación del libro y de todos los impresos que incomodan a la ‘moderna
democracia’ que Fujimori ha propuesto como grandísima novedad, olvidándose,
como se lo ha recordado Francisco Tudela, que el sistema fue replanteado hace
dos mil quinientos años por los griegos y que “ya es un poco tarde, después de
tantos siglos, para proponer la intención de una nueva democracia”.
El ‘replanteamiento’ de Fujimori resultará más parecido a una
dictadura –sistema también inventado por los griegos hace siglos— si repasamos
el resultado de sus ‘éxitos’. Fujimori, por medio de un golpe militar, violó la
Constitución, que sólo en ficción ha sido repuesta, pues el gobierno ha
incumplido cada vez que le da la gana y sin explicación alguna. Nadie discute
que, en el Perú actual, el señor Gobierno es la Ley. A la vez disolvió el
Congreso, que tenía igual respaldo electoral que el presidente, y en
contubernio con la OEA de Baena y Gros Espiell, creó un remedo de Parlamento,
el CCD, cuyo único objetivo es darle visos de legitimidad a la reelección de
Fujimori. Jamás en la historia del Perú, salvo en el oncenio de Leguía, ha
habido una Asamblea más obsecuente con el Ejecutivo que el CCD. También
descabezó Fujimori el Poder Judicial y la Fiscalía de la Nación e hizo flecos
con jueces y fiscales, a los que reemplazó con sus propios fiscales y jueces,
nombrados a dedo. Un cambio aberrante, de cuyas escandalosas distorsiones y
abusos darán fe los miembros de las organizaciones de Derechos Humanos que,
asombrados, acaban de asistir a la actuación de la justicia fujimorista, en el
caso de cuatro tumbas con cadáveres calcinados descubiertas en un basural.
Horrendo asesinato en masa, al parecer uno más entre otros muchos, que no sería
de extrañar resulte siendo achacado al periodista que hizo la denuncia.
Pero el gran éxito, el triunfo extraordinario, el superlativo
acierto del señor Fujimori ha sido la implantación de la economía de mercado en
el Perú. Y la receta de tan descomunal hazaña ha sido sencillamente: seguir al
pie de la letra las recomendaciones, órdenes, consejos, insinuaciones de los
técnicos del Banco Mundial, el FMI, el BID, etc. Lo único malo de tan sencilla
y extraordinaria receta está en que algunas de esas recomendaciones, por pecar
de ortodoxas y librescas, se dan de narices con la realidad peruana. ¡Se quería
poner el 18% del IGV hasta en los colegios! ¡Y casi lo logran!
Sí, lo vienen imponiendo en libros, periódicos, revistas. Con
lo que la Democracia Dirigida o Replanteada del señor Fujimori –o sea una
dictadura al estilo clásico griego— no se inmuta por un lado, ya que la baja
cultural no le quita el sueño, y por el otro se frota las manos, porque así,
sin violencia, se pone al borde de la clausura o el silencio a la prensa de
oposición. Es imposible que puedan subsistir –en el Perú y en muchos otros
países— el negocio de libros y las empresas editoras de periódicos y revistas con
18% de IGV en la venta de ejemplares, 18% por los contratos de publicidad –a
pagar aun antes de que sean cancelados—, 15% en derechos de aduana por los
insumos (para las revistas 25%), además de los tributos normales que, en esta
revista, siempre estuvieron religiosamente pagados al día de vencimiento.
Se trata de impuestos que a nadie se le ocurriría siquiera
proponer en Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador –prácticamente en toda
América Latina— y que en algunos países europeos no sólo no existen sino que
hay subvenciones para la prensa, por ser ésta el máximo difusor de la cultura
cívica y de información básica.
Aquí se está exigiendo ese imposible pago y, usando a ciegas
el igualitarismo del mercado, con la vehemencia pendular que es norma nacional,
el gobierno del señor Fujimori y sus geishas han arruinado a la industria
editorial, han logrado que un país semianalfabeto, reacio a la lectura, reduzca
al mínimo su capacidad de leer no sólo libros sino cualquier publicación. Los
días de plena libertad de prensa en el Perú han ingresado a una cuenta regresiva
que no se sabe cuánto será de larga. Cuando se llegue a uno habrá quien grite:
¡Abajo la lectura, viva la pena de muerte y que vengan las pistolas para entrar
a las cárceles! ¡Arriba la barbarie!
¿Por qué, como es ya costumbre del CCD, no se rectifica una
votación más y se impone, como se quería, el IGV a los colegios? Así el modelo
peruano de mercado sería perfecto, recibiría el Perú los parabienes del mundo
entero y los peruanos nos moriríamos de hambre, sin lectura, pero en olor de
santidad mercantilista (en el sentido real de la palabra).
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