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Luis M. Sanchez Cerro |
MANIFIESTO A LA NACIÓN DEL JEFE
SUPREMO,
TENIENTE CORONEL LUIS MIGUEL SÁNCHEZ
CERRO,
AREQUIPA, 22 DE AGOSTO DE 19301
El pronunciamiento que acaba de efectuarse en Arequipa no es
la obra de un partido, ni la hazaña de
un grupo, ni la audacia de un caudillo; es la expresión genuina de un anhelo nacional, fervoroso y
unánime, largo tiempo reprimido por la tiranía, pero convertido hoy al fin en
realidad.
Hace más de once años que sufre el Perú los crecientes
desmanes de un régimen corruptor y tiránico, en el que se aúnan la miseria
moral y la protervia política. Dentro y
fuera del país deja las huellas de sus atropellos y de sus villanías.
En el orden constitucional, ha roto la Carta Política,
erigiendo en ley suprema la voluntad despótica de un hombre y haciendo del
Parlamento un hato de lacayos sumisos y voraces.
Desde el punto de vista administrativo, se esmera en desvincular
las regiones con desatinadas medidas de exacerbante centralismo, en daño de la
unidad de la República.
En el orden económico, ha destrozado nuestras finanzas y
elevado nuestra deuda externa de 80 a 600 millones de soles, poniéndonos a
merced de prestamistas extranjeros, hipotecando así nuestra independencia
económica, con inminente peligro de la soberanía nacional.
En el orden tributario, agobia al pueblo con lesivos
impuestos, desproporcionados e injustos, recargando los derechos arancelarios,
aumentando considerablemente las contribuciones urbanas y rústicas, creando
odiosos monopolios, todo inspirado, no por una patriótica previsión y sana
finalidad, sino con el sarcástico objeto de disfrutar impúdicamente de las
entradas en unión de sus adeptos.
En el aspecto institucional, ha desorganizado e inficionado
en vez de organizar. Privó de su independencia al Poder Judicial, desacatando
sus resoluciones y desprestigiándolo con la introducción de elementos políticos
ineptos, sobornados o sobornables, socavándole, por tanto, su autoridad moral
para amparar la libertad y hacer la justicia. Ha convertido los municipios en
agencias gubernativas, usurpando al pueblo la libertad de elegirlos. Ha
sometido la enseñanza superior a un régimen retrógrado y rastrero, cortando el
vuelo al pensamiento en las universidades, hoy orientadas hacia un fingido
practicismo, reservando a autoridades oficiales el control y la censura de las
doctrinas, y la selección banderizada del magisterio superior, como en los
tiempos oscuros del coloniaje.
En cuanto al orden individual, restringe los derechos
ciudadanos, niega la libertad e intenta engañar a la opinión pública con
oprobiosas manifestaciones de asalariados, pretendiendo encanallar al pueblo,
procurándole el halago de la delación remunerada, sometiéndolo,
monomaniáticamente, a un condenable tributo de munificentes regalos y elevando
la adulación al rango de virtud nacional.
¿Acaso se permite hoy en el Perú la libre expresión del
pensamiento? No. Los órganos de la prensa nacional se encuentran amordazados o
envilecidos, porque el gobierno los ha convertido en voceros parcializados de
sus actos y en defensores abyectos y venales de sus atentados...
Y en frente del Ejército –la nobilísima institución del país–
ha organizado preconcebidamente una policía mimada y jactanciosa –salvo
contadas excepciones–, instrumento de terror para el ciudadano, a quien coarta
sus derechos. Transmutándola de su función privativa, pretende convertirla en
fuerza sustitutoria del Ejército; es decir, del único eficaz guardián de la
honra nacional y de la integridad territorial, dando razón para creer que los
países que se hipotecan en alguna forma no son dignos de tener ejércitos
nacionales, sino guardias pretorianas rentadas para defender a sus amos.
Como digno remate de esta serie de ignominias, acaba de
ofrecer al extranjero, con nuestras petroleras, no solo una de las pocas y
privilegiadas riquezas que aún nos queda, sino, lo que es peor, el ahondamiento
del vasallaje económico que dista apenas un paso del vasallaje político.
No era posible tolerar por más tiempo la vergüenza de esta
situación. Pero, la hora de la dignidad nacional y del duro ajuste de cuentas
ha llegado por fin.
Vamos a moralizar primero y a normalizar después la vida
institucional y económica del Estado; para ello, hacemos hoy un supremo
llamamiento a todos los hombres honrados del Perú, para derrocar a la tiranía
más cínica que registrará nuestra Historia, restaurar nuestros fundamentos
constitucionales y hacernos dignos hijos de una nación libre.
Después que la moralización haya sido entronizada, si lo
demandase la voluntad ciudadana nuestra Constitución sería revisada. Pero,
siempre la cumpliremos y la haremos cumplir, como lo reclama su augusteza y su
intangibilidad. Y convocaremos también a elecciones generales, dando para ello
las más amplias garantías como no hay antecedentes en nuestra vida republicana.
Con criterio científico, se iniciará la depuración de la
legislación nacional, enmarañada en los últimos tiempos por la inepcia de los
legisladores, corifeos de un tirano espiritualmente enfermo.
Conservaremos la unidad nacional; pero es necesario dar a los
pueblos, en la medida de lo posible, la autonomía económica indispensable para
fomentar su progreso local con la legítima aplicación de sus recursos. En este
orden de ideas habrá una equidad sin precedente.
Devolveremos al pueblo y a la prensa honesta sus libertades y
sus prerrogativas, al Parlamento su majestad y el Poder Judicial su excelsitud.
Respetaremos todas las ideas, siempre que no afecten la moral
social y el orden público.
Rendiremos y dignificaremos a nuestros hermanos indígenas.
Esto constituirá el “alma mater” de nuestro programa nacionalista, sin que por
ningún motivo ello se convierta en mera teoría de significación aleatoria.
Aseguraremos constantemente el bienestar y los derechos de
las clases trabajadoras, dentro de las normas más equitativas y más justas.
Haremos de la honradez un verdadero culto nacional; por eso
perseguiremos, sin dar tregua, hasta en sus últimos refugios, a la banda de
rapaces que, enseñoreada hoy en la Administración Pública, ha amasado y amasa
fortunas a costa del erario, obligándoles de grado o fuerza, a devolver los
dineros usurpados y sancionando ejemplarmente sus delitos.
Acabaremos para siempre con los peculados, las concesiones
exclusivistas, las malversaciones y las rapiñas encubiertas, porque la
principal causa de nuestra actual crisis económica reside en la falta de pureza
en la administración y de honradez en el manejo de los fondos fiscales. En lo
futuro para ocupar puestos públicos será necesario que los ciudadanos declaren
públicamente sus bienes; y proyectaremos leyes sobre la moralización de la
renta privada, a fin de poder reprimir con mano férrea el robo en cualquiera de
sus formas.
Hijos de un país económicamente modesto, como somos, no
seguiremos hipotecando nuestras riquezas con el idiotesco afán de alardear
falsos progresos. Con un sistema de honrada parsimonia en los gastos públicos,
estimularemos las fuerzas vivas del país y fomentaremos sus innumerables
posibilidades naturales e industriales, para cimentar nuestra autonomía
económica, sacudiendo cuanto antes el yugo del acreedor extranjero. Y esto lo
conseguiremos, porque vamos a la obra con sinceridad y con fe resueltos a
imprimir honradez con caracteres de fuego.
Prometer construcciones de ferrocarriles para después vender
a perpetuidad los pocos que teníamos; fantasear sobre la vialidad cuando los
caminos existentes se deben únicamente al entusiasmo y buena voluntad de los
pueblos y no al esfuerzo gubernativo que sólo ha sido cómplice en monstruosos
peculados y favorecido intereses personales al amparo de la ley de conscripción
vial, que representa en diez años el criminal despilfarro de cien millones de
soles; ofrecer al país un soñado bienestar económico para que nuestras aduanas
tengan después interventores extranjeros, sólo puede caber en programas de
gobernantes cínicos y altamente traidores.
Jamás permitiremos que nuestros Institutos Armados sean
juguetes de los políticos en el porvenir, ni que se les distraiga de la
altísima misión que justifique su existencia. Por eso, la reorganización de
ellos se impone, muy especialmente en el Ejército, al que la tiranía se ha
deleitado en corromperlo con criminal sistema, en dividirlo, en herirlo en sus
fibras más sensibles, en suprimir sus ideales, en reducirlo, en supeditarlo con
una policía pretoriana, en deshacerlo a despecho de sus cuadros profesionales,
espiritualmente sanos, abnegados, sufridos hasta una resignación insospechada.
El Ejército es nuestra más cara esperanza; a él entrega el
pueblo sus hijos; él es la parte fuerte del país; atentar contra él es ofender
a toda la nación.
Ciudadanos honrados del Perú:
No es este el centésimo anuncio de la regeneración nacional,
como acostumbraron a hacerlo los caudillos que vitupera nuestra historia. Este
movimiento significa la salvación de la nacionalidad; y, para conseguirlo,
conjuramos ahora a todos los hombres del país que amen la libertad y la honradez.
Solo insinuamos ahora la enorme labor por realizar,
instituyendo los firmes cimientos de la gran obra que otros patriotas deberán
continuar. Y, con pureza de miras, el gobierno provisorio que hoy se inicia en
el sur de la República se propone preparar el advenimiento del gobierno
definitivo que, al amparo de la Constitución, nos haga ciudadanos de una patria
grande y libre.
1El
Comercio, 28 de agosto de 1930.
Centro Vasco Euzko
Etxea Arantzazu de Lima
Ilustre Hermandad
Vascongada de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima
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